miércoles, 15 de julio de 2015

Cooperstown Confidencial. Pensando en Al Cowens.

23-03-2012. Bruce Markusen. Hace diez años, recuerdo haber oído en las noticias que Al Cowens había fallecido repentinamente de un ataque cardíaco. La noticia parecía venir de la nada, yo no tenía conocimiento de algunos de los recientes problemas de salud de Cowens. Hacia tres años, en 1999, él había sido diagnosticado con una falla cardíaca congestiva. Él pasaría un tiempo en el hospital con pneumonía. En los meses previos a su muerte algunos de sus amigos notaron un tono decaído en su voz. Quizás Cowens, quien tenía solo 50 años, sabía que el fin estaba cerca. En una época, Al Cowens fue un negocio grande y maravilloso, él surgió como uno de los principales prospectos del sistema de granjas de los Reales. Con su amplio afro, gruesas patillas y grandes anteojos de montura metálica, él no parecía el pelotero típico, pero las apariencias pueden ser engañosas. El hombre jugaba suave y rápido. Dada su velocidad, su estilo para batear entre los callejones, y la habilidad para cubrir hectáreas a la defensiva, Cowens encajaba perfectamente en el estilo de correr y fajarse del manager de los Reales, Whitey Herzog. Al jugar en la rápida grama artificial de Royal Stadium, Cowens parecía una futura estrella para la organización. En el mundo sabermétrico de hoy, Cowens no habría sido catalogado tan alto. La defensa y la velocidad te llevarán solo hasta cierto punto. Cowens no tenía mucho poder. Tampoco tomaba muchos boletos. Primero hacía swing, y después preguntaba. En terminos de porcentaje de slugging y porcentaje de embasado, dos de las bases del pensamiento sabermétrcio, el juego de Cowens tenía carencias. Cowens llegó a las Grandes Ligas en 1974, se convirtió en el otro lado de la moneda de la alternancia por el jardín derecho. Jugaba principalmente ante lanzadores zurdos y servía como respaldo defensivo en los innings postreros., Cowens no bateaba, bateó un solo jonrón en 296 apariciones al plato, bateó para .242, y agenció un OPS por debajo de .600. A los 22 años de edad, no parecía estar listo para manejar el pitcheo de Grandes Ligas. Solo su juego defensivo alcanzaba un nivel aceptable. Con una mezcla robusta de velocidad y brazo, Cowens cubría el jardín derecho como un jardinero central y retiraba a los corredores como un Rocky Colavito de la nueva era, acumuló 13 asistencias en solo 102 juegos. Él empezó su segunda temporada en el mismo papel de medio tiempo, antes de convertirse en el jardinero central regular. Los Reales cambiaron de manager más adelante esa temporada, despidieron a Jack McKeon a mediados de verano y trajeron a Herzog. “La rata Blanca”, un creyente del talento de Cowens, lo convirtió en su jardinero derecho, en reemplazo del envejecido Pinson. Cowens jugó mejor que en su temporada de novato, bateó para .277 con un respetable .340 de porcentaje de embasado, pero su poder continuó bajo con apenas cuatro jonrones. Cowens ahora tenía todo el jardín derecho para él solo, pero desmejoró mucho en 1976, regresó a su forma de 1974 aún jugando 152 juegos. Su porcentaje de embasado cayó por debajo de .300, su porcentaje de slugging cayó a .341, y sus detractores en Kansas City se preguntaban si alguna vez él realizaría las esperanzas de estrellato. Otro manager pudo haber sentado a Cowens, pero Herzog continuó respaldándolo todo el tiempo. Puso a jugar a Cowens todos los días en 1977, y me refiero a cada día, todos los 162 juegos, y vio florecer a su joven jardinero. Cowens tuvo su mejor temporada, y por un margen grande. Despachó un tope personal de 23 jonrones, bateó .312, y tuvo un porcentaje de slugging de .505. Jugó como la estrella que los Reales una vez habían vaticinado. Jugó