miércoles, 18 de septiembre de 2013
Extracto de Remontada Escalofriante
Los pasos acompasados a ritmo de samba,aceleraron mi pulso. De pronto la monotonía de la acera se impregnó de las curvas más sinuosas. Casi me mareaba al seguir el ritmo de la cintura, las piernas largas y hasta los tobillos. La cabellera flotaba en el tafetán floreado que cubría la espalda. Sólo llegaba a cinco pasos de ella, los influjos de su perfume mezclados con su aroma natural me atornillaban a la acera. El morral casi se me resbalaba de las manos. Sentía un ardor en todo el cuerpo que me parecía que iba a salir disparado como el Apolo 11. Sólo cuando casi llegamos a la entrada de la escuela alcancé a ver la sonrisa de Marina. Me dijo que me había visto desde hacía dos cuadras. Que parecía desmayado. Le pregunté si le quedaba algún Pentro y ahogó una carcajada.
__¿Vas a estar esta tarde en la farmacia?
__Si, pero no te vayas a desmayar.
Recién a las cinco y media de la tarde completé la tarea de sexto grado. Salí un momento al jardín y estiré los brazos. Me sentía feliz porque ahora podía hacerlo que me gustaba. En frente se extendía el solar de asfalto donde tantas veces jugamos pelota, esta vez ocupado por innumerables tubos de concreto del futuro sistema de cloacas. La nostalgia se desdibujó al escuchar la conversación de Ferdinando y Justo. Buscaban una emisora de Valencia que transmitía comentarios preliminares al juego del Magallanes. Aquello encendió una luz en mi memoria.Me llegué hasta la cocina y le pregunté a mamá si necesitaba algo de la farmacia. Me preguntó si había terminado la tarea. Luego de revisarla, me dijoque necesitaba dos papeletas Vicky-Vicky de color anaranjado. Su mano en mibrazo me hizo patinar en el piso de granito.
__¡Ten cuidado y deja las carreras!
Aún cuando en aquella época del año las noches son más largas, cuando subí los escalones de la Plaza Montes todavía quedaban algunas líneas carmesí que se hundían en el horizonte de penumbras. Justo antes de traspasar la puerta de la farmacia escuche el ruido característico de cuando se cambia una radio emisora. La figura sinuosa de Marina apareció bajo uno delos accesos internos del local. Tenía el dedo índice adosado a sus labios. Sus ojos inmensos iluminaban más que las lámparas.
__Es que estoy aprovechando que el señor Basiliosalió a comprarse un café, para ver si ya empezó el juego de La Guaira.
Me la quedé mirando, pesaba más la espontaneidad de su sonrisa que la desilusión de que simpatizara por los Tiburones. Me dijo que en su casa todos eran magallaneros, pero a ella siemprele había gustado La Guaira. Todo iba muy bien hasta que un carraspeo resonó desde la baranda. Las papeletas de Vicky-Vicky temblaron en las manos de Marina.
__Disculpe señor Basilio, lo cambié un momentico para ver si había empezado el juego de La Guaira.
En medio de la plaza volteé varias veces hacia la farmacia. Los matices cobrizos de sus mejillas delinearon la sonrisa de Marina.Sólo escuché la caricia de su voz cuando sentí la frialdad del mármol en el parietal. Marina se llevó las manos a la boca. Pasé unos instantes sobándome la cabeza frente a la estatua. Oi las carcajadas de Marina hasta que dejé atrás el cine Royal. Bajo las ramas de los jabillos de la acequia la litografía de las papeletas relumbró con la sonrisa de labios carnosos de Marina. Varios radios soltaban espirales que rebotaban sobre el talud de arenisca que bajaba desde la escuela. “En tres entradas completas, Cardenales vence a La Guaira 2 a 0”. La vegetación apenas dejaba el espacio por donde pasaba un carro. El crujido de las suelas de mis zapatos sobre los granos de arena desapareció ante un resoplido que terminó en estruendo. Solo volteé cuando pisé el escalón de la acera que terminaba en la esquina de la casa.
Los resuellos de mi pecho desaparecieron por arte de magia al ver el rostro entre sonreído y adusto de mamá. Sólo la visión de una vaca blanca con manchas marrones, seguida por los pinchazos que dispensaba un hombre de brazos largos y un sombrero de cogollo. La cabuya silbaba entre sus manos. La vaca impregnó de mugidos toda la cuadra del hospital. Sólo aquella visión me salvó del regaño de mamá. Igual tuve que asistirla en el proceso de calentar agua en una olla grande. Agregarle varias cucharadas de sal. Y luego llevarla hasta el medio del patio. Allí abrí las papeletas. Ella las vació en el agua hirviente y luego sumergió dos blusas manga larga y una toalla. Desde el lavadero llegaban los impactos de la plancha sobre la mesa y los estornudos del radio de Carmela. “Cuando vamos para el cierre del noveno inning. La Guaira 2, Lara 2”.
Intenté sacar las prendas de la olla. Mamá me empujó la mano a un lado y colocó la tapa. Me dijo que el anaranjado solo prendería si la olla recibía todo el sereno de la madrugada. Montó dos piedras de más de dos kilos cada una y se sintió un redoble en las paredes de la olla.Del lavadero llegaba el aullido del radio. La voz del locutor comercial salía por los bloques de dibujo. Fui a ponerme el pijamas. Al regresar al patio, las sombras de dos gatos saltaron desde la olla a la mata de anón. Me acerqué más al lavadero. El ritmo expectante del narrador seguía ausente. El comentarista hablaba y hablaba. Carmela bajó el volumen del radio y debía pegarme a los bloques. “George Manz se apunta el triunfo en trabajo completo, permitió 2 carreras, 1 limpia. Le conectaron 5 imparables. Ponchó a 5 y concedió 3boletos. Aurelio Monteagudo cargó con el revés. En 8 entradas permitió 3 carreras, 1 limpia. Recibió 8 imparables. Ponchó 1. Concedió 2 boletos”.
Alfonso Tusa
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