lunes, 27 de abril de 2015

Cuando los Dodgers jugaban en Brooklyn

29-12-2014. Alex Skillin. The HardBall Times. El beisbol es un deporte obsesionado con su historia, y consecuentemente, los aficionados obsesivos del beisbol con frecuencia se sorprenden mirando hacia atrás, a las épocas pasadas con una mirada prolongada. Lejos de las limitaciones del presente, el pasado puede ser visualizado con una luz diferente, habilitando la imaginación para ilustrar los detalles más escondidos. Como vivo en Brooklyn, mi mente a menudo regresa al período posterior a la segunda guerra mundial, cuando los Dodgers jugaban en la ciudad, y los equipos de Nueva York regían el universo beisbolero. (Los aficionados de los Yanquis todavía creen que esto es real hoy en día, pero era especialmente cierto en los ’40 y ’50). Desde 1947 hasta 1956, al menos un equipo de Nueva York apareció en la Serie Mundial cada año excepto 1948. Los Yanquis y los Dodgers se enfrentaron en seis ocasiones en el clásico de otoño durante ese período, y los Bombarderos del Bronx, como solían hacerlo, se llevaron a casa siete títulos de Serie Mundial. Los estadios también eran icónicos, reminiscentes de un tiempo y cultura deportiva diferentes por completo. Ebbets Field se levantaba en una esquina de la intersección de Bedford Avenue y Montgomery Street en Brooklyn. Yankee Stadium y Polo Grounds estaban a media milla uno del otro. “Se podía caminar desde uno hacia el otro en 15 minutos”, escribe el afamado escritor Roger Kahn en “The Era: When The Yankees, Giants and Dodgers Ruled the World”. Más allá de esto, las individualidades se erigían como gigantes en el paisaje beisbolero, su estatura ha disminuido casi nada seis décadas después. Joe DiMaggio se convirtió en una figura mítica antes que su carrera llegase a la mitad. La influencia de Jackie Robinson, por supuesto, trascendió al deporte. Y Willie Mays era el mejor pelotero de todos, alguien quién cubría la extensión del jardín central como nadie lo había visto antes. Hasta los managers, hombres como Casey Stengel y Leo Durocher, poseían su propio renombre e intriga. La década también se erige como un momento único en la historia estadounidense, un tiempo de esperanza cuando el país disfrutaba los frutos de su labor de post-guerra. Nueva York era un lugar feliz y confortable para muchos. “Estábamos seguros y optimistas y prósperos y pacíficos en nuestra Nueva York, la capital del mundo”, escribe Kahn. Las personas tenían dinero para gastar, y el beisbol tenía beneficios como resultado. De acuerdo a Kahn, los Yanquis de 1948, quienes terminaron terceros en la Liga Americana, establecieron una marca de asistencia para el equipo, recibieron más de 2 millones de aficionados esa temporada. Un año después, los tres equipos de la ciudad de Nueva York recibieron a más de 5 millones de aficionados combinados, aunque los Gigantes terminaron cerca del sótano de la Liga Nacional, y Ebbets Field era uno de los estadios más pequeños de las Grandes Ligas. ¿Cómo era crecer como aficionado al beisbol en la ciudad de Nueva York en esa época? Me pregunto a menudo. ¿Cómo se sentía ver un juego en Ebbets Field o en Polo Grounds? ¿Como era ver a Jackie Robinson convertir un sencillo en doble, con sus piernas levantado el polvo mientras se embalaba hacia segunda base? Mi tío lo recuerda. Él creció en Brooklyn durante ese período, era aficionado de los Dodgers a pesar del amor de su padre por los Gigantes. Ni siquiera la mudanza de la franquicia hacia Los Angeles pudo extinguir su simpatía por el azul de los Dodgers. “Siempre fui leal a los muchachos”, me dijo una tarde reciente en su apartamento de Manhattan (el emigró a través del East River). Antes del vuelo del equipo hacia el oeste, antes que Walter O. O’Malley se convirtiera en el hombre más despreciado de Brooklyn, los Dodgers eran un símbolo de la escena beisbolera de Nueva York, una alternativa a la realeza de los Yanquis. Como a muchos muchachos estadounidenses del pasado y el presente, el beisbol cautivó a mi tío, la actuación de los peloteros, estadísticas, artículos que servían de acicate a su joven imaginación. Él encontró todas las maneras en que podía seguir a los Dodgers. “Recuerdo llevarme un radio a la cama todo el tiempo, a escondidas