tan bien que ganó el Guante de Oro, coencabezó a los Reales a un segundo título de la división oeste, y llegó segundo en la votación del jugador más valioso de la Liga Americana. Pudo haber ganado el premio si no es por Rod Carew y su promedio al bate de .388. Al Cowens había llegado a la edad de 25 años. O así parecía. Lo que le ocurrió a Cowens las próximas tres temporadas sigue siendo uno de los misterios del juego. En una edad cuando Cowens debió haber estado en su apogeo, su juego desmejoró, y entonces se estancó. En 1978, su promedió cayó a .274 y su OPS a .707. Mejoró solo un poco en 1979, y de nuevo falló en alcanzar doble figura en jonrones y su porcentaje de slugging fue apenas .345. La temporada de 1979 también traería el capitulo más parecido a una pesadilla en la carrera de Cowens, y por razones ajenas a su juego moribundo. En el quinto inning de un juego efectuado el 8 de mayo, Cowens fue a batear contra el derecho Ed Farmer de los Rangers, quién le lanzó una recta pegada. El pitcheo alto y recostado golpeó a Cowens de lleno en la cara, rompiéndole la mandíbula y varios dientes. El pelotazo hizo que le repararan la mandíbula con alambre luego del juego. Cowens perdió los próximos 21 juegos. Cowens no tenía dudas de que Farmer había intentado golpearlo. “Tengo que decir que me estaba lanzado la pelota a pegármela, tal vez no a la cara, pero fue intencional”, Cowens declaró durante un encuentro con los reporteros después de un juego. La acusación de Cowens pudo haber sido ocasionada por otro incidente ocurrido al principio del juego. Al enfrentar al primer bateador del juego, Farmer le rompió la muñeca a Frank White con un pitcheo adentro. Incidente y lesión aparte, el declive de Cowens desde su pico de 1977 frustró y mistificó a los Reales. Después de todo, Cowens tenía 26 y 27 años en esas temporadas subsecuentes, las cuales debieron ser sus más destacadas. Decidieron que Cowens había alcanzado su punto de quiebre en Kansas City, los Reales lo cambiaron junto al campocorto novato Todd Cruz a los Angelinos por el bateador de poder Willie Aikens (quien era conocido como Willie Mays Aikens para ese momento) y el versátil infielder Rance Mulliniks. Los Angelinos apostaron a que un cambio de escenario mejoraría la fortuna de Cowens. No ocurrió así. Jugó desastroso en el sur de California. Cowens apareció en 34 juegos con los Angelinos, tuvo un OPS de .597, y básicamente jugó el peor beisbol de su carrera. Basados en lo que vieron, los Angelinos decidieron cortar por lo sano rápidamente. A finales de mayo, cambiaron a Cowens a los Tigres por el primera base de poder Jason Thompson, un bateador muy superior a Cowens. Cowens no destacó con los Tigres, pero jugó mejor. Bateó para .280, aunque sin poder, durante toda la temporada. Peo como en 1979, fue un incidente de violencia beisbolera lo que ensombreció la actuación de Cowens. El 20 de junio, en el viejo Comikskey Park de Chicago, Cowens se encontró enfrentando a Ed Farmer (quién ahora lanzaba como relevista de los Medias Blancas) por primera vez desde el pelotazo de 1979. Cowens bateó un roletazo hacia Todd Cruz en el campocorto. Farmer se volteó para ver a su infielder, pero Cowens no corrió hacia primera. Aún furioso con Farmer por lo que él consideraba había sido un pelotazo intencional el pasado verano, se dirigió hacia Farmer. Mientras Farmer estaba aún de espaldas, Cowens atacó al veterano lanzador derecho, lanzándole varios puñetazos furiosos. Como era de esperarse, la embestida de Cowens hacia el montículo terminó en que las bancas de ambos equipos se vaciaron. Para cuando el incidente había concluido, Cowens recibió una suspensión de siete juegos de la Liga Americana. De más significación resultó que las