miércoles, 18 de octubre de 2017
Esquina de las barajitas: Mark Fidrych. Topps. 1977.
Larry Brunt.
Los trabajadores del Salón de la Fama también son aficionados al beisbol y les gusta compartir sus historias. Aquí está la perspectiva de un aficionado desde Cooperstown.
Esta es la mejor barajita de 1977.
Yo había esperado todo el año por ella. Mark Fidrych. El Pájaro. Hubiera sido mejor si él usara su uniforme blanco de home club, pero los fotógrafos de Topps tomaban imágenes de tantos peloteros como podían en la ciudad de Nueva York, así que ahí está él, presumiblemente llamado para una foto antes de un juego, parado junto al dugout de visitador en Yankee Stadium. Hay mucho que disfrutar. Está la gorra “A.L. ALL-STARS” en la franja roja, un rojo que grita, ¡presta atención! ¡Aquí está alguien extraordinario! Y está el trofeo, la copa All-Star Rookie de Topps, símbolo de logro tempranero.
Y por supuesto, el propio Fidrych. Esos sorprendente rizos que parecen crecer desde el interior de la gorra, en cascada alrededor de su rostro. Y la sonrisa. Nada de esas fotos de pose rígida tan típicas en las barajitas Topps de la década de 1970. No, aquí hay personalidad. Naturalidad. Falta de pretensión. Y si no es una sonrisa completa, la amplia jovialidad que Fidrych mostraba mientras se tocaba la gorra hacia la multitud después de los juegos, sin dudas era una sonrisa, genuina, cómoda, relajada. Es una cara generosa, receptiva, agradable. No había nada artificial en Mark Fidrych.
La temporada anterior, había sido un invitado fuera del roster al campamento de los Tigres, tan lejano de hacer el equipo que el fotógrafo de Topps no se molestó en tomar una foto del muchacho espigado quien ya había sido apodado “El Pájaro” por su parecido con el personaje de Plaza Sésamo. Alto con cabello ensortijado, animado e inocente. Así que no hubo barajita Topps en 1976. Ni siquiera una compartida en una barajita de “Rookies”.
Pero impresionó al manager Ralph Houk en el entrenamiento primaveral y quedó en el equipo. Hasta mediados de mayo, solo había pitcheado dos veces, para un total de un inning y fracción. Entonces, el 15 de mayo, Houk le entregó la pelota para su primera apertura. Fue un día frío en Detroit, con temperatura máxima de 19 grados Celsius. Fidrych había pensado en invitar a su padre al juego, pero temía que el mismo fuese suspendido por lluvia. Aunque solo asistieron 14.583 personas, la audiencia general fue mucho mayor, El juego Cleveland-Detroit era el juego alternativo de El Juego de la Semana sabatino, y cuando la lluvia causó retraso en el juego de Pittsburgh, la mayor parte del país fue movida hacia el juego de los Tigres y la oportunidad de ver la primera apertura de Fidrych.
Lo que vieron fue algo que nunca antes habían visto. En el inicio del segundo inning, Fidrych se arrodilló y aplanó la tierra delante del montículo. Había una razón para eso. Su papá le había enseñado a rellenar los huecos dejados por el pitcher rival en el inning anterior. Cuando se paró sobre la goma de lanzar y buscó la seña del receptor, mantuvo la pelota frente a sí, luego la llevó hacia su pecho, luego de nuevo frente a él. Y se habló, un conversación constante (a los medios les gustaba decir que él hablaba con la pelota). Entonces hacía un wind-up de patada prolongada y terminaba impactando el fondo de la zona de strike. Y energía. Mucha energía. Caminaba en círculo alrededor del montículo entre bateadores, subiendo y bajando la cabeza, agachándose. El Detroit Free Press lo llamaba “fidgety” (“inquieto”)y notaba como él “sacaba la lengua por el extremo derecho de su boca en casi cada pitcheo”.
