domingo, 19 de noviembre de 2017

Jim Landis, Estrella Defensiva de los Medias Blancas ganadores del banderín, fallece a los 83 años de edad.

Richard Sandomir. The New York Times. 10 de octubre de 2017. Jim Landis, el rápido jardinero central cuyas destrezas defensivas, comparadas varias veces con las de Willie Mays, fueron claves para que los Medias Blancas de Chicago ganaran el banderín de la Liga Americana en 1959, falleció este sábado 7 de octubre en Napa, Calif. Su hijo Craig, un agente de peloteros, dijo que la causa fue cáncer. Cuando Landis llegó a los llamados Go-Go White Sox en 1957, fortaleció una defensa central formidable, con Nellie Fox en segunda base, Luis Aparicio en el campocorto y Sherm Lollar en la receptoría. Landis cometía pocos errores, lideró la Liga Americana tres veces en dobleplays realizados por un jardinero central y ganó el guante de oro cada temporada desde 1960 hasta 1964. Era conocido por hacer que las atrapadas difíciles lucieran fáciles y por capturar pelotas que parecían jonrones. “Pienso que tal vez Landis tiene mejor anticipación que cualquiera en la actualidad”, dijo Bill Veeck, el dueño de los Medias Blancas en una entrevista con The Chicago Tribune en 1959. “Él atrapa pelotas que yo sé que eran dobles o triples”. Pero como jugador de ligas menores, Landis había aprendido que su velocidad no era suficiente para convertirlo en un gran jardinero; necesitaba ayuda. Así que durante el entrenamiento primaveral trabajó con Johnny Mostil, un instructor quien había sido jardinero de los Medias Blancas en la década de 1920. Mientras les bateaban elevados y líneas, Landis partía con Mostil con el sonido del batazo. Mostil le dijo a The Des Moines Tribune, “Él miraba hacia arriba con yo lo hacía y se detenía cuando yo lo hacía para atrapar la pelota o para estar en posición de tomar el rebote desde la grama o la pared”. La práctica funcionó bien para Landis. Veeck y Ted Kluszewski, el toletero quien jugó con Landis al final de su carrera, estuvieron entre aquellos que declararon que su calidad defensiva era equivalente a la de Mays. Landis, al hablar con White Sox Interactive en 2003, dijo que solo supo de esas comparaciones despues, cuando leyó que algunos jugadores de los yanquis habían dicho que él “convertía triples en dobles y dobles en sencillos”. James Henry Landis Jr., nació el 9 de marzo de 1934, en Fresno, Calif. Su padre fue obrero industrial, su madre, Maida, era ama de casa. Fue firmado por los Medias Blancas por 2.500 $ después de su primer año en Contra Costa College en San Pablo, Calif. El bateo de Landis no estaba al mismo nivel de su fildeo. Su promedio de bateo fue solo .212 en su temporada de novato, pero mejoró a .277 el año siguiente. En 1959 bateó para .272, con cinco jonrones y 60 carreras empujadas. En la Serie Mundial de ese año, contra los Dodgers, bateó siete imparables en 24 turnos al bates para .292 de promedio. En el quinto juego, en Los Angeles Memorial Coliseum, perdió una pelota en el sol, una marfilada que encendió un ataque de los Dodgers. Pero el ataque se atascó, y Chicago ganó 1-0. “Todos dicen que la pelota me golpeó, pero aun pienso que rebotó frente a mí”, le dijo Landis a The New York Times en 1961. Me cegué con el sol y el fondo de camisas blancas”. Ese estadio, dijo, “fue el peor en el que jugué”. Los Dodgers ganaron la serie en el próximo juego, en Comiskey Park en Chicago. Landis fue cambiado a los Atléticos de Kansas City en 1965 y también jugó en Cleveland, Houston, Detroit y Boston. Al retirarse, trabajó para una compañía de seguridad, de la cual se hizo socio. Además de su hijo Craig, le sobreviven su esposa, cuyo nombre de soltera era Sandra Foster; sus hijas, Vicki Robinson y Michele Stafford, otro hijo, Michael, cinco nietos, y su hermana, Ann Proctor. En 2000, Landis fue elegido por los aficionados para el equipo del siglo de los Medias Blancas, junto con Fox, Aparicio y los jardineros Shoeless Jackson y Minnie Miñoso. Traducción: Alfonso L. Tusa C.

viernes, 17 de noviembre de 2017

Bobby Doerr, segunda base de los Medias Rojas del Salón de la Fama fallece a los 99 años de edad.

Richard Goldstein. The New York Times. 14-11-2017. Bobby Doerr, el segunda base del Salón de la Fama quien era un gran fildeador, buen bateador y una figura inmensamente popular por 14 temporadas con los Medias Rojas de Boston, falleció este lunes 13 de noviembre en Junction City, Ore. Había sido el grande liga viviente más viejo. Los Medias Rojas anunciaron su muerte. “ La vida de Bobby es una que saludamos no solo por su longevidad, sino por su gracia”, dijo en una declaración, el director de la organización, Tom Werner. “Fijó el patrón de lo que significa ser un buen compañero de equipo”. Doerr fue una presencia celebrada en Fenway Park, junto a Ted Williams y Dom DiMaggio en los jardines y Johnny Pesky en el campocorto. Fue el último beisbolista sobreviviente de la década de 1930, al haber empezado su carrera en 1937. Su muerte deja a Red Schoendienst de 94 años de edad, mejor conocido por sus años con los Cardenales de San Luis, como el inquilino viviente del Salón de la Fama más viejo. Doerr carecía de la tempestuosidad de un Williams y de la celebridad de un DiMaggio. Avanzó en su negocio tranquilamente y se convirtió en líder del equipo a través de su estable excelencia. “Nunca tuvimos un capitán, pero él era el capitán silencioso del equipo”, dijo Williams cuando Doerr fue elegido al Salón de la Fama por el Comité de Veteranos en 1986. Mientras jugaba en Fenway Park hasta comienzos de la década de 1950, excepto por un año en la armada durante la segunda guerra mundial, Doerr fue integrante del equipo de estrellas de la Liga Americana nueve veces. Estableció un registro para oportunidades de fildeo seguidas sin cometer error, bateó sobre .300 en tres temporadas diferentes y empujó más de 100 carreras seis veces. Sus equipos ganaron solo un banderín de la Liga Americana, en 1946. Los Medias Rojas perdieron en siete juegos ante los Cardenales de San Luis en la Serie Mundial, pero él bateó .409 en esa serie. “Doerr fue fácilmente el jugador más popular de los Medias Rojas y posiblemente el beisbolista más popular de su época”, escribió David Halberstam en “Summer of ‘49” (1989), el recuento de una memorable carrera por el banderín entre los Medias Rojas y los Yanquis. “Era tan modesto y de disposición tan gentil que sus colegas a menudo lo describían como ‘dulce’. Fue el tipo de hombre que otros hombres hubiesen envidiado si no lo hubieran apreciado tanto”. Al destacar las rápidas manos de Doerr, el novelista y seguidor de los Medias Rojas George V. Higgins escribió en “The Progress of the Seasons: Forty Years of Baseball in Our Town” (1989) que Doerr tenía “las garras delanteras de un oso polar”- Otro aspecto que Higgins halló apreciable fue como era tratado Doerr por los a menudo crítica prensa y fanáticos de Boston. “Bobby Doerr no recuerda ser despotricado por los medios de Boston o insultado por los fanáticos”, escribió él. “Algo muy razonable, porque él era percibido como un trabajador que siempre daba lo mejor de sí”. Robert Pershing Doerr nació en Los Angeles el 7 de abril de 1918, hijo de Harold y Frances Doerr. Su padre era trabajador de la compañía telefónica. Firmó con el equipo de Hollywood de la Pacific Coast League al salir de la escuela secundaria en 1934 y jugó dos temporadas en Hollywood, luego una tercera con la franquicia cuando esta se mudó a San Diego. Fue firmado por los Medias Rojas después de ser escauteado en el verano de 1936 por Eddie Collins, el propio gerente general de Boston y antiguo segunda base y futuro inquilino del Salón de la Fama. En ese viaje, Collins también descubrió a Williams, entonces un adolescente del equipo de San Diego. Cuando Doerr se unió a los Medias Rojas, estaba impresionado. “Siempre recordaré el entrenamiento primaveral de 1937”, fue citado por Cynthia J. Wilber en “For the Love of the Game: Baseball Memories From the Men Who Were There” (1992). “Yo tenía solo 18 años de edad, y ahí estaba Jimmie Foxx bateando pelotas fuera del parque como pelotas de golf y Joe Cronin en el campocorto y Lefty Grove pitcheando, y Pinky Higgins y Doc Cramer y los hermanos Ferrell. Dios mío, todos esos tipos de los que tenía fotografías en mi pared de niño. Ellos fueron mis héroes, y allí estaban, y yo con ellos”. Doerr fue golpeado en la cabeza por un pitcheo a principios de temporada y participó en solo 55 juegos, pero se hizo regular en 1938, ayudado por Cronin, el manager y campocorto de los Medias Rojas, quien lo animó a relajarse en el campo y le dio consejos de bateo. A través de la década de 1940, Doerr y Pesky se alternaron con Joe Gordon en segunda base y Phil Rizzuto en el campocorto de los Yanquis como la combinación líder en dobleplays de la Liga Americana. Doerr lideró a los camareros de la Liga Americana en dobleplays en cinco temporadas y en 1948 estableció registros de grandes ligas, que fueron rotos, para lances seguidos sin cometer error en su posición, 414, y juegos seguidos sin error, 73. Doerr fue el héroe ofensivo del juego de estrellas de 1943 en Shibe Park de Filadelfia, al batear un jonrón de tres carreras ante Mort Cooper de los Cardenales en la victoria de la Liga Americana 5-3. Consiguió su imparable 2000 el 1 de julio de 1951, en Yankee Stadium. Pero tuvo problemas en la espalda ese verano y se retiró después de la temporada. Terminó su carrera con 2042 imparables y promedio de bateo de .288, bateó 223 jonrones y empujó 1247 carreras. Lideró la Liga Americana en porcentaje de slugging en 1944 con .528. Despues fue coach de los Medias Rojas y los Azulejos de Toronto. Su número 1 fue retirado por los Medias Rojas en 1988. En sus últimos años, Doerr se dedicó a cuidar a su esposa, Monica, quien tenía esclerósis múltiple, y quien falleció en 2003. También amaba pescar. Siempre regresaba a Boston para ocasiones ceremoniales. Cuando los Medias Rojas celebraron el centésimo aniversario de Fenway Park en abril de 2012, él apareció junto a Pesky en segunda base, cada uno en silla de ruedas, un punto alto emocional que atrajo a docenas de antiguos peloteros de los Medias Rojas. Los sobrevivientes de Doerr incluyen a su hijo, Don, dos nietos, y cuatro bisnietos. Los lazos duraderos entre Doerr, Pesky, Williams y Dom DiMaggio fueron registrados por David Halberstam en “The Teammates” (2007). Doerr mantuvo una amistad cercana con Williams, quien falleció en 2002. A menudo hablaban de bateo, pero había una dimensión que trascendía su cercanía. Williams, como producto de un hogar roto, envidiaba a Doerr por el apoyo que había recibido de su padre. Al reflexionar sobre su crianza, Doerr, un producto de los años de la depresión, le dijo a Cynthia Wilber que su generación “no renunciaba ante las dificultades, eso era un estilo de vida”. En cuanto a su carrera de grandeliga, Doerr dijo: “En aquellos días, no pienso que nadie fuera muy complaciente. Aun después que había jugado 10 años de beisbol, sentía que tenía que jugar bien o alguien me quitaría el trabajo. Me fajaba y hacía el esfuerzo extra todo el tiempo”. Traducción: Alfonso L. Tusa C.

lunes, 13 de noviembre de 2017

La Humildad y la Ferocidad de Roy Halladay.

