miércoles, 14 de mayo de 2014

Con K de Koufax.

Vin Scully. Tres veces en su carrera sensacional Sandy Koufax ha caminado hacia el montículo para lanzar un azaroso noveno inning en medio de un juego sin hits ni carreras. Pero esta noche, 9 de septiembre de 1965, ha hecho la caminata más difícil de su carrera. Estoy seguro, porque a través de ocho episodios ha lanzado un juego perfecto. Ha ponchado once, ha retirado 24 bateadores seguidos. Y el primer hombre que enfrentará es el receptor Chris Krug, un bateador derecho corpulento, lo ha dominado con elevado al centro, y rodado al campocorto. Dick Tracewski es el nuevo segunda base, Koufax está listo y lanza una curva en strike. 0 y uno la cuenta para Chris Krug. En el círculo de prevenidos, como emergente, está uno de los hombres que mencionamos como “probables”: Joe Amalfitano. Aquí viene el envío: recta, strike tirándole. Lleva dos. Casi se puede saborear la presión ahora. Koufax se quitó la gorra y pasó los dedos por su cabello negro, se colocó otra vez la gorra. Krug la debe sentir también, se salió del cajón de bateo, se quitó el casco, se lo volvió a poner, y regresa al plato. Tracewski se carga a su derecha para cubrir la mitad del campo. Kennedy juega profundo para cuidar la raya. Ahí viene el envío en cuenta de 0 y 2: recta afuera, bola uno. Krug empezó a hacerle swing pero se aguantó, y Torborg mantuvo la pelota alta en el aire tratando de convencer a Vargo, pero Eddy dijo, “No señor”. Una y dos la cuenta en Chris Krug. Son las 9:41 p.m. del 9 de septiembre. Ahí viene el envío, curva bateada de foul hacia el lado izquierdo del plato. La defensiva de los Dodgers en este momento de alta tensión: Sandy Koufax y Jeff Torborg, los muchachos que tratarán de parar cualquier cosa bateada hacia ellos: Wes Parker, Dick Tracewski, Maury Wills y John Kennedy, en los jardines están Lou Johnson, Willie Davis y Ron Fairly. Hay 29000 personas en el estadio y un millón de mariposas; pagaron 29139. Koufax ejecuta el windup, lanza una recta que es bateada de foul hacia atrás. En el dugout de los Dodgers Al Ferrara se levanta y camina cerca del pasillo y comienza a quejarse de ser un compañero y tener que estar sentado en el dugout y tener que mirar. Sandy detrás de la goma de lanzar, ahora hace contacto. Todos los muchachos del bull pen es estiran para tener un mejor ángulo a través de la cerca de alambre del jardín izquierdo. Una y dos, la cuenta para Chris Krug. Koufax junta los pies, hace el windup, viene el envío: bola a fuera, bola dos. (El público abuchea). Muchas personas en el estadio empiezan a ver los pitcheos con sus corazones. El envío estuvo afuera. Torborg trató de halarlo hacia el plato, pero Vargo, un árbitro experimentado, estaba atento. Dos y dos la cuenta para Chris Krug. Sandy lee las señas. Hace el windup viene el envío: recta ¡lo ponchó tirándole! Koufax ha ponchado doce. Está a dos outs de un juego perfecto. Aquí viene Joe Amalfitano de emergente por Don Kessinger. Amalfitano es del sur de California, de San Pedro. Fue un muchacho de bono original con los Gigantes. Joey ha estado presente, y como lo mencionamos antes, ha ayudado a vencer a los Dodgers dos veces. Prevenido al bate está Harvey Kuenn. Kennedy juega pegado a la almohadilla de tercera. La recta cae en strike: 0 y 1 con un out en el noveno inning, 1 a 0 ganan los Dodgers. Sandy hace el windup, lanza una curva y sale un foul, 0 y 2, y Amalfitano se va lejos, se sacude un poco y hace un swing. Y Koufax, con un a pelota nueva, lanza un vistazo a su cinturón y camina detrás del montículo. Me parece que el montículo de Dodger Stadium es justo ahora el lugar más solitario del mundo. Sandy busca la seña; Amalfitano en cuenta de 0 y 2. Recta, ¡strike tirándole, strike tres! Está a un out de la tierra prometida, y Harvey Kuenn viene a batear. Harvey Kuenn batea por Bob Hendley. El reloj de la pizarrra marca las 9:44, la fecha, 9 de septiembre de 1965. Y Koufax se dispone a trabajar al veterano Harvey Kuenn. Sandy hace el windup, viene el pitcheo: recta en strike. Por cierto ha ponchado cinco bateadores seguidos, y esto ha pasado desapercibido. Sandy está listo, el lanzamiento es alto y se le cayó la gorra. Se notó que forzó el lanzamiento. Fue sólo la segunda vez esta noche en que tuve la sospecha de que Koufax tiró en vez de lanzar, trataba de ponerle ese extra, esta vez trató con tanta fuerza que se le cayó la gorra. Tomó una zancada demasiado larga hacia el plato, y Torborg tuvo que levantarse para tomar el envío. La cuenta en una y uno para Harvey Kuenn. Ahí viene de nuevo, recta alta, bola dos. No se puede criticar al hombre por tratar de ponerle un poco más en este momento. Sandy se va unos pasos detrás del montículo, seca su frente, se pasa el índice izquierdo por la frente, se lo seca en el lado izquierdo del pantalón. Mientras tanto, Kuenn espera. Sandy busca las señas. Hace el windup en cuenta de 2 y 1: strike tirándole. Son las 9:46 p.m. Dos y dos la cuenta para Kuenn. Estamos a un strike de la gloria. Sandy hace el windup. Aquí viene el pitcheo: ¡strike tirándole, es un juego perfecto! (Largo paréntesis por la algarabía de la multitud) En la pizarra del jardín derecho son las 9:46 p.m. en la ciudad de los angeles, Los Angeles, California, y una multitud de 29139 sentada para ver al único pitcher en la historia del béisbol que ha lanzado cuatro juegos sin hits ni carreras. Lo ha hecho en cuatro años seguidos, y ahora coronó con broche de oro: su cuarto no-hitter es un juego perfecto. Y Sandy Koufax, cuyo nombre siempre hará recordar a los ponches, lo hizo con esplendor. Ponchó los últimos seis bateadores seguidos. Cuando el escriba su nombre con letras mayúsculas en el libro de records, la “K” significará más que el “O-U-F-A-X.” Traducción: Alfonso L. Tusa C.

