martes, 9 de abril de 2013

Preguntas y respuesta con Pete Rose en el quincuagésimo aniversario de su debut en Grandes Ligas.

Gabrie Baumgaertner. 08-04-2013. A cincuenta años de su primer juego en Grandes Ligas, Pete Rose aún recuerda como en la hora el periplo que lo llevó de ser un invitado en el campo de entrenamientos a ser el segunda base de los Rojos de Cincinnati el día inaugural de la temporada de 1963. Rose debutó el 8 de abril de 1963 ante los Piratas, el primero de lo que sería un record de Grandes Ligas, 3.562 juegos, 15.890 apariciones en el plato y 14.053 turnos al bate, pero no el primero de sus 4.256 hits, otro record. Rose se fue de 3-0, aunque negoció boleto en su primera aparición, y anotó la primera carrera de la temporada en la victoria de los Rojos 5-2. Pasarían tres juegos y cinco días para que Rose consiguiera su primer imparable, terminó la temporada con 170 y sería nombrado Novato del Año de la Liga Nacional. SI.com conversó hace poco con Rose sobre esos primeros días en Grandes Ligas, incluyendo el drama que había en el clubhouse a su llegada, su inevitable nerviosismo antes de salir al campo con los Rojos, el equipo de su ciudad y sus pensamientos del juego en la actualidad. A más de nueve años de haber admitido que apostó en el béisbol, Rose ahora pasa la mayor parte del tiempo en Las Vegas haciendo algo de trabajo promocional y viendo mucho del juego que ama. SI: ¿Cuando te notificaron que ibas a las Grandes Ligas? ¿Recibiste la llamada?” PR: Bien, no ocurrió de esa manera. Estás en el campo de entrenamientos y entonces vas de lugar en lugar hasta llegar a Cincinnati. Yo era un invitado y mientras íbamos al norte, jugamos un encuentro de exhibición en Annapolis, tenía el número 27. Tres o cuatro horas antes del juego del día siguiente fui a la oficina de los Rojos y firmé un contrato de Grandes Ligas. Cuando regresé al clubhouse el número 14 colgaba en mi casillero. Nadie me dijo nada porque si estabas viajando hacia el norte, sabías que habías hecho el equipo porque no te iban a llevar para después pagar para regresarte a Tampa, Florida. SI: ¿Cuan lejos estaba Crosley Field de donde creciste? ¿Quién fue a tu primer juego si el estadio estaba tan cerca? PR: Nací a tres millas de Crosley Field y crecí a 10 minutos de distancia. Mi mamá, mi papá y mi hermano fueron a mi primer juego. Fue algo grande para nosotros. Al crecer en Cincinnati cada muchacho quiere jugar con los Rojos. No me sentía nervioso hasta casi 20 minutos antes del juego, cuando mi mamá, mi papá y mi hermano llegaron al dugout y el Cincinnati Enquirer quiso obtener su fotografía. En ese punto me di cuenta donde estaba y lo que quería hacer. SI: ¿Qué recuerdas del juego? PR: Recuerdo haber ganado, que era lo más importante. En mi primer turno recibí boleto en cuatro lanzamientos de un pitcher llamado Earl Francis. El próximo bateador salió en roletazo al cuadro y luego vino Frank Robinson, quién largó un jonrón de dos carreras, así que anoté la primera carrera de la temporada de Grandes Ligas porque Cincinnati solía ser el lugar del juego inaugural cada año. SI: ¿Cuánto tiempo pensaste que pasarías con el equipo? PR: Nunca sabes si te vas a quedar mucho tiempo. Tu única meta es llegar a Grandes Ligas. Tratas de dar lo mejor porque hay mucha competencia. Te empiezan a pasar cosas buenas. Empiezas a batearle a los pitchers y a rodearte de gente buena. Luego empiezas a ganar juegos y títulos de bateo y cosas como esas. Pienso que nadie llega a las Grandes Ligas y piensa que jugará 20 años. Te sientes sortario si juegas 20 días. SI: ¿Cómo eras tratado por los veteranos? ¿Te llevó un tiempo sentir que eras parte del clubhouse? PR: Conmigo fue diferente, porque para ser honesto, durante ese año me llamaron a la oficina de los Rojos y me dijeron que pasaba mucho tiempo con los peloteros afroamericanos. Andaba con ellos porque Frank Robinson y Vada Pinson me trataban como si fuera del equipo. Tienes que entender que los Rojos ganaron el banderín en 1961 y llegaron cerca en 1962 y tenían un segunda base llamado Don Blasingame que tuvo un gran año. En el ’63, pensaron que podían ganar de nuevo, y el manager (Fred Hutchinson) escoge a este chico de nombre Rose para jugar en segunda base, pero la mayor parte del equipo pensaba que Blasingame debía ser el segunda base. SI: ¿Tienes buenos recuerdos de tu temporada de novato? PR: Batear 170 hits y ser Novato del Año es lo que recuerdo de esa temporada, pero lo que recuerdo más es que después de esa temporada serví en el ejército. Fui a Fort Knox para hacer mi entrenamiento básico después de la temporada, como resultado solo bateé .269 el próximo año. Después de eso fui a Venezuela para pulir mis destrezas. Fui allá en el invierno luego de la temporada de 1964 y aprendí a batear de verdad. Después de eso bateé sobre .300 10 o 12 temporadas. Trabajamos. Ibamos al estadio todos los días. Eso fue crecer para mí. No había muchos muchachos de 19, 20 o 21 años dominando las Grandes Ligas en aquellos días, pero cuando regresé tenía mucha confianza y empecé a batear 200 hits por temporada. En Venezuela se toman el béisbol muy en serio en la temporada invernal. También en República Dominicana, y fuimos a jugar allá por dos semanas como parte del calendario. Teníamos tres juegos semanales, a veces dos. Cuando no jugábamos íbamos a trabajar al estadio. SI: ¿Cuánto béisbol has visto esta temporada? PR: Lo veo todo. Vi el juego inaugural en Cincinnati, al cual voy cada año. Veo tres juegos diarios en mi telefono. Ahorita estoy viendo el de Baltimore, los Rojos y Oakland también. Solo soy un aficionado. SI:¿Cuáles peloteros te gusta ver? PR: Mi pelotero favorito es Joey Votto. Es un gran bateador, es zurdo y primera base de los Rojos, por supuesto que me va a gustar. Me gustan mucho Dustin Pedroia, Derek Jeter y Mike Trout. Hay muchos. Hay muchos buenos jugadores hoy. Me gusta ver a Bryce Harper. Asume el juego de la manera correcta. No quiero sonar mi corneta, pero hoy tenemos más peloteros que se enfocan en el juego de la forma como yo lo hacía. Se están divirtiendo. Y seguro saben la diferencia entre ganar y perder. SI: ¿Cuáles pitchers de hoy piensas que te hubieran hecho pasar momentos difíciles? PR: Es como si todo el mundo tuviera un mal rato con Sandy Koufax, Juan Marichal o Bob Gibson. Yo tendría momentos difíciles con Justin Verlander o David Price o CC Sabathia. Tendría que escoger bien mis pitcheos para poder batearles. O fajarme con algunos fouls para negociar un boleto. Nadie es imbateable. El tipo más cercano a ser imbateable en mis dos primeros años en la liga fue Koufax. Así de bueno era. Cada vez que salía a lanzar tenía oportunidad de completar un juego sin hits ni carreras. SI: ¿Hay algo en el juego de hoy que no reconoces? PR: Esto no es baloncesto donde los jugadores salen un buen rato a descansar. No es futbol americano donde no se deja de pensar en las lesiones. En el béisbol los peloteros juegan y les pagan mucho dinero. En el mundo de los salarios, negocias. Si alguien consigue un gran contrato, no hay de que quejarse. Consigue alguien que te ayude a resolver ese problema. Traducción: Alfonso L. Tusa C.