El mejor pitcher de su generación falleció este martes 7 de noviembre. Era tan distinto como ser humano de la misma manera en que era un lanzador dominante. Tom Verducci. SI.com 07 de noviembre, 2017 Nunca oi a Roy Halladay levantar la voz, nunca lo vi perder un ápice de su perpetua jovialidad, nunca lo vi dudar o mostrar miedo en los ojos. Su padre Roy Sr., me dijo una vez que su hijo creció de la misma manera que lo vimos en las ligas mayores. “Me recuerda a un golden retriever”, dijo su padre. Una vez escribí que él era el estoico moderno, un Marco Aurelio sobre el montículo. “Confinate en el presente”, dijo Aurelio, y ese era Halladay, especialmente cuando se trataba de su arte. Se dedicaba por completo al próximo pitcheo, a un lado quedaba el dinero, la fama y las estadísticas. Halladay era tan humilde que le entregaba el recibo de pago de la quincena a su esposa, Brandy, sin mirarlo. “Probablemente somos las únicas personas en el negocio quienes piensan que a los beisbolistas les pagan mucho dinero”, me dijo ella una vez. “Él siente que su trabajo es dar lo mejor de sí todos los días, y el hecho de que esté ganando tanto dinero es una gran responsabilidad”. Al ser de la manera que es, Halladay se convirtió en el mejor pitcher del beisbol sin hacerse notar. Cuando le pregunté una vez acerca de tan raro logro en este ruidoso mundo de los deportes, él replicó, “Definitivamente es una decisión. Para mí la satisfacción siempre está en la competencia, y en la gratificación de saber que hiciste algo con lo mejor de tus habilidades, pienso que eso siempre será así para mí. No se trata de quien me conoce y que piensan de mí. Todo se reduce a como me fue al hacer mi trabajo”. Nunca antes o después he visto la ferocidad de la grandeza combinada con tal humildad. Hallladay era genuino: un alma gentíl, caritativa con el estilo de pitcheo más agresivo que se pudiera encontrar. Usar el tiempo pasado para describirlo es doloroso. Roy Halladay se marchó. Con solo 40 años de edad. Padre, esposo, hijo, amigo, entrenador, voluntario, humanitario, todo lo que se desea para un muchacho cuando se convierte en hombre, en eso se convirtió Roy. Falleció este martes 7 de noviembre haciendo lo que le gustaba: volar su propia avioneta. Era un piloto experimentado. Su Icon A5, un modelo anfibio del estado del arte de unos 200.00 $, de unos dos meses de comprada, se estrelló en el Golfo de México cerca de su hogar de Florida. Llevaba la aviación en la sangre. El papá de Roy fue piloto comercial. Roy aprendió a volar cuando estaba en la escuela secundaria en Colorado y obtuvo su licencia después de su carrera como jugador activo. “Es un buen piloto”, me dijo su padre una vez, orgulloso de que Roy llevara al fuselaje el mismo sentido de calma y seguridad en si mismo que mostraba en todas partes. Cuando Roy Sr., compró una casa nueva en Colorado, cuando su hijo era un niño, tenía un requisito: el sótano tendría que tener al menos 20 metros de largo. Encontraron una. El padre construyó una jaula de bateo en ese sótano, colgó un neumático con un colchón detrás, y el muchacho practicaba a lanzar rectas humeantes a través del blanco. Cuando el padre pasaba por su habitación en la noche, antes de apagar la luz. Casi siempre hablaban de beisbol. “Puedes imaginar”, decía el padre, “¿como sería jugar en las grandes ligas? ¿Puedes decirme como se sentiría eso?” Y el niño lo imaginaba. Otras noches, el padre le preguntaba como sería pitchear en Yankee Stadium, o en la Serie Mundial. Todo eso se hizo realidad, menos la Serie Mundial. La primera vez que Roy pitcheó en postemporada, en 2010 con los Filis de Filadelfia, dejó sin hits ni carreras a los Rojos de Cincinnati. En su apogeo, nadie fue mejor. Halladay era tan enfocado que cada año tenía un a meta: terminar con menos boletos que juegos iniciados. Lo consiguió tres veces (2003, 2005 y 2010) incluyendo dos veces con más de 200 ponches. Halladay y Cy Young son los únicos pitchers en la historia en combinar precisión y poder de esa manera. Su historia es única. Halladay tuvo efectividad de 10.64 en 2000, estuvo tan mal que fue bajado a Clase A para reaprender como lanzar una pelota. Con la ayuda del coach de pitcheo de ligas menores de los Azulejos, Mel Queen, y un libro que Brandy le compró acerca de la parte mental del pitcheo, de Harvey Dorfman, Halladay cambió desde lanzar rectas y curvas de cuatro costuras por encima del brazo hacia un pitcher que lanzaba sinkers y rectas cortadas a tres cuartos de brazo. En las siguientes 11 temporadas, y hasta que su brazo se agotó a la edad de 36 años, Halladay tuvo marca de 175-78 con efectividad de 2.98. En ese período nadie tuvo un mejor porcentaje de victorias (.692), nadie lanzó más blanqueos (19) y nadie se acercó a lanzar tantos juegos completos (64). Halladay cambió el pitcheo. Sus aburridas rectas cortadas y sinkers, dos envíos que parecían iguales a los bateadores, excepto que uno rompería a última hora hacia la izquierda y el otro hacia la derecha, se convirtieron en un nuevo modelo. Muchos pitchers copiaron su estilo. Nadie era tan experto en eso como Halladay. Halladay merece ir al Salón de la Fama inmediatamente. Eso podría sorprender a algunas personas. Fue aceptado como el mejor pitcher del juego por un período apreciable. Pero las personas se sorprenden porque Halladay nunca se promovió, nunca quiso los elogios que hubiesen elevado su perfil. “Pienso que ahí es donde él encontraba mucha de su felicidad”, me dijo su padre una vez. “Presentarse y hacer lo que le pedían. Se esperaba que actuara bien y él esperaba estar ahí para justificar el dinero que ganaba y retribuirles lo que le pagaban. Siempre he estado orgulloso de él”. El trabajo duro le sirvió mucho para fortalecer su mente y alma tanto como su cuerpo. Salía para ejercitarse en el campo de entrenamiento primaveral a las 5 am, hasta que alguien llegó primero que él un día al complejo de los Filis, al día siguiente salió de casa a las 4:45 de la mañana. Llegué a conocerlo bien en 2005, cuando estuve con los Azulejos de Toronto por una semana del entrenamiento primaveral para un reportaje de Sports Illustrated. Habló poco, y cuando lo hizo fue suave, con tonos medidos, todos en el complejo, compañeros de equipo, trabajadores, lo reverenciaban. El coach de pitcheo, Brad Arnsberg, lo llamaba TP: Paquete Completo. (Total Package). Nunca olvidaré entrar a la caja de bateo para enfrentarlo. La pelota parecía tan pesada y se movía tan rápido que tuve la impresión de que podía a travesar una pared de ladrillos. Esa acción aburrida era así de poderosa. La pelota cortaba el aire cuando pasaba frente a mí, las costuras giraban tan rápido que silbaban mientras laceraban el aire. Pocos años después, durante otro entrenamiento primaveral, esta vez en Clearwater con los Filis, Roy se sentó conmigo en un banco cercano a los campos de prácticas de los Filis. El sol bajaba en el cielo. Ver a Halladay en reposo de esa manera me impactó, el hombre no lucía bien inactivo. Entonces le pregunté que quería de la vida, luego de haber ganado millones de dólares y el respeto de sus pares. “Mi esposa y yo hablamos mucho de eso, especialmente con nuestros hijos”, dijo él. “Creo que si llevas una buena vida y siempre tratas de hacer las cosas bien, siempre impactarás a alguien. Eso es lo que hemos tratado de inculcar en nuestros hijos. Para nosotros es más importante tratar de ser una buena persona, en todo momento, especialmente con otras personas”. “Nuestros hijos van a escuelas cristianas, aun tenemos esas creencias pero para nosotros todo se reduce a tratar de vivir una vida de calidad tanto como podamos. Y esperar que nuestros hijos puedan hacer lo mismo y tratar de ser buenas influencias”. Halladay hizo el bien en una vida muy breve. Se fue en esa avioneta, sin duda llena con la alegría que siempre sintió al volar. Dejó una hermosa familia y un hermoso legado, y para aquellos a quienes conoció, ese legado está más acerca del hombre que fue, menos del pitcher en que se convirtió. Traducción: Alfonso L. Tusa C.

sábado, 11 de noviembre de 2017

Luto por Roy Halladay, un Maestro quien deseaba los Grandes Momentos.

Tyler Kepner. The New York Times. 07-11-2017. Roy Halladay nunca hizo un lanzamiento en la Serie Mundial. Esperaba que eso lo molestara algun día. En la mayoría de su docena de años con los Azulejos de Toronto, Halladay fue probablemente el mejor pitcher del beisbol, y solo un cambio hacia los Filis de Filadelfia pudo llevarlo a la postemporada. Lo hizo dos veces, en 2010 y 2011, sin ganar un banderín. “Recuerdo estar sentado en Toronto viendo los playoffs, preguntándome como me iría en esa instancia, si eso me cambiaría, si yo sería un pitcher diferente, si tendría éxito”, dijo Halladay en marzo, en una mesa de picnic cercana a los campos de entrenamiento primaveral de los Filis en Clearwater, Fla. “Siempre me preguntaba como sería vivir esas situaciones, y todo el tiempo pensaba como sería ganar un campeonato. Y entonces, después de vivirlo dos veces, me di cuenta de que solo me preguntaba, ¿Cómo me iría? ¿Sería como pensaba que era? Y lo fue”. “Así que para mí, solo tener la oportunidad significó tanto como ganarlo o no ganarlo. El resto, como dicen ellos, está en las cartas. Pero en cuanto a lo que puedes controlar, tener esas oportunidades fue todo lo que quería”- Halladay falleció este martes 7 de noviembre cuando la avioneta que pilotaba se precipitó en el Golfo de México. Tenía 40 años de edad, y era el único pasajero. Dejó una esposa y dos hijos. Entrenaba equipos juveniles y parecía disfrutar un agradable retiro, “en el aire o en el agua” como escribió en su página Twitter, donde publicó esto “¡Coraje no es carecer de miedo sino actuar a pesar de la existencia de este!” Ese debut en el playoff, por el cual se había preguntado tanto, permanecerá como su actuación principal. Lanzó un juego sin hits ni carreras contra los Rojos de Cincinnati, el primero de postemporada desde el juego perfecto de Don Larsen en la Serie Mundial de 1956. En el juego final de Halladay en playoff, el siguiente otoño, perdió 1-0 ante los Cardenales de San Luis y Chris Carpenter, un viejo compañero de equipo quien le había enseñado a Halladay su curva mientras jugaban a lanzarse la pelota en las ligas menores. Alguien tenía que ganar ese día, y ese fue su amigo, no él. Halladay había dado lo mejor de sí, y perdió. Eso ocurre, y él fue lo suficientemente racional para entenderlo. Yo estaba en el clubhouse de los Filis después de esa derrota, cuando Halladay expresó una versión del comentario de arriba. Eso siempre me ha impresionado desde entonces como la esencia del competidor. Todo lo que se quiere es una oportunidad para probarse, para ver que ocurre cuando todo está en juego. Halladay había tenido sus oportunidades. Esta orgulloso de cómo las había manejado. Hablamos esta primavera como parte de mi investigación para un libro que escribo acerca del pitcheo. Yo había perseguido a Halladay por dos años, a través de su agencia y sus antiguos equipos, sin suerte. En mi visita a Clearwater, Greg Casterioto, el director de comunicaciones de beisbol de los Filis, me dijo que Halladay estaba ahí, trabajando con los prospectos en el lado de ligas menores. Se reunió conmigo en la mesas de picnic mientras los grandes ligas jugaban en el terreno principal. Halladay estaba un poco más grande de lo que yo recordaba, como muchos cuando dejan de entrenar. Él había sido un fanático de estar en forma cuando jugaba, y dijo que el trabajo, la manera como este fluía en la competencia, era lo que más extrañaba desde su retiro en 2013, a los 36 años de edad. La durabilidad fue la marca de Halladay. Lanzó 63 juegos completos desde 2002 hasta 2011, 30 más que cualquier otro pitcher en esa década. Su espalda se resintió, pero dijo que su brazo siempre se mantuvo fuerte. La carga de trabajo nunca le afectó porque la medía con precisión. “Si lanzaba 120 envíos en un juego, yo ejecutaba 20 pitcheos en el bullpen”, explicó Halladay. “Si lanzaba 100 envíos en un juego, yo ejecutaba 40 pitcheos en el bullpen. Si solo lanzaba 80, ejecutaba 60 pitcheos en el bullpen. Así que siempre tenía la misma cantidad de pitcheos en el período de cinco días”. Hablamos un poco acerca del estado moderno del pitcheo. Halladay tuvo ocho temporadas de al menos 220 innings, un total que ningún pitcher alcanzó en 2017. Dijo que los pitchers de la actualidad, con sus rectas turbo, insisten mucho en ponchar a los bateadores. “Yo sentía que con dos strikes, 0-2, 1-2, si los bateadores no hacían swing, ese iba a ser el tercer strike”, dijo él. “Quería lanzar algo a lo cual ellos tuvieran que hacer swing y poner la pelota en juego, o sino eso iba a ser strike en cuenta de 0-2. Ahora se hacen dos pitcheos adicionales, y se llega a la cuenta de 2-2 y continúa el turno del bateador. Pienso que la manera como se entiende el pitcheo ha cambiado mucho. Ellos quieren mantenerse fuera de la zona de strike para evitar el contacto”. Halladay inducía contactos débiles, y muchos swings defectuosos, al usar el modelo de Greg Maddux para mover la pelota adento o afuera en cualquier lugar del plato. Los bateadores sabían que Halladay podría haber marcado una X en el aire, abajo a las manos o afuera al mango del bate, con sus sinkers y rectas cortadas. También podía amarrarlos con curvas en la zona, o un semi cambio, un lanzamiento que aprendió de Rich Dubee, un coach de los Filis, contra el suelo. “Quería que le hicieran swing a todos los pitcheos”, dijo él. Y con un arsenal como ese ¿por qué no? El éxito de Halladay fue logrado con mucho esfuerzo. Luego de tres temporadas parciales en las mayores, los Azulejos lo enviaron a Clase A para reconstruir su psique y desarrollar un ángulo de lanzamiento más bajo. Él apreció cuan breve podía ser el éxito, y asumió su trabajo con una conducta seria que evocaba a Steve Carlton, un antiguo as de los Filis. Carlton fue mi héroe en el beisbol cuando era joven. Mi hijo es seguidor de los Filis, sus abuelos lo llevaban a los juegos, y Halladay era su favorito. Cuando lo llevé al Salón de la Fama hace dos años, tomó una foto de la gorra que Halladay usó en su juego perfecto de 2010. Luego de nuestro recorrido, me pidió un collage de fotografías de Halladay enmarcado en una tienda de Main Street, Este martes, mi hijo hizo inventario del rincón de Halladay que tiene en su habitación: dos afiches enmarcados, dos bobbleheads, un banderín y una barajita de beisbol. No lloró al conocer la noticia del accidente aéreo; tiene 15 años de edad, está muy metido en otras cosas para eso. Preguntó si podía ir al gimnasio para practicar lanzamientos al canasto. Las pruebas de baloncesto están cercanas. Le dije que iría a buscarlo mientras escribía esta columna, me dijo que no me molestara, él quería que yo escribiera una buena historia. Insistí en buscarlo, porque Halladay lo hubiese querido. Él se rió, es algo banal de decir, yo casi no conocía al hombre. Pero lo sentí así. Aprendí mucho de Halladay en nuestra entrevista esta primavera, como manejaba cada uno de sus pitcheos, como los sostenía, como los usó para ganarse una placa en el Salón. Pero principalmente aprendí que lo que de verdad lo motivaba no era el logro, sino ganar la oportunidad de tenerlo. Si él podía hacerlo de manera perfecta, podía vivir con el resto. Halladay no vivió lo suficiente. Pero su legado, para mí, es poderoso e instructivo en cualquier campo: La pureza del esfuerzo importa más. Traducción: Alfonso L. Tusa C. Nota del traductor: Números de Roy Halladay con Cardenales de Lara en la temporada 1997-98: 5J, 1G, 1P, 22 IL, 18 HP, 9K, 3 BB, 1.64 EFE. En la semifinal: 4J, 2G, 1P, 26 IP, 22 HP, 12K, 8 BB, 3.12 EFE. En la final: 2J, 1G, 0P, 10 IL, 10 HP, 3 K, 2 BB, 3.60 EFE.

