sábado, 13 de junio de 2015

Beisbol e historia negra.

12-06-2015. Frank Bruni. The New York Times. Filadelfia- El pasado verano, una adolescente de 13 años llamada Mo’ne Davis aterrizó en la portada de Sports Illustrated, se convirtió en sensación nacional luego de lanzar un blanqueo en la Serie Mundial de Pequeñas Ligas, donde casi todos los otros jugadores son muchachos. Se cree que ella es la única muchacha negra en participar en esa competencia. Este verano, ella planea hacer algo más sorprendente: Visitar la 16th Street Baptist Church de Michigan, Ala., donde fueron asesinadas cuatro muchacha negras en un bombardeo en 1963. Tres de ellas tenían 14 años. Mo’ne cumplirá esa edad el día cuando se presente en ese lugar. Para Mo’ne, quién creció en un vecindario pobre de aquí, la vida ha sido eléctrica desde su coronación en Sports Illustrated: una reunión con los Obama en la Casa Blanca, un libro de memorias, una aparición en un comercial de Chevrolet dirigido por Spike Lee, hasta una línea de zapatos deportivos identificada con su nombre. Pero alrededor de tres semanas hacia finales de junio y comienzos de julio, ella y otros 13 niños de su equipo de aquí, el resto de ellos muchachos, la mayoría de ellos negros, todos casi de su edad, tienen un calendario de juegos de exhibición alrededor del país que mezcla notas divertidas con otras sombrías. Ellos no van de paseo. Van hacia el sur, hacia la historia: la iglesia de Birmingham, el puente de Selma. Ellos jugarán pelota, luego visitarán Little Rock Central High School, un campo de batalla en la pelea por integrar las escuelas. Ellos batearán duro hacia las cercas, luego voltearán sus cabezas hacia la casa de Jackson, Miss., donde viviera Medgar Evers. En un país aun en vía hacia la armonía racial y que busca dar a los niños desprotegidos más espacio, firmeza y esperanza, este es un itinerario retador. Y en una época cuando la corrupción y la conducta criminal han puesto sus tentáculos sobre el futbol, futbol americano, boxeo y más, es un buen recordatorio el impacto positivo que el deporte puede tener en los jóvenes, y de la misma forma puede ser un puente. Mo’ne me dijo que veía el viaje como un tributo a los pioneros quienes “entregaron sus vidas y fueron golpeados para que pudiéramos tener la libertad que tenemos”. Pero ella también vislumbra la tristeza, particularmente en esa iglesia, con los fantasmas de esas chicas. “Me siento muy mal, porque ellas pudieron haber cambiado el mundo”, dijo ella. “”Por qué tenían que perder sus vidas a tan temprana edad? Nunca se sabrá lo que pudieron haber hecho”. Nunca sabrás lo que pudieron haber hecho. Esa verdad no es solo para niños quienes no crecieron. Aplica para otros millones, muchos de ellos minorías, a quienes se les niega una verdadera oportunidad, tal vez porque no hay nadie quién los guíe, tal vez porque nadie aparece y les lleva regalos. Mo’ne tenía 7 años de edad cuando el entrenador del equipo, Steve Bandura, la vio lanzar una pelota de futbol americano. Él persuadió a la madre de ella, quién estaba escéptica, de que ella tenía un talento atlético excepcional, entonces la tutoreó, hasta la ayudó a asegurar una beca en una escuela privada. Ella se ha desempeñado bien allí y su meta está al alcance: ir a la University of Connecticut y graduarse para jugar en la Women’s National Basketball Association. Es tan fiera en el tabloncillo como en el montículo. Bandura, 54, ha intervenido de manera similar con otros cientos de niños quienes fueron o son miembros de su equipo, los Monarchs de Anderson. Él empezó esto hace dos décadas y lo ejecuta desde el Philadelphia Department of Parks and Recreation, donde trabaja. Los Monarchs juegan baloncesto, futbol y beisbol, de acuerdo a la temporada, y los niños están juntos todo el año. El equipo lleva el nombre de Marian Anderson, quien en 1955 se convirtió en la primera cantante negra en actuar en el Metropolitan Opera de la ciudad de Nueva York, y con los Monarchs de Kansas City, un trabuco en las Ligas Negras cuando el beisbol estaba segregado. Jackie Robinson era su