miércoles, 7 de diciembre de 2016

El antiguo pitcher de los Medias Rojas de Boston, David ‘Boo’ Ferris, fallece a los 94 años de edad.

Jack Murphy. Viernes, 25 de noviembre de 2016. The Boston Herald. El pitcher David “Boo” Ferris, quien ganó 25 juegos para el equipo ganador del banderín en 1946, falleció ayer en su hogar de Cleveland, Miss. En 1946, cuando él tenía 24 años de edad, tuvo marca de 24-6 para ayudar a los Medias Rojas a llegar a la Serie Mundial. Lanzó un blanqueo, 4-0, de seis imparables en el tercer juego de la Serie Mundial contra los Cardenales de San Luis y abrió el decisivo séptimo juego en el cual los patirrojos perdieron 4-3. En su año de novato en 1945, tuvo marca de 21-10 con 2.26 de efectividad y terminó cuarto en la votación por jugador más valioso de la Liga Americana. “Eso fueron grandes años para él”, dijo su viuda, Miriam Ferriss, 94, ayer desde su hor en Cleveland. “Amamos a Boston y a los Medias Rojas de Boston. Siempre han pensado en nosotros y nos han llevado de vuelta muchas veces. Tenemos memorias agradables de Boston”. Ferriss pitcheó hasta 1950 para los Medias Rojas y fue inducido al Salón de la Fama del equipo en 2003. Pero no fue el mismo luego de sufrir una lesión en el brazo en 1947. “Fue en un juego en Cleveland contra los Indios en una noche fría, la pizarra estaba 0-0 en el octavo inning”, dijo Miriam. “Él lanzó una curva, probablemente, y lo sintió. Algo estalló en su brazo. Siguió pitcheando y Bobby Doerr bateó un jonrón en el octavo inning y el ganó. Pero el día siguiente no podía levantar el brazo”. Ferriss dejó marca de 12-11 la temporada siguiente, pero la lesión esencialmente terminó su carrera. Regresó al equipo como coach de pitcheo entre 1955 y 1959 y él y Miriam, quienes se conocieron en 1948, establecieron su hogar en Needham. El lunes habría sido su aniversario de bodas 68. “Boston fue de verdad un lugar en su corazón”, dijo Miriam Ferriss. Ferriss eventualmente se encargó del puesto de entrenador principal en Delta State University en 1960 y se estableció como una leyenda en su estado Mississippi. Llevó a la universidad a un registro de 639-387-8 y tres apariciones en la Division 2 World Series antes de retirarse en 1988. “Su relación con los muchachos, era de lo que él estaba más orgulloso”, dijo Miriam. “Estaba interesado en sus vidas y sus familias. Veía todos sus juegos aún después que dejó de entrenar. Hasta el equipo actual. Eso era parte de su vida. Siempre disfrutó a las personas. Quería asegurarse de que estuviesen en el camino correcto y se hiceran de una educación”. Además de su esposa, a Ferriss le sobreviven un hijo, Dr. Favid Ferriss Jr., y su esposa, Pam, de Brentwood, Tenn., una hija, Margaret White, y su esposo, John, de Madison, Wis., un nieto, David Ferriss III, de Nashville, Tenn., una nieta, Miriam Pittman, y su esposo, Chase, de Memphis, Tenn., tres bisnietas, Mary Chase Pittman, Kathryn Pittman y jane Pittman, y numerosos sobrinos y sobrinas. Traducción: Alfonso L. Tusa C.

viernes, 2 de diciembre de 2016

El prospecto de Grandes Ligas quien se convirtió en criminal.