miércoles, 18 de octubre de 2017

Esquina de las barajitas: Mark Fidrych. Topps. 1977.

Larry Brunt. Los trabajadores del Salón de la Fama también son aficionados al beisbol y les gusta compartir sus historias. Aquí está la perspectiva de un aficionado desde Cooperstown.
Esta es la mejor barajita de 1977. Yo había esperado todo el año por ella. Mark Fidrych. El Pájaro. Hubiera sido mejor si él usara su uniforme blanco de home club, pero los fotógrafos de Topps tomaban imágenes de tantos peloteros como podían en la ciudad de Nueva York, así que ahí está él, presumiblemente llamado para una foto antes de un juego, parado junto al dugout de visitador en Yankee Stadium. Hay mucho que disfrutar. Está la gorra “A.L. ALL-STARS” en la franja roja, un rojo que grita, ¡presta atención! ¡Aquí está alguien extraordinario! Y está el trofeo, la copa All-Star Rookie de Topps, símbolo de logro tempranero. Y por supuesto, el propio Fidrych. Esos sorprendente rizos que parecen crecer desde el interior de la gorra, en cascada alrededor de su rostro. Y la sonrisa. Nada de esas fotos de pose rígida tan típicas en las barajitas Topps de la década de 1970. No, aquí hay personalidad. Naturalidad. Falta de pretensión. Y si no es una sonrisa completa, la amplia jovialidad que Fidrych mostraba mientras se tocaba la gorra hacia la multitud después de los juegos, sin dudas era una sonrisa, genuina, cómoda, relajada. Es una cara generosa, receptiva, agradable. No había nada artificial en Mark Fidrych. La temporada anterior, había sido un invitado fuera del roster al campamento de los Tigres, tan lejano de hacer el equipo que el fotógrafo de Topps no se molestó en tomar una foto del muchacho espigado quien ya había sido apodado “El Pájaro” por su parecido con el personaje de Plaza Sésamo. Alto con cabello ensortijado, animado e inocente. Así que no hubo barajita Topps en 1976. Ni siquiera una compartida en una barajita de “Rookies”. Pero impresionó al manager Ralph Houk en el entrenamiento primaveral y quedó en el equipo. Hasta mediados de mayo, solo había pitcheado dos veces, para un total de un inning y fracción. Entonces, el 15 de mayo, Houk le entregó la pelota para su primera apertura. Fue un día frío en Detroit, con temperatura máxima de 19 grados Celsius. Fidrych había pensado en invitar a su padre al juego, pero temía que el mismo fuese suspendido por lluvia. Aunque solo asistieron 14.583 personas, la audiencia general fue mucho mayor, El juego Cleveland-Detroit era el juego alternativo de El Juego de la Semana sabatino, y cuando la lluvia causó retraso en el juego de Pittsburgh, la mayor parte del país fue movida hacia el juego de los Tigres y la oportunidad de ver la primera apertura de Fidrych.
Lo que vieron fue algo que nunca antes habían visto. En el inicio del segundo inning, Fidrych se arrodilló y aplanó la tierra delante del montículo. Había una razón para eso. Su papá le había enseñado a rellenar los huecos dejados por el pitcher rival en el inning anterior. Cuando se paró sobre la goma de lanzar y buscó la seña del receptor, mantuvo la pelota frente a sí, luego la llevó hacia su pecho, luego de nuevo frente a él. Y se habló, un conversación constante (a los medios les gustaba decir que él hablaba con la pelota). Entonces hacía un wind-up de patada prolongada y terminaba impactando el fondo de la zona de strike. Y energía. Mucha energía. Caminaba en círculo alrededor del montículo entre bateadores, subiendo y bajando la cabeza, agachándose. El Detroit Free Press lo llamaba “fidgety” (“inquieto”)y notaba como él “sacaba la lengua por el extremo derecho de su boca en casi cada pitcheo”. Pero nadie le pudo batear. Literalmente, a través de seis innings. Finalmente permitió un imparable para abrir el séptimo episodio. Cuando el juego terminó, logró una victoria 2-1, concedió solo dos imparables en nueve innings. Ponchó cinco, al mantener la pelota baja, indujo 16 roletazos. Y así fue como empezó todo. El primero de seis juegos completos seguidos, incluyendo desafíos de 11 innings (se convertiría en líder de la Liga Americana con 24 juegos completos). La primera de 19 victorias. Hasta julio tenía solo tres derrotas, en las cuales permitió un total de cuatro carreras, tres limpias (y no tuvo apoyo ofensivo). Fue el inicio de una carrera, en realidad un movimiento, un fenómeno, donde fue adorado no solo por Detroit, sino por los aficionados de todos lados. En el verano de 1976, un año bicentenario con círculos rojo, blanco y azul, nadie fue más grande que El Pájaro. Tiger Stadium se llenaba hasta el tope cuando lanzaba Fidrych, luego se mantenía vacío el resto de la semana. En las giras, iban multitudes a ver al Pájaro. Pitcheaba brillantemente, pero sobre todo, las personas iban a ver a Fidrych, el fenómeno, el carisma, la energía, las cosas que hacía que nadie había visto antes: Rodear el montículo, hablarse, hacer gestos con la pelota, aplaudir a sus compañeros por las buenas jugadas, dárle palmadas en la espalda, masticar chicle y soplar bombas grandes, tocárse la gorra, buscar la seña mientras se acercaba y alejaba la pelota. Eso no le gustaba a algunos peloteros, por lo menos al principio. El ctacher de los yanquis, Thurman Munson, una personalidad totalmente opuesta a Fidrych, lo llamaba “aficionado”, y decía que Fidrych era un “advenedizo” y un “pantallero”. Cuando le preguntaron a Fidrych acerca de eso, él respondió, “¿Quién es Thurman Munson?” Él prefería participar en los juegos que verlos, y Munson no había estado en la alineación, así que esa fue un a pregunta inocente, pero muchos la tomaron como una respuesta pintoresca. El propio Munson parece haberla tomado de esa manera, al salirse de su normalidad para entregarle una rama de olivo a Fidrych en el juego de estrellas de ese julio. En otra ocasión, Claudell Washington trató repetidamente de romper el ritmo rápido de Fidrych al salirse de la caja de bateo reiteradamente. Finalmente, Fidrych se salió de la goma de lanzar y se agachó, esperó, como diciendo, “Tomate tu tiempo. Estaré aquí cuando estás listo”. Cuando Washington entró a batear, Fidrych le hizo un pitcheo adentro, y Washington avanzó varios pasos hacia Fidrych con el bate en la mano, lo cual vació los dugouts. Pero la mayoría de los peloteros tomaba la conducta de Fidrych como divertida, aun los peloteros que no eran conocidos como graciosos. Acerca de la conducta inusual de Fidrych en el montículo, George Scott dijo, “Me gusta. Eso es confianza en si mismo. Mucha gente llama a eso estar fuera de ordeny otros lo llaman locuaz, pero me gusta”. Reggie Jackson: “Él es un tipo divertido y espero enfrentarlo”. Billy Martin: “Hace cosas extrañas en el montículo, pero si eso lo ayuda a ganar, hay que darle crédito”. Mientras tanto, los aficionados estaban cautivados. En la época pre-ESPN, la mayoría de las personas solo leían acerca de Fidrych, hasta su inolvidable debut en el lunes de beisbol por la noche, el 28 de junio de 1976. Todos hablaban de El Pájaro. Ahora todo el país podría ver finalmente a este fenómeno en acción. 48.000 personas colmaron Tiger Stadium, muchas con pancartas hechas en casa o agitando calcomanías que le habían entregado en la entrada. Durante todo el juego corearon, “¡Go, Bird, Go!” Fidrych tuvo una gran actuación, solo permitió una carrera en nueve innings. Despues del último out (un roletazo, uno de 14), Fidrych saltó a felicitar a sus compañeros, o a los empleados de mantenimiento del terreno, o hasta los guardias de seguridad. Los aficionados aplaudieron de pie y corearon “We want Bird! We want Bird!” A Fidrych, quien se había quitado el uniforme, no le gustaba quitarle reconocimiento a us compañeros, y dijo que solo saldría si Rusty Staub (quien había aportado la ofensiva con jonrón y tres carreras empujadas) lo acompañaba, Staub replicó que los aficionados no coreaban “Queremos a Staub”, y convenció a Fidrych para que saliese a corresponder el llamado de la afición. Eso se convertiría en una costumbre a lo largo de la temporada, a la cual Fidrych se adaptó, con límites, no pensaba que debía salir si los Tigres perdían, aun cuando él hubiese lanzado bien y la multitud coreara con intensidad. Durante todo ese período de reconocimientos, el respaldo multitudinario, la manía, Fidrych mantuvo su autenticidad y bajo perfil. Luego de ponchar a Hank Aaron, Fidrych dijo, “¡Caramba! ¡Ponché a Hank Aaron! Ahí está él, toda una superestrella ¿cierto? Y aquí estoy, un tipo pequeño, lanzándole”. Él tenía un apartamento casi sin muebles ni teléfono. Dijo que de no estar jugando beisbol, estuviera trabajando en una estación de gasolina, y estaba muy emocionado por eso. Constantemente eludía los reconocimientos: “Hace falta nueve peloteros para ganar, no se trata solo de mí. Vieron todo el respaldo defensivo que me dieron…por ellos es que gano”. Los apretones de mano y abrazos con sus compañeros de equipo expresaban gratitud genuina. Su entusiasmo era contagioso. El manager de Minnesota, Gene Mauch, dijo, “Honestamente, estoy más impresionado por su entusiasmo que por su pitcheo. Ese muchacho podría ser la mejor cosa que le ha ocurrido a este juego en mucho tiempo”. Y Fidrych parecía disfrutar el momento: “Aún no me he despertado”, dijo él. “Estoy disfrutando. Solo estoy disfrutando”. Fidrych siguió ganando. Ocho seguidos hasta junio. Abrió el juego de estrellas. El 16 de julio, lanzó un juego completo de 11 innings, un blanqueo de 1-0, en un punto retiró 16 bateadores en fila, 14 mediante rodados. Lanzó cinco juegos completos en extrainning ese verano. Luego de algunas derrotas hacia finales de agosto e inicios de septiembre, cuando muchos pensaban que empezaba a desfallecer, Fidrych cerró la temporada con cuatro victorias en sus últimas cinco aperturas. Pero más que eso, era una sensación. Un consentido de los medios. Un favorito de los aficionados. El tema de conversación del beisbol. La estrella del verano de 1976. El resto ha sido bien documentado. La lesión de la rodilla, el manguito rotador doblado, un intento de regreso doloroso tras otro. Las últimas barajitas Topps de Fidrych tienen un aire de la tristeza del “¿que hubiera pasado si…?” Entonces el murió muy pronto, en un accidente en su granja cuando solo tenía 54 años de edad. Pero enfocarse en esas cosas se aleja del punto. Porque Mark Fidrych fue entusiasmo y optimismo, humildad y felicidad. Aun luego de salir del juego, mantuvo una inocencia juvenil y la autenticidad. Se maravillaba de ser capaz de jugar beisbol, y esa dicha, capturada en aquella primera barajita, con esa etiqueta roja del juego de estrella y esos rizos y esa sonrisa que dice, “Aún no me despierto. Lo estoy disfrutando”. ________________________________________ Larry Brunt fue el pasante de estrategia digital del museo en la clase 2016 del programa Frank and Peggy Steele Internship para desarrollo del liderazgo juvenil. Traducción: Alfonso L. Tusa C.