lunes, 8 de abril de 2013

Sandy Amorós, un héroe de la Serie Mundial de 1955, fue degradado por Fidel

Las batallas de Sandy A. Nicholas Dawidoff. Julio 10, 1989. Sports Illustrated. El 4 de octubre de 1955, en la parte baja del sexto inning del séptimo juego de la Serie Mundial, el casi desconocido Sandy Amorós de los Dodgers de Brooklyn trotó hacia el jardín izquierdo del Yankee Stadium como sustituto defensivo de Junior Gilliam. Nadie le dio mucha importancia. En un equipo lleno de atletas vibrantes y efusivos, el jardinero izquierdo ocasional quién hablaba poco inglés era casi tan anónimo como cualquier Dodger. Pero no por mucho tiempo. La pizarra estaba 2-0 ganando los Dodgers, había dos Yanquis en base, y Yogi Berra, el bateador más oportuno del juego, al bate. Berra despachó una línea tendida hacia la línea del jardín izquierdo, un seguro doble que empataría el juego. Amorós corrió hacia la línea de foul, donde convergieron pelota, cerca y jardinero. Estiró su brazo derecho y atrapó la pelota a la altura de la cintura, giró y lanzó la pelota al shortstop Pee Wee Reese, quién estaba en territorio corto del jardín izquierdo cerca de tercera base, este la pasó al primera base Gil Hodges para el dobleplay. En efecto, la serie había terminado, ningún equipo volvió a anotar. “Nunca hubiera hecho esa atrapada”, dijo Gilliam. Cuando los periodistas abordaron a Amorós, éste sonrió y ladeó la cabeza, “Sortario, tuve mucha suerte”. Treinta y cuatro años después, Amorós, 59, está sentado en la mesa del comedor de su apartamento de dos habitaciones en Tampa. Aunque es una tarde soleada y caliente, las ventanas están cerradas y el lugar huele a humedad. Amorós tiene una medalla de oro religiosa en el cuello. Su barriga sobresale bajo una guardacamisa blanca, sobre la pretina de sus viejos pantalones azules. “Creo en Dios”, dice Amorós en español, todavía el lenguaje con el cual se siente mejor. “Pero no creo que Dios me puso en esta situación. Viviendo de esta forma, no me siento bien de la cabeza. Oigo ruidos en mi mente. Es de locos. Por lo menos cuando comienza la temporada de beisbol me concentro en ella. No sé porque vivo aquí. No tengo nada, y nadie me puede dar lo que quiero. Quiero sentirme sano. Así puedo buscar un trabajo y conseguir compañía. Tampoco puedo caminar por el parque y ver a los niños jugar como antes. No me puedo sentir feliz, no puedo moverme”. Amorós mira hacia el extreme vacío de la pierna izquierda de sus pantalones. Parte de su pierna fue amputada en 1987. “Dijeron que tenía algunos problemas de circulación. Estaba al límite de la gangrena. Los dedos de los pies se me empezaron a dormir. Cortaron debajo de la rodilla. Todo vino al mismo tiempo. Nunca le deseé a nadie algo malo. ¿A quién pude haber dañado para que me pasara esto?” En verdad, las cosas son mejores para Amorós de lo que habían sido. Hace un año vivía de una pensión mensual del béisbol de 495 $ en la sección Ybor City de Tampa. Estaba inmóvil, pasando los días balanceando su muñón vendado sobre su andadera, mientras se sentaba en una silla plegable a la entrada de su casa. A menudo tenía hambre. Al menos este nuevo apartamento es limpio y sin plagas. Hay arroz amarillo y pollo en la nevera y una muda de ropa interior junto a las camisas y pantalones que Don Zimmer envió cuando supo de las penurias de su antíguo compañero. Amorós dice, “Tengo suerte de vivir en Florida. No se necesita mucha ropa.” A menudo ve televisión todo el día mientras se recuesta en un sofá desgastado. Luego de un año con el muñón vendado, ahora tiene una prótesis en su pierna izquierda y un suplemento mensual de 400 $ a su pensión, ambos cortesía del Baseball Alumni Team (BAT), una organización dedicada a asistir peloteros retirados que pasen por situaciones difíciles. El amigo de Amorós, Mario