jueves, 27 de julio de 2017

El Tiempo en una Botella.

Mickey Mantle. Sports Illustrated. 18 de abril de 1994. Luego de 42 años de abusar del alcohol, un pelotero legendario describe su vida de conducta autodestructiva y espera que su recuperación le convierta finalmente en un verdadero ejemplo. Empezaba algunas de mis mañanas de los últimos diez años con el “desayuno de campeones” un vaso grande lleno con un trago o más de brandy, algo de Kahlúa y crema. Billy Martin y yo solíamos tomarlo todo el tiempo, llamé a la bebida en tributo a lo que éramos como equipo. A veces cuando estaba en Nueva York sin nada que hacer, y andaba con Billy, entrábamos a mi restaurant de Central ParkSouth alrededor de las 10 de la mañana, y el empleado del bar mezclaba los ingredientes en un recipiente y lo agitaba. Eso sabía muy bien. Desafortunadamente para todos los que me rodeaban, un “desayuno de campeones” bastaba para que se despidieran por ese día. Después de un trago, yo apenas entraba en calor. A menos que tuviera un compromiso de negocios, a menudo seguía bebiendo hasta que no podía hacerlo más. Beber se había convertido en una rutina muy frecuente para mí. Si tomaba un trago para empezar el día, iba a almorzar y me tomaba tres o cuatro botellas de vino en el transcurso de la tarde. Vino blanco. Vino tinto. No me importaba, y no tomaba en cuenta la calidad tampoco. De hecho, pensaba que si tomaba vino, eso no era tomar de verdad. Para mí, el vino no era licor. En alguna ocasión alardeé de conocer el buen vino. Pero a través de los años lo bebí tanto que no me importó más. Al final de una tarde, después que había terminado una ronda del golf, un tipo envió un vaso de oporto caro. Yo estaba bebiendo vodka Absolut en las rocas, y a la vista del tipo, agregué el oporto sobre mi Absolut. El tipo vino anonadado y dijo, “Hombre, ese era un oporto de 15 $ el trago, el que te envié”. Y yo dije, “Oh, lo siento. Bebemos de esos todo el tiempo. Los llamamos Aborts”. Siempre me enorgullecía de mi independencia cuando hacía trabajo de relaciones públicas, avales y apariciones personales. Siempre quería dar lo mejor de mí. Era cuando no tenía compromisos, nada que hacer y ninguna parte donde estar que caías en esas largas sesiones de ingestión alcohólica. Era la soledad y el vacío. Yo encontraba “amigos” en los bares, y llenaba mi vacío con alcohol. En esas instancias, al comienzo de la noche, yo estaba totalmente ido. Apenas podía hablar. Trataba de invitar a alguien a cenar conmigo, y empezaba a tomar Martini de vodka. Ordenaba la comida, pero no comía. Solo me sentaba y tomaba. En los pasados cinco años, usé el alcohol como una muleta. Para ayudarme a sobrellevar mi timidez y hacerme sentir más cómodo antes de todas esas presentaciones personales, entraba en calor con tres o cuatro vodkas antes de salir del hotel, para ir directo a la fiesta coctel y tomar tres o cuatro tragos más, entonces empezaba a sentir, Juio, que bueno. Vamos. Cuando yo bebía, pensaba que era divertido, que era el alma de la fiesta. Pero resultaba que nadie podía soportar estar cerca de mí. Hablaba alto, y me parece que todo lo que salía de mi boca era rudo y crudo. Después de uno o dos tragos, yo estaba muy contento. Las personas me podían pedir varios autógrafos, y los firmaba. Entonces después de varios tragos, podía ser muy desagradable. Si me pedían un autógrafo, y yo había bebido mucho, te mandaba a freir monos, hasta en mi propio restaurant, donde algunas veces le decía a las personas “…fuera!” o “¡váyanse de aquí!” Mis socios del restaurant y las personas quienes me estimaban me decían, ¿Por qué no regresas al hotel?” Hubo muchas noches cuando tuvieron que sacarme por la puerta de atrás. La mayoría de las cosas que decía y hacía mientras tomaba, no podía recordarlas