martes, 22 de octubre de 2013

Extracto de "Esperanzas entre Leones y Navegantes

3.a Pisa y corre La tarde se presentaba ardorosa y exigente en aquel pedazo de tierra aplanado en el cual bullía la efervescencia de los cálculos matemáticos con el trabajo pesado realizado por los obreros, la manos callosas y los músculos tensos de mover carretillas, cargar baldes de granza o fajarse a pico y pala. La actividad era incesante; había necesidad de terminar aquel tramo para fines de mes y sólo faltaban quince días. Todo aquel vaporón sofocaba a cualquiera, pero la terapia de relajación del ministro no le fallaba de manera alguna. Esta vez se puso a recordar la vez que Esteban, su hijo adolescente, fue a una fiesta de sus amigos de bachillerato: ¡Muchacho, ¿y para dónde llevas tú ese radio?!, preguntó sorprendido y escandalizado el hombre del despacho comunicacional a su vástago. No te preocupes papá que tengo una táctica para camuflajearlo. A la distancia en el tiempo, el funcionario público se sonríe como cualquier padre que rememora las travesuras de sus hijos. Qué muchacho del carajo ése, chico. Yo tan caraquista y él que me viene a salir magallanerísimo. Eso no lo habría hecho yo por escuchar un juego del Caracas. Y éste se las arregla para escuchar un juego entre Caracas y Magallanes en una fiesta de la época más intensa de su vida. El hecho es que al día siguiente de la fiesta hubo una conversación entre padre e hijo que no dejó de contagiar el susto. Sucedió que regresando de la fiesta, a eso de las 10 de la noche, Esteban había sacado el transistor de entre la ropa y había comenzado a escuchar el juego. Estaba tan ansioso por saber cómo iba el partido, que se adosó el aparato en la oreja, abstrayéndose de manera tal que no se dio cuenta de la embestida que venían fraguando tres malandros que caminaban empujando el cuerpo hacia adelante, contorsionadamente, como si esto les diera ánimo para asustar a los demás, a unos treinta metros detrás de él. A pesar de ir acompañado por un amigo, los sediciosos arremetieron contra ellos de manera sutil al principio: Bueno, chamo, van a tené que bajase de la mula y ya, fueron las palabras pronunciadas por el comandante de los hampones. Papá, ahí sí fue verdad que me asusté tanto que no sentía las manos. Imagínate que por instinto le di todo el volumen al radio en el justo momento en que Bob Abreu conectó un batazo inmenso que amenazaba con desbalancear el encuentro que hasta ese entonces se hallaba igualado a cuatro anotaciones. Sentí cómo la presión ejercida por el filo de la navaja del malandro se aflojaba un tanto, mientras comenzaba a desviar su atención cada vez más hacia lo que decía el narrador en la radio. "Es un batazo muy largo; Abreu una vez más está metido dentro de la jugada importante del equipo. Allá aparece Melvin Mora corriendo desesperadamente tras la bola...." Allí comenzó a volvernos el alma al cuerpo porque por lo menos esto hizo que los malandros terminaran de soltarnos a mí y a mi amigo para enterarse por el radio, repentinamente en sus manos bastas, cómo iba a terminar aquella jugada. Entonces intercambiamos miradas desesperadas y comprendimos que era en ese instante o nunca. Primero nos movimos unos pasos mientras el narrador había subido su voz al máximo para ilustrar con lujo de detalles la jugada fantasmal que había realizado Mora para convertir el casi seguro extrabase de Abreu en un out espeluznante, como espeluznante fue la carrera que emprendimos mientras los comentarios enfebrecidos sobre lo que ocurría en el campo de juego retenían algo más a los malandros para permitir que tomásemos más de una cuadra de ventaja en nuestra huída. Caramba, Esteban, ¿ y cómo hicieron ustedes para despistar a esos tipos que deben sabérselas todas en ese tipo de persecución?, preguntó el ministro visiblemente conmovido. Bueno, papá, sinceramente la ventaja que nos dio el que ellos se quedaran escuchando cómo terminaba la jugada de Mora y Abreu fue decisiva para nosotros. Porque aunque en un determinado momento sentimos cómo nos faltaba el aire y hasta llegamos a tropezarnos, ellos nunca pudieron alcanzarnos. Quizás el chorro de adrenalina que aquella situación de vida o muerte vertió en nuestro torrente sanguíneo nos llevó a correr más duro que el mismísimo Paavo Nurmi cuando lo ponían a correr con la carabina en brazos en el ejército. ¡Pero yo ni siquiera te sentí llegar anoche!. ¡Lo que pasa es que una vez que los perdimos, quisimos estar bien seguros de que no nos iban a encontrar otra vez y pasamos un buen rato encaramados en una mata de almendrón que está frente a la plaza Bolívar. Desde allí me enteré de que el juego entre Caracas y Magallanes había estado a punto de ir a extrainning a no ser por el empuje de Carlos García, quien se vino hasta la goma desde primera aprovechando un toletazo atravesado de Raúl Chávez que lo hizo tomar aliento hasta el último alveolo de sus pulmones, cruzando de tercera para el home, así como lo tomamos todos los que seguíamos el juego y corrimos mentalmente con García los veintisiete metros que separaban al barco del muelle de la victoria para estallar en un grito de alegría que tuvo su origen en el micrófono que generaba la transmisión radial y que desencadenó un zaperoco tal que hasta nos llevó a olvidarnos de la situación en que estábamos, para bajar a celebrar con los magallaneros que estaban en la plaza y sus alrededores escuchando aquel dramático partido. Eso del triunfo magallanero es la única parte que no me gusta del cuento. Pero la alegría de saber que el mismo juego te salvó de las garras de la muerte me hace olvidar cualquier momento desagradable. Nunca pensé, cuando te vi salir con ese radiecito en la mano, que ésa iba a ser la razón para que te tuviera nuevamente con vida a mi lado, le dijo el Ministro a su hijo mientras lo abrazaba. Vamos a mandar a montar en un cuadro ese radio. Primero hay que encontrar a los malandros. Y no creo que el pobre radio haya sobrevivido a la furia de que nos hubiéramos escapado. A lo mejor, el radio se les cayó mientras corrían detrás de nosotros, o furiosos por la rabia y la impotencia de nuestra fuga es posible que lo hayan bataqueado contra el piso. Alfonso L. Tusa C.

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