viernes, 4 de septiembre de 2015

Jacob deGrom, un Met conocido por su cabello, puede tener que cortarlo.

Tim Rohan. The New York Times. Justo antes de cada entrenamiento primaveral, Jacob deGrom se corta el cabello en la cocina de la casa de sus padres en DeLand, Fla. Su hermana mayor, Jessica, una antígua peluquera, efectúa el trabajo. La escena completa se ha convertido en un evento para los deGrom. Ellos la encuentran divertido ver a un pitcher de Grandes Ligas sentirse incómodo. “Él es muy impaciente”, dijo Jessica. “Solo espera que lo afeite rápido”. Sin embargo, antes de terminar, deGrom revisa como luce con una gorra puesta. No porque esté preocupado de que se den cuenta y le echen broma en el terreno de juego; solo quiere asegurarse de que su cabello se mantenga fuera de su rostro. A veces , eso lo molesta mucho. Cuando da muchas vueltas mientras duerme, su cabello lo despierta. En el montículo, a menudo tiene que ajustar mechones sueltos. Sin una gorra, su cabello puede ser inmanejable. Algunas veces, respira profundo, él fantasea acerca de cortárselo todo. “Podría cortármelo al final del año”, dijo recientemente. “Esta es una decisión más importante para deGrom, de 27 años, que para muchas otras personas, porque ahora él se ha establecido como uno de los mejores pitchers del beisbol. Su perfil está creciendo exponencialmente, y el cabello largo y tupido que cuelga en sus hombros se ha convertido en su firma de identificación. En el Juego de Estrellas del mes pasado en Cincinnati, el fue una de las noticias principales de la noche, al ponchar los tres bateadores de un inning con 10 envíos, lo cual hizo suspirar a la multitud. Su agente, Brodie Van Wanegem de CAA Sports, estaba en la tribuna. Antes de abandonar el estadio, Van Wanegem dijo que había recibido docenas de mensajes de potenciales patrocinantes, otros clientes y ejecutivos alrededor del juego, todos ellos impresionados por la última actuación de deGrom. Este año, la efectividad de 1.98 de deGrom es la segunda más baja del beisbol entre los pitchers calificados. Está supuesto a convertirse en solo el tercer pitcher calificado de los Mets en lograr una efectividad por debajo de 2.00 en una temporada. ¿Los otros dos? Dwight Gooden y Tom Seaver. deGrom ya tiene el premio de Novato del Año de 2014. Ahora es serio aspirante al Cy Young. En los últimos 15 meses, mientras de Grom ejecutaba su rápido ascenso, eso significó toda clase de ofertas comerciales. Van Wanegem dijo que deGrom ahora tenía más de media docenas de tratos, incluyendo los de Nike y Topps. El será uno de nueve peloteros con publicidad de DirectTV en la temporada 2016. Pero mientras otro miembro prominente de la rotación de abridores de los Mets, Matt Harvey, ya tiene un trato con Axe, la cual hace cosméticos masculinos, deGrom no tiene tratos de champú. En realidad, deGrom aún parece ajustarse a toda la atención que ha recibido. Un compañero de equipo le preguntó recientemente, “¿Qué tal se siente ser el mejor pitcher del beisbol?” deGrom solo sonrió, se ruborizó y agitó su cabeza en silencio. Mucho de la vida de deGrom no ha cambiado. Luego de casarse con su novia por largo tiempo, Stacey Harris, el año pasado, él aun vive cerca de su ciudad natal en el receso entre temporadas. Aún juega a lanzarse la pelota con su padre, Tony, para prepararse para el entrenamiento primaveral. Y todavía mantiene su corte de cabello tan descomplicado como sea posible: Dice que tanto quiere quitarse, y su hermana corta las puntas de su cabello. “Es solo un corte sencillo”, dijo Jessica. La vida, como su cabello, solía ser más simple. Mientras crecía, deGrom mantuvo su cabello corto, perfecto para los veranos calientes de Florida. “Era como un corte militar con mucha gelatina en el frente”, dijo su madre Tammy. “Todo muy bajito, y solo un poco largo en el frente, levantado en un copete. Él tuvo ese corte de cabello hasta que se graduó en la secundaria. No se si alguna vez se lo cortará tan bajito de nuevo”. deGrom es casi el único pelotero con cabello largo de las Grandes Ligas, su compañero Noah Syndegaard se lo está dejando crecer hasta debajo de la nuca por estos días, pero pocos tienen un cabello tan distintivo como el suyo. De hecho, los Mets a menudo lo citan mientras mercadean a deGrom. Una vez entregaron afiches que mostraban una silueta de su cabello con el lema #hairwego. Durante una apertura en la recta final de la temporada pasada, Mr. Met uso una larga melena marrón. Antes de otro juego, los Mets entregaron gnomos de jardín de deGrom y su cabello, los llamaron deGnome, promociones exitosas en la memoria reciente, y los gnomos ahora se venden por 100 $ o más en línea. “Él tiene el cabello de Head and Shoulders”, dijo Bob Dorfman, el director ejecutivo creativo de Baker Street Advertising en San Francisco. Con eso en mente, Dorfman advirtió que “es un poco pronto para cortarlo”. Los jugadores de beisbol enfrentan retos, dijo Dorfman, y deGrom todavía construye su imagen. El cabello largo, tan fácil de notar, solo puede ayudarlo. Tambien podría hacerlo llegar lejos en los playoffs con los Mets esta temporada, o un título de Serie Mundial, cualquiera de los cuales probablemente necesitaría de importantes contribuciones de deGrom desde el montículo. Para esos aficionados de los Mets que son un poco supersticiosos, quienes temen que un verdadero corte de cabello podría quitarle la fuerza a deGrom, vale la pena tomar en cuenta dos ejemplos recientes. Tim Lincecum, un doble ganador del premio Cy Young con los Gigantes de San Francisco, cortó su famoso cabello largo luego de la temporada de 2012, pero eso fue luego de la peor temporada de su carrera. Pareció como un exorcismo, aunque eso no lo devolvió a ser el pitcher poderoso que fue en temporadas previas. Y luego está Andrew McCutchen, quien cortó la melena que lo identificaba a comienzos de este año en medio de una corrida de éxitos que incluyó ser llamado a cuatro equipos de estrellas seguidos, ganar el premio al jugador más valioso y llevar a los Piratas a dos clasificaciones seguidas al playoff luego de una sequía de dos décadas. “Era tiempo de cambiar”, McCutchen dijo en una entrevista de video en línea que usaba su corte de cabello como un evento promocional. Él subastó el cabello para caridad y ha jugado tan bien esta temporada como lo hizo antes de cortarse el cabello, fue llamado a otro equipo de estrellas en el proceso. Si deGrom corta su cabello, podría hacer algo similar a lo que hizo McCutchen. Pero él dice que aún lo está considerando y probablemente no decidirá hasta después de la temporada. Pareció pensar que eso no es un asunto tan importante. “Crecerá otra vez”, dijo sonriendo. Traducción: Alfonso L. Tusa C.

jueves, 3 de septiembre de 2015

Vin Scully sobre la vida y las lecciones de su año de novato con los Dodgers en 1950.