el día siguiente. Los últimos 10 años hice cosas que me impactaron. Estaba muy avergonzado. Las personas me decían, “Ni te imaginas lo que dijiste anoche”. Yo respondía, “¿Yo dije eso?” Esas historias me molestaban mucho. Ese no era yo. No era ese tipo del que hablaban”. Lo que me molestaba aun más era la forma en que empecé a olvidar las cosas simples de cada día. Podía estar hablando contigo y olvidar completamente mi secuencia de pensamiento. Iba a cenar y el día siguiente no podía decir a donde fui, que comí o con quien estaba. Una tarde de hace unos años fui a un fisioterapeuta. Cuando regresé al hotel, llamaron de su oficina para ver como me sentía, y no recordé haber estado allí. Nunca me atrajeron los asuntos de negocios. No tenía que manejar mis finanzas porque mi abogado, Roy True, se encargaba de eso. Aunque no me gustaba eso, yo iba con Roy True a las reuniones de negocios y medio escuchaba por alrededor de 20 o 30 minutos cuando mucho. Durante los pasados siete u ocho años nuestras discusiones fueron poco frecuentes. Yo incumplía citas debido a que estaba enratonado. Si me encontraba con él, no podía recordar lo que me decía. Me sentía frustrado y molesto. Olvidaba que día era. Que mes era. En cual ciudad estaba. Hubo docenas de presentaciones personales y eventos de barajitas a los que había acordado asistir, pero cuando llegaba el momento de cumplir, yo reclamaba que nunca había hecho ese compromiso. Pero siempre asistía. Estoy orgulloso de eso. No se trataba solo de eventos recientes que habían desaparecido de mi memoria debido a mis dificultades con la bebida. Fui el padrino de la boda de Billy Martin en 1988, y apenas recuerdo haber estado allí. La pérdida de memoria me asustaba. Le dije a un par de médicos con quienes juego golf en Preston Trail Golf Club, cerca de mi casa en Dallas, que pensaba que podría tener la enfermedad de Alzheimer, y ellos me dijeron: “Bien, probablemente, aun no la tengas, pero más te vale empezar a vigilar tu bebida. Es importante que empieces a disminuirla”. Tenía miedo de que el alcohol hubiera alterado mi cerebro. El otro día vi a alguien tomar práctica de infield, lo vi atrapar una pelota y hacer el tiro, y traté de pensar. ¿Cómo hacía para lanzar una pelota? ¿Yo saltaba, o adelantaba un paso, o lanzaba de inmediato? No puedo recordarlo. Entonces alguien siempre pregunta, “¿Cuál era su pitcheo favorito para batear?” Pero no puedo recordar cual era mi pitcheo favorito o donde me gustaba batearlo. Mientras más envejecía, y bebía más alcohol, más tenía esas resacas extrañas, ataques de ansiedad. De lo que puedo recordar, tuve el primer ataque de ansiedad en abril de 1987. Había estado en el Mickey Mantle-Whitey Ford Fantasy Camp en Florida, bebiendo con los muchachos por dos semanas, y entonces tuve que ir al norte del estado de Nueva York para un evento de barajitas de fin de semana. Eso implicó dos días más de bebedera. Para cuando subi al avión para regresar a mi casa en Dallas, estaba deshidratado. Y pensé ¿y si tengo un ataque cardíaco? Mientras más pensaba en eso, peor me sentía. Le di una palmadita en el hombro a la aeromoza y dije, “¿Tienen un médico aquí?” Ella se volteó, me miró a la cara y dijo, “¡Dios mío, señor, siéntese!” Empecé a hiperventilar. Ella dijo, “Le voy a suministrar oxígeno. Cuando el avión aterrizó, había paramédicos de emergencia que me llevaron en una camilla, mi hijo mayor, Mickey Jr., quien había ido a buscarme, pensó que me estaba muriendo, lo mismo pensé. Hubo más ataques de ansiedad, pero no se hicieron frecuentes hasta los últimos dos años. Si salía y tomaba mucho, el día siguiente me levantaba sudando frío. Me quedaba en casa, bebía agua y me decía, “Caramba, no vuelvo a beber así otra vez”. O llamaba a uno de los médicos con quienes