estrella. De hecho, el bus que los Monarchs usarán en su aventura de este verano es de 1947, el año cuando Robinson rompió la barrera racial en el beisbol. Escribí por primera vez del equipo el pasado agosto, y acerca de Bandura, quien utilizó una bien pagada profesión en ventas y mercadeo para dedicarse a un programa deportivo dirigido a inculcar orgullo, propósito y disciplina a los niños desprotegidos. Con el programa el construyó un trato: Él aporta a los niños la diversión del juego y la camaradería de un grupo bien integrado, y ellos corresponden trabajando duro en la escuela, muchos de ellos son estudiantes excelentes, y prestando atención a las lecciones que van más allá del beisbol. El viaje por carretera, el cual implica diversión y educación, ilustra perfectamente este trato. Así ocurrió un domingo reciente que pasé con el equipo. Aunque los niños no están supuestos a llegar a un juego de beisbol hasta las 3 p.m en el sur de Nueva Jersey, fueron citados a mediodía al centro de recreación South Philly que sirve como su base, y se les indicó que dirigieran sus miradas hacia la pantalla grande. En ella Bandura proyectó “4 Little Girls”, un documental acerca del bombardeo de la iglesia de Birmingham. A través del año, el equipo ha sido reunido semanalmente para ver películas y discutir asignaciones de lecturas sobre la experiencia afroamericana y los derechos civiles. En referencia a una gira veraniega de 2012 de ciudades y estadios que fueron importantes en las Ligas Negras, Bandura pidió que estudiaran la historia del beisbol y su integración. Él razona que si ellos aprecian como ha sido pavimentado el camino para ellos, estarán más dispuestos a tomar total ventaja de esto. Si ellos ven lo que resistieron y lograron los afroamericanos, entenderán su propia fuerza y habilidades. También entenderán su obligación, la cual no solo es beneficiarse del progreso sino perpetuar esto, para los niños que vienes después. Él les dice constantemente cuan cruciales fueron los adolescentes y estudiantes universitarios en el movimiento de los derechos civiles. “Quiero enviar el mensaje de que la gente joven puede efectuar el cambio y necesita efectuar el cambio, especialmente con el estado de nuestra nación después de todos los incidentes raciales recientes”, me dijo Bandura. Se refería a las muertes de hombres negros en enfrentamientos con la policía y a las protestas que siguieron. Cuando hablé con los niños acerca de su presencia en el viaje, unos pocos también mencionaron esos eventos, y dijeron que mientras nuestro país haya hecho grandes progresos en los pasados cincuenta años, el recorrido aun esta incompleto. “La gente aún le dice a los afroamericanos lo que hacían durante la esclavitud”, dijo Nasir Jackson, 13. Le pregunté como se sentía con eso. “Molesto”, dijo él. ¿Como hace para manejar la rabia? “Me siento y espero hasta que se va”, dijo él. Él es un muchacho pequeño, por eso me sorprendí cuando me dijo que su gran ambición era jugar futbol americano profesional. “¿Tienes tamaño para eso?”, le pregunté gentilmente “Todavía no”, dijo él. “Pero tengo el corazón”. Bandura es blanco y creció en un vecindario de Filadelfia donde a menudo se horrorizaba con el racismo que veía. Su esposa, Robin, una terapista física, es negra, y uno de sus dos hijos, Scott, 13, juega con los Monarchs, a los cuales han convertido en su familia por extensión. Ellos se desplazan en carro entre South Philly y la Springside Chestnut Hill Academy, unos 25 minutos de viaje. Esa es la escuela privada donde no solo Mo’ne sino también el hijo de Bandura y otros cuatro Monarchs, incluyendo a Nasir, asisten, gracias en gran parte a la estrecha relación que Bandura ha establecido con la presidente de la escuela, Priscilla Sands. Ella me dijo, “Cuando él dice que un niño puede tener éxito en mi escuela, sabiendo lo duro que es, eso vale la pena tomar el riesgo para mí”. Para ayudar a los padres de los niños del equipo, Bandura y su esposa permiten a los jugadores usar su casa como un lugar para hacer tareas o dormir. Mientras unos pocos