David Halberstam. SI.com. 20-07-2015. En 1950, un callado e inexperto Novato entró de puntillas a la caseta de transmisión de los Dodgers y nunca se fue. Vin Scully solo tenía 22 años y hacía uno se había graduado en Fordham cuando de pronto se halló al lado de veteranos como Connie Desmond y el legendario Red Barber transmitiendo los juegos de los Dodgers de Brooklyn por radio y televisión. Sesenta y cinco años después, Scully y los Dodgers están en Los Angeles y ambos siguen juntos. A través de una carrera en la cual él ha narrado futbol americano, golf, tennis y por supuesto beisbol para una audiencia nacional y hasta hizo baloncesto colegial en sus días iniciales, él permanece como figura principal de los juegos de los Dodgers en televisión (SportsNetLA) y radio (KLAC). Ahora Scully es sin discusión la estrella más grande de los Dodgers, pero en su temporada inicial, el prodigio sabía cual era su lugar. “Yo era tan joven o más joven que la mayoría de los jugadores”, dice Scully. “Así que mientras mantuviera la boca cerrada, todo saldría bien”. Por recomendación de Barber, Scully reemplazó a Ernie Harwell en la caseta de Brooklyn para la temporada de 1950. Harwell encontraba a Barber fastidioso y exigente, y se hizo tan insoportable para él que después de la temporada de 1949 atravesó la ciudad para unirse al más llevadero Russ Hodges en la caseta de los Gigantes. (Interesantemente, estos tres hombres seguirían a Barber en el Salón de la Fama en años sucesivos, con Hodges ganando el premio Ford C. Frick en 1980, Harwell en 1981 y Scully en 1982). Al reconocer lo que Scully estaba haciendo en su primer año con Barber, Harwell le preguntó como le iba. “Red me está haciendo pasar momentos duros”, admitió Scully. Harwell le aconsejó “aguantar ahí. Barber es duro pero es un gran maestro. Valdrá la pena”. Para Scully, la temporada entera de 1950 fue un bautizo de fuego al lado de Barber, quien probó ser un estricto maestro. Cuando una vez sorprendió a Scully tomándose una cerveza en el palco de la prensa antes de un juego, le llamó la atención con acritud. Barber, un nativo de Mississippi y Florida, fue un pionero de la narración deportiva. Más que cualquiera de los primeros narradores de beisbol, le dio al juego un ritmo descriptivo hecho a la perfección para la radio. Al llegar desde Cincinnati en 1939, Brooklyn encontró el acento sureño de Barber, confortable. Peter Golenbock escribió en su libro, Bums, “Si lo Dodgers fueran una religión, entonces Red Barber sería Billy Graham”. Aunque barber, no era querido universalmente. En el libro de Lindsey Nelson, Hello, Everybody I’m Lindsey Nelson, el narrador del Salón de la Fama citó al jefe de NBC Sports por mucho tiempo, Tom Gallery, diciendo , “Odio ese canto de salmo, santísimo hijo de p…” Con Barber, Scully se sentía algo a la defensiva. Cada día trataba de no equivocarse, y de probarse a si mismo que si estaba listo para ese trabajo. Pero ser tercero en el orden tras Barber y Desmond le dificultaba conseguir el tipo de reporte de jugada a jugada que pudiera mejorar sus destrezas. Y cuando los juegos no eran televisados al joven a menudo no le asignaban ninguna jugada a jugada. Otros miembros de los medios fueron más receptivos. Dick Young del Daily News, quizás el periodista más influyente de la ciudad, podía ser severo, aún así le tomo cariño a Scully. “Young me llamaba ‘Skooly’ y no solo para bromear con mi nombre”, dice Scully. “ ‘Skooly’ era por ‘schoolboy’ debido a mi corta edad. Dick Young fue probablemente el periodista más grande que cubrió un equipo profesional”. Durante la temporada de 1950, Young tuvo un altercado verbal con el manager de 65 años de los Dodgers, Burt Shotton. “Young podía ser inclemente cuando se disgustaba”, dice Scully. “Él tuvo palabras con Shotton luego que a este no le gustara lo que el escribió. Desde ese momento Young se refería a él como ‘kindly old’ (viejo bondadoso). Una vez que ‘kindly old’ quedó en evidencia entonces se convirtió en KOBS (por kindly old Burt Shotton). Como un bulldog. Young nunca soltaba el hueso”. Young no fue el único problema para Shotton esa temporada. A pesar de contar con siete jugadores del Juego de Estrellas en el cátcher Roy Campanella, el primera base Gil Hodges, el segunda base Jackie Robinson, el campocorto Pee Wee reese, el jardinero central Duke Snider y los pitchers Don Newcombe y Preacher Roe, los Dodgers estaban en cuarto lugar a mediados de agosto antes de tener una seguidilla de 10 triunfos que llevó a Brooklyn al segundo puesto, a cuatro juegos de los filis, un equipo joven conocido como los Whiz Kids. Los Dodgers recayeron a nueve juegos para el 19 de septiembre, pero entonces tuvieron marca de 12-3 para subir a dos juegos de Filadelfia, que vino a Ebbets Field para los últimos dos juegos de la temporada. Brooklyn ganó el primer juego 7-3 y solo necesitaba vencer a los Filis y su as Robin Roberts en el juego final de la temporada el domingo 1 de octubre para forzar un playoff de tres juegos por el banderín. En el cierre del sexto inning, los Dodgers perdían 1-0 cuando Reese conectó la pelota hacia lo profundo del jardín derecho. “El batazo de Reese rebotó en la base de concreto de cinco pulgadas de la pantalla. Fue el jonrón más increíble que vi. Podías ver al jardinero derecho, Del Ennis, rogando y esperando que la pelota cayera. No había nadie quien fuese por ella. La pelota se quedó allí entre el extremo del concreto y la base de la pantalla. Había solo cinco pulgadas ahí arriba”. En el cierre del novena con el juego igualado 1-1, Brooklyn desperdició un par de buenas oportunidades de anotar la carrera ganadora. Con hombres en primera y segunda sin outs, Snider despachó una línea imparable hacia el centro. Cal Abrams estaba en segunda y corrió hacia el plato. “En vez de tocar la cara interna de la tercera almohadilla, Abrams, un chico de Nueva York, rodeó la tercera por el lado de la caja del coach y no pudo anotar”, dice Scully. “El jardinero central Richie Ashburn lo hizo out en el plato. Más adelante en el inning, los Dodgers tenían las bases llenas con un out y Carl Furillo salió con elevado de foul”. En la apertura del décimo Dick Sisler bateó un jonrón de tres carreras para Filadelfia, dándole a los Filis una victoria 4-1 y el banderín. El postmortem está grabado en la memoria de Scully: “Tomé el ascensor anticuado y bajé para ir al clubhouse. Uno de los portones de Ebbets Field hacia la calle estaba abierto y había un vagón de estación afuera. Estaba lleno de ropas y pantalones y trajes. Al caminar, pregunté de quien era ese vagón. Obviamente pertenecía a alguien preparado para salir de la ciudad a prisa. Me dijeron que era de Furillo. Él había entregado el out en bombito de foul con la carrera de la victoria en tercera base. Si hubiese bateado un elevado hacia los jardines los Dodgers habrían ganado. Le dije a Furillo lo que le habría dicho un chiquillo, ‘Mala suerte’. Y Furillo me miró y respondió, ‘Lo haces o no lo haces’. Fue la respuesta más profesional y debido a que era mi primer año, se me quedó en las costillas”. Luego de la temporada de 1950, los vientos de cambio soplaron sobre Ebbets Field. El dueño Walter O’Malley, quien hasta entonces tenía acciones minoritarias del equipo, tomó control total de los Dodgers. Dejó ir a Shotton y al gerente general Branch Rickey. En pocos años, Barber y Desmond tambien se habían ido. O’Malley no renovó el contrato de Barber por 50000 $ para la temporada de 1954, solo meses después que Barber había despreciado la posibilidad de transmitir la Serie Mundial de 1953 entre Dodgers y Yanquis por televisión (NBC) debido a una disputa con el patrocinante Gillette acerca de su compensación de 200 $ por juego. Y para el día del trabajo de 1956, los