viernes, 25 de octubre de 2013
Koo foo the killer. (50 años de la Serie Mundial de 1963)
Liderados por Sandy Koufax, un joven con un brazo izquierdo letal, los Dodgers vencieron a los Yanquis en cuatro juegos. Los Yanquis estaban tan impresionados como sus fanáticos. Nunca antes los orgullosos neoyorquinos habían perdido una Serie Mundial de manera tan humillante.
William Leggett. 14 de octubre de 1963. Sports Illustrated
Para apoyar su brillante pitcheo, los Dodgers supieron aprovechar la velocidad en el momento apropiado y batear justo lo suficiente para ganar. Contra tal tipo de equipo, amolado por una fiera y competitiva temporada en la Liga Nacional, el ataque de los Yanquis colapsó. Habiendo hecho de nuevo una farsa de la carrera por el banderín de la Liga Americana, quizás los Yanquis pertenezcan a una liga diferente, podría ser una tercera liga, situada en algún limbo entre la Americana y la Nacional.
Juego 1
Luego de una separación de siete años y 3000 millas, los Yanquis y los Dodgers estaban ahí de nuevo. En una agradable tarde de octubre, 69000 personas asistieron al famoso estadio del Bronx para presenciar a los dos viejos rivales decidir el campeonato máximo del béisbol. Por lo menos esa era la razón reconocida por la que estaban ahí. En verdad ellos querían saber si Sandy Koufax podía realmente vencer a Whitey Ford.
Había expectativa por un gran duelo de pitcheo, y durante un inning dorado fue así. Ford fue el mismo viejo Ford. En el primer inning ponchó dos Dodgers y obligó al tercero a batear un inofensivo rodado a las paradas cortas. Era dificil imaginar como aún Sandy Koufax podría mejorar eso. Pero lo hizo. Koufax ponchó a los tres Yanquis que enfrentó. El gran duelo de pitcheo había empezado.
En el segundo inning todo terminó. Con un out, Frank Howard fue a batear. Howard es un gigante preocupado todo el tiempo. Cuando los Dodgers están en la carretera, Howard se excusa con diplomacia del resto de los peloteros y camina solo por las calles. Hace cinco años los Dodgers le dieron $108.000 a Frank Howard y le dijeron que pronto se convertiría en el mejor beisbolista vivo. Pero Frank Howard es un bateador de rachas, que puede ser engañado con vergonzosa regularidad por un astuto y talentoso pitcher como Whitey Ford. Así que Ford le lanzó una recta, y Howard despachó un linietazo a 460 pies entre left y center field para el doble más largo en los 41 años de historia del Yankee Stadium. Ese doble trajo a batear a Bill Skowron.
Esta había sido una mala temporada para Skowron, quién había sido un Yanqui por nueve años. Cuando los Dodgers lo adquirieron dieron por hecho que habían agregado poder derecho a su alineación. No resultó de esa manera. Moose bateó .203 y empujó sólo 19 carreras para los Dodgers, los aficionados de Los Angeles empezaron a abuchearlo cada vez que era anunciado como bateador emergente.
Cuando el manager de los Dodgers, Walt Alston decidió alinear a Skowron frente a Ford en el primer juego, Skowron estaba muy emocionado. "Espero", dijo, "Que pueda hacer algo para ayudar al equipo. Será divertido para mí batear frente a Ford porque somos viejos amigos, pero tengo que ayudar a mis compañeros. Les he fallado este año".
