miércoles, 11 de marzo de 2015
Confesiones de un pitcher.
Sal Maglie y Robert H. Boyle. Abril 1968.
El último día de la Serie Mundial observé desde el dugout de los Medias Rojas como un magnífico lanzador joven era humillado. Jim Lonborg, quién había ganado dos juegos ante los Cardenales, iba a lanzar otra vez con sólo 2 días de descanso. En el segundo inning ya se sabía que no disponía de sus armas. No había razón para que las tuviera. Estaba cansado, extenuado. Me volví al manager, Dick Williams, y le dije, "Hoy no es su día". Esperaba que Williams lo sacara. Pienso que lo debía hacer en consideración de sus dos salidas anteriores. Era lo más decente. Además teníamos otros 10 pitchers en el bullpen. Si uno de ellos podía detener a los Cardenales, teníamos oportunidad de ganar. Lonborg pitcheaba con el alma. Pero Williams es un tipo peculiar. Solo dijo, "No le están bateando tan duro". Eso fue el fin de todo. ¿Duro? Hasta la parte baja de la alineación de los Cardenales llevó la bola hasta la cerca. Bob Gibson le bateó jonrón. Williams finalmente sacó a Jim en el sexto inning, con los Medias Rojas abajo 7-1.
Después del juego, Jim lloraba en el dugout. Lo hacía porque pensaba que le había fallado al equipo. Totalmente falso. Le dije: "Jim. No tienes nada de que avergonzarte. Tu nos trajiste aquí, hasta el séptimo juego de la Serie Mundial. Hiciste un tremendo trabajo". Lo decía sinceramente. El muchacho había tenido una temporada magnífica.
Todo ese tiempo estuve pensando cuan bochornoso debe ser para un manager hacerle eso a su as de pitcheo. Nunca dejas que un tipo que lanzó como Lonborg sea zarandeado de esa manera. Yo lo debía saber. Yo había pitcheado. Había sido un buen pitcher, y era el coach de pitcheo de los Medias Rojas. Pero de la forma como Williams me trató, era difícil saber que pertenecía a ese equipo. ¿Por què?. No sé. Es un tipo peculiar.
Williams había estado muy bien en el entrenamiento primaveral. Yo estaba en el segundo de un contrato de 2 años con los Medias Rojas, y Williams, quién había sido un utility en las Grandes Ligas, uno de esos tipos gritones del dugout, estaba en su primer año como manager de un equipo de Grandes Ligas. Me dijo en el campamento: "los pitchers son tu responsabilidad, encárgate de ellos". Luego que empezó la temporada no me dijo ni una palabra. Todo era muy extraño. Varias veces le sugerí algunas cosas, todo lo que recibí fueron respuestas sarcásticas. Puede ser un tipo muy sarcástico.
Después que terminó la Serie fuí a su oficina, había escuchado rumores de que no estaría en el club la próxima temporada. Él estaba con algunos periodistas. Me dijo, "Nos vemos después". Nunca hubo tal encuentro. Me quedé varios días en Boston y me enteré que los otros coaches habían sido contratados para la próxima temporada. No escuché nada de mí hasta que Dick O'Connell, el gerente general, me llamó y me dijo que los Medias Rojas iban a cambiar de coach de pitcheo. No me necesitaban más. Williams me lo pudo haber dicho personalmente. Es lo que hace un hombre. No me hubiera sentido pateado. No sé que razones tuvo para hacer lo que hizo. Habría que abrirle la cabeza para averiguarlo. Lo que sé es que afectó mis posibilidades de trabajar como coach en Grandes Ligas en la temporada de 1968. Para el momento en que supe que no trabajaría con Boston, los otros equipos, particularmente los que tenían managers nuevos, ya habían establecido sus cuerpos de coaches. Estuve fuera de las Mayores por un año.
Estar fuera no es nada nuevo para mí. Jugúe una vez en la Liga Mexicana ¿lo recuerdan? Pero había sido coach para 4 managers de los Medias Rojas, Billy Jurges, Mike Higgins, Billy Herman y Williams. Por mucho tiempo, los Medias Rojas fueron un grupo que se llevaba bien, mas o menos creído, podríamos decir. Teníamos talento pero éramos de la segunda división. Si un tipo era estrella, sacaba a los otros muchachos a derrochar físico. Los Medias Rojas eran tan relajados que los jugadores de otros equipos que les gustaba la diversión pedían ser cambiados a ese equipo. Pero una gran cosa que hizo Williams por ese equipo fue decirle a los peloteros que ellos estaban ahí para jugar béisbol. Parte del problema era la oficina principal que a menudo no cooperaba con el manager. Por ejemplo Herman. Era un buen tipo y uno de los mejores managers de campo con los que trabajé. Pero era muy duro o muy blando para manejar los peloteros. Estaban fuera de control y no había nada que podía hacer para solventarlo. Trató de ser duro con peloteros como Rico Petrocelli y Tony Conigliaro pero eso causo mucho discenso.