martes, 13 de mayo de 2014

Mamá, una figura central en la muy unida famila de Mike Napoli

Ian Browne. MLB.com. 09-05-2014. Si se quiere un ejemplo ilustrado de cuanto significa la madre de Mike Napoli para él, solo hay que ver su brazo izquierdo. Allí se encontrará una imagen de la firma autógrafa de su mamá y una gran rosa sobre ella. El tatuaje es un claro tributo a Donna Rose Torres, la persona que él siente con facilidad como la más influyente en su vida. "Es una relación fuerte, desde que era un niño pequeño", dijo Napoli. "Mi mamá tenía dos trabajos para asegurarse de que yo tuviera todo, mi hermano y yo. Ella siempre estaba pendiente de que llegara a las prácticas a tiempo. De que tuviese los implementos adecuados. Hay una gran conexión entre mi mamá y yo" Y aunque Napoli tiene 32 años de edad, y un anillo de Serie Mundial, todavía aprecia la presencia de su mamá tanto como cuando lo llevaba a las prácticas de las pequeñas ligas. Cuando los Medias Rojas jueguen ante los Rangers en Texas, este día de las madres, Torres estará en las tribunas animando a su hijo. Los beisbolistas siempre juegan en el día de las madres, y Torres viaja hacia donde Napoli esté ese año. Mientras los Medias Rojas avanzaban en su recorrido por Tampa Bay, Detroit y San Luis en la gloriosa postemporada del año pasado, Donna y su esposo, Rick (el padrastro de Napoli), estaban siempre presentes. "Todavía somos muy íntimos", dijo Napoli. "Ella es una dama maravillosa. Es buena con todos, sin importar quien seas. Ella es sorprendente. La observaba cuando era pequeño y veía cuan duro trabajaba para asegurar que todo marchara bien para nosotros. Hay un lazo muy fuerte entre ella y yo que nunca desaparecerá". A Donna le gustó mucho el tributo del tatuaje, pero no pudo evitar echarle broma a su hijo. "Ahora le echo broma porque hay tantas otras cosas alrededor de eso, y le digo, 'Ahora eso es camuflaje", dijo Torres. "Fue como decirle '¿Que te pasa?'" Se puede tener una idea del tipo de calidez que Torres crea para su familia por las fotografías del tiempo compartido en Navidad, cuando la cara de alguien esta cubierta de harina debido a la rebeldía que ocurre durante la preparación de las galletas. "Cada año, cuando el viene a casa para las fiestas, hay cinco niños, y hacemos una horneada de galletas navideñas en casa, y eso es más que una competencia", dijo Torres. "Deberían verlo con la batidora a la altura de los codos. Nadie se le puede acercar. Antes de que las galletas estén listas, hay una batalla de harina en mi casa". "Ese es el tipo de familia que somos. Nos divertimos mucho. Todos los cinco son muy cercanos. Somos una familia muy unida. Hacemos muchas cosas tradicionales y divertidas. Mike es muy bueno. Se ha ocupado de todos. Es un sueño hecho realidad". El hecho de que Napoli todavía es soltero ha permitido que su madre se ocupe de él de la misma forma que lo hizo hace muchos años. Cuando el primera base compró recientemente una casa en Boston, su madre la arregló totalmente para