autoridades de Illinois dictaran una orden de arresto. Con Cowens buscado por la justicia en la ciudad de los vientos, los Tigres optaron por no ponerlo a jugar por el resto de la serie en Chicago. El amargo enfrentamiento público entre Cowens y Farmer aumentó. Farmer tuvo poca consideración con Cowens. Él sentía que Cowens debió haber recibido una suspensión de por lo menos 30 días. También hizo una declaración ruda sobre Cowens. “Me conectó su mejor golpe y todo lo que hizo fue arañarme un poco la nariz”, le dijo Farmer a The Sporting News. “He tenido peleas más duras con mujeres”. Los resentimientos persistieron hasta que Farmer anunció que él retiraría los cargos contra Cowens a cambio de un apretón e manos y una disculpa. Cowens aceptó el acuerdo informal. Sus managers arreglaron todo para que los dos peloteros entregaran las alineaciones antes del juego del 1 de septiembre. Al encontrarse en el plato, los antiguos combatientes estrecharon sus manos para terminar oficialmente la disputa. Cowens estaba aliviado. “Seguro que lo estoy”, le dijo al periodista deportivo de Detroit Tom Gage. “Se hizo mucho con esto. Cada vez que me volteaba, había titulares sobre esto. Todo esto ha sido duro, pero ahora es pasado”. Mientras Farmer disculpó a Cowens, muchos fanáticos de los Medias Blancas no lo hicieron. Ellos lo abucheaban repetidamente cada vez que los Tigres regresaban a Chicago. Algunos fanáticos hicieron una pancarta que decía “Coward Cowens” (“Cowens Cobarde”) y la desplegaban durante sus apariciones en Comiskey Park.En un memorable intercambio con los árbitros, el manager de los Tigres, Sparky Anderson pidió que sacaran la pancarta del estadio. Con la controversia superada para 1981, los Tigres esperaban que Cowens destacara en un nuevo papel, como jugador alternativo con el joven Kirk Gibson. Cowens se molestó con la idea de alternarse, y su hundimiento se profundizó. Al batear solo un jonrón en 85 juegos, cayó en desgracia en Detroit. La primavera siguiente, los Tigres vendieron a Cowens a los Marineros. Cuando parecía que Cowens había llegado al final del camino, sus destrezas se habían deteriorado a los 30 años y su psique se había dañado por el incidente de Farmer, Cowens resucitó su carrera. Al encontrarse a gusto en el area de Seattle y en el amigable para los bateadores Kingdome, Cowens bateó 20 jonrones y alcanzó el nivel de .800 en OPS por primera vez desde su casi temporada de jugador más valioso en 1977. Al jugar principalmente con peloteros jóvenes e inexpertos, Cowens emergió no solo como el mejor jugador del equipo en todos los frentes, sino también como el líder de los Marineros en construcción. Desafortunadamente, las tendencias a los altibajos de Cowens continuaron en 1983. Afectado por una tendinitis en su hombro derecho, Cowens tuvo dificultades en una atroz segunda temporada en Seattle. Al cambiar su forma de pararse a batear muchas veces para ajustarse al dolor, Cowens tuvo momentos muy duros en el plato. Para empeorar las cosas, tampoco podía hacer los tiros de rutina desde los jardines. Pero entonces, al mejorar del hombro, regresó con dos sólidas temporadas en 1984 y 1985. La próxima primavera, el cuerpo de Cowens envejecido para el beisbol claudicó por su bien, al batear .183 en 28 juegos. Con los jóvenes jardineros Iván Calderón y DAnillo Tartabull listos para jugar, Cowens se convirtió en el hombre a desechar. Tres días antes del límite para realizar cambios del 15 de junio, los Marineros dejaron libre a Cowens. A los 34 años de edad, estaba acabado. Llamar la suya una carrera extraña sería una desconsideración. Luego de tener el mejor OPS de su carrera en 1977, él nunca se acercaría a menos de 80 puntos de esa marca. Los 23 jonrones que bateó ese año representaron casi un cuarto de su total de 13 años de carrera. Sin advertencia, su actuación desmejoraba y luego volvía a tener un pico. Y ahí estaba la mancha de ese amargo encontronazo con Farmer, el incidente por el cual Cowens se hizo más conocido. Luego de su carrera como jugador activo, Cowens regresó a la consciencia pública de una manera lamentable. Fue a mediados de los años ’90, como parte del caso de asesinato de O.J. Simpson. La noche cuando Simpson evadió a las autoridades en una Bronco blanca, algunos fanáticos creyeron que era Cowens quien manejaba la camioneta para trasladar al acusado de asesinato. Ellos habían oído mal la historia; era Al Cowlings, un antiguo jugador de la NFL, quien manejaba la Bronco. La similitud de sus nombres creó confusión, asociando injustamente a Cowens con el sórdido episodio. Cowens no estaba ahí y no tenía nada que ver con Simpson. Como parte de sus verdaderas actividades luego de retirarse como jugador, Cowens había tratado de quedarse en el beisbol. Regresó a la organización de los Reales para trabajar como scout, pero su salud lo forzó a renunciar. Entonces salió completamente del beisbol. Justo cuando estaba cerca de regresar al juego, la salud de Cowens empeoró. Entonces llegó el fatal ataque cardíaco. Tristemente, Cowens se ha convertido en una de las figures trágicas del beisbol. Su ataque sobre Farmer pareció fuera de lugar, una aberración. Sus compañeros recordaban a Cowens, quién era conocido afectuosamente como “A.C.”, por ser de voz suave y llevadero, no por ser un criminal vengativo. Y luego su pobre salud impidió su regreso al juego, lo cual dicen sus amigos, es lo que el quería en realidad. Yo solo deseo que las cosas hubieran salido mejor para Al Cowens. References & Resources The Sporting News Traducción: Alfonso L. Tusa C.

lunes, 13 de julio de 2015

Esquina de las barajitas: La Muerte de Danny Frisella

20-05-2015. Bruce Markusen. De una manera desafortunadamente apropiada, casi todo acerca de la barajita Topps 1975 de Danny Frisella es oscuro. A excepción del amarillo brillante del uniforme de los Padres de San Diego que fue pintado, el cual es inusualmente fluorescente, esta barajita tiene un enigma contínuo. Frisella tiene una apariencia oscura y grasosa, la cual es solo favorecida por la sombra de las cinco en punto evidente en su mentón y cuello. (No sorprende que Frisella tenga una barba incipiente. Como superstición él no se afeitaba antes de los juegos). Sus cejas y patillas son gruesas y negras. La parte de debajo de su gorra sudada es de un verde oscuro casi negro en apariencia. Las gradas del entorno están tan oscuras que no se puede discernir si hay aficionados sentados en ellas, o están completamente vacías. Aún hasta el entorno del cielo azul está más oscuro de lo esperado, casi como si la fotografía hubiese sido tomada en el crepúsculo de finales de verano o comienzos de otoño. Debido a la falta de luz en el primer piso del estadio, quizás se pueda asumir que esa noche cayó vertiginosamente. ¿De que manera es apropiada la oscuridad? Menos de dos años después de haber salido esta barajita, la tragedia se llevaría a Danny Frisella. Era la primera muerte del beisbol en la que yo tenía la suficiente edad para asimilarla por completo. Yo tenía solo siete años cuando Roberto Clemente murió, y aunque tengo memorias fugaces de eso, son dispersa e incompletas. Recuerdo más los días siguientes a la muerte de Clemente, en particular los esfuerzos de Manny Sanguillén por recuperar sus restos en aguas infectadas de tiburones, que lo que recuerdo del accidente aéreo. Para el momento de la muerte de Frisella, el resultado de un accidente de buggy en una duna, yo tenía 12 años. Mis memorias de la tragedia ahora son más completas, vívidas. Hasta este día, cada vez que oigo las palabras “duna, buggy” (no lo hago a menudo), automáticamente pienso en el accidente que se llevó la vida de un joven relevista quien una vez fue parte integral de los Mets de Nueva York de mi ciudad. Para muchos aficionados de los Mets quienes recuerdan esa época, las palabras duna, buggy no son nada más que palabras de cuatro letras. Cuando Frisella falleció, el suyo no era un nombre reconocido. El había servido ocasionalmente como cerrador y solo había hecho unas pocas aperturas en su carrera. Él era un relevista intermedio, uno bueno en eso, pero los relevistas intermedios tienden a no ser particularmente famosos. Si no eras un aficionado al beisbol, nunca habrías escuchado de Danny Frisella. Pero si eras un fanático del juego, como lo era yo, entonces sabías quién era él. En una ocasión, Frisella había sido un pitcher altamente catalogado, uno quien había superado problemas de peso en su niñez. En la escuela secundaria, Frisella había convertido esa gordura en músculos. Los Mets lo tomaron en la tercera ronda del draft amateur de 1966 e inmediatamente lo asignaron al Auburn de la NY-Penn League. El robusto derecho, lanzó como abridor y lo hizo bien, ponchó 89 bateadores en 70 innings mientras su efectividad se detenía en 1.88. Frisella no lanzaba muy duro, pero tenía una gran curva, una buena slider y las agallas de un ratero, como dicen los rumores. Nadie tenía dudas de la rudeza de Frisella en el montículo o de su voluntad para tomar la pelota, sin importar como se sentía. Con una buena temporada de novato en su haber, Frisella se ganó la promoción a una temporada completa en categoría Clase A para 1967. Esa primavera empezó con el Durham de la Carolina League, Frisella pitcheó aún mejor que en Auburn. Bajó su efectividad hasta 1.49 y ponchó a 121 bateadores en 109 innings. La Carolina League no pudo contenerlo. A mediados de verano, los Mets lo promovieron al Jacksonville AAA, donde se desempeñó principalmente desde el bullpen. Los números de Frisella en AAA no fueron tan impresionantes, pero aún eran buenos para un joven de 21 años en apenas su segunda temporada profesional. De hecho, los Mets vieron suficiente de Frisella como para decidir darle una mirada en Nueva York. Lo llamaron en julio, Frisella se desempeñó en la rotación de los Mets. Perdió seis de siete decisiones, pero sus números periféricos fueron más que respetables. En 1968, Frisella se ganó un puesto en la nómina inaugural de los Mets. Ahora lanzando desde el bullpen, Frisella hizo una aparición en el juego inaugural, pero perdió el juego cuando permitió la carrera ganadora en el cierre del noveno episodio. La derrota del día inaugural fue una señal de lo que vendría. Frisella tendría dificultades en la primera mitad de la temporada, en parte debido a su falta de voluntad para usar su curva en situaciones clave. En un juego, Frisella dejó que lo batearan por solo lanzar recta y slider. En otro, fue solo la recta. Tales fallas desataron la ira del manager Gil Hodges. “Una vez es más que suficiente”, le dijo Hodges al periodista que cubría los Mets, Jack Lang del New York Daily News. “Dos veces es inexcusable. No habrá tercera vez”. Hubo una tercera vez. A mediados de julio, los Mets enviaron a Frisella a AAA. Frisella terminó la temprada en Jacksonville, donde fue efectivo en siete aperturas. Frisella simplemente necesitaba más preparación en las ligas menores. A excepción de tres inefectivas apariciones con los Mets campeones mundiales de 1969, él pasaría la mayor parte de las próximas dos temporadas en AAA, primero en Jacksonville y luego en Tidewater, el nuevo equipo afiliado de los Mets en la International League. También