Pero nadie le pudo batear. Literalmente, a través de seis innings. Finalmente permitió un imparable para abrir el séptimo episodio. Cuando el juego terminó, logró una victoria 2-1, concedió solo dos imparables en nueve innings. Ponchó cinco, al mantener la pelota baja, indujo 16 roletazos.
Y así fue como empezó todo. El primero de seis juegos completos seguidos, incluyendo desafíos de 11 innings (se convertiría en líder de la Liga Americana con 24 juegos completos). La primera de 19 victorias. Hasta julio tenía solo tres derrotas, en las cuales permitió un total de cuatro carreras, tres limpias (y no tuvo apoyo ofensivo). Fue el inicio de una carrera, en realidad un movimiento, un fenómeno, donde fue adorado no solo por Detroit, sino por los aficionados de todos lados. En el verano de 1976, un año bicentenario con círculos rojo, blanco y azul, nadie fue más grande que El Pájaro. Tiger Stadium se llenaba hasta el tope cuando lanzaba Fidrych, luego se mantenía vacío el resto de la semana. En las giras, iban multitudes a ver al Pájaro.
Pitcheaba brillantemente, pero sobre todo, las personas iban a ver a Fidrych, el fenómeno, el carisma, la energía, las cosas que hacía que nadie había visto antes: Rodear el montículo, hablarse, hacer gestos con la pelota, aplaudir a sus compañeros por las buenas jugadas, dárle palmadas en la espalda, masticar chicle y soplar bombas grandes, tocárse la gorra, buscar la seña mientras se acercaba y alejaba la pelota.
Eso no le gustaba a algunos peloteros, por lo menos al principio. El ctacher de los yanquis, Thurman Munson, una personalidad totalmente opuesta a Fidrych, lo llamaba “aficionado”, y decía que Fidrych era un “advenedizo” y un “pantallero”. Cuando le preguntaron a Fidrych acerca de eso, él respondió, “¿Quién es Thurman Munson?” Él prefería participar en los juegos que verlos, y Munson no había estado en la alineación, así que esa fue un a pregunta inocente, pero muchos la tomaron como una respuesta pintoresca. El propio Munson parece haberla tomado de esa manera, al salirse de su normalidad para entregarle una rama de olivo a Fidrych en el juego de estrellas de ese julio.
En otra ocasión, Claudell Washington trató repetidamente de romper el ritmo rápido de Fidrych al salirse de la caja de bateo reiteradamente. Finalmente, Fidrych se salió de la goma de lanzar y se agachó, esperó, como diciendo, “Tomate tu tiempo. Estaré aquí cuando estás listo”. Cuando Washington entró a batear, Fidrych le hizo un pitcheo adentro, y Washington avanzó varios pasos hacia Fidrych con el bate en la mano, lo cual vació los dugouts.
Pero la mayoría de los peloteros tomaba la conducta de Fidrych como divertida, aun los peloteros que no eran conocidos como graciosos. Acerca de la conducta inusual de Fidrych en el montículo, George Scott dijo, “Me gusta. Eso es confianza en si mismo. Mucha gente llama a eso estar fuera de ordeny otros lo llaman locuaz, pero me gusta”. Reggie Jackson: “Él es un tipo divertido y espero enfrentarlo”. Billy Martin: “Hace cosas extrañas en el montículo, pero si eso lo ayuda a ganar, hay que darle crédito”.
Mientras tanto, los aficionados estaban cautivados. En la época pre-ESPN, la mayoría de las personas solo leían acerca de Fidrych, hasta su inolvidable debut en el lunes de beisbol por la noche, el 28 de junio de 1976. Todos hablaban de El Pájaro. Ahora todo el país podría ver finalmente a este fenómeno en acción. 48.000 personas colmaron Tiger Stadium, muchas con pancartas hechas en casa o agitando calcomanías que le habían entregado en la entrada. Durante todo el juego corearon, “¡Go, Bird, Go!”