de mis padres, y los radios no eran tan pequeños o portátiles en ese tiempo”, dijo él con una risa. “Y también pasaban algunos juegos por TV, pero es sorprendente la poca resolución de la imagen. Era una transmisión casi siempre desde un solo ángulo, con la cámara enfocando al pitcher y el cátcher, y luego seguían la pelota hacia donde fuese bateada”. De hecho, los estadounidenses empezaron a comprar televisores durante este período, el Clásico de Otoño fue el primero en ser televisado a los hogares estadounidenses. “En un sentido práctico”, escribe Kahn, “la televisión nació durante durante esa época”. Para ese momento la tecnología era primitiva, y la recepción no era para nada la que hemos disfrutado en décadas posteriores. Los aficionados aún preferían su beisbol en vivo. En 1950, los Dodgers y los Filis llegaron igualados en el tope de la clasificación al día final de la temporada, se enfrentaron en Ebbets Field por el banderín de la Liga Nacional. Más de 35000 aficionados fueron al estadio ese día, casi 3000 por encima de la capacidad y, de acuerdo a Kahn, muchos más se subieron al techo de un edificio residencial frente al estadio, similar a lo que hacen los aficionados en el presente frente a Wrigley Field. El juego fue transmitido por TV, pero como Kahn escribió, “En 1950, las personas preferían ver el beisbol en vivo, vivo y visceral y real, sin importar cuan distante o peligroso fuese el lugar”. Los periódicos también jugaron un gran papel en como los aficionados seguían y digerían el deporte. Los reportes no solo cubrían los juegos; también servían como los depositarios de los box scores y estadísticas. “Yo leía los box scores en los periódicos todos los días”, recuerda mi tío. “Los box scores no decían mucho entonces. Ahora se puede mirar un box score y determinar muchas cosas, pero recuerdo haber leído y seguido las estadísticas en los periódicos del fin de semana. Ahora ya no hay más esa información. The New York Times especialmente, tenía páginas y páginas de estadísticas para cada bateador y lanzador”. Por supuesto, los periódicos no son todo lo que ha cambiado en las décadas que han pasado desde que DiMaggio y Mays jugaban en Nueva York. Todo desde los precios de los boletos hasta la experiencia de los aficionados en el estadio hasta la manera como se ve y se sigue el deporte se ha transformado. Escuchar a mi tío hablar de asistir a juegos en Ebbets Field es un buen recurso para recordar cuantas alteraciones ha sufrido el deporte. “Recuerdo que los asientos más caros costaban tres dólares”, me dijo mi tío. “Sesenta centavos para la preferencia, tal vez 25 centavos para gradas. Había un poco más de asientos reservados. No siempre se llenaba el estadio, tenían buenas asistencias, y era un estadio pequeño. Era una caja de fósforo confinada a la cuadra donde estaba”. Al escribir acerca de Ebbets Field durante la Serie Mundial de 1947, en la cual se enfrentaron Dodgers y Yanquis, Kahn resalta la disparidad de ese estadio con Yankee Stadium: “Con la mitad de la capacidad de Yankee Stadium, la multitud hacia el doble de ruido. Globos de color flotaban en las mallas. Un dirigible flotaba sobre el infield, casi oscurecía al abridor de los Yanquis Bobo Newson con su sombra. La multitud saltaba”. Los jugadores también tenían una relación diferente con los aficionados. No eran tan distantes e indiferentes como lo son ahora. Mi tío y sus amigos solían frecuentar la entrada de los peloteros a Ebbets Field, buscaban autógrafos o mirar de cerca a sus peloteros héroes. Los niños llevaban tarjetas postales con su dirección e intentaban colocarlas en las manos de los peloteros mientras entraban y salían del clubhouse, con la esperanza de que fuesen autografiadas y devueltas por correo. “Ya no los ves más, no ves a los peloteros”, dijo mi tio de la actualidad. “Pero antes los veías bien de cerca. Veías como algunos de ellos eran grandes y saludables. Recuerdo a Roy Campanella específicamente. Era rudo, siempre seguía de largo. Algunos de ellos se paraban y hablaban, y otros seguían su camino”. El pelotero favorito de mi tío era Jackie Robinson. Él admite tener algún sentido del gran significado de Robinson en el fondo de su mente, pero principalmente lo impresionaba lo rápido y agresivo que