jugaba golf, y él me hospitalizaba por tres días. El médico decía, “Mick, tienes que dejar eso. No sabes lo que te estás haciendo”. Yo me sentaba y decía, “Lo sé. Si, lo sé”. Tan pronto como salía del hospital, iba directo a un bar. Llegó un momento en que me preocupaba mucho por todo, lo que ocurría con mi memoria, lo terrible que sentía mi cuerpo, que tan mal esposo o padre había sido, que hasta tenía miedo de estar solo en la casa. Le pedía a mi hijo menor, Danny, que por favor se quedara en casa conmigo. Y había oportunidades cuando me encerraba en mi habitación para sentirme seguro. Tuvo que ocurrir un vergonzoso incidente el pasado diciembre en un evento de caridad de golf para el Harbor Club Children's Christmas Fundcerca de Atlanta para finalmente enfrentar mi alcoholismo. Bebí un Bloody Mary en la mañana, y después un par de botellas de vino en la tarde mientras estaba en el hoyo 12, provocando donaciones al apostarle a las personas que venían, que yo podía golpear la pelota más cerca del lugar de partida que cualquiera de ellos. Despues tuvimos una subasta de memorabilia deportiva, y estaba tan borracho que compré una pelota firmada por Jim Lonborg, y ni siquiera la fui a buscar. Le dije a alguien que pensaba que había bateado mi último jonrón ante Lonborg. Despues de eso, hice el ridículo en una cena. Cuando no pude recordar el nombre de un ministro, dije en voz alta, “El predicador…” El día siguiente, cuando supe lo que había dicho, estaba completamente horrorizado. Estoy seguro que a través de los años, las personas me han soportado muchas cosas porque se trataba de Mickey Mantle, pero después de ese episodio, no podía creer que había sido tan irrespetuoso. Cuando regresé a Dallas, le pregunté a Danny acerca del Betty Ford Center. Mis amigos y familiares habían discutido varias veces en los años recientes, acerca de intervenir respecto a mi situación, pero sabiendo cuan terco y cabeza dura yo era, ellos reconocieron que eso no hubiese funcionado. Yo necesitaba pensar que el programa de tratamiento para alcoholismo era mi idea. Danny había ingresado por su cuenta en el Betty Ford en octubre pasado debido a que sentía que estaba bebiendo mucho. Le pregunté a Danny por el tipo de cosas que ocurren allí. No hablo mucho, y no estaba seguro de querer estar en una situación en el Betty Ford, donde tendría que hablar de mis sentimientos. Tenía miedo de llorar frente a desconocidos, pensaba que las personas me despreciarían. Mickey Mantle no debería llorar. Pocos días después fui a almorzar con Danny y mi amigo Pat Summer-all, quien había estado en el Betty Ford hacía unos dos años. Le hice más preguntas a Pat acerca del Betty Ford. ¿Cómo es? ¿Se convierten en religiosos? También le pedí a mi médico que me hiciera un examen físico. Me hizo algunas pruebas, y me dijo que estaba mal del hígado. Me refirió a otro médico para que me hiciera una resonancia magnética del hígado. Durante una hora y 15 minutos, permanecí en el compartimiento de resonancia magnética, y pensé, ¿Qué estoy haciendo aquí? Eso debía ser muy serio. Fue difícil evitar llorar, al pensar en el mal estado en que estaba, como había abusado de mi mismo con el alcohol por 42 años, todas las personas que había desilusionado. Estaba preocupado de que los aficionados recordaran a Mickey Mantle más como un borracho que por mis logros beisboleros. Siempre había pensado que podía dejar de beber por mi cuenta, y lo hacía por varios días o un par de semanas, pero cuando me sentía bien otra vez, volvía a emborracharme. Estaba física y emocionalmente desgastado por la bebida. Había tocado fondo. Cuando llegaron los resultados de la resonancia magnética el día siguiente, el médico me llamó a su oficina y dijo, “Mickey, tu hígado aun funciona, pero se ha regenerado