Maurice Lerner. Dan Barry. The New York Times. 24-10-2016. El Buick de cuatro puertas avanzaba por las calles de Providence. El cielo de abril era azul claro, el aire agradable y suave. El clima perfecto para el beisbol. El hombre recostado en el asiento trasero una vez vivió días como ese. Cuando el carro marrón se detuvo frente a Pannone’s Market en la Pocasset Avenue, su pasajero del asiento trasero saltó con una gracia poco común, una máscara sobre su rostro bien parecido, una pistola en sus manos grandes. Un cómplice armado lo seguía de cerca. Los empleados del lugar se agacharon cuando el pistolero encontró su objetivo, un negociante quien había desafiado a Raymond L. S. Patriarca, el jefe de ojos carbón, del crimen organizado de Nueva Inglaterra. El negociante se percató a tres pies de distancia, su pistola sin usar reposaba a escasos centímetros de su mano estirada. Su paso lateral se cayó cerca de un anaquel de latas de tomate, su rostro se desencajó ante la inminencia del disparo. Los niños del vecindario pronto presionaban sus narices contra la ventana frontal de la tienda, mientras los investigadores examinaban los dos cuerpos sobre el charco de sangre. El Buick ya era una memoria. El matón y sus compinches se reunieron esa noche en un motel a pocas millas de distancia. Uno de ellos recordó después como el atlético pistolero, cuyo apodo era Pro, se ufanaba de sus estadísticas personales. Como fue el primero que atravesó la puerta, el que golpeó al librero, el que mató al guardaespaldas que trataba de escurrirse. Se notaba. Los hábitos de los peloteros de antaño son difíciles de exterminar. Si tienes talento, viajarás. Los periódicos desde Burlington, N-C., hasta Walla Walla, Wash., contaban la misma historia: Maury (Pro) Lerner podía batear. “Maury Lerner estrelló un triple contra el reloj de la pizarra y anotó con sencillo de Jacoby”. “Maury Lerner empujó dos carreras con un doble el domingo en la noche para llevar a Boise a una victoria 7-5 sobre Pocatello en un juego de la Pioneer League”. Maury Lerner sencilleó, bateó doble, triple y jonrón y ganó el juego. Siempre pudo batear. Un prospecto espigado de Brookline, Mass., el estudiante de secundaria Lerner bateó .364 en su año final. El breve subtítulo debajo de su retrato en el anuario expresaba un propósito singular (“Baseball, 2, 3, 4”) y ese apodo singular: Pro. Eso fue supuestamente derivado desde haber sido llamado Little Professor al ser un niño precoz. Lerner decía haber tenido una niñez feliz, al pasar parte de su juventud en una vivienda dúplex de Verndale Street, a unas dos millas de Fenway Park. Pero el hijo de Maury, Glen Lerner, disputa esa afirmación sobre la felicidad de la niñez. El padre de Maury, dice Glen, nunca le dijo a Maury que lo amaba, nunca fue a sus juegos de beisbol. Tal vez esto explica las cosas, dice Glen. Tal vez. Lerner firmó con los Senadores de Washington a los 18 años y fue enviado a jugar a nivel de novatos en Erie, Pa. Bateó para un miserable .167 en 13 juegos y pasó los años siguientes en la milicia. Pero regresó en 1957 para unirse a la franquicia de los Bravos de Milwaukee en Boise, Idaho, donde despachó 158 imparables en 127 juegos y bateó para un impresionante .328 (“El segunda base Maury Lerner bateó el imparable decisivo, un doble entre el jardín central y el derecho”). Entonces, arriba en Yakima, Wash., bateó .348 (“La línea de Lerner se estrelló contra la cerca del jardín derecho”). Luego en la organización de los Piratas de Pittsburgh, bateó ,372 con los Tobs de Wilson en North Carolina. (“Lerner mandó una pelota sobre la pared recortada del jardín central”). La oficina principal de Pittsburgh estaba pendiente, en caso de que Bill Mazeroski o Dick Groat se lesionaran. Ese infielder del medio que emergía, ese muchacho Lerner, parecía respetuoso, competitivo, hasta erudito. Un real caballero, excepto cuando no lo era. Al jugar en Nicaragua durante la temporada invernal 1959-60, Lerner bateaba cerca de .400 y tenía un buen momento. Tan bueno, que su manager, el grandeliga Earl Torgeson, anunció que lo suspendería por violar la hora límite de presentarse al hotel y otras transgresiones. Pero entonces Torgeson y Lerner hicieron causa común contra algunos peloteros cubanos, luego que Lerner reclamó que le estaban lanzando mucho a la espalda. Torgeson se lio a puñetazos con un pelotero cubano y renunció. Lerner atacó a un pitcher y a un árbitro cubano pero siguió jugando. Y bateando. Frank Kostro, un futuro grandeliga conocido por ser bateador emergente, compitió contra Lerner ese invierno. “Yo bateaba bien por encima de .300”, dice él. “Pero ni siquiera estaba cerca del líder, quien era Maury Lerner. Lerner regresó a Estados Unidos con un título de bateo, la reputación de ser un buen compañero, y un cachorro de gato salvaje que escondió en una cesta, de acuerdo al libro “Memories of Winter Ball” de Lou Hernández. También pareció arrastrar un miedo autodestructivo por el éxito. La historia de la familia dice que él saboteó la oportunidad de subir con los Piratas después que Mazeroski se lesionó, es verdad, al menos, que Mazeroski, un futuro inquilino del Salón de la Fama se lesionó dos veces, entonces peleó con su manager. “Uno de sus lamentos más grandes”, dice Glen Lerner. “Cada vez que iba a ser promovido, hacía algo que lo desacreditaba. No sabía como explicarlo”. Deslizándose hacia el crímen. Maury Lerner, tuvo 24, 25, 26 años, llego a la mediana edad en las ligas menores. Un veterano que hacía 700 dólares por unos pocos meses del año. Un prospecto del pasado sin futuro. Él aun se las arreglaba para sobresalir, aunque, leyendo libros, observando su dieta y ejercitándose con pesas. Eso fue en una época cuando casi nadie en el beisbol se concentraba en el acondicionamiento físico, de acuerdo a Gene Michael, el antiguo campocorto y gerente general de los Yanquis quien jugó tres juegos con Lerner en los Pirates de Savannah, en Georgia, en 1960. Aunque los dos peloteros solo coincidieron brevemente hace más de medio siglo, uno en ascenso, el otro en descenso, Michael nunca olvidó a Lerner, buen guante y gran bateador de líneas quien solía batear la pelota contra el suelo para vencer el tiro a primera. Una noche en la cena, Lerner disertó sobre la estrategia y el entrenamiento del beisbol de una manera que el joven y poco experimentado Michael no había oído nunca antes. “Él estaba muy adelantado respecto a nosotros”, dice Michael. “Muy adelantado”. Pro Lerner miraba hacia adelante. Para el verano de 1961, el pelotero profesional también estaba buscando una vida en el crímen. Para ese momento él jugaba con los Peaches de Macon, una colección de peloteros que pudieron haber sido y nunca fueron. Un veterano que se había ponchado en sus tres turnos al bate en las mayores. Otro había jugado 16 años en las menores, fue llamado para un juego arriba, y ni siquiera llegó a tomar un turno al bate. “Un equipo bastardo”, dice Tony Bartirome, uno de sus peloteros. “Todos de capa caída”. Incluyendo a su buen bate infielder del medio. Bartirome recuerda que Lerner era de tan buenas manera que “él era casi como un cura”. Y otra cosa. Ocasionalmente abandonaba el equipo para atender algunos asuntos personales. Esos asuntos personales podrían haber incluido el arresto de Lerner ese verano por el atraco a mano armada de una mueblería en Boston. Despues fue sentenciado a tres años de prueba. Lerner fue arrestado de nuevo pocos meses después, por cargo de conspirar por cometer robo portar arma de fuego sin permiso. De acuerdo a los registros de la policía de Brookline, los policías sorprendieron a Lerner y su ex compañero en medio de un robo a un conocido. Interrogado por la policía, Lerner mintió repetidamente. Y mientras eventualmente pasó la prueba, el joven pelotero dejó una impresión desfavorable. “Sé que la policía de Brookline no le tenía buena intención”, dice Glen Lerner. “Un judío problemático nunca será bien visto por una fuerza policial irlandesa”. Maury Lerner mantuvo un poco más sus sueños de beisbol. Pasó parte de la temporada de 1962 con los Capitals de Raleigh, de la organización de los Senadores, bateó .308 con ocho jonrones, el tope de su carrera profesional (“Un jonrón de dos carreras del primera base Maury Lerner en el octavo inning ganó el juego”). Un compañero de equipo John Kennedy, futuro grandeliga, no ha olvidado los sonidos de obsesión que emanaban del hogar de Lerner en Raleigh, los latigazos de un bateador enfocado en golpear un neumático con un bate. Tum, tum, tum. “Solo le preocupaba batear, batear, batear”, dice Kennedy. Una vez Lerner subió a un mendigo quien solía merodear por el estadio Deveraux Meadow, al bus del equipo. Escondió al hombre del manager, y le dio suficiente cerveza a lo largo del viaje por carretera. Un acto de bondad, dice Kennedy. “Hasta donde sé, él era un gran tipo”. Un gran tipo quien también pasaba cheques sin fondo en Tennessee, robaba un televisor de un hotel cercano a Fenway Park y estafaba a algunos universitarios en juegos de pool. Los scouts de beisbol solían escrutar cada movimiento de Lerner. Ahora los agentes de FBI eran quienes lo observaban. Un Rastro de Violencia Para ese momento, Lerner andaba con los reconocidos criminales de Nueva Inglaterra, John Kelley, también conocido como Red, y George Agisotelis, también conocido como Billy. Esos dos fueron sospechosos principales en el notorio y aun irresuelto robo del camión de correo en Plymouth, Mass., en 1962, en el cual hombres vestidos como oficiales de policía manejaron un camión del servicio postal y se escaparon con el entonces botín record de 1.5 millones de dólares en efectivo. Pero él aún jugaba beisbol, manteniéndose con el equipo afiliado de los Senadores en Pennsylvania con el exquisito nombre de los White Roses de York. Bateó solo .250 en solo 28 juegos, las razones de su truncada temporada de 1963 no están claras, excepto por un documento interno del FBI de aquella época: Joseph McKenney, Director de Publicidad, de la Liga Americana de beisbol, y Joseph Cronin, Presidente de la Liga Americana, luego de revisar los registros, determinaron que Maurice Lerner está actualmente en la lista de suspendidos del equipo de beisbol de York, Pennsylvania, sujeto a moverse a una clasificación superior de infracción. Cronin declaró que estar en la lista de suspendidos indica o que Lerner no se reportó al equipo de York o fue suspendido mientras estaba ahí por alguna infracción de las regulaciones de entrenamiento del equipo. No hubo anuncio formal, ni reporte noticioso. Pero Pro Lerner había renunciado al beisbol para concentrarse en una nueva carrera. El nombre que una vez apareció en las páginas de los scouts y los periódicos de los pueblos pequeños ahora frecuentaba en los reportes policiales de inteligencia. Maurice Lerner, alias Pro, alias Reno. Recien casado con Arrene Siegel. Sospechoso de robos en el Boston Five Cent Savings Bank y el Suburban National Bank. Socio de los conocidos criminales Kelley y Agisotelis. Antiguo beisbolista profesional. Considerado armado y peligroso, con pistola o bate, así parece. Parte de la creciente reputación de Lerner venía de cómo Pro una vez aplicó sus destrezas de bateo a su nueva profesión al tocar el timbre de una casa y partirle la cabeza al hombre quien contestó. La historia contada a menudo puede ser apócrifa, pero los rumores de la inclinación de Lerner por la violencia janía llegado a kla oficina principal de la familia criminal Patriarca, los Medias Rojas de Boston del mundo subterráneo. Y él fue reclutado. Cuando algunos hombres tomaron la decisión de robar una operación de negocios ligada al mafioso, fue Lerner junto a Kelley, quien fue enviado a solucionar las cosas. Cuando ciertas personas desaparecieron o dejaron de respirar, Lerner a menudo parecía ser, parte de la conversación postmortem. En enero de 1965, el cuerpo de un pandillero inconsecuente llamado Robert Rasmussen, fue encontrado en Wilmington, Mass., con una bala calibre .36 alojada en la perte trasera de su cabeza. Un informante, luego expresó que Rasmussen había tratado de extorsionar a Kelley, por lo que fue direccionado hacia el apartamento de Lerner con la promesa de un arreglo jugoso, solo para terminar muerto en un banco de nieve, usando poco más que una bufanda. Entonces estaba Tommy Richards, otro miembro del grupo de Kelley, quien desapareció antes del juicio de 1967 por el robo del correo de Plymouth. El reconocido abogado F. Lee Bailey, quien representaba a Kelley, recuerda que cuando preguntó por el paradero de Richards, le dijeron, “Bien, Tommy no estará con nosotros”. Richards tenía una excusa decente, estaba muerto. Otro socio de Kelley le dijo después a Bailey que estaba presente cuando Lerner le disparó en la cabeza a Richards, justo después que el hombro imploró por su vida, diciendo, “Nunca hice nada por hacerle daño a ustedes”. No se trataba de lo que Richards había hecho, sino de lo que podía hacer. Kelley no creía que su amigo se mantendría callado en el estrado, así, que se tendría que ir. Kelley y otros agresores fueron declarados no culpables en el caso de Plymouth, y la desaparición de Richards permanece irresuelta. Descifrando el mundo subterráneo. “No vi nada, no oí nada”, dijo el dueño de una tienda pequeña cercana a Pannone’s Market. El sábado claro y frío del 20 de abril de 1968, un par de pistoleros enmascarados habían dejado dos cuerpos sin vida sobre el piso del mercado. El Buick en el cual escaparon, luego fue recuperado, con una carabina M1 recortada, dos pistolas recortadas y dos pistolas calibre .38, dentro. “¿Quieres información?” le dijo alguien a un inquisitivo reportero del Providence Journal. “Llama al 411”. Pasaron meses sin pistas sólidas, aunque se sabía de la participación de Patriarca, el jefe criminal de Nueva Inglaterra. Nada se hacía en Providencia sin el consentimiento de “el viejo”, quien se sentaba fuera de su pequeño negocio de venta de monedas en Federal Hill, preparando su tabaco mientras veía a los policías observándolo. “Él era uno de los jefes criminales más poderosos del país”, dijo Thomas Verdi, jefe de policía de Providence y antíguo comandante de la unidad del crimen organizado en del departamento. “Era reverenciado y temido por todos”. Pero en 1969, la operatividad de Patriarca sufrió un golpe crítico cuando uno de sus socios se convirtió en informante. Desafortunadamente para Pro Lerner, el canario fue su amigo y mentor, Red Kelley. Un robo reciente en Brink de medio millón de dólares había sido muy sospechoso para ser considerado como un trabajo interno, eso llevó a los investigadores a interrogar a un empleado de Brink quien rápidamente nombró a sus cómplices. Entre ellos estaba Kelley, quien pronto indicó su deseo de