viernes, 17 de noviembre de 2017

Bobby Doerr, segunda base de los Medias Rojas del Salón de la Fama fallece a los 99 años de edad.

Richard Goldstein. The New York Times. 14-11-2017. Bobby Doerr, el segunda base del Salón de la Fama quien era un gran fildeador, buen bateador y una figura inmensamente popular por 14 temporadas con los Medias Rojas de Boston, falleció este lunes 13 de noviembre en Junction City, Ore. Había sido el grande liga viviente más viejo. Los Medias Rojas anunciaron su muerte. “ La vida de Bobby es una que saludamos no solo por su longevidad, sino por su gracia”, dijo en una declaración, el director de la organización, Tom Werner. “Fijó el patrón de lo que significa ser un buen compañero de equipo”. Doerr fue una presencia celebrada en Fenway Park, junto a Ted Williams y Dom DiMaggio en los jardines y Johnny Pesky en el campocorto. Fue el último beisbolista sobreviviente de la década de 1930, al haber empezado su carrera en 1937. Su muerte deja a Red Schoendienst de 94 años de edad, mejor conocido por sus años con los Cardenales de San Luis, como el inquilino viviente del Salón de la Fama más viejo. Doerr carecía de la tempestuosidad de un Williams y de la celebridad de un DiMaggio. Avanzó en su negocio tranquilamente y se convirtió en líder del equipo a través de su estable excelencia. “Nunca tuvimos un capitán, pero él era el capitán silencioso del equipo”, dijo Williams cuando Doerr fue elegido al Salón de la Fama por el Comité de Veteranos en 1986. Mientras jugaba en Fenway Park hasta comienzos de la década de 1950, excepto por un año en la armada durante la segunda guerra mundial, Doerr fue integrante del equipo de estrellas de la Liga Americana nueve veces. Estableció un registro para oportunidades de fildeo seguidas sin cometer error, bateó sobre .300 en tres temporadas diferentes y empujó más de 100 carreras seis veces. Sus equipos ganaron solo un banderín de la Liga Americana, en 1946. Los Medias Rojas perdieron en siete juegos ante los Cardenales de San Luis en la Serie Mundial, pero él bateó .409 en esa serie. “Doerr fue fácilmente el jugador más popular de los Medias Rojas y posiblemente el beisbolista más popular de su época”, escribió David Halberstam en “Summer of ‘49” (1989), el recuento de una memorable carrera por el banderín entre los Medias Rojas y los Yanquis. “Era tan modesto y de disposición tan gentil que sus colegas a menudo lo describían como ‘dulce’. Fue el tipo de hombre que otros hombres hubiesen envidiado si no lo hubieran apreciado tanto”. Al destacar las rápidas manos de Doerr, el novelista y seguidor de los Medias Rojas George V. Higgins escribió en “The Progress of the Seasons: Forty Years of Baseball in Our Town” (1989) que Doerr tenía “las garras delanteras de un oso polar”- Otro aspecto que Higgins halló apreciable fue como era tratado Doerr por los a menudo crítica prensa y fanáticos de Boston. “Bobby Doerr no recuerda ser despotricado por los medios de Boston o insultado por los fanáticos”, escribió él. “Algo muy razonable, porque él era percibido como un trabajador que siempre daba lo mejor de sí”. Robert Pershing Doerr nació en Los Angeles el 7 de abril de 1918, hijo de Harold y Frances Doerr. Su padre era trabajador de la compañía telefónica. Firmó con el equipo de Hollywood de la Pacific Coast League al salir de la escuela secundaria en 1934 y jugó dos temporadas en Hollywood, luego una tercera con la franquicia cuando esta se mudó a San Diego. Fue firmado por los Medias Rojas después de ser escauteado en el verano de 1936 por Eddie Collins, el propio gerente general de Boston y antiguo