lunes, 2 de octubre de 2017

Miguel Cabrera paga el viaje de Venezuela al Panamericano sub 10

lunes, 2 de octubre de 2017 La Selección Nacional sub 10 de beisbol, cuyo viaje a México se daba prácticamente por cancelado este fin de semana, pudo hacer este domingo el periplo a suelo azteca, gracias al apoyo económico que a última hora ofreció el astro Miguel Cabrera. La Federación Venezolana de Beisbol informó a través de sus redes sociales que Cabrera surgió como salvador de la presencia de los muchachitos en el Campeonato Panamericano de la categoría, en el que aparecen entre los equipos favoritos. “La selección le dice a Cabrera: ¡Gracias! Por tu apoyo, sí estaremos en el Panamericano”, publicó el departamento de prensa del despacho federativo, junto con un video donde los chicos festejan y reconocen al slugger. Varios grandeligas criollos han asumido el necesario respaldo económico de distintas representaciones nacionales en 2017, ante la profunda crisis que sufre el país. “Sobran las palabras por tu noble gesto”, expresó Fevebeisbol, ante este aporte de Cabrera. Revisa otras noticias de los grandeligas venezolanos haciendo click aquí. Ignacio Serrano. El Emergente.

jueves, 7 de septiembre de 2017

El antíguo pelotero de los Reales de Kansas City, Paul Schaal, el hombre a quien reemplazó George Brett, fallece a los 74 años.

RustinDodd. The Kansas City Star. 02-09-2017. Paul Schaal, un antíguo tercera base de los Reales de Kansas City conocido por sus experiencias post-carrera beisbolera como dueño de una pizzería y como fisioterapeuta, falleció este viernes 1 de septiembre en su hogar de Waikoloa, Hawaii, luego de una larga batalla con el cáncer, le confirmó su familia a The Kansas City Star. Schaal, quien jugó para los Reales desde su temporada inaugural en 1969 hasta 1974, era quizás mejor conocido por ser el hombre a quien reemplazó el inquilino del Salón de la Fama, George Brett, quien debutó en 1973 antes de convertirse en regular a tiempo completo en 1974. Años después que concluyese su carrera como beisbolista, Schaal mantenía un agudo sentido del humor acerca de su lugar en la historia del béisbol. “Ahora uso eso para mi beneficio”, le dijo Schaal a The Star en una entrevista de 2013. “Le digo a todos que hizo falta un inquilino del Salón de la Fama para quitarme el trabajo”. Schaal permaneció en Kansas City cuando su carrera terminó en 1974, ganándose la vida primero como dueño de Paul Schaal’s Pizza and Pub y luego como fisioterapeuta. En 2010, se mudó a Hawaii con su esposa Mónica, le dijo su yerno, Fred Hess, a The Star vía telefónica este sábado. Schaal estaba acompañado por su familia, incluyendo a Mónica y su hija, Cheryl, al morir en paz este viernes en la mañana. Schaal, quien se graduó en Compton (Calif.) High School, firmó con los Angels de Los Angeles antes de la temporada de 1962 y debutó en grandes ligas en 1964. Jugó cinco temporadas con los Angelinos, sobrevivió a un peligroso pelotazo del pitcher de los Medias Rojas, José Santiago, en Fenway Park, en 1968. Schaal fue seleccionado por los Reales la siguiente temporada muerta en el draft de expansión. Bateó .263 con 32 jonrones mientras jugaba partes de seis temporadas en Kansas City, incluyendo la mejor campaña de su carrera en 1971 cuando bateó .274 con .387 de porcentaje de embasado y 11 jonrones. Schaal fue enviado de vuelta a los Angels a cambio del jardinero Richie Scheinblum el 30 de mayo de 1974, para abrirle camino a Brett. Esa sería la última temporada de Schaal en grandes ligas. Aún así, siguió siendo la respuesta a una simple pregunta de trivia, al estar relacionado con Brett y sus gloriosas temporadas de finales de la década de 1970 e inicios de la de 1980. Años después, Schaal trataría a Brett en su clínica de fisioterapia, bromearon acerca de su conexión. Pero para entonces, dijo él, se sentía en paz con como terminó su carrera. “No tengo lamentos”, le dijo a The Star en 2013. En los años finales de su vida, dijo Hess, Schaal todavía recibía barajitas de beisbol de viejos aficionados. Él firmaba las barajitas y las devolvía por correo, luego llegaban más. En los meses finales, la familia contactó a los Reales y le pidió videos viejos, dijo Hess. Las imágenes de él jugando tercera base con el uniforme azul y blanco ponía de buen ánimo a Schaal. Traducción: Alfonso L. Tusa C. Nota del traductor: Números de Paul Schaal con los Leones del Caracas en la temporada 1967-68: 60 J, 218 VB, 32 CA, 64 H, 7 2H, 2 3H, 2 HR, 31 CE, 31 BB, 17 K, .294 AVG.

lunes, 14 de agosto de 2017

El Juego que Nunca Olvidaré. Tony Conigliaro.

The Game I’ll Never Forget. George Vass. Bonus Books. 1999. Pp. 47-51. Pocos peloteros han tenido un comienzo tan prometedor como el que tuvo el jardinero Tony Conigliaro con los Medias Rojas de Boston. Bateó 24 jonrones en su temporada de novato en 1964, y el año siguiente lideró la Liga Americana con 32 vuelacercas a los 20 años de edad. Aparentemente estaba destinado a la grandeza hasta que fue golpeado en la cara por un pelotazo en 1967. Nunca más fue el mismo pelotero. Falleció a los 45 años de edad en 1990. No me gusta hablar de eso, el recuerdo es horrible. No soporto pensar en eso, me enferma. Primero fue el soplido, el silbido en mis oídos, el dolor intenso, terrible. En un momento estaba parado en el plato. En el siguiente movimiento yacía en el suelo, y cuando recuperé el sentido, no estaba seguro de lo que había pasado y no podía ver. El hueso de mi mejilla estaba roto. Mi ojo estaba inflamado. Era 1967, el año cuando los Medias Rojas ganaron el banderín. Estábamos en una cerrada batalla de cuatro equipos, cuando enfrentamos a los Angelinos de California el 18 de agosto. El derecho Jack Hamilton lanzaba por los Angelinos. Le bateé un sencillo en el segundo inning. Eso subió mi promedio hasta .290. Tenía una buena temporada, 20 jonrones para mediados de agosto, 67 carreras empujadas. Pero todo terminó en un instante. Cuando fui a batear en el cuarto inning, había dos outs, nadie en base. Me paré allí, ajusté mi casco, tal vez me acerqué un poco al plato, como siempre lo hice. Hamilton solo hizo un lanzamiento. ¿Fue una recta? No lo sé. Nunca la vi. Me dicen que la pelota se le escapó de las manos, salió disparada. Debió haber sido así. No puedo recordar nada. Solo el zumbido terrible en mis oídos, el silbido, el dolor. Era intenso. Nunca había sentido algo como eso. Ni lo he vuelto a sentir después. Quiero olvidarlo, trato de hacerlo. Me sacaron del terreno en camilla. Estaba consciente y sabía lo que había ocurrido. Pero era como una pesadilla. Después me enteré de que ganamos el juego 3-2 pero ya eso no me importaba. El dolor en el lado izquierdo de mi rostro era terrible. El ojo estuvo cerrado durante los primeros siete días, y los médicos no sabían cual sería el resultado, que tan seria era la lesión. Cuando el ojo se abrió, los médicos descubrieron que se había formado una vesícula y se había roto, parecía que mi visión se había dañado permanentemente. Todavía había esperanza de que se estabilizara la condición. Fui al entrenamiento primaveral de 1968, pero sabía que no podía hacer nada. No podía ver la pelota, no tenía ninguna percepción de profundidad. Cuando fui examinado de nuevo, los médicos me dijeron que la condición estaba empeorando. Estaba afectado cuando tuve que anunciar en abril de 1968 que no podría volver a jugar. Estaba convencido de eso. No había razón para pensar que sería capaz de ver lo suficientemente bien la pelota parta batear. No podía hablar de beisbol. Ni siquiera me animaba a pensar en eso. Estuve en la banca (con un permiso especial) en la Serie Mundial de 1967 ante los Cardenales de San Luis. Fue duro sentarse ahí y ver sin ser capaz de ayudar. Pero entonces todavía tenía esperanzas de que para la primavera todo estaría bien. Cuando llegó la primavera y descubrí que no podía ver lo suficientemente bien para jugar, que mi ojo estaba empeorando, estaba abatido. Me fui a cantar en un club nocturno, solo para tener algo que hacer, solo para tener algo en que distraer la mente luego de lo que había ocurrido. Los próximos meses de 1968 fueron los peores de mi vida. Me sentía como si hubiese sido torturado. No podía comer. No podía pensar. No me podía mantener de pie. Mi visión del ojo izquierdo había sido 20-15. Ahora era 20-30. No podía leer. Me derrumbé. Atravesaba un camino espinoso. Había perdido toda esperanza. Quienes me aliviaron en esos difíciles momentos fueron los integrantes de mi familia, mi padre, mi madre y mis dos hermanos menores, Billy y Richie. Ellos siempre estuvieron a mi lado. Creo que mi padre se sentía peor que yo por lo que había ocurrido, pero nunca lo demostró. Me dijo, “Te pudieron haber matado, pudieras estar muerto ahora mismo. Deberías estar agradecido por estar vivo”. Y tenía razón. Cuando empiezo a sentir pena por mi, pienso en todas las personas que fueron más desafortunadas que yo, quienes perdieron los brazos o las piernas, o quienes quedaron completamente ciegos. Y pienso “¿De que me quejo?” Nunca disfruté cantar en los clubes nocturnos. Había sido divertido antes, cuando no estaba obligado a hacerlo, pero no ahora. Solo era algo que hacer. Traté de pitchear, de entrenar en el estadio, en las mañanas, cuando no había más nadie sino el coach de pitcheo y yo. Pero cuando me advirtieron que eso podía empeorar mi condición. También tuve que renunciar a eso. Ese debió haber sido el punto más bajo de mi vida. Ni siquiera podía ir al estadio a ver jugar a mi equipo. No es que no quisiera ir, sino que no podía soportarlo. Fui a un solo juego todo ese verano, y solo porque el gobernador me iba a entregar un premio. El premio era por coraje, pero para mi eso no era coraje para nada. No había nada que pudiera hacer acerca de lo que me había ocurrido, y no pienso que tratar de no sentir pena por ti mismo sea algo que merezca llamarse coraje. Estuve solo tres innings en ese juego. Lo más difícil de hacer sin llorar fue escuchar el himno nacional. Me fui a casa y vagué por los pasillos. Más adelante ese verano, me dieron las primeras buenas noticias. Los médicos me dijeron que mi condición se había estabilizado y que si quería podía intentar pitchear otra vez. Cuando fui a la Liga Instruccional de invierno en Florida en 1968 no tenía esperanza de hacer otra cosa que no fuese pitchear. No sé si me pude convertir en pitcher o no. Pero cuando bateé me pareció ver bien la pelota, y estaba bateando líneas. Billy Gardner, mi manager en esa liga, me dijo, “Mira, estás loco si sigues pitcheando, de la manera como estás bateando deberías regresar al jardín derecho”. Seguí su consejo y continué bateando hasta que llegó el momento de ir a mi próximo examen de la vista en Boston, el 20 de noviembre de 1968, el Dr. Charles Regan, quien me examinó, estaba sorprendido”. “Debes haber estado yendo a la iglesia regularmente, rezando tu rosario, porque este es un pequeño milagro”, me dijo él. “No hay explicación para lo que ha ocurrido. El hueco de tu retina se ha cerrado. La vista de tu ojo izquierdo es 20-20”. Ese fue el comienzo de mi regreso, el cual duró un par de temporadas. Jugué lo suficientemente bien (.255, 20 jonrones, 82 carreras empujadas, en 141 juegos) para ser el regreso del año en 1969, y a pesar de los problemas recurrentes fui capaz de mantenerme jugando hasta que finalmente me retiré. El beisbol es mi vida, doy gracias a Dios por darme una segunda oportunidad, una oportunidad que nunca pensé tener o tuve alguna esperanza de tener, luego de lo ocurrido en ese juego de 1967. Traducción: Alfonso L. Tusa C. 15-07-2017.