jugadores son de hogares de clase media o clase media alta, la mayoría no lo son, y Bandura fue capaz de hacer que se diera el viaje de verano solo con la participación de patrocinantes: Chevrolet; Major League Baseball, Townsed Press, el cual publica materiales educativos y Easton, que vende equipos deportivos. Los niños y sus padres describen al equipo como una línea de vida y una escalera. “Me mantiene alejado de las calles”, dijo Zion Spearman, 14, quien acaba de treminar su primer año en Springside Chestnut Hill. “Siempre tengo algo que hacer, por eso no me meto en problemas”. Su madre, Trazanna Spearman, dijo que la influencia del equipo en él ha sido más amplia que lo otro. “Zion siempre fue muy tímido, de pocas palabras”, me dijo ella. Ahora él habla. Opina. Una vez vino a casa una noche después que Bandura había mostrado la película “Selma” al equipo y la discutió en profundidad con ella, admitió que lo había hecho llorar y rendirse a las lágrimas. Él tiene un completo nuevo “nivel de confianza en sí mismo”, dijo su madre. Los niños no son animados a apuntar a una educación superior. Son informados que van a ir a la universidad y punto. Esto es martillado en ellos por las cercas alrededor de su diamante de beisbol de South Philly. Estan cubiertas con pancartas que señalan las alma mater de antíguos Monarchs: Temple University, Penn State, University of Pennsylvania. Los niños también son preparados para ser embajadores de la ciudad y de que en el beisbol, como en la vida, una cierta conducta inspira respeto. Bandura insiste en que sus camisas siempre vayan dentro del pantalón. No existe provocación hacia los rivales, nada de distraerse ente ellos cuando se supone que deben concentrarse. Uno de los padres, Carlton Johnson, me dijo que desde el momento que trajo a su hijo a ver a los Monarchs hace más de cinco años, él notó que Bandura tenía una manera de sacar lo mejor de ellos. “Al final de la práctica, yo estaba muy impresionado con él que dije, ‘Voy a confiarte a mi Alex no por lo que piense que puedes enseñarle de beisbol sino por lo que puedes enseñarle de la vida’”, recordó Johnson, un abogado. “Y es una de las mejores decisiones que haya tomado”. Otros padres me dijeron que si ellos le pedían a sus hijos que vieran este documental o leyeran este libro, probablemente opondrían resistencia. Pero si “El entrenador Steve” lo hacía, los niños lo tomaban en cuenta. Aunque la habitación en la cual él proyectó “4 Little Girls” carecía de aire acondicionado y pronto se convirtió en un sauna, los niños se quedaron sentados, sin quejas, sin chismes entre ellos, solo ocasionales gestos de sorpresa cuando aparecía una imagen brutal o una entrevista descorazonadora. Aún más resaltante, dada su edad y nuestra época, ninguno de ellos miró su Smartphone. Ellos saben bien que Bandura veta los equipos electrónicos durante las prácticas y juegos, y hay una regla de no electrónicos para la gira de tres semanas. Si los niños necesitan enviar correos electrónicos o llamar a casa, pueden usar uno de los equipos de él. “Tienes que ver el mundo”, explicó Mo’ne, y agregó que ella y sus compañeros de equipo no pueden hacer eso si están mirando hacia abajo, a las pantallas de sus equipos electrónicos, y no hacia arriba. “Tienes que verlo con tus propios ojos”. Ella está tomando una gran, reflexiva mirada de este. Y sabremos exactamente lo que ella podría hacer con su vida, porque está posicionado para hacerlo. Está preparada para desarrollar ese potencial. Ella y sus compañeros han recibido más que bates, ganchos y la promesa de un verano épico. Ellos han recibido un sentido de misión y un par de alas. Tarducción: Alfonso L. Tusa C.

viernes, 12 de junio de 2015

Hace 50 años Jim Maloney lanzó diez episodios sin hits ni carreras y perdió el juego 1-0 ante los Mets de Nueva York.