Skowron no le falló a los Dodgers el primer miércoles de octubre. Empujó a Howard con sencillo, con lágrimas en los ojos. Dick Tracewski vino a batear. Tracewski es el segundo ciudadano más famoso de Eynon, Pa. El más famoso es Joe Paparella, quién sería el árbitro detrás del plato. Debido a una lesión del tercera base Ken McMullen, los Dodgers tuvieron que mover a Jim Gilliam de segunda a tercera y colocar a Tracewski en la intermedia. Tracewski bateó solo .266 este año y fue usado principalmente a la defensiva hacia el final de juegos cerrados. Los Dodgers tienen una pequeña canción que cantan cuando requieren ayuda defensiva."One-ski, two-ski, pongan a jugar a Tracewski". Cuando Tracewski, quién jugó ocho años en las menores, caminaba hacia el plato, sintió algo extraño en el estómago. "Estaba desesperado porque el juego comenzara", dijo. "Tenía la corazonada de que algo iba a ocurrir y la oportunidad de jugar en una Serie Mundial se me iba a escapar. Al caminar hacia el plato, me sentí enfermo y con miedo, y Paparella dijo, 'Dick, ¿ni siquiera me vas a decir hola?' "
Tracewski miró a Ford y dijo, "Por favor Joe, ahora no". Lo haré la próxima vez, Joe". Tracewski bateó sencillo al centro. John Roseboro, el catcher de los Dodgers, siguió con cuadrangular a la derecha, cuando Tracewski pasaba por segunda era la vista más simpática del estadio, el único hombre trotando y aplaudiendo a la vez.
Ford se paró en el montículo con las manos en jarra. Nadie espera que Whitey Ford permita cuatro carreras a nadie en un inning, especialmente a los Dodgers. Desde el 10 de agosto, a través de 437 innings en 48 juegos, los Dodgers fueron capaces de anotar cuatro carreras en un inning solo cuatro veces, y se las ingeniaron para hacerlo en el segundo inning del primer juego de la Serie Mundial contra el mejor pitcher de la Liga Americana.
Por casi cinco innings Koufax estuvo más allá de la perfección. Ponchó en fila a Tony Kubek, Bobby Richardson, Tom Tresh, Mickey Mantle y Roger Maris. Elston Howard salió en elevado de foul al catcher, luego Joe Pepitone se ponchó también. Después que Koufax dominó a Cletis Boyer con rodado al cuadro y a Ford con bombo a tercera, ponchó a Kubek, Richardson, Tresh y Mantle en fila otra vez.
Las dificultades llegaron a Koufax con dos fuera en el quinto. Le llenaron las bases con tres sencillos, entonces ponchó a Héctor López. En el sexto concedió dos boletos pero dominó a Mantle y Maris con elevados al cuadro interior. Los Yanquis finalmente anotaron en el octavo cuando Tom Tresh largó jonrón de dos carreras. Eso fue todo lo que pudieron hacer los neoyorquinos. Con el último envío del juego, Koufax ponchó a Harry Bright para romper el record de Carl Erskine de más ponches (14) en un juego de Serie Mundial. Koufax había ponchado a cada Yanqui de la alineación regular por lo menos una vez a excepción de Clete Boyer, y ponchó a los tres emergentes de los Yanquis. Bobby Richardson, abanicó tres veces, y Richardson solo se ponchó 22 veces en 630 turnos al bate esa temporada.
Los Dodgers mostraron su velocidad en el primer juego solo dos veces. En el tercer inning, Willie Davis corrió desde primera base con un imparable hacia la derecha y con un deslizamiento excelente batió un tiro casi perfecto de Roger Maris. Luego vino Skowron a batear, y Skowron sencilleó por el medio para traer a Davis con la última rayita de los Dodgers, que dejaría el marcador final 5-2. En el sexto inning, Tommy Davis robó segunda venciendo fácilmente disparo apurado y alto de Howard. Tommy no anotó, pero, esto debió ser una señal para los Yanquis de lo que estaba por venir.
Juego 2
El primer bateador que enfrentó a Al Downing en el primer inning del segundo juego fue Maury Wills. Wills sencilleó sobre el montículo, mientras permanecía en primera base, estudiaba el movimiento del joven zurdo de los Yanquis mientras le lanzaba un strike a Jim Gilliam. En el segundo lanzamiento Wills salió hacia segunda base, un pequeño objeto azul y gris. "Una vez que vi que levantó el pie del suelo, me fui", dijo Wills.
Downing es un pitcher joven, pero nada inocente y, como las otras 66000 personas presentes en Yankee Stadium aquel jueves, sabía exactamente que esperar. Su pie no se movió hacia el plato sino hacia primera, y le lanzó la pelota a Joe Pepitone.