era Robinson, como retaba a los pitchers cuando estaba embasado. La velocidad de Robinson le dio una nueva dimensión al juego; hacía cosas que muchos aficionados nunca habían visto. Una vez, mi tío vio a Robinson salir del clubhouse luego de un juego en Ebbets Field. Corrió detrás de él, con una tarjeta postal en la mano, y ya sea por su velocidad de piernas y determinación o por la amabilidad de Robinson, el jugador se detuvo y se volteó. Mi tío recuerda hacer contacto visual con Robinson y entregarle la postal, un muchacho impresionado por ver de cerca a su pelotero favorito. “Ese fue mi momento con Jackie”, dice él, una sonrisa revela la maravilla que difícilmente ha disminuido seis décadas después. Después recibió la postal por correo con el autógrafo de Robinson y desde entonces lo ha guardado. Mientras la era retenía una calidad atemporal, un sentido de legado persistente que continuó en los años posteriores, las señales de cambio persistían. La novedad de la televisión no llevó a una transformación inmediata, pero para el fin del dominio de Nueva York en el beisbol en 1957, la proliferación de televisores en hogares estadounidenses redujo la asistencia a los estadios. Desde 1947 hasta 1957, “la asistencia en los tres estadios de Nueva York cayó desde 5.6 millones hasta 3.2 millones”, de acuerdo a Kahn. Este decrecimiento en asistencia no significaba ninguna caída de la popularidad del beisbol entre los ciudadanos estadounidenses. Esto demostró el creciente poder de la televisión, y un nuevo medio a través del cual los dueños podrían generar ganancias. Para 1955, escribe Kahn, “los Dodgers ganaron 787.155 $ por derechos de radio televisión local, 250.000 $ más que los salarios combinados de sus jugadores”. La Serie Mundial, también, fue transmitida de costa a costa por primera vez en 1951, lo que significaba que el alcance de equipos como los Dodgers, Yanquis y Gigantes ahora se extendería mucho más allá de las avenidas y puentes de la ciudad de Nueva York. Estas nuevas oportunidades de dinero se convirtieron en el principal motivo de Walter O’Malley para decidir mudar a los Dodgers hacia Los Angeles luego de la temporada de 1957. O’Malley quería un estadio nuevo en Brooklyn (específicamente donde está ahora el Barclays Center en Atlantic Ave.), pero la ciudad lo rechazó, en su lugar le ofrecieron un lote de terreno en Queens, donde ahora juegan los Mets. Si O’Malley se habría quedado en Brooklyn si le hubieran permitido el nuevo estadio en el lugar que deseaba, sigue siendo una pregunta abierta. Los Dodgers (y los Gigantes) se fueron hacia California sin contemplaciones, dejando atrás un saldo de más de dos millones de aficionados de los Dodgers despechados. Para mi tío, seguir a los Dodgers se hizo casi imposible fuera de los box scores de los periódicos. Los juegos de la temporada regular no eran televisados nacionalmente, y él reconoce “una gran parte de nuestras vidas” simplemente dejó de existir. Pero él nunca cambió su alianza, “un aficionado de los Dodgers no se cambiaría a los Yanquis”, dice él. Y cada vez que el equipo viajaba al este, hacia Filadelfia o eventualmente Nueva York cuando los Mets llegaron a la ciudad, mi tío iba a verlos. Hasta tuvo la fortuna de ver a Sandy Koufax lanzar un sin hits ni carreras ante los Filis en Connie Mack Stadium en 1964. Mirar hacia ese período, cuando los Dodgers, Gigantes y Yanquis dominaban la escena del beisbol, la singularidad de ese tiempo, sus personajes únicos, sus preciados estadios y héroes, es impresionante. Esa era sirve como un recordatorio de cuanto han cambiado los Estados Unidos y el beisbol en 60 años. Ebbets Field y Polo Grounds desaparecieron, y el viejo Yankee Stadium, que alojó a Ruth, Di Maggio y Mantle, ahora es un estacionamiento. Pero estudiar al deporte durante este período también valida el papel que el beisbol siempre ha jugado en Estados Unidos. El beisbol, entonces y siempre, sirve como un escape para la sociedad, un campo de juego en el cual los aficionados viejos y jóvenes, pueden proyectar sus sueños y su imaginación. Los héroes todavía están hechos de hombres uniformados, el sonido del bate aún es aupado por multitudes jubilosas, y la grama permanece tan verde como siempre. Traducción: Alfonso L. Tusa C.