intercambiar información a cambio de custodia protectora. Kelley le dijo a los investigadores federales que Lerner, el pistolero principal, era brillante, corajudo y homicida: el hombre más peligroso que había conocido en sus 25 años en el bajo mundo. Kelley siguió hablando. Acerca de cómo un teniente de Patriarca, Luigi Manocchio había reclutado a Lerner por su violencia controlada, y como Lerner había reclutado a Kelley por su meticulosidad en los planes de escape. Como seguían los movimientos diarios de sus víctimas, el negociante, Rudy Marfeo y su guardaespaldas, Anthony Melei. Como Manocchio después les estrechó las manos luego de haber hecho bien el trabajo y les transmitió el mensaje de que “George”, código de Patriarca, estaba complacido. Los agentes del FBI arrestaron a Lerner una mañana en el apartamento que compartía con su esposa y dos hijos pequeños. Mientras Lerner se vestía, un agente notó e estuche marrón de una pistola. Cuando los oficiales legales regresaron horas después con una orden de cateo, descubrieron su contenido, una pistola pump-action y otra calibre .45. Mientras la esposa de Lerner se deprimía y subíó arriba, ellos bajaron al sótano donde encontraron un espacio para disparar. La silueta de un blanco había sido dibujada en una pared a prueba de bales, y había esquirlas de plomo dispersas en el piso. Parecía que dispararle a hombres imaginarios, había reemplazado a batear pelotas imaginarias. Tum, tum, tum. El arresto de Lerner permitió que otros se relajaran. De acuerdo a los registros del FBI, otro informante federal, Richard Chicofsky, le dijo a sus manejadores que “ese bastardo de Lerner recibió lo que merecía”. Cuando le preguntaron que quiso decir con eso, replicó que Lerner era un matón sádico que disfrutaba viendo a las personas desangrarse. Contó de la vez cuando Lerner le alardeó de cómo había matado a Billie Aggie (Agisotelis) con una .45 mientras él y Aggie tenían una conversación casual en un automóvil. “Chicofsky declaró después que se sentía mucho mejor ahora que Lerner no estaba en la calle porque cuando estaba, siempre temía que Lerner decidiera lincharlo”. Las audiencias y el juicio de los asesinatos Marfeo-Melei incluyeron los usuales teatros del crimen. Un acusado gritó a un fiscal (“Te agarraré, bastardo. Te veré llorar antes que esto termine”), golpeó una puerta de madera y se rompió la mano. Una testigo de la fiscalía desapareció por un día, luego reapareció con un cuento de haber sido llevada a un lugar secreto donde le pidieron que testificara contra todos excepto Patriarca y Lerner, mientras la testigo salía del estrado, un familiar del acusado la amenazó de muerte. Era Lerner, un judío de Brookline, no un italiano de Providence, quien buscaba alivio con las visitas regulares a prisión de un rabí de Boston. Despues de tres días de deliberaciones en marzo de 1970, un jurado de Providence sentenció a Lerner, Patriarca y otros tres por conspirar, mientras Lerner también fue sentenciado por asesinato. El hombre con un promedio de bateo vitalicio de .308 recibía dos cadenas perpetuas. Tenía 34 años de edad. El antíguo beisbolista notificó que no quería más visitas del rabi. John Kennedy y Gene Michael. Ed Brinkman y Bernie Allen. Rich Collins y Donn Clendenon. Tany Perez y Rusty Staub y Steve Blass y Rico Petrocelli y Tommie Agee y Cesar Tovar y Roy White y Mel Stottlemyer. Todos esos antíguos compañeros de equipo y rivales aun jugaban y hasta destacaban en Grandes Ligas. ¿Y donde estaba Maury Lerner, el prospecto absesionado con el bateo quien una vez se sentó al lado de ellos en los dugouts, los acompañó en aquellos largos viajes en autobús y compartió pequeñas charlas alrededor de segunda base? Ocupando una celda de primer piso en una infame esquina en el Rhode Island’s Adult Correctional Institution. “Uno de esos debió haber sido”, dice su hijo. “Una tragedia estadounidense, cuando piensas en eso”. Un recluso modelo. Al enfrentar la vida tras las barras, Lerner pudo fácilmente haberse asimilado a la cultura dura del ala, norte de la prisión, un area reservada para reclusos de nombres resonantes que era controlada por Gerard Ouimette, un pandillero vicioso e impredecible relacionado con la familia Patriarca. La reglas eran tan vagas, y Ouimette tan poderoso, que los reclusos no podían hacer otra cosa que irse. “Recuerdo entrar en la prisión una vez para trabajar en un caso, y en una oficina estaban esos grandes contenedores de comida llenos de filetes de res y colas de langosta”, recuerda Vincent Vespia, un antíguo detective de la policía del estado. “Así que pregunté: “¿Para qué es todo esto?” La respuesta: “Ouimette tiene una fiesta”. Pero antes que unirse, Lerner se alejó, capitalizando la poco común deferencia que se había ganado al mantenerse callado acerca de Patriarca. Era después de todo un pro. Un lector incansable, Lerner tenía el segundo coeficiente intelectual de la prisión, y estaba orgulloso de aprender a diario una palabra nueva para su vocabulario. Fanático e estar en forma, desde el principio abogó por los beneficios para la salud de los vegetales crudos. Y cada vez que llegaba un oficial de cumplimiento de la ley para provocarlo, él se mantenía callado. “Un tipo disciplinado, el más frio y duro de allí”, dice Brian Andrews, un antíguo comandante de detectives de la policía del estado de Rhode Island. “Y Pro no hablaba. A veces te miraba y ni siquiera contestaba”. Lerner “se plegaba estrictamente a las reglas de la institución”, dice un registro de la prisión. Cuando reventaba una pelea él se refugiaba en su celda, cumplía sus asignaciones de tareas, asumió múltiples períodos de inactividad sin incidentes y fue capaz de manejar un despido de un trabajo en un terreno cercano. Un recluso modelo. En 1980, Lerner fue al rescate de un oficial del correccional quien estaba siendo ahorcado con una cuerda por otro recluso. Él contuvo al recluso y escoltó al oficial herido a la enfermería. Eso generó una nota de recomendación en el archivo de Lerner, alabándolo por una “acción heroíca” que no sería olvidada. Gerald Tillinghast pasó mucho tiempo con Lerner en prisión. Ahora tiene 70 años y en libertad bajo fianza, Tillinghast fue una figura temida en el bajo mundo de Rhode Island, las razones de eso se aclararon durante una conversación de desayuno. Sobre la escena de un plata de huevos revueltos con salsa de tomate, Tillinghast recuerda la carnicería que tuvo una vez con un informante federal: “Me le acerco por detrás, lo rodeo y le digo ¿Qué estás haciendo? Él dijo que eso no era de mi incumbencia. Bum. Lo tumbé de un puñetazo, lo tiré por las escaleras y ah, lo herí con un punzón de hielo un par de veces”. Él dice que Lerner, a quien él respetaba, era un tipo de prisionero distinto a la mayoría. “Deje a un lado el crimen organizado, o cualquier tipo de crímen”, dice Tillinghast. “Si quería conocerlo, nunca había que hablarle de eso. Nunca. ¿Cuando llegaba a conocerlo? Era muy carismático, si usted le caía bien. Muy rara vez lo veía reir”. Todo el tiempo, Lerner siguió siendo un hombre de familia; esto es, de su familia. Cuando las apelaciones para revertir su sentencia parecieron llegar a un punto muerto, Lerner mudó a su esposa Arrene, y sus dos hijos pequeños, Glen y Jenni, a una casa pequeña cercana a la prisión. “Nunca conocí a una mujer más leal en mi vida”, dice Tillinghast de Arrene. Y cuando Pro llegaba al salón de visitas, dice él, “los niños corrían hacia él”. Glen, quién fue criado en la creencia de que su padre era víctima de un fraude, dice que pasó más tiempo con él que la mayoría de los niños tienen con sus padres libres. “Lo veía cinco veces a la semana, dos horas diarias, a través de una mesa en la sala de visitas”, dice él. Aún así, eso no fue fácil para los hijos de Lerner. Glen dice que a menudo se liaba a golpes con otros niños quienes se burlaban de él porque su padre pagaba cadena perpetua por un doble homicidio. Además, su padre podía ser controlador, “Tienes que hacer esto, tienes que hacer lo otro”, en parte porque él había perdido control de su vida, y en parte porque quería alejar a sus hijos de esa vida. Pero Glen dice con admiración que la normalidad doméstica de alguna manera se estableció en una situación profundamente anormal. “Mis padres hicieron un gran trabajo para sobreponerse a ese estigma”, dice él, y para aclararle a otros que “no somos lo que piensas”. Su padre instaló una pared de concreto en el patio para que Glen pudiera practicar futbol, y aprendiera todo lo que pudiera de un juego que él nunca jugó y por tanto no podía aconsejar a su hijo. Cuando el tiempo libre le permitía alguna libertad, él iba a los juegos de futbol de su hijo en la escuela secundaria, y animaba a Glen. “Nos dio todas alas oportunidades para triunfar”, dice Glen. “Todos me decían siempre, ‘Me gustaría tener un papá como el tuyo’”. Glen agregó: “Nunca lo cambiaría por cualquiera como mi padre”. Encontrando la libertad. Maury Lerner vio pasar el tiempo: 1975, 1980, 1985. A través de ese período, él encontró distracción, y tal vez hasta sustento, en su antígua profesión como beisbolista. Cuando supo que un consultor de la prisión, Joseph Filipkowski, era el padre de un prometedor jugador de pequeñas ligas, se ofreció para trabajar en la mecánica del muchacho. En un campo de juego de la prisión, un recluso vestido de caqui, le lanzaba pelotas Wiffle a un niño de 12 años de edad. El niño lo está haciendo bien, reportó el exbeisbolista encarcelado. Lerner también se convirtió en el exigente entrenador de un competitivo equipo de softbol que se nutría de todos los que llegaban, oficiales correctivos, jugadores de futbol americano profesional, cualquiera dispuesto jugar ante un oponente quien siempre tendría la ventaja de la localía. Los jugadores más jóvenes lo escuchaban, dice Tillinghast, porque le temían. “Él quería perfección”, dice Tillinghast, agregando, “Dios te salve por perder un juego, ¿sabes lo que quiero decir?” En algunas maneras, Lerner todavía se consideraba parte de la familia del beisbol profesional. Una vez contactó a un antíguo manager de ligas menores suyo para decirle que tenía a un buen prospecto en el equipo de softbol de la prisión: Este muchacho lo podía hacer todo. El antíguo manager, para entonces ejecutivo de los Piratas, envió un scout para observar al recluso en un entrenamiento. El jugador resultó excepcionalmente bueno, en softbol. De acuerdo a Tillinghast, la interacción de Lerner con sus peloteros terminaba en el terreno de juego. Podía decir hola a un compañero en el terreno, pero rara vez tenía una conversación seria. “Él solo quería aprovechar el tiempo”, dice Tillinghast, al limpiar sus dientes con un palillo. “Hacía su trabajo sin importar el volumen. Nunca se quejaba”. Y luego de 18 años en prisión, Pro Lerner finalmente ganó. Su antiguo mentor, Red Kelley, estaba reconociendo que había alterado su testimonio durante el juicio de asesinato en 1970. No lo malinterpreten. Las cosas ocurrieron como las había descrito, excepto por unos detalles, incluyendo esa parte acerca de cómo se había reunido con Patriarca para discutir los planes para el golpe Marfeo-Melei. Admitió que eso nunca ocurrió. Un agente corrupto del FBI, quien luego moriría en prisión mientras esperaba juicio por cargos de homicidio, lo había puesto en evidencia. Este asunto del perjurio finalmente persuadió a la Corte Suprema de Rhode Island de revertir la sentencia por homicidio de Lerner. Así que, pocos días antes de la Navidad de 1988, el viejo pelotero y sedicioso fue declarado incompetente a los cargos de asesinato y conspiración, recibió crédito por el tiempo en prisión, y salió hacia el ambiente frío de Providence. Tenía 53 años. Lerner y su esposa salieron rápidamente de Rhode Island para california y luego a Las Vegas, como para alejarse todo lo posible del pasado. Patriarca estaba muerto y ahora también lo estaba una parte de Lerner. Él no tenía deseo de reconectarse con sus antíguos cómplices, ni interés en ser compensado por mantener su boca cerrada. Sólo quería dejar atrás todo eso. “Él se alejó de cualquier cosa que le recordara esa vida”, dice Glen, su hijo. Para ese momento, sus hijos habían asistido a Duke University, y su hijo, el futbolista estrella, había jugado con el equipo campeón nacional de Duke en 1986 y había ido a la escuela de leyes de Tulane. Una foto de Glen en la graduación de la escuela de leyes muestra a sus sonrientes padres abrazados, su padre lleva un sweater a rayas, y mira hacia abajo. Una imagen agridulce. Pocos años después, Arrene, la esposa leal quien hanía mantenido unida la familia, fallecía de cáncer a la edad de 56 años. Su esposo estaba devastado. Lerner nunca se volvió a casar. Siguió viviendo en Las Vegas, donde ayudaba en el bufete personal de su hijo, y tenía algo de acción en un local de apuestas deportivas. A veces llevaba a su nieta pequeña a pasear por Sin City, tarareando canciones de Sinatra y Ella. De vez en cuando, Glen Lerner trataba de llevar a su padre a una discusión acerca de su pasado; más específicamente, cómo liberarse del pasado. “¿Por qué no te puedes perdonar?” le preguntaba el hijo a un padre quien fue famoso por atacar a otros, y parecía que a el mismo. Aun ahora, no hablaba. “Yo podia mirar su cara, y podía notar el lamento”, dice Glen, agregando: “Puede haber sido cosas que hizo que él no quiso hacer”. El antíguo atleta quien una vez se desplazara graciosamente desde la caja de bateo, bate en mano, y desde un sedan, pistola en mano, no pudo burlar al tiempo. Hace pocos años, se le instaló la demencia. Se cayó y se fracturó la cadera. Cuando llegó la muerte en 2013, a los 77 años, dejó un hijo, una hija, nietos y muchas preguntas. “Esto es una historia detectivesca”, dice Glen. “Sabes quien lo hizo pero ¿por qué? Tal vez Lerner había gravitado hacia la figura del padre quien lo había encauzado por el camino equivocado, dice su hijo. Tal vez el buscaba a alguien a quien seguir. “Él fue muy dulce al final”, dice Glen. “Perdió mucho de su agresividad”. Pero Maury Lerner nunca perdió su sentido de pertenencia a la fraternidad del beisbol profesional. Entre sus miembros, él era conocido como un compañero de equipo leal quien podía batear muy bien. Un verdadero profesional. En los años posteriores a la prisión, Lerner empezó a llamar a antíguos compañeros y contrincantes alrededor del país, personas que ahora están en sus 70 u 80, quienes lo conocían desde antes. Él disfrutó recordar los viejos días, los momentos que pasó en los pueros beisboleros: Erie y Boise, Macon y Raleigh, Yakima y Managua. “Él me llamó”, recuerda el antíguo grandeliga Frank Kostro. “Y le dije, ‘Maury, ¿donde has estado?’” Lerner se explicó lo mejor que pudo. Traducción: Alfonso L. Tusa C.