problemas de bebida de Desmond le costaron su trabajo. Con ese par ausente, la estrella de Scully subió. Por fin le fue dado el tiempo al aire para desarrollar su talento. Él se relajó de las garras de Barber y labró su propio estilo que era cálido, entretenido e inimitable. En 1957, cuando le dijo a su audiencia que había derramado una taza de café sobre unos pantalones recién sacados de la lavandería, Barber no estaba ahí para decir, “¿A quién le importa?” Scully había construido suficiente capital y respeto para hacer las cosas a su manera. En ese último par de temporadas en Brooklyn, fue Scully quien fue acosado por los narradores aspirantes. Marv Albert, un adolescente para el momento, era un interno de los Dodgers. Durante los juegos diurnos, él llevaba su pesada grabadora de cintas Wolensak a una esquina de la fila de la prensa en Ebbets Field para practicar su jugada a jugada. El encargado del palco de la prensa ocasionalmente le pedía a Albert que bajara la voz. Despues que termina la transmisión de los Dodgers, él ocasionalmente se escurría a la caseta de transmisión y tomaba la copia de los papeles comerciales de Scully del piso para aprender a leer la publicidad. Cuando los Dodgers salieron de Brooklyn al final de la temporada de 1957, O’Malley se llevó a Scully con el equipo a Los Angeles, pero eliminó las transmisiones televisivas. O´Malley tenía la percepción de que los juegos televisados en casa contribuían a que la asistencia disminuyera en Ebbets Field, y no iba a cometer el mismo error en California. En 1958, los únicos juegos de los Dodgers que fueron televisados fueron los jugados en San Francisco contra los rivales Gigantes, quienes también se habían mudado al otro extremo del país. ***** Aunque Scully ha sido famoso por más de medio siglo, él aún recuerda como fue su temporada de novato. “Yo viajaba en la parte trasera del bus con los jugadores que no jugaban mucho”, dice él. “Era bienvenido y me hacían sentir como en casa. Sin embargo como niño nacido y criado en Nueva York, estaba totalmente pendiente de los jugadores regulares: Gil Hodges, Jackie Robinson, Pee Wee Reese, Billy Cox, Duke Snider y todos los otros”. De los 37 jugadores quienes jugaron con los Dodgers en 1950, solo seis viven aún. Tres de ellos, los pitchers Ralph Branca, Carl Erskine y Don Newcombe, eran nombres establecidos en Brooklyn y más allá. Dos de los otros tres, Tommy Brown y Bobby Morgan, tuvieron períodos de actividad. Joe Landrum apenas tuvo un sorbo de café. Scully aun ve a Newcombe y Erskine. El primero es un asesor especial de los Dodgers que puede ser visto a menudo en el estadio. El otro asiste a juegos de viejas glorias, donde Scully puede recordar el día cuando el hombre provincialmente acentuado por los neoyorquinos como “Oisk” ponchó 14 Yanquis en el segundo juego de la Serie Mundial de 1953. Branca y Scully han sido amigos desde la primera temporada del narrador, aunque su mentor Barber le había advertido a su protegido no mezclarse mucho con los peloteros para evitar perder su objetividad. “Ralph y yo éramos muy cercanos”, dice Scully. “Antes que él se casara, salíamos en doble cita y pasábamos mucho tiempo juntos”. Branca conseguiría reconocimiento duradero en 1951 al recibir el jonrón de Bobby Thomson (El batazo que se oyó alrededor del mundo) que ganó el banderín para los Gigantes. Por más de 60 años él ha cargado ese tropezón con gracia y dignidad. Él ha tenido problemas para andar por ahí en años recientes, pero cuando 42, la película acerca de la vida de Jackie Robinson, llegó a las pantallas en 2013, Branca fue capaz de conseguir un enfoque especial en el condado donde vive, Westchester, New York. Junto a Ralph estaba su novia, Ann. Scully dice que una de las razones por las que Ralph “llevó la cruz excepcionalmente bien” fue que él y Ann se iban a casar casi inmediatamente después, El hecho de que Scully aun pueda aportar instantáneas biográficas de Branca, Erskine y Newcombe, por lo menos unos de los peloteros quienes ayudaron a Brooklyn a ganar seis banderines y un título de Serie Mundial entre 1947 y 1956, no es una sorpresa. Pero siete décadas después , los nombres Brown y Morgan, olvidados por la mayoría hace tiempo, son cualquier cosa menos desconocidos para el narrador de los Dodgers. Pregúntele por anécdotas de los dos y él dibujará perfiles, coloreados con detalles. ‘Brown era un joven de 16 años cuando jugó con los Dodgers por primera vez”, recordó Scully. “Ellos solían contar los jonrones que él bateaba, no durante la temporada regular sino en las prácticas de bateo. ¡Él rompió la marca de Babe Ruth en una semana, en práctica de bateo! Desafortunadamente no era ese tipo de bateador cuando empezaba el juego”. Cuando el nombre de Bobby Morgan es pronunciado, la voz de Scully se vuelve generosa. “Bobby Morgan era un jugador maravilloso de Oklahoma. Frank Shaugnessy, el presidente de la International League, dijo algo como Bobby Morgan es el mejor tercera base desde Pie Traynor. Eso puso mucha presión sobre él. ¡Lo que nunca olvidaré es que Bobby Morgan estuvo involucrado en la atrapada más grande que Willie Mays hizo! Y Mays sería el primero en estar de acuerdo conmigo”. El 18 de abril de 1952, los Dodgers jugaban su primer juego en casa ante los Gigantes. En el séptimo inning, Morgan bateó una línea entre el jardín central y el izquierdo, que puso a Mays, de 21 años, a perseguirla. “En aquellos días, Ebbets Field tenía una zona de seguridad de granzón y una pared de concreto”, dijo Scully. “Mays, al correr tan duro como podía, llegó al granzón completamente estirado, hizo la atrapada, se golpeó contra la base de la pared de concreto y rodó sobre su espalda, con las manos juntas, sobre el pecho. El jardinero izquierdo de los Gigantes era Henry Thompson. Él corrió hacia allá, sacó la pelota del guante de Mays, la mantuvo alto en el aire, y el out fue validado por el árbitro”. Por otro lado, Landrum, apareció en solo 16 juegos de Grandes Ligas en 1950 y 1952, y fue referenciado más por Scully cuando su hijo Bill llegó a las mayores en 1986, fue relevista de cuatro equipos de la Liga Nacional en ocho temporadas. ***** Un día de este abril, dos zurdos grandes, Clayton Kershaw de los Dodgers y Madison Bumgarner de los Gigantes, suben al montículo una tranquila noche de semana en Dodger Stadium. Scully mientras se prepara como siempre para transmitir el juego, piensa en perspectiva. Estos dos equipos han sido rivales por más de 125 años. Scully solapa el enfrentamiento Bumgarner-Kershaw con la batalla de pesos completos de pitcheo de los años ’60, Juan Marichal de los Gigantes y Sandy Koufax de los Dodgers. Él pasa casi medio inning temprano en la caseta, enfocando la escena, tejiendo detalles relevantes de los grandes choques del pasado. ¿Quien podía pagar el televisor en ese momento? Si uno estaba viendo el juego en el sur de California, donde era temprano en la noche, o escuchándolo vía satélite en Florida, donde era tarde en la noche, Scully tenía enganchada a su audiencia. Su voz aún resuena en los veranos del sur de california. El sonido de su jugada a jugada se difunde de manera estable en una ciudad de muchas tendencias y en un mundo que es multitareas. De vuelta al comentario de Furillo luego de la dura derrota ante los Filis para terminar su primera temporada, Scully dice, “El nieto de Furillo estuvo por aquí hace poco y eso trajo de vuelta su actitud profesional: ‘O lo haces, o no lo haces’”. Si, Scully lo hizo entonces y aún lo hace, 65 años después. David J. Halberstam es el antíguo narrador jugada a jugada de los Heat de Miami y autor de Sports On New York Radio: A Play By Play History. Traducción: Alfonso L. Tusa C.

El antiguo pitcher Bob Hendley recuerda su cita con la fama.