segunda base y futuro inquilino del Salón de la Fama. En ese viaje, Collins también descubrió a Williams, entonces un adolescente del equipo de San Diego. Cuando Doerr se unió a los Medias Rojas, estaba impresionado. “Siempre recordaré el entrenamiento primaveral de 1937”, fue citado por Cynthia J. Wilber en “For the Love of the Game: Baseball Memories From the Men Who Were There” (1992). “Yo tenía solo 18 años de edad, y ahí estaba Jimmie Foxx bateando pelotas fuera del parque como pelotas de golf y Joe Cronin en el campocorto y Lefty Grove pitcheando, y Pinky Higgins y Doc Cramer y los hermanos Ferrell. Dios mío, todos esos tipos de los que tenía fotografías en mi pared de niño. Ellos fueron mis héroes, y allí estaban, y yo con ellos”. Doerr fue golpeado en la cabeza por un pitcheo a principios de temporada y participó en solo 55 juegos, pero se hizo regular en 1938, ayudado por Cronin, el manager y campocorto de los Medias Rojas, quien lo animó a relajarse en el campo y le dio consejos de bateo. A través de la década de 1940, Doerr y Pesky se alternaron con Joe Gordon en segunda base y Phil Rizzuto en el campocorto de los Yanquis como la combinación líder en dobleplays de la Liga Americana. Doerr lideró a los camareros de la Liga Americana en dobleplays en cinco temporadas y en 1948 estableció registros de grandes ligas, que fueron rotos, para lances seguidos sin cometer error en su posición, 414, y juegos seguidos sin error, 73. Doerr fue el héroe ofensivo del juego de estrellas de 1943 en Shibe Park de Filadelfia, al batear un jonrón de tres carreras ante Mort Cooper de los Cardenales en la victoria de la Liga Americana 5-3. Consiguió su imparable 2000 el 1 de julio de 1951, en Yankee Stadium. Pero tuvo problemas en la espalda ese verano y se retiró después de la temporada. Terminó su carrera con 2042 imparables y promedio de bateo de .288, bateó 223 jonrones y empujó 1247 carreras. Lideró la Liga Americana en porcentaje de slugging en 1944 con .528. Despues fue coach de los Medias Rojas y los Azulejos de Toronto. Su número 1 fue retirado por los Medias Rojas en 1988. En sus últimos años, Doerr se dedicó a cuidar a su esposa, Monica, quien tenía esclerósis múltiple, y quien falleció en 2003. También amaba pescar. Siempre regresaba a Boston para ocasiones ceremoniales. Cuando los Medias Rojas celebraron el centésimo aniversario de Fenway Park en abril de 2012, él apareció junto a Pesky en segunda base, cada uno en silla de ruedas, un punto alto emocional que atrajo a docenas de antiguos peloteros de los Medias Rojas. Los sobrevivientes de Doerr incluyen a su hijo, Don, dos nietos, y cuatro bisnietos. Los lazos duraderos entre Doerr, Pesky, Williams y Dom DiMaggio fueron registrados por David Halberstam en “The Teammates” (2007). Doerr mantuvo una amistad cercana con Williams, quien falleció en 2002. A menudo hablaban de bateo, pero había una dimensión que trascendía su cercanía. Williams, como producto de un hogar roto, envidiaba a Doerr por el apoyo que había recibido de su padre. Al reflexionar sobre su crianza, Doerr, un producto de los años de la depresión, le dijo a Cynthia Wilber que su generación “no renunciaba ante las dificultades, eso era un estilo de vida”. En cuanto a su carrera de grandeliga, Doerr dijo: “En aquellos días, no pienso que nadie fuera muy complaciente. Aun después que había jugado 10 años de beisbol, sentía que tenía que jugar bien o alguien me quitaría el trabajo. Me fajaba y hacía el esfuerzo extra todo el tiempo”. Traducción: Alfonso L. Tusa C.

lunes, 13 de noviembre de 2017

La Humildad y la Ferocidad de Roy Halladay.

