miércoles, 10 de diciembre de 2014
Al final de la maldición del Bambino Ruth, una bendición: Los Medias Rojas de 2004, deportistas del Año.
Tom Verducci. 31-10-2014.
Los Medias Rojas efectuaron la remontada más improbable de la historia del beisbol y liberaron a su largamente sufrida nación de aficionados
En honor al aniversario 60 de Sports Illustrated, Si.com esta reeditando en su totalidad, 60 de las mejores publicadas en la revista. La selección de hoy es "Deportistas del Año", la conmovedora historia de Tom Verducci sobre los Medias Rojas de Boston de 2004 y su impacto en toda una nación.
El cáncer habría matado a la mayoría de los hombres hace mucho tiempo, pero no a George Sumner. El nativo de Waltham, Mass., había servido tres años a bordo del USS Arkansas en la segunda guerra mundial, criado a seis hijos con mucho más amor que el dinero proveniente de reparar estufas, y veia desde su silla de cuero favorita frente al televisor, excepto las pocas veces que tuvo el dinero para comprar entradas para las gradas de Fenway, a sus Medias Rojas, quienes habían encontrado la manera de no ganar la Serie Mundial en cada uno de sus 79 años de vida. George Sumner sabía algo sobre la persistencia.
Los médicos y su familia pensaron que habían perdido a George la última Navidad, más de dos años después del diagnóstico. De alguna manera George sobrevivió. Y pronto, aunque todavía enfermo y afectado por la quimioterapia, la radiación y los viajes de ida y vuelta a los hospitales por semanas contínuas. George tenía aliento para decir, "Me parece que con Pedro y Schilling tenemos un cuerpo de lanzadores muy bueno este año. Por favor, espero que este si sea el año".
La noche del 13 de octubre de 2004, George Sumner que estaba perdiendo la persistencia. El televisor de su habitación en el Newton-Wellesley Hospital mostraba a Pedro Martínez y los Medias Rojas perdiendo ante los Yanquis de Nueva York en el segundo juego de la serie de campeonato de la Liga Americana, Boston había perdido el primer juego con Curt Schilling como abridor. Durante los cortes comerciales, Sumner hablaba con su hija Leah sobre que hacer con sus pertenencias personales. Solo unos pocos días antes, su esposa, Jeanne, le había dicho, "Si te molesta mucho el dolor, George, está bien si te quieres ir".
Pero Leah sabía cuanto quería George a los Medias Rojas, veía con cuanta atención él todavía seguía sus juegos y entendía que su padre siempre rápido con una sonrisa o un chiste, estaba motivado por algo.
"Papá, tu estás esperando a ver si ellos van a la Serie Mundial, ¿verdad?", dijo ella. "Quieres que ellos ganen la Serie ¿cierto?" Un brillo relumbró en los ojos del hombre enfermo y una sonrisa infló sus labios.
"No se lo digas a tu madre", susurró él.
En ese momento, a 30 millas de distancia en Weymouth, Mass., James Andrews se quejaba porque los Medias Rojas perdían otra vez pero encontró cierto alivio al saber que podría liberarse del conflicto que había temido por casi nueve meses. Su esposa, Alice, tenía el 27 de octubre como fecha para dar a luz. El cuarto juego de la Serie Mundial estaba programado para esa fecha. James era el tipo de atormentado aficionado que no podía ver el juego cuando los Medias Rojas llegaban al final del juego en ventaja, debido a una certeza crónica y dolorosa de que su equipo perdería la ventaja de nuevo. Alice no estaba feliz de que James se preocupara del posible conflicto entre el nacimiento y los Medias Rojas. Ella amenazó con prohibir su presencia en la sala de maternidad si Boston jugaba esa noche. "Patético" llamó ella la obsesión de él por el equipo. "No es mi culpa", diría Jaime, y se plegaba a defenderse mediante la herencia. "Eso se transmitió a través de las generaciones, de mi abuelo, a mi madre, a mí".
Bueno, pensó James mientras veía a los Medias Rojas perder el segundo juego, por lo menos no tendré que preocuparme de mi equipo en la Serie Mundial cuando nazca mi bebé.
Queridos Medias Rojas:
Mi novio es un fanático de toda la vida de los Medias Rojas. Él me dijo que nos casaremos cuando los Medias Rojas ganen la Serie Mundial... Vi cada pitcheo de los playoffs.
Firmado por una futura novia.
Las palabras más poderosas del idioma inglés son monosílabas: love, hate, born, live, die, sex, kill, laugh, cry, want, need, give, take, Sawx (Sox).
Los Medias Rojas de Boston son, por supuesto, una religión cívica en Nueva Inglaterra. Mientras una cuadrilla de trabajadores caminaba hacia el terreno de Fenway Park el pasado verano despues de un juego nocturno, uno de ellos encontró una botella plástica blanca con agua bendita en la grama del outfield. Había un mensaje escrito a mano en un costado. Go Sox. El punto culminante de la película del equipo de 2003, puntualizaba por el jonrón lapidario de Aaron Boone para que los Yanquis ganaran el séptimo juego de la serie de campeonato de la Liga Americana, fue bautizado: Todavía creemos.