Han pasado más de 40 años desde que el derecho estuvo a punto de lanzar sin hits ni carreras ante los Dodgers de Los Angeles cuando Sandy Koufax pitcheó un juego perfecto. Philip Ramati. The Macon Telegraph. Baseball Digest. Diciembre 2005. Bobby Hendley no es rudo cuando se le hace la pregunta, solo genuinamente sorprendido. “No entiendo porque quieres hablarme de algo que ocurrió hace 40 años, pero si quieres podemos hacerlo”, dijo Hendley. Hace cuarenta años, el 9 de septiembre de 1965, Hendley se fajó con el inquilino del Salón de la Fama Sandy Koufax, en lo que es generalmente considerado como uno de los juegos mejor pitcheados en la historia del beisbol. Koufax estaba en medio de otra temporada de Cy Young y los Dodgers estaban en la candela de la caza del banderín que eventualmente terminó con la corona de la Serie Mundial de 1965. Hendley estaba en el medio de una carrera de un pitcher normal que incluía un cambio desde los Gigantes de San Francisco a los Cachorros de Chicago a mediados de esa temporada. Lo que resultó de su enfrentamiento aquel día en Dodger Stadium fue una pieza maestra en los anales del beisbol, la única vez en la era modera (después de 1900) que dos equipos solo dieron un imparable en un juego, un imparable que no tuvo absolutamente nada que ver con el resultado del juego. Al final, Koufax salió por la puerta grande, lanzó el cuarto juego sin hits ni carreras de su carrera y el octavo juego perfecto de la historia del beisbol. Hendley, un nativo de Macon, Georgia, terminó con una derrota de un hit y una carrera, y un lugar raro en la historia para un pitcher con registro vitalicio de 48-52. “No estoy seguro de que haya habido un juego con menos imparables”, dijo Jeff Torborg, quién fue el receptor de los Dodgers aquella noche. “Bob lanzó un juego grandioso. Siempre fue un buen pitcher, pero Sandy se fajó con él”. Como Hendley, Ron Fairly también había nacido en Macon, pero no creció allí. Fue su toque de sacrificio en el quinto episodio que adelantó a Lou Johnson, quién había negociado boleto, y más adelante conseguiría el único imparable del juego, para conseguir la única carrera. “Hendley no lanzaba tan duro como Sandy”, dijo Fairly ahora narrador de los juegos de los Marineros de Seattle. “Fue probablemente uno de los mejores juegos de su carrera. Fue una noche de gran pitcheo”. Al final, Hendley fue parte de uno de los momentos más resaltantes del beisbol, pero no dejó que ese momento lo definiera. “A los 30 años estaba fuera del beisbol”, dijo Hendley ahora de 66. “Pero no me lamento. Luego me dedique a ser entrenador. Trabajé con muchas personas buenas, muchas personas buenas”. Atención a lo que pudo haber sido ¿Existe algún otro deporte además del beisbol que dependa tanto de lo que pudo haber sido y lo que estuvo a punto de ocurrir tanto como de lo que ocurrió para que se diera la victoria? Hay está Ernie Banks, quien nunca jugó en postemporada; las tantas veces que los Medias Rojas se quedaron cortos en ruta a la Serie Mundial, y los 12 innings perfectos que lanzó Harvey Haddix para perder en el décimotercero. El juego de Hendley contra Koufax ciertamente califica. Cuando Jane Leavy escribió la biografía de Sandy Koufax: A Lefty’s Legacy, hace un par de años, ella alternó los capítulos. Ella empezó con el primer inning del juego perfecto en el primer capítulo, entonces fue a la vida de Koufax en el siguiente, rotó en ambas direcciones a lo largo del libro. “Quería que el texto fuera grande”, dijo Leavy. “No sobre una persona o una carrera, sino sobre una época. Quería usar un juego de él (para llamar la atención) y nada mejor que un juego perfecto”. Lo que impresionó a Leavy fueron las similitudes y diferencias entre Koufax y Hendley, ambos tenían la misma estatura, Koufax pesaba unos diez kilos más cuando jugaban. Ambos empezaron como zurdos de bola rápida y ambos sufrieron problemas severos en el codo que acortaron sus carreras. Koufax lanzó con los dolores de la artritis, lo cual lo forzaría a retirarse luego de la temporada de 1966 aun en plenitud de condiciones físicas. Hendley sufrió una lesión en el codo en 1960 cuando aún jugaba en las ligas menores. Aunque llegó a las mayores, nunca recuperó la gran velocidad que tenía antes de la lesión y tuvo que depender de su astucia para ponerse delante de los lanzadores. “Mientras más investigaba sobre él, notaba cuan opuesta era su carrera a la de Sandy, como sus carreras podían haberse intercambiado”, dijo Leavy quién no pudo localizar a Hendley para el libro hasta recordar su nombre de pila Charles Robert Hendley. “Al principio, probablemente él lanzaba tan duro como Koufax pero en el resto de su carrera se las arregló con inteligencia y astucia. Su punto más alto coincidió con la noche cuando Sandy Koufax fue perfecto”. Hendley era un lanzallamas cuando lanzaba para Lanier High School. Tuvo marca de 16-4 y ponchó 204 bateadores en dos temporadas, llevó a Lanier a dos títulos regionales seguidos mientras lanzaba cada juego regional. Lanzó tres juegos sin hits ni carreras en la secundaria y fue el jugador más valioso del juego de estrellas de NorthSouth en 1957. Hendley firmó originalmente una beca de beisbol-baloncesto con Georgia pero decidió firmar un contrato profesional con los Bravos de Milwaukee. Entre temporadas Hendley continuó su educación en Mercer y se unió a los reservas de la armada, las cuales requerían de seis meses de trabajo activo y cinco años y medio con los reservistas. “Si no me hubiese ido bien en el beisbol, probablemente hubiera sido un teniente segundo”, dijo Hendley. Pero le iba bien en el beisbol. Desafortunadamente para Hendley, su tiempo en las reservas pudo costarle caro a su carrera atlética. Él está convencido de que el exceso de flexiones de brazo que hizo en el entrenamiento físico afectó algo en su codo. Cuando Hendley fue al campo primaveral en 1960, lanzó muy duro muy pronto y algo tronó en su codo. Nunca fue el mismo después de eso. “No puedo asegurarlo”, recordó Hendley. “Hacíamos mucho entrenamiento físico, muchas flexiones, y hasta este día, pienso que eso me afectó. Koufax tenía 30 años cuando su carrera también terminó. En algún respecto, sin embargo, la lesión en el codo le enseñó a Hendley un par de lecciones valiosas. Por un lado, se convirtió más en pitcher que tirador. Esto también cimentó la importancia de la educación en su mente. Durante el receso entre temporadas, Hendley tomaba un curso o dos en Mercer, finalmente se graduó en 1970, 13 años después de empezar. “Esa es una de las cosas que le digo a mis estudiantes”, dijo Hendley. “Puedes obtener un título si trabajas en eso. No sabía cuando terminaría mi carrera en el beisbol, pero cuando ocurrió, estaba listo para pasar a hacer algo diferente”. Consistencia, la marca de fábrica de Hendley. Hendley llegó a las Grandes Ligas en 1961 y se mantuvo en ese nivel hasta 1967. La consistencia fue su mejor atributo. Irónicamente, aquella temporada de 1965 fue la única cuando su efectividad fue superior a su promedio vitalicio de 3.97. Cada año esta oscilaba entre 3.60 y 3.94. Su porcentaje de juegos ganados oscilaba cada temporada alrededor de su marca vitalicia de .480. Hendley pasó tres temporadas con los Bravos antes de pasar a los Gigantes en 1964. Luego del cambio, se mantuvo en Chicago hasta 1967, cuando fue negociado a los Mets de Nueva York durante la temporada, su último equipo. “Si hay una palabra con la cual lo definiría sería ‘profesional’”, dijo Torborg. El juego contra Koufax pudo haber sido el más memorable de Hendley, pero no fue la única vez que coqueteó con un juego sin hits ni carreras. Cuando jugaba con los Bravos, mantuvo sin hits a San Luis durante ocho innings. Pero un bateador de los Cardenales se embasó por error, y Curt Flood siguió con un jonrón de dos carreras para acabar con la magia. Hendley pitcheó la mayor parte de su carrera con dolores intermitentes en su codo. Ël no mira su carrera con lamentos, pero algunas veces se pregunta que hubiese ocurrido si se hubiera mantenido sano. “Pienso que una marca de 48-52 con un codo malo estuvo bien”, dijo Hendley. “Probablemente tendría 100 victorias en Grandes Ligas. Me pregunto que habría pasado si hubiera tenido un buen brazo. Pude haber jugado hasta los 45, 50 años sin problemas. Cuando lanzaba práctica de bateo en la secundaria, lanzaba 200 pitcheos al día sin problema- Disfrutaba haciéndolo”. “Me hubiera gustado haber jugado sano en cuanto a mi brazo. Tuve dos operaciones en el codo y nunca me recuperé por completo. Si hubiera jugado en el presente, con todos los avances, hubiese jugado muchos años”. Bajo la luz pública por una noche Aunque Koufax será recordada por muchas razones en su ilustre carrera, la carrera de Hendley estará ligada por siempre a aquella noche de septiembre. No parecía que se haría historia de la manera como empezó el juego. A Koufax le tomó un tiempo encontrar sus mejores envíos. Como Leavy recordó en su libro, el segunda base de los cachorros, Glenn Beckert, le dijo al tercera base Ron Santo. “Lo tuvimos donde lo queríamos esta noche. No está lanzando tan bien”. Beckert casi frustró el juego perfecto en el primer inning con una línea bajita por la raya del jardín izquierdo que salió de foul por centímetros. “No cuando empezó”, dijo Hendley. “Solo cuando llegó el tercero o cuarto inning. Entonces supimos que se estaba gestando algo especial”. Los Dodgers no fueron un mal equipo al bate ese año, fueron atroces. El promedio de bateo del equipo fue .245. El único jugador que bateó sobre .300 toda la temporada