Williams tenía buena disciplina. Era muy bueno con los detalles. Apostó mucho a su estilo.
Pienso que dirigió con mucha agresividad en la primera parte de la temporada; luego se fue por el librito, y algunas veces presionó el botón de pánico. En la última serie en Detroit, por ejemplo, tenía las bases llenas temprano, pero no usó un emergente. Los jugadores hicieron un tremendo trabajo, se mantuvieron y ganaron el juego. Luego en la Serie Mundial, Williams deja que Lonborg sea bateado de esa manera. Actuó casi como si no quisiera ganar el juego.
Este año los Medias Rojas no tienen chance. Definitivamente no. Jerry Adair colobaró bastante el año pasado, pero no se puede esperar que tenga otra temporada como esa otra vez. Conigliaro fue vital y ahora no está. Mike Andrews hizo tremendo trabajo, él quiere ganar. Nunca vi a un pelotero hacer el esfuerzo que hizo Yastrzemski, pero no puedes esperar que tenga el mismo tipo de año. Petrocelli debe mejorar, y George Scott es un bateador de .300. Dalton Jones es un tremendo bateador por 10 juegos, luego se vuelve nada. Él estaba caliente en la Serie Mundial pero Williams no lo usó en el último juego. Eso fue un error. José Tartabull debió batear ante Gibson en el séptimo juego, pero Williams puso a jugar a Ken Harrelson, quien no hizo nada.
Pero el pitcheo es el 90% de las victorias, y los Medias Rojas no tienen pitcheo este año. Lonborg fue el mejor y más temido pitcher de la Liga porque golpeo unos pocos bateadores. Pero no estará listo hasta mayo o junio. Hablé con Jim sobre no dañar su carrera. Le dije que se mantuviera en forma, que trabajara en el gimnasio y se cuidara. Entonces leí que había ido a esquiar. ¡Que maravilla! Será muy difícil regresar para él. Se lesionó la pierna izquierda, la que levanta y sobre la que cae. Esta listo para dañar su brazo. Probablemente tendrá que cambiar su estilo de pitcheo.
Gary Bell tiene que cambiar su estilo de pitcheo. Lanza mucho a través de su cuerpo y por eso la curva se le queda adentro. Lee Stange tiene que tener un control perfecto. Tambien tiene que apurar sus movimientos porque es facil de robarle bases. Los Medias Rojas obtuvieron a Ray Culp y Dick Ellsworth, pero si tuvieron una temporada difícil en la Liga Nacional, las cosa no van a ser fáciles en la Americana, Ken Brett es un prospecto muy bueno. Tiene buen carácter. Si no se lastima el brazo, y escucha, debe ser muy bueno. Me gusta mucho. No tiene miedo de hacer lanzamientos quebrados cuando está detrás en la cuenta. Brett necesita trabajar mucho, quizás deba ir a las menores otro año.
Si tengo algo de que enorgullecerme de la temporada de 1967, es de la ayuda que le presté a Jim Lonborg. Tuvo marca de 10-10 en 1966 y luego 22-9 en 1967. La razón de esa diferencia fue que mantuvo la pelota baja y se hizo respetar por los bateadores. Cuando vi a Jim la primavera pasada le dije que tenía suficiente control como para lanzarle adentro a los bateadores. Tenía confianza en sí mismo. Cuando tienes eso puedes alejar a los bateadores del plato.
Jim golpeó 19 bateadores la temporada pasada. Sólo protegía el plato, justificaba su sueldo. Ningún pitcher puede permitir que un bateador haga lo que le plazca en el plato. Cualquier bateador que bateé en zona buena o en foul un lanzamiento afuera, debe aprender que no puede estar tan cerca del plato. Hacer que los bateadores te respeten es una de las maneras de pitchear. Jim aprendió eso.
Cuando yo pitcheaba, sabía eso. Algunas veces lanzaba a la cabeza de los bateadores, pero la mayoría de las veces apuntaba a un blanco por debajo de la barbilla. No trataba de pegarles en la barbilla, porque si lo hubiese querido lo hubiese hecho. Solo quería apartarlos del plato, sacudirlos. Cuando estaba en el montículo, estaba en mi trabajo. No me importaba si mi abuela estaba ahí.