El mejor pitcher de su generación falleció este martes 7 de noviembre. Era tan distinto como ser humano de la misma manera en que era un lanzador dominante. Tom Verducci. SI.com 07 de noviembre, 2017 Nunca oi a Roy Halladay levantar la voz, nunca lo vi perder un ápice de su perpetua jovialidad, nunca lo vi dudar o mostrar miedo en los ojos. Su padre Roy Sr., me dijo una vez que su hijo creció de la misma manera que lo vimos en las ligas mayores. “Me recuerda a un golden retriever”, dijo su padre. Una vez escribí que él era el estoico moderno, un Marco Aurelio sobre el montículo. “Confinate en el presente”, dijo Aurelio, y ese era Halladay, especialmente cuando se trataba de su arte. Se dedicaba por completo al próximo pitcheo, a un lado quedaba el dinero, la fama y las estadísticas. Halladay era tan humilde que le entregaba el recibo de pago de la quincena a su esposa, Brandy, sin mirarlo. “Probablemente somos las únicas personas en el negocio quienes piensan que a los beisbolistas les pagan mucho dinero”, me dijo ella una vez. “Él siente que su trabajo es dar lo mejor de sí todos los días, y el hecho de que esté ganando tanto dinero es una gran responsabilidad”. Al ser de la manera que es, Halladay se convirtió en el mejor pitcher del beisbol sin hacerse notar. Cuando le pregunté una vez acerca de tan raro logro en este ruidoso mundo de los deportes, él replicó, “Definitivamente es una decisión. Para mí la satisfacción siempre está en la competencia, y en la gratificación de saber que hiciste algo con lo mejor de tus habilidades, pienso que eso siempre será así para mí. No se trata de quien me conoce y que piensan de mí. Todo se reduce a como me fue al hacer mi trabajo”. Nunca antes o después he visto la ferocidad de la grandeza combinada con tal humildad. Hallladay era genuino: un alma gentíl, caritativa con el estilo de pitcheo más agresivo que se pudiera encontrar. Usar el tiempo pasado para describirlo es doloroso. Roy Halladay se marchó. Con solo 40 años de edad. Padre, esposo, hijo, amigo, entrenador, voluntario, humanitario, todo lo que se desea para un muchacho cuando se convierte en hombre, en eso se convirtió Roy. Falleció este martes 7 de noviembre haciendo lo que le gustaba: volar su propia avioneta. Era un piloto experimentado. Su Icon A5, un modelo anfibio del estado del arte de unos 200.00 $, de unos dos meses de comprada, se estrelló en el Golfo de México cerca de su hogar de Florida. Llevaba la aviación en la sangre. El papá de Roy fue piloto comercial. Roy aprendió a volar cuando estaba en la escuela secundaria en Colorado y obtuvo su licencia después de su carrera como jugador activo. “Es un buen piloto”, me dijo su padre una vez, orgulloso de que Roy llevara al fuselaje el mismo sentido de calma y seguridad en si mismo que mostraba en todas partes. Cuando Roy Sr., compró una casa nueva en Colorado, cuando su hijo era un niño, tenía un requisito: el sótano tendría que tener al menos 20 metros de largo. Encontraron una. El padre construyó una jaula de bateo en ese sótano, colgó un neumático con un colchón detrás, y el muchacho practicaba a lanzar rectas humeantes a través del blanco. Cuando el padre pasaba por su habitación en la noche, antes de apagar la luz. Casi siempre hablaban de beisbol. “Puedes imaginar”, decía el padre, “¿como sería jugar en las grandes ligas? ¿Puedes decirme como se sentiría eso?” Y el niño lo imaginaba. Otras noches, el padre le preguntaba como sería pitchear en Yankee Stadium, o en la Serie Mundial. Todo eso se hizo realidad, menos la Serie Mundial. La primera vez que Roy pitcheó en postemporada, en 2010 con los Filis de Filadelfia, dejó sin hits ni carreras a los Rojos de Cincinnati. En su apogeo, nadie fue mejor. Halladay era tan enfocado que cada año tenía un a meta: terminar con menos boletos que juegos iniciados. Lo consiguió tres veces (2003, 2005 y 2010) incluyendo dos veces con más de 200 ponches. Halladay y Cy Young son los únicos pitchers en la historia en combinar precisión y poder de esa manera. Su