"Tomamos las palabras directas del canon católico", dice el presidente del equipo Larry Lucchino. "No es Todavía creemos. Nuestra frase del año próximo es Esto es más que béisbol. Esto es Medias Rojas".
Aupar a los Medias Rojas es evidente a diario hasta en las páginas de obituarios, el mensaje definitivo de toda una vida. Cada día en toda Nueva Inglaterra, y algunas veces más allá, las esquelas fúnebres incluyen edad, ocupación, parroquia y alianza con los Medias Rojas. Charles F. Brazeau, nativo de North Adams, Mass., y veterano de la armada premiado con un Corazón Púrpura en la segunda guerra mundial, vivió sus 85 años sin ver a los Medias Rojas ganar la Serie Mundial, aunque casi lo hizo. Cuando falleció en Amarillo, texas, solo dos días antes que Boston ganara la Serie Mundial de 2004, el Amarillo Globe News le dedicó una elegía describiéndolo como un hombre quien "amaba a los Medias Rojas y a la cerveza barata". Descanse en paz.
Lo que los Medias Rojas significan para sus feligreses, y más aún, lo que el deporte en su máxima expresión significa para la cultura estadounidense, nunca fue más evidente que precisamente el 27 de octubre a las 11:40 pm. Para ese momento en San Luis, el cerrador de los Medias Rojas Keith Foulke, luego de fildear un roletazo, lanzó la pelota al primera base Doug Mienkiewicz para el out final de la Serie Mundial, el primer título mundial de los Medias Rojas desde 1918. Entonces el infierno en vez de romperse se congeló.
En toda Nueva Inglaterra, sonaron las campanas de las iglesias. Los hombres lloraron. Los poetas cantaron. Los convictos celebraron. Los niños corrieron a las calles. Las cornetas crujieron. Los corchos de la champaña explotaron. Los extraños se abrazaron.
Virginia Muise, de 111 años, y Fred Hale de 113, sonrieron. Virginia, quién mantenía una gorra de los Medias Rojas al lado de su mesa de noche en New Hampshire y Fred, quien vivía en Maine hasta que se mudó a Syracuse, N.Y. cuando tenía 109 años, eran aficionados de los Medias Rojas, quienes maldición aparte, habían nacido antes que el propio Babe Ruth. Virginia era la persona más longeva de Nueva Inglaterra. Fred era el hombre más viejo del mundo. Luego de tres semanas después de haber visto a los Medias Rojas ganar la Serie Mundial, ambos fallecieron.
Murieron felices.
En su nivel más básico, el deporte satisface la demanda del ser humano por retar sus aptitudes físicas. Y algunas veces, si es practicado lo suficientemente bien, se inspira a otros para que alcancen sus metas. Y después, en raras ocasiones, este puede cambiar la historia social y cultural de un país; cambia vidas. Los Medias Rojas de Boston de 2004 son ese tipo de ejemplo.
Los Medias Rojas son los deportistas del año de Sports Illustrated, un honor que pueden haber ganado aún si la magnitud de su logro atlético sin precedentes fuese todo lo que habría sido considerado. A tres outs de ser barridos en la serie de campeonato de la Liga Americana, ellos ganaron ocho juegos seguidos, los últimos seis sin nunca estar en desventaja. Su lugar en el panteón deportivo está asegurado; el San Judas de los deportes, el santo patrón de las causas atléticas pérdidas, su espíritu será invocado en los momentos más dificiles.
"Es la historia de la esperanza y la fe recompensadas", dice el vicepresidente ejecutivo de los Medias Rojas Charles Steinberg. "Hay que creer que esta es la historia que ellos van a contar a los niños de 7 años dentro de 50 años. Cuando ellos digan, '¡Que va, no puedo hacer esto! tu les puedes decir, 'Claro que puedes. Estos 25 tipos la tenían más dificil, y ellos pudieron. Tu también.'".
Lo que los hace deportistas innegables e inolvidables, es que su logró trascendió al estadio como no lo ha hecho ningún otro equipo profesional. Los Dodgers de Brooklyn de 1955 fueron el epílogo de una época dulce y especial de Estados Unidos. Los Tigres de Detroit de 1968 le dieron una necesaria alegría a una ciudad asediada por la rabia y la confrontación. Los Yanquis de 2001 le entregaron un lugar de reencuentro, una diversión, a una ciudad herida y triste. Los Medias Rojas de 2004 tuvieron un impacto más profundo porque su campeonato tardo mucho tiempo en fraguarse.
Este equipo de Boston conectó a generaciones, por primera vez, mediante la alegría en vez del disgusto, como un mortero emocional. Este equipo cambió la manera como las personas, criadas para esperar lo peor, pensaban en si mismas hacia el futuro. Y el impacto, como todas las cosas, en esa gran comunidad llamada Red Sox Nation, resonó desde las cunas hasta las tumbas.