viernes, 25 de noviembre de 2016

Ralph Branca, Quien recibió el “batazo que se oyó alrededor del mundo”, fallece a los 90 años.

Richard Goldstein. The New York Times. 23-11-2016. Ralph Branca el pitcher quien tuvo tres temporadas seguidas como integrante del equipo todos estrellas con los Dodgers de Brooklyn pero a quien no se le permitió olvidar un lanzamiento que los aplastó, falleció temprano este miércoles 23 de noviembre en Rye Brook, N.Y. La imperdonable ofensa de Branca (al menos para los fanáticos de los Dodgers) ocurrió la tarde del 3 de octubre de 1951, cuando, en un juego final con los Gigantes de Nueva York para dilucidar el campeonato de la Liga Nacional, él hizo un envío ante el cual Bobby Thomson descargó el electrizante (al menos para los fanáticos de los Gigantes) jonrón ganador del banderín, el “batazo que se oyó alrededor del mundo”, probablemente el más memorable de la historia del beisbol. Los Dodgers habían estado en el primer lugar con ventaja de 13.5 juegos a mediados de agosto, pero los Gigantes habían remontado para empatar el liderato en el fin de semana final de la temporada. “Un tipo comete asesinato y es perdonado 20 años después”, dijo una vez Branca en un juego de viejas glorias. “Yo nunca fui perdonado”. Su hija Patti Barnes dijo que él fue declarado muerto poco despues de la medianoche en un centro de rehabilitación cercano a su hogar. En los anales del beisbol el jonrón de Thomson ha sido preservado en ámbar. Est{a al lado de la despedida de Lou Gehrig en Yankee Stadium, el juego perfecto de Don Larsen en la Serie Mundial y “la Atrapada” espectacular de Willie Mays de espaldas al plato, corriendo hacia la zona de seguridad durante un juego de Serie Mundial en Polo Grounds, tres años después del “batazo” de Thomson. Ese batazo también fue inmortalizado en la literatura estadounidense por Don DeLillo, quien inició su novela de 1997, “Underworld”, con una recreación lírica de ese miércoles en Coogan’s Bluff, la cual se hace eco de la incrédula narración del locutor radial Russ Hodges mientras la pelota viaja hacia la cerca y pasa sobre el jardinero izquierdo de los Dodgers Andy Pafko, para terminar, en medio de un pandemonio, con la eufórica y repetida declaración, “¡Los Gigantes ganan el banderín!” “Pafko llega hasta la pared”, escribió DeLillo. “Entonces miró hacia arriba. La gente piensa donde está la pelota. El instante fugaz, la fracción de segundo que dura un suspiro. Y Cotter se para en la sección 35 y mira a la pelota venir hacia él. Él siente que su cuerpo se mueve para fumar. Pierde la visión de la pelota cuando esta sube por encima del techo y él piensa que aterrizará en el primer piso. Pero antes que pueda sonreir o gritar o golpear a su vecina en el antebrazo. Ante que el momento lo pueda impactar, la pelota aparece de nuevo, se puede diferenciar las costuras en la rotación, así de cerca se estrelló, golpeando un pilar y rebotando por todas partes. “Russ siente la multitud a su alrededor, un temblor avanza a través de la tribuna, y entonces grita en el micrófono y hay un estallido de color y movimiento, un choque que ocurre hacia arriba y a todo lo ancho del estadio, manos y rostros y camisas, bandas de hombres saltando, y él está gritando, su voz tiene un poder que él pensaba había perdido hacía tiempo, esta puede levantar el tope de su cabeza como un cohete de cartón. “Él dice, ‘Los Gigantes ganan el banderín’”. En cuanto al desafortunado pitcher, DeLillo escribió: “Branca se voltea y toma la bolsa de la pezrrubia y la bataquea, ahora se dirige al clubhouse, sus hombros están inclinados, empieza el largo y tortuoso camino. Caen papeles por todos lados”. Branca, un derecho quien había Ganado 13 juegos en la temporada regular, había inciado y perdido el primer juego de la serie de playoff a tres encuentros, recibió cuadrangulares de Thomson y Monte Irvin en la victoria de los Gigantes 3-1 en Ebbets Field. Pero los Dodgers ganaron el juego siguiente en casa de los Gigantes, el Polo Grounds en Upper Manhattan, lo cual sirvió la escena para el emotivo desafío. Los Dodgers llegaron ganando 4-1 al cierre del noveno inning con su pitcher abridor Don Newcombe, quién seguía en el montículo. Entonces los Gigantes atacaron, anotaron una carrera y pusieron hombres en segunda y tercera con un solo out. Thomson, quien había bateado 31 jonrones esa temporada, venía a batear. El manager de los Dodgers, Charlie Dressen, telefoneó a su bullpen, donde el coach, Clyde Sukeforth, observaba calentar a Branca y a Carl Erskine, otro de los piotchers estelares del equipo. Dressen preguntó quien estaba listo. Erskine solo había lanzado una curva, le dijo Sukeforth al manager. Dressen pidió a Branca. Branca lanzó una recta, y Thomson aguantó un strike. Branca, lanzó una segunda recta, esta alta y quizás algo adentro. La pelota saltó del bate de Thomson en línea hacia la pared verde de cinco metros de altura del jardín izquierdo. “Baja, baja, baja”, dijo Branca en su mente. Hodges, el locutor de los Gigantes, hizo la narración: “Es un batazo largo…creo que se va… ¡los Gigantes ganan el banderín! ¡Los Gigantes ganan el banderín! ¡Los Gigantes ganan el banderín! ¡Los Gigantes ganan el banderín! Thomson había despachado un jonrón de tres carreras para darle a los Gigantes una victoria” 5-4, y coronar una carrera por el banderín conocida como “el milagro de Coogan’s Bluff” para darles el boleto a la Serie Mundial contra los Yanquis. (En esa serie, los Yanquis ahogaron las esperanzas de título de los Gigantes en seis juegos). Luego de la derrota, Branca se sentó en los escalones de madera del clubhouse, con la cabeza gacha y los hombros encogidos. En el estacionamiento de Polo Grounds, su prometida, Ann Mulvey, la hija de James y Dearie Mulvey, dueños parciales de los Dodgers, había estado esperando por él. Estaba acompañada de su sobrino, el reverendo Pat Rowley, un cura jesuita. Cuando Branca salió, le preguntó al padre Rowley, “¿Por qué yo?” El padre le respondió, “Ralph, Dios te escogió porque que sabía que eras lo suficientemente fuerte para cargar esa cruz”. Branca asumió esa carga sin quejarse aun después de saber pocos años después que los peloteros de los Gigantes habían estado robándose las señas de los pitcheos buena parte de la temporada de 1951 mediante un esquema en el cual los Gigantes usaban un telescopio desde el clubhouse de Polo Grounds. Los detalles del robo de señas fueron revelados públicamente por Joshua Prager en The Wall Street Journal en 2001 y en su libro “The Echoing Green” de 2006. Thomson, quién falleció a los 86 años de edad en agosto de 2010, siempre mantuvo que él no fue informado de que Branca lanzaría una recta en lo que se convirtió en el pitcheo del dramático jonrón. Pero Branca estaba convencido de lo contrario. “Cuando te robas las señas todo el año, y cuando tienes la oportunidad de conectar un batazo largo o un jonrón, ¿ignorarías esas señas? Dijo Branca en una entrevista semanas antes de la muerte de Thomson. “Él sabía lo que yo iba a lanzar. Seguro”. Ralph Theodore Joseph Branca nació el 6 de enero de 1926, en Mount Vernon, N.Y., fue el décimoquinto de 17 hijos de John Branca, un conductor de tranvía, y su esposa, Katherine. Despues de pitchear en su primer año en la New York University en la primavera de 1944, debutó con los Dodgers en junio. De contextura espigada, con una recta resaltante, Branca brilló en 1947 cuando tuvo marca de 21-12. Tuvo marcas de 14-9 y 13-5 las siguientes temporadas, lo cual lo llevó al equipo de estrellas esos tres años. Luego de una temporada negativa en 1950, él rebotó para agenciar marca de 13-10, hasta esa serie de playoff con los Gigantes. Branca tuvo más infortunio en el entrenamiento primaveral de los Dodgers en 1952. Una silla donde estaba sentado sobre la punta de las patas traseras, se resbaló en un piso recién pulido y se cayó de espaldas sobre una botella de refresco. Se golpeó la espalda, la pelvis y eso afectó el movimiento de sus piernas. Nunca recuperó su forma, solo ganó 12 juegos más con los Dodgers, los Tigres de Detroit, Yanquis y Dodgers de nuevo, terminó su carrera en 1956 con marca de 88-68. Branca rechazó las especulaciones de que el jonrón de Thomson había afectado su psique. “Ellos decían que el jonrón de Bobby era un trauma que yo no podía superar”, le dijo a Sports Illustrated 40 años después. “Eso es ridículo. Si practicas deportes, sabes que vas a perder algunos juegos”. Despues de retirarse del beisbol, Branca se convirtió en agente de seguros y fue presidente del Baseball Alumni Team, el cual provee ayuda financiera a los beisbolistas necesitados. Branca y sus 16 hermanos y hermanas fueron criados católicos. Pero en 2011, Prager, el autor del libro sobre el jonrón de Thomson, le dijo a Branca que una investigación genealógica había determinado que su madre, quién llegó a Estados Unidos desde Hungría a los 16 años de edad, nació judía, que su nombre de pila era Kati Berger, y que dos de sus hermanos habían fallecido en campos de concentración. De acuerdo a la ley judía tradicional, Branca y sus hermanos eran judíos. “Tal vez por eso Dios estaba molesto conmigo, porque no practicaba la religión de mi madre”, Prager citó a Branca diciendo con una sonrisa que quizás había encontrado una nueva reflexión sobre su destino en el beisbol. “Él me hizo lanzar ese envío de jonrón. Me hizo lesionarme el año siguiente”. Antes de entrar al hogar de cuidados, Branca vivía en el Westchester Country Club de Rye, NY. Además de su hija Patti, le sobrevive su esposa Ann; otra hija, Mary Ellen Valentine; y tres nietos. Ms. Valentine está casada con Bobby Valentine, el antiguo pelotero y manager quien se hizo comentarista y ahora es director de deportes en Sacred Heart University en Fairfield, Conn. De sus 16 hermanos, Branca era el último sobreviviente. A través de los años, Branca apareció con Thomson en juegos de viejas glorias, cenas de beisbol y cruceros. Ellos lograron una porción de sus ganancias de sus apariciones conjuntas para caridad y se hicieron amigos. Y Branca se resignó a ser conocido como un chivo expiatorio clásico de la historia del beisbol. “Nadie recuerda que gané 21 juegos a los 21 años”, dijo él una vez. “Nadie recuerda que a los 25 años, yo tenía 75 triunfos. Todo lo que recuerdan es el jonrón”. Traducción: Alfonso L. Tusa C.