Fidrych tuvo una gran actuación, solo permitió una carrera en nueve innings. Despues del último out (un roletazo, uno de 14), Fidrych saltó a felicitar a sus compañeros, o a los empleados de mantenimiento del terreno, o hasta los guardias de seguridad. Los aficionados aplaudieron de pie y corearon “We want Bird! We want Bird!” A Fidrych, quien se había quitado el uniforme, no le gustaba quitarle reconocimiento a us compañeros, y dijo que solo saldría si Rusty Staub (quien había aportado la ofensiva con jonrón y tres carreras empujadas) lo acompañaba, Staub replicó que los aficionados no coreaban “Queremos a Staub”, y convenció a Fidrych para que saliese a corresponder el llamado de la afición. Eso se convertiría en una costumbre a lo largo de la temporada, a la cual Fidrych se adaptó, con límites, no pensaba que debía salir si los Tigres perdían, aun cuando él hubiese lanzado bien y la multitud coreara con intensidad.
Durante todo ese período de reconocimientos, el respaldo multitudinario, la manía, Fidrych mantuvo su autenticidad y bajo perfil. Luego de ponchar a Hank Aaron, Fidrych dijo, “¡Caramba! ¡Ponché a Hank Aaron! Ahí está él, toda una superestrella ¿cierto? Y aquí estoy, un tipo pequeño, lanzándole”. Él tenía un apartamento casi sin muebles ni teléfono. Dijo que de no estar jugando beisbol, estuviera trabajando en una estación de gasolina, y estaba muy emocionado por eso. Constantemente eludía los reconocimientos: “Hace falta nueve peloteros para ganar, no se trata solo de mí. Vieron todo el respaldo defensivo que me dieron…por ellos es que gano”. Los apretones de mano y abrazos con sus compañeros de equipo expresaban gratitud genuina.
Su entusiasmo era contagioso. El manager de Minnesota, Gene Mauch, dijo, “Honestamente, estoy más impresionado por su entusiasmo que por su pitcheo. Ese muchacho podría ser la mejor cosa que le ha ocurrido a este juego en mucho tiempo”.
Y Fidrych parecía disfrutar el momento: “Aún no me he despertado”, dijo él. “Estoy disfrutando. Solo estoy disfrutando”.
Fidrych siguió ganando. Ocho seguidos hasta junio. Abrió el juego de estrellas. El 16 de julio, lanzó un juego completo de 11 innings, un blanqueo de 1-0, en un punto retiró 16 bateadores en fila, 14 mediante rodados. Lanzó cinco juegos completos en extrainning ese verano. Luego de algunas derrotas hacia finales de agosto e inicios de septiembre, cuando muchos pensaban que empezaba a desfallecer, Fidrych cerró la temporada con cuatro victorias en sus últimas cinco aperturas.
Pero más que eso, era una sensación. Un consentido de los medios. Un favorito de los aficionados. El tema de conversación del beisbol. La estrella del verano de 1976.
El resto ha sido bien documentado. La lesión de la rodilla, el manguito rotador doblado, un intento de regreso doloroso tras otro. Las últimas barajitas Topps de Fidrych tienen un aire de la tristeza del “¿que hubiera pasado si…?”
Entonces el murió muy pronto, en un accidente en su granja cuando solo tenía 54 años de edad.
Pero enfocarse en esas cosas se aleja del punto. Porque Mark Fidrych fue entusiasmo y optimismo, humildad y felicidad. Aun luego de salir del juego, mantuvo una inocencia juvenil y la autenticidad. Se maravillaba de ser capaz de jugar beisbol, y esa dicha, capturada en aquella primera barajita, con esa etiqueta roja del juego de estrella y esos rizos y esa sonrisa que dice, “Aún no me despierto. Lo estoy disfrutando”.
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Larry Brunt fue el pasante de estrategia digital del museo en la clase 2016 del programa Frank and Peggy Steele Internship para desarrollo del liderazgo juvenil.
Traducción: Alfonso L. Tusa C.
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