fue el pitcher Don Drysdale. Los Dodgers no eran tan ineptos con el madero durante esa época de la que Torborg recordó la famosa frase de Drysdale cuando Koufax lanzó su tercer sin hits ni carreas el año anterior. Drysdale no estaba en el juego y le contaron de este después. “¿Ganó?” fue la respuesta de Drysdale. De la manera como Hendley estaba lanzando esa noche, si los Cachorros hubiesen sido capaces de aprovechar a Koufax en los primeros innings, hubiesen tenido alguna oportunidad. Hendley llegó al juego con una marca vitalicia de 2-0 ante Koufax, y lo vencería otra vez una semana después del juego perfecto. Pero el destino no estaba del lado de hendley. Le concedió un boleto a Johnson para iniciar el quinto inning, y ahí empezaron las dificultades. Fairly siguió con el sacrificio para llevar a Johnson a segunda. No había duda en la mente de Johnson sobre lo que iba a ejecutar. “Nadie estaba pendiente de mí”, dijo Johnson. El juego estaba más allá de lo especial. Hendley estaba imbateable. Teníamos que aprovechar cualquier cosa. Con Koufax en el montículo. Si conseguíamos media carrera, ganábamos. Si me embasaba, iba a tratar de robarme una carrera”. Eso fue exactamente lo que ocurrió. Hendley no le prestó mucha atención a Johnson, quién tomó un gran salto y salió hacia tercera. El disparo del receptor Chris Krug voló a Ron Santo, y Johnson anotó fácilmente. Hendley estaba perdiendo 1-0, pero aun lanzaba sin hits. “La gente habla del tiro de Chris Krug al jardín izquierdo”, dijo Hendley. “Pero nadie es responsable. Yo fui quien permitió que Johnson tomara un gran salto”. Hoy Johnson se hace eco de lo que Koufax dijo después del juego. “Si no anotamos esa carrera, probablemente todavía estuviéramos jugando”, dijo Johnson. Con el anémico bateo de los Dodgers, una carrera era a menudo suficiente para Koufax. “Usualmente le decíamos, ‘aquí está tu carrera’”, dijo Torborg con una sonrisa. Eso fue todo lo que Koufax necesitó esa noche. Los Cachorros nunca amenazaron en el resto de la ruta, mientras Koufax ponchaba a los últimos seis bateadores del juego. Hendley perdió su ruta a la inmortalidad en el séptimo cuando Johnson despachó una línea sobre el mascotín estirado de Banks que se convirtió en doble. Hendley apretó el brazo para retirar los próximos tres bateadores. Hendley mantuvo la esperanza de que los Cachorros pudieran marcar una carrera, pero vio como esa esperanza se desvanecía rápidamente a medida que Koufax se hacía más dominador. “Ese último inning, recuerdo que la gente estaba de pie en las escaleras del dugout”, dijo Hendley. “Koufax salía de abajo de su gorra con cada pitcheo. Ves a este tipo, y sabes que esto es especial. Pensaba que no era especial para mí, pero si para él. El tipo era dinámico, poderoso”. “Al día siguiente, reconocí lo que había ocurrido. Fuimos a San Francisco y estaba sentado en una cafetería. Estaba pensando, “Hombre, esto es muy especial’. Pero lo he dicho muchas veces. Si te van a vencer, que lo hagan con clase. Koufax era el mejor”. Torborg, quién recibiría juegos sin hits ni carreras de Nolan Ryan y Bill Singer más adelante en su carrera, cree que esa fue la mejor actuación de Koufax en toda su carrera. “Con Sandy y Nolan el juego sin hits ni carreras siempre estaba en el ambiente”, dijo. “Pero eso no empezaba a tomar cuerpo hasta el quinto o sexto inning. Cuando Glenn Beckert bateó ese foul por centímetros, recuerdo haber pensado que Sandy no tenía su mejor curva esa noche. Me di cuenta de que era un juego único en el sexto o séptimo”. “Un juego perfecto y un juego de un hit. Mientras más te alejas de eso, más especial se hace”. Koufax permanece silencioso Es más que imposible conseguir la impresión de Koufax sobre el juego. Él es famoso por evitar la luz pública, ni siquiera se puede tratar de hablar con él a través de la oficina de relaciones públicas de los Dodgers. Aún si la historia tiene que ver con Hendley. “Sé lo que me va a preguntar y la respuesta es no”, dijo el representante ante los medios de los Dodgers. “Usted quiere hablar con Koufax, ¿verdad? La respuesta es no. Ni siquiera nosotros hablamos con él.” Koufax, ni siquiera es citado directamente en el libro de Leavy. Ella dijo que él solo le confirmaba los hechos y le dio permiso a sus amigos para que hablaran con ella, pero prefirió no tocar su privacidad. Sin embargo, nadie se queja de él. Aún después de cuarenta años, viejos compañeros como Torborg y Johnson, aún hablan de Koufax con reverencia. “Estoy feliz de no ser famoso como él”, dijo Hendley. “Si lo fuera, probablemente sería alguien parecido a un recluso. Estaría en Wyoming en medio de la vida silvestre”. Sin embargo, la naturaleza tranquila de Koufax no debe ser tomada como reticencia pura. Hace algunos años, el hijo más joven de Hendley, Bart, recortó un artículo de periódico que recordaba el juego y lo envió por correo a Koufax. Para sorpresa de la familia, Koufax autografió el artículo y lo envió de vuelta a Bart con una nota cordial. El gesto impresionó mucho a Hendley. Cuando él habló con Leavy, le pidió que lo pusiera en contacto con Koufax para tener la oportunidad de agradecerle. “Ya sabía que él era muy reclusivo”, dijo Hendley. “Peo el beisbol es como una confraternidad”. Las personas no se olvidan. Hablar con él, fue como si fuésemos amigos con mucho tiempo sin verse. Siempre lo vi como un tipo de clase. Él dijo algunas cosas buenas sobre mí. Pienso que él es un acto de clase”. El encanto del hogar. Hendley nunca consideró trabajar como entrenador a nivel profesional luego de retirarse. Sabía que deseaba regresar a Macon para estar cerca de su familia y tener la oportunidad de estar detrás de sus hijos Bret y Bart antes que pasar mucho tiempo en la carretera. Empezó a ser entrenador en 1972, dejó marca de 35-12 en Tattnall antes de ir a la River North Academy en 1975 donde ganó un campeonato estatal. Luego de eso sirvió como entrenador asistente en Stratford bajo la égida de Bubber Adams, allí muchos de sus jugadores fueron a jugar beisbol universitarios y unos pocos, incluido el antesalista actual de los Cerveceros, Russell Branyan, llegaron al profesional. La mayor experiencia de Hendley fue entrenar a sus dos hijos en la secundaria, Bret fue a jugar en Georgia Southern y en la organización de los Atléticos de Oakland, mientras Bart jugó en Georgia College & State. “Bobby de verdad disfrutó lo que hizo”, dijo Jay Cranford un alumno de Stratford que jugó en Georgia. “Pienso que no hubo un día cuando él no disfrutó lo que estaba haciendo: El también tenía un lado paternal. Era realmente un buen mentor, te daba consejos y te evaluaba. Él era un buen modelo, un hombre ético con carácter. Hendley nunca habló de su carrera profesional con sus peloteros. “Fui entrenador por 30 años y nunca hablé de eso”, dijo Hendley. “Había muchachos que no sabían que yo había jugado. Bien, yo jugué, y?” Una vez sin embargo, un estudiante de Stratford le informó a Hendley que él era la respuesta de una pregunta de un juego de trivia, como el pitcher perdedor en el juego perfecto de Koufax. Ironícamente, el hecho de que la carrera de los Dodgers hubiese entrado por error, representó una lección que Hendley llevó con él en sus días de entrenador. “En un juego hay varias oportunidades ofensivas y defensivas”, dijo. “Ganas o pierdes no solo debido a una sola cosa, sino a una acumulación de ellas”. Sin rincón de trofeos en la casa. La casa de Hendley no es exactamente un museo de su carrera. Hay un par de pelotas autografiadas, pero la mayor parte de su memorabilia está guardada. Koufax envió una pelota autografiada a Hendley luego que Leavy los pusiera en contacto, y en el Fan Fest del Juego de Estrellas en Atlanta hace un par de años, Hendley y Johnson se encontraron mientras el último estaba en una mesa firmando autógrafos. Hendley también tiene una pelota autografiada de ese encuentro. Lo que Hendley tiene a la vista en su casa son fotografías de su familia, lo más importante para él. Ellos han tenido un verano difícil. Una sobrina falleció de cáncer el 6 de mayo, y la hija de 6 años de Bret, Brooke, quién sufría de un raro desorden mitocondrial llamado enfermedad de Leigh, feneció poco más de un mes después. La respuesta de la comunidad ante la enfermedad de Brooke, tocó a Hendley profundamente. “La gente ha sido maravillosa con la familia de Bret y sobre todo la mía”, dijo. “La comunidad de Stratford Academy ha sido muy especial con mi familia. No te podría decir cuan buenos han sido con nosotros. Toda la comunidad ha sido grandiosa.” Una página web que se creó para ayudar a Brooke, recibió más de 30000 visitas. “De verdad lo aprecié mucho”, dijo Hendley. “Eso significó mucho para nosotros”. Hendley ha estado retirado de enseñar y entrenar por cuatro años, pero aún permanece activo. Pasa mucho tiempo tratando de ayudar al hermano de Brooke, Blake. “Él es un clon de su papá”, dijo Hendley. “Es tan fuerte como un toro, juega futbol, tae kwon do. Fuimos a Tallulah Gorge en North Georgia, donde tienes esas escaleras. Son como 750 escalones. Él no se detuvo ni un momento, yo sudaba como un caballo. Él es algo más.” Mientras Hendley no sabe donde están algunos de los artículos más significativos de su carrera, una tetera de plata por servir como pitcher de práctica de bateo en el Juego de las Estrellas de 1963 o el disco de vinilo de la narración radial del único jonrón de su carrera, él tiene una copia del libro de Leavy autografiada para él por la autora. Dice: “Bob, en mi libro, nunca serás el otro tipo”. Traducción: Alfonso L. Tusa C.