Rich Wescott and Allen Lewis. No-Hitters. The 225 Games 1893-1999 Pocos pitchers lanzaban tan duro como James William Maloney. El corpulento derecho con recta de rayo laser fue una de los pitchers más temidos de su época. Maloney estaba anualmente entre los lideres de ponchados de la Liga Nacional durante una carrera en la cual una vez ganó 23 juegos y otra 20. Nació el 2 de junio de 1940 en Fresno, California. Él lanzallamas de hombros amplios llegó al beisbol profesional con el Topeka de la Three-I League en 1959. Debutó en las Grandes Ligas en 1960 con los Rojos de Cincinnati y poco después se embarcó en una seguidilla de siete temporadas con dobles figuras en la columna de los juegos ganados. Maloney lanzó brevemente con los Angelinos de california en su temporada final. Lanzó 12 años en grandes Ligas (1960-1971), 302 juegos, 154 triunfos, 84 derrotas. El lunes 14 de junio de 1965 en Crosley Field, Jim Maloney de 25 años lanzó uno de los mejores juegos jamás pitcheados. Pero todo lo que tenía que mostrar era una derrota. El monticulista lanzallamas lanzó sin hits ni carreras por diez episodios e igualó una marca de la Liga Nacional con 18 ponches. Pero perdió el no-hitter y el juego ante los Mets de Nueva York en el undécimo episodio, cuando Johnny Lewis, quién se había ponchado tres veces, se la sacó de jonrón. Maloney había perdido otro casi sin hits ni carreras el 19 de abril, terminó siendo un juego de un hit ante los Bravos de Milwaukee cuando Dennis Menke despachó imparable en el octavo inning de una victoria 2-0 de los Rojos. Cuando Maloney enfrentó a los Mets que ocupaban el décimo lugar, tenía marca de 5-2 con los Rojos que ocupaban el tercer lugar. Él se midió con Frank Lary ante una multitud de 5989 aficionados. Maloney lanzaba muy duro, a pesar de lanzar en el pequeño Crosley Field, el cual era conocido como un estadio de bateadores. Él ponchó a los tres bateadores del inning dos veces y en cuatro oportunidades ponchó dos bateadores en el mismo inning. Sus 18 ponches no solo establecieron una marca para el equipo, sino que igualó la marca de la Liga Nacional para más ponches en un juego. Él empezó ponchando a Billy Cowan, obligó a Chuck Hiller a roletear por el montículo y a Charley Smith a elevar a la derecha. Maloney concedió su único boleto a Ed Kranepool abriendo el segundo inning. Luego de ponchar a Lewis, Kranepool pasó a segunda con el rodado por tercera de Ron Swoboda, pero allí se congeló cuando Roy McMillan miró pasar el tercer strike. Maloney ponchó a Chris Cannizzaro, Lary y Cowan en el tercero. Smith se poncho pero llegó a primera con un out en el cuarto cuando el cátcher Johnny Edwars perdió la pelota del tercer strike. Pero Kranepool siguió con una roletazo por segunda base donde Pete Rose inició el dobleplay. Ningún otro Met se embasó hasta el undécimo, mientras Maloney retiraba 19 en fila. Antes de eso Maloney ponchó a Lewis y Swoboda en el quinto. Lewis, Swoboda y McMillan en el octavo. Al emergente Joe Christopher y Cowan en el noveno. Y a Smith y Kranepool en el décimo. Los Rojos tuvieron varias oportunidades de anotar, especialmente en el cuarto cuando con dos outs Vada Pinson, quién había sencilleado y avanzado hasta la antesala, trató de anotar con un passed ball cuando Gordy Coleman abanicó el tercer strike y la pelota se escapó. Pero el cátcher Cannizzaro se reivindicó al recuperar la pelota y hacerle un tiro perfecto a Lary quién cubrió el plato. Tommy Harper recibió un pelotazo con dos outs en el octavo, robó segunda y siguió hasta tercera porque el tiro de Cannizzaro pasó hasta el jardín central. Pero de allí no pasó puesto que Rose fue dominado con rodado al montículo. En el décimo, Edwards sencilleó, el corredor emergente Chico Ruiz pasó a segunda mediante sacrificio y hasta allí llegó porque Maloney y Harper fallaron con roletazos, Kranepool levantó un piconazo para completar el out del último. El juego de Maloney se deshizo en el undécimo episodio, cuando Lewis le bateó un vuelacercas sobre la cerca del jardín central abriendo el inning en cuenta de 2-1. Swoboda se ponchó, McMillan soltó imparable. Jesse Gonder la rodó hacia el campocorto donde Leo Cárdenas inició una doblematanza. Pero el daño estaba hecho, Maloney había perdido otra oportunidad de ganar un juego sin hits ni carreras. Traducción; Alfonso L. Tusa C.

