lunes, 10 de octubre de 2016

Esquina de las Barajitas: Reggie Smith y el cachorro joven.

Bruce Markusen Los trabajadores del Salón de la Fama también son aficionados al beisbol y les gusta compartir sus historias. Aquí está la perspectiva de un aficionado desde Cooperstown. Siempre me han fascinado las barajitas de beisbol que muestran más de un pelotero. Después de todo, el beisbol es un juego de acción y movimiento, un deporte de equipo que implica interacción, a veces hasta colisión, entre peloteros de dos bandos opuestos. Así que es natural que muchas barajitas de acción muestren dos o hasta tres peloteros a la vez. A veces es el “otro” pelotero en la barajita quien nos llama más la atención, sea por su jerarquía en el juego, o por su prominencia en la barajita. Este fenómeno ha ocurrido repetidamente en las barajitas de beisbol a través de los años. Lo noté por primera vez en la colección de Topps de 1972, la cual tenía una serie de barajitas “In Action”. Una de las barajitas retrataba a John Ellis, un primera base de los Yanquis de Nueva York. Mientras Ellis abre en primera base, lo vemos cuidado por Harmon Killebrew, el primera base del Salón de la Fama de los Mellizos de Minnesota. Esa podría ser fácilmente la barajita de Killebrew; el toma tanto espacio en el cartón como Ellis. Curiosamente, la presencia de Killebrew no le agrega valor monetario a la barajita. Aún así es considerada una barajita de John Ellis, una barajita común que puede ser procurada por un par de dólares si no te molesta adquirir una pieza de esa condición. En algunos casos, las barajitas muestran dos peloteros estrella de igual peso. Un ejemplo perfecto puede ser observado en la colección Topps de 1973. Es la barajita de Willie McCovey, una imágen en acción tomada durante un juego vespertino en San Francisco. Al batear en un juego contra los Rojos de Cincinnati, McCovey ha bateado de foul hacia la tribuna de tercera base. McCovey y el catcher miran hacia su izquierda, tratando de seguir la pelota. El catcher, quien es totalmente evidente, no es otro que Johnny Bench. Asi que haga su elección, un McCovey de pie o un Bench agachado. De cualquier modo, no puede perder con estos dos íconos del Salón de la Fama. Este fenómeno ocurrió a menudo en la colección de 1973, la cual se especializó en tomas de acción de larga distancia que incluían varios peloteros. Otro ejemplo es la barajita de Steve Garvey. Vemos a Garvey siendo felicitado por sus compañeros luego de batear un jonrón, aparece Wes Parker, cuyo apellido y número son completamente evidentes en la espalda de su uniforme. Pero el ángulo de la fotografía impide ver totalmente a Garvey. (El resto de la cara de Garvey es mostrada en sombra, lo cual hace indistinguibles sus rasgos). Podría alegarse que la barajita debería ser la de Parker y no la de Garvey. Sigamos un momento más con la colección Topps de 1973, los coleccionistas pueden encontrar a Bert Campaneris en otras barajitas además de la suya. Campaneris aparece en no menos de otras tres barajitas de peloteros: las pertenecientes a Bob Oliver, George Scott y el pitcher Bill Hand. Parecía que cada vez que un fotógrafo de Topps como Doug McWilliams aparecía en el Oakland Coliseum, estaba listo para capturar a Campy con su cámara. También hemos visto imágenes de otros peloteros en años más recientes. La barajita Topps 1986 de Tany Perez lo muestra recibiendo un “high five” de su compañero Eric Davis. La barajita Topps 1991 de mariano Duncan lo muestra eludiendo en un deslizamiento al inquilino del Salón de la Fama, Ozzie Smith. Y entonces está la terrífica barajita Topps 2014 de Jayson Werth, la cual lo muestra en el dugout señalando hacia las tribunas mientras sus compañeros de equipo Ian desmond y Anthony Rendon miran. Con todo esto en mente, llegamos a la barajita Topps 1983 de Reggie Smith. En el momento que fue publicada esta barajita, quizás solo los aficionados de los Cachorros de Chicago pudieron haber identificado inmediatamente al otro pelotero de la barajita. Por supuesto, más de tres décadas después, la identificación es más obvia. De hecho, es un inquilino del Salón de la Fama. El jugador en cuestión es Ryne Sandberg; parta el momento cuando fue tomada esa fotografía, durante la temporada de 1982, Sandberg era un tercera base novato de los Cachorros. (Despues se mudaría a segunda base, donde ganaría mucho de su fama por su excelsa defensiva). Vemos