Comencé a hacer que los bateadores me respetaran cuando jugaba en la Liga Cubana de invierno en 1945. Aquella era una Liga muy dura. Yo lanzaba para el Cienfuegos y un amigo franco-canadiense que jugaba con los Bravos, Roland Gladu, tambien estaba en el equipo. El fue golpeado por Herrera, un pitcher del Almendares, nuestro gran rival. Herrera era un zurdo que bateaba a la derecha. Cuando vino a batear lo golpeé en el hombro. Recuerdo que después de eso no pudo lanzar más. Tuve que proteger mi equipo y tuve que proteger el plato. Así son las cosas en el béisbol. Si a alguien no le gustaba lo que hacía en la lomita, él podía devolverme la moneda. Yo no era de esos tipos gritones del dugout que le gritaban al pitcher porque sabía que no tendría que enfrentarlo. Cualquiera que quisiera devolverme la moneda podía intentarlo.
Para mí, un lanzamiento adentro es tan importante como un buen cambio o una curva baja y afuera. Recuerdo un doblejuego contra los Cardenales en 1951, cuando jugaba con los Gigantes. Stan Musial bateó de todo contra nosotros. Leo Durocher estaba furioso en el dugout. "Muchachos, no repitan lo que hicieron hoy". Varias semanas más tarde abrí contra los Cardenales y le dejé saber el mensaje a Musial. Él era el tipo de caballero que comprendía esas cosas. Para golpear a Musial tenías que lanzar medio metro adentro. Lo golpeé en la cadera. Él soltó el bate y fue a primera base sin decir una palabra. Tienes que respetar a un caballero como ese. Musial, por cierto, fue el mejor bateador que enfrenté en toda mi carrera. El jugador más completo era Willie Mays, pero Joe DiMaggio me impresionó también, en lo poco que ví de él.
Además de tumbar a los bateadores, lucía como el tipo capaz de derribar a los bateadores. Decían que tenía una apariencia siniestra. Hablaban de mi barba negra, de lo blanco de mis ojos, la dureza de mi rostro. No puedo hacer nada con respecto a eso. Así soy yo. Nunca me afeitaba antes de un juego porque mi piel era muy sensible al sudor.
La forma como lucía, la forma como lanzaba, todo eso me ayudaba. Sacaba ventaja de todo. Si un bateador lucía algo retirado, con mucha precaución cuando venía a batear contra mí, bien. Me hacía más fácil el trabajo. Cuando un bateador llegaba al plato por primera vez lo miraba profundo a los ojos. Si me decía algo, podía intimidarlo. Si me decía algo más, me sonreía, volteaba hacia el centerfield mientras estrujaba la pelota en mis manos. Mientras frotaba la pelota ese bateador ignoraba lo que yo pensaba. Pero yo tenía una buena idea de lo que había en su mente.
Decían que yo era cruel. No era cruel, era competitivo. Jugaba para ganar. Fuera del parque era un tipo amigable. Me gustaba trabajar con los jóvenes. Me desvivo por los niños. Mi esposa Kay, y yo adoptamos dos niños. Pero cuando pitcheaba, ese era mi trabajo. Así era como ganaba el dinero para mi familia. Cualquiera con otro uniforme era el enemigo, yo estaba ahí para vencer al enemigo. Usualmente lo hacía. Yo era Sal el barbero. Afeitaba el plato y también algunos bateadores. Para mí eso es pitchear. Eso es béisbol.
Cada buen beisbolista sabe eso. Digo buenos peloteros porque algunos renuncian y se rinden. Yo nunca lo hice, ni siquiera cuando era obvio que estaba derrotado. Para mí era una vergüenza tener que salir de un partido, esperar que llegara el relevista y tener que caminar solo hasta el dugout. Pero ni en ese momento me rendía. Pensaba, "la próxima vez, ustedes bastardos, serán los avergonzados".
La peor caminata de todas fue en Polo Grounds. Tenías que caminar desde el montículo hasta el clubhouse que estaba en el centerfield. Todos te miraban por un buen rato. Recuerdo un juego, creo que contra los Cachorros, tenía problemas con mi espalda y me cayeron a palos. Salí del montículo, atravesé los jardines y subí al clubhouse de los Gigantes. Había un fanático recostado de la baranda junto a los escalones. "Epa Sal ¿te puedo hacer una pregunta? Miré al fanático y me dije 'que caray' "Seguro, adelante". Él me dice. "Sal ¿Qué estabas lanzando? ¿Balones de basketball?" Me tuve que reir. Grandes fanáticos los de los Gigantes.