La mañana despues a que los Medias Rojas ganaran la Serie Mundial, el sargento Paul Barnicle, un detective de la policía de Boston y hermano del columnista del Boston Herald, Mike Barnicle, salió de su guardia a las seis, compró una rosa roja en el mercado de flores de la ciudad, manejó 42 millas hasta un cementerio en Fitchburg, Mass., y colocó la rosa en la lápida de su madre y su padre, quienes estaban entre los muchos que no vivieron lo suficiente para ver ese campeonato.
Cinco días después, Roger Altman, antíguo diputado y secretario del tesoro en la administración Clintom, quien había nacido en Brookline, Mass., voló desde la ciudad de Nueva York hasta Boston con la portada laminada del ejemplar del New York Times del 28 de octubre (encabezado: "Los Medias Rojas borran 86 años de futilidad en cuatro juegos".) Manejó hasta la tumba de su madre, quién había fallecido en noviembre de 2003 a la edad de 95 años, cavó un hueco pequeño y allí enterró la portada del periódico.
Tales peregrinaciones hacia los fallecidos, comunes luego que los Medias Rojas conquistaron a los Yanquis en la serie de campeonato de la Liga Americana, se repitieron en todos los cementerios de Nueva Inglaterra. Los símbolos variaban, pero los sentimientos permanecían iguales. En el cementerio Mount Auburn de Cambridge, las tumbas fueron decoradas con banderines de los Medias Rojas, gorras, camisetas, pelotas, placas de automoviles y calabazas pintadas a mano.
Tan arraigada fue la reminiscencia de los fallecidos que varias personas, incluyendo a Neil Van Zile Jr. de Westmoreland, N.H., le rogaron al equipo para tener una placa oficial de los Medias Rojas en la tumba de sus queridos aficionados fallecidos, similar a los marcadores metálicos que el gobierno federal asigna a los veteranos. (El presidente del equipo Lucchino dice que lo va a considerar, aunque MLB tendría que licensiarlo).La madre de Van Zile, Helen, una aficionada de los Medias Rojas quien anotaba los juegos y llevó a su hijo al segundo juego de la Serie Mundial de 1967, falleció en 1995 a los 72 años.
"Hay miles de personas quienes lo querrían", dice Van Zile. "Mi mamá no llegó a verlo. No hay nada más que pueda hacer por ella".
Un día del año pasado Van Zile caminaba por un cementerio en Chesterfield, N.H., cuando la inscripción de una tumba lo detuvo. Blouin era el nombre de la familia cincelado en el mármol.Debajo de este decía Napoleon A. 1926-1986. En la parte baja, cerca de la tierra, estaba el lamento de toda una vida.
Condenados Medias Rojas.
Queridos Medias Rojas:
Gracias por la motivación.
Josué Rodas, Marine, 6th Motor Transport Company, Iraq.
Como copos de nieve en una tormenta llegaron los correos electrónicos. Más de 10000 de ellos llegaron al servidor de los Medias Rojas en los primeros diez dias luego que Boston ganó la Serie Mundial. Procedían de Nueva Inglaterra, pero también venían desde Japón, Italia, Pakistan y por lo menos otros 11 países. El edificio gubernamental de Nueva Inglaterra del siglo 21 era electrónico.
Hubo cartas de agradecimientos. Hubo cartas de amor. Las cartas estaban escritas como si fuesen dirigidas a miembros de la familia, y de hecho los Medias Rojas lo eran, a su desordenada e irreverente manera, un querido grupo familiar. ¿Como no podían los feligreses querer a una banda de personajes que se autodenominaban los "idiotas"?
El bateador designado David Ortíz, quién bateara tres jonrones para terminar juegos en la postemporada, era el Big Papi de la alineación y el clubhouse, con su amplia sonrisa tan representativa de este equipo como su bate. El jardinero izquierdo Manny Ramírez bateó como una máquina pero asumió el juego con una sonrisa de caimanera marcada en la cara, aún cuando se caía en los jardines. El melenudo centerfielder Johnny Damon hizo delirar a las mujeres y celebrar a los hombres, con su mirada de Nazareno, franela estampada y calcomanía de parachoques (WWJJDD: ¿Que haría Johnny Damon? y toca corneta si quieres a Johnny).
El primera base Kevin Millar, con su barba de Honesto Abraham Lincoln y su personalidad tonta, tuvo la disciplina para negociar el boleto ante el cerrador de los Yanquis Mariano Rivera que empezó la remontada de Boston en el noveno inning del cuarto juego de la serie de campeonato de la Liga Americana. El derecho Derek Lowe, otro melenudo excéntrico, se convirtió en el primer pitcher en ganar tres juegos decisivos de series de postemporada en octubre, Fouke, el tercera base Bill Mueller, el catcher Jason Varitek y el jardinero derecho Trot Nixon, el pelotero más antíguo en el equipo, conocido por su casco atiborrado de alquitrán de pino, aportaron el lastre de coraje y determinación.
El amor venía en los correos electrónicos que traían palabras de los soldados en Irak quienes usas parches de los Medias Rojas en sus uniformes, o gorras de camuflaje de los Medias Rojas, los símbolos de una nación dentro de una nación. Los cañoneros del 3er. Batallón del 11th Marine Regiment, construyeron un Fenway Park en miniatura en Camp Ramadi. Los soldados se levantaban a las 3 a.m para ver a los Medias Rojas en el televisor de la sala de conferencias de Camp Liberty en Bagdad, los juegos terminaban justo a tiempo para que se formaran las tropas y recibieran sus instrucciones diarias de batalla.