Dick Green en el Salón

06-03-2014. Bruce Markusen. Lo admitiré, hay oportunidades que solo se presentan por trabajar en el Salón de la Fama. Uno de esos beneficios incluye la visita ocasional de un grande liga retirado. Tuvimos uno la semana pasada, cuando el antíguo camarero de los Atléticos de Kansas City y Oakland, Dick Green, vino a Cooperstown. Acompañado de su esposa, Lia, Green tuvo una visita detrás de escena en el Salón de la Fama, sus colecciones, y sus estanterías de libros. Durante la visita, tuve la oportunidad de hablar con los Green, una satisfacción personal para mí debido a mi experiencia de escribir un libro sobre esos grandes equipos de los Atléticos a principios de los años ’70. Yo estaba un poco inseguro sobre que esperar. Siempre había oído que Green era un hombre muy tranquilo quien llevaba una vida retirada en su hogar de South Dakota. El reporte de los scouts casi se ajustaba a esas características. Todos encontramos a Green extremadamente amigable, más que feliz de hablar de sus días con los Atléticos. Llegó un momento, cuando empezó a preguntarme de mis experiencias escribiendo de los Atléticos. Le dije que una entrevista con Joe Rudi era uno de los puntos resaltantes; Green dijo que sigue siendo amigo cercano de Rudi, quién ha sido considerado por mucho tiempo uno de los caballeros del juego. Aunque Green se excusó de que su memoria no andaba muy bien, nos obsequió sus memorias de cada personaje especial asociado con aquellos Atléticos, quienes consiguieron juntos tres Series Mundiales seguidas entre 1972 y 1974. Green, uno de los pocos peloteros que tenía buenas relaciones con Charlie Finley, dijo que el dueño generalmente lo trataba bien. Y le tenía un gran aprecio a Catfish Hunter, quién poseía casi un sexto sentido en su habilidad para cambiar velocidades y atacar a los bateadores rivales. Sin sorprender a nadie, Green consideraba a Reggie Jackson el pelotero que carga a los Atléticos en aquellos días. Jackson tenía un poder bruto inusual. “Una vez bateó una pelota en Boston que el segunda base saltó para tomarla y salió del estadio”, le dijo Green a Craig Muder del Salón de la Fama. Cuando Muder le preguntó a Green cual pelotero rival bateaba la pelota más fuerte, él dio dos nombres. El primero fue Dick Allen, quién tenía un tremendo poder hacia el jardín derecho y central y tenía la tendencia de batear líneas trepidantes hacia la posición de Green, segunda base. Green también nombró a Mickey Mantle, cuyo poder a la izquierda podía intimidar a los jugadores del lado derecho del infield, puedo recordar estar en Kansas City y jugarle en el right field. Entonces el trataba de tocar la bola para embasarse”. Green dijo que él generalmente manejaba esos toques y hacía out a Mantle. La observación de Green no debería sorprender a nadie quien recuerda el juego de esa época. Él fue uno de los mejores segundas base del juego, un pelotero quien a menudo era comparado con Bobby Richardson de los Yanquis. Con un alcance por encima del promedio, manos seguras, un giro rápido en el doble play , y un fuerte brazo, Green aportaba el pegamento defensivo de aquellos Atléticos de los 60’ y comienzos de los ’70. La carrera de Grandes Ligas de Green empezó en 1963, cuando apareció en 13 juegos a finales de temporada y se desempeñó en el short y la segunda base. En 1964, se convirtió en el segunda base regular de Kansas City, bateó para un respetable .264 con 11 jonrones mientras jugaba con estabilidad al campo. El próximo año, él bateó un tope personal de 15 jonrones, un total sustancial para un infielder del medio del cuadro interior en aquella época. El bateo de Green decreció cuando los pitchers incrementaron su dominio hacia finales de los años ’60. Pero una vez que el “Año del Pitcher” vino y se fue, Green regresó. Tuvo su mejor temporada ofensiva en 1969, bateó para .275 con 53 boletos y 12 jonrones. Aunque no fue al Juego de Estrellas, recibió algunos votos dispersos en la elección de jugador más valioso. Una espalda adolorida contribuyó a que tuviese el peor promedio de bateó de su carrera, .190 en 1970, esto provocó varios rumores que decían que Green podría retirarse y concentrarse en dirigir la próspera compañía de mudanzas de su familia en Rapid City, S.D. Pero Finley lo persuadió de no hacerlo y Green volvió con 12 jonrones y 51 boletos en 1971. Ese equipo de los Atléticos ganó 101 juegos para adjudicarse el Oeste de la Liga Americana. Una serie de lesiones limitaron a Green a solo 26 juegos en 1972. Como equipo, los Atléticos sufrieron poco, al mantener a raya a los Medias Blancas para ganar el la división oeste. Afortunadamente, Green regresó a la acción a tiempo para jugar en la postemporada, y se ganó su primera aparición en una Serie Mundial. Green se convirtió en un jugador