lunes, 14 de abril de 2014

Celebrar a Aaron, un verdadero tesoro norteamericano

Terence Moore. MLB.com. 08-04-2014 Atlanta.- Se parecía mucho al 8 de abril de 1974, cuando el mundo cambió para siempre respecto al número más significativo de los deportes. Primero, como fue hace 40 años, un estadio de Grandes Ligas de Atlanta estaba repleto el martes en la noche. No sólo que el hombre del momento en aquel entonces regresó para esta ocasión, y fue recibido otra vez con el mismo tipo de amor. Infinitos gritos de apoyo de personas llorosas de pie para la más larga ovación a la realeza del beisbol. Había algunas diferencias entre entonces y ahora. Esta es la mayor: Sin haber cometido falta alguna que lo incriminara, el hombre del momento solo era un héroe para algunos, luego de conectar el jonrón 715 de su carrera para convertir a Babe Ruth en solo otro tipo en la lista. Ahora, excepto para algunos un poco tocados en la cabeza, Henry Louis Aaron es considerado por las masas como alguien tan propio como izar la bandera el cuatro de julio y disfrutar el "Show de Lucy". Otras diferencias menores... El parque viejo era el Atlanta-Fulton County Satdium, que ha sido reemplazado por un estacionamiento adyacente al nuevo llamado Turner Field. Mientras aquella noche se recuperaba de una tarde lluviosa y fría, esta noche solo mostraba algo de frío luego de un día soleado. Principalmente, el hombre del momento en aquel entonces fue abrazado mientras daba la vuelta al cuadro con su número 44, luego de conectar un pitcheo sobre la barda del left-center field que se convirtió en el jonrón 715 de su carrera. La noche del martes, el mismo hombre del momento estuvo en una celebración en su honor antes del juego, usaba un traje marrón, chaleco gris y corbata dorada. Esta vez no hubo vuelta al cuadro. Se movió lentamente con una andadera, debido a una cadera reparada quirúrgicamente, hasta alcanzar el podio cercano al plato. Aaron tiene 80 años, pero excepto por esos dolores y achaques resultantes de resbalones en el hielo inclemente de Atlanta en febrero, su rostro y mente están tan frescos como entonces. He conocido a Hank Aaron por más de 30 años, y hemos conversado a menudo de cualquier cosa. Nunca lo oí mejor que hace pocos días, cuando habló en una entrevista exclusiva para CNN. Los temas fueron muchos. Dado que el béisbol esta temporada está en el espíritu del 715, enfoquémonos allí. Regresemos al cuarto inning del 8 de abril de 1974, en el Atlanta-Fulton County Stadium, donde Aaron hizo swing a un lanzamiento del pitcher de los Dodgers Al Downing durante el juego nocturno de los lunes, televisado a nivel nacional y miró a la pelota viajar hacia la historia. Muchas pequeñas-grandes cosas ocurrieron entre la carrera de Aaron hacia primera base y su llegada al plato. A pesar de la supuesta seguridad extrema, aparecieron aquellos dos jóvenes espectadores que saltaron desde la tribuna para acompañar a Aaron de manera arriesgada durante su trote desde segunda a tercera base. También se escuchó aquella serie de detonaciones. Provenían de los fuegos artificiales programados por los Bravos para celebrar el record. Aún así, el ruido fue preocupante al considerar que Aaron pasó una buena parte de su persecución de la marca de Ruth batallando ante una colección viciosa de correspondencia cargada de odio y amenazas de muerte. “Un muy buen amigo mío estaba en el departamento de policía en aquel momento, tres semanas antes de que ocurriera nada de esto, el alcalde para ese momento, Maynard Jackson, le había dicho que quería que él me cuidara las últimas tres semanas de la temporada”, me dijo Aaron durante la entrevista de CNN. “Y no sé si lo notaste, pero en las fotografías, (mi policía encubierto) tenía algo pequeño alrededor del cuello. Dentro de esa pequeña cosa estaba una pistola .32”. “Él me dijo, ‘Hank, no sabía que hacer cuando empezaste a correr las bases y esos dos tipos comenzaron a correr detrás de ti’, le dije, ‘Me alegra que no dispararas, porque esos dos tipos solo se divertían’. Ellos habían dicho que si bateaba un jonrón esa noche, se arrodillarían y saldrían a correr en el campo. Por eso le dijo, ‘Me alivia que no sacaras esa pistola’”. Así tambien se sintieron los dos tipos. Aaron rió, recordó otro momento más temprano en su persecución de la marca de Ruth, cuando él junto a cualquiera asociado a los Bravos, de veras pensaban que los fuegos artificiales eran otra cosa. “Pasó dos o tres veces en Montreal”, dijo Aaron. “A título de broma, (algunos aficionados de los Expos) prendieron una cantidad de fuegos artificiales (petardos) y los lanzaron al campo”. Entonces Aaron rió más, y agregó, “Tenías que haber visto a los peloteros moviéndose y escondiéndose durante el juego”. “Nadie se sentaba cerca de mí”. En contraste, todos en el hemisferio occidental deseaban rodear a Aaron hace 40 años luego que llegó al plato. Fue atropellado por compañeros, aficionados y reporteros. Para su placer, la persona que llegó primero fue su madre, Estella. Ella corrió desde su asiento al lado del padre de Hank, Herbert, para celebrar con su hijo que había evolucionado desde su juventud en el segregado Mobile, Ala., hasta llegar a ser el rey jonronero del béisbol 27 años después que su héroe, Jackie Robinson, rompió la barrera racial. Madre e hijo se abrazaron y abrazaron. “No hablamos mucho, porque ella me estaba apretando mucho”, dijo Aaron, riendo. “Yo casi no podía hablar, pero ella estaba feliz. Y yo también”. Aaron vivió algo similar el martes en la noche, cuando el hombre del momento sonrió tan a menudo y con tal brillantez que se podía decir que el 715 había aterrizado una vez más en la noche de Georgia. “Ustedes me aupaban entonces, y están aquí aupándome ahora”, dijo. “Estoy muy agradecido de eso”. Traducción: Alfonso L. Tusa C.