historia es única. Halladay tuvo efectividad de 10.64 en 2000, estuvo tan mal que fue bajado a Clase A para reaprender como lanzar una pelota. Con la ayuda del coach de pitcheo de ligas menores de los Azulejos, Mel Queen, y un libro que Brandy le compró acerca de la parte mental del pitcheo, de Harvey Dorfman, Halladay cambió desde lanzar rectas y curvas de cuatro costuras por encima del brazo hacia un pitcher que lanzaba sinkers y rectas cortadas a tres cuartos de brazo. En las siguientes 11 temporadas, y hasta que su brazo se agotó a la edad de 36 años, Halladay tuvo marca de 175-78 con efectividad de 2.98. En ese período nadie tuvo un mejor porcentaje de victorias (.692), nadie lanzó más blanqueos (19) y nadie se acercó a lanzar tantos juegos completos (64). Halladay cambió el pitcheo. Sus aburridas rectas cortadas y sinkers, dos envíos que parecían iguales a los bateadores, excepto que uno rompería a última hora hacia la izquierda y el otro hacia la derecha, se convirtieron en un nuevo modelo. Muchos pitchers copiaron su estilo. Nadie era tan experto en eso como Halladay. Halladay merece ir al Salón de la Fama inmediatamente. Eso podría sorprender a algunas personas. Fue aceptado como el mejor pitcher del juego por un período apreciable. Pero las personas se sorprenden porque Halladay nunca se promovió, nunca quiso los elogios que hubiesen elevado su perfil. “Pienso que ahí es donde él encontraba mucha de su felicidad”, me dijo su padre una vez. “Presentarse y hacer lo que le pedían. Se esperaba que actuara bien y él esperaba estar ahí para justificar el dinero que ganaba y retribuirles lo que le pagaban. Siempre he estado orgulloso de él”. El trabajo duro le sirvió mucho para fortalecer su mente y alma tanto como su cuerpo. Salía para ejercitarse en el campo de entrenamiento primaveral a las 5 am, hasta que alguien llegó primero que él un día al complejo de los Filis, al día siguiente salió de casa a las 4:45 de la mañana. Llegué a conocerlo bien en 2005, cuando estuve con los Azulejos de Toronto por una semana del entrenamiento primaveral para un reportaje de Sports Illustrated. Habló poco, y cuando lo hizo fue suave, con tonos medidos, todos en el complejo, compañeros de equipo, trabajadores, lo reverenciaban. El coach de pitcheo, Brad Arnsberg, lo llamaba TP: Paquete Completo. (Total Package). Nunca olvidaré entrar a la caja de bateo para enfrentarlo. La pelota parecía tan pesada y se movía tan rápido que tuve la impresión de que podía a travesar una pared de ladrillos. Esa acción aburrida era así de poderosa. La pelota cortaba el aire cuando pasaba frente a mí, las costuras giraban tan rápido que silbaban mientras laceraban el aire. Pocos años después, durante otro entrenamiento primaveral, esta vez en Clearwater con los Filis, Roy se sentó conmigo en un banco cercano a los campos de prácticas de los Filis. El sol bajaba en el cielo. Ver a Halladay en reposo de esa manera me impactó, el hombre no lucía bien inactivo. Entonces le pregunté que quería de la vida, luego de haber ganado millones de dólares y el respeto de sus pares. “Mi esposa y yo hablamos mucho de eso, especialmente con nuestros hijos”, dijo él. “Creo que si llevas una buena vida y siempre tratas de hacer las cosas bien, siempre impactarás a alguien. Eso es lo que hemos tratado de inculcar en nuestros hijos. Para nosotros es más importante tratar de ser una buena persona, en todo momento, especialmente con otras personas”. “Nuestros hijos van a escuelas cristianas, aun tenemos esas creencias pero para nosotros todo se reduce a tratar de vivir una vida de calidad tanto como podamos. Y esperar que nuestros hijos puedan hacer lo mismo y tratar de ser buenas influencias”. Halladay hizo el bien en una vida muy breve. Se fue en esa avioneta, sin duda llena con la alegría que siempre sintió al volar. Dejó una hermosa familia y un hermoso legado, y para aquellos a quienes conoció, ese legado está más acerca del hombre que fue, menos del pitcher en que se convirtió. Traducción: Alfonso L. Tusa C.