tantas veces que más temprano que tarde vas a tener un piedra por hígado. Eventualmente necesitarás un hígado nuevo. No te voy a mentir: El próximo trago que tomes podría ser el último”. Me estaba matando. Pedí ayuda. Si el alcoholismo es hereditario, si está en los genes, entonces pienso que el mío venía del lado de la familia de mi madre. Sus hermanos eran todos alcohólicos. Mi madre, Lovell, y mi padre Mutt, no eran grandes bebedores. Papá compraba una botella de whiskey los sábados por la noche y la metía en la nevera. Entonces cada noche cuando regresaba a casa del trabajo de ocho horas en la Eagle-Picher Zinc and Lead Company de Commerce, Okla., iba a la nevera y se servía un trago de whiskey. Papá se emborrachaba de vez en cuando, como cuando iba a un baile de granero y tomaba cinco o seis tragos. Para mí, ¡cinco o seis tragos no llegaban siquiera a lo que yo tomaba en una fiesta de coctel! Además de los cigarros Lucky Strike que constantemente apretaba en un lado de su boca, tendría que decir que si mi padre era adicto a algo eso era el beisbol. Amaba el beisbol, jugaba pelota semi-profesional los fines de semana y era un tremendo fanático de los Cardenales de San Luis. De hecho eligió mi nombre por Mickey Cochrane, el catcher del Salón de la Fama quien jugó para Filadelfia y Detroit y fue un gran bateador. Papá tenía grandes esperanzas conmigo. Pensaba que yo podía ser el pelotero más grande que jamás existió, e hizo todo lo que pudo para ayudarme a realizar su sueño. Aunque llegaba cansado de sus largos días de trabajo en las minas, papá siempre me lanzaba práctica de bateo en el patio cuando regresaba a casa del trabajo, desde cuando yo tenía cuatro años de edad. Mi mamá nos llamaba a cenar, pero solo íbamos a comer después que papá terminara de instruirme desde ambos lados del plato. Papá era un tipo estricto. Si yo había hecho algo mal, él solo me miraba, no tenía que decir nada, y yo decía, “No lo haré más papá”. Quería mucho a mi padre, aunque no se lo dijera. Como él tampoco podía decírmelo. Él ponía su brazo en mis hombros y me abrazaba, pero a la vez hacía un chiste, me pateaba el trasero con su pie. Pero yo sabía que él me quería mucho. Cuando subí a los Yanquis en 1951, a los 19 años de edad, apenas si me había tomado un trago. Mi padre no habría aceptado que me emborrachara. Pero la primavera siguiente, cuando papá falleció de mal de Hodgkin a los 39 años de edad, yo estaba devastado, ahí fue donde empecé a beber. Me parece que el alcohol me ayudó a escapar del dolor de perderlo. Aquellos días, los Yanquis hacían sus giras en tren, y Casey Stengel, nuestro manager, tenía un límite de dos tragos en los viajes, aunque en realidad no controlaba eso. Billy Martin y yo éramos salvajes en la carretera. Bebíamos mucho, y no íbamos a dormir hasta que estábamos muertos de sueño. La bebida se disparó después de la temporada de 1953, cuando Billy fue a vivir conmigo y mi esposa, en Commerce. Billy y yo éramos mala influencia mutuamente. Siempre estábamos saliendo, le decíamos a Merlyn que íbamos a pescar, en vez de eso, íbamos directo a un bar. En el pasado, yo podía dejar de beber cuando íbamos al entrenamiento primaveral. Me ponía en forma. Luego, cuando empezaba la temporada, volvía a beber, Billy, Whitey Ford y yo. Jugábamos casi puros juegos nocturnos. Regresábamos a casa alrededor de la 1 am y dormíamos hasta las 9 o las 10. Yo nunca tenía resacas. Tenía una tolerancia increíble ante el alcohol, y siempre lucía y me sentía bien en la mañana. Pienso que nunca boté un juego debido a que estaba borracho o enratonado. Tal vez lastimé al equipo una o dos veces, pero si no me sentía bien, me salía del juego temprano. Cuando mi papá falleció, Casey se convirtió en una especie de padre parar mí. A veces me llamaba u