Núñez, el maitre de at the Tampa Bay Downs racetrack restaurant, dice, “Para un hombre de su calibre, vivir así es una locura”. Amorós dice, “Mi vida está dentro de mí. No sé que le hice a ese tipo para merecerme esto”. El tipo de quién habla Amorós es Fidel Castro. Edmundo Amorós creció en Matanzas, un suburbio de La Habana, donde su padre era un trabajador a destajo. Amorós se hizo de un nombre en los juegos de béisbol efectuados a un lado de los cañaverales, y en 1950, a los 20 años, salió de Cuba para jugar en los jardines con los Cubans de New York de las ligas negras. Ese invierno regresó a Cuba, donde destacó con La Habana en la liga invernal cubana. En la temporada de 1951, el scout de los Dodgers Al Campanis lo observó en La Habana. “Lo vi batear una pelota de un bote al segunda base y casi se embasa”, dice Campanis. “Eso me abrió los ojos”. Pronto Amorós tenía un puesto en el roster del equipo de ligas menores de los Dodgers en St. Paul. Sus nuevos compañeros lo llamaban Sandy, por su parecido con el campeón peso pluma Sandy Saddler. Luego de batear .337 con St. Paul en 1952, Amorós fue subido a Brooklyn, lo presentaron como el próximo Willie Mays. No lo fue. Amorós pasó los próximos cinco años oscilando entre Brooklyn y el equipo AAA de los Dodgers en Montreal. Lideró la Liga Internacional con promedio de bateo de .353 en 1953, pero su inconsistencia en el plato cuando subía a Grandes Ligas le impidió ganarse la regularidad. En Brooklyn, Amorós era inolvidable por su estilo de bateo poco común. “Evidentemente agita las muñecas cuando espera por el pitcheo”, escribió Bill Roeder en el New York World-Telegram, “lo que causa que el bate vibre en el otro extremo y este pequeño movimiento tiene un extraño efecto refrescante en los que en el palco de prensa podemos salirnos de nuestros suplementos de comiquitas”. Además de la atrapada salvadora de la serie, Amorós tuvo otros momentos especiales. Bateó tres jonrones en tres días mientras los Dodgers aseguraban el banderín en los momentos culminantes de la temporada de 1956. En el juego inaugural de la serie de ese año le bateó un sencillo impulsor clave a Whitey Ford, y en el quinto juego casi le rompe el juego perfecto a Don Larsen con una línea que curveó hacia el lado equivocado del poste de foul. Pero en 1958, cuando tenía 28 años, estaba fuera del equipo, pasó toda la temporada y la mayor parte de la siguiente con Montreal antes de ser cambiado a Detroit. Un año con los Tigres, una temporada de 1961 con el equipo filial en Denver, y luego el único trabajo disponible para Amorós fue como jardinero en la Liga Mexicana. En 517 juegos en Grandes Ligas, Amorós bateó .255 con 43 jonrones. Falló por una semana para calificar por una pensión de Grandes Ligas. Fue un héroe en Cuba. Los Dodgers habían tenido entrenamientos primaverales en La Habana en los años ’40, lo que hizo a los aficionados de Brooklyn pertenecer a las grandes multitudes que iban a ver practicar los equipos de Leo Durocher. Para un cubano haber jugado con los Dodgers y destacado con ellos en la Serie Mundial era un asunto de orgullo nacional. Aún cuando su carrera de Grandes Ligas desmejoró, Amorós tenía una mansión de 30000 $, compraba un carro nuevo cada año y tenía mucho dinero en el banco. Los chiquillos lo seguían en las calles de La Habana. En 1959, un tipo llamado Castro, que una vez fue pitcher, se apoderó del gobierno cubano. Entre otras cosas, se hizo muy conocido por su afecto por el béisbol y por su confianza en sus destrezas peloteriles. Un día de 1960, Amorós se lo topó cuando Castro fue a una caimanera donde jugaban Amorós y sus amigos en Santa María del Mar. Castro pidió jugar. “Antes que llegara Castro íbamos a tener un buen juego”, dice Amorós. “Cuando él llegó, tuvimos que jugar de otra manera. Éramos