jueves, 1 de noviembre de 2018

Willie McCovey, toletero inquilino del Salón de la Fama con los Gigantes de San Francisco, fallece a los 80 años de edad.

Richard Goldstein. The New York Times. 31 de octubre de 2018. Willie McCovey, el primera base inquilino del Salón de la Fama quien bateara 521 jonrones en 22 temporadas de Grandes Ligas, casi todas con los Gigantes, y siguiera siendo un personaje muy querido en San Francisco en sus años finales, falleció este miércoles 31 de octubre en Stanford Hospital. Vivía en Woodside, Calif. Los Gigantes, quienes anunciaron su deceso, dijeron que había estado lidiando con “recurrentes dificultades de salud”. McCovey se unió a los Gigantes en 1959, la segunda temporada de estos en la costa oeste, y fue una selección unánime cono novato del año de la Liga Nacional. Surgió como uno de los grandes toleteros del beisbol mientras batallaba ante los notorios ventarrones de Candlestick Park. Lideró la liga en jonrones tres veces y en carreras empujadas otras dos y fue nombrado jugador más valioso en 1969. Conocido como Stretch por su gran contextura y largos brazos, McCovey fue un temido bateador zurdo que halaba la pelota. Entre sus logros, era también recordado por un momento espeluznante cuando estuvo muy cerca de darle el campeonato de la Serie Mundial de 1962 a los Gigantes sobre los Yanquis. Aunque jugó solo en 91 encuentros esa temporada, principalmente como jardinero o bateador emergente, McCovey largó 20 vuelacercas esa temporada, cuando los Gigantes vencieron a los Dodgers de Los Angeles en un playoff de tres juegos, para ganar el banderín. La Serie Mundial llegó hasta el séptimo juego. McCovey, quien había conectado un triple en el juego, fue a batear en Candlestick Park contra el abridor de los Yanquis, Ralph Terry, en el noveno inning con corredores en segunda y tercera, dos outs y los Yanquis ganando 1-0. Conectó un sonoro linietazo, pero el segunda base Bobby Richardson estaba ubicado exactamente en la posición apropiada y capturó la pelota a la altura del pecho. “Medio metro más arriba, o hacia los lados, y creo que hubiese sido un héroe”, dijo McCovey después, imaginando lo que hubiera sido una dramática victoria de los Gigantes 2-1. Ese diciembre, Charles M. Schultz mostró su simpatía por McCovey en la tira cómica “Peanuts”. Charlie Brown sentado, las manos en la barbilla, luego levanta la cabeza y pregunta, “¿Por qué McCovey no pudo batear la pelota metro y medio más arriba?” Un mes después, en una imagen similar, se lamentaba, “¿ O por qué McCovey no pudo batear la pelota un metro más arriba?” McCovey no volvería a aparecer en una Serie Mundial. “Colocaría a Willie McCovey y a Willie Stargell en la misma categoría”, le dijo Don Sutton, el pitcher derecho estrella quien enfrentara muchas veces a McCovey y a Willie Stargell de los Piratas de Pittsburgh, al Scripps Howard News Service cuando McCovey fue electo al Salón de la Fama en 1986, su primer año de elegibilidad. “Ambos eran muy corpulentos y blandían el bate como si agitaran un lapicero. No podías pasarle la pelota por el medio, y no había manera de engañarlos. Metían miedo”. Bill Rigney, el primer manager de McCovey con los Gigantes, dijo una vez que nunca “había visto un bateador más implacable”. McCovey a veces era dejado en segundo plano por su compañero de equipo Willie Mays, quizás el jugador completo más grande en la historia del beisbol. Pero su popularidad sobrepasaba la de Mays entre muchos aficionados de San Francisco, porque Mays se había hecho estrella en Nueva York pero las raíces de McCovey en Grandes Ligas estaban en el área de la bahía. Más de treinta años después de su retiro, McCovey se mantuvo presente en el equipo. Aunque usaba silla de ruedas, un resultado de numerosas operaciones de rodilla y espalda, asistía virtualmente a cada juego de los Gigantes en casa como consejero del equipo. El brazo de la bahía de San Francisco detrás de la cerca del jardín derecho del AT&T Park, llamado McCovey Cove, siempre está lleno de lancheros los días de juego, compiten para atrapar las pelotas de jonrones que acuatizan allí. Una estatua de bronce de McCovey de tres metros de altura fue erigida en 2003en China Basin Park a la orilla de la cueva. McCovey fue homenajeado junto a sus compañeros inquilinos del Salon de la Fama y los Gigantes, Mays, Gaylord Perry, Juan Marichal y Orlando Cepeda en el estadio AT&T Park antes del tercer juego de la Serie Mundial de 2014, en la cual los Gigantes vencieron a los Reales de Kansas City en siete juegos. Los Gigantes han entregado un premio Willie Mac anualmente desde 1980 a un pelotero de San Francisco que ejemplifique el espíritu y liderazgo de McCovey. Willie Lee