Una mujer escribió de visitar un templo antíguo en Tokyo, allí encontró este mensaje inscrito en un muro de oración:"Que los Medias Rojas siempre jueguen en Fenway Park, y que ganen la Serie Mundial en mi tiempo de vida".
Además de los correos electrónicos había cajas sobre cajas de cartas, fotografías, tarjetas postales, proyectos escolares y dibujos que siguen ocupando el pequeño espacio disponible en las oficinas de los Medias Rojas. La mayoría de las misivas mostraban profundo agradecimiento.
"Gracias", escribió Maryam Farzeneh, una estudiante graduada de Boston University desde Iran, "por ser otra razón para conectarnos mi novio y yo y amarnos. Él es aficionado de los Medias Rojas y se mudó a Ohio hace dos años. Hubo incontables noches cuando ponía el teléfono al lado del radio para escuchar el juego juntos".
Maryam nunca había visto un juego de beisbol antes de 1998. Ella sabía de la obsesión de sus familiares por los equipos de futbol. "Aunque debo admitir", escribió ella, "que no es comparable a la relación entre los Medias Rojas y los aficionados de Nueva Inglaterra".
Noche cerrada, y la niña descansa sobre su espalda en el asiento trasero de un sedan mientras este desde su hogar hasta Hartford. Ella mira las estrellas titilar entre los postes de madera de las líneas telefónicas que rítmicamente interrumpían su vista del cielo veraniego. Y está la compañía familiar de una voz grave en el radio del carro que narra el juego de beisbol de los Medias Rojas. El gran Ted Williams, el favorito de su madre, está al bate.
Roberta Rogers cierra sus ojos, y ella es esa niña pequeña de nuevo, y el mundo es de nuevo tan perfecto y lleno de posibilidades y maravillas como lo era en aquellas cálidos noches veraniegas mientras crecía en la Nueva Inglaterra de postguerra.
"Me rio cuando pienso en eso", dice ella. "No hay nada malo con las memorias. Nada".
Una vez por verano sus padres la llevaban a ella y su hermano, Nathaniel, a Boston para quedarse en el Hotel Kenmore y ver a los Medias Rojas en Fenway. A Nathaniel le gustaba operar las puertas de seguridad del ascensor del hotel, para a menudo dejar salir y entrar a los peloteros visitantes que se quedaban en el Kenmore.
"Mira", Kathryn Stoddard, su madre, dijo tranquilamenteun día mientras un caballero bien vestido bajaba del ascensor. "Ese es Joe DiMaggio".
Kathryn, por supuesto, despreciaba tanto a los Yanquis que nunca los llamaba así. Ellos eran siempre los condenadosYanquis, como si fuera una sola palabra.
"No teníamos mucho dinero", dice Roberta. "No teníamos vacaciones, no íbamos a la playa. Eso era todo. Íbamos al Kenmore, y veíamos a los Medias Rojas en Fenway. Todavía tengo las imagenes...las multitudes, el estadio, los sonidos, la sensación del cemento bajo mis pies, pasar los perros calientes hasta el último de la fila, la gran pared verde, el anuncio de Citgo, era verde entonces, apareciendo a la vista cuando llegábamos a Boston en el carro, nos decía que casi estábamos ahí..."
Roberta vive en New Market, Va., ahora, su madre vive cerca en un hogar de retiro. Kathryn tiene 95 años de edad y aún se hace una idea de las personas a través del interés de estas por el beisbol.
"Aceptables si apoyan a los Medias Rojas, sospechosos si no lo hacen, y si es un condenado fanático de los Yanquis, ni una palabra", dice Roberta.
El 27 de octubre, con dos outs en el cierre del noveno inning, Boston ganaba 3-0,Roberta caminaba en la sala, sus ojos se retiraron del televisor.
"Oh, Bill", le dijo a su esposo, "¡todavía pueden ser los Medias Rojas! ¡Todavía pueden perder este juego!"
No sin razón su madre los había llamado los Medias Nones todos esos años.
"Y entonces oi el rugido", dice Roberta.
Esta vez lo hicieron de verdad. Ganaron de verdad. Ella llamó a sus hijos y llamaron a "todos los que se les ocurrieron". Era muy tarde para llamar a Kathryn, pensó ella. La vista y el oido de Kathryn están fallando, de seguro estaba durmiendo a esa hora.
Roberta fue a ver a Kathryn a primera hora la mañana siguiente.
"Mamá, ¿a que no sabes que pasó?¡Tengo las mejores noticias! "¡Ganaron! ¡Los Medias Rojas ganaron!"
El rostro de Kathryn se iluminó con una gran sonrisa, levantó ambos puños en señal de triunfo. Madre e hija rieron y rieron. Como dos niñas pequeñas.
Queridos Medias Rojas:
Quiero sorprender a toda mi escuela y al director
Estudiante de un liceo de Maine, solicitando que el equipo completo visite su escuela.