se puso al día con la guardia nacional, cumpliendo con requerimientos de fines de semana intermitentes durante la guerra de Vietnam. A pesar de las interrupciones, Frisella continuó agenciando buenos números en las ligas menores, aunque sus ponches cayeron apreciablemente en 1969 (solo 55 en 111 innings). Fue después de la temporada de 1969 que Frisella vivió una experiencia que cambió su perspectiva y su carrera. Ese noviembre, se reportó a Caracas, Venezuela, para una temporada de beisbol invernal. La ciudad estaba inmersa en la violencia política: luego de regresar de una gira, Frisella y sus compañeros notaron un tanque estacionado en segunda base. Desde el punto de vista del beisbol, Frisella aprendió a lanzar un nuevo pitcheo. Uno de sus compañeros era Diego Seguí, un derecho de los Pilotos de Seattle de la expansión quien se especializaba en la bola de tenedor (que algunos llamaban la bola de saliva). “Diego Seguí me enseñó como lanzar la bola de tenedor cuando estábamos en la liga venezolana en 1969”. Le dijo Frisella a The Sporting News. “Me había lastimado el brazo lanzando la slider, por lo que la bola de tenedor me salvó”. Una vez que Seguí le mostró el agarre, Frisella ensayó, lanzó el tenedor, y encontró el éxito de inmediato. Equipado con un nuevo lanzamiento, Frisella preparó su camino de regreso a las mayores para bien en julio de 1970. Con una rotación profunda y talentosa, los Mets no tenían espacio para otro abridor joven, pero vieron una tarea para Frisella en el bull pen, preparando la escena para los ases relevistas Ron Taylor y Tug McGraw. Al tener 29 apariciones en relevo, Frisella encontró su nicho. Ponchó 54 bateadores en 65 innings, con una efectividad de 3.02. Estuvo un poco descontrolado, con 34 boletos, pero ese total fue inflado artificialmente con 11 bases por bolas intencionales. En 1971, Frisella alcanzaría su pico. Lanzando exclusivamente desde el bullpen, tuvo 52 apariciones y bajó su efectividad a 1.99. Lanzó tan bien que Hodges lo llamó para cerrar algunos juegos, le dio la oportunidad de coleccionar 12 salvados. Con 93 ponches en 90 innings, Frisella le dio a los Mets un brazo ponchador en el bullpen y un excelente complemento para el especialista de la screwball McGraw. Algunos scouts reconocieron al tándem de Frisella y McGraw como la mejor combinación de bullpen derecho/zurdo de la Liga Nacional. Frisella no pudo alcanzar ese nivel de éxito en 1972, principalmente debido a un nervio aprisionado en su hombro que ocurrió durante el entrenamiento primaveral. Frisella había tenido dolor en el hombro a mediados de 1971, pero se había recuperado con un fuerte septiembre. Como el nervio aprisionado le impidió lanzar durante toda la primavera, la efectividad de Frisella declinó. No tuvo su primera aparición de la temporada hasta el 29 de abril. Tendría una efectividad que todavía era buena (3.14), pero no podía conseguir ponches con su tenedor como en la temporada pasada. Durante un período difícil a comienzos de agosto, permitió jonrones decisivos de juegos a Hank Aaron y a un jardinero de bateo ligero llamado Luis Melendez. Convencidos de que Frisella había visto sus mejores días, los Mets decidieron hacer de él objeto de cambio ese invierno. Ejecutaron un de sus mejores cambios de la década, los Mets lo enviaron a los Bravos de Atlanta por el segunda base Felix Millán y el zurdo George Stone. En una conferencia de prensa en febrero, los Bravos presentaron a sus adquisiciones de invierno, incluyendo a Frisella. Él dejó una buena impresión con su sentido del humor y habilidad para invertir las respuestas, aún si algunos de los periodistas no siempre entendían que usualmente estaba bromeando. Cuando le preguntaron por las recientes