McCovey nació en Mobile, Ala., el 10 de enero de 1938, el séptimo de 10 hijos de Frank McCovey, trabajador de vías férreas, y su esposa, Ester. Un destacado primera base en las caimaneras, fue firmado para jugar en el sistema de ligas menores de los Gigantes de Nueva York en 1955 y pronto se ganó la reputación de bateador de poder. McCovey debutó en Grandes Ligas el 30 de julio de 1959, y bateó de 4-4, dos triples y dos sencillos ante Robin Roberts, el futuro inquilino del Salón de la Fama de los Filis de Filadelfia. McCovey solo participó en 52 juegos esa temporada, pero bateó para .354 con 13 jonrones y fue nombrado novato del año. Muchos aficionados de San Francisco reconocían a Mays como el símbolo del beisbol en Nueva York en su época dorada de la década de 1950, el héroe de Polo Grounds. Enfocaron su adulación en McCovey y el toletero Cepeda, quien se mudó a los jardines para abrirle espacio a McCovey en primera base. Fueron héroes locales en los años pioneros del beisbol de grandes ligas en la costa oeste, con los Gigantes en San Francisco y los Dodgers de Brooklyn mudados a Los Angeles. McCovey igualó a Hank Aaron como lider jonronero de la Liga Nacional en 1963 con 44 estacazos, el cual era coincidencialmente el número que ambos peloteros llevaban en la camiseta. (McCovey había escogido ese número en honor a Aaron, otro nativo de Mobile). Alcanzó 36 jonrones y 106 carreras empujadas en 1968, y 45 jonrones y 126 empujadas en 1969, liderando la liga en ambas categorías en cada una de esas temporadas. Bateó .320 en 1969, cuando ganó el premio al jugador más valioso. McCovey despachó un par de vuelacercas en la serie de campeonato de la Liga Nacional de 1971, en la cual los Gigantes fueron derrotados por los Piratas de Pittsburgh, para entonces la edad y las lesiones estaban empezando a pasar factura. Fue cambiado a los Padres de San Diego después de la temporada de 1973 y jugó con ellos hasta finales de 1976, cuando fue comprado por los Atléticos de Oakland y apareció en 11 juegos como bateador designado y bateador emergente. Regresó a los Gigantes la temporada siguiente a la edad de 39 años, luego de declararse agente libre y jugó con ellos hasta 1980, se retiró como un jugador de cuatro décadas. Jugó principalmente como primera base, tuvo promedio de bateo vitalicio de .270, 2.211 imparables y 1.555 carreras empujadas, largó 521 cuadrangulares, 18 de ellos con las bases llenas, todos bateados en la Liga Nacional. Forma parte de un triple empate en el lugar 20 de los jonroneros de todos los tiempos, con Ted Williams y Frank Thomas. “Las personas me preguntan cómo me gustaría ser recordado”, le dijo McCovey una vez a The Associated Press. “Les digo que me gustaría ser recordado como el tipo quien bateó el linietazo sobre la cabeza de Bobby Richardson”, dijo él, recordando en broma el imparable ganador de Serie Mundial que no fue. McCovey regresó a la noticas con una nota sombría en junio de 1995. Apoyándose en un bastón como resultado de sus dolencias ortopédicas, apareció en una United States District Court de Brooklyn, junto con el jardinero central inquilino del Salón de la Fama de los Dodgers, Duke Snider; ambos resultaron culpables de fraude por fallar en declarar decenas de miles de dólares recibidos en eventos de autógrafos. Ambos fueron sentenciados a dos años de comparecencia y multados con 5000 $. Snider falleció en 2011. Durante sus dias finales en el cargo, el Presidente Barack Obama perdonó a McCovey, quien publicó una declaración a través de los Gigantes expresando gratitud “por este noble gesto hacia mi, pero también por su incansable servicio a todos los estadounidenses”. A McCovey le sobrevive su esposa, Estela; una hija, Allison; de un matrimonio previo; una hermana, Frances: dos hermanos, Clauzell y Cleon; y tres nietos. Cuando los Giants se enfrentaron a los Filis de Filadelfia en la serie de campeonato de la Liga Nacional de 2010, el preludio al triunfo de los Gigantes ante los Rangers de Texas en la Serie Mundial, su primer campeonato en San Francisco, McCovey reflexionó sobre la oportunidad perdida de lograr la victoria para los Gigantes en la Serie Mundial ante los Yanquis en 1962. “Disfrutaba ir a batear con corredores en posición anotadora, tenía que traerlos al plato”, le dijo a The New York Times. “Pienso que nadie pudo haberse sentido peor que yo. No solo tuve a todo el equipo sobre mis hombros en ese turno al bate, tuve a toda una ciudad. Entonces pensé que iba a estar en esa situación de nuevo en el futuro y las cosas serían diferentes”. Julia Jacobs y Andrew Chow contribuyeron reportando. Traducción: Alfonso L. Tusa C.

lunes, 29 de octubre de 2018

Los Muchachos de Octubre.