martes, 8 de noviembre de 2016

Como el amor inspira a la voz de los Dodgers a levantarse en canción.

Richard Sandomir. The New York Times. 01-10-2016. Por años, cada vez que le preguntaban a Vin Scully si regresaría para otra temporada como la voz de los Dodgers de Los Angeles, él respondía que necesitaba la bendición de su esposa, Sandi. Así lo hizo en 2008, antes de regresar para su sexagésima temporada. Y de nuevo fue decisión de Sandi en 2013, como en 2014 y 2015. Cada vez, dijo él, primero consultó con Sandi, o Mrs. Scully, como siempre la ha llamado en público. Ella siempre aceptaba. “Ella es tan desinteresada que probablemente dirá, ‘Cualquier cosa que sientas que debes hacer la haremos’, y entonces regresábamos al cuadrante 1”, dijo él en 2008. Pero después del juego del domingo 02 de octubre contra los Gigantes de San Francisco, Scully se retirará luego de 67 temporadas, desde los días de los Dodgers de Brooklyn. Esa es una decisión que Mrs. Scully dijo que siempre tomó él, no ella. Pero las personas que conocen la pareja dicen que él no habría regresado a la cabina de transmisión todas esas veces si ella hubiese estado contra eso. “Él me dio mucho poder en la prensa”, dijo ella en una entrevista telefónica este lunes, después de un fin de semana lleno de homenajes como el llamó sus juegos finales en Dodger Stadium. “¿Cómo puede alguien decir si debe o no hacer lo que ama?” Mrs. Scully, 71, es una asídua a Dodger Stadium, se sienta detrás de él en la cabina. En casa, ellos ven los juegos de los Dodgers en las giras por televisión. Pero, ella admitió, “A veces, cambiamos de canal”. A través de la mayor parte de su carrera, ella ha sido el padre presente en casa, para ayudar a levantar a sus hijos, y sirvió como directora de una iniciativa de caridad, Share Inc., la cual ayuda a niños víctimas del abuso y discapacitados en su desarrollo. Aún así, aunque ella casi siempre ha permanecido fuera de la luz pública, amigos de la pareja dijeron que ella ha sido una fuerza poderosa en las decisiones grandes y pequeñas de la vida de su esposo. Dennis Gilbert, un amigo quién es un antíguo agente, dijo que ella había considerado todo desde que comer hasta cuando alejarse. “Él nunca toma ninguna decisión sin ella”, dijo él. “Su mundo gira alrededor de ella y el de ella alrededor de él”. Mrs. Scully, sin embargo, insiste que fue decisión de su esposo alejarse del micrófono. “Él va a cumplir 89 años en noviembre”, dijo ella. “Sus hijos están en sus cuarentas y cincuentas. Hay un tiempo para estar con ellos. Él llegó a la conclusión de que ha hecho lo que debe hacer”. Como parte de las despedidas de Dodger Stadium, ella lo acompañó al terreno el 23 de septiembre para una ceremonia que incluyó al otro Sandy de su vida, Koufax. Y el domingo pasado, ellos se abrazaron y besaron mientras su interpretación de “Wind Beneath My Wings”, una grabación que él hizo para ella una navidad en una máquina de karaoke, sonaba en el sistema de sonido del estadio. “Sé que es una interpretación aficionada”, le dijo a los fanáticos mientras presentaba la canción. “¿Les molestaría escucharla?” Mientras Sandi Scully escuchaba la canción escurrirse entre los fanáticos y los peloteros, recordó, “Quería llorar. Era verdadero desde su corazón, primero para mí, y luego para todos ellos”. Los Scully asistieron a la misa esa mañana en Dodger Stadium. “Me senté y le recé a Dios, diciendo, ‘Dios, este es el último juego, no puedes dejarlo ir con una derrota, no puedes dejar que eso ocurra’”, dijo ella. Con dos outs en el cierre del décimo inning, los Rockies y los Dodgers estaban empatados a 3 y el segunda base de los Dodgers, Charlie Culberson fue a batear. “Dios, ¿por qué trajiste a alguien que no conozco?” recordó ella decir acerca de Culberson, un pelotero llamado a finales de temporada. Pero él bateó el jonrón para ganar el juego, “¿Creerían este jonrón? Dijo Scully en su narración, y ella rezaba, con alegría. “Dios, lo sabes todo”. Mrs, Scully fue una de siete hijos criados en Lexington, N.C., donde ella era fanática del beisbol en una familia de tres hermanos quienes practicaban el juego. Pero ella conoció a Scully a través del futbol americano, no del beisbol. Ella era la asistente ejecutiva del dueño de los Rams de Los Angeles, Carroll Rosenbloom en 1973, trabajaba muy de cerca en los contratos del equipo con Ed Hookstratten, el consultor general de los Rams cuyos clientes externos incluían a Scully. Hookstratten jugó al casamentero. “Sin que yo lo supiera, le dijo a Vin acerca de esta rubia joven que él debía evaluar”, dijo Mrs. Scully. “Y Vin le dijo, ‘No estoy en el negocio de evaluar rubias jóvenes’”. Pero un día, Scully encontró una razón para ir a la oficina de los rams cuando ella estaba sustituyendo a otra mujer en el mostrador. “Y de pronto”, dijo ella, “este hombre entre y es un tipo tan iluminado y estaba a hí para evaluarme”. Al poco tiempo salían. Ella era divorciada con dos hijos u había esperado conocer un hombre quien fuese buen padre para sus hijos y un buen esposo, dijo ella. Él era viudo con tres hijos pequeños. Un día, él la llevó a ver una casa que planeaba comprar. Le preguntó a ella que pensaba de la casa. “’Esto no es para ti’”, recordó decir ella. “’Tienes tres hijos y no hay espacio para que ellos jueguen’”. Entonces él le pidió que sacara una cajita de la guantera del carro, la cual contenía un anillo de compromiso. “Yo estaba impactada porque él nunca había dicho nada de casarse conmigo”. Ella agregó: “No puedo decir lo que dije. No fue propio de una dama. Pero dije si ese día”. Ella tuvo un lamento, dijo ella. “Me gustaba el trabajo. Era maravilloso. Estaba casi deprimida por tener que renunciar”. Despues que se casaron en 1973, tuvieron una hija (pero perdieron uno de los hijos de Scully de su primer matrimonio, Michael, en un accidente de helicóptero en 1994). Scully ha acreditado a su esposa por mucho tiempo, por ser la fuerza conductora de la familia y ama oírla cantar canciones cristianas alrededor de la casa. Hoy, fuera del beisbol, sus vidas girarán alrededor de sus cinco hijos, 16 nietos y 3 bisnietos. “Como fue ella capaz de hacer el entramado que es la familia Scully, solo ella puede decirlo”, dijo él de su esposa el año pasado. Cualquier desavenencia que ellos hayan tenido, nadie lo menciona. El hermano de Mrs. Scully, David, un vinatero, dijo: “Él siempre habla tan perfecto de ella como su ‘novia amorosa’. Dice cosas como, ‘Tu maravillosa hermana te espera para hablarte’”. Él agregó: “Ellos se tratan muy bien. Es un buen matrimonio”. Ellos van a ferreterías, donde Scully compra herramientas “de las cuales no tenemos idea de como se usan”, dijo ella, y a un Costco de los suburbios de Los Angeles, donde él es detenido con frecuencia parta tomarse fotografías y firmar autógrafos. Un día de finales de 2014, ellos llenaban su carrito para una reunión navideña de la familia. Scully se encargó de embalar las costillas en bolsas plásticas. “Revisamos todo y de pronto, Vin mira su mano y su anillo desapareció”, dijo ella en referencia al anillo de él de la Serie Mundial de 1988. “Buscamos en todas partes en el carro y no lo encontramos. Regresamos a la tienda y le dijimos al gerente y ellos pasaron la novedad y todos en el departamento de carnicería hicieron su búsqueda. Cada quien trataba de recordar por donde había pasado él”. Al llegar a casa llamaron a los Dodgers, quienes publicaron un alerta de anillo perdido en Twitter. Entonces, ella dijo que empezó a vaciar las bolsas de las costillas, y ahí, en una de ellas, estaba el anillo. Ella concluyó: “Su mano se enfrió al tocar la carne y el anillo se aflojó”. Por años, ella ha estado observando la virtual aclamación universal por su esposo en casi cualquier lugar donde van. “Todos tienen un teléfono celular, asi que no tienes privacidad en cualquier lugar donde vayas”, dijo ella. Hace alrededor de tres años, ellos salían de Petco Park en San Diego luego de un juego de los Padres y apenas podían caminar desde el ascensor hacia el pasillo que conduce al hotel. “Vin me tomó de la mano y no me soltaba”, dijo ella. “El ruido. El amor. La adulación. Nunca estuve más impresionada. Las personas decían, ‘Te queremos’, ‘¿Me puedo tomar una foto con usted?’ y todo ese ruido reverberaba en el concreto. Era asustante”. Pronto él no estará obligado a salir de su casa a las 2¨30 pm, como lo hace para ir a los juegos nocturnos. No más transmisiones de los juegos en casa, y los de visita en San Francisco y San Diego. Él hará algún trabajo para los Dodgers, pero solo como a él le agrade. “Nunca hemos estado juntos todo el tiempo en 43 años”, dijo ella. Ella rió y agregó: “Él puede ponerse terco por todo lo que sé y no ser esa persona iluminada que conozco”. Traducción: Alfonso L. Tusa C.