"¿Es eso lo que pienso que es?"
El conductor del tren Acela de las 11:15 am que salía de Boston hacia Nueva York, Larry Solomon, había reconocido a Charles Steinberg y notó el tamaño de la caja que este llevaba.
"Si", replico el vicepresidente de los Medias Rojas. "¿Te gustaría verlo?"
Steinberg abrió la caja y reveló el trofeo de oro brillante del comisionado, el trofeo del campeonato de los Medias Rojas. Solomon, quién había sobrevivido a la leucemia y a apoyar a los Medias Rojas, contuvo las lágrimas.
Los Medias Rojas llevan el trofeo de gira para sus aficionados. Este día sale para Nueva York con una convocatoria de la Benevolent Loyal Order para los honorables sufridos viejos aficionados de los Medias Rojas, a.k.a. the BLOHARDS.
"Solo he llorado dos veces en mi vida", dijo esa noche Richard Welch de 64 años, y un BLOHARD. "Una cuando terminó la guerra de Vietnam y hace dos semanas cuando los Medias Rojas ganaron la Serie Mundial".
A cada lugar que va el trofeo alguien solloza al mirarla. Cada quien quiere tocarlo, como Tomás al comprobar las heridas de Jesús. Tocar es reconocido.
"Sus recipientes emocionales se han llenado todos estos años", dice Steinberg, "y el trofeo flota sobre ellos. Es una experiencia intensa, catársica".
¿Porqué? ¿Porqué debe ser tan intenso el vínculo entre un equipo de béisbol y las personas? Fenway Park es parte de eso, al ofrecer una continuidad física al vínculo, no solo porque el Big Papi se puede parar en el mismo cajón de bateo que Teddy Ballgame, sino tambien porque un hijo podría sentarse en la misma silla de madera como su padre.
"Tenemos nuestra historia trágica", dice el poeta Donald Hall, un nativo de Vermont quién vive en la casa donde su bisabuela vivi{o una vez.
Los Medias Rojas se especializaban, no como los Cachorros, en la miseria y la tristeza del beisbol sin esperanzas, sino en la agonía y el dolor. De hecho, la esperanza estaba en la cruel capacidad para romper corazones. Desde el equipo del Sueño Imposible de 1967 hasta la temporada pasada, los Medias Rojas han puesto sobre el terreno 31 equipos con record positivo en 37 años, en nueve de ellos llegaron a la postemporada. Era lo suficientemente buenos para crear dolor. "Probablemente son los crueles inviernos que tenemos en Nueva Inglaterra", explica Mike Barnicle. "Cuando los Medias Rojas reaparecen, es la temporada de regreso del sol, retorna la calidez y los asociamos con eso". "También, mucho tiene que ver con como el area es más estable en términos demográficos que muchos lugares. La gente no se va de Nueva Inglaterra. Se quedan aquí. Y otros vienen a estudiar en la universidad y se contagian de la fiebre de los Medias Rojas. La contraen a los 18 años y la llevan consigo cuando se van al mundo".
Si naces al norte de Hartford. no hay otro equipo de beisbol de Grandes Ligas que seguir, como ha sido desde que los Bravos se fueron de Boston para Milwaukee en 1953. Es un derecho de nacimiento del cual se aprende rápidamente la historia oral. El Bambino, Denny Galehouse, Johnny Pesky, Bucky Dent, Bill Buckner y Aaron Boone son los nudos de una cuerda, un antirosario incrustado en la memoria de cada hijo e hija de la nación.
"No he conocido nada parecido en mi vida", dice David Nathan, 34, quien como su hermano Marc, 37, aprendieron de la mano de su padre, Leslie, 68, quien aprendió de la mano de su padre Morris, 96. "Es muy dificil de ponerlo en palabras. Yo tenía 16 años en 1986, estaba sentado en la sala cuando la pelota pasó entre las piernas de Buckner. Teníamos la champaña lista, y te vuelves a sentar y miras incrédulo. "Yo estaba en el séptimo juego el año pasado y llevé a mi esposa. Le dije, 'Necesitas experimentarlo' Los Medias Rojas ganaban 5-2, y mi esposa me dijo, 'Tienen el juego en el refrigerador'. Le dije. 'No, que va. Que te lo digo, no han ganado hasta el último out'.
"Solía mirar a mi papá y no entendía porque lloraba cuando perdían o lloraba cuando ganaban. Ahora lo entiendo". A las 11:40 de la noche del 27 de octubre, David Nathan sostuvo una botella de champaña con una mano y un teléfono en la otra, su padre estaba al otro extremo de la línea. David gritó tan alto que despertó a su hijo de cuatro años, Jack, la cuarta generación Nathan quién junto a la hija de cuatro años de Marc, Jessica, conocerá un nuevo mundo de seguimiento de los Medias Rojas. La cadena de nudos está rota. La esposa de David grabó el momento con una video cámara. Dos semanas despues David se sentaría y escribiría todo en un largo correo electrónico, expresando su agradecimiento al dueño de los Medias Rojas John Henry.
"Como me dijo mi padre el día siguiente", escribió David, "él sintió como que una carga había sido levantada de sus hombros luego de tantos años".