mejores jugadores, no fue nada divertido”. Dos años después las cosas empeoraron. Por mucho tiempo había habido rumores de que Cuba podría ser premiada con una franquicia de Grandes Ligas. Castro, sin embargo , decidió crear una liga profesional de verano en Cuba. Le pidió a Amorós, quién como siempre, pasaba sus vacaciones en Cuba, quedarse en el pais para dirigir uno de los equipos en vez de regresar a México ese verano. “Le dije a Castro que no sabía dirigir”, dice Amorós. “Si puedo jugar, ¿por qué tengo que dirigir?” En privado, Amorós tenía reservas sobre trabajar para el gobierno. Castro no se tomó a la ligera la negativa de Amorós. Expropió a Amorós de su mansión, carro y dinero. Amorós fue detenido en Cuba y no se le permitió reportarse a la temporada de 1962 en la Liga Mexicana. “Castro no me dejó salir”, dice. “No quiero hablar de él”. En 1981, Amorós le dijo al Sporting News, “No me simpatiza ese tipo. Pensé que estaba loco. Cuando me negué a dirigir, allí empezaron los problemas”. Cinco años después, en 1967, Castro le permitió a Amorós salir con otros 64000 cubanos hacia los Estados Unidos. Amorós llegó a Miami con su esposa, Migdalia, y su hija Eloisa, sin un centavo, 15 kilos por debajo de su peso cuando jugaba y todavía hablando poco inglés. Sus únicas posesiones eran dos fluxes desgastados, cuatro camisas, ropa interior y un par de zapatos viejos. Cuando le preguntaron como había pasado esos cinco años, dijo, “Casi no salía de la casa, excepto para ir a la esquina. No iba a restaurantes o cabarets. Algunas veces al cine. Pero todo lo que exhiben son películas rusas o checas, y no las entendía bien. Vivíamos con un kilo de arroz al mes en Cuba. Medio kilo de carne quincenal. ¿Caraotas? Un kilo mensual. Para mí, Cuba era mejor antes. Castro quería que mi hija se uniera a una organización juvenil, pero no la dejé. Amorós se llevó su familia al South Bronx y empezó a buscar trabajo. El gerente general de los Dodgers, Buzzie Bavasi, al conocer la situación de Amorós, decidió colocarlo en el roster del equipo por una semana, para que Amorós pudiera empezar a recibir una pensión de Grandes Ligas. Amorós apareció otra vez en el banco de los Dodgers mientras el equipo jugaba ante los Filis y los Astros. Cuando terminó la semana, regresó a Nueva York y empezó a vender televisores en una tienda. En diciembre de 1967, Migdalia se divorció de él, y se llevó a Eloísa. Luego de tres años, la tienda donde trabajaba se quemó. Amorós estuvo seis meses desempleado, hasta que un amigo del New York Post, quién tenía contactos en la oficina del alcalde de Nueva York, John Lindsay, lo ayudó a conseguir un trabajo en el departamento de parques del Bronx. Cuando terminó el período de Lindsay, también fue igual para Amorós. Vinieron dos años de desempleo. En 1977, Amorós recibió el primer cheque de su pensión de Grandes Ligas y se mudó a Tampa, donde vivía sólo, del dinero que ganaba de una variedad de trabajos como mayordomo y de su pensión. Finalmente, su pierna le dolía tanto que a menudo no podía caminar, en la próxima década, el orgulloso hombre no le dijo nada a nadie sobre eso. “¿A quién se lo iba a decir? Pensaba que ellos no podrían hacer nada por mí”, dice. “Si llamaba a un viejo compañero, podía pensar que le estaba mintiendo. Cuando la gente de las caimaneras de Ybor City me llamaban para jugar y yo no podía, pensaban que era porque había jugado en Grandes Ligas y era muy grande para jugar con ellos”. Finalmente, en septiembre de 1987 el dolor se hizo intolerable, y Amorós fue llevado al Memorial Hospital. Le removieron la parte inferior de la pierna. Debido a que Amorós todavía era ciudadano cubano, no pudo recibir el seguro social. El hospital absorbió sus gastos médicos. Tarducción: Alfonso L. Tusa C. Sandy Amorós falleció el 27 de junio de 1992.