fallas del pitcheo de los Bravos, Frisella también hizo una observación de los cátchers de los Bravos. “No responsabilizo totalmente a los pitchers”, le dijo Frisella al grupo de periodistas. “Vi a Earl Williams, el catcher titular, en el montículo más que a los pitchers…O ahí, o persiguiendo la pelota detrás del plato. No me gusta decir nada malo de nadie, pero eso puede distraer”. Durante el invierno, los Bravos habían cambiado a Williams, muy criticado como cátcher, como parte de un cambio de varios jugadores con Baltimore. Desafortunadamente, Frisella no aportaría mucho para mejorar la situación del piktcheo de los Bravos. Aunque todavía solo tenía 27 años, no fue el mismo pitcher en Atlanta. Con el brazo debilitado debido a un quiste en su hombro derecho, tuvo dificultades para ponchar bateadores. Tambien careció del mismo nivel de control, de hecho, en dos años con los Bravos , él caminó más bateadores de los que ponchó. El cambio de ambiente tampoco ayudó. Frisella tuvo que lanzar la mitad de sus juegos en el Fulton County Stadium de Atlanta, allí se bateaban muchos jonrones. A los Bravos no les gustó lo que vieron, cambiaron a Frisella ese invierno, lo enviaron a los Padres de San Diego por el jardinero Clarence Gaston. El cambio se convirtió en remedio para Frisella. Ahora lanzando en el estadio de San Diego, el cual era mucho más amigable a los pitchers que la infame “Plataforma de lanzamiento” de Atlanta, el brazo de Frisella regresó. Frisella realizó un tope en su carrera de 65 apariciones, acumuló 97 innings como el caballo de batalla del bullpen de los Padres. Como era usual, lanzó con dolor, aunque esta vez provenía de una lesión en la pantorrilla. También logró nueve salvamentos, igualó con Bill Greif en el tope de los relevistas de San Diego. La actuación se hizo más impresionante dado el estado de la defensa de los Padres en 1975. Como su tenedor inducía muchos roletazos, Frisella dependía mucho de sus jugadores del cuadro, un grupo que incluía a Willie McCovey en primera base y al manos de hierro Mike Ivie en tercera base. Como equipo, los Padres tuvieron el peor porcentaje de fildeo de la Liga Nacional. Habiendo lanzado tan bien con los Padres, Frisella tenía muchas razones para creer que sería uno de los relevistas de últimos innings clave para el equipo en 1976. Pero hacia el final del entrenamiento primaveral, los Padres sorprendieron a todos al negociar a su veterano de 29 años a los Cardenales por el zurdo Ken Reynolds un prospecto de pitcheo. La estadía de Frisella en San Luis no duró mucho. Caminó más bateadores de los que ponchó, lo cual influyó en que su efectividad se acercara a 4.00. Incapaces de confiar en él en los últimos innings, los Cardenales lo cambiaron a los Cerveceros por un jugador a ser nombrado después solo una semana antes de la fecha tope del 15 de junio. Con los Cerveceros, Frisella disfrutó otro renacimiento. Se ganó su camino hacia el puesto de cerrador, ponchó 43 bateadores en 49 innings y logró nueve salvados. Con su tenedor trabajando a la perfección, los Cerveceros y Frisella tenían todas las razones para creer que estaría cerrando juegos en Milwaukee en el futuro inmediato. Frisella nunca llegaría al entrenamiento primaveral de 1977. El día de año nuevo en Arizona, Frisella transportaba a un pasajero en un buggy de dunas manejado por un amigo, James Wesley. En un lugar arenoso cercano a Phoenix, a solo 50 metros del hogar de Frisella, Wesley perdió el control del vehículo. El buggy de dunas empezó a bambolearse antes de volcar por completo. Wesley salió con lesiones menores, pero Frisella no tuvo la misma fortuna. Cuando el buggy de dunas empezó a voltearse, Frisella trató de saltar, pero su pierna estaba aprisionada en el