Epa, Wills fue sorprendido. En cuestión de segundos, el excelso infield de los Yanquis convertiría al pobre Wills en el primer out del juego. Pero Maury había salido, con determinación, para no ser atrapado por el astuto movimiento de Al Downing. Wills nunca se detuvo en su vuelo, y los Yanquis, sin la dificultad de un corre y corre, se colocaron en posición para tocarlo en segunda base. El tiro de Pepitone, sin embargo, fue hacia el lado interno de la base, y el camarero de los Yanquis, Bobby Richardson tuvo que estirarse sobre la base para tomarlo. Wills, aún a 15 pies de la base, se lanzó sobre su estómago y llegó de cabeza por el lado externo de la base, lejos de Richardson en un ángulo de 45 grados. La rapidez de Wills, su reto, su deslizamiento, el tiro de Pepitone, todo pareció llegar a tiempo. El impulso de Richardson se lo llevó muy lejos. Tony Kubek, llegando del shortstop en línea directa para respaldar la jugada, pudo haber tomado el tiro y hacer el out, pero Richardson tenía la pelota y no pudo volverse a tiempo. Mientras buscaba al corredor, semejando una versión de una danza cosaca en segunda, los brazos de Wills abrazaban la base. Así comenzó el segundo juego y, para todos los propósitos, el segundo juego había terminado. Maury Wills, el hijo de un sacerdote, una vez más había roto con éxito el octavo mandamiento.
Los Yanquis estaban atontados, Downing estaba sobreexigido y los Dodgers estaban al ataque. Downing le lanzó tres bolas seguidas a Gilliam, luego dejó una sobre el plato. Gilliam soltó imparable a la derecha de Pepitone, y Wills se detuvo en tercera con ganas de seguir hacia el plato. Roger Maris lanzó la pelota desde el jardín derecho, pero su disparo llegó de aire al plato. No fue posible hacer el corte, y Gilliam se metió hasta segunda.
Con Wills amagando en la línea de tercera base, Downing se resistía a usar su curva. Willie Davis se paró en el plato y vino una recta. Salió un linietazo hacia Maris. Wills, parecía un hecho, anotaría luego de la atrapada. Pero Maris tuvo problemas siguiendo la trayectoria de la pelota. Arrancó, luego se detuvo, trató de voltearse y regresar, luego se resbaló y cayó. La pelota rebotó de la cerca de la derecha, y entraron dos carreras. La liebre aventajaba a la tortuga, y Johnny Podres se encargaría de que todo se mantuviese de esa manera.
Podres, otro zurdo, fue el hombre que venció dos veces a los Yanquis en 1955, incluyendo un blanqueo 2-0 en el séptimo juego para darle a los Dodgers su primer campeonato mundial. Sólo en el noveno inning los Yanquis pudieron anotar. Frank Howard hizo una atrapada sensacional sobre un batazo largo pero rutinario de Mantle para terminar el primer inning; Podres ponchó dos hombres en fila para terminar el segundo, dos hombres quedaron en base.Este fue el inicio de 13 outs consecutivos. Cuando Tom Tresh sencilleó en el sexto, Willie Davis decapitó un batazo largo de Mantle hacia el centro. Y cuando Skowron sonó jonrón en el cuarto, una conexión sobre la línea del right field, como muchas que había bateado en el pasado, los Dodgers aumentaron su ventaja a tres carreras.
Mientras tanto, los Yanquis perdieron, al principio indefinidamente, luego definitivamente por el resto de la serie, a Maris su segundo toletero. Con dos outs en el tercer inning, Tommy Davis devolvió un pitcheo de Downing al rincón del jardín derecho. Tratando de atrapar la pelota, Maris chocó contra la pared. Davis llegó hasta tercera con un triple, y Maris salió del terreno con un brazo muy golpeado, para nunca regresar a jugar. Su sustituto, Héctor López, bateó dos dobles y anotó la única carrera de los Yanquis, a los Yanquis se les dificultaba salir adelante con la pérdida de un buen jugador.