a Sandberg regresar sin apuro a primera base en un intento del pitcher por sorprenderlo, con Smith recibiendo el lanzamiento. Pienso que es justo decir que Sandberg regresa a la base quieto y sin incidente, al menos al juzgar por la manera casual como “Ryno” parece regresar a la base. Sandberg y Smith no eran los únicos rasgos familiares de la barajita. El otro es el simbólico entorno de Candlestick Park, notable por sus defensas de cadenas a lo largo de la zona de seguridad de los jardines. Ahora demolido, Candlestick Park tuvo sus críticos por mucho tiempo, principalmente debido a los vientos fríos, que calaban hasta lo huesos, que soplaban a través de las tribunas durante los juegos nocturnos, pero siempre pensé que el estadio lucía bien en las fotografías y las transmisiones televisivas. A diferencia de los estadios de Cincinnati, Filadelfia y Pittsburgh, Candlestick Park mantuvo una apariencia distinguida a través de mucha de su historia. Cuando los Gigantes abandonaron la grama artificial y restituyeron la grama natural en 1979, Candlestick de nuevo se convirtió en un atractivo estadio de ligas mayores, por lo menos a la distancia. El entorno provisto por Candlestick y el bono adicional de un inquilino del Salón de la Fama hacen de esta una barajita intrigante en una muy buena colección de Topps. Pero no dejemos de lado al pelotero central, quien agrega más atractivo y encanto a la barajita. Reggie Smith fue una de los peloteros más subestimados de su época, un período que se extiende desde mediados de la década de 1960 hasta comienzos de los años ’80. El hijo de un hombre quien una vez jugara en la Negro American League, Smith llegó a la escena nacional en los años ’60. Fue firmado originalmente por los Mellizos de Minnesota, Smith no fue protegido en el draft de peloteros de primer año. Los Medias Rojas de Boston aprovecharon la oportunidad, y asignaron a Smith a las ligas menores por dos temporadas adicionales de preparación. Smith fue llamado por primera vez a Boston en 1966, pero no consiguió la permanencia hasta 1967. Luego de empezar la temporada en segunda base, se mudó a los jardines, y se convirtió en el jardinero central de los Medias Rojas. El bateador ambidextro Smith descargó 15 jonrones y estafó 16 bases, terminó Segundo de Rod Carew en la votación del novato del año de la Liga Americana. Él siguió mejorando su rendimiento en la Serie Mundial, al batear dos jonrones y tener un porcentaje de slugging de .542 en una dura derrota de siete juegos ante los Cardenales de San Luis. Smith se convirtió en una estrella la mayor parte de los próximos seis años en Boston. Su larga lista de logros con los Medias Rojas incluyeron un guante de oro en 1969 y una temporada de poder en 1971, cuando bateó 30 jonrones y lideró la liga en dobles y bases totales. La actuación de Smith se hizo más impresionante a la luz de las presiones raciales enfrentadas por los atletas afroamericanos que se desempeñaban en la escena bostoniana. Algunos fanáticos de los Medias Rojas le enviaban correos de odio racista; otros expresaban su disgusto en persona, le lanzaban baterías desde las gradas del jardín derecho. Otro incidente ocurrió en su casa, donde algunos asaltantes desconocidos llevaran tambores de basura y los vaciaron en el jardín del frente. Las tensiones raciales de Boston hicieron difícil la vida para Smith. “Boston era claramente diferente de cualquier lugar donde yo hubiera jugado”, le dijo Smith al escritor Howard Bryant, autor del libro Shut Out. “Era la ciudad más dividida donde jugué alguna vez… En Boston, tenías que conocer las normas del lugar. Había sitios donde podías ir, y sitios donde no podías ir. Eso me molestaba, pero así era”. En 1973, Smith logró su mejor OPS con los Medias Rojas, .913, pero también perdió más de 40 juegos por una lesión. Frustrados por las lesiones de Smith, y quizás influenciados por el tratamiento desconsiderado del Boston racista hacia Smith, los Medias Rojas decidieron salir de él. Ese invierno los patirrojos lo enviaron a los Cardenales por Bernie Carbo, otro jardinero talentoso pero no se acercaba al tipo de jugador todoterreno que era Smith. El cambio fue agridulce para Smith, quien había encontrado a Boston difícil, pero también había desarrollado una amistad con Carl Yastrzemski, el pelotero más conocido de los Medias Rojas. Al final, el cambio le trajo buenos resultados a Smith, quien encontró en