No es más un niño prodigio, Theo Epstein mantiene la intensidad

Christopher L. Gasper. The Boston Globe. 15-04-205. Chicago—Su cabello es más gris. Tiene dos hijos pequeños y un equipo en reconstrucción con tres años seguidos terminando en el quinto lugar. A los 41 años, él no es un niño prodigio, está mas cerca de los 50 que de los 30.Pero Theo Epstein tiene la misma intensidad, pasión y visión que tuvo durante sus días como gerente general de los Medias Rojas. Epstein salió de los Medias Rojas, sin el desaguisado del disfraz de gorila y en buenos términos, luego de la tumultuosa y desastrosa temporada de 2011, para tratar de rescatar a otra fanaticada a dolorida, la de los Cachorros de Chicago. Es difícil de creer que ya hace cuatro años que Theo se fue. En Boston, él fue el JFK (John F. Kennedy) de los gerentes generales, joven, carismático, uno de nosotros. Epstein, quién armó dos equipos campeones de Serie Mundial y acabó una maldición de 86 años, está tratando de replicar ese éxito en Chicago. Lo está haciendo a su manera con sus viejos amigos Jed Hoyer (gerente general de los Cachorros) y Jason McLeod (jefe de desarrollo de peloteros) y sin tener que alimentar al monstruo (verde). También contrató a Manny Ramírez como asesor de bateo y a Kevin Youkilis como asesor de scouts. Él piensa que su equipo llegará a la cúspide a la vuelta de la esquina, todavía sigue a los Medias Rojas, y no se arrepiente de la decisión controversial de enviar al próximo astro del beisbol, Kris Bryant, de vuelta a AAA, en vez de alinearlo en Wrigley Field el día inaugural. Epstein está entrando a la fase donde los aficionados de Chicago necesitan ver algunos resultados del salvador. En las primeras tres temporadas de Epstein en Chicago, solo los Astros perdieron más juegos (310) que los cachorros (286). Los aficionados de los Cachorros han esperado 107 años por otra Serie Mundial, pero no son tan pacientes. Por eso los Cachorros le dieron un contrato de 155 millones de dólares a Jon Lester, emplearon a Joe Maddon como manager, y trajeron veteranos como David Ross y Jason Motte. Antes de perder este martes en la noche, los Cachorros estaban dos juegos por encima de .500 por primera vez desde 2009. “En realidad estamos algo adelantados en el calendario”, dijo Epstein desde un palco de lujo en Wrigley la semana pasada. “Reconstruir en beisbol a menudo…desde el momento cuando se hace el primer diagnóstico, puede tomar cuatro, cinco o seis años, es algo duro de hacer en cualquier parte, ni hablar de los grandes mercados. Estamos muy contentos, no todo ha salido exactamente de la manera que queríamos, pero muchas cosas han salido a nuestro favor”. “Hemos sido capaces de acumular bastante talento joven en los tres últimos años, y ponernos en una posición como organización donde el equipo de Grandes Ligas está empezando a pasar del modo adquisición de talento puro hasta el modo donde somos realmente competitivos. Es agradable estar en camino a esa transición. Sabemos que todavía no hemos andado el camino completo. Este no va a ser nuestro mejor equipo, pero pensamos que va a ser un equipo muy competitivo”. La construcción de los Cachorros por Theo y Cia. Refleja la reconstrucción de Wrigley Field. Los Cachorros tampoco tratan de esconderse. Es un trabajo en proceso merecedor de una señal de perdón por nuestra apariencia. Wrigley es un gran lugar de construcción. En Chicago, Epstein, McLeod y Hoyer han construido la máquina para desarrollar jugadores y scouts que Epstein dijo que iba a construir en Boston en noviembre de 2002, cuando era el gerente general más joven de la historia de las Grandes Ligas con 28 años y 11 meses. Baseball America nombraron a los Cachorros la organización con el mejor sistema de granjas del beisbol (los Medias Rojas fueron segundos). Los Cachorros tienen una pléyade de prospectos talentosos. Jorge Soler ya está en el jardín derecho. El jugador del cuadro Javier Baez debutó en Grandes Ligas la temporada