Willie Davis fue el segundo bateador de los Dodgers en el octavo inning. El 13 de septiembre, cuando Willie se ponía a tono para jugar ante los Filis de Filadelfia, recibió una llamada telefónica de Kenny Myers, el scout que lo había firmado por $5000 hacía cinco años. "Willie", dijo Myers, "te estás parando muy erguido en el plato. Dóblate un poco para que puedas ver mejor los lanzamientos. Eres muy buen atleta para estar bateando .220". Davis fue al estadio y copió el estilo de Stan Musial. Desde ese día, Davis ha bateado para .344.
Descargó un doble a la derecha ante Ralph Terry y luego llegó al plato con un tremendo triple de su compañero de habitación, Tommy Davis, un imparable que elevó temporalmente el promedio de bateo de Tommy en Series Mundiales a .625. Podres llegó hasta el séptimo episodio, pasó el octavo y logró un out en el noveno. Entonces se cansó, él lo admitió. Walter Alston trajo a Ron Perranowski del bull pen. El mejor relevista del béisbol controló un pequeño alzamiento de los Yanquis y mantuvo el marcador 4-1.
En el club house Tommy Davis estrechó la mano de Willie Davis.
"¿Que dices nené?", le preguntó.
"Le digo adiós a Nueva York. No regresaremos".
Juego 3.
Los Ángeles estaba lista para el tercer juego de esta Serie Mundial, todo el trayecto desde Disneylandia a Pasadena y de regreso al centro en el punto de unión entre las avenidas Principal y Tercera, allí todos los anuncios principales apuntaban hacia un tal Sandi Cofacks. La ciudad de Los Ángeles, sin embargo, no creía que los Dodgers podían ganar el tercer juego de la serie. Esta temporada, Los Ángeles se había convencido de que Don Drysdale, con una marca de 19-17, era sólo un buen pitcher, porque su record no era tan impresionante como fue en 1962 cuando ganó 25 juegos y perdió solo nueve. Necia ciudad.
Una vez este año, cuando Drysdale se vio envuelto en una artillería de críticas de la prensa de Los Ángeles, Walter Alston solicitó una reunión con los periodistas para discutir sobre su mejor pitcher derecho. "Considero que Don Drysdale", dijo Alston, "ha sido un pitcher tan efectivo este año como lo fue el año pasado. Revisen su efectividad y no su récord de ganados y perdidos. En muchos juegos que ha perdido no lo hemos respaldado. Pero su efectividad es más baja ahora que en la temporada pasada (2.66 versus 2.84)".
Cuando Drysdale llegó a Dodger Stadium para el tercer juego estaba abajo en las apuestas 11-10, universalmente, estaba casi destinado a perder. Había pocas personas en Los Ángeles dispuestos a apostar por él. Había perdido muchos juegos cerrados este año, 1-0, 2-1, 3-2, pero perder es perder, y Los Ángeles tiene un sentido definido sobre lo que significa perder. Antes de cruzar la línea del left field para tomarse fotografías y hablar a los reporteros, le hicieron dos preguntas a Drysdale:
Q. Hay muchas personas que presienten que perderás hoy. ¿Como te sientes?
A. Si pierdo hoy, perderé porque no soy lo suficientemente bueno. Me siento bien física y emocionalmente, como me he sentido todo el año.
Q. ¿Sientes que puedes lanzar tan bien como Koufax y Podres lo hicieron en los primeros dos juegos?
A. Mira, Sandy y Johnny lanzaron grandes juegos.¿Quieres que te diga que voy a hacer lo imposible? Lo que ellos hicieron estuvo a un nivel muy alto. Me gustaría alcanzar ese nivel en esta serie. Me gustaría hacerlo, pero ellos han fijado un listón bien alto, y no quiero tratar de alcanzarlo para chocar contra él. Claro, quiero hacerlo mejor que ellos. Ellos querrán hacerlo mejor si tienen que lanzar otra vez. Hoy se trata de mí y los Dodgers contra los Yanquis. Este es mi juego. Tengo que lanzarlo.
En dos horas y cinco minutos, Don Drysdale lanzó el mejor juego de esta serie de gran pitcheo. Los Dodgers le dieron solo una barata, sortaria, idiota, preciosa carrera, y él la defendió. La carrera llegó cuando Jim Bouton, el joven derecho de los Yanquis ganador de 21 juegos, caminó a Jim Gilliam con un out en el primer inning, lo llevó a segunda con un wild pitch y lo vio anotar mediante un sencillo de Tommy Davis.