decía, “Mira, sé que no tenemos una hora límite, pero estás llegando un poco tarde. Eso no te conviene de ninguna manera”. No podía burlarme de Casey. Para Billy y para mí, beber era una competencia. Buscábamos quien podía emborrachar al otro hasta el punto de dejarlo tendido bajo la mesa. Le llevaba una ventaja en eso de verlo emborracharse antes que yo. El alcohol lo volvía muy agresivo. Era la única persona que conocía quien podía ver a un tipo mostrándole el dedo desde el extremo opuesto del bar. Tuvimos tiempos salvajes. Una noche en Detroit después de unos tragos, regresamos a nuestra habitación del hotel, y Billy dijo, “Vamos a caminar por la cornisa para ver que ocurre en las otras habitaciones”. Estábamos en el piso 22. Él salió por la ventana, yo iba detrás de él. Bien, todo se complicó muy rápido porque nadie tenía las luces prendidas, y yo le tengo miedo a las alturas. Además la cornisa era muy estrecha y no podíamos dar la vuelta, así que tuvimos que gatear para rodear el edificio y regresar a nuestra habitación. Mis últimos cuatro o cinco años con los Yanquis, no me percaté de que me estaba arruinando con la bebida. Solo pensaba, esto es divertido. Solía ver tipos venir a Yankee Stadium desde Detroit o Chicago; allí estaban tomando práctica de bateo, todos con resaca. Pero hoy puedo admitir que toda esa bebedera acortó mi carrera. Cuando me retiré en la primavera de 1969, tenía 37 años de edad. Casey había dicho cuando subí, “Este muchacho va a ser mejor que Joe DiMaggio y Babe Ruth”. Eso no ocurrió. Nunca logré lo que mi papá había querido, y debí haberlo hecho. Dios me dio un gran cuerpo para jugar, y no lo cuidé. Reconozco que en buena parte eso se debió al alcohol. Todos tratan de buscar la excusa de que las lesiones acortaron mi carrera. La verdad es, que después que tenía una operación de rodilla, los médicos me entregaban el plan de ejercicios de rehabilitación, pero yo no lo cumplía. Me iba a beber. La primera vez que me lesioné la rodilla, en la Serie Mundial de 1951, tenía solo 19 años de edad. Pensé, estaré bien. Me lesioné de nuevo las rodillas en el transcurso de los años, y solo pensaba que me recuperaría naturalmente, Siempre había tenido todo naturalmente. No trabajé duro en eso. Cuando llegaba el último juego de la Serie Mundial, no pensaba en el beisbol hasta la primavera. Eso fue una estupidez. Despues que me retiré, mis problemas de bebida empeoraron. Cai en una profunda depresión. Billy, Whitey, Hank Bauer, Moose Skowron, dejé a todos esos tipos, y pienso que eso dejó un vacío en mí. Traté de llenarlo tomando. Todavía siento que no tengo mucho en común con muchas personas. Pero con esos tipos, compartí la vida. Éramos como hermanos. No he conocido a más nadie con quien me haya sentido tan cercano. En los últimos 10 años, gracias al negocio de la memorabilia deportiva, las expectativas de ser Mickey Mantle fueron muy intensas muchas veces. Cuando yo solía hacer eventos de barajitas, muchos tipos se me acercaban todo el tiempo, con lágrimas en los ojos me decían, “Mickey Mantle. He esperado toda mi vida para conocerte”. Uno de ellos le dijo a su hijo pequeño, “Hijo, este es el pelotero más grande que haya existido”. Y el niño lo miró y le dijo, “Papi, ese es un viejo”. A todas partes donde iba, la gente quería oir las viejas historias de Billy y Whitey y nuestros tiempos salvajes. Eso era parte de la leyenda de Mickey Mantle. Todos esperaban que yo empezara a beber. Me brindaban tragos. Pienso que esperaban que me emborrachase. Era como si pensaran: Mickey Mantle ya no puede sacarla del parque, pero aun puede tomarse unos tragos. Nunca había pensado en algo serio en mi vida por un período contínuo de días o semanas hasta que ingresé en el Betty Ford Center para mi estadía de 32 días. Siempre