jueves, 3 de noviembre de 2016

El jonrón más olvidado de todos los tiempos.

Mito, raza y legado de Roberto Clemente. 15-06-2015. Martín Espada. The Massachusetts Review El 25 de Julio de 1956, Roberto Clemente, algo terriblemente maravilloso. En su segundo año con los Piratas de Pittsburgh, Clemente fue a batear con las bases llenas en el cierre del noveno inning, sin outs, y su equipo perdiendo 8-5 ante los Cachorros de Chicago en Forbes Field. Enfrentaba al pitcher Jim Brosnan. Como el Pittsburgh Post-Gazette reporta: Brosnan hizo un lanzamiento, alto y adentro. Clemente lo bateó hacia la cerca del jardín izquierdo. Jim King había retrasado para atrapar la pelota pero esta iba sobre su cabeza. La pelota rebotó en el lado inclinado de la cerca y rodó por la zona de seguridad hacia el jardín central. Aquí venían Hank Foiles, Bill Virdon y Dick Cole embalados hacia el plato y lo hacían fácilmente. Entonces venía Clemente rumbo a tercera base. Bobby Bragan tenía las manos estiradas hacia arriba para aguantar a su jardinero. Solly Drake había hecho el tiro de relevo. Pero al pasar por tercera, Clemente se impulsó y siguió hacia el plato. Lo hizo frente al relevo de Ernie Banks. Se deslizó, erró el plato, luego estiró la mano hacia atrás y tocó la goma con la novena carrera en una victoria 9-8 mientras la multitud de 12.431 aficionados deliraba de excitación. De acuerdo a Bruce Markusen en su biografía, Roberto Clemente: The Great One, lo que ocurrió ese día fue “un incidente” que “subrayó su naturalidad en las bases”. Clemente oyó y vio la seña de pararse de Bragan, pero siguió deliberadamente. “Le digo a Bobby: ‘Sal de mi camino, que voy a anotar’, le explicó Clemente a Associated Press. ‘Así tal cual. No teníamos nada que perder, teníamos la pizarra igualada sin mi carrera, y si anoto, el juego se termina y no tenemos que jugar más esta noche’”. Los Piratas no tuvieron que jugar más, Clemente se deslizó en el plato y evitó que lo tocaran. El inusual jonrón con las bases llenas dentro del parque contra Brosnan le dio a los Piratas un triunfo 9-8 sobre los Cachorros. Como Brosnan escribió en la edición del 24 de octubre de 1960 de la revista Life, la acción de Clemente “excitó a los fanáticos, sorprendió al manager, me atontó y disgustó a mi equipo”. Aunque Clemente había cometido un error fundamental, al tratar de anotar una carrera en una jugada potencialmente cerrada sin outs, Bragan manejó el error apropiadamente. Dada la entrega de Clemente en la jugada y su éxito, Bragan excusó el error. El manager anunció que no habría multa de 25 $, usualmente un castigo ejemplar para un jugador quién hubiese fallado una seña. La arrancada superintensa de Clemente ante los Cachorros tipificaba lo entusiasta de su corrido de bases al inicio de su carrera. “Inusual” no es la palabra para describir la jugada que terminó el juego Piratas-Cachorrros del 25 de julio de 1956. Markusen parece desconocer el hecho de que ese era el único jonrón dentro del parque con las bases llenas para ganar un juego, en la historia del beisbol Como aficionados al beisbol, celebramos los jonrones. Celebramos los jonrones que ganan los juegos. Celebramos los jonrones dentro del campo. Celebramos los jonrones con las bases llenas. Sin embargo, no celebramos el único jonrón dentro del parque con las bases para ganar un juego, de la historia del beisbol. Hoy, tal acontecimiento sería reportado hasta las nauseas en ESPN, MLB, y cada medio deportivo del país. Habría repeticiones, recreaciones, discusiones de paneles, comentarios, debates, e investigaciones de estadísticas. En minutos, sabríamos que este fue el único jonrón de su tipo en la historia. Hace cincuenta y siete años, sin embargo, este milagro del beisbol ocurrió frente a una multitud promedio en Pittsburgh, incluido un manager/coach de tercera base descontento y un pitcher rival furioso. La seña de parada de Bobby Bragan era entendible. Despues de todo, Clemente habría representado la carrera de la victoria en tercera base sin outs en el cierre del noveno inning. Bragan era un hombre de la vieja escuela del beisbol, y era un movimiento de esa vieja escuela. Bragan fue uno en una aparentemente interminable fila de peloteros de grandes ligas mediocres quienes se convirtieron en managers mediocres de grandes ligas. Un bateador de .240 de promedio vitalicio quien bateó un gran total de 15 jonrones en ocho temporadas, Bragan era un manager novato con los Piratas en 1956, llevó al equipo a una marca de 66-88 y a terminar en séptimo lugar de la Liga Nacional. Quizás el manager simplemente no podía concebir un jonrón dentro del parque con las bases llenas para ganar el juego, dado que eso nunca había ocurrido. Quizás subestimó al pelotero que corría en su dirección, lo consideraba ordinario: Clemente solo bateó .255 en 1955, aunque subiría hasta .311 en 1956. Al final, sin embargo, Bragan estuvo equivocado y Clemente acertado. Clemente tenía un instinto beisbolero e inteligencia más allá de la visión de su manager. Considerando la tendencia de los Piratas de Bragan a perder mucho más a menudo de lo que ganaban, estos eran un manager y un equipo que necesitaban aprovechar las oportunidades, jugar orgullosa y agresivamente, actuar como si pudiesen ganar al creer en si mismos. Hacer el movimiento correcto de beisbol, la segura decisión conservadora, falló para Bobby Bragan muy a menudo esa temporada ¿Cuántas veces hemos visto a los equipos malos dejar varado en tercera base sin outs a un corredor, como si tal frustración y la derrota, fuera la voluntad de los dioses del beisbol? Carpe diem (Disfruta el presente): Aprovecha el día. Impacta el juego. Sigue corriendo. La reacción de Brosnan, quien estaba impactado y su equipo disgustado, es clave para entender porque el logro sorprendente de Clemente ha sido disminuido y hasta olvidado. Primero que todo, considere el hecho de que esta cita viene desde un artículo publicado en 1960, cuatro años después que Clemente se deslizó en el home y tocó el plato con su mano. Es posible que pararse de puntillas detrás de Brosnan y susurrarle “Roberto Clemente” en su oreja era suficiente para enfurecerlo por el resto de su vida. Brosnan respondió como si Clemente no solo hubiese violado el decoro del beisbol, sino que hubiera descendido a un estado de salvajismo, el equivalente a sacrificar un pollo vivo durante el himno nacional. El hecho de que Clemente rompiera las reglas al correr ignorando una seña en tercera base, sin embargo, no explica el rencor del pitcher. Tampoco el factor suerte. Como en todos los jonrones dentro del parque, la pelota desarrolló una trayectoria particular y decidió rodar alrededor del jardín central por un rato. Brosnan era el único responsable: aún si Clemente hubiese tomado en cuenta la señal de Bragan de pararse en tercera base, el pitcher había permitido un triple de tres carreras para empatar el juego. Fue sortario de que el término “salvado desperdiciado” aún no formaba parte del léxico beisbolero. Ni hay vergüenza suficiente para describir el vapor fluyendo en las orejas de Brosnan. Él estaba seguramente mortificado. Entró al juego, hizo un solo lanzamiento, y terminó siendo el perdedor. (De la misma forma, el pitcher de los Piratas, Nellie King entró al juego en la apertura del noveno inning, e hizo exactamente un pitcheo, y terminó siendo el ganador). No fue coincidencia que Brosnan estuviera escribiendo acerca de Clemente para la revista Life en octubre de 1960. Dave Maraniss, en su biografía titulada Clemente: The Passion and Grace of Baseball Last Hero, nota que Brosnan fue comisionado por la revista para escribir un reporte de escauteo de avanzada de la Serie Mundial entre los Piratas y los Yanquis. Aquí está la cita previa de Brosnan en contexto: Clemente representa una variedad latinoamericana de alardear: “Look at número uno”, parece estar diciendo…Él una vez corrió sin tomar en cuenta a su manager quién era el coach de tercera base, para completar un jonrón con las bases llenas dentro del parque, bateado ante mi mejor slider. Eso emocionó a los fanáticos, estremeció al manager, me impactó, y disgustó a mi equipo. (Con énfasis añadido). El hipérbole de Brosnan dice más de él que de Clemente. Si Clemente “corrió sin tomar en cuenta a su manager” en tercera base, el Pittsburgh Post-Gazette seguramente habría alertado a sus lectores, quizás con el titular Clemente corre sin tomar en cuenta a al manager. La terquedad, como el exceso de alcohol, nubla la mente. Brosnan era un puritano de la época de Eisenhower: desde esa perspectiva, el único jonrón de bases llenas dentro del parque para ganar un juego era una forma de autoglorificación, una escena propia del torero lanzando las orejas del toro a la multitud. Ganar el juego para su equipo perdedor crónico era la manera latinoamericana de Clemente de llamarse la atención, un característico acto infantil de unas personas infantiles. Maraniss dice: “La carrera loca de Clemente alrededor de las bases, la anécdota que Brosnan empleó para plantear su visión, podría haber inspirado una interpretación diferente si hubiera sido Don Hoak o Dick Groat o, años después, Pete Rose. Se hubiera visto como el espíritu indomable de un gran competidor. El denominador común: Hoak, Groat y Rose eran blancos. Roberto Clemente era negro, puertorriqueño, e hispanoparlante en los años ’50. De acuerdo a Maraniss, Al Abrams del Pittsburgh Post-Gazette cubrió a Clemente en el entrenamiento primaveral de 1955, su temporada de novato, y escribió: “El sombrío puertorriqueño jugaba bien su posición y corría como conejo asustado. Parecía que cada vez que mirábamos hacia allá, ahí estaba Roberto, mostrando sus talones veloces y sus brilantes dientes blancos ante los gritos de los fanáticos de las gradas. “Hasta sus admiradores utilizaban un vocabulario de discriminación racial; por lo tanto, los detractores de Clemente, como Brosnan, se sentían perfectamente libres de realizar sus críticas en términos raciales. Sin embargo, la actitud de Jim Brosnan es particularmente irónica a la luz del hecho de que él cometería una violación más grande al decoro del beisbol solo tres años después de su encuentro con la supuesta conducta vergonzosa de Clemente. Brosnan se haría de un nombre como escritor con su diario de beisbol, The Long Season, al cual Maraniss llama, “un libro de trayectoria cinematográfica que aportó una mirada reveladora desde su temporada de 1959 con los Cardenales de San Luis y los Rojos de Cincinnati”. Él fue acusado, por tales guardianes de la imagen americana del beisbol como Joe Garagiola, de patear para abrir la puerta de espacio sagrado del clubhouse. Vivimos en medio de las minucias derramadas del beisbol. Debería ser del conocimiento común que Roberto Clemente, uno de los grandes ejecutores del juego, bateó el único jonrón de bases llenas dentro del parque para ganar un juego en la historia del beisbol. Esto levanta una pregunta que va más allá del beisbol. ¿Quién escribe la historia? Clemente tuvo el infortunio de hacer historia a expensas de Jim Brosnan, el pelotero-escritor del beisbol. Su recuento del evento para Life tenía peso por su reputación como escritor. Sin embargo, el intento de Brosnan por escalar dentro de la mente de Clemente, “look at número uno”. Parece decir, demuestra su falta de habilidad para pensar al nivel de Clemente. Él no podía concebir el hecho de que un puertorriqueño incivilizado barriéndose en el plato, sin duda con maracas percusionando en su cabeza, fuese un pelotero quien pudiera romper los convencionalismos del beisbol al tener el coraje y la creatividad de hacer lo que nunca se había hecho. Nada menos que una autoridad como Henry James llamó a Leaves of Grass de Walt Whitman “una ofensa al arte”. Por supuesto, Henry James no era Jim Brosnan. Al hablar de revisiones malas, regresamos a Markusen, quien acepta los juicios de Bragan y Brosnan. Mientras rechaza las subidas de tono raciales del último, ofrece una débil defensa del pitcher en el terreno de las buenas intenciones, especulando que “Brosnan probablemente no quiso realmente ofender al realizar tal afirmación”, como si palabras como “impacto” y “disgusto” no significaran herir a un pelotero percibido como muy sensible. El propio vocabulario de Markusen, desde “la simplicidad natural en las bases” hasta “la arrancada superintensa”. Ambas frases condescendientes pintan un retrato de Clemente como niño-hombre. Los niños muestran “simplicidad” especialmente acerca de las realidades y particularidades de las reglas que nos gobiernan. Los niños tienen “arrancadas”, como si desconocieran que sus acciones tienen consecuencias. El infantilismo latino es un estereotipo particularmente común y pernicioso, desde el iletrado peón con sombrero en mano hasta el feroz depredador que merodea las calles en pandillas. En la aurora del siglo 20 y las aventuras imperialistas de Estados Unidos en Latinoamérica, las caricaturas políticas del día caracterizaban a Cuba y Puerto Rico cono huérfanos de piel oscura pegados a un perplejo Tío Sam, haciendo malabares con sus colonias. Como los niños no pueden gobernarse, otros deben hacerlo, aún si eso requiere conquista y ocupación. Mientras Markusen no reconoce el estereotipo de Brosnan, implícitamente lo confirma: Roberto Clemente hizo historia ese dia porque fue un hombre quien pensaba como niño y aún no había superado los infantilismos. Si el tenía éxito, por esa lógica, era por virtud de su habilidad atlética natural. “Mientras tanto, los Bobby Bragan del mundo, hombres blancos “pensantes” con herramientas físicas limitadas, dirigen un equipo tras otro hacia huecos adyacentes al camino). Gary Soto, en su poema “Black Hair”, escribe sobre jugar beisbol siendo niño, al decir: “Yo era brillante con mi cuerpo”. La escogencia de la palabra “brillante” es deliberada, dado que esta palabra es comúnmente asociada con la extraordinaria agilidad de la mente. Ese día de julio de 1956, Roberto Clemente fue brillante en cuerpo y mente. Ël no solo golpeó la pelota hasta 450 pies y luego voló por las bases. Ni solo venció la pelota, al desplazar sus brazos y piernas. Para lograr su hecho sin precedentes, Clemente tuvo que hacer un número de cálculos de fracciones de segundo que involucraba las dimensiones del estadio, la trayectoria de la pelota luego que esta se estrellara en la pared, la posición de los jardineros, la precisión de los tiros de relevo, su propia velocidad en las bases, y los gestos de su manager para que se detuviera, los cuales él ignoró porque sabía que sus cálculos instantáneos eran correctos. Hizo todo eso con la precisión de un asesino a sueldo. Aunque los tradicionalistas del universo del beisbol a menudo gruñen acerca de “jugar bien el juego”, lo cual incluye pararse en tercera base cuando es ordenado, la vieja guardia también demuestra un aprecio más grande por los intangibles que quienes reducirían cada momento en el diamante a un acrónimo estadístico. Mi padre y mi madre me hablaban de Jackie Robinson y Willie Mays no en términos de promedio de bateo o jonrones o triunfos por encima del remplazo (Wins Above Replacement), sino en términos de excitación. Robinson amagaba y amenazaba con despegarse desde primera base y los pitchers se ponían nerviosos con el estilo veloz importado de las ligas negras. Mays realizaba una atrapada de canasta y su gorra volaba. Cuando los Mets llevaron de vuelta a Nueva York el beisbol en la Liga Nacional en 1962, mis padres me llevaron a Polo Grounds, a la edad de cinco años para ver a los Mets jugar ante los Gigantes, no para aupar a los Mets, sino para presenciar el arte de Willie Mays jugando el jardín central. La acusación más común enfrentada hoy por el beisbol es esta: Es aburrido. Mientras podemos ser tentados a despreciar esos cargos como expresiones de filisteos sedientos de sangre, su atención se desplaza atraída por el futbol americano y los video juegos, permanece el hecho de que hay más boletos y ponches que nunca, lo cual, tiene serias implicaciones en el desarrollo del beisbol. En un artículo de Sports Illustrated llamado “Generation K”, Tom Verducci escribe: “En esta época de tecnología, mientras las personas buscan entretenimiento en cualquier lugar y rápidamente, los ponches, especialmente junto a sus mellizos los boletos, están succionando la acción de los juegos de beisbol. La temporada pasada, 27.8 % de las apariciones al plato terminaron sin la pelota en juego, un tope de todos los tiempos…En los últimos dos innings de un juego de beisbol casi uno de cada tres bateadores falla en poner la pelota en juego. “¿Por qué no tenemos más aficionados?” pregunta un ejecutivo de equipo. “Tal vez porque la parte más excitante del juego es cuando la pelota está en juego. Y no tenemos suficientes pelotas en juego. Es ridículo”. Un jonrón de bases llenas dentro del parque para ganar el juego es la última refutación del argumento de que el beisbol es aburrido. La descripción del Pittsburgh Post-Gazette sigue repitiendo: “la multitud de 12.431 aficionados se atontó de excitación”. El beisbol puede usar toda la excitación que pueda, por atontamiento u otra manera. Subestimamos la excitación del beisbol precisamente porque no podemos cuantificarla. No hay una categoría llamada “Mas Jugadas en una Temporada que Erizaron los Vellos de la Nuca”. Necesitamos el espíritu de Clemente hoy, el arte de su “arrancada superintensa”. Clemente, como Robinson, como Mays, entendía el beisbol como un gran drama, una forma de teatro de improvisación intensa, con episodios de acción furiosa impactando la tranquilidad. Por lo tanto, el legado de Clemente en el terreno trasciende el promedio vitalicio de .317, los 3000 imparables, los cuatros títulos de bateo, los doce guantes de oro y la inducción al Salón de la Fama. Recuerdo una atrapada saltando contra la pared del jardín derecho para salvar un juego sin hits ni carreras de Bob Moose contra los Mets en 1969. Recuerdo sus tiros de aire desde el jardín derecho, girando como un lanzador de disco en los Juegos Olímpicos- Recuerdo como demolió a los Orioles de Baltimore en la Serie Mundial de 1971, asestando el golpe de gracia con un jonrón en el séptimo juego. Lo que Roberto Clemente logró el 25 de julio de 1956 en Pittsburgh, dejó estupefactos a los mascadores de tabaco del beisbol precisamente porque eso trascendía al beisbol, penetrando el alma del teatro puro y del mito. Aún su desafío a la autoridad ese día, corriendo a pesar de las señas de Bobby Bragan, fortalece la calidad de la leyenda. Traducción: Alfonso L. Tusa C.

lunes, 31 de octubre de 2016

Desde un piso compartido de Dartmouth, una ascensión para Alexi Pappas y Kyle Hendricks.