Davis bateó roletazo a la mano izquierda de Bouton, mientras se doblaba para atraparla, la pelota se deslizó sobre el lado izquierdo de la goma de lanzar, hacia Bobby Richardson en segunda base. Richardson perdió parcialmente la pelota en el fondo de las camisas blancas de la tribuna. En el último segundo intentó moverse hacia la pelota, pero esta se movió hacia su pierna izquierda y se internó en el jardín derecho. "Si el viento estuviese a nuestro favor", dijo Richardson, "la pelota hubiese rebotado hacia el campocorto y se hubiese quedado en el infield, por lo tanto no hubiese entrado la carrera. El viento estaba en contra, y ellos lograron la carrera".
En el segundo inning, Drysdale ponchó a Bouton con las bases llenas para terminar una amenaza de los Yanquis. En el tercero paralizó a Mickey Mantle con un lanzamiento que pudo haber sido una bola de saliva. En el sexto, con la posible carrera del empate en tercera y Mantle de nuevo al bate, Frank Crossetti, el coach de tercera base de los Yanquis, entró en escena. Dijo que Drysdale estaba lanzado con saliva. Crossetti corrió por la línea de tercera base y señaló a Drysdale. El árbitro principal, Larry Napp le dijo a Drysdale que se secara los dedos luego de llevarlos a la boca. Dos lanzamientos más tarde le hizo un lanzamiento a Mantle que se hundió para el tercer strike. Mantle se quedó mirando la pelota. John Roseboro, el catcher de los Dodgers, dijo que fue una recta adentro. Ni siquiera sonrió cuando lo dijo.
En el noveno inning Joe Pepitone terminó el juego con un batazo largo hacia el jardín derecho que parecía jonrón. Ron Fairly, el jardinero derecho de los Dodgers, corrió hacia la cerca y miró la pelota con nerviosismo. "En principio", dijo, "No pensé que llegara tan lejos. Luego vi que subía y seguía avanzando, pensé que saldría del parque. En el último minuto se detuvo, di un par de pasos y la atrapé".
El club house de los Dodgers no estaba muy exultante. Ron Perranowski, el experto relevista, dijo, "Don lanzó un gran juego". Cerca de Perranowski estaba Sandy Koufax, tratando de no robar la atención en Drysdale. "Koo-foo va mañana", dijo Perranowski. "Si viene bien, no tendré necesidad siquiera de calentar en el bull pen. Podría no tener que relevar más este año. Necesito algo de acción. Me voy a ir a casa para lanzar la pelota contra las escaleras”.
Los Yanquis habían perdido los primeros tres juegos, y sus anotaciones habían sido cada vez peores, dos carreras en el primer juego, una carrera en el segundo, 0 carreras en el tercero. Desde junio los directivos de los Yanquis habían catalogado a este como "el equipo más grande de los tiempos modernos". Pero este gran equipo había estado abajo en 26 de los 27 innings. ¿Que estaba pasando?
Juego 4
Temprano en la mañana del cuarto juego de la serie, un hombre se paró en la esquina entre Wilshire Boulevard y Figueroa Street en Los Ángeles.Tenía un vaso de whisky con agua en su mano derecha. Dijo que el clima lucía maravilloso. Usaba una gorra azul de los Dodgers con brillantes orejas de conejo apuntando hacia el cielo. Seguía sintonizando un radio transistor en el bolsillo de su paltó. Cada vez que un carro pasaba por la esquina él levantaba su vaso y ofrecía este consejo: "Relájese con Koufax".
A pesar de una actuación donde Whitey Ford solo permitió dos imparables, resultó que el hombre estaba en lo cierto. Sólo que nadie estuvo completamente relajado hasta el último out. Aún con Whitey Ford de tu lado, la idea de tener a Sandy Koufax en un montículo de lanzar es algo que ningún oponente puede dejar de contemplar. Si a Koufax le dan una carrera de ventaja, él la protegerá. Una vez que está adelante, el oponente no sólo tiene que fajarse con Koufax sino también con la idea de que una carrera comienza a parecer como 19. Lo mejor que se puede hacer es esperar que un error lo meta en problemas y que entonces te las ingenies para batear dos imparables a continuación.