jueves, 10 de agosto de 2017

Darren Daulton, El Catcher de los Filis que ganaron el banderín en 1993, fallece a los 55 años de edad.

Tyler Kepner. The New York Times. 07 de agosto de 2017. Darren Daulton, un catcher quien jugó tres veces en el juego de estrellas y lideró a un equipo de los Filis de Filadelfia hacia un banderín poco probable en 1993, falleció este domingo 6 de agosto en su casa de Clearwater, Fla. Los Filis dijeron que la causa del deceso fue cáncer cerebral, con el cual Daulton había batallado por cuatro años. Daulton, a quien le concedieron una placa en el muro de la fama de los Filis en 2010, empezó su carrera en las grandes ligas con Filadelfia en 1983 y permaneció en la organización hasta 1997, cuando fue canjeado a los Marlins de Florida. Ayudó a los Marlins a vencer a Cleveland en la Serie Mundial de ese año, al batear para .389. Luego se retiró con promedio vitalicio de .245, porcentaje de embasado de .357 y porcentaje de slugging de .427. Los Filis no tuvieron un capitán formal durante la carrera de Daulton, pero al ser una figura quien había lidiado con muchas lesiones en las rodillas para convertirse en jugador regular, él fue reconocido como líder del equipo. En 1992 los Filis terminaron en último lugar, pero Daulton tuvo un tope vitalicio de 27 jonrones y el liderato de carreras empujadas (109) de la Liga Nacional. La temporada siguiente, él junto a Lenny Dykstra, John Kruk y un grupo de desconocidos produjeron una sorpresa al vencer a los Bravos de Atlanta en la Serie de Campeonato de la Liga Nacional. Kruk le dijo al columnista Paul Hagen de MLB.com que cuando Daulton hablaba, todos sus compañeros lo escuchaban. Una vez Daulton les advirtió de mantener sus bocas cerradas después de ganar los primeros tres juegos de una serie de cuatro desafíos ante los Cardenales de San Luis. “Para cualquiera de nosotros hubiera sido fácil decir algo”, le dijo Kruk a Hagen. “Pero ese era el punto. Cuando él hablaba, nosotros escuchábamos. Nadie dijo nada. Nadie vociferó. Terminamos completando la barrida el día siguiente”. Los Filis perdieron la Serie Mundial ante los Azulejos de Toronto, 4-2, con Daulton detrás del plato durante el jonrón decisivo de Joe Carter. El relevista Mitch Williams, quien hizo el lanzamiento final, le dijo a The New York Times pocos días después que Daulton había pedido una recta alta y afuera, pero que él había cometido una idiotez y lanzó abajo y adentro. Williams recibió amenazas de muerte de varios fanáticos airados de los Filis, pero sus compañeros de equipo lo apoyaron mucho, especialmente Daulton. “Darren Daulton se me acercó en el clubhouse y dijo, ‘¡Todo el año le he estado diciendo a los bateadores que lanzamiento venía, me creerías que en la Serie Mundial alguien finalmente me hizo caso!’” dijo Williams. “Agradezco eso”. Darren Arthur Daulton nació el 3 de enero de 1962 en el matrimonio de Carol y David Daulton en Arkansas City, Kan. Asistió a Arkansas City High School, donde jugó tanto futbol Americano como beisbol, y fue seleccionado por los Filis en la ronda 25. Fue residente de Clearwater por mucho tiempo, el lugar de entrenamiento primaveral de los Filis. Le sobreviven su esposa Amanda; sus padres; un hermano, David Jr., y cuatro hijos, Zachary, Summer, Savannah y Darren Jr. Daulton es el tercer prominente antiguo miembro de los Filis que ha fallecido este año. Dallas Green, el manager de su equipo campeón de 1980, falleció en marzo, y el pitcher del Salón de la Fama, Jim Bunning, falleció en mayo. Traductor: Alfonso L. Tusa C.

jueves, 27 de julio de 2017

El Tiempo en una Botella.