famoso por una jugada memorable de la Serie, en la cual el absorbió la embestida de Hal McRae que lo hizo volar unos dos metros detrás de la almohadilla. Green mantuvo la pelota en el guante, y los Atléticos resistieron para vencer a la Gran Maquinaria Roja. De regreso a la buena salud en 1973, Green no bateó mucho, pero ayudó a estabilizar el medio del cuadro interior de los Atléticos que ganaron su segundo campeonato seguido. En 1974, Green jugó solo 100 juegos en la temporada regular, pero reservó su mejor jugada defensiva para la Serie Mundial ante los Dodgers. Ocasión tras ocasión, Green efectuó brillantes jugadas que detuvieron potenciales ofensivas de los Dodgers. “Green ha hecho la diferencia: él ha hecho las grandes jugadas en las situaciones claves”, le dijo Steve Garvey al periodista Red Foley. “Él siempre está haciendo grandes doble plays, y nos neutraliza la posibilidad de grandes innings”. En la Serie, Green participó en seis doble plays. A pesar de irse en blanco en 13 turnos al bate, Green ganó el premio Babe Ruth como jugador más valioso de la serie en reconocimiento a su excelencia defensiva. Se estaba haciendo justicia a un gran pelotero defensivo quién siempre era segundo de alguien más en la carrera por el guante de oro, esos podían ser Bobby Richardson, Bobby Knoop, Dave Johnson o Bobby Grich. Venir de tal actuación en la Serie Mundial, a los 33 años Green parecía capaz de jugar por lo menos otra temporada. Pero finalmente hizo lo que había amenazado hacer por años; anunció su retiro. “Habría perdido mi titularidad en 1975 con Phil Garner, y no quería ser utility del infield”, Green le dijo a los em,pleados del Salón. “Además, hice más dinero en casa con nuestra compañía de mudanzas”. Con sus días de jugador activo detrás de él, Green lo hizo bien con la compañía de mudanzas antes de venderle el negocio a su socio. Ahora disfruta el retiro en South Dakota, Green pesa solo unos pocos kilos por encima de su peso de pelotero activo y aún luce como si pudiese hacer dos dobleplays si se lo pidieran. Dick Green no es el recluso que llegué a creer. Él es extrovertido, y divertido, y lleno de buenas memorias. Si, algunas veces tus héroes terminan siendo mejores de lo que pensaste. Fuentes: The Sporting News; the New York Daily News; Dick Green’s clippings file at the National Baseball Hall of Fame. Traducción: Alfonso L. Tusa C.

lunes, 8 de junio de 2015

Cooperstown Confidencial: Los últimos juegos de Mickey Mantle.

27-09-2013. Bruce Markusen Mickey Mantle participó en su juego final en 1968. No recuerdo haber visto ese juego, o cualquier otro en 1968. Después de todo, yo solo tenía tres años de edad. Aunque mi memoria no llega hasta 45 años atrás, aún así vi jugar a Mantle ese verano. Al menos eso es lo que mi familia me ha dicho. Por años, mi familia me ha descrito como yo solía caminar hacia nuestro viejo televisor a blanco y negro, me paraba tan cerca a este como podía, y entonces empezaba a saltar arriba y abajo frenéticamente cuando Mantle venía a batear. Cuando blandía el bate, yo gritaba. Como tenía tres años de edad, en realidad no puedo recordar nada de eso. Pero mi familia me ha asegurado, para mi vergüenza, que eso ocurrió. Para 1968, las destrezas de Mantle se habían reducido a un fragmento de sus niveles originales. Aún así, él todavía tenía algún valor por su bate. Al retener su vista de bateador, él pudo negociar 106 boletos, lo cual le permitió embasarse 38% del tiempo. También descargó 18 jonrones, la cual era una figura decente en el ambiente del “Año del Pitcher”. Considerando estrictamente solo el bateo, Mantle se ubicaba tercero entre los primeras bases de la Liga Americana. Sólo Norman Cash de Detroit y Boog Powell de Baltimore estaban delante de Mantle. Si se pregunta por Harmon Killebrew, él había tenido dificultades con un verano plagado de lesiones, lo cual lo sacó de carrera. Respecto al resto, Mantle fue claramente que George Scott de Boston, Don Mincher de California, Tom McCraw de los Medias Blancas, Tony Horton de Cleveland, Danny Cater de Oakland y Mike Epstein de los Senadores. Si los números de Mantles eran considerados buenos en el contexto del año favorable a los pitchers que fue 1968, estos también escondían severos problemas en su juego. Si, Mantle se embasaba a menudo, pero apenas podía correr, estaba restringido a un vergonzoso rengueo que lo hizo uno de los corredores más lentos de la liga. Rodeado por un grupo de bateadores débiles ( a excepción de Roy White y Joe Pepitone), Mantle simplemente no tenía quién lo trajera al plato. Defensivamente, Mantle ofrecía poco o nada. Ya no era capaz de jugar en los jardines, solo podía jugar en primera base. Tenía poco alcance y carecía de reflejos para manejar los roletazos fuertes. Jugaba primera base