Por tres episodios Koufax estuvo excelente. Sin errores, sin hits. Por supuesto, no tan bueno como estuvo en el primer juego, pero nadie puede lanzar tan bien como lo hizo Sandy Koufax en los primeros cuatro innings del miércoles 2 de octubre de 1963. Sin embargo, en la apertura del cuarto inning del domingo 6 de octubre, Koufax se encontró en medio de un torbellino. Con la pizarra 0-0 y el ataque de los Dodgers atenazado por los pitcheos a la altura de los tobillos de Whitey Ford, Maury Wills, Dick Tracewski y Willie Davis corrieron detrás de un elevado bateado por Bobby Richardson al jardín central corto. Cada uno asumió que el otro ejecutaría la atrapada. Ninguno lo hizo. La pelota aterrizó en la grama, y Richardson llegó hasta la intermedia con el primer imparable de los Yanquis. Koufax salió del temporal por propios medios con un bombo de foul y un rodado, pero a través de la vastedad de Dodger Stadium flotaba un presentimiento de tristeza. Le habían bateado a Koufax, los Dodgers habían fallado. Lo peor de todo era que el ataque de los Dodgers parecía inmovilizado por un revitalizado Whitey Ford.
¿Podía alguién batearle a Ford? ¿Podía alguien darle a Koufax una o dos carreras que necesitaba para ganar? La respuesta llegó en el quinto inning. Ford lanzó una curva lenta, casi con desaprobación, a aquella eminencia Dodger, Frank Howard. Howard la devolvió a 450 pies hasta el segundo piso del jardín izquierdo. Nunca antes había sido bateada una pelota hacia esa zona. Nunca una carrera fue más necesitada que esa.
La ventaja no duró mucho. Mickey Mantle vino a batear en el séptimo inning con un out. Mantle había sufrido en toda la serie. Había bateado dos posibles jonrones en Nueva York en el segundo juego, pero cada uno se quedó corto de la cerca, solo fueron dos outs lejanos. Su único imparable en 13 turnos fue un toque fortuito que llegó hasta los jardines en el tercer juego. Esta vez, sin embargo, ante el primer lanzamiento de Koufax, Mantle descargó cuadrangular. Mientras llegaba al plato la banca entera se levantó para felicitarlo. Por primera vez en 34 innings los Yanquis habían venido de atrás para empatar el juego.
El empate sólo duró dos outs. En el cierre del séptimo Jim Gilliam bateó una pelota que rebotó alto hacia tercera base. Parecía que iba a pasar sobre la cabeza de Clete Boyer cuando el mago de los Yanquis estiró su cuerpo como un payaso que salta de su caja de resortes y la atrapó. Su tiro a Pepitone fue perfecto, pero Pepitone perdió la trayectoria de la pelota en las camisas blancas de la tribuna. La pelota rebotó de la muñeca del primera base, de su antebrazo, su pecho y finalmente rebotó hacia la cerca, a 70 pies de distancia. Cuando Pepitone recuperó la pelota, Gilliam estaba en tercera base y Willie Davis venía a batear.
"Cuando llegué allí, sabía", dijo Davis después, "que daría un batazo. Iba a hacer swing si Ford acercaba la pelota a cualquier lugar del plato". El primer lanzamiento de Ford llegó, y Davis la conectó hacia Mantle entre right y center. A pesar de un buen tiro de Mantle al plato, Gilliam anotó de pie. En su frustración, Elston Howard tomó la pelota y la disparó hacia Boyer, quien estaba parado sobre la tercera base. Boyer miró al árbitro Larry Napp, rogando que Napp dijera que Gilliam había salido hacia el plato antes de la atrapada. Napp separó sus manos en un corto gesto de que todo estaba en orden y sacudió su cabeza.