Mickey Mantle. Sports Illustrated. 18 de abril de 1994. Luego de 42 años de abusar del alcohol, un pelotero legendario describe su vida de conducta autodestructiva y espera que su recuperación le convierta finalmente en un verdadero ejemplo. Empezaba algunas de mis mañanas de los últimos diez años con el “desayuno de campeones” un vaso grande lleno con un trago o más de brandy, algo de Kahlúa y crema. Billy Martin y yo solíamos tomarlo todo el tiempo, llamé a la bebida en tributo a lo que éramos como equipo. A veces cuando estaba en Nueva York sin nada que hacer, y andaba con Billy, entrábamos a mi restaurant de Central ParkSouth alrededor de las 10 de la mañana, y el empleado del bar mezclaba los ingredientes en un recipiente y lo agitaba. Eso sabía muy bien. Desafortunadamente para todos los que me rodeaban, un “desayuno de campeones” bastaba para que se despidieran por ese día. Después de un trago, yo apenas entraba en calor. A menos que tuviera un compromiso de negocios, a menudo seguía bebiendo hasta que no podía hacerlo más. Beber se había convertido en una rutina muy frecuente para mí. Si tomaba un trago para empezar el día, iba a almorzar y me tomaba tres o cuatro botellas de vino en el transcurso de la tarde. Vino blanco. Vino tinto. No me importaba, y no tomaba en cuenta la calidad tampoco. De hecho, pensaba que si tomaba vino, eso no era tomar de verdad. Para mí, el vino no era licor. En alguna ocasión alardeé de conocer el buen vino. Pero a través de los años lo bebí tanto que no me importó más. Al final de una tarde, después que había terminado una ronda del golf, un tipo envió un vaso de oporto caro. Yo estaba bebiendo vodka Absolut en las rocas, y a la vista del tipo, agregué el oporto sobre mi Absolut. El tipo vino anonadado y dijo, “Hombre, ese era un oporto de 15 $ el trago, el que te envié”. Y yo dije, “Oh, lo siento. Bebemos de esos todo el tiempo. Los llamamos Aborts”. Siempre me enorgullecía de mi independencia cuando hacía trabajo de relaciones públicas, avales y apariciones personales. Siempre quería dar lo mejor de mí. Era cuando no tenía compromisos, nada que hacer y ninguna parte donde estar que caías en esas largas sesiones de ingestión alcohólica. Era la soledad y el vacío. Yo encontraba “amigos” en los bares, y llenaba mi vacío con alcohol. En esas instancias, al comienzo de la noche, yo estaba totalmente ido. Apenas podía hablar. Trataba de invitar a alguien a cenar conmigo, y empezaba a tomar Martini de vodka. Ordenaba la comida, pero no comía. Solo me sentaba y tomaba. En los pasados cinco años, usé el alcohol como una muleta. Para ayudarme a sobrellevar mi timidez y hacerme sentir más cómodo antes de todas esas presentaciones personales, entraba en calor con tres o cuatro vodkas antes de salir del hotel, para ir directo a la fiesta coctel y tomar tres o cuatro tragos más, entonces empezaba a sentir, Juio, que bueno. Vamos. Cuando yo bebía, pensaba que era divertido, que era el alma de la fiesta. Pero resultaba que nadie podía soportar estar cerca de mí. Hablaba alto, y me parece que todo lo que salía de mi boca era rudo y crudo. Después de uno o dos tragos, yo estaba muy contento. Las personas me podían pedir varios autógrafos, y los firmaba. Entonces después de varios tragos, podía ser muy desagradable. Si me pedían un autógrafo, y yo había bebido mucho, te mandaba a freir monos, hasta en mi propio restaurant, donde algunas veces le decía a las personas “…fuera!” o “¡váyanse de aquí!” Mis socios del restaurant y las personas quienes me estimaban me decían, ¿Por qué no regresas al hotel?” Hubo muchas noches cuando tuvieron que sacarme por la puerta de atrás. La mayoría de las cosas que decía y hacía mientras tomaba, no podía recordarlas el día siguiente. Los últimos 10 años hice cosas que me impactaron. Estaba muy avergonzado. Las personas me decían, “Ni te imaginas lo que dijiste anoche”. Yo respondía, “¿Yo dije eso?” Esas historias me molestaban mucho. Ese no era yo. No era ese tipo del que hablaban”. Lo que me molestaba aun más era la forma en que empecé a olvidar las cosas simples de cada día. Podía estar hablando contigo y olvidar completamente mi secuencia de pensamiento. Iba a cenar y el día siguiente no podía decir a donde fui, que comí o con quien estaba. Una tarde de hace unos años fui a un fisioterapeuta. Cuando regresé al hotel, llamaron de su oficina para ver como me sentía, y no recordé haber estado allí. Nunca me atrajeron los asuntos de negocios. No tenía que manejar mis finanzas porque mi abogado, Roy True, se encargaba de eso. Aunque no me gustaba eso, yo iba con Roy True a las reuniones de negocios y medio escuchaba por alrededor de 20 o 30 minutos cuando mucho. Durante los pasados siete u ocho años nuestras discusiones fueron poco frecuentes. Yo incumplía citas debido a que estaba enratonado. Si me encontraba con él, no podía recordar lo que me decía. Me sentía frustrado y molesto. Olvidaba que día era. Que mes era. En cual ciudad estaba. Hubo docenas de presentaciones personales y eventos de barajitas a los que había acordado asistir, pero cuando llegaba el momento de cumplir, yo reclamaba que nunca había hecho ese compromiso. Pero siempre asistía. Estoy orgulloso de eso. No se trataba solo de eventos recientes que habían desaparecido de mi memoria debido a mis dificultades con la bebida. Fui el padrino de la boda de Billy Martin en 1988, y apenas recuerdo haber estado allí. La pérdida de memoria me asustaba. Le dije a un par de médicos con quienes juego golf en Preston Trail Golf Club, cerca de mi casa en Dallas, que pensaba que podría tener la enfermedad de Alzheimer, y ellos me dijeron: “Bien, probablemente, aun no la tengas, pero más te vale empezar a vigilar tu bebida. Es importante que empieces a disminuirla”. Tenía miedo de que el alcohol hubiera alterado mi cerebro. El otro día vi a alguien tomar práctica de infield, lo vi atrapar una pelota y hacer el tiro, y traté de pensar. ¿Cómo hacía para lanzar una pelota? ¿Yo saltaba, o adelantaba un paso, o lanzaba de inmediato? No puedo recordarlo. Entonces alguien siempre pregunta, “¿Cuál era su pitcheo favorito para batear?” Pero no puedo recordar cual era mi pitcheo favorito o donde me gustaba batearlo. Mientras más envejecía, y bebía más alcohol, más tenía esas resacas extrañas, ataques de ansiedad. De lo que puedo recordar, tuve el primer ataque de ansiedad en abril de 1987. Había estado en el Mickey Mantle-Whitey Ford Fantasy Camp en Florida, bebiendo con los muchachos por dos semanas, y entonces tuve que ir al norte del estado de Nueva York para un evento de barajitas de fin de semana. Eso implicó dos días más de bebedera. Para cuando subi al avión para regresar a mi casa en Dallas, estaba deshidratado. Y pensé ¿y si tengo un ataque cardíaco? Mientras más pensaba en eso, peor me sentía. Le di una palmadita en el hombro a la aeromoza y dije, “¿Tienen un médico aquí?” Ella se volteó, me miró a la cara y dijo, “¡Dios mío, señor, siéntese!” Empecé a hiperventilar. Ella dijo, “Le voy a suministrar oxígeno. Cuando el avión aterrizó, había paramédicos de emergencia que me llevaron en una camilla, mi hijo mayor, Mickey Jr., quien había ido a buscarme, pensó que me estaba muriendo, lo mismo pensé. Hubo más ataques de ansiedad, pero no se hicieron frecuentes hasta los últimos dos años. Si salía y tomaba mucho, el día siguiente me levantaba sudando frío. Me quedaba en casa, bebía agua y me decía, “Caramba, no vuelvo a beber así otra vez”. O llamaba a uno de los médicos con quienes jugaba golf, y él me hospitalizaba por tres días. El médico decía, “Mick, tienes que dejar eso. No sabes lo que te estás haciendo”. Yo me sentaba y decía, “Lo sé. Si, lo sé”. Tan pronto como salía del hospital, iba directo a un bar. Llegó un momento en que me preocupaba mucho por todo, lo que ocurría con mi memoria, lo terrible que sentía mi cuerpo, que tan mal esposo o padre había sido, que hasta tenía miedo de estar solo en la casa. Le pedía a mi hijo menor, Danny, que por favor se quedara en casa conmigo. Y había oportunidades cuando me encerraba en mi habitación para sentirme seguro. Tuvo que ocurrir un vergonzoso incidente el pasado diciembre en un evento de caridad de golf para el Harbor Club Children's Christmas Fundcerca de Atlanta para finalmente enfrentar mi alcoholismo. Bebí un Bloody Mary en la mañana, y después un par de botellas de vino en la tarde mientras estaba en el hoyo 12, provocando donaciones al apostarle a las personas que venían, que yo podía golpear la pelota más cerca del lugar de partida que cualquiera de ellos. Despues tuvimos una subasta de memorabilia deportiva, y estaba tan borracho que compré una pelota firmada por Jim Lonborg, y ni siquiera la fui a buscar. Le dije a alguien que pensaba que había bateado mi último jonrón ante Lonborg. Despues de eso, hice el ridículo en una cena. Cuando no pude recordar el nombre de un ministro, dije en voz alta, “El predicador…” El día siguiente, cuando supe lo que había dicho, estaba completamente horrorizado. Estoy seguro que a través de los años, las personas me han soportado muchas cosas porque se trataba de Mickey Mantle, pero después de ese episodio, no podía creer que había sido tan irrespetuoso. Cuando regresé a Dallas, le pregunté a Danny acerca del Betty Ford Center. Mis amigos y familiares habían discutido varias veces en los años recientes, acerca de intervenir respecto a mi situación, pero sabiendo cuan terco y cabeza dura yo era, ellos reconocieron que eso no hubiese funcionado. Yo necesitaba pensar que el programa de tratamiento para alcoholismo era mi idea. Danny había ingresado por su cuenta en el Betty Ford en octubre pasado debido a que sentía que estaba bebiendo mucho. Le pregunté a Danny por el tipo de cosas que ocurren allí. No hablo mucho, y no estaba seguro de querer estar en una situación en el Betty Ford, donde tendría que hablar de mis sentimientos. Tenía miedo de llorar frente a desconocidos, pensaba que las personas me despreciarían. Mickey Mantle no debería llorar. Pocos días después fui a almorzar con Danny y mi amigo Pat Summer-all, quien había estado en el Betty Ford hacía unos dos años. Le hice más preguntas a Pat acerca del Betty Ford. ¿Cómo es? ¿Se convierten en religiosos? También le pedí a mi médico que me hiciera un examen físico. Me hizo algunas pruebas, y me dijo que estaba mal del hígado. Me refirió a otro médico para que me hiciera una resonancia magnética del hígado. Durante una hora y 15 minutos, permanecí en el compartimiento de resonancia magnética, y pensé, ¿Qué estoy haciendo aquí? Eso debía ser muy serio. Fue difícil evitar llorar, al pensar en el mal estado en que estaba, como había abusado de mi mismo con el alcohol por 42 años, todas las personas que había desilusionado. Estaba preocupado de que los aficionados recordaran a Mickey Mantle más como un borracho que por mis logros beisboleros. Siempre había pensado que podía dejar de beber por mi cuenta, y lo hacía por varios días o un par de semanas, pero cuando me sentía bien otra vez, volvía a emborracharme. Estaba física y emocionalmente desgastado por la bebida. Había tocado fondo. Cuando llegaron los resultados de la resonancia magnética el día siguiente, el médico me llamó a su oficina y dijo, “Mickey, tu hígado aun funciona, pero se ha regenerado tantas veces que más temprano que tarde vas a tener un piedra por hígado. Eventualmente necesitarás un hígado nuevo. No te voy a mentir: El próximo trago que tomes podría ser el último”. Me estaba matando. Pedí ayuda. Si el alcoholismo es hereditario, si está en los genes, entonces pienso que el mío venía del lado de la familia de mi madre. Sus hermanos eran todos alcohólicos. Mi madre, Lovell, y mi padre Mutt, no eran grandes bebedores. Papá compraba una botella de whiskey los sábados por la noche y la metía en la nevera. Entonces cada noche cuando regresaba a casa del trabajo de ocho horas en la Eagle-Picher Zinc and Lead Company de Commerce, Okla., iba a la nevera y se servía un trago de whiskey. Papá se emborrachaba de vez en cuando, como cuando iba a un baile de granero y tomaba cinco o seis tragos. Para mí, ¡cinco o seis tragos no llegaban siquiera a lo que yo tomaba en una fiesta de coctel! Además de los cigarros Lucky Strike que constantemente apretaba en un lado de su boca, tendría que decir que si mi padre era adicto a algo eso era el beisbol. Amaba el beisbol, jugaba pelota semi-profesional los fines de semana y era un tremendo fanático de los Cardenales de San Luis. De hecho eligió mi nombre por Mickey Cochrane, el catcher del Salón de la Fama quien jugó para Filadelfia y Detroit y fue un gran bateador. Papá tenía grandes esperanzas conmigo. Pensaba que yo podía ser el pelotero más grande que jamás existió, e hizo todo lo que pudo para ayudarme a realizar su sueño. Aunque llegaba cansado de sus largos días de trabajo en las minas, papá siempre me lanzaba práctica de bateo en el patio cuando regresaba a casa del trabajo, desde cuando yo tenía cuatro años de edad. Mi mamá nos llamaba a cenar, pero solo íbamos a comer después que papá terminara de instruirme desde ambos lados del plato. Papá era un tipo estricto. Si yo había hecho algo mal, él solo me miraba, no tenía que decir nada, y yo decía, “No lo haré más papá”. Quería mucho a mi padre, aunque no se lo dijera. Como él tampoco podía decírmelo. Él ponía su brazo en mis hombros y me abrazaba, pero a la vez hacía un chiste, me pateaba el trasero con su pie. Pero yo sabía que él me quería mucho. Cuando subí a los Yanquis en 1951, a los 19 años de edad, apenas si me había tomado un trago. Mi padre no habría aceptado que me emborrachara. Pero la primavera siguiente, cuando papá falleció de mal de Hodgkin a los 39 años de edad, yo estaba devastado, ahí fue donde empecé a beber. Me parece que el alcohol me ayudó a escapar del dolor de perderlo. Aquellos días, los Yanquis hacían sus giras en tren, y Casey Stengel, nuestro manager, tenía un límite de dos tragos en los viajes, aunque en realidad no controlaba eso. Billy Martin y yo éramos salvajes en la carretera. Bebíamos mucho, y no íbamos a dormir hasta que estábamos muertos de sueño. La bebida se disparó después de la temporada de 1953, cuando Billy fue a vivir conmigo y mi esposa, en Commerce. Billy y yo éramos mala influencia mutuamente. Siempre estábamos saliendo, le decíamos a Merlyn que íbamos a pescar, en vez de eso, íbamos directo a un bar. En el pasado, yo podía dejar de beber cuando íbamos al entrenamiento primaveral. Me ponía en forma. Luego, cuando empezaba la temporada, volvía a beber, Billy, Whitey Ford y yo. Jugábamos casi puros juegos nocturnos. Regresábamos a casa alrededor de la 1 am y dormíamos hasta las 9 o las 10. Yo nunca tenía resacas. Tenía una tolerancia increíble ante el alcohol, y siempre lucía y me sentía bien en la mañana. Pienso que nunca boté un juego debido a que estaba borracho o enratonado. Tal vez lastimé al equipo una o dos veces, pero si no me sentía bien, me salía del juego temprano. Cuando mi papá falleció, Casey se convirtió en una especie de padre parar mí. A veces me llamaba u decía, “Mira, sé que no tenemos