Le leyó el correo a su padre por teléfono. Terminaba así: "Gracias otra vez y larga vida a la Red Sox Nation". David podía llorar a su padre en el teléfono.
"Es bueno saber que luego de todos estos años", dijo Leslie, "algo mío ha pasado a tí".
Era un minuto después de la medianoche del 20 de octubre, y Jared Dolphin, 30, había asumido su puesto de guardia del turno nocturno en el correccional Corrigan-Radgowski de Montville, Conn.,una prisóin de nivel IV, uno por debajo del máximo. El recluso de la celda más próxima a él había cumplido 10 años de una condena de 180 por matar la familia completa de su novia, incluyendo el perro.
Algunos de los reclusos usaban gorras hechas a mano de los Medias Rojas, una bandana de comisaría o pañuelo festoneado con un "B" icónica dibujada a mano. Técnicamente eran consideradas contrabando, pero las reglas se podían evitar si se trataba de aupar a los Medias Rojas en octubre. Unos pocos reclusos vieron el séptimo juego de la serie de campeonato de la Liga Americana en un televisor portátil de 12 pulgadas que habían comprado en la prisión por 200 $. Muchos recostaban sus rostros contra la pequeña ventana de la puerta de su celda para ver el juego en la televisión del grupo de celdas. Otros veían solo el reflejo de la televisión en la ventana de otra puerta.
Un aficionado de los Medias Rojas, Dolphin vio como Alan Embree retiró a Rubén Sierra de los Yanquis con un roletazo para completar la remontada más grande de la historia de los deportes. Dolphin empezó a llorar.
“De pronto el retén entró en erupción” escribió Dolphin en un correo electrónico. “Salté de inmediato y por instinto mi mano agarró la linterna. Aquello era un pandemónium, silbidos, gritos, golpes en los fregaderos, puertas cualquier cosa que encontraran los convictos. Esto estaba fuera del libro de reglas del recinto, así que me incorporé listo para hacer cumplir la ley. “Pero mientras estaba parado mirando alrededor, sentí algo más. Sentí esperanza. Aquí estaba, a menos de tres metros de los tipos que nunca saldrían de la prisión en sus vidas. El tipo de la celda a mi izquierda tenía 180 años de condena. No iba a ninguna parte en lo inmediato. Pero mientras lo veía gritar y golpear la puerta me di cuenta que el y yo teníamos algo en común. La esperanza de esa noche también iluminó su vida. Como aficionados de los Medias Rojas habíamos visto ocurrir lo imposible, y si ese sueño `podía hacerse realidad porque no otros.
“En vez de rodear el retén tratando de restaurar el orden, bajé la linterna y aplaudí. Mi aplauso se unió al escándalo que hacían y eso no se detuvo por cinco minutos. Aplaudí hasta que me dolieron las manos. Estaba aplaudiendo las posibilidades del futuro”.
El día después de la Navidad de 2003, Gregory Miller, 38, de Foxboro, Mass., un aficionado entusiasta de los deportes, especialmente de los Medias Rojas, cayó fulminado por un aneurisma. Dejó a su esposa, Sharon, dos gemelos de seis años y una hija de 18 meses. Sharon cayó en una tristeza y soledad indescriptibles.
Y entonces vinieron octubre y los Medias Rojas.
Sharon, solo una aficionada casual antes de entonces, se vio atrapada en el recorrido de postemporada del equipo. Ella llamaba a su madre, Carolyn Bailey, en Walpole,, como 15 veces durante el transcurso de un juego para quejarse, expresarse, preocuparse, condolerse y celebrar. Hasta hacía chistes.
“Mis ojos necesitaban palillos para mantenerse abiertos”, decía Sharon hacia el final de los juegos. “Más colirio. Necesito más colirio”.
Carolyn reía, y su corazón saltaba de ver a su hija divertirse de nuevo. No la había visto o escuchado así desde la muerte de Gregory.
“Fue la primera vez que empezó a reír de nuevo”, dice Carolyn.
“Los Medias Rojas le dieron algo que buscar cada día. Ellos se convirtieron como en parte de la familia”.
El día después que los Medias Rojas ganaron la Serie Mundial, Carolyn le escribió una carta al equipo. En ella hablaba de su hija. “Los Medias Rojas se convirtieron en su medicina en el camino de regreso de su tragedia. De parte de toda mi familia, les agradecemos desde el fondo de nuestros corazones”.
Leah Storey de Tilton, N.H., redactó su carta de agradecimiento a los Medias Rojas. Su padre había fallecido exactamente un año antes de que los Medias Rojas ganasen la Serie Mundial. Entonces su hermano de 26 años, Ethan, murió de una sobredosis accidental de drogas solo cuatro horas luego de ver con entusiasmo como los Medias Rojas ganaban el quinto juego de la serie de campeonato de la Liga Americana. Cuando los Medias Rojas ganaron la Serie Mundial, los amigos de Ethan y la familia salieron fuera de la casa de los Storey, gritaron de alegría, descorcharon una botella de Dom Perignon y miraron hacia arriba en busca de un eclipse lunar.