En diez años de lanzar en Grandes Ligas, la mayoría de mis pitcheos estaban fuera de la zona de strike. No lanzaba un strike a menos que tuviera que hacerlo. Los bateadores quieren hacer swing, ellos harán swing a bolas malas. Duke Snider fue un tremendo bateador con los Dodgers, pero nunca tuve problemas con él, siempre comenzaba lanzándole una curva contra el suelo. El hacía swing y ya lo tenía en un strike. Otra curva baja y otro swing. Segundo strike. Para este momento Snider estaba tan desesperado que le haría swing a cualquier cosa. No representaba problema alguno, nunca descubrió lo que andaba mal.
Cuando Snider o cualquier bateador estaba en 0 y 2, lo tenía a mí merced. Dependiendo lo podía ponchar, obligarlo a dar un levadito o a batear un rolling. Yo trabajaba a los bateadores. Ellos eran el enemigo. Una vez en un Juego de Estrellas, Snider me dijo, 'Vamos a lanzar unas pelotas, quiero ver que me estás lanzando'. Me reí y me fuí. ¿Por qué razón tenía que mostrarle algo? El era un Dodger y yo un Gigante. Cualquiera que tuviera letras diferentes en su uniforme era mi enemigo. No me gustan los Juegos de Estrellas porque no es bueno ver a peloteros de distintos equipos hablando, fraternizando. Si un jugador de otro equipo tenía una esposa y ocho hijos hambrientos, o si lo iban a bajar a las menores a menos que empezara a batear, me tenía sin cuidado. En el béisbol no hay amistad. Juegas para mantenerte. En la Liga Cubana había un tipo de la misma contextura de Roy Campanella, se llamaba Robert Estalella. Jugaba en Grandes Ligas. Solía venir a hablar conmigo antes de los juegos. "Caramba Sal, eres un pitcher maravilloso. Tu curva se mueve. Eres grande". Me lo quedaba mirando. Cuando venía a batear le recostaba la pelota y lo tumbaba.
Cuando lanzaba, la única vez que miraba al bateador era cuando éste llegaba a la caja de bateo. Después no lo veía más. Podía distraerme. Me concentraba en el blanco.
Concentración y coordinación, eso es pitcheo. Siempre quería que el catcher trabajara en la esquina exterior del plato. Wes Westrum fue el mejor catcher que me recibió. También era un buen bateador, cuando podía empuñar el bate. Tenía las manos muy golpeadas porque se fajaba con todo detrás del plato. Se que Roy Campanella era muy bueno, pero cuando llegué a los Dodgers ya lo afectaban las lesiones y no se movía muy bien. Westrum era flexible. Con Westrum podías tirar la bola contra el suelo. Podías hacer cualquier cosa. El bateador nunca sabía lo que venía.
Un buen pitcher nunca lanza strikes, no hasta que es absolutamente necesario. Los buenos pitchers saben preparar a los bateadores. Hacen cosas que los fanàticos no ven o entienden. Whitey Ford era muy habilidoso, era un placer verlo lanzar. Joe Horlen, de los Medias Blancas de Chicago es una maravilla. Don Drysdale es un buen pitcher. Sandy Koufax lo fue. Los conocí desde muy jóvenes. Querían aprender. Larry Jackson: Ël no tiene miedo de lanzar adentro. Estos son pitchers pitchers. Algunos tipos prefieren no aprender. Sonny Siebert de los Indios de Cleveland tiene buen repertorio, pero he oido que es un cabeza dura. No hay muchos que tengan la idea de cómo lanzar. Conozco la Liga Americana. De 90, 100 pitchers, quizás haya 10, 15 o 20 que tengan una idea de en que consiste pitchear. El resto no lo sabe o no lo quiere saber.