miércoles, 2 de septiembre de 2015

Diez lustros de aquel juego perfecto de Sandy Koufax.

Dodgers 1 versus Cachorros 0. 9 de septiembre de 1965 No-Hitters. The 225 Games, 1893-1999. Rich Westcott and Allen Lewis. De sus cuatro juegos sin hits ni carreras, Sandy Koufax guardó el mejor para terminar. Fue un juego perfecto para establecer un record en un desafío que se cataloga como uno de los duelos de pitcheo más grandes de la historia de las Grandes Ligas. No solo el zurdo de 29 años se convirtió en el primer pitcher en lanzar cuatro juegos sin hits ni carreras en las Grandes Ligas, lo cual ejecutó en cuatro años seguidos, su rival monticular, Bob Hendley, casi lanzó sin hits ni carreras también. Hendley permitió solo un imparable, y concedió un boleto ante los Dodgers inquilinos del segundo lugar. El juego estableció una marca para menos imparables de ambos equipos. Koufax llegó a la batalla del jueves 9 de septiembre en Dodger Stadium, ante los Cachorros de Chicago ocupantes de la octava posición, con una reluciente marca de 21-7. Había una multitud de 29.139 personas. Al combinar su afilada recta con una sinuosa curva y un control maravilloso, Koufax ponchó 14 Cachorros, incluyendo los postreros seis bateadores que enfrentó. Solo le sacaron seis pelotas del infield. Los Cachorros apenas batearon con fuerza dos pelotas. Con un out en el primer inning, Glenn Beckert, antes de poncharse, despachó un linietazo por la línea del jardín izquierdo que salió de foul. Un inning después, Byron Browne descargó un lineazo directamente a las manos de Willie Davis en el jardín central. Los Dodgers anotaron su única carrera del juego en el quinto inning. Lo hicieron sin conectar un solo imparable. Lou Johnson recibió boleto para iniciar el inning. Avanzó a segunda mediante toque de Ron Fairly. Cuando Hendley tuvo dificultades para mantenerlo cerca de la base, Johnson se robó la tercera base. Él siguió corriendo hacia el plato cuando el cátcher Chris Krug metió la pelota en el jardín izquierdo. Johnson terminó siendo el único jugador que se embasó en el juego cuando con dos outs en el séptimo rompió el sin hits ni carreras de Hendley con doblete al jardín derecho. Ese fue el único imparable del juego. Koufax, mientras tanto, avanzaba en el quinto inning, ponchó a Ernie Banks la segunda de tres veces. El brillante zurdo tuvo un par de jugadas cerradas en los innings postreros. Al iniciar el sexto, Krug la rodó por las paradas cortas y Maury Wills la tomó sin dificultades pero lanzó bajo a primera. Wes Parker, un fildeador sobresaliente, levantó el piconazo para completar el out. En el séptimo con dos outs, Koufax lanzó tres bolas seguidas ante Billy Williams, antes de regresar con dos strikes cantados. Williams entonces conectó un lanzamiento en 3-2 hacia la izquierda donde Johnson efectuó una fácil atrapada. Koufax terminó el juego en un esfuerzo glorioso. Ponchó a Ron Santo; Banks y Browne en el octavo. Koufax comenzó el noveno abanicando a Krug con una recta en conteo de 2-2. El próximo bateador era el emergente Joe Amalfitano. Koufax consiguió dos rápidos strikes y luego lo ponchó con otra recta imponente. El último bateador era el también emergente, antíguo campeón bate de la Liga Americana Harvey Kuenn, quien irónicamente había sido el último out en el sin hits ni carreras de Koufax en 1963. Kuenn aguantó un strike, luego dos bolas. Abanicó y falló el próximo lanzamiento. Con la cuenta en 2-2, Koufax lanzó otra recta invisible y Kuenn hizo swing y falló. Koufax había hecho historia en el beisbol. Terminó la temporada con una reluciente marca de 26-8. La cual sería seguida por una marca de 27-9 en 1966, el año final de la magistral carrera de pitcheo de Koufax. Traducción: Alfonso L. Tusa C.

lunes, 31 de agosto de 2015

Esquina de las barajitas: La vida supersticiosa de Mike Cuellar.