“Para nosotros, con la memoria de Ethan feliz en nuestras mentes, esos juegos tomaron un nuevo significado”, escribió Leah de la ruta de Boston hasta el campeonato. “Casi como si estos hubiesen sido jugado en su honor. Gracias por no desilusionarlo. No puedo expresar por completo el bienestar que sentíamos al verlos jugar noche tras noche. Eso no borró el dolor, pero lo alivió”.
El 25 de octubre los Medias Rojas estaban a dos victorias de ganar la Serie Mundial cuando los doctores enviaron a George Sumner a morir a su casa de Waltham. No había nada más que pudieran hacer por él. En casa, sin embargo, el estómago de George empezó a llenarse de fluidos, y hubo que llevarlo de vuelta al hospital. Los doctores hicieron lo que pudieron. Dijeron que estaba en tan malas condiciones que dudaban si podría sobrevivir el regreso a casa.
De pronto, con los ojos aún cerrados, George señaló hacia una esquina de la habitación, como si alguien estuviese allí, y dijo, “No, todavía no”.
Y entonces George regresó a su casa en Waltham. Leah sabía que cada día y cada juego eran preciosos. Ella rezó mucho por una barrida.
La mañana del cuarto juego, lo que resultó ser el momento más importante de la vida de Jaime Andrews, aficionado obseso de los Medias Rojas, llegó a ser “patético”; su esposa Alice, rompió fuente. Aquí estaba: el conflicto que Jaime había temido todo el verano. A las 2:30 p.m. él la llevó al South Shore Hospital, donde fueron recibidos por enfermeras que usaban camisetas de los Medias Rojas sobre sus indumentarias.
A las 8:25 p.m., Alice estaba en la sala de parto. Había un televisor allí. El juego estaba por comenzar en San Luis.
“Pongan el juego”.
Era Alice quien pedía que encendieran el televisor. Damon, el abridor de la alineación, entró a la caja de bateo.
“¡Johnny Damon!”, exclamó Alice. “Él bateará un jonrón”.
Y Damon, con su melena marrón emergiendo de la parte trasera de su casco de batear, la complació.
Los Medias Rojas ganaban 3-0, en la parte baja del quinto inning cuando los Cardenales pusieron hombre en tercera con un out. Jaime no podía resistir la ansiedad. Le dolía la cabeza. Tenía dificultades para respirar. Le brotaron rosetones alérgicos. Era mucho para él. Le pidió a Alice que apagara el televisor. Alice insistió en que lo vieran hasta el final del inning. Vieron a Lowe sortear la dificultad. Jaime apagó nerviosamente el televisor.
En casa en Waltham, George Sumner se dormía y despertaba. Sus ojos estaban alerta cuando el juego estaba en curso, pero cuando terminaba un inning el decía entre susurros, “Despiértenme cuando empiece el inning”. Cada vez nadie podía estar seguro si él abriría los ojos otra vez.
Los Medias Rojas mantuvieron la ventaja de 3-0, y el televisor se mantuvo apagado en la sala de parto del South Shore Hospital. A las 11:27 p.m. Alice parió un lindo niño. Jaime notó que el bebé tenía un inusual cabello largo que le llegaba a la nuca. Las enfermeras limpiaron y midieron al niño. Jaime todavía estaba nervioso.
“¿Puedo prender el televisor para ver como quedó el juego?” le preguntó a Alice.
“Seguro”, dijo ella.
Eran las 11:40 p.m. Los Medias Rojas saltaban unos sobre otros en el medio del diamante. Eran campeones mundiales.
George Sumner había esperado toda una vida par aver esto, 79 años, para ser exactos, los últimos tres batallando contra el cáncer. Reunió toda la fuerza que le quedaba en el cuerpo y en el susurro más alto que podía pronunciar, dijo, “¡Yipiii!”
Entonces cerró sus ojos y se durmió.
“Ese fue probablemente el último momento consciente que tuvo”, dice Leah.
George abrió sus ojos una vez más el día siguiente. Cuando vio que estaba rodeado por toda su familia, dijo: “Hola”, y se durmió por última vez.
George Sumner, ávido aficionado de los Medias Rojas, pasó a mejor vida a las 2:30 a.m. del 29 de octubre. Fue enterrado con honores militares el 2 de noviembre.
El día que George Sumner moría, Alice y Jaime llevaban a casa a un saludable bebé. Lo llamaron Damon.
Los peloteros no son científicos sociales o historiadores culturales. Todo lo contrario, ellos crean una fortaleza de abstracción en la cual todas la consideraciones que van más allá del juego son temidas como el veneno de lo que es conocido genéricamente como “distracciones”.
Los Medias Rojas no son de Boston; ellos proceden de todos los rincones de Estados Unidos y Latinoamérica, y viajaron a sus hogares reales inmediatamente luego de un gran y catársico desfile el 30 de octubre, durante el cual la vida normal de Nueva Inglaterra fue televisada por tres horas. (“¡Tres millones y medio de personas allí y 33 viendo por televisión!” se maravilló Steinberg).