solo porque no había otra parte donde jugar. Por supuesto, no tenía concepto de nada de esto en 1968. No tenía idea de que Mantle estaba jugando los juegos finales de su carrera de Salón de la Fama. Nadie sabía con certeza que Mantle se iba a retirar. Había comentarios de que 1968 representaría la vuelta final de Mantle, pero no había nada oficial de parte de Mantle o de los Yanquis. Él no anunciaría públicamente su retiro hasta el primer día de marzo de 1969, después que los yanquis se habían reportado a los entrenamientos primaverales. En completo contraste al retiro en curso del gran Mariano Rivera, no hubo ceremonia de retiro mientras Mantle aún jugaba en 1968, ni regalos entregados al héroe, ni gira de despedida. Aún si Mantle hubiese anunciado su retiro en 1968, no habría ocurrido una gira de despedida. Porque en esa época no existían las giras de despedida. Como lo recuerdo, la práctica de las giras de despedidas no empezó hasta que Kareem Abdul-Jabbar anunció su retiro de la NBA a finales de los ’80. La temporada de 1989 de los Lakers se convirtió en una larga cuerda de despedidas y regalos, todos en beneficio de Abdul-Jabbar. Los deportes eran más simples en los días de Mantle. Las ceremonias, los regalos, y otros eventos especiales ocurrían con menos frecuencia. Mientras la posibilidad del retiro de Mantle fue asomada en 1968, eso no apareció en los titulares de la manera como habría ocurrido en el ambiente del beisbol actual. De hecho, el titular más grande sobre Mantle llegó con un juego de finales de septiembre ante los Tigres, varios días antes de su verdadero día final. Fue un juego de jueves por la tarde el 19 de septiembre, con asistencia dispersa en Tiger Stadium, que de otra manera habría tenido una atención menor. Fue un juego insignificante de finales de temporada que había aparecido justo después que los Tigres habían asegurado oficialmente el banderín de la Liga Americana. Con los Tigres habiendo asegurado un lugar en la Serie Mundial y los las esperanzas de los Yanquis de ganar el banderín esfumadas desde hacia bastante tiempo, el juego significaba muy poco. Denny McLain, recién había ganado su trigésimo juego de la temporada, se enfrentaría a Mel Stottlemyre en una batalla de ases de cada rotación. Este día, McLain tenía algo especial en mente para Mantle, quien estaba empatado con Jimmie Foxx en el tercer lugar de las lista de jonroneros de todos los tiempos. Al oir los rumores de que Mantle podría retirarse el terminar la temporada, McLain quería asegurarse de que “The Mick” bateara ese histórico jonrón. Mientras Mantle se acercaba al cajón de bateo, McLain llamó a su cátcher, el veterano cátcher de reserva Jim Price, al montículo, “Quiero que Mantle batee una”, le dijo McLain a Price, de acuerdo a un extracto del libro de Tim Wendel, Summer of ’68. Al principio, Price no entendía lo que quería hacer McLain. Pero en pocos momentos, se dio cuenta que McLain intentaba servirle a Mantle un lanzamiento fácil de batear, para aumentar las posibilidades de que bateara un cuadrangular. Mclain lanzó una sucesión de lo que podía ser descrito como rectas de práctica de bateo. Pero Mantle o las dejaba pasar o las bateaba de foul. Price y McLain, tuvieron otra reunión en el montículo, McLain de decía a su compañero de batería que le informara a Mantle “que estuviera listo”. Price le llevó el mensaje a Mantle. McLain lanzó otra recta lenta a Mantle, quien movió el bate con fuerza y envió la pelota a lo profundo del jardín derecho de Tiger Stadium. La bola aterrizó en las gradas del right field, y Mantle cojeó alrededor de las bases, pasando oficialmente a Jimmie Foxx en la lista de jonroneros de todos los tiempos. Después del juego, Mantle recibió la pelota, la firmó y se la entregó a McLain como un regalo. De acuerdo al libro The Last Boy de Jane Leavy, la dedicatoria decía, “Denny, gracias por uno de los grandes momentos de toda mi carrera, Mickey”. Basados en las conversaciones entre McLain y Price, y el lenguaje corporal de McLain y Mantle, era obvio para la mayoría de los presentes que el turno al bate carecía de legitimidad. Despues del juego, McLain no admitió nada, pero sus respuestas ambíguas indicaban que había ocurrido algo extraño. El comisionado Spike Eckert reprendió a McLain después, le envió una carta recriminándole sus acciones. Pero Eckert no lo sancionó, quizás porque no tenía pruebas de que el controversial pitcher había alterado su actuación. Dificilmente fue un momento de orgullo para el juego, y hubiese ocasionado una reacción más ruda de los más escépticos medios del presente, pero McLain ha permanecido inconmovible. Desde entonces ha admitido que regaló la serie de pitcheos a Mantle pero no se ha disculpado. Como fanático de Mantle de toda la vida quie´n creció