26-06-2015. Bruce Markusen. Mike Cuellar ganó compartido el premio Cy Young de la Liga Americana en 1969. Aún una mirada rápida a la barajita Topps de Mike Cuellar de 1975 revela el rostro de un veterano endurecido. El primer plano extremo nos da una buena mirada lateral de su cara, la cual tiene marcas de acné y colores oscuros. Es la cara de un hombre quién ha resistido mucho en su vida, al crecer en Cuba y tener que emigrar a Estados Unidos. Luce como un veterano quién ha tenido su cuota de momentos difíciles, particularmente en sus días iniciales como pitcher profesional, antes de convertirse en pilar exitoso con varios equipos de campeonato en Baltimore. Al hacer una inspección más cercana, también se puede notar un error en el frente de la barajita de Cuellar. Cuando miramos su nombre, impreso en la parte inferior de la barajita, se puede leer “Mike Cueller”. Eso es Cueller, con “e”. Pero debería ser Cuellar con “a”. Conociendo algo a Cuellar, puedo imaginar que no le gustó ver tal error en su barajita de beisbol. Uno de los hombres más supersticiosos del juego, Cuellar debió haber pensado que escribir mal su nombre conllevaría a un terrible grado de mala suerte. No, no creo que a Cuellar, le haya gustado eso para nada. Para la primavera de 1975, cuando Topps publicó esta barajita de borde azul y anaranjado como parte de su colección anual, Mike Cuellar se había establecido como uno de los zurdos más ganadores del juego. Jim Palmer y Dave McNally habían monopolizado la mayoría de los titulares del cuerpo de lanzadores de los Orioles, pero Cuellar tuvo también su buena cuota de cargas pesadas, en términos de innings lanzados y lograr victorias. Las victorias se han convertido en un tema de debate para los pitchers; hay algunos sabermétricos a quienes les gustaría ver las victorias desconectadas o descartadas. Para bien o para mal, Cuellar alcanzó muchas victorias hacia finales de los años ’60 y comienzos de los ’70: 23 victorias en 1969, 24 en 1970, seguidas de años de 20, 18, 18, y 22, el último total correspondiente a 1974, cuando lideró la Liga Americana en porcentaje de victorias. El total disminuiría a 14 en 1975, marcando el inicio de la fase de declive de Cuellar. Es fácil olvidar que la prolongada carrera de Cuellar empezó años atrás en Cincinnati, cuando la franquicia era aún conocida como los Red Legs (Piernas Rojas), y no Rojos. Cincinnati lo firmó en 1957 fuera de Cuba, donde él lanzaba para el equipo del ejército cubano. Esa no era una tarea fácil, dada la presión que los jugadores sentían del dictador cubano Fulgencio Batista, un hombre a quien no le gustaba perder. Luego de firmar a Cuellar, los Rojos lo asignaron a La Habana. Allí fue donde los Rojos habían juiciosamente establecido su principal equipo afiliado de ligas menores, conocido como los Sugar Kings, como estrategia para entrar al mercado cubano. (Los Rojos tenían otros valiosos jugadores cubanos en La Habana, incluyendo a Cookie Rojas, Leo Cárdenas y Tony González). Cuellar agenciaría dos buenas temporadas para los poderosos Sugar Kings antes de recibir una promoción a Cincinnati a comienzos de la temporada de 1959. Hizo dos apariciones como relevista pero fue bateado muy duro, lo cual convenció a los Red Legs de que él necesitaba desarrollarse más en las ligas menores. A su regreso a La Habana, Cuellar lanzó bien, pero su carrera fue afectada el siguiente verano, cuando los Red Legs reubicaron su afiliado de AAA desde La Habana hasta Jersey City a media temporada. Ese movimiento de la franquicia resultó ser un karma para Cuellar, quién pasó los próximos veranos de liga menor saltando de aquí para allá y acullá. Cuellar lanzó para unos cuantos equipos afiliados, pasó algún tiempo en préstamo a la organización de los Mellizos de Minnesota, y hasta jugó algún tiempo en la Liga Mexicana. Entonces los rojos lo cambiaron a los Indios de Cleveland, quienes lo prestaron por un tiempo a los Tigres de Detroit antes de negociar su contrato a los Cardenales de San Luis. Caaramba. Era suficiente para convencer a un hombre menos determinado de renunciar al juego, pero Cuellar perseveró en su búsqueda de un lugar más permanente en las Grandes Ligas. Luego de tener dificultades con los Cardenales en 1964 y no aparecer para nada en la Serie Mundial de ese otoño, Cuellar recibió la oportunidad que necesitaba en la primavera de 1965. En la fecha límite para hacer cambios del 15 de junio, los Cardenales cambiaron a Cuellar y al veterano relevista Ron Taylor a los Astros de Houston por el lanzador derecho Chuck Taylor y el zurdo Hal Woodeshick. Los Astros de la expansión, quienes habían entrado a la liga solo tres años antes como Colt.45s, tenían una necesidad mucho mayor de pitcheo que los establecidos Cardenales. Cuellar lanzó principalmente como relevista para Houston, pero también hizo cuatro aperturas . Él develó un screwball que había experimentado inicialmente en San Luis. Los Astros vieron lo suficiente para hacerlo parte de su rotación a tiempo completo en 1966. Asistido por las dimensiones del Astródomo de Houston favorables a los pitchers y las condiciones generalmente difíciles que existían para los bateadores a mediados de los años ’60, Cuellar logró buenas efectividades en las próximos tres años. No ganó una tonelada de juegos. Pero un verano fue llevado al equipo de la Liga Nacional para el Juego de Estrellas, asomando algo del gran éxito que eventualmente le esperaba en el camino. También mostró una gran competitividad. Cuando el manager de los Filis de Filadelfia, Gene Mauch, lo mantuvo relegado en el banco, Cuellar tuvo que ser contenido para que no fuese tras él. “Quería darle un puñetazo en la nariz”, le dijo Cuellar a The Sporting News. Luego de la temporada de 1968, Cuellar se reportó a la pelota invernal de Puerto Rico. Un día, él dominó a un equipo rival que contaba con un despliegue de jugadores de ligas mayores: Paul Blair, Orlando Cepeda, Dave Johnson y Tany Pérez. Al emplear su devastadora screwball contra la serie de experimentados bateadores derechos, Cuellar impresionó al manager rival. Este no era otro que el inquilino del Salón de la Fama, Earl Weaver, quien notó lo que el zurdo le había hecho a sus bateadores “parecen como tontos con esa screwball”. Weaver hizo un reporte de Cuellar a su gerente general, Harry Dalton. El superscout de los Orioles, Jim Russo, uno de los grandes evaluadores de talento del juego, también avaló a Cuellar. Más tarde ese invierno, los Orioles empezaron a conversar de transacción con los Astros, quienes tenían interés en el utility de buen bateo Curt Blefary. Dalton pidió a Cuellar como parte del paquete de retorno. Así que el 4 de diciembre, los Orioles enviaron a Blefary y a un jugador de ligas menores a Houston por Cuellar, el campocorto de gran defensiva Enzo Hernández, y a otro jugador de ligas menores. Los críticos del cambio cuestionaron porque los Orioles estaban tan interesados en un veterano de 32 años quién lo mejor que podía ser catalogado era como lanzador de pelotas engañosas. Otros críticos alegaron que Cuellar carecía de agallas y no quería lanzar en juegos importantes. Esos críticos sabían muy poco acerca de Mike Cuellar. La apariencia física de Cuellar era muy engañosa. Con alrededor de 1,80 de estatura y 83 kg de peso, él no lucía particularmente grande o poderoso. Pero sus compañeros de los Orioles pronto se maravillaron con la fuerza de su apretón de manos, el cual podía ser comparado con la presión de una prensa. Al unirse a la rotación que contaba con Palmer, McNally y el derecho Tom Phoebus, la nueva adquisición de los Orioles tomó su lugar como uno de los ases dela rotación. La efectividad de 2.38 lograda por Cuellar casi alcanza la de Palmer. Acumuló un tope para los Orioles de 290 innings lanzados, ganó 23 de sus decisiones, también el tope de los Orioles. Tanto como cualquiera, Cuellar ayudó a los Orioles a tomar una ventaja de 19 juegos en la recién constituída división este de la Liga Americana. La actuación de Cuellar le ganó un premio Cy Young compartido, con el más famoso Denny McLain de Detroit. El trabajo de Cuellar desmejoró algo en 1970, su efectividad subió a 3.48, pero en realidad él llevaba una carga más pesada para los Orioles. Sus 40 aperturas y 21 juegos completos no solo lideraron a los Orioles; sino a la liga. Cuellar ganó 24 de 32 decisiones, empujando su porcentaje de victorias hasta .750 para comandar la liga. Esta vez Cuellar llegó cuarto en la votación del Cy Young, mientras proveía el complemento perfecto para Palmer y McNally. Afincados en su pitcheo, los Orioles ganaron 108 juegos, ganaron la división este en otra escapada, y eventualmente vencieron a la “Gran Maquinaria Roja” de Cincinnati en enfrentamiento de super poderes en la Serie Mundial. En un desenlace apropiado, Cuellar finalizó la serie con una victoria de juego completo en el quinto juego, lo cual le permitió iniciar la celebración de los Orioles en el campo con un abrazo de Brooks Robinson. Con 47 triunfos en las últimas dos temporadas en Baltimore, Cuellar había justificado por completo el