una hora límite, pero estás llegando un poco tarde. Eso no te conviene de ninguna manera”. No podía burlarme de Casey. Para Billy y para mí, beber era una competencia. Buscábamos quien podía emborrachar al otro hasta el punto de dejarlo tendido bajo la mesa. Le llevaba una ventaja en eso de verlo emborracharse antes que yo. El alcohol lo volvía muy agresivo. Era la única persona que conocía quien podía ver a un tipo mostrándole el dedo desde el extremo opuesto del bar. Tuvimos tiempos salvajes. Una noche en Detroit después de unos tragos, regresamos a nuestra habitación del hotel, y Billy dijo, “Vamos a caminar por la cornisa para ver que ocurre en las otras habitaciones”. Estábamos en el piso 22. Él salió por la ventana, yo iba detrás de él. Bien, todo se complicó muy rápido porque nadie tenía las luces prendidas, y yo le tengo miedo a las alturas. Además la cornisa era muy estrecha y no podíamos dar la vuelta, así que tuvimos que gatear para rodear el edificio y regresar a nuestra habitación. Mis últimos cuatro o cinco años con los Yanquis, no me percaté de que me estaba arruinando con la bebida. Solo pensaba, esto es divertido. Solía ver tipos venir a Yankee Stadium desde Detroit o Chicago; allí estaban tomando práctica de bateo, todos con resaca. Pero hoy puedo admitir que toda esa bebedera acortó mi carrera. Cuando me retiré en la primavera de 1969, tenía 37 años de edad. Casey había dicho cuando subí, “Este muchacho va a ser mejor que Joe DiMaggio y Babe Ruth”. Eso no ocurrió. Nunca logré lo que mi papá había querido, y debí haberlo hecho. Dios me dio un gran cuerpo para jugar, y no lo cuidé. Reconozco que en buena parte eso se debió al alcohol. Todos tratan de buscar la excusa de que las lesiones acortaron mi carrera. La verdad es, que después que tenía una operación de rodilla, los médicos me entregaban el plan de ejercicios de rehabilitación, pero yo no lo cumplía. Me iba a beber. La primera vez que me lesioné la rodilla, en la Serie Mundial de 1951, tenía solo 19 años de edad. Pensé, estaré bien. Me lesioné de nuevo las rodillas en el transcurso de los años, y solo pensaba que me recuperaría naturalmente, Siempre había tenido todo naturalmente. No trabajé duro en eso. Cuando llegaba el último juego de la Serie Mundial, no pensaba en el beisbol hasta la primavera. Eso fue una estupidez. Despues que me retiré, mis problemas de bebida empeoraron. Cai en una profunda depresión. Billy, Whitey, Hank Bauer, Moose Skowron, dejé a todos esos tipos, y pienso que eso dejó un vacío en mí. Traté de llenarlo tomando. Todavía siento que no tengo mucho en común con muchas personas. Pero con esos tipos, compartí la vida. Éramos como hermanos. No he conocido a más nadie con quien me haya sentido tan cercano. En los últimos 10 años, gracias al negocio de la memorabilia deportiva, las expectativas de ser Mickey Mantle fueron muy intensas muchas veces. Cuando yo solía hacer eventos de barajitas, muchos tipos se me acercaban todo el tiempo, con lágrimas en los ojos me decían, “Mickey Mantle. He esperado toda mi vida para conocerte”. Uno de ellos le dijo a su hijo pequeño, “Hijo, este es el pelotero más grande que haya existido”. Y el niño lo miró y le dijo, “Papi, ese es un viejo”. A todas partes donde iba, la gente quería oir las viejas historias de Billy y Whitey y nuestros tiempos salvajes. Eso era parte de la leyenda de Mickey Mantle. Todos esperaban que yo empezara a beber. Me brindaban tragos. Pienso que esperaban que me emborrachase. Era como si pensaran: Mickey Mantle ya no puede sacarla del parque, pero aun puede tomarse unos tragos. Nunca había pensado en algo serio en mi vida por un período contínuo de días o semanas hasta que ingresé en el Betty Ford Center para mi estadía de 32 días. Siempre he tratado de evitar lo emocional, lo controversial, lo serio, y lo hice a través del alcohol. El alcohol siempre me protegió de la realidad. Pero en el Betty Ford, podía ser yo. Ahí no era Mickey Mantle. Era el tipo de la habitación 202. Cuando llegas al Betty Ford, tienes que abrirte a los miembros de tu unidad de dormitorio en las sesiones de terapias de grupo. Me tomó un par de veces antes de poder hablar sin llorar. Se supone que debes decir porqué estás ahí, y dije que porque tenía el hígado enfermo y estaba deprimido. Cada vez que trataba de hablar de mi familia, me trancaba. Una de las cosas que empastelaba, además del beisbol, era ser padre. No era un buen hombre de familia. Siempre estaba fuera, paseando con los amigos. Mickey Jr. pudo haber sido un gran atleta. Si él hubiese tenido a mi papá, pudo haber sido jugador de grandes ligas. Mis hijos nunca me culparon por no estar ahí. No tienen que hacerlo. Me culpo yo. El programa de Betty Ford está basado en los 12 pasos de alcohólicos anónimos. Cuando estás en el primer paso, debes contar la historia de tu vida a tu grupo. Te piden que cuentes historias de las cosas que hacías cuando estabas borracho, como te hacía sentir eso y que cosas te molestaban más después. Hablé de Billy y yo gateando alrededor de la cornisa del hotel, en el piso 22. Hablé acerca de cómo casí asesiné a Merlyn una noche, al estrellar el carro contra un poste telefónico, ella golpeó su cabeza contra el parabrisas. Habíamos salido a comer con Yogi Berra y su esposa, Carmen, en Nueva Jersey, yo había estado bebiendo vodka seca. Merlyn había querido manejar, pero no la dejé, y lo último que oímos fue a Yogi gritar, “¡Si yo fuera tú, no lo dejaría manejar!” Esas historias habían sonado tan divertidas, pero cuando las estaba contando en el grupo de terapia en el Betty Ford, parecieron estúpidas. Cada día en el Betty Ford iba a ver una película o a una charla, y estaba sorprendido de cuanto de eso estaba relacionado con el hogar. Hablaban mucho acerca del alcoholismo y las familias disfuncionales. Un día mostraron una película acerca de un hombre y una mujer y sus tres hijos. El tipo estaba muy ocupado bebiendo para ir a casa. Finalmente, él llama a su esposa, se reúnen y beben. Una vez, mientras ella salía por la puerta, le dijo a uno de los niños que usara el dinero de su mesada para llevar a sus hermanos a comerse una hamburguesa. Noté que yo era como ella. Siento que soy la razón por la cual Danny fue al Betty Ford el otoño pasado. Todos esos años yo había hecho que él fuera a almorzar y cenar conmigo. También llevaba a Mickey Jr. y a mi siguiente hijo mayor, David. Les decía. “¿Qué van a hacer esta noche? Vamos a comer”. Lo cual significaba, “Vamos a beber”. Todos bebían mucho debido a mí. No teníamos relaciones normales padre-hijo. Cuando ellos estaban creciendo yo estaba jugando beisbol, y después que me retiré, estaba muy ocupado viajando, siendo Mickey Mantle. Nunca jugamos a lanzarnos la pelota en el patio. Pero cuando tuvieron la edad suficiente, nos hicimos amigos por los tragos. Cuando estábamos juntos, se sentía como los viejos días con Billy y Whitey. No tenía idea de lo que le estaba haciendo a mis hijos al hacerlos beber así. A fines del septiembre pasado, Danny voló conmigo a Los Angeles para un evento de firma de autógrafos, para Upper Deck Authenticated, tengo un contrato exclusivo con ellos, después que aterrizamos, no vi a Danny por una semana. Él había ido para ayudarme, y desapareció. Resultó que se encontró con un amigo, y se largaron. Pero en vez de regresar a casa en Dallas, él terminó ingresando al Betty Ford sin decirme. No me di cuanta de que tan mal estaba él, él solía beber conmigo siempre, pero si no pensaba que tenía un problema, ¿cómo podía saber que mi hijo estaba tan mal? No llamé ni le escribí a Danny mientras estuvo en el Betty Ford, ni fui a la tercera semana del programa, semana de la familia, porque tenía miedo de que las personas dijeran: “Bien, ¿por qué no estás aquí? Si lo ingresaste a él”. El mayor disgusto de mi vida fue no ser capaz de ayudar a mi tercer hijo, Billy, quien lleva ese nombre por Billy Martin. Cuando tenía 19 años de edad, a Billy le diagnosticaron Hodgkin, la enfermedad que mató a mi padre, al padre de mi padre y a dos hermanos de papá, siempre quise haber sido quien tuviera el cáncer, no Billy. Ver a tus hijos sufrir es desgarrador. Cuando Billy tenía 25 años de edad, Merlyn y yo lo llevamos al MD Anderson Cancer Center de Houston para un tratamiento experimental de quimioterapia de un año, pero las drogas fueron tan fuertes para su cuerpo que terminó tomando un calmante de alto espectro, Dilaudid. Le rogué e imploré a Billy que dejara de tomar eso, y el prometía que lo haría, pero lo próximo de que me enteraba, era que él estaba tomado Dilaudid de nuevo. En los pasados 17 años, el Hodgkin de Billy disminuyó varias veces, pero él tenía una vida infeliz. Desde 1990, frecuentó centros de tratamiento de drogas y alcohol cuatro veces en cuatro años, y en 1993 tuvo una cirugía cardíaca de bypass y le colocaron dos válvulas en su corazón. Me escribía notas: “Papá sácame de aquí, y estaré bien”. Me sentía impotente. Semanas después que salí del Betty Ford, y solo dos días después que su madre lo había registrado en un centro de rehabilitación de Wilmer, Texas, Billy tuvo un ataque cardíaco y falleció. Solo tenía 36 años de edad. Danny fue a Preston Trail a decirme. Yo estaba jugando backgammon en el camerino, en cuanto vi el rostro de Danny, noté sus lágrimas, lo supe. Siempre sentí que algo malo le ocurriría a Billy. Entonces hice la cosa más difícil que he tenido que hacer, decirle a Merlyn que Billy estaba muerto. Ella lo había llevado a todos los centros de tratamiento, lo había sacado de la cárcel por manejar borracho. Su vida los años recientes había sido cuidar a Billy. Si solo yo hubiese ido antes al Betty Ford, Billy pudiera estar vivo. Si yo no hubiera estado bebiendo, pude haberlo ayudado a dejar las drogas. La revelación más importante que tuve en el Betty Ford ocurrió en los grupos de terapia de sufrimiento, pienso que eso va a cambiar la manera como trato a mis hijos en el futuro. Durante mi entrevista de pre-admisión, le dije al consultor que bebía debido a la depresión por sentir que nunca cumplí los sueños de mi padre. Tuve que escribirle una carta a mi padre y explicarle como me sentía respecto a él. Se habla de la tristeza. Solo me tomó 10 minutos escribir la carta, y lloré todo ese tiempo, pero después que terminé, me sentí mejor. Dije que lo extrañaba, y deseé que él hubiese vivido para ver que actué mucho mejor con los Yanquis después de mi temporada de novato. Le dije que tuve cuatro hijos, él murió antes que naciera mi primer hijo, Mickey Jr., y le dije que lo amaba. Me habría sentido mejor si hubiese podido decirle eso desde hace mucho tiempo. Papá estaría orgulloso de mí hoy, al saber que he terminado el tratamiento en el Betty Ford y he estado sobrio por tres meses. Pero habría estado molesto porque yo hubiese tenido que ir allí. Me hubiera perdonado, pero hubiera sido difícil verle a los ojos y decir, “Papá, soy un alcohólico”. Pienso que no hubiera podido hacerlo. Me hubiera sentido como que lo habría desilusionado. No sé como se supera eso; ya no puedo batear un jonrón para él. Billy Martin y yo solíamos bromear entre nosotros acerca de cual hígado se dañaría primero. Fui orador en el funeral de Billy, luego que él falleciera en un accidente en una camioneta pick-up el día de Navidad de 1989. Pero si él estuviera vivo, después de haberme gastado bromas por el Betty Ford Center, podría haber dicho, “Hey, tal vez yo debería ir allí también”. En el Betty Ford te enseñan a regresar a casa y abrazar a tus hijos, sin importar que tan viejos sean ellos. Estoy muy orgulloso de mis hijos. A pesar de mis faltas, Merlyn inculcó en mis muchachos muchas cosas admirables. Mickey Jr., tiene 40 años de edad, David tiene 38, y Danny 34. Ahora, cada vez que invito a mis hijos a salir y comer, me refiero a comer. No a emborracharnos. Voy a tratar de ser un amigo, un socio. Mickey Jr., tiene una hija de cinco años de edad, Mallery y David tiene una nena de cinco meses, Marilyn. Voy a tratar de ser un buen padre y un buen abuelo. Voy a pasar más tiempo con ellos, a demostrarles y decirles que los amo. Mis planes inmediatos son mantenerme tranquilo. Tengo 62 años de edad, y he vivido mucho. Le dije a Joe Garagiola que trabajaría con él en BAT, el Baseball Assistance Team (Equipo de Asistencia del Beisbol), el cual ayuda a los peloteros viejos que tienen dificultades, y me gustaría hablarle a los niños acerca del abuso de las drogas y el alcohol. Se solía decir que yo era un ejemplo, y los niños, y hasta tipos mayores, me admiraban. Tal vez ahora pueda ser un verdadero ejemplo, porque admití que tenía un problema, estuve en tratamiento y me mantengo sobrio, y tal vez pueda ayudar más a las personas que cuando era un pelotero famoso. Me siento más importante como Mickey Mantle ahora que cuando jugaba para los Yanquis. Me dijeron que recibí más cartas que cualquiera en la historia del Betty Ford, 80 % de ellas decía, “Estás en el juego más importante de tu vida, y queremos verte ganar de nuevo”. Si puedo ajustarme a eso, conseguiré su respeto de nuevo, en vez de ser recordado como, “Bien, ahí está de nuevo, y está borracho”. Voy a crear la Mickey MantleFoundation, en memoria de mi hijo Billy. Las personas no creen esto, pero no he sentido la necesidad de beber. Si la muerte de Billy no me hizo beber, entonces nada lo hará. Hace un par de semanas Danny se casó con Kay Kollars, y ese fue otro día de grandes emociones para la familia. No puedo describir la montaña rusa de emociones que he vivido los pasados cuatro meses. He enterrado un hijo y casado otro, y pasé por el Betty Ford. Hay días que parecen nublados. Pero puedo decir que no he necesitado el alcohol para ayudarme a enfrentar la realidad. En el Betty Ford, vi personas quienes habían estado ahí cuatro o cinco veces No quiero ser débil. Prefiero ponerme una pistola en la cabeza que tomar otro trago. Me gusta la idea de tener que estar sobrio en público, sabiendo que las personas me están observando. Ahora no me comprarán tragos. Esperan que yo no beba. Todos esos años viví la vida del alguien a quién no conocía. Un personaje de comiquitas. De ahora en adelante, Mickey Mantle va a ser una persona real. Todavía no puedo recordar mucho de los últimos 10 años, pero por lo que me han contado, de verdad no quiero esas memorias. Me estoy preparando para las memorias que tendré en los próximos 10 años. Estoy golpeando bien la pelota de golf en estos días. Ya no siento las tembladeras. En cuanto mi hígado se recupere y el conteo de plaquetas de mi sangre mejore, voy a tener rodillas artificiales implantadas. Mientras estuve en el Betty Ford, empecé a caminar, y pasé desde 107 kg hasta 102 kg. Tener a los muchachos del Preston Trail y a mi familia y a personas a quienes no había visto en un tiempo diciendo, “Hombre, me alegra que hayas ido al Betty Ford, luces muy bien”, me hace sentir bien. De verdad siento como que gané la Serie Mundial. No puedo esperar a regresar a mi restaurant de Nueva York y ver como reaccionaran cuando ordene una coca cola ligera en vez del “desayuno de campeones”. Traducción: Alfonso L. Tusa C.