vehículo. El buggy de dunas le cayó en la parte superior de su cuerpo, la barra de acero lo golpeó en la cabeza y le aplastó el cráneo. Frisella de 30 años, se había ido, dejando atrás a un hijo de tres años y a su esposa Pam embarazada. En una trágica coincidencia, Frisella se convirtió en el tercer pelotero activo de Grandes Ligas que fallecía desde el final de la temporada de 1976. Los otros eran el veterano relevista Bob Moose, quien había fenecido en un accidente automovilístico en octubre, y el joven campocorto Danny Thompson, quién murió de leucemia en diciembre. La noticia de la muerte de Frisella afectó a la organización de los Cerveceros. “Es realmente duro”, le dio el presidente de Milwaukee Bud Selig a Associated Press. “Estoy anonadado”. Los peloteros de los Cerveceros también estaban afectados, incluyendo al primera base Mike Hegan, quien reconocía el papel de Frisella como cómico del clubhouse. “Él siempre tenía alguna ocurrencia, algo fuera de lo común”. Hegan le dijo a The Sporting News. “En poco tiempo, se convirtió en una parte muy importante del equipo. Mantenía relajados a los muchachos”. Frisella y el relevista Ray Sadecki regularmente entretenían a sus compañeros con su toque de comedia, en el bullpen o el clubhouse. Los dos habían sido amigos desde sus días con los Mets a comienzos de los ’70. La muerte de Frisella también afectó a algunos de los Mets, aunque el no había jugado con el equipo desde 1972. “Es un día muy triste para nosotros”, dijo el gerente general de los Mets Joe McDonald al New York Daily News. “Danny y yo siempre fuimos buenos amigos, aun después que lo cambiamos a Atlanta”. Ya fuera la gente de la oficina principal o los compañeros, todos encontraban a Frisella amigable. Ellos disfrutaban su naturaleza de bajo perfil y su estilo de fajarse en el montículo. Conocido como un batallador, Frisella encontraba las maneras de atacar a los bateadores rivales, aún en los días cuando no tenía velocidad, mecánica o ambos. Décadas después de su muerte, Frisella permanece bien recordado, particularmente por los aficionados de los Mets. Creo que existen dos razones de porqué el nombre aun resuena. Primero, estaba su popularidad, con sus compañeros y aficionados. La personalidad de pies bien puestos sobre la tierra de Frisella y su robusto sentido del humor le permitieron conectarse con los aficionados de una manera que es difícil ver en la mayoría de los relevistas intermedio carentes de fama. Segundo, está la viuda de Frisella, Pam, antígua atleta quién después se convirtió en alcaldesa de Foster City, Calif. Ella nunca se ha vuelto a casar. De presencia activa como oradora pública y a través de las redes sociales, Pam a menudo habla sobre Danny. Despues que se casaron en 1970, los medios de Nueva York a menudo notaron su fuerte vínculo. Todos estos años después. Ese enlace permanece inmutable. De vuelta a 1971, Pam vio a los Mets jugar en Shea Stadfium. Se puso tan ansiosa esa noche que sufrió dolores de pecho y hubo de ser llevada al hospital. El examen indicó que no había nada malo con su corazón, era simplemente un caso de nervios relacionados con ver lanzar a Danny. Me parece que eso nos dice algo acerca de la relación entre Pam y el difunto Danny Frisella. References & Resources • New York Daily News • The Sporting News • National Baseball Hall of Fame Library research files Sobre Bruce Markusen. Bruce Markusen es el gerente de Digital and Outreach Learning en el National Baseball Hall of Fame. Ha escrito siete libros de beisbol, incluyendo biografías de Roberto Clemente, Orlando Cepeda y Ted Williams, y A Baseball Dynasty: Charlie Finley’s Swingin’ A’s, el cual fue premiado con laMedalla Seymour de SABR. Traducción: Alfonso L. Tusa C. .