Existe un desbalance odioso en nuestra relación con los atletas, como si estuviésemos mirando un espejo en una sola dirección. Los conocemos, los idolatramos, vestimos como ellos y de alguna manera creemos que nuestras acciones, aunque triviales, alterarán las de ellos, todo mientras ellos saben que estamos ahí pero en realidad no pueden vernos.
Howard Frank Mosher de Vermont estaba al norte de Maine en el verano de 2003 en un acto de firma de libros, durante el cual él habló de su próxima novela, Waiting for Teddy Williams, un relato en el cual los Medias Rojas (¿te imaginas?) ganan la Serie Mundial; él escuchó a un pequeño grupo de personas cantando en la parte trasera de la librería. Sonaban como, Johnny Angel, how I love him…
Mientras Mosher se acercaba notó que estaban cantando, Johnny Angel, how I love him…
¿Qué estaba pasando? Se preguntó.
“Estamos interpretando un encantamiento”, dijo uno de los hombres. “Damon ha estado en slump. Pensamos que esto funciona. Anoche bateó de 5-4”.
Locura. ¿Como podia Damon saber de esto? ¿Cómo podía cualquier pelotero de Boston saber que el reverendo William Bourke, un ávido aficionado de los Medias Rojas quien falleciera en su nativa Rhode Island antes del segundo juego de la Serie Mundial, fue enterrado el día después que Boston lo ganara todo, con una pelota conmemorativa de los Medias Rojas y el periódico de esa mañana adherido a su féretro?
¿Cómo podía Pedro Martínez saber que en la mañana del segundo juego de la Serie Mundial, Diane Connolly, su hijo de tres años, Patrick, y el resto de la congregación de la parroquia St. Francis of Assisi en Litchfield, N.H., oyeron al coro cantar una oración para los Medias Rojas luego del receso? “Nuestro Padre, quien trabaja en Fenway”, comenzaron los cantores. “Danos este día a nuestro Pedro perfecto; y perdona aquellos, como Bill Buckner; y llevanos lejos de la depresión…”
¿Cómo podía saber Curt Schilling que Laura Deforge, 84, de Winooski, Vt., quién vio cada juego de los Medias Rojas por televisión, muchos de ellos dos veces, volteó la tendencia de la serie de campeonato de la Liga Americana cuando ella encontró un gorra sortaria de los Medias Rojas, que tenía 30 años en su armario, luego del tercer juego? Laura la usó en todas partes por los siguientes 11 días, incluyendo el bingo. (Y todavía la usa).
“Solo he estado aquí un año”, dice Schilling, “y resulta impresionante ser parte de la relación entre la Red Sox Nation y este equipo. No la puedo entender. No puedo. Todo lo que puedo hacer es darle gracias a Dios por haberme bendecido con las herramientas que pueden tener un impacto en las vidas de las personas de manera positiva”.
Las vidas de estos peloteros han cambiado para siempre como profesionales. El cátcher de reserva Doug Mirabelli, será una celebridad dentro de 30 años si aparece en cualquier parte desde Woonsocket hasta Winooski. Los Medias Rojas de 2004 tienen un brillo que nunca desaparecerá o será superado.
La resonancia real de este campeonato, sin embargo, es lo mucho que cambió a las personas en la otra cara del espejo de una sola vía, poetas y convictos, padres e hijos, madres e hijas, moribundos y recién nacidos.
El amanecer que rompió en Nueva Inglaterra el 28 de octubre, el primero en la vida del pequeño Damon Andrews, fue muy distinto a cualquier otro visto en tres generaciones. Aquí empezó el nacimiento de una nueva Red Sox Nation, los hijos ya no llevaran las cicatrices y el dolor de sus padres y abuelos. Se sentía tan limpio y fresco como un d{ia de Año Nuevo.
El primer amanecer de Damon también fue el último en la plena vida de George Sumner.
“Fui a trabajar ese día”, dice Leah Sumner, “y tenía lágrimas en los ojos. La gente decía, ‘¿Él lo vio? ¿Él lo vio? Por favor dime que tu padre lo vio’ Ni tienes idea de cuanta paz le dio eso a mis hermanos y hermanas. Hubiera sido muy triste si él no lo hubiese visto”.
“Fue como una bendición. Una dama me dijo que él vivía y moría de la mano de Dios. No soy religiosa, pero él estaba bendecido. Si estaba sentado aquí, él reconocía que había algo muy fuerte ahí”.
“Fue el mejor año, y fue el peor año. Fue un año increíble. Le contaré a mis hijos y me aseguraré que ellos lo hagan con los suyos”.
La historia que ellos contarán no es solo la historia de George Sumner. No es solo la historia de los Medias Rojas de 2004. Es la historia del vínculo entre una nación de aficionados y su querido equipo.
“Ni siquiera es alivio”, dice Leah. “No, es como si fuésemos parte de esto. Es como si ellos no lo hicieron por ellos mismos o por dinero, sino por nosotros”.
“Es más grande que el dinero. Es más grande que la fama. Es como le digo a las personas. Hay tres cosas que deben saber de mi. Amo a mi familia. Amo la música de blues. Y amó al béisbol”.
Traducción: Alfonso L. Tusa C.
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