martes, 13 de junio de 2017

Cincuentenario del primer juego sin hits ni carreras de Don Wilson.

Astros de Houston 2, versus Bravos de Atlanta 0. No Hitters. Rich Westcott and Allen Lewis. McFarland & Company, Inc. Publishers Jefferson, North Carolina and London. 2000. 418 p. Durante la mayor parte de su carrera, Donald Edward Wilson, tuvo la mala fortuna de lanzar para equipos de los Astros de Houston con marcas negativas que terminaban bien abajo en la tabla de posiciones de la Liga Nacional. Con un equipo mejor el espigado lanzador de poder pudo haber conseguido números muy buenos. Sin embargo, aún con los Astros, sus estadísticas fueron muy respetables. Wilson tuvo números de doble dígito en la columna de juegos ganados durante sus ocho temporadas completas antes de su inesperado deceso en 1975. Fue solo el tercer pitchers de Houston en ganar al menos 16 juegos en una temporada. Nació el 12 de febrero de 1945, en Monroe, Louisiana. Wilson insurgió con el Cocoa en la Florida Rookie League en 1964. Llegó a las ligas mayores al final de la temporada de 1966. Wilson falleció el 5 de enero de 1975, un suicidio, por intoxicación con monóxido de carbono en el garaje de su casa. Totales de grandes ligas: 9 años (1966-1974). 266 juegos. 104 ganados. 92 perdidos. Antes de la temporada de 1967, Don Wilson solo había lanzado un juego en las mayores. Para el momento cuando enfrentó a los Bravos de Atlanta que marchaban en la sexta posición, el domingo 18 de junio de 1967 en el Astrodomo, ya había dado muestras de que era un lanzador a ser tomado en cuenta. El novato de 22 años había ponchado a 13 Gigantes de San Francisco en su salida anterior. Ahora, lanzaría con tres días de descanso, Wilson tenía marca de 3-3 para unos Astros que ocupaban el noveno lugar de la Liga Nacional, ese día enfrentarían al nudillista Joe Niekro ante una multitud de 19.199 personas. Wilson estuvo brillante. Con una recta poderosa, se convirtió en el undécimo novato que lanzaba sin permitir imparables ni carreras, mientras silenciaba a Atlanta con una obra maestra de quince ponches. Wilson caminó a tres mientras enfrentaba solo a treinta bateadores. El rey del jonrón, Hank Aaron, se ponchó tres veces. Wilson lanzó escon de ponches una vez y ponchó dos bateadores en un inning cuatro veces. Ningún Bravo le llegó a segunda base. Wilson retiró los primeros 14 bateadores que enfrentó, empezando en el primer inning cuando dominó a Felipe Alou con roletazo por segunda base, a Tito Francona con elevado al campocorto, y a Aaron con ponche. El lanzallamas de los Astros abanicó a Bob Uecker y a Niekro en el tercer inning, y a Francona y Aaron en el cuarto. En el quinto concedió boleto a Dennis Menke luego de dos outs, pero no pasó de primera base porque Uecker entregó el tercer out con elevado a la izquierda. Para entonces, Houston había sacado ventaja de 2-0 ante Niekro, quien lanzaría un juego sin imparables ni carreras seis años después. Los Astros anotaron en el cuarto inning sin outs, cuando Sonny Jackson sencilleó y anotó con doblete de Jim Wynn. Luego que un sencillo de Rusty Staub lo llevara a tercera base, Wynn anotó con un roletazo de Eddie Mathews que forzó a Staub en la intermedia. Lo más cerca que los Bravos estuvieron de conseguir un imparable fue en el sexto inning cuando, luego de dos outs, Alou bateó un roletazo candente a la izquierda del tercera base Bob Aspromonte. El antesalista de los Astros se lanzó de cabeza y atrapó la pelota, se levantó de un salto y disparó un strike al mascotín de Matthews para completar el out en primera base. Esa fue la única jugada defensiva difícil de los Astros. Wilson concedió boleto a Aaron con un out en el séptimo, pero entonces ponchó a Mack Jones y obligó a Mike de la Hoz a elevar al centro. Menke volvió a negociar boleto para abrir el octavo, pero Wilson apretó el brazo y ponchó los siguientes tres bateadores- quienes fueron los emergentes Rico Carty, Charley Lau y Clete Boyer. Eso llevó a Wilson al noveno inning, a terminar la tarea. Alou abrió el episodio y levantó un elevado detrás el plato ante el cual el cátcher Dave Adlesh giró hacia el lado equivocado y se perdió, pero Aspromonte adelantó desde la antesala y atrapó la pelota a último momento. De seguidas, Francona se ponchó con tres envíos. Entonces vino a batear el peligroso Aaron. El gran toletero se fajó con Wilson hasta la cuenta de 3 y 2, entonces conectó una larga línea en foul por la raya del jardín izquierdo. Con el próximo envío, Aaron abanicó para entregar el out final. Luego el dueño de Houston disolvió el contrato y le dio un aumento de 1000$. Wilson terminó la temporada con marca de 10-9. Traducción: Alfonso L. Tusa C.

martes, 6 de junio de 2017

Jimmy Piersall, cuya enfermedad mental fue retratada en ‘Fear Strikes Out’ fallece a los 87 años de edad.

Richard Goldstein. The New York Times. 04-06-2017. Jimmy Piersall, el a menudo excéntrico jardinero y comentarista cuya dificultad emocional mientras era novato de los Medias Rojas de Boston fue retratada en la película de 1957 “Fear Strikes Out”, una rara mirada, para la época, a la enfermedad mental de un atleta, falleció este sábado 3 de junio en Wheaton, Ill. Su muerte fue anunciada por los Medias Rojas. Piersall fue un jardinero central sobresaliente, sólido bateador y dos veces integrante del equipo Todos Estrellas, jugó 17 temporadas en las ligas mayores. Pero su carrera casi terminó cuando estaba en pleno apogeo. Considerado el sucesor del jardinero central estrella de los Medias Rojas, Dom DiMaggio, Piersall payaseaba en el terreno en su temporada de novato, 1952, peleaba o simplemente trataba de manera brusca a sus compañeros de equipo y contrincantes; y arengaba a los árbitros. “Yo fui un tipo divertido, un payaso del beisbol, y donde iban los Medias Rojas, los aficionados se agolpaban para verme”, dijo Piersall en su libro de 1955, “Fear Strikes Out”, escrito con Al Hirshberg. El libro fue la base para la película, en la cual Piersall fue interpretado por Anthony Perkins. “Casi todos excepto los Medias Rojas y los árbitros, pensaban que yo era un extravagante”, escribió Piersall. “Mi esposa sabía que yo estaba enfermo, pero no pudo detener mi alocada carrera hacia el colapso mental”. Los Medias Rojas enviaron a Piersall a las ligas menores en junio de 1952, esperando que recuperara el control de sus emociones, pero sus bufonadas continuaron, y debió ingresar a un hospital mental de Massachusetts un mes después. Permaneció hospitalizado por seis semanas, bajo tratamiento para dificultades nerviosas. Piersall regresó a los Medias Rojas en 1953 y pareció haber superado sus demonios emocionales. Pero a menudo regresaba a sus andanzas conductuales en los veranos siguientes, principalmente en junio de 1963, cuando jugando para los Mets, luego de batear el centésimo jonrón de su carrera, recorrió las bases en sentido normal pero de espaldas. Cuando terminaron sus días como jugador activo, tuvo problemas con sus jefes por sus comentarios imprudentes como comentarista e instructor. Al no resistir la conmoción, Piersall le buscó un lado positivo. “Probablemente la mejor cosa que me ocurrió fue volverme loco”, escribió él, con Richard Whittingham, en el inicio de su memoria de 1985 “The Truth Hurts”. “Eso llevó a las personas al estadio para verme”. James Anthony Piersall nació el 14 de noviembre de 1929, en Waterbury, Conn. Su padre, John, un pintor de casas, lo animó para que practicara deportes, pero tenía un temperamento volátil, a menudo era brusco y exigente, recordó Piersall. Su madre, cuyo nombre de soltera era Mary Williams, tuvo estadías intermitentes en hospitales mentales. Luego de destacar en beisbol y baloncesto en la escuela secundaria, Piersall firmó con la organización de los Medias Rojas en 1948. Durante tres temporadas en las menores, a menudo estaba agitado, temía fallar. Jugó brevemente con los Medias Rojas al final de la temporada de 1950, luego regresó a las menores. Para el momento cuando llegó al entrenamiento primaveral de 1952, sus miedos habían empeorado, y se había convencido de que los Medias Rojas esperaban que él fallara cuando lo cambiaron al campocorto desde los jardines. Jugó bien el campocorto, y entretuvo a los aficionados con sus arrancadas, incluyendo su acoso al legendario pitcher, Satchel Paige, entonces con los Carmelitas de San Luis, mediante gestos alocados en las bases. Pero virtualmente tenía antagonismos con todos al confrontar a sus compañeros de equipo con sus bufonadas, sus lenguaradas contra los árbitros y su imitación del modo de desplazarse de DiMaggio, el cual Piersall describió en “Fear Strikes Out” como “de pies arrastrados, con las piernas casi rígidas desde las rodillas hacia abajo”, mientras “movía sus brazos como aleteando en cada paso”. Peleó con Billy Martin de los Yanquis y con el pitcher de los Medias Rojas, Mickey McDermott, y lloraba en el dugout cuando el manager Lou Boudreau no lo ponía en la alineación abridora. Cuando la conducta disruptiva de Piersall continuó luego que fuera enviado al equipo granja de Birmingham, fue persuadido por los Medias Rojas y su esposa, Mary, para que se sometiera a tratamiento psiquiátrico. A principios de 1955, Piersall colaboró con Mr. Hirshberg en un artículo de dos partes para The Saturday Evening Post, titulado “They Called Me Crazy, And I Was!” (“Me llamaban el loco, ¡y lo era!”) el antecedente de su memoria “Fear Strikes Out”. “La valiente descripción de Mr. Piersall de sus dificultades con la depresión maníaca, ahora llamada desorden bipolar, ayudó a sacar de las sombras a la enfermedad y su tratamiento”, escribió el Dr. Barron H. Lerner, profesor de medicina y salud poblacional en el New York University Langone Medical Center, en The New York Times en 2015. “Eso fue realmente un acontecimiento hace 60 años”. La batalla de Piersall con el desorden bipolar, la cual se caracteriza por cambios extremos que incluyen altibajos emocionales, por lo cual él fue tratado con litio, fue dramatizada en televisión en 1955 cuando Tab Hunter lo interpretó como parte de la serie de CBS “¡Climax!” y en una película de Hollywood dos años después. Karl Malden personificó a su padre en la película. En un artículo que escribió para The New York Times, Bosley Crowther calificó a la película “Fear Strikes Out” como “una gran película psicológica” al describir la relación de Piersall con un padre obsesionado con que su hijo se convirtiese en pelotero de grandes ligas. “Odié la película”, escribió Piersall en su memoria de 1985. Perkins, dijo él, hizo una buena actuación pero pareció torpe tratando de jugar beisbol. Piersall reiteró que la película incluyó eventos que nunca ocurrieron, y que él nunca culpó a su padre por sus dificultades. Piersall tuvo un promedio de bateo vitalicio de .272 con 104 jonrones, al jugar para los Medias Rojas, Indios de Cleveland, Senadores de Washington, Mets y los Angelinos de Los Angeles y California. Participó en el juego de estrellas en 1954 y 1956 y ganó el guante de oro en 1958 y 1961. Los momentos tumultuosos continuaron cuando Piersall se convirtió en comentarista de los Medias Blancas de Chicago, compartiendo con Harry Caray. Golpeó a un periodista deportivo de un diario de los suburbios de Chicago, insultó a la esposa de Bill Veeck cuando este era dueño del equipo, y no dudó en criticar a los peloteros de los Medias Blancas. Luego fue instructor de jardineros en ligas menores con la organización de los Cachorros de Chicago, pero fue despedido en 1999 luego de hacer comentarios que parecieron criticar a la gerencia del equipo. Los sobrevivientes de Piersall incluyen a su esposa, cuyo nombre de soltera fue Janet Weber Jones; nueve hijos de su matrimonio con la primera esposa, Mary Teevan, el cual terminó en divorcio, y muchos nietos y bisnietos. Más de medio siglo después de su falla, Piersall aún trabajaba en un programa deportivo radial en Chicago. “Soy el albatros que caminaba hacia el banco”, le dijo a The Plain Dealer de Cleveland en 2001. “Me va mejor que a la mayoría de esos tipo quienes dijeron que estaba loco”. Traducción: Alfonso L. Tusa C.