Preparar al bateador es una destreza, un arte. Cada buen pitcher lo hace a su manera. Digamos que le lanzo a un bateador derecho por primera vez. No lo conozco, así que tengo mucho cuidado. Comienzo lanzándole una curva, baja y adentro. Algunos bateadores se van con el primer lanzamiento, como Bob Allison de los Mellizos, así que ¿para qué lanzarle un strike? El próximo pitcheo puede ser una curva, baja y afuera. Si el bateador le hace swing a las dos, probablemente lo ponga en dos strikes o lo obligue a rodar la pelota. Si no hace swing, la cuenta es 2 bolas sin strikes. Estoy en desventaja pero eso no me preocupa. Tengo control. La mayoría de los bateadores tiene problema con las curvas, ahora lanzo curvas en el medio del plato que rompen en la esquina de afuera. Sigo moviendo la pelota alrededor del plato, mordiendo las esquinas. Llevo la cuenta a 2 y 2. Ahora le lanzo una recta alta y adentro para que haga swing. Podría poncharlo con ese pitcheo. Podría estar ansioso de batear. Si no hace swing la cuenta llega a 3 y 2. Pero ahora lo he apartado del plato, y sé que puedo lanzar mi curva en la esquina de afuera. Strike tres y es out. Que venga el próximo.
¿Qué pasa si el bateador conecta una de esas curvas bajas y afuera? La respuesta es fácil. El bateador no tiene como batear esas pelotas, el próximo lanzamiento que envíe lo sacudirá y lo prevendrá de seguirse encimando. Realmente, nunca traté de recordar que pitcheo usé para hacer out a un bateador. Nunca recordaba la debilidad, pero recordaba la fortaleza, lo que bateó con autoridad. La próxima vez trataba de neutralizar la fortaleza del bateador, su poder.
Recuerdo cuando Goody Rosen me bateó un jonrón en 1939. Fue ante una recta baja y adentro. Aprendí de eso para el futuro. Después de eso siempre le lancé afuera y más nunca tuve dificultades con él. Recuerdo a Ralph Kiner en 1950. Le lancé tres bolas en curva y 2 strikes en curva. Westrum me pidió una recta. Parecía lo indicado, pero Kiner la sacó del parque. Me dije ¿Por qué lanzarle rectas a Kiner? En lo sucesivo le lancé puras curvas y rara vez me molestó.
Un bateador de rectas nunca consigue una de mí a menos que piense que sea el momento adecuado. Johnny Logan, quién jugaba campocorto para Milwaukee, me dijo una vez "Epa, cuando me vas a lanzar la recta?" Le dije, "Cuando me demuestres que puedes batear la curva". Al día siguiente lanzaba contra los Bravos y Logan vino a batear. De inmediato lo puse en 2 strikes con la curva, de repente pensé: este es el momento. Lancé una recta en el medio del plato, Logan estaba tan sorprendido que se quedó mirando el tercer strike. "Eres un bastardo", dijo. Me reí un buen rato.
Pero, excepto ciertas situaciones especiales, nunca se lanza en la zona de poder de un bateador. Fijense en Lou Brock en la Serie. Bateó como loco porque los pitchers de los Medias Rojas le lanzaron puros strikes. Pregúntenle a Dick Williams por qué. Él era el Rey Tut. Con una bateador como ese hay que lanzar alrededor de la zona de strike. Brock no batea así en la Liga Nacional. No debió batear así en la Serie. Los Cardenales casi resultan atropellados por no lanzarle con cautela a Yastrzemski. Debieron haber sido más inteligentes, lanzarle pelotas malas, pero ellos no creían que él era tan buen bateador. Él se los demostró.
Tuve un largo aprendizaje en pitcheo, en la Liga Mexicana, jugando béisbol independiente en Canadá. No llegué a ser un pitcher de Grandes Ligas hasta los 33 años. Lancé un no-hitter cuando tenía 39 años. Tenía confianza en mí mismo. Esa siempre fue mi marca. La gente siempre me decía "Caramba, fue muy malo que estuvieras 4 años fuera. Ahora tendrías un tremendo récord". Creo que mi record esta bien como está, 119 victorias, 62 derrotas, eso es casi .700 en porcentaje. Quizás no habría sido tan bueno si no hubiera ido a México.
Toda mi vida he sido competitivo. Me gustan los deportes. Mi padre fue mi fanático número 1, Él era de Foggia, Italia. Él tenía una venta de víveres en las cataratas del Niagara, donde nací el 26 de abril de 1917. Fui el único varón. Tenía 2 hermanas. Iba a la escuela de la treceava calle, luego a la South Junior High y a la Niagara Falls High School. Había todo tipo de personas en la vecindad, italianos, polacos, judíos. Cada muchacho venía de un hogar donde sus padres querían que progresara. Los Doctores, Odontólogos, muchachos del Club de Oficiales venían de esa vecindad. La competencia era fuerte, pero no era entre nacionalidades. Un año yo lancé, jugué primera y en los jardines para un equipo polaco en su mayoría. Siempre jugaba, si no tenía con quién jugar, lanzaba piedras hacia el río Niagara detrás de la planta eléctrica. Mi madre se preocupaba porque pensaba que yo jugaba mucho. Después de cenar me levantaba de la mesa e iba a la puerta de la calle. Me detenía, si oía a mis padres hablar, sabía que estaba a salvo y salía. O me iba al baño y salía por la ventana. Mi padre me consiguió un trabajo con un barbero, Frank Domonic. Se suponía que debía limpiar el cromo de las ventanas. Fui allí una sola vez, salí por el patio y nunca regresé.