he tratado de evitar lo emocional, lo controversial, lo serio, y lo hice a través del alcohol. El alcohol siempre me protegió de la realidad. Pero en el Betty Ford, podía ser yo. Ahí no era Mickey Mantle. Era el tipo de la habitación 202. Cuando llegas al Betty Ford, tienes que abrirte a los miembros de tu unidad de dormitorio en las sesiones de terapias de grupo. Me tomó un par de veces antes de poder hablar sin llorar. Se supone que debes decir porqué estás ahí, y dije que porque tenía el hígado enfermo y estaba deprimido. Cada vez que trataba de hablar de mi familia, me trancaba. Una de las cosas que empastelaba, además del beisbol, era ser padre. No era un buen hombre de familia. Siempre estaba fuera, paseando con los amigos. Mickey Jr. pudo haber sido un gran atleta. Si él hubiese tenido a mi papá, pudo haber sido jugador de grandes ligas. Mis hijos nunca me culparon por no estar ahí. No tienen que hacerlo. Me culpo yo. El programa de Betty Ford está basado en los 12 pasos de alcohólicos anónimos. Cuando estás en el primer paso, debes contar la historia de tu vida a tu grupo. Te piden que cuentes historias de las cosas que hacías cuando estabas borracho, como te hacía sentir eso y que cosas te molestaban más después. Hablé de Billy y yo gateando alrededor de la cornisa del hotel, en el piso 22. Hablé acerca de cómo casí asesiné a Merlyn una noche, al estrellar el carro contra un poste telefónico, ella golpeó su cabeza contra el parabrisas. Habíamos salido a comer con Yogi Berra y su esposa, Carmen, en Nueva Jersey, yo había estado bebiendo vodka seca. Merlyn había querido manejar, pero no la dejé, y lo último que oímos fue a Yogi gritar, “¡Si yo fuera tú, no lo dejaría manejar!” Esas historias habían sonado tan divertidas, pero cuando las estaba contando en el grupo de terapia en el Betty Ford, parecieron estúpidas. Cada día en el Betty Ford iba a ver una película o a una charla, y estaba sorprendido de cuanto de eso estaba relacionado con el hogar. Hablaban mucho acerca del alcoholismo y las familias disfuncionales. Un día mostraron una película acerca de un hombre y una mujer y sus tres hijos. El tipo estaba muy ocupado bebiendo para ir a casa. Finalmente, él llama a su esposa, se reúnen y beben. Una vez, mientras ella salía por la puerta, le dijo a uno de los niños que usara el dinero de su mesada para llevar a sus hermanos a comerse una hamburguesa. Noté que yo era como ella. Siento que soy la razón por la cual Danny fue al Betty Ford el otoño pasado. Todos esos años yo había hecho que él fuera a almorzar y cenar conmigo. También llevaba a Mickey Jr. y a mi siguiente hijo mayor, David. Les decía. “¿Qué van a hacer esta noche? Vamos a comer”. Lo cual significaba, “Vamos a beber”. Todos bebían mucho debido a mí. No teníamos relaciones normales padre-hijo. Cuando ellos estaban creciendo yo estaba jugando beisbol, y después que me retiré, estaba muy ocupado viajando, siendo Mickey Mantle. Nunca jugamos a lanzarnos la pelota en el patio. Pero cuando tuvieron la edad suficiente, nos hicimos amigos por los tragos. Cuando estábamos juntos, se sentía como los viejos días con Billy y Whitey. No tenía idea de lo que le estaba haciendo a mis hijos al hacerlos beber así. A fines del septiembre pasado, Danny voló conmigo a Los Angeles para un evento de firma de autógrafos, para Upper Deck Authenticated, tengo un contrato exclusivo con ellos, después que aterrizamos, no vi a Danny por una semana. Él había ido para ayudarme, y desapareció. Resultó que se encontró con un amigo, y se largaron. Pero en vez de regresar a casa en Dallas, él terminó ingresando al Betty Ford sin decirme. No me di cuanta de que tan mal estaba él, él solía beber conmigo siempre, pero si no pensaba que tenía un problema, ¿cómo podía saber que mi hijo