pasada. El shortstop Addison Russell está en AAA con Bryant, quienes según muchos, deberían estar en las mayores ahora mismo. “Siempre se está construyendo”, dijo Epstein. “Pero ciertamente este es uno de los grupos de jugadores de talento joven más impresionante que haya visto. Los Medias Rojas siguen competitivos por esta razón. Es muy agradable ver esos dos sistemas como dos de los más talentosos del beisbol”. “Si, eso es algo por lo que siento pasión, seleccionar y desarrollar. Más aún, es imposible ganar por cualquier período de tiempo en estos días sin hacerlo bien de manera consistente. Eso siempre será un foco”. Epstein todavía mantiene contactos con su viejo equipo, Como puntualizó, su familia aún vive a media milla de Fenway Park en Brookline. Creció como aficionado de los Medias Rojas, “imaginando lo que harían los managers”, como dijo cuando fue promovido a gerente general de los patirrojos en 2002. Él remarcó los nombres de Mookie Betts, Blake Swihart, y Henry Owens, miembros del draft final de la administración Epstein en Boston.. Él dijo ue el equipo está en muy buenas manos con el actual gerente general Ben Cherington y los muchachos de operaciones de beisbol, quienes tienen un Serie Mundial y dos últimos lugares en su cuenta. “Pienso que ellos están verdaderamente bien posicionados para un éxito de larga duración”, dijo Epstein. “Siempre mantengo el sueño de ver jugar a esos muchachos en octubre algún día. Sería muy divertido”. No hubo mención de las presiones internas de la alta gerencia que pudieron haber acelerado la salida de Epstein de Yawkey Way. Le preguntaron a Epstein si el tipo de recompensa en la que se ha comprometido por desmantelar y reconstruir fuese posible en el crisol de Boston. La respuesta es no. “No lo sé. Probablemente, no en una manera tan unilateral”, dijo. “Me refiero a que lo más cerca que estuvimos de eso fue al ganar la Serie Mundial de 2004. Eso nos dio un colchón para esperar por el desarrollo de algunos muchachos que nos ayudaron a ganar en 2007. Entonces obviamente traté de ser transparente con una temporada puente, y las coas se complicaron, en un suspiro”. Touché, Theo. Hay muchos paralelismos entre los Medias Rojas previos a 2004 y los Cachorros. Parece que la organización de los Cachorros estuviese calcando las huellas del éxito de los Medias Rojas desde preservar un estadio sagrado hasta usar a Epstein para armar un ganador. Pero Epstein dijo que las ciudades y sus bases de aficionados tienen mentalidades diferentes. El fatalismo que infectaba a Fenway durante los 86 años de sequía de Serie Mundial no existe en los Friendly Confines. Él bromeó con que le tomó un tiempo ajustarse a la sensibilidad de los Midwestern. “Cuando vine al mediooeste, me sentí un poco foráneo”, dijo él. “No podía creer cuan agradables eran todos. Tuve que mudarme al mediooeste para darme cuenta que yo era el loco. Pero ahora lo aprecio. Hay sensibilidades diferentes en las diferentes regiones del país”. Epstein es feliz en Chicago, al cual llama un lugar increíble, pero no contento. Aún tiene mucho trabajo por hacer si quiere tener éxito donde muchos hombres de beisbol han fallado desde 1908. Pero la próxima vez que uno de sus equipos juegue en octubre, Epstein lo apreciará más. Ese es el consejo que le ofrecería al Theo de 28 años, mira hacia adelante y disfruta el camino. “Eso se va en un tris, especialmente los octubres. No pienso que saboreé lo suficiente los octubres”, dijo Epstein. “Estaba tenso con cada lanzamiento. Algunas veces cuando veo esos juegos en ESPN Classic o lo que sea, es como si nunca hubiese estado ahí. Los octubres solo parecían un soplo. Solo hay que disfrutarlos más. Siempre hay algo por lo que preocuparse en el beisbol, por eso no hay que dejar que los buenos tiempos pasen sin detenerse a disfrutarlos a plenitud”. Epstein ya no es un joven maravilla, es solo otro hombre de beisbol con un plan que puede funcionar o no. Traducción: Alfonso L. Tusa C.