Jugaba en todo tipo de juego. Solían evitar que lanzara pelotas a las muñecas en los carnavales de las cataratas del Niagara. Podían taparme los ojos y aún lanzaba un strike. Siempre me gustó el basketball. Un día de Año Nuevo había un juego de basketball. A un equipo le faltaba un jugador. Abandoné la mesa y fui a jugar. Mi esposa dejó de hablarme por varios días. Establecí una marca local de anotación en la Liga Muny, 61 puntos en un juego, y eso fue cuando los períodos eran de 8 minutos. Después de la secundaria tuve una beca para jugar basketball en la Universidad de Niagara. El entrenador. Taps Gallagher, me quería en el equipo, pero mi familia me necesitaba. Así que fui a trabajar en el departamento de embalaje de Union Carbide, donde mi padre tenía un empleo.
Jugué béisbol semiprofesional. Recuerdo que lancé un juego contra el gran equipo de las Ligas Negras, los Grays de Homestead. Josh Gibson, el catcher, me bateó un jonrón en ese juego. Antes del juego el dijo que iba a hacer eso. Garantizo que que si eso hubiera ocurrido cuando sabía más de pitcheo, él habría mordido el polvo. Después lancé con un equipo semipro contra los Monarchs de Kansas City y derroté a Satchel Paige 1-0. Él dijo: "Ese muchacho debería estar en las mayores".
Pero nunca pensé en las Grandes Ligas. Sólo me gustaba jugar béisbol. Hubo una ocasión en Lockport, N.Y, cuando fui observado en juego semipro por un tipo muy gracioso, Darb Whalen, quién pienso trabajaba para los Dodgers. Después del juego él me dijo: "Muchacho ¿estás estudiando?". Le dije: "Si". El dijo: "Sigue estudiando".
En 1937 gané 17 ó 18 juegos en semipro. Buffalo de la Liga Internacional me observó y firmé con ellos en 1938. Steve O`Neill era el manager. Fue como un padre para mí. Nunca había visto un juego profesional. No sabía nada. En mi primer trabajo como relevista me fui directo al montículo sin calentar. Así de poco sabía. O'Neill me dijo que había que ir al bullpen primero.
Aquel juego fue contra Newark, un tremendo equipo, con Buddy Rosar, Merrill May, Charlie Keller y Mike Chartak. Su promedio colectivo era de .350, cuando entré al juego tenían las bases llenas. No me batearon. Los caminé a todos, excepto a uno que le dí en la espalda. Tenía una gran curva, pero después de 4 ó 5 innings me derrumbaba. Era la inexperiencia. Perdí 2 juegos en un día ante Baltimore.
En 1940 fui al Jamestown de la Pony League. Pedí que me enviaran allí porque no estaba jugando mucho con Buffalo. Dejé marca de 3-4 con Jamestown, el próximo año en Elmira tuve récord de 20-15. Con el trabajo gané confianza. En el béisbol profesional no vas a ninguna parte a menos que trabajes.
Desde el principio trabajé con mi pié en el lado derecho de la goma. Verás lanzadores trabajando desde el medio de la goma, pero si eres derecho y trabajas desde el lado derecho, la bola va hacia el bateador en un ángulo que la hace más difícil de batear. Para hacerlo todavía más difícil, mantenía la pelota en el guante mientras hacía el wind up y lanzaba desde mi uniforme. Eliminaba una cantidad de movimientos innecesarios. Un pitcher tiene que lanzar alrededor de 130 envíos en un juego. Si se estira entre pitcheos. Si se dobla y estira sus hombros, está lanzando el mismo juegos dos veces. Se va a cansar. También aprendí a fijar mi ritmo. Si ganaba 4-0, podía quitarle un poco a los lanzamientos. Si ellos empezaban a batearme, podía regresar con mi fuerza para salir de la situación.