estaba tan mal? No llamé ni le escribí a Danny mientras estuvo en el Betty Ford, ni fui a la tercera semana del programa, semana de la familia, porque tenía miedo de que las personas dijeran: “Bien, ¿por qué no estás aquí? Si lo ingresaste a él”. El mayor disgusto de mi vida fue no ser capaz de ayudar a mi tercer hijo, Billy, quien lleva ese nombre por Billy Martin. Cuando tenía 19 años de edad, a Billy le diagnosticaron Hodgkin, la enfermedad que mató a mi padre, al padre de mi padre y a dos hermanos de papá, siempre quise haber sido quien tuviera el cáncer, no Billy. Ver a tus hijos sufrir es desgarrador. Cuando Billy tenía 25 años de edad, Merlyn y yo lo llevamos al MD Anderson Cancer Center de Houston para un tratamiento experimental de quimioterapia de un año, pero las drogas fueron tan fuertes para su cuerpo que terminó tomando un calmante de alto espectro, Dilaudid. Le rogué e imploré a Billy que dejara de tomar eso, y el prometía que lo haría, pero lo próximo de que me enteraba, era que él estaba tomado Dilaudid de nuevo. En los pasados 17 años, el Hodgkin de Billy disminuyó varias veces, pero él tenía una vida infeliz. Desde 1990, frecuentó centros de tratamiento de drogas y alcohol cuatro veces en cuatro años, y en 1993 tuvo una cirugía cardíaca de bypass y le colocaron dos válvulas en su corazón. Me escribía notas: “Papá sácame de aquí, y estaré bien”. Me sentía impotente. Semanas después que salí del Betty Ford, y solo dos días después que su madre lo había registrado en un centro de rehabilitación de Wilmer, Texas, Billy tuvo un ataque cardíaco y falleció. Solo tenía 36 años de edad. Danny fue a Preston Trail a decirme. Yo estaba jugando backgammon en el camerino, en cuanto vi el rostro de Danny, noté sus lágrimas, lo supe. Siempre sentí que algo malo le ocurriría a Billy. Entonces hice la cosa más difícil que he tenido que hacer, decirle a Merlyn que Billy estaba muerto. Ella lo había llevado a todos los centros de tratamiento, lo había sacado de la cárcel por manejar borracho. Su vida los años recientes había sido cuidar a Billy. Si solo yo hubiese ido antes al Betty Ford, Billy pudiera estar vivo. Si yo no hubiera estado bebiendo, pude haberlo ayudado a dejar las drogas. La revelación más importante que tuve en el Betty Ford ocurrió en los grupos de terapia de sufrimiento, pienso que eso va a cambiar la manera como trato a mis hijos en el futuro. Durante mi entrevista de pre-admisión, le dije al consultor que bebía debido a la depresión por sentir que nunca cumplí los sueños de mi padre. Tuve que escribirle una carta a mi padre y explicarle como me sentía respecto a él. Se habla de la tristeza. Solo me tomó 10 minutos escribir la carta, y lloré todo ese tiempo, pero después que terminé, me sentí mejor. Dije que lo extrañaba, y deseé que él hubiese vivido para ver que actué mucho mejor con los Yanquis después de mi temporada de novato. Le dije que tuve cuatro hijos, él murió antes que naciera mi primer hijo, Mickey Jr., y le dije que lo amaba. Me habría sentido mejor si hubiese podido decirle eso desde hace mucho tiempo. Papá estaría orgulloso de mí hoy, al saber que he terminado el tratamiento en el Betty Ford y he estado sobrio por tres meses. Pero habría estado molesto porque yo hubiese tenido que ir allí. Me hubiera perdonado, pero hubiera sido difícil verle a los ojos y decir, “Papá, soy un alcohólico”. Pienso que no hubiera podido hacerlo. Me hubiera sentido como que lo habría desilusionado. No sé como se supera eso; ya no puedo batear un jonrón para él. Billy Martin y yo solíamos bromear entre nosotros acerca de cual hígado se dañaría primero. Fui orador en el funeral de Billy, luego que él falleciera en un accidente en una camioneta pick-up el día de Navidad de 1989. Pero si él estuviera vivo, después