Alexi Pappas. The New York Times. 22-10-2016. En 2008, mi primer año en Dartmouth, yo vivía en el tercer piso de Fahey Hall con 15 compañeros de clase seleccionados al azar. Dos de nosotros nos convertiríamos en atletas profesionales: yo, una corredora olímpica, y Kyle Hendricks, quien fue el pitcher ganador del sábado en la noche mientras los Cachorros de Chicago vencían a los Dodgers de Los Angeles para avanzar a su primera Serie Mundial desde 1945. Lo llamábamos Baseball Kyle beisbol porque también teníamos un Hockey Kyle. Nuestro piso de estudiantes de primer año era más atlético que la mayoría. Teníamos una remera, dos nadadores, un jugador de hockey, dos corredores, un jugador de lacrosse, un jugador de beisbol, un jugador de balompié y unas pocas estrellas de deportes intramuros. Siempre admiré a Kyle. Entre a la universidad al comienzo de mi viaje atlético, pero Kyle rechazó la oportunidad de jugar con los Angelinos y en su lugar fue a Dartmouth. Kyle y yo nunca estábamos muy lejos uno del otro. Vivíamos a dos puerta de distancia, y la pista y el terreno de beisbol estaban uno al lado del otro. Hemos alcanzado el pináculo de nuestras carreras atléticas profesionales casi simultáneamente, con Kyle buscando una aparición en la Serie Mundial a solo dos meses de mis primeros Juegos Olímpicos. En la universidad era común que atletas de deportes diferentes entrenaran en el mismo espacio. Recuerdo los helados días invernales de New Hampshire, cuando no se nos permitía correr afuera y en vez de eso corríamos en círculos dentro de Leverone Field House. Mientras tano, Kyle y su equipo de beisbol tenían práctica de lanzamiento y bateo en el mismo espacio. Solo a veces teníamos que evitar pelotas desviadas. Yo veía los juegos de Kyle cuando podía, pero pienso que lo conocí mejor durante el tiempo compartido en Fahey Hall. Kyle era el atleta más humilde y cumplido de nuestro piso. No fue él sino nuestro compañero de piso Ghermayn quien reportaría el premio de Kyle como pitcher de la semana en la Ivy League, como un papá orgulloso. Pero su humildad no significaba que careciera de autoconfianza. Kyle no podía ser convencido de salir un fin de semana si él no quería ir. De esa manera él me mostró como enfrentar ese miedo a fallar que los estudiantes de primer año sienten de manera tan marcada, y que tener una meta era importante. Éramos un piso de puertas muy abiertas. Como Jamie la remera lo dijo, la sala era un andén, un campo de balompié, una sala de danzas, un estudio musical, una mesa de comer. Cuando tratabas de caminar en la sala, siempre había piernas atravesadas porque algunos de nosotros estábamos sentados tratando de estudiar, o pretendiendo tocar guitarra sin saber como. Había una muchacha quien horneaba galletas en nuestra cocina común cada día, estaban los muchachos, quienes siempre merodeaban en la sala (usualmente con pizza), el muchacho que estaba determinado a convertirse en bailarín. Mi compañera de cuarto manejaba un monociclo. Respetábamos y nos divertíamos con las cosas que tratábamos de hacer, aunque cualquier noche, nosotros atletas cansados corríamos el riesgo de ser despertados a las 2 am por un compañero de piso medio desnudo quien había tenido mucha diversión esa noche. Ahora una corredor profesional de distancias largas, a menudo paso tiempo sola, a veces solo con las hojas. Las hojas son maravillosas, y me gusta como cambian, pero las hojas no cambian como las personas, y especialmente no como los muchachos universitarios. Durante nuestro primer año, era intrigante ver como evolucionaba nuestro piso de Fahey. Algunas personas renunciaron a sus deportes y actividades y relaciones de larga distancia y metas principales. Nuestro equipo de hockey intramuros del piso ganó el campeonato, pero la mayoría de nosotros no practica deportes de competencia en la actualidad. Jamie la remera, quien coqueteara brevemente con el profesionalismo, recientemente colgó sus remos de competencia por vez final. Hockey Kyle ahora es el entrenador asistente y director de patrocinio de los Oilers de Okotoks, un equipo de hockey juvenil en Alberta. Ignoro la última vez que Thandar sacó su monociclo. Cada quien progresó a su manera. Eso es lo grande de la universidad. Recibimos el regalo de estar rodeado de personas valientes, curiosas y de ilimitada energía maleable. Balancear el deporte, la academia y la dinámica social en la universidad (especialmente durante el primer año) era retador y asustante en el buen sentido. Eso no fue siempre productivo hacia mis sueños olímpicos, pero ayudó de maneras menos tangibles. De eso es de lo que trata la universidad. Tratamos de crecer hacia las mejores versiones de nosotros. Para Kyle y yo, eso significó seguir nuestros sueños atléticos. Pero si no hubiese sido así, habría estado bien, también. Alexi Pappas, quien compitió en los 10.000 metros por Grecia en los Juegos Olímpicos de Rio de Janeiro, es una corredora profesional, ensayista, actriz y cineasta cuya última película es “Tracktown”. Recientemente ella creó “Speed Goggles” un cortometraje de cinco episodios para The New York Times. Traducción: Alfonso L. Tusa C.

Bill Murray consigue un triunfo de los Cachorros y el premio Mark Twain.

Noah Weiland. The New York Times. 24-10-2016. Washington, D.C..- Querer un premio, dijo una vez Bill Murray, es “como un virus. Es una enfermedad”. El domingo aquí en el Kennedy Center, Mr. Murray fue el recipiente del Mark Twain Prize, uno de los honores más significativos de la comedia. Pero su asistencia estaba en duda. Su equipo favorito de beisbol, los Cachorros de Chicago, necesitaban asegurar su pase a la Serie Mundial la noche anterior, de lo contrario él hubiese estado tentado a faltar a la ceremonia para asistir al juego final de la serie de campeonato de la Liga Nacional. “Estoy feliz de que ellos ganaran anoche para que yo pudiese estar aquí esta noche”, dijo Mr. Murray. “Si ellos no hubieran ganado anoche yo habría tenido que estar allá, porque, honestamente, no confío en el reporte que hacen los medios de los sucesos”. Ubicado en un palco por más de dos horas, Mr. Murray observó con una sonrisa como colaboradores frecuentes y prominentes admiradores le ofrecían tributo. El reía a menudo y reconocía a la audiencia entre actos, gritando “¡Mas!” Los testimonios eran medio en serio medio en broma. David Letterman recordó la vez cuando le dijo a Mr. Murray del venidero bautizo de su pequeño hijo. Una hora después, apareció un paquete de Mr. Murray: Era un faldellín irlandés hecho a mano. La actriz Emma Stone recordó una semana difícil mientras ella tuvo que trabajar en una película con Mr. Murray. Para animarla, Mr. Murray enviaba regalos todos los días, incluyendo el gorro estilo paraguas que la actriz usaba en escena durante su tributo. Otros oradores fueron también expresivos. “Tú y yo fuimos tan cercanos como lo pueden ser dos personas, considerando que uno de ellas eres tú”, dijo Steve Martin en un video tributo. “Bill Murray podía zumbarte al lado de Hoover Dam, y tú decía, ‘¡Hey, Bill Murray!’” dijo Jimmy Kimmel, quien ayudó a abrir el espectáculo. Cortos de “Saturday Night Live” de Mr. Murray y apariciones en películas que resaltaban su encanto excéntrico y sentido de la improvisación. Como dijo el escritor Roy Blunt Jr. durante el programa: “Un guión es una oportunidad de decir algo más”. Aún los cortos de Mr. Murray como él mismo revelaron que tan protean podía ser en la vida real. El actor Bill Hader marcó grandes risas con las fotos de Mr. Murray uniéndose a un juego recreacional de kickball y rompiendo un retrato de bodas. Al final, Mr. Murray fue al escenario a recibir el premio en lo que el describió como una corbata de lacito “Chicago Cub blue”. Habló de la admiración que sentía ese fin de semana en la capital, al ver el Washington Monument desde la Casa Blanca y cenar con Justice Sonia Sotomayor de la Corte Suprema. Y en un saludo emocional a su hermano mayor Brian Doyle-Murray, quien estaba a la mano, le agradeció por su confianza cuando el joven actor era un muchacho desconocido, “Little Murray”, en Second City, el teatro de Chicago donde los dos crecieron en Wilmette, Ill. “La única razón por la que estoy es aquí es por las agallas de mi hermano Brian”, dijo él. “Él ha estado esperando mucho tiempo para oir eso”. El premio anual Mark Twain fue entregado por primera vez a Richard Pryor en 1998 y busca honrar a los comediantes quienes mezclan el comentario social con el género tradicional de la comedia. La ceremonia será transmitida por PBS el viernes en la noche. Traducción: Alfonso L. Tusa.

jueves, 27 de octubre de 2016

Despues de 108 años de esfuerzos infructuosos, los fanáticos de los Cachorros no dan nada por sentado.

Billy Witz. The New York Times. 23-10-2016. Chicago.- El sol salió una vez más sobre Lake Michigan temprano el domingo, pero aun en un día crujiente y claro de octubre, el viento de la ciudad de los vientos cesó, la bandera de la “W” sobre la Tribune Tower a un lado del río estaba sin firmeza, como si también necesitara una fuerza. “Te levantas hoy y te preguntas si esto es un sueño”, dijo Mark Peloquin, uno de los muy sufridos y nuevamente animados fanáticos de los Cachorros quienes podrían tener que hacer una descarga psicológica después que los Cachorros avanzaran por primera vez a la Serie Mundial desde 1945 con un triunfo 5-0 sobre los Dodgers de Los Angeles en sábado en la noche. “Pienso que eso viene de haber crecido, esperando y esperando y esperando”, dijo Peloquin. “Y entonces finalmente se consigue lo buscado. Cuando has estado esperando por esto toda la vida, y ahora está aquí, piensas en la gente del pasado quienes no llegaron a verlo, nuestros padres y abuelos”. Peloquin hablaba el domingo en la tarde, lo cual, para muchos fanáticos de los Cachorros, se siente como el comienzo de una nueva época. Algunos fanáticos empezaron su día más temprano que otros. Cuando Wrigley Field finalmente empezó a vaciarse, casi una hora después del juego, la multitud se esparció en los bares del vecindario. Mientras la policía permanecía a lomos de caballo a lo largo de Clark Street, el placer duró hasta las primeras horas de la mañana, con al menos un bar cercano quedándose sin cerveza. Mientras Joan Schmitz caminaba hacia el oeste con su esposo, John, a lo largo de Addison Avenue, casi dos millas hacia su hogar, las cornetas de lo carros sonaban, las personas agitaban sus banderas “W” y las familias salían afuera tocando ollas y cacerolas. “Las personas estaban regresando hacia Wrigley, y decían, ‘Van en la dirección equivocada’”, dijo Schmitz, 64, terapista de psicología infantil. “Por supuesto, ellos tienen 20 años de edad”. Como los fanáticos reaccionaron a la victoria de la noche del sábado, y sus implicaciones, fue, en muchos casos, una división generacional. Para aquellos cuyo interés en los Cachorros se extiende a los pasados 20 años, esa no ha sido una existencia tan sufrida. Los Cachorros han alcanzado los playoffs seis veces desde 1998. Aquellos de mayor edad recuerdan una sequía de 39 años entre la última Serie Mundial y el playoff de 1984. Pero ambos han conocido el dolor de un corazón roto, sea la derrota del séptimo juego de la Serie Mundial de 1945 ante Detroit, o el colapso de 1984 ante San Diego y el de 2003 ante Florida. Jim Etter, 82, es lo suficientemente viejo para recordar al último equipo de los Cachorros que llegó a la Serie Mundial. Recitó la alineación regular: Peanuts Lowrey, Swish Nicholson, Stan Hack, Andy Pafko y así sucesivamente. Etter estaba sentado la noche del sábado con su hijo y nieto antes del sexto juego contra los Dodgers. Capellán en un hospital de Crown Point, Ind., a Etter le gustó la oportunidad de los Cachorros. “Kershaw no camina sobre el agua”, observó él, en referencia al as de los Dodgers Clayton Kershaw, el pitcher perdedor del sábado en la noche. Tal optimismo, sin embargo, es tan efímero en Wrigley Field como el primer pitcheo. Por eso es que los fanáticos, aún con una ventaja 5-0, abuchearon en el octavo inning cuando el manager Joe Maddon trotó hacia el montículo para sacar al pitcher abridor, Kyle Hendricks, quien permitió dos imparables, uno con el primer pitcheo y el otro con el número 88 y final. Apenas si hubo un alma quien no reconociera que el movimiento de Maddon llegó precisamente en el mismo punto, faltando cinco outs del sexto juego de la serie de campeonato de la Liga Nacional de 2003, en el cual Luis Castillo de los Marlins levantó un elevado hacia la línea del jardín izquierdo que el fanático de los Cachorros, Steve Bartman trató de atrapar. “Cuando él sacó a Hendricks, todos decía, ‘Oh, Dios mío, ¿qué estás haciendo?’” dijo Peloquin. “No juegues con el destino”. Así que cuando Carlos Ruiz levantó un elevado por la línea del jardín izquierdo en el noveno inning, que cayó cerca de donde Bartman se había sentado, y entonces sacó un boleto con un out, eso no pasó desapercibido. “Ese es el fanático asustado de los Cachorros”, dijo Schmitz. “Los estábamos blanqueando, estábamos arriba por cinco carreras. Eso debería ser una conclusión tranquilizante. Se puede ver otros juegos de playoff, y se ve que todos están listos para celebrar, pero yo no pienso que alguien pensara en eso. Me gusta que nadie diera nada por sentado”. Como el dueño de los Cachorros, Tom Ricketts, cuya familia adquirió el equipo hace siete años, parado sobre el terreno en medio de una celebración con los peloteros, coaches, empleados y familiares, él dijo que uno de los momentos que permanecería con él fue las lágrimas de alegría de su hija de diez años de edad cuando todo había terminado. Ricketts, cuyo padre fundó la casa de compra-venta de bienes TD Ameritrade, se enamoró de los Cachorros cuando se mudó a Chicago a finales de los años ’80 y se internó en las gradas. Como hace usualmente, Ricketts caminó a través de las gradas hablando con los fanáticos el sábado en la noche, y quizás se emocionó con el momento, prometió hacerse el tatuaje de una “W” si los Cachorros ganaban la Serie Mundial. “Hubo una época cuando este estadio era el parque de pelota más hermoso del beisbol; hubo una época cuando íbamos a la Serie Mundial cada dos años; hubo una época cuando los Cachorros era uno de los equipos dominantes, no en lo que se convirtieron muchas décadas después”, dijo Ricketts, refiriéndose al tiempo cuando los Cachorros llegaron a la Serie Mundial 10 veces en 40 años, y ganaron dos veces. “Pienso que queremos regresar a esa consistencia y restaurar la gloria”. Para algunos fanáticos, eso puede ser un poco desconcertante. Raymond Fuller, 38, y sus tres hermanos, hicieron la cola para comprarle a su madre, Kristine, una enfermera retirada, boletos para el sábado en la noche. Dos boletos cuestan 1.000 $. Cuando el juego terminó, ellos vieron la celebración en el terreno, sin decirse mucho entre ellos. Fuller notó lágrimas rodando en las mejillas de su madre. “Estoy asustado”, dijo él. “Toda mi vida, los Cachorros nunca han sido capaces de hacer esto. Si los cachorros terminan ganando la Serie Mundial, significa que ser fanático de los Cachorros va a cambiar, y, confieso, no estoy seguro de que eso sea algo valioso. El apodo ‘adorado perdedor’, lo odio, pero significa algo. Es esperanza y disgusto compartidos. Significa aceptar la derrota y tratar de dar lo mejor por no llegar de primero”. Él hizo una pausa. “Estoy un poco nervioso”, dijo Fuller. “Hay una parte de mí que no quiere que eso desaparezca”. Traducción: Alfonso L. Tusa C.