San Luis más aceptación hacia los atletas estelares negros. Al cambiarse desde el jardín central al derecho, el competitivo Smith disfrutó jugar en la Liga Nacional con su estilo de juego agresivo. Smith tuvo dos temporadas y media productivas en San Luis, pero una oleada de jardineros talentosos convenció a los Cardenales de hacer un doloroso cambio en junio de 1976; enviaron a Smith a los Dodgers por un trio de peloteros: el veterano cátcher/jardinero Joe Ferguson y dos jugadores de ligas menores llamados Bobby Detherage y Freddie Tisdale. El cambio representó el robo de la década para el gerente general de los Dodgers, Al Campanis. Aunque ahora tenía que jugar la mitad de sus juegos en un cementerio de bateadores como el Dodger Stadium, Smith forjó las dos mejores temporadas de su carrera de ligas mayores. A los 32 años, Smith alcanzó números que mostraron un avance, y no una caída, en su actuación. Desafiando su edad, logró topes en su carrera, con 32 jonrones y 104 boletos en 1977, lideró la Liga Nacional con .427 en porcentaje de embasado, y logró el mejor OPS de su carrera 1.003. Con Smith liderando la ofensiva, los Dodgers ganaron el banderín de la Liga Nacional. La actuación de Smith decayó en 1978, pero solo por un margen pequeño. Su OPS de ,942 representó el segundo mejor de su carrera, y sus 29 jonrones y 12 bases robadas ayudaron a los Dodgers a ganar su segundo banderín consecutivo, lo cual colocó a Smith en su tercera Serie Mundial. Continuó jugando en el jardín derecho, donde mostraba uno de los brazos más poderosos del juego. En las próximas tres temporadas, el cuerpo de Smith finalmente empezó a mostrar el paso del calendario. Afectado por una serie de lesiones en su muñeca y hombro, Smith solo participó en 201 juegos en ese período. Ahora de 36 años de edad, Smith salió de los Dodgers campeones mundiales, para firmar un contrato con los rivales Gigantes de San Francisco. Resultó ser un movimiento sabio para San Francisco, quienes pasaron a Smith a primera base, donde compartió tiempo de juego con el subestimado Darrell Evans y el difunto Dave Bergman. Aunque ya no era una estrella, Smith tuvo una temporada sólida. Bateó 18 jonrones, compiló un porcentaje de embasado de .360, y tuvo un porcentaje de slugging de .470. Los Gigantes querían continuar con Smith por otra temporada, pero se encontraron con la competencia de los Giants de Yomiuri de la liga japonesa, quienes casi habían firmado a Smith el invierno previo. Yomiuri superó a San Francisco, al ofrecerle a Smith un contrato de varios años y su barajita Topps 1983 terminó siendo irrelevante. Resultó ser que el dinero fue la única cosa buena de el acuerdo de Smith con la liga japonesa. La personalidad de Smith no compaginó con lo que él consideró una cultura japonesa regresiva. Casi inmediatamente, él chocó con sus coaches. Cuando estuvo inactivo por una legítima lesión de rodilla, los fanáticos lo ridiculizaron con la etiqueta de “El Calientabancos de un millón de dólares”. Smith se ponchaba mucho para los gustos japoneses, se ganó el insultante apodo “Abanico Humano Gigante”. Algunos fanáticos criticaban a Smith por despreciar la cultura japonesa. Unos pocos hasta lo punzaban con epítetos raciales. La situación llegó a su primer punto de ebullición en agosto de 1983, cuando Smith decidió ponerse la camiseta al revés y corrió de espaldas hacia el terreno de juego. El episodio de protesta de Smith enardeció a sus coaches, quienes no estaban acostumbrados a tales actos de rebelión de parte de sus jugadores. Los Gigantes le ordenaron a Smith abandonar el terreno. Más adelante ese mes, los Carp de Hiroshima le lanzaron pelotazos de manera recurrente a Smith, pitcheándole arriba y adentro. Cuando los árbitros no hicieron nada para detener el ataque sobre Smith, él decidió hacer justicia por su cuenta, al reclamar con intensidad ante los peloteros y coaches del banco de Hiroshima. A pesar de todo el conflicto cultural, Smith dejó números impactantes con Yomiuri, al batear 28 jonrones en 263 turnos al bate para empujar a los Gigantes hacia el banderín. Smith permaneció con Yomiuri la próxima temporada cuando la edad y una serie de lesiones finalmente le pasaron factura al toletero de 39 años. La temporada alcanzó su punto más bajo cuando una pandilla de fanáticos asaltó a Smith y su hijo en respuesta a que Smith había golpeado a un fanático de los Tigres de Hanshin un día antes. Al