Los Yanquis embasaron la carrera del empate en el octavo inning y la posible carrera del triunfo en el noveno, pero Koufax los dominó. Sandy Koufax, por segunda vez en cinco días, había vencido a Whitey Ford. Lo hizo con seis imparables, un ala (su izquierda) y una oración, y el error de Joe Pepitone. Whitey Ford había permitido solo dos hits, pero el nombre del juego es carreras. El premio de Koufax y los Dodgers fue el más grande que el beisbol puede ofrecer: un campeonato mundial.
En el club house de los Dodgers todos querían a Koufax, la radio, la televisión, fotografos, la prensa. Tommy Davis se paró con lágrimas en los ojos dentro de su camerino. Este año había liderado la Liga Nacional en bateo con .326 de promedio, y en la serie había bateado .400, el promedio más alto logrado por Dodger alguno. Finalmente Koufax escapó de sus perseguidores y llegó al camerino de Davis. Abrazó a Tommy, y Davis le dijo: "Sandy, eres el pitcher más grande que jamás haya existido".
Walter Alston, el manager, se sentó en su oficina, con paciencia evitó decir algo despectivo de los Yanquis. Le preguntaron que iba a hacer. ¿Iría a la ciudad? ¿Que pensaba de las oportunidades de su equipo el próximo año? "Lo que estoy pensando en este momento", dijo, "es en empacar mi equipaje y regresar a Dartown, Ohio. Voy a manejar lentamente, y cuando llegué allá voy a llevar a mi nieto de 10 años a cazar ardillas. Su nombre es Robin Dean Ogle. Robin por Roberts, Dean por Dizzy. Es un primera base ambidextro. Cuando salgamos a cazar pienso que me sentaré con él en un viejo tronco y veremos caer las hojas".
Los Yanquis habían jugado buen beisbol, solo que el pitcheo de los Dodgers fue mucho para ellos. Los Yanquis fueron buenos pero no lo suficiente. Habían sido las víctimas del mejor pitcheo que nadie hubiese visto en la Serie Mundial por mucho, mucho tiempo.
Traducción: Alfonso L. Tusa C.
martes, 22 de octubre de 2013
Extracto de "Esperanzas entre Leones y Navegantes
3.a Pisa y corre
La tarde se presentaba ardorosa y exigente en aquel pedazo de tierra aplanado en el cual bullía la efervescencia de los cálculos matemáticos con el trabajo pesado realizado por los obreros, la manos callosas y los músculos tensos de mover carretillas, cargar baldes de granza o fajarse a pico y pala. La actividad era incesante; había necesidad de terminar aquel tramo para fines de mes y sólo faltaban quince días.
Todo aquel vaporón sofocaba a cualquiera, pero la terapia de relajación del ministro no le fallaba de manera alguna. Esta vez se puso a recordar la vez que Esteban, su hijo adolescente, fue a una fiesta de sus amigos de bachillerato: ¡Muchacho, ¿y para dónde llevas tú ese radio?!, preguntó sorprendido y escandalizado el hombre del despacho comunicacional a su vástago. No te preocupes papá que tengo una táctica para camuflajearlo.
A la distancia en el tiempo, el funcionario público se sonríe como cualquier padre que rememora las travesuras de sus hijos. Qué muchacho del carajo ése, chico. Yo tan caraquista y él que me viene a salir magallanerísimo. Eso no lo habría hecho yo por escuchar un juego del Caracas. Y éste se las arregla para escuchar un juego entre Caracas y Magallanes en una fiesta de la época más intensa de su vida.
El hecho es que al día siguiente de la fiesta hubo una conversación entre padre e hijo que no dejó de contagiar el susto. Sucedió que regresando de la fiesta, a eso de las 10 de la noche, Esteban había sacado el transistor de entre la ropa y había comenzado a escuchar el juego. Estaba tan ansioso por saber cómo iba el partido, que se adosó el aparato en la oreja, abstrayéndose de manera tal que no se dio cuenta de la embestida que venían fraguando tres malandros que caminaban empujando el cuerpo hacia adelante, contorsionadamente, como si esto les diera ánimo para asustar a los demás, a unos treinta metros detrás de él. A pesar de ir acompañado por un amigo, los sediciosos arremetieron contra ellos de manera sutil al principio: Bueno, chamo, van a tené que bajase de la mula y ya, fueron las palabras pronunciadas por el comandante de los hampones.