cambio con los Astros, quienes ya habían salido del defensivamente exigido Blefary. Cuellar ganaría 20 juegos más en 1971, uno de cuatro abridores Orioles que eclipsaron esa marca aquel verano. Una vez más llevó una dura carga de más de 290 innings lanzados, Cuellar bajó su efectividad en más de media carrera y asistió al Juego de Estrellas por segunda vez consecutiva. Como se esperaba, los Orioles ganaron su tercer título divisional seguido, antes de perder la Serie Mundial en un disgusto monumental ante los piratas de Pittsburgh. Fue durante esa serie que Cuellar tuvo un desliz momentáneo que afectó a los Orioles. En el tercer juego, Cuellar perdía 2-1, cuando enfrentó a Roberto Clemente para empezar el séptimo inning. Revisando el swing, Clemente bateó un rodado a manos de Cuellar quien atrapó la pelota fuera de balance. A sabiendas de que Clemente correría duro desde el comienzo, Cuellar apresuró su tiro a primera base, y Boog Powell hubo de abandonar la almohadilla. El error prendió la mecha para un racimo de tres carreras para los Piratas, quienes abrieron el juego para encontrar la manera de controlar la marea de los Orioles, luego de perder los dos primeros juegos de la serie. Hubo un toque de dejà vu en la jugada que involucró a Cuellar y Clemente. El invierno previo, los dos veteranos habían tenido un encontronazo durante la liga invernal puertorriqueña. Cuellar jugaba para Clemente, un practicante de la vieja escuela quien creía que se debía aplicar las mismas reglas a todos. Desde el principio Cuellar dejó una mala impresión al reportarse a la pelota invernal fuera de forma. Entonces Cuellar hizo ver que el quería lanzar de acuerdo a su plan y no el de Clemente. Eso no funcionó con Clemente, quién le dejó saber a Cuellar que tendría que ajustarse. Cuellar no lo hizo; renunció al equipo a media temporada, Clemente estaba furioso. La conducta de Cuellar en la pelota invernal ejemplificaba su personalidad fuera de lo normal y también ayudaba a explicar como se ganó el apodo de “Crazy Horse” (Caballo Loco) durante sus años con los Orioles. En quizás su arista más extrema, Cuellar creía fuertemente en el espíritu de una gorra de beisbol especial, la cual el sentía debía usar en cualquier juego que lanzara. En una ocasión, Cuellar olvidó esta particular gorra y pidió que los Orioles se la enviaran a Milwaukee, donde jugaban una serie contra los Cerveceros. “Tuvimos que llamar al hombre del clubhouse en Baltimore para que nos enviara por correo aéreo esa condenada gorra”, explicó Earl Weaver al Baltimore Sun. Pero cuando la gorra llegó a Milwaukee, Cuellar notó que esa era su gorra de práctica, y no la de jugar. Sin su habitual gorra usada, Cuellar no quiso pitchear contra los Cerveceros. De allí el apodo de Crazy Horse. Mientras tales incidentes colocaban a Cuellar en la categoría de alto cuidado, los Orioles estaban más que deseosos de mantenerlo debido a su sentido del humor tipo payaso que lo hizo un miembro popular del clubhouse y un divertido participante de la celebrada “Kangaroo Kourt” (Corte de los canguros). La creencia de Cuellar en los poderes místicos de su gorra era una de una horda de supersticiones que mantenía y practicaba. Consideremos algunas de las otras: • Cuando Cuellar llegó a los Orioles, insistió en que el cátcher de reserva Clay Dalrymple recibiera sus envíos de calentamiento previos al juego. No solo eso, Cuellar hizo las diligencias para que otro cátcher de los Orioles, Elrod Hendricks, se parara en el plato con un bate mientras el completaba su calentamiento. Dalrymple se retiró en 1971, y Cuellar se vio forzado a adoptar un plan de reemplazo. Llamó al coach de los Orioles, Jim Frey, parta que le sirviera como su nuevo cátcher antes del juego. • Los días cuando lanzaba, Cuellar fumaba un cigarrillo en el pasillo del duogut mientras los Orioles bateaban. Una vez que un bateador de los Orioles era retirado, Cuellar apagaba el cigarrillo y lo botaba. Al final de cada inning, Cuellar no salía del dugout para regresar al montículo hasta que su cátcher, usualmente Hendricks o Andy Etchebarren, se había puesto las rodilleras. Entonces cuando caminaba hacia el montículo, nunca pisaba la raya de cal. • Una vez en el montículo, Cuellar no permitía que nadie le lanzara la pelota. En su lugar el solo tomaba la pelota desde el suelo. En una ocasión, un jugador rival decidió divertirse con Cuellar. Alex Johnson de los Indios de Cleveland, otro interesante personaje, realizó el tercer out del inning y entonces caminó lentamente hacia el cuadro interior. Al caminar cerca del montículo justo cuando Cuellar llegó, Johnson le lanzó la pelota al peculiar veterano. Cuellar eludió la pelota aparatosamente, evitando que la pelota siquiera lo tocara. El recogebates tomó entonces la pelota y se la lanzó a Cuellar por segunda vez. De nuevo, Cuellar la eludió. • En las giras de los Orioles, Cuellar siempre viajaba usando un traje azul. No solo un traje, tenía que ser azul, sin falta. Y entonces, la noche antes que lanzara, Cuellar siempre cenaba comida china. Las supersticiones de Cuellar ganaban titulares, aparentemente más que su contínuo pitcheo de calidad. Aún cuando los Orioles tuvieron un año poco satisfactorio en 1972, Cuellar subió el nivel de su actuación otra vez. Lanzó para una efectividad de 2.57 (su más baja desde 1969), emergió como el claro número 2 detrás de Palmer. Tendría dos excelentes temporadas más en 1973 y 1974, para ayudar a los Orioles a otros dos títulos divisionales. Su calidad se mantuvo alta en la postemporada, aunque los Orioles perdieron series de campeonato seguidas ante los Atléticos de Oakland. Aunque Cuellar permanecía subestimado por el público, quizás por la falta de una recta de alto octanaje, sus amigos y coaches de los Orioles llegaron a apreciar su talento. Su vasto repertorio de lanzamientos incluía dos tipos de screwball, dos curvas, un cambio, un slider y una recta. “Él era como un artista”, le dijo Palmer al New York Times años después al describir a un pitcher que alcanzó la marca de 200 ponches una vez. “Él podía plasmar una pintura diferente cada vez que salía allí afuera. Él podía trabajarte con minuciosidad. Podía matarte con la curva y el screwball. Desde 1969 hasta 1974, él fue probablemente el mejor pitcher zurdo de la Liga Americana”. No fue hasta 1975 que Cuellar empezó a mostrar señales de desgaste, lo cual era perfectamente comprensible dado que para ese momento tenía 38 años. Su efectividad subió a 3.66, su nivel más alto desde que había tenido dificultades con los Cardenales en 1964. La situación empeoró en 1976, los problemas en el brazo lo limitaron apenas a superar los 100 innings, una efectividad de 4.64, y una poco característica marca de ganados/perdidos de 4-13. Convencidos de que Cuellar estaba acabado, los Orioles lo cesantearon en diciembre. Debido a su nombre y status, Cuellar recibió una oportunidad más cuando los Angelinos de California lo llamaron. Necesitados de pitchers experimentados, los Angelinos lo firmaron en enero y lanzó dos veces a principios de temporada. Los resultados no fueron buenos. Cuellar permitió siete carreras en 3.1 innings, un indicativo de que era tiempo de irse. El 16 de mayo, los Angelinos despidieron al zurdo, terminó su carrera un mes antes de cumplir 40 años. A excepción de un breve período en la Liga Mexicana en 1979, Cuellar permaneció fuera del beisbol organizado la mayor parte del tiempo. Trabajaba como coach de pitcheo en una liga independiente y en la liga invernal puertorriqueña. En 2009, él regresó a los Orioles como instructor voluntario de pitcheo en el campo de entrenamientos primaverales y también participó en una reunión del equipo de Baltimore de 1969. En 2010, la salud de Cuellar empezó a desmejorar. Primero, fue diagnosticado con un aneurisma en el cerebro. Luego le extirparon la próstata. Y entonces vino el peor diagnóstico; tenía cáncer estomacal, lo cual resultó en su ingreso al Regional Medical Center en Orlando, Florida. Uno de sus amigos más cercanos con quién frecuentaba en el golf, el antíguo segunda base Félix Millán, lo visitó durante sus días finales. El 2 de abril, Cuellar falleció, perdiendo su batalla con el cáncer a la edad de 72 años. En una época se dijo que en promedio la expectativa de vida de un hombre era 72 años. En el caso de Cuellar, muy poco en su vida fue promedio. Desde la época cuando crecía en Cuba, hasta la ruta difícil y convulsa que fue forzado a tomar para llegar a las Grandes Ligas, hasta el despliegue completo de supersticiones y creencias inusuales, Mike Cuellar tuvo una vida que bordeó lo extraordinario. References & Resources: • Baltimore Sun • New York Times • The Sporting News • Mike Cuellar’s player file at the National Baseball Hall of Fame Library Traducción: Alfonso L. Tusa C. Nota del traductor: Actuación de Miguel Cuellar en LVBP con los Industriales del Valencia de la temporada 1961-62: 11 juegos, 7 aperturas, 4 juegos completos, 5 ganados, 5 perdidos, 63.1 innings lanzados, 68 imparables permitidos, 26 carreras limpias, 30 ponches, 22 boletos, 3.69 de efectividad.