idolatrando a The Mick en los años ’50, McLain sintió que había hecho lo correcto al ayudarlo a conseguir una marca importante del beisbol. Seis días después, Mantle participó en lo que sería su último juego en Yankee Stadium, pero con poca fanfarria. Se enfrentó a Luis Tiant, quién daba los últimos toques a una brillante temporada de 21 victorias y 1.60 de efectividad, Mantle tomó cuatro turnos al bate, conectó un sencillo el jardín central, pero se quedó esperando remolque. En sus dos próximas visitas al plato, Mantle se ponchó mirando el tercer strike y tirándole. En su último tuno, negoció un boleto, pero de nuevo se quedó atascado en las bases, esta vez para terminar el juego, una victoria 3-0, un blanqueo de un hit para Tiant. Aunque el imparable de Mantle fue el único que permitió Tiant, fue una manera anticlimática de terminar una carrera legendaria en Yankee Stadium. Entonces llegó el final de la carrera de Mantle, en la carretera. Ocurrió el penúltimo día de la temporada, una tarde sabatina, con Fenway Park como escenario y los Medias Rojas como rivales. El manager de los Yanquis, Ralph Houk escribió el nombre de Mantle en la alineación, lo ubicó en primera base, donde había jugado la mayor parte de la temporada de 1968. En la apertura del primer inning, Mantle se enfrentó al derecho Jim Lonborg de los Medias Rojas. Con el bate quebrado ante una recta adentro, él levantó un débil elevado al jardín izquierdo corto, donde fue atrapado con facilidad por el campocorto Rico Petrocelli. Entonces Mantle corrió a su posición en primera base para empezar el cierre del primer inning. Mantle procedió a lanzar la pelota alrededor del cuadro interior, como se hace antes de empezar cada entrada. Pero solo estaba haciendo un papel; no tenía intención de continuar jugando. Mantle y Houk habían coordinado una partida especial. Después que el locutor interno Sherm Feller anunciara al primer bateador de los Medias Rojas, tomó una pequeña pausa, y luego anunció una sustitución defensiva para los Yanquis. En una decisión planificada, Houk indicó al jardinero/primera base Andy Kosco dirigirse a primera base para sustituir a Mantle. Al convertirse en la respuesta a una trivia, Kosco estrechó la mano a Mantle, le agradeció al Mick por la oportunidad de jugar con él. Mantle entonces cojeó hacia el dugout, los aficionados en Fenway Park le ofrecieron una ovación de pie. Mantle salió del campo por última vez. Mantle no asistió al juego final de los Yanquis en Fenway; la salida temprana le permitió tomar un vuelo hacia su hogar en Dallas ese sábado. Desde hacía tiempo, Mantle había planificado retirarse. Pero no hizo anuncio formal alguno, en gran parte porque los Yanquis y la Asociación de Peloteros le pidieron que no lo hiciese. Los Yanquis querían crear la ilusión de que Mantle jugaría en 1969, para poder vender más paquetes de boletos para la temporada. El sindicato de peloteros esperaba usar el nombre de Mantle para ganar fuerza en su próxima ronda de negociaciones con los dueños. Por eso fue que Mantle esperó hasta los primeros días del entrenamiento primaveral para hacer su anuncio a los medios y los aficionados. Yo también sospecho que Mantle quería muy poco una elaborada ceremonia que habría acompañado sus días finales como pelotero activo. Un público reverenciándolo así habría hecho que Mantle se sintiera incómodo, quizás hasta horrible. Si tal ceremonia era inevitable, podía esperar para más tarde, en 1969, cuando él estuviera retirado por completo y utilizara un flux en vez de un uniforme. Hasta este día, me siento mal por la forma como Mantle se fue del juego. Primero, egoístamente deseo que Mantle hubiera jugado un poco más, para permitirme haber recordado verlo jugar. Él aún podía negociar boletos y batear jonrones, y esos atributos podrían haberle permitido jugar otros dos o tres años. Yo de seguro me habría divertido viendo un poco más de Mantle. Tengo sentimientos encontrados acerca de la falta de pomposidad y circunstancia alrededor de la partida de Mantle del juego. Por una parte, hay una dignidad serena en dejar el juego sin ceremonias ni discursos. La espontaneidad usualmente está por encima del guión y la tarima. Luego de un rato, los logros se hacen repetitivos y cansones. Aún así, hay una parte de mí que quiere ver a un jugador como Mantle recibir una despedida formal de la manera que la tiene Rivera en 2013. Quizás la temporada final de Mantle en 1968 sería mejor recordada si estuviera acompañada de una ceremonia completa, un tributo, una conferencia de prensa, y hasta una gira de despedida. Habría sido agradable capturar esos momentos en una película o cinta de video. Por lo tanto, esos momentos no existen. Hace 45 años, el mundo del beisbol era un lugar muy diferente. Traducción: Alfonso L. Tusa C.