Los Indios de Cleveland de 1948: Una historia de integración.

Richard Sandomir. The New York Times. 23 de octubre de 2016. Satchel Paige, el pitcher más grande excluido de Major League Baseball, llegó al Municipal Stadium de Cleveland para una prueba con los Indios en julio de 1948. Una leyenda de las ligas negras que se creía estaba rondando los 40 años, Paige enfrentó un bateador, Lou Boudreau, quien era manager y campocorto de los Indios. Boudreau, quien sería el jugador más valioso de la Liga Americana esa temporada, estaba impresionado con los pitcheos de Paige. También el dueño de Cleveland, el audaz Bill Veeck, quien procedió a firmar a Paige, convirtiéndolo en el novato más viejo de la historia de las grandes ligas. Inmediatamente Veeck fue acusado de intentar una estrategia publicitaria. En parte, la crítica pudo haber sido precisa, a Veeck se le asociaba con todas las cosas que soñara para vender boletos. Pero había otros factores en juego en el caso de Paige. Despues de todo, él todavía podía pitchear. Más que eso, Veeck creía fuertemente que los afroamericanos merecían la oportunidad de jugar en las ligas mayores. Solo meses después que Jackie Robinson rompiera la barrera racial en 1947 al unirse a los Dodgers de Brooklyn, Veeck siguió de cerca al firmar al joven de 21 años de edad Larry Doby. Al hacer eso, Veeck convirtió a Doby en el segundo pelotero negro de las mayores y el primero de la Liga Americana. Para 1948, Doby era una parte formidable de la alineación de los Indios. Paige se mantuvo por su cuenta en el montículo después de llegar a bordo. Cuando los Indios ganaron la Serie Mundial de 1948, Doby, una estrella en ascenso, y Paige, aferrándose a un deporte que una vez había dominado, se convirtieron en los primeros peloteros negros en ser parte de un campeonato de ligas mayores. Fue un momento emblemático en la historia del beisbol y uno que es recordado cuando la versión actual de los Indios trata de ganar el primer título del equipo desde que Doby y Paige y el resto del equipo de 1948 triunfaron sobre los Bravos de Boston en seis juegos. Doby bateó .338 en esa serie y conectó el jonrón decisivo en el cuarto juego. Una fotografía postpartido mostraba a Doby y el pitcher ganador de Cleveland, Steve Gromek, en un abrazo de felicidad, ofreciendo una imagen agitada de la insurgente integración del beisbol. Al recordar ese momento en una entrevista de 1987 con Dave Anderson de The New York Times, Doby dijo: “Esa foto recorrió el país. Pienso que fue una de las primeras, si no la primera, de un tipo negro y una blanco abrazándose, felices porque habían ganado un juego de pelota”. En cuanto a Paige, al haber tenido marca de 6-1 en la segunda mitad de 1948 que incluyó tres juegos completos, también apareció en un box score de Serie Mundial, al conseguir los dos outs finales en el séptimo inning del quinto juego mientras 86.288 aficionados observaban en el Municipal Stadium de Cleveland. El primero de esos dos outs fue un elevado al jardín central atrapado por Doby. Robinson, eventualmente ganó una Serie Mundial, también, pero en 1955, cuando los Dodgers finalmente vencieron a los Yanquis después de perder cinco veces ante ellos en octubre en la década y media previa. Para entonces, Robinson estaba cerca del final de su carrera de ligas mayores. Como Paige, Robinson y Doby también habían jugado en las ligas negras. Pero a diferencia de Robinson, quien jugó una temporada de beisbol de ligas menores en Montreal antes de subir a los Dodgers, Doby no tuvo aprendizaje. Veeck lo firmó el 3 de julio de 1947, y el 5 de julio estaba bateando como emergente de los Indios en el Comiskey Park de Chicago. Doby jugó en partes de esa primera temporada, y no tan bien. Pero en 1948, con la ayuda de Tris Speaker, el jardinero del Salón de la Fama de los Indios, Doby fue convertido desde segunda base a jardinero central y empezó a ser un bateador peligroso. El beisbol podía ser un lugar peligroso para un pelotero negro en aquellos días. Había que resistir ofensas raciales y amenazas físicas, desde los antagonistas apostados en las gradas de los estadios sureños de ligas menores o desde los viles calienta bancos como Ben Chapman, el manager de los Filis de Filadelfia. Veeck escribió en su autobiografía, “Veeck as in Wreck”, que cuando firmó a Doby, “rtecibimos 20.000 cartas, la mayoría de ellas violentas y a veces de protesta obscena. Por un tiempo, las contesté todas”. Larry Doby Jr. dijo que su padre, quien falleció en 2003, no desfalleció ante aquellos quienes protestaron su presencia con los Indios. “Él dijo que nunca fue abucheado en Cleveland”, dijo el Doby más joven en una entrevista. Inicialmente, estaba escéptico de la afirmación de su padre, pero “cuando superé el impacto de oir eso, me di cuenta que era verdad. Era un lugar especial para él y mi familia, y cada vez que regresábamos, yo veía como lo saludaban cuando no estaba jugando”. Él agregó que su padre también hablaba de lo divertido que había sido jugar en las ligas negras, donde había sido una estrella emergente con los Eagles de Newark antes que Veeck lo descubriera. “Él tenía memorias agradables de esos tiempos”, dijo Larry Doby Jr., incluyendo la Serie Mundial de 1946, cuando los Eagles de Doby vencieron a los Monarchs de Kansas City de Paige. La edad de Paige siempre fue un misterio. Él era alto, inclinado y filosófico, un brazo de goma de Alabama a quien Veeck describió como un “Paul Bunyan flaco, nacido para ser el personaje más memorable de todos”. Paige había estado esperando por un llamado a las ligas mayores, así fuera para recuperar los ingresos que estaba perdiendo mientras los fanáticos negros se enfocaban más en el rápido éxito de Robinson en las mayores que en asistir a los juegos de las ligas negras o en las giras de Paige a través de varios lugares. “Aún a mis 42 años, la manera como estaba lanzando, yo sentía que era muy joven para que me recortaran el salario”, escribió él en su autobiografía, “Tal vez pitchearé por siempre”. Fue Abe Saperstein, el fundador de los Globetrotters de Harlem, quien inicialmente recomendó a Paige a Veeck, y Paige estaba muy feliz de demostrar lo que había hecho. Antes de salir de casa para esa prueba de julio de 1948 con los Indios, él celebró con su esposa, Lahoma, aliviado porque estaba recibiendo una oportunidad. “Despues de 22 años de pitchear, iba a tener una oportunidad en las ligas mayores”, escribió él. Una vez en el Municipal Stadium, él lanzó envíos suaves a Boudreau antes de pitchear rectas. “Yo no estaba haciendo nada excepto pitchear, como siempre había hecho”, escribió él. “El viejo Satch asumió el reto”, escribió Ed McAuley de The Sporting News, “Lanzó 50 pelotas, y Boudrerau conectó algunas para teóricos sencillos. Pero la mayoría de ellas el manager no las pudo conectar de manera sólida. Lo más impresionante de todo fue que solo cuatro de esos envíos estuvieron fuera de la zona de strike”. J.G. Taylor Spink, el editor de Sporting News, criticó la firma de Paige. Escribió que “Veeck había llegado muy lejos en su búsqueda de publicidad” y que sospechaba “que si Satchel fuese blanco, él no habría tenido una segunda consideración de Veeck”. Añadió: “Paige dijo que tenía 39 años de edad. Hay reportes de que él está cercano a los 50 años”. Paige, se sentía tan cómodo con la autopromoción como Bob Feller, su famoso compañero de los Indios y colega pitcher, sentía que era todo lo que Veeck necesitaba. “Tal vez Mr. Veeck quería algo de publicidad, pero él también quería un pitcher”, escribió él. “Solo había un pitcher quién podía cumplir ambas órdenes. Ese era Ol’ Satch”. Sobre el montículo de los Indios, Paige rápidamente probó que Spink, y otros, estaban equivocados. En su primer juego con Cleveland, vino en relevo por el abierto Bob Lemon y lanzó dos innings en blanco contra los carmelitas de San Luis. Casi tan importante como lo demás, su espectacularidad era evidente. “Por debajo del brazo, por el lado del brazo, por encima del brazo, con un windup diferente para cada lanzamiento, él les mostró como se hace la fiesta más grande que un pelotero haya tenido”, escribió The Cleveland Plain Dealer. La historia también describió, en el desconsiderado lenguaje racial de la época, como Paige “llegó resoplando desde el bullpen”. (Otro artículo del periódico, escrito más adelante en la temporada, se burlaba de la manera en que Doby describía un jonrón. “No me importa ‘decí’”, fue citado, “que estaba bien para mí, aunque él nuca lo planeó de esa manera. Fue una curva en cambio, que se quedo ata”). Paige pitcheó en 21 juegos en la temporada regular de 1948, incluyendo siete aperturas, y dos de sus juegos completos fueron blanqueos. Su efectividad fue 2.48. En cuanto al interés que generaba, su primera apertura en Cleveland, atrajo 72.434 aficionados. Para su segunda apertura, en Comiskey Park ante los Medias Blancas, 51.013 estaban presentes. El 20 de agosto, de regreso a casa, su apertura trajo 78.382 aficionados y llevó a Veeck a enviarle un telegrama a Spink que decía, “Paige lanzó sin permitir carreras, solo tres imparables. Definitivamente está en la línea para optar por el premio de novato del año de Sporting News. Saludos, Bill Veeck”. “No sé cual fue la motivación de Veeck”, para firmar a Paige, dijo Bob Kendrick, el presidente del Negro Leagues Baseball Museum. “No sé si él sabía que al viejo le quedaba algo de gasolina en el tanque. ¡Pero cuando Veeck puso a lanzar al viejo en ese montículo, estaba negociando!” Paige duró una temporada más con los Indios y entonces pasó varios años con los Carmelitas de San Luis. Doby terminó su carrera de ligas mayores en 1959, con los Medias Blancas. Ambos peloteros y Veeck, están en el Salón de la Fama, así como Robinson y Branch Rickey, el ejecutivo de los Dodgers quien reclutó a Robinson para hacer historia. Mientras el papel de Rickey en la integración del beisbol es bien conocido, las acciones de Veeck en ese respecto permanecen menos familiares. Aunque su placa del Salón de la fama cita su imaginativa espectacularidad como dueño, él fue el hombre que inventó las pizarras explosivas y una vez dejó batear a un enano en un juego de la temporada regular, antes de notar que él firmó a Doby y a Paige y abrió la Liga Americana a los peloteros negros. Mike Veeck dijo que su padre pensaba que no había sido dejado a un lado en la historia de cómo había terminado la segregación en el beisbol. “Pienso que ser segundo de Branch, nunca lo molestó”, dijo él. De hecho en su autobiografía, Bill Veeck reconoció que él había sido menos intenso de lo que Rickey fue en planear la fractura de la barrera racial del beisbol. “Me movía lenta y cuidadosamente, quizás con timidez”, escribió él. “Es usualmente subestimado, pero si Jackie Robinson era el hombre ideal para romper la línea racial, Brooklyn era el lugar ideal. Yo no estaban tan seguro de Cleveland”. Pero Cleveland resultó ser el lugar donde se hizo historia en 1948, y donde Veeck, Doby y Paige compartieron el logro. Traducción: Alfonso L. Tusa C.