martes, 21 de mayo de 2019

Justin Evans, inspirador al enfrentar la adversidad, fallece a los 42 años de edad.

Bryan Marquard. The Boston Globe. 26 de abril de 2019. Para apreciar por completo las virtudes de Justin Evans, se podría empezar por donde él empezó, ayudar a otros en su niñez. Al esperar en una cola de supermercado con su madre y hermanos, oía a los compradores lamentarse de no tener suficiente dinero efectivo, entonces se registraba los bolsillos y les prestaba sus monedas a la edad de 6 años. “Desde el primer día, Justin fue un alma muy vieja”, dijo su madre, Susan. “Era la persona más buena y gentil que se hubiera conocido”. Había razones para ser cualquier cosa en vez de eso, incluyendo un diagnóstico infantil de neurofibromatosis, un desorden genético doloroso e incurable que causa tumores en el tejido nervioso, el cerebro y la médula espinal. La enfermedad también acortó su vida. Justin Evans, quien había vivido en Stoneham, tenía solo 42 años de edad cuando falleció el domingo de Resurrección en un hogar de cuidados. También había desarrollado un gioblastoma, tumor cerebral. Como si supiese que tendría pocos años para tocar las vidas de los que estaban a su alrededor, empezó a ser un ejemplo cuando era pequeño, un niño de fe quien años después se convertiría en devoto maestro de escuela dominical. Un día cuando eran niños, él y Marco Desiderio, un amigo cercano de Lynnfield iban para Fenway Park para ver al padre de Justin, Dwight Evans, jugar para los Medias Rojas. Su niñera se detuvo en un McDonald’s. “Estaba listo para hincar mis dientes en mi hamburguesa cuando él dijo: ‘Espera, tenemos que rezar’”, recordó Desiderio. “Dije, ‘¿Qué?’ Y él dijo, ‘En serio, tenemos que dar las gracias’. Dije, ‘Esto es un McDonald’s’”. Sin dejarse intimidar por lo que le rodeaba, Justin “lo hizo, rezó de corazón, ahí en el McDonald’s”, dijo Desiderio y añadió: “Fue el primer testigo de fe en Dios que tuve de niño, aparte de mis padres”. Despues que Justin falleció, uno de sus amigos habló con su padre “y dijo, ‘Sabe, Justin nunca dijo nada malo de nadie’”, dijo Dwight. “Entonces calló por 10 o 12 segundos, sus ojos se ensancharon y dijo de nuevo, ‘Se lo digo, nunca dijo nada malo de nadie’. Fue muy insistente en hablar de ese tema” Como adulto, tal era el caso cuando era joven, Justin siempre ayudaba en cualquier lugar que pudiese, en alma y corazón. Por muchos años, sus padres organizaron un torneo de golf para recaudar fondos y están involucrados en apoyar a la organización establecida en Burlington ahora llamada Neurofibromatosis Northeast. Ese grupo, el cual está afiliado con la nacional NF Network, trabaja para buscar tratamientos y cura para ese desorden genético. La familia Evans espera que aquellos quienes quieran recordar a Justin contribuyan con los esfuerzos de esa organización regional. Cuando la salud lo permitía, Justin siempre estaba listo para ayudar a sus padres o a Neurofibromatosis Northeast, y “por su cuenta, iba a cualquier evento que ellos tenían y trabajaba como voluntario”, dijo su madre. En la iglesia Calvary Christian de Lynnfield, mientras tanto, él enseñó en la escuela dominical por años y colaboró cuando la iglesia se expandió hacia otra comunidad. El pastor Brigham Lee, de la iglesia Calvary Christian, conoció a Justin en un viaje de misiones a Grecia hace varios años. “Tenía un gran corazón para los niños”, agregó Lee. “Le gustaba contarles de Jesús y compartir su fe, además de tener la oportunidad de compartir con otros en el cuerpo de voluntarios”. En la comunidad de la iglesia, como en otros espacios de su vida, “Justin hizo amigos”, dijo Lee. “Justin tuvo amigos en todas partes”. Nacido en 1977, Justin Dwight Evans fue el segundo hijo y el benjamín de la descendencia de Dwight M. Evans y Susan