final de su estadía en el lejano oriente, Smith se refirió a la liga japonesa como “atrasada 50 años”. La barajita Topps 1983 de Smith resultó ser su última. Para ese momento, él era mejor conocido que Sandberg, quien fue a la elección del Salón de la Fama en 2005. Irónicamente, Smith se ha convertido en alguien olvidado desde que salió esa barajita, lo cual es desafortunado, dado todo lo qie hizo por los medias Rojas, cardenales, Dodgers, y Gigantes durante una larga carrera. Por su parte, a Smith no parece importarle la falta de publicidad. En una ocasión fue coach de bateo de los Dodgers, donde tutoreó a un joven Mike Piazza, desde entonces Smith salió de la escena de las ligas mayores. Él ha declinado varias ofertas para ser coach y poder trabajar en las sombras como educador de beisbol, enseñando a jugar a los jóvenes en una variedad de campamentos que ha operado. En 2006, Smith ayudó a lanzar Major League Baseball’s Urban Youth Academy, creada como una forma de exponer el juego a la juventud de las ciudades. Para Reggie Smith, ser el “otro” tipo de una barajita de beisbol no parece molestarlo mucho. Bruce Markusen es el gerente de Digital and Outreach Learning at the National Baseball Hall of Fame. Ha escrito siete libros de beisbol, incluyendo biografías de Roberto Clemente, Orlando Cepeda y Ted Williams, y A Baseball Dynasty: Charlie Finley’s Swingin’ A`s, el cual fue premiado con la Seymour Medal de SABR Traducción: Alfonso L. Tusa C.

Detrás de su desespero, José Fernández forjó una vida ebullente.

Tyler Kepner. The New York Times. 25-09-2016. José Fernández estaba nervioso. Ya había logrado mucho, al desertar de Cuba y convertirse en estrella de Grandes Ligas, pero la idea de hablar ante un salón repleto de personas una noche de enero en Manhattan era algo nuevo. Mientras se preparaba para subir al estrado en la cena anual de los premios de los medios escritos, Fernández compartía con el otro novato del año, Will Myers. Parecían niños de preescolar reunidos en el autobús antes del primer día de clases. Hank Aaron estaría en ese estrado, Sandy Koufax, Mariano Rivera y Miguel Cabrera, también. Cuando Fernández supo que estaría entre los primeros oradores, sonrió y pareció exhalar: menos tiempo para preocuparse acerca de su discurso, más tiempo para disfrutar la noche. Hablaría solo por un minuto, y se disculparía por sus nervios. Pero sus palabras contaron una historia poderosa. “Hace seis años, estaba tratando de venir a Estados Unidos, y estuve en la cárcel, pensando que un día jugaría en las Grandes Ligas”, dijo Fernández. “Ahora estoy aquí, al lado de estos muchachos. Aquí hay mucho talento y mucha historia”. Fernández tenía el talento para hacer historia por su cuenta como pitcher derecho dominante de los Marlins de Miami. Esa noche de 2014 no se suponía que fuese la única vez que él recibiera un premio importante. Fernández estaba en camino de ser uno de los grandes del juego cuando falleció este domingo 25 de septiembre, a los 24 años de edad, en un accidente de lancha en Miami Beach. La policía dijo que Fernández y otros dos hombres fallecieron, debido al impacto, cuando una lancha de 32 pies se estrelló contra una pila de rocas- La guardia costera descubrió la lancha en un patrullaje de rutina a las 3:30 am del domingo. Don Mattingly, el manager de los Marlins, rompió en llanto en una conferencia de prensa el domingo en Miami. Los Marlins habían cancelado su juego en casa con los Bravos de Atlanta. “Por más que te hacía enfurecer con algunas de las cosas que hacía, solo veías a ese niño pequeño que ves cuando estás en un juego de pequeñas ligas”, dijo Mattingly- “Esa era la dicha de jugar con José, y la pasión que él sentía por jugar. En eso es en lo que pienso”. La historia de fondo de Fernández fue un cuento de hadas del beisbol. Como adolescente, fue encarcelado por tratar de desertar. Finalmente lo logró en su cuarto intento, a la edad de 15 años en 2008, y salvó a su madre de ahogarse cuando ella se cayó desde la cubierta del barco en aguas turbulentas en su ruta a México. “Así de altas”, le dijo Fernández a The Tampa Bay Times en 2009, levantando su mano muy por encima de su cabeza para describir las olas. “Pensé muchas veces que iba a morir”. Fernández se estableció en Tampa, Fla., y se convirtió en estrella en Braulio Alonso High School. Fue escogido en el puesto 14 del draft de 2011 por los Marlins, fimó por 2 