En el dugout siempre estaba pendiente del juego. Observaba a los bateadores. Observaba a los pitchers. Siempre hay algo que aprender. Cuando estaba con los Gigantes en 1951 estaba tan pendiente que podía decir cuando Billy Loes lanzaba recta o curva. Él mantenía la pelota oculta, pero cuando hacía el wind up de la curva pasaba el guante sobre la gorra. Cuando venía con recta pasaba el guante por la visera de la gorra. Eso nos ayudaba a vencer a los Dodgers. Antes de una serie Charlie Dressen se quejó en los periódicos de que los Dodgers no estaban esperando suficientes pitcheos. Leí eso y los caí a strikes. Después, cuando estaba con los Dodgers, agarré las señas que Birdie Tebbetts le daba al pitcher de Cincinnati. No era Tebbetts sino un jugador sentado al lado de él quién enviaba las señas. Eso pasó en una serie, luego Tebbetts cambió las señas.
Nunca usé la bola de saliva, aunque fui acusado de usarla. Sólo tenía una curva terrífica que podía romper de 3 formas distintas. Si hubiera usado la bola de saliva, lo admitiría ahora. No tengo secretos. De hecho no cualquier pitcher puede lanzar la bola de saliva. Para algunos no funciona. Otros la usan mucho. Jack Hamilton de los Angelinos lanza la bola de saliva tres cuartas partes del tiempo. La pelota con la que golpeó a Tony Conigliaro el año pasado fue una bola de saliva. El problema con la bola de saliva es que no sabes hacia donde va a romper.
Traducción: Alfonso L. Tusa C.
lunes, 9 de marzo de 2015
Sport Gráfico y aquella pasión semanal
Podían tener el examen más exigente de bachillerato, amanecer indispuestos, o tener que salir con papá para ayudarlo en una diligencia tempranera, de regreso mis hermanos subían a sus bicicletas y emprendían una endemoniada carrera que única la calle La Florida con la calle Las Flores, justo en la cuadra donde el carro de alquiler bajaba el paquete frente a la librería. Hablaban de la dirección de Monjas a Principal. Edificio Rialto Primer Piso o de Plaza La Estrella. Edificio Titania. Entrada “B”. Tercer Piso. San Bernardino, como si vivieran de toda la vida en Caracas. Y se referían a Delio Amado León, Enrique Hurtado, Francisco Camacho Barrios, Rodolfo Mauriello, Héctor Sepúlveda, Andrés Parodi y todos los colaboradores de la revista como si compartieran con ellos todos los días en las oficinas de la misma.
Sport Gráfico fue un fenómeno en el periodismo deportivo venezolano que complementó la información de las páginas deportivas de los diarios y redimensionó la presencia del deporte en la sociedad venezolana. Desde aquella primera aparición el 24 de febrero de 1965 en formato algo menor a las revistas de la época y con un accesible precio de 1,00 Bolívar, Sport Gráfico encendió el gusanillo de la afición deportiva y el gusto por los reportajes, entrevistas y análisis de calidad.
Edson Arantes Do Nascimento, Pelé, una fotografía blanco y negro, mientras ensayaba una jugada ante el Galicia F.C, ilustraba el primer número de Sport Gráfico. En la esquina inferior derecha decía “…¡Gustavo Gil es mejor que Pete Rose!...” El día que logré hojear aquel ejemplar en mis manos, experimenté la emoción intacta de mis hermanos una tarde de marzo, cinco días después de haber aparecido. Fotografías deportivas en pleno desarrollo y sobre todo los artículos de muchos de aquellos narradores que escuchaban en la radio. Esa tarde había ido a la hemeroteca para realizar una investigación completa de varios períodos cronológicos de un beisbolista y terminé encapsulado en el génesis, o lo que imaginé como tal, de la revista que hicimos una religión, ir cada jueves en la mañana a buscarla a la librería, sin importar si teníamos los tres reales, éramos capaces de comprometer el bolígrafo Parker que papá nos había obsequiado en el cumpleaños, aunque más tarde en el día regresábamos a la librería con la barbilla en el pecho y la cara de papá más afilada que una peinilla a reclamar el bolígrafo. Revisé cada detalle de cómo había empezado todo, Luis Musumeci en la Dirección, Francisco Camacho Barrios en la Jefatura de Redacción, Héctor Sepúlveda Jefe de Información, redactores: Calos Ortega, Rodolfo Mauriello, Ruben Mijares, Omar Buznego. Las oficinas estaban en el Edificio Central de la esquina Ibarras. En algún momento entre julio y diciembre de aquel 1965, Delio Amadeo León sustituyó a Musumeci en la Dirección de la revista y empezaron a llegar otros colaboradores, Luis Aparicio como columnista exclusivo, Ezra Dortolina también reportando el beisbol, Andrés Parodi en futbol, un enjambre de información que me hizo imaginar como serían todos aquellos números que nunca pude apreciar y que ahora intentaba encontrar como había hallado esta joya. Me enteré que en el Museo del Beisbol de Valencia tenían una colección parcial de la revista y por distintas razones se me ha dificultado esa visita, estos cincuenta años de la aparición de Sport Gráfico parecían una excusa más que valedera, más la agitación de esta actualidad se ha convertido en barrera inexpugnable.