Severson Evans. Justin creció en Lynnfield, y su hermano mayor, Timothy, también fue diagnosticado con neurofibromatosis. Aunque el desorden es genético, Kirsten Evans, la hija mediana y hermana de Tim y Justin, no fue diagnosticada con el desorden, el cual a menudo es abreviado como NF. Tim, quien tiene 46 años de edad, ha experimentado 44 cirugías mayores a través de los años. En sus días de jugador activo con los Medias Rojas, Dwight a veces iba desde el hospital hasta Fenway Park para participar en un juego, luego regresaba al hospital para estar con un hijo o el otro. La fe de Justin fue fuerte desde el principio. “Siempre la llevaba en el corazón”, dijo su madre. “Y siempre rezaba”, añadió ella. “No tenía problemas, aún siendo un niño pequeño, se dirigía a los enfermos y rezaba por ellos”. Cuando Justin era pequeño, antes de mostrar los primeros síntomas de neurofibromátosis, siempre estaba listo para ayudar cada vez que podía, aún si eso significaba hacerse con un manojo de flores. “Si no me sentía bien”, dijo su madre, “él iba afuera y de pronto traía un manojo de dientes de león con la tierra aun colgando de las raíces”. Y entonces, de pronto era Justin quien no se sentía bien. A los 5 años de edad, recibió radiación para la neurofibromatosis, lo cual junto al tratamiento de un tumor afectó su glándula pituitaria, un efecto colateral que lo hizo el más bajo de su familia. Durante esas visitas al hospital, y en los tratamientos sucesivos, él se comportaba de manera afectiva. “Se dirigía a las señoras mayores y decía, ‘Usted luce muy bien hoy’”, recordó su madre. “Hacía reir a todos. Nunca estaba molesto o amargado”. Cuando Justin tenía 11 años de edad, resistió una cirugía de ocho horas para remover un tumor alojado en la base de su cráneo, en la parte superior de su medula espinal. “Casi falleció”, dijo su padre. “Estuvo fuera del sistema escolar por un año, y hubo que contratar un maestro para que fuese a darle clases en casa”, dijo su madre. “De nuevo, siempre tenía una gran sonrisa en el rostro, estaba feliz de hacer lo que hacía, nunca su quejaba”. Antes de esa cirugía, y años después de ella, Justin empezó a colaborar de vez en cuando en una tienda de memorabilia en una de las calles aledañas a Fenway Park, allí trabajaba para Eddie Miller. “Era un buen niño, de verdad lo era. Muy dedicado”, dijo Miller, y a veces quizás muy dedicado. Justin no quería que nadie se fuera con las manos vacías, no importaba si el cliente pagaba o no. Al notar a un cliente, Justin “empezaba a hablar con él, y de inmediato fraternizaba y le daba el mejor trato, porque le caía bien, porque era un buen muchacho”, dijo Miller, con una sonrisa. “Era muy bueno para las ventas”. Justin se graduó en la Lynnfield High School y en Curry College con un grado en comunicaciones. Trabajó para el Department of Transportation del estado, y por muchos años como anfitrión en el restaurante Capital Grille de Burlington. “Cuando íbamos al restaurante y lo veíamos, estaba fajado”, dijo Dwight. “Le gustaba resolver problemas. Le agradaban las personas”. Además de sus padres, quienes dividen su tiempo entre Lynnfield y Fort Myers, Fla.; su hermano, quien vive en Fort Myers; y su hermana, quien vive en Sudbury, Justin deja a los hijos de su hermana, Ryan, Michael, Alyssa y Darren Berardino, a quienes cuidó varias veces a través de los años. “Él es el padrino de Alyssa”, dijo Susan. “Los amaba y ellos lo querían mucho”. El gran corazón y la manera como siempre ofrecía apoyo, permanecieron constantes a través de la vida de Justin. “Lo sorprendente es que nunca cambió”, dijo su madre. “Si querías que él fuese a buscar a tu abuela, él se montaba en el carro y lo hacía. Cualquiera que le pidiera un favor, él se lo hacía”. Traducción: Alfonso L. Tusa C. 20 de mayo de 2019.