de haberme gastado bromas por el Betty Ford Center, podría haber dicho, “Hey, tal vez yo debería ir allí también”. En el Betty Ford te enseñan a regresar a casa y abrazar a tus hijos, sin importar que tan viejos sean ellos. Estoy muy orgulloso de mis hijos. A pesar de mis faltas, Merlyn inculcó en mis muchachos muchas cosas admirables. Mickey Jr., tiene 40 años de edad, David tiene 38, y Danny 34. Ahora, cada vez que invito a mis hijos a salir y comer, me refiero a comer. No a emborracharnos. Voy a tratar de ser un amigo, un socio. Mickey Jr., tiene una hija de cinco años de edad, Mallery y David tiene una nena de cinco meses, Marilyn. Voy a tratar de ser un buen padre y un buen abuelo. Voy a pasar más tiempo con ellos, a demostrarles y decirles que los amo. Mis planes inmediatos son mantenerme tranquilo. Tengo 62 años de edad, y he vivido mucho. Le dije a Joe Garagiola que trabajaría con él en BAT, el Baseball Assistance Team (Equipo de Asistencia del Beisbol), el cual ayuda a los peloteros viejos que tienen dificultades, y me gustaría hablarle a los niños acerca del abuso de las drogas y el alcohol. Se solía decir que yo era un ejemplo, y los niños, y hasta tipos mayores, me admiraban. Tal vez ahora pueda ser un verdadero ejemplo, porque admití que tenía un problema, estuve en tratamiento y me mantengo sobrio, y tal vez pueda ayudar más a las personas que cuando era un pelotero famoso. Me siento más importante como Mickey Mantle ahora que cuando jugaba para los Yanquis. Me dijeron que recibí más cartas que cualquiera en la historia del Betty Ford, 80 % de ellas decía, “Estás en el juego más importante de tu vida, y queremos verte ganar de nuevo”. Si puedo ajustarme a eso, conseguiré su respeto de nuevo, en vez de ser recordado como, “Bien, ahí está de nuevo, y está borracho”. Voy a crear la Mickey MantleFoundation, en memoria de mi hijo Billy. Las personas no creen esto, pero no he sentido la necesidad de beber. Si la muerte de Billy no me hizo beber, entonces nada lo hará. Hace un par de semanas Danny se casó con Kay Kollars, y ese fue otro día de grandes emociones para la familia. No puedo describir la montaña rusa de emociones que he vivido los pasados cuatro meses. He enterrado un hijo y casado otro, y pasé por el Betty Ford. Hay días que parecen nublados. Pero puedo decir que no he necesitado el alcohol para ayudarme a enfrentar la realidad. En el Betty Ford, vi personas quienes habían estado ahí cuatro o cinco veces No quiero ser débil. Prefiero ponerme una pistola en la cabeza que tomar otro trago. Me gusta la idea de tener que estar sobrio en público, sabiendo que las personas me están observando. Ahora no me comprarán tragos. Esperan que yo no beba. Todos esos años viví la vida del alguien a quién no conocía. Un personaje de comiquitas. De ahora en adelante, Mickey Mantle va a ser una persona real. Todavía no puedo recordar mucho de los últimos 10 años, pero por lo que me han contado, de verdad no quiero esas memorias. Me estoy preparando para las memorias que tendré en los próximos 10 años. Estoy golpeando bien la pelota de golf en estos días. Ya no siento las tembladeras. En cuanto mi hígado se recupere y el conteo de plaquetas de mi sangre mejore, voy a tener rodillas artificiales implantadas. Mientras estuve en el Betty Ford, empecé a caminar, y pasé desde 107 kg hasta 102 kg. Tener a los muchachos del Preston Trail y a mi familia y a personas a quienes no había visto en un tiempo diciendo, “Hombre, me alegra que hayas ido al Betty Ford, luces muy bien”, me hace sentir bien. De verdad siento como que gané la Serie Mundial. No puedo esperar a regresar a mi restaurant de Nueva York y ver como reaccionaran cuando ordene una coca cola ligera en vez del “desayuno de campeones”. Traducción: Alfonso L. Tusa C.