él. "A ella le gusta mucho venir a Boston", dijo Napoli. "Ella arregló toda mi casa. La dejé diseñar todo. Ella adora todo eso.Hace lo que sea por sus niños. No solo por mí, también lo hace por mi hermano y hermana. Cada vez que necesitamos algo, ella se dobla hacia atrás y hace cualquier cosa. Aun cuando tiene algo importante por hacer, lo deja todo y hace cualquier cosa por nosotros. Es una gran mujer". El único momento cuando Napoli se molesta con su mamá es cuando ella quiere regresar a su hogar en Florida luego de visitar a su hijo en Boston. "Cada vez que nos vamos, es divertido, porque el dirá. 'No se quieren quedar otro par de días?' Siempre un par de días más", dijo Torres. "Me gusta eso. Nos quedamos en su casa. Me levanto y el se va, le hago su cama y mi esposo le cocina desayuno.Tenemos un lazo muy firme. Somos muy cercanos". Un residente de Florida de toda la vida, Mike Napoli no puede esperar para tener a su mamá y el resto de la familia y pasar juntos la Navidad de este año en Boston. "Nunca hemos tenido una Navidad blanca", dijo Napoli. Torres rie con su hijo sobre como la vida puede cambiar una vez que el se estabilice y se case. "Siempre me juego con él sobre que no estoy apurada en que se case. Es solo un juego. Claro que quiero una nuera y nietos algún día cuando él esté listo", dijo Torres. "Ahorita no está listo. Siempre bromeo con él, le digo, 'Estaré en ese puesto número 1 tanto tiempo como pueda'". Recientemente, Napoli compró un vistoso carro, y no pudo esperar para compartir la noticia con su mamá. "Me envió un mensaje con una fotografía de su nuevo carro. Y este es verdaderamente el mejor carro que ha tenido", dijo Torres. "Michael no es el tipo de jugador que sale y compra esta casa y esa casa, todos estos carros. Ha tenido el mismo vehículo desde que fue llamado a las mayores. Finalmente se premió con un buen carro, y me envió una foto del carro. Le dije, 'Sabes que Mike, te lo mereces por trabajar duro con dedicación, estoy muy feliz por tí'". Cuando Mike Napoli se dejó crecer la barba de todas las barbas la temporada pasada, una que creció más larga y se hizo más querida por los aficionados con cada victoria de los Medias Rojas en octubre, su madre tuvo la reacción que era de esperarse. Al principio, solía meterme con él", dijo Torres. "Y le decía, '¿Por qué estás cubriendo esa cara que yo hice?' Todos se metían con él por eso. Él dijo, 'Mientras más se metan conmigo, más me la dejaré crecer', entonces se hizo parte de él". "¿Honestamente me gusta? No, preferiría verlo afeitado. Pero se ha convertido en parte de él, me acostumbré a eso. Mi papá, el abuelo de Mike, siempre me dice, 'Dile que se afeite'. Le respondo, 'Papá no va a ocurrir. Olvídalo'". Pero Napoli nunca olvida el impacto de su madre en su vida. La gente dice, 'Fuiste bien criado'", dijo Napoli. "Voy directo al grano, 'Eso es por mi mamá'. Mi mamá fue la que me mostró el camino, me mostró como ser la persona que soy hoy. Ella es especial para mí". Traducción: Alfonso L. Tusa C.