La atmósfera de competitividad permeaba no solo los orificios de la corneta del radio transistor. La lectura de aquellas páginas me transportó en fracciones de segundo a una noche de octubre de 1975. La fotografía en blanco y negro de un grupo de peloteros celebrando la llegada de un compañero al plato, reprodujo vívida la escena de aquel estacazo que había rasgado la madrugada bostoniana. La épica de aquellos Medias Rojas que dejaron el alma en el terreno ante la Gran Maquinaria Roja de pronto ebullía 43 años años después. La lectura de “The Boys of October” de Doug Hornig hace unos años me trajo remembranzas de la gesta épica de Luis Tiant en el cuarto juego de la Serie Mundial, de la sangre fría de Bernie Carbo al descargar el vuelacercas de empatar el sexto juego en el octavo inning, de la euforia de Carlton Fisk ante el veredicto de Larry Barnett respecto al toque de Ed Armbrister y luego sus brazos estirados para mantener su jonrón en zona buena, de las agallas de Dwight Evans para perseguir un casi seguro cuadrangular de Joe Morgan y convertirlo en atrapada espectacular que terminó en doblematanza, de como el radio cayó desde mi mano y se estrelló en mi pecho justo en el momento de esa atrapada. Ahora no podía dejar de recordar ese libro. Mientras empezaba la serie divisional ante los Yanquis inicié una búsqueda en mi biblioteca que intensifiqué después que los Mulos de Manhattan igualaran la serie divisional. Para el tercer encuentro logré divisar el libro de Hornig escondido debajo de decenas de periódicos y revistas viejos arrumbados en el tramo inferior. Poco importó que el polvo me hiciera estornudar. Para cuando los Medias Rojas despacharon a los Yanquis ya había terminado el capítulo donde Luis Tiant blanqueó a los Rojos de Cincinnati 6-0. Volví a preguntarme como un equipo que jugaba con aquella determinación, con aquel carácter, con aquella intensidad hubiese perdido aquella Serie Mundial. Me dije que de pronto aquello pudo haber sido un único ejemplo de realismo mágico y que la verdadera realidad quizás emergería al final del libro. Eso me dio un poco de ánimo, de optimismo para buscar razonamientos válidos que justificaran la posibilidad de vencer que podrían tener los Medias Rojas ante los Astros de Houston. El primer juego me hizo pensar que de nada valdrían 108 victorias ante el pitcheo de los siderales. Entonces me dije que si Los Muchachos de Octubre estuvieron a un tris de vencer a la Gran Maquinaria Roja, ¿Por qué no podían los mosqueteros de 2018 emularlos y hasta mejorarlos? Entonces apareció David Price y empezó a revertir su prontuario de once apariciones sin victorias en postemporada, fue capaz de mantener el juego al alcance de los patirrojos en el segundo juego para luego lanzar 6 episodios en blanco, en el quinto desafío. De pronto me parecía ver a un costado de Price el wind up escalonado, con la espalda hacia el jardín central de Luis Tiant. De pronto los jonrones de Jackie Bradley Jr retrataban la emoción de los turnos de Bernie Carbo en el tercer y sexto juegos de aquella serie de 1975. De pronto la atrapada de Andrew Benintendi para sellar el triunfo del cuarto juego recreaba, redibujaba, redimensionaba la carrera de Dwight Evans para desactivar el bombazo de Joe Morgan. De pronto un equipo se superponía en el otro y plasmaba todas las cualidades complementarias de uno respecto al otro. La lectura reciente de “The Boys of October” me hizo entender el fenómeno del deja vu desde otro ángulo. Al repasar cada página pensaba que lo que veía cada noche por televisión ya lo había vivido, pero a la vez imaginaba que el desenlace sería diferente. Por eso me tocó vivir una serie mundial doblemente emocionante. Price se encargó de vencer a los Dodgers de Los Angeles en los juegos 2 y 5. De pronto tenía algunas dudas, de pronto quise regresar en el tiempo para darle un poco del momentum, una pizca de la esencia de este equipo al del 75’ un poco de los jonrones de Steve Pearce y Rafael Devers en los juegos 4 y 5 de esta Serie Mundial. Pero luego me contuve, aquel equipo también fue grande, muy grande, tuvo mejores números totales que Cincinnati, y lo dejaron todo sobre el terreno. Estos otros muchachos tenían todos los ingredientes de aquel equipo de 1975, y además la esencia de “todos para uno y uno para todos de los mosqueteros Benintendi, Bradley Jr., y Mookie Betts. Alfonso L. Tusa C.