Papá, ahí sí fue verdad que me asusté tanto que no sentía las manos. Imagínate que por instinto le di todo el volumen al radio en el justo momento en que Bob Abreu conectó un batazo inmenso que amenazaba con desbalancear el encuentro que hasta ese entonces se hallaba igualado a cuatro anotaciones. Sentí cómo la presión ejercida por el filo de la navaja del malandro se aflojaba un tanto, mientras comenzaba a desviar su atención cada vez más hacia lo que decía el narrador en la radio. "Es un batazo muy largo; Abreu una vez más está metido dentro de la jugada importante del equipo. Allá aparece Melvin Mora corriendo desesperadamente tras la bola...." Allí comenzó a volvernos el alma al cuerpo porque por lo menos esto hizo que los malandros terminaran de soltarnos a mí y a mi amigo para enterarse por el radio, repentinamente en sus manos bastas, cómo iba a terminar aquella jugada. Entonces intercambiamos miradas desesperadas y comprendimos que era en ese instante o nunca. Primero nos movimos unos pasos mientras el narrador había subido su voz al máximo para ilustrar con lujo de detalles la jugada fantasmal que había realizado Mora para convertir el casi seguro extrabase de Abreu en un out espeluznante, como espeluznante fue la carrera que emprendimos mientras los comentarios enfebrecidos sobre lo que ocurría en el campo de juego retenían algo más a los malandros para permitir que tomásemos más de una cuadra de ventaja en nuestra huída. Caramba, Esteban, ¿ y cómo hicieron ustedes para despistar a esos tipos que deben sabérselas todas en ese tipo de persecución?, preguntó el ministro visiblemente conmovido. Bueno, papá, sinceramente la ventaja que nos dio el que ellos se quedaran escuchando cómo terminaba la jugada de Mora y Abreu fue decisiva para nosotros. Porque aunque en un determinado momento sentimos cómo nos faltaba el aire y hasta llegamos a tropezarnos, ellos nunca pudieron alcanzarnos. Quizás el chorro de adrenalina que aquella situación de vida o muerte vertió en nuestro torrente sanguíneo nos llevó a correr más duro que el mismísimo Paavo Nurmi cuando lo ponían a correr con la carabina en brazos en el ejército. ¡Pero yo ni siquiera te sentí llegar anoche!. ¡Lo que pasa es que una vez que los perdimos, quisimos estar bien seguros de que no nos iban a encontrar otra vez y pasamos un buen rato encaramados en una mata de almendrón que está frente a la plaza Bolívar. Desde allí me enteré de que el juego entre Caracas y Magallanes había estado a punto de ir a extrainning a no ser por el empuje de Carlos García, quien se vino hasta la goma desde primera aprovechando un toletazo atravesado de Raúl Chávez que lo hizo tomar aliento hasta el último alveolo de sus pulmones, cruzando de tercera para el home, así como lo tomamos todos los que seguíamos el juego y corrimos mentalmente con García los veintisiete metros que separaban al barco del muelle de la victoria para estallar en un grito de alegría que tuvo su origen en el micrófono que generaba la transmisión radial y que desencadenó un zaperoco tal que hasta nos llevó a olvidarnos de la situación en que estábamos, para bajar a celebrar con los magallaneros que estaban en la plaza y sus alrededores escuchando aquel dramático partido. Eso del triunfo magallanero es la única parte que no me gusta del cuento. Pero la alegría de saber que el mismo juego te salvó de las garras de la muerte me hace olvidar cualquier momento desagradable. Nunca pensé, cuando te vi salir con ese radiecito en la mano, que ésa iba a ser la razón para que te tuviera nuevamente con vida a mi lado, le dijo el Ministro a su hijo mientras lo abrazaba. Vamos a mandar a montar en un cuadro ese radio. Primero hay que encontrar a los malandros. Y no creo que el pobre radio haya sobrevivido a la furia de que nos hubiéramos escapado. A lo mejor, el radio se les cayó mientras corrían detrás de nosotros, o furiosos por la rabia y la impotencia de nuestra fuga es posible que lo hayan bataqueado contra el piso.
Alfonso L. Tusa C.
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