Algo en la edición de la revista transmitía el compromiso y la determinación de realizar un trabajo de calidad, desde los textos que parecían creados justo a un costado del diamante beisbolero o detrás de la portería futbolística hasta el ángulo y la nitidez de las fotografías. Esa nitidez nos permitió sospechar hacia mediados de 1974, que Sport Gráfico vivía sus últimos días. Les preguntaba a mis hermanos porque los proyectos positivos tenían corta vida en el país. La única respuesta fue un par de hombros encogidos y una mueca de espantapájaros. Aquel jueves de mediados de mayo intenté decirle a papá que detuviera el Malibú anaranjado frente a la iglesia Santa Inés, solo que tenía pendiente una diligencia en una entidad bancaria. Me dijo que ya tendría tiempo de conseguir aquella revista. Casi saqué medio cuerpo por la ventanilla trasera, en el paraban del quiosco, el rostro del futbolista Gianni Rivera burbujeaba bajo el recuadro con letras blancas en fondo anaranjado de Sport Gráfico. Sobre la chaqueta azul de la selección italiana aparecían sus declaraciones sobre el inminente mundial de Alemania. Me escapé del Malibú y registré como siete cuadras de la calle Mariño y la Bermúdez en dos direcciones, cuando intentaba buscar en la tercera, papá me detuvo con mirada torva y me reclamó porque no lo había esperado en el carro. El resto de la tarde y los próximos días recorrí en vano todos los quioscos, librerías y quincallas. En todas partes me decían: “Eso voló hijo…es que se regó que ese era el último número de esa revista”.
Mis hermanos bromeaban conmigo porque seguía madrugando los jueves frente a la librería, me sentaba en un banco de la Plaza Montes a esperar que llegara el carro de alquiler, a eso de las ocho de la mañana un Ford Fairlane con dos manchas de masilla en el capó frenaba y salía el chofer, sacaba el paquete de El Nacional, el de El Universal, el de Meridiano, me emocionaba cuando templaba un bulto más pequeño y volteaba hacia las hojas secas de la plaza cuando reparaba que se trataba de Gaceta Hipica, desandaba las cuadras por la calle Flores, con muchas portadas en mi espacio visual, el casi no hit no run de Graciliano Parra, la maravilla del Látigo Chavez, los 21 ponches de Lew Krausse, las hazañas de Gene Brabender, Sandy Koufax y el Yom Kippur, los Orioles de 1966, el guante mágico de Dámaso Blanco, la dupla Tovar-Davalillo, el Sueño Imposible de los muchachos cardíacos de Boston, un pitcher llamado Bob Gibson, la medalla olímpica de Morochito Rodríguez, los estacazos de Clarence Gaston, la consagración de Enzo Hernádez, los Milagrosos Mets, la aspiradora de Brooks Robinson, la Serie del Caribe de 1970, el Mundial de Futbol México ’70, el campeonato nacional de Beisbol Juvenil de Cumaná en agosto de 1970, las hazañas de Mark Spitz y el septiembre negro de los Juegos Olímpicos, aquella fractura en el tobillo de David Concepción, la dinastía de los Atléticos de Oakland. De pronto tenía una gran investigación arqueológica de la que no quería salir para evitar la ausencia de aquel último número. Tenía el consuelo de todos aquellos ejemplares acumulados, los guardaba con celo bajo la cama. De vez en cuando escuchaba a mamá quejarse que esas revistas viejas solo traían cucarachas y chiripas. La miraba con ojos a punto de lluvia, intentaba decirle que esas revistas significaban mucho para mí, solo bajaba la cabeza y salía del cuarto. El hecho me sorprendió regresando de unas vacaciones de Cumaná, corrí a meter la mano bajo de la cama, quería sumergirme en otra expedición arqueológica, pero no tocaba nada, me lancé al piso y buceé hasta el fondo del polvo acumulado, solo había telarañas y el frío del granito. Allí me quedé sollozando el resto de la tarde.
Alfonso L. Tusa C.
Suscribirse a:
Entradas (Atom)