millones de dólares y estuvo en las mayores para 2013. Fernández nunca había pitcheado por encima de Clase A, pero los Marlins no podían retrasar su talento. Lo buscaron en el campamento de ligas menores y le dijeron que se uniera al equipo. “Él hizo su primera apertura aquí en Citi Field”, dijo el manager de los Mets, Terry Collins. “No lo habíamos visto en el entrenamiento primaveral; solo habíamos oído de él. Y cuando el primen envío salió de su mano, el primer pensamiento fue; ‘Guao. Esto es algo especial’”. Fernández tenía una recta de 95 millas por hora, una slider y otros dos pitcheos que dominaba muy bien. En cuatro temporadas, tuvo marca de 38-17 con efectividad de 2.58 y muchos más ponches que innings. La operación Tommy John no retrasó su ascenso, esta temporada, su segunda en el juego de estrellas, tuvo marca de 16-8 y lideró las mayores en ponches por cada nueve innings, con 12.5. Fernández podía irritar a los oponentes. Cuando bateó su primer jonrón, contra Atlanta en 2013, Fernández se quedó en el plato para disfrutarlo. Despues de correr las bases fue saludado con hostilidad por Brian McCann, el catcher de los Bravos. Fernández dijo después que estaba avergonzado por como había actuado Aún así, el protocolo deportivo nunca podría disminuir el picante del estilo de Fernández. Él pitcheó en solo 76 juegos de ligas mayores pero fue una presencia animadora en muchos más. “Cuando él estaba en el dugout”, dijo Jacob deGrom de los Mets, “veías hacia allá y él estaba aupando a su equipo más que cualquiera que hubieses visto”. Fernández se presentó como un puente cultural en el beisbol, al retar las normas del beisbol con entusiasmo desaforado. Sus compañeros apreciaban su sinceridad. “Inicialmente, lo veíamos como ‘¿Quien es este tipo, que viene y actúa así sin haber estado en la liga?’” dijo el cátcher veterano A. J. Ellis de los Filis de Filadelfia. “Él sobresale en el equipo, levanta el puño y grita, anima desde el dugout sin parar”, dijo Ellis. “Pero la consistencia con que lo hacía probaba lo genuino que era. Se podía ver la pasión y el disfrute de jugar, y se nota que no es para burlarse del otro equipo. Es la alegría de competir, la alegría de él y sus compañeros de quipo de ser exitosos. No se puede penalizar a nadie por eso. Se admira a las personas por eso”. Fernández trajo intensidad a un juego modelado más y más por sus jugadores latinoamericanos. Otros dos desertores cubanos, Yoenis Céspedes de los Mets y Yasiel Puig de los Dodgers de Los Angeles, fijaron camisetas con el nombre de Fernández y el número 16 en las paredes de sus dugouts el domingo. “Nosotros los latinos disfrutamos el juego un poco diferente de los estadounidenses”, dijo en español el cátcher de los Mets, René Rivera. “Él disfrutaba el juego y el sabor latino. Su alegría por el beisbol, eso es lo que recordaremos”. Giancarlo Stanton, el jardinero estrella de los Marlins, escribió en Instagram que él había llamado “niño” a Fernández porque parecía un muchacho entre hombres, “aún así, eso hombres rara vez podían competir con él”. Brandon McCarthy, un pitcher de los Dodgers, escribió en Twitter que los peloteros estaban celosos del talento de Fernández, “pero muy adentro pienso que lo que más envidiábamos era la diversión con que él hacía algo tan difícil”. La muerte de Fernández no fue la primera de un pelotero activo en un accidente de lancha. En 1993, dos pitchers de los Indios de Cleveland, Tim Crews y Steve Olin, fallecieron en un accidente durante el entrenamiento primaveral que también lesionó al pitcher Bob Ojeda. Tampoco fue la primera muerte de un jugador activo del Juego de Estrellas; Roberto Clemente y Thurman Munson fallecieron en accidentes aéreos en los años ’70, y Darryl Kile falleció de un ataque cardíaco en 2002. Rara vez ha fallecido tan joven un pelotero con logros. Como Ken Hubbs, un segunda base de los Cachorros de Chicago quién ganó el premio de Novato del Año de la Liga Nacional en 1962 y falleció en un accidente aéreo en 1964, Fernández tenía mucho más por hacer. “Él amaba estar ahí afuera”, dijo Collins, quién dirigió a Fernández en el juego de estrellas en julio. “Esa era su escena. Deseo que más tipos fueran así. Deseo que más tipos se divirtieran, como lo hizo él, jugando al beisbol”. Se suponía que Fernández abriera el lunes contra los Mets en Marlins Park. El juego se realizará. El vacío permanecerá. Traducción: Alfonso L. Tusa C.