Túnel literario al béisbol

Empecé mi relación con el pasatiempo nacional en un momento cuando mi padre vivía la etapa más trágica en la historia del juego: el año cuando los Gigantes y los Dodgers cambiaron sus destinos. Esta diaspora del béisbol podía ser vista con buenos ojos si se tenía una gorra en San Francisco o Los Angeles, pero mi padre, que siguió el juego en Nueva York desde su nacimiento hasta su último aliento 80 años después, se sintió desencajado. Esto era traición. Él era aficionado de los Gigantes. A los siete años, yo naturalmente también lo era. A los ocho años, todavía era aficionado de los Gigantes, pero desde una distancia que crecía más cada día: fuera de la vista, fuera de la mente. En las noches, mi padre trataba con sus mejores esfuerzos de encontrar a sus exilados en el radio. Mientras él lidiaba con la estática de su pasado, yo me deslizaba hacia el presente, mi alianza cambió, hacia la sala, donde podía ver a los Yanquis casi todas las noches en nuestro nuevo televisor blanco y negro. La radio era de la generación de mi padre; la televisión era de la mía. No me importaba que él odiara a los Yanquis. Ellos estaban aquí. Ellos estaban ahora. Y eran míos. Mi padre, en el fondo de su corazón, entendía eso, y aunque nunca lo aceptara del todo, hizo lo mejor que pudo como padre para adaptarse al cambio. En agosto de 1958, llegó tan lejos como adentrarse en la propia panza de la bestia, Yankee Stadium, para llevarme a mi primer juego de Grandes Ligas. Tomados de la mano, subimos por las rampas hasta el nivel mezzanina. Cuando llegamos a nuestra sección, me dijo que esperara en la penumbra del túnel, y siguió unos pocos pasos hacia la luz solar antes de decirme que pasara adelante. Años después, le pregunté porque hizo eso. Me dijo que quería ver mi cara cuando viera por primera vez el campo. Él sabía que algo enorme ocurriría. Él sabía que yo estaría cruzando un umbral. Él sabía que hasta ese momento, mi imagen del juego era una imagen de niño, pequeña y gris, confinada a las dimensiones de nuestro televisor. Ahora, eso iba a crecer, literalmente. Las dimensiones eran colosales. Estaban brillando en colores. Él sabía que este ya no era su juego, era oficialmente mío, y ningún aparato de televisión en cualquier sala del universo podía contener lo que estaba experimentando. Yo quería eternizar ese sentimiento. Quería que durara. En las décadas posteriores, me he dado cuenta que ese sentimiento no tiene nada que ver con Yanquis, Gigantes o cualquier equipo en particular. Fue la exuberancia del corazón del juego en sí, lo que estaba sintiendo, y es una exuberancia que se renueva en mí cada vez que me paro en el túnel literario apropiado y encuentro una maravillosa pieza de escritura beisbolera en el otro extremo. Realidad o ficción, reportaje o ensayo, ligero o pesado, viejo o nuevo, eso no importa. Las mejores historias del juego todas ofrecen sus propios momentos especiales. Les dan color al juego. Lo hacen sentir grande. Jeff Silverman. Editor de béisbol. Traducción: Alfonso L. Tusa C.