viernes, 2 de octubre de 2015
Un diamante en el alma
El beisbol para mí, más que un deporte de cuatro bases, aparentemente fastidioso, donde a diferencia de la mayoría, la pelota la tiene el que defiende, es una conexión contínua con su metáfora existencial de la familia (todo empieza y termina en el hogar). Por eso quizás comparto muchas más anécdotas de las normales con mis hermanos, por eso a menudo pienso que el momento cuando este vuelva a ser un país plural, el proceso de reconciliación quizás tomará mucho del ambiente de distensión que se vive en un estadio de beisbol antes, en las situaciones cumbres y después del juego, hay intensidad, gritos, emociones, pero el caer el out 27 la normalidad regresa y las chanzas pronto gradan hacia el respeto mutuo. Tal como decía Cesar Miguel Rondón en su discurso de la presentación de la temporada 2015-16 en el septuagésimo aniversario de LVBP, “A fin de cuentas, más que fanáticos de un equipo, somos seguidores del beisbol, lo demás es secundario…”
Ciertamente el beisbol es un asunto de hondas raíces familiares, por lo general nos hacemos seguidores de un equipo porque es el favorito del hermano, padre o tío que nos habló por primera vez de ese juego que se desarrolla sobre un diamante y donde se corre contra las manecillas del reloj. Ese momento queda grabado como una referencia histórica que a medida que pasa el tiempo se vuelve más entrañable y nos hace dudar si fuimos capaces de compartir tantos momentos juntos hasta con los hermanos y amigos que teníamos diferencias más profundas de todo punto de vista. Una imagen muy profunda de las relaciones fraternales donde un momento todo es sonrisas y alegría y al siguiente se crispan las manos y se aprietan los dientes, hasta que entendemos que son circunstancias dinámicas y al terminar el juego, el beisbol es lo más importante.
Quizás cueste entender como en un país sin memoria, sin continuidad en sus empresas, donde todo corre un riesgo inminente de fugacidad y volatilidad, pueda sobrevivir la iniciativa de cuatro soñadores quienes fundaron la Liga Venezolana de Beisbol Profesional en diciembre de 1945. Mientras innumerables iniciativas institucionales, empresariales, particulares han fenecido bajo las fauces de los recovecos de la historia venezolana, el beisbol ha permanecido cual faro inexpugnable en la más oscura de las noches, iluminando con aquellas tardes de caimaneras la ilusión de verse retratado en cada juego, cada noche o cada tarde, cuando la realidad atenaza y solo queda el oxígeno del beisbol para hallar temas de conversación en un desierto de discusiones.
Setenta años después se aproxima una nueva temporada y el beisbol drena sereno entre los espacios cotidianos de los venezolanos, quizás un pegamento que sirve de excusa para rescatar o apretar nuestra cultura como se experimentó al final del acto de presentación de la temporada 2015-16, las notas musicales de Dama Antañona, Conticinio y El Diablo Suelto, testificaron que el país tiene una historia, un compromiso común, una esperanza de convivencia y respeto mutuo.
Alfonso L. Tusa C.
martes, 29 de septiembre de 2015
Cooperstown Confidencial: Recordando a Johnny Logan y Drungo Hazewood.
Bruce Markusen. The Hard Ball Times. 16-08-2013.
Él no fue un inquilino del Salón de la Fama, tampoco un nombre establecido para los aficionados por debajo de 45 años, pero si fue el campocorto más grande que la franquicia de los Bravos ha tenido en los últimos 60 años. Johnny Logan, quién falleció a principios de mes a los 86 años de edad, fue una de las piezas clave de aquellos grandes equipos de los Bravos de Milwaukee de finales de los años ’50.
Logan emergió desde Endicott, ubicado en las galerías del centro del sur de Nueva York, que con sus largos inviernos y cortas primaveras no parecía el lugar ideal para desarrollar beisbolistas. Firmado por los Bravos de Boston en 1947, Logan pasaría partes de cinco largas temporadas en las ligas menores antes de finalmente ganarse su promoción definitiva en 1951. Tuvo dificultades durante una prueba de 62 juegos, en la cual compartió responsabilidades con el veterano de las Ligas Negras, Bus Clarkson, pero Logan ganó experiencia y mostró una gran mejoría en su segunda oportunidad en 1952.
Logan acreditó al antiguo shortstop de los Yanquis Frank Crossetti por darle los consejos necesarios sobre como jugar la posición. Crossetti le escribió, diciéndole “ataca cada pelota que te bateen como si te fuese a dar un mal bote”. También le dijo que se olvidara de aprender la forma fundamental de ejecutar el dobleplay y en vez de eso “haz el dobleplay de la manera que te salga natural”.
En 1953, Logan se mudó con la franquicia a Milwaukee y apareció en el primer juego en casa en el County Stadium. Ese verano, Logan se convirtió en uno de los mejores shortstops de la Liga Nacional, al destacar con el bate y al campo.
Logan disfrutó sus mejores años desde 1953 hasta 1959, cuando era el ancla de la mitad del infield de los Bravos. Milwaukee no tuvo un segunda base importante durante esos años, por lo menos hasta que llegara Red Schoendienst, así que la presencia estabilizadora de Logan solidificaba el medio del cuadro de los Bravos en una época cuando estos lo necesitaban mucho. Aunque no disponía de un brazo fuerte o un cuerpo atlético, Logan tenía mucha rapidez de manos y pies, lo cual lo ponía en posición ventajosa para ejecutar el dobleplay. He oído a varios observadores comparar a Logan con el paracortos actual de los Orioles J.J. Hardy, y para mí esa es una buena comparación. No es un insulto. Hardy es un buen pelotero, subestimado, y eso describe con precisión a Logan durante el apogeo de su carrera.
Un pelotero aguerrido y fajador, Logan hacía mucho del trabajo desapercibido para los Bravos. Él bateó de segundo buena parte de su carrera, servía la mesa para las estrellas del equipo, Hank Aaron y Eddie Matthews. Un bateador derecho capaz, Logan alcanzaba con frecuencia dobles figuras en jonrones y boletos casi tanto como se ponchaba. Consistentemente lograba números de OPS en el rango entre .700 y .800, números muy buenos para los infielders centrales de la época. Los periodistas de la Liga Nacional ciertamente reconocieron a Logan, al darle alguna consideración para jugador más valioso cada año desde 1952 hasta 1957.
De muchas maneras, él era el pegamento de aquellos equipos de los Bravos que ganaron los banderines de la Liga Nacional en 1957 y ’58. Aaron y Matthews a menudo cargaban el equipo, pero eran los talentos de segunda fila como Logan, Del Crandall, y Billy Bruton quienes también hacía su parte de colaboración como actores de reparto, profundizando la alineación de los Bravos y puliendo al equipo en las posiciones defensivas clave.
Así como Logan era bueno en términos de números y victorias, había más que simples tangibles en su juego. Libra por libra, él era tan duro como cualquier jugador de su era. Una vez los Bravos jugaban ante los Dodgers de Brooklyn, quienes tenían a un joven Don Drysdale en el montículo. Luego que Drysdale golpeara a Logan con un envío que aterrizó en la parte más baja de su espalda, la paciencia del campocorto se agotó. Luego de llegar a primera base, Logan empezó a gritarle a Drysdale y avanzó hacia el montículo. Aunque Drysdale era mucho más grande y alto, el pequeño Logan no se amedrentó. Lanzó un puñetazo al tórax de Drysdale. Gil Hodges sostuvo a Logan, previniendo un mayor contacto con su objetivo, pero el igualmente pugnaz Matthews terminó el trabajo, al golpear a Drysdale con una ráfaga de puñetazos. Como equipo de contacto, Logan y Matthews eran difíciles de igualar.
De acuerdo a la leyenda, Logan nunca perdió una pelea durante su carrera en el beisbol. También se dijo que nunca eludió una sola pelea. Ciertamente lucía como un tipo duro, con un megáfono en la boca y gestos faciales que lo habrían hecho un orgulloso miembro de los Bowery Boys.
Otro incidente más adelante en su carrera tipificó su actitud intensa hacia los rivales. Durante la temporada de 1959, el corredor de los Dodgers, Norm Larker se abalanzó sobre Logan mientras este terminaba un dobleplay . Larker se deslizó para bloquearlo, lo cual eral legal en ese momento, pero también ocurrió al final de la jugada. “Era innecesario, completamente innecesario. Yo tenía la jugada. Agarré la pelota antes”, le dijo Logan al periodista deportivo Dick Young. “Entonces él me golpeó, aquí en el pecho con su codo”.
La jugada sacó a Logan del juego, por lo cual él rechazó disculpar a Larker. “Tengo memoria de elefante”, le dijo Logan a Young. “Un elefante grande”.
Logan no solo podía aportar la cuota colorida. También tenía un apodo pintoresco, el cual adquirió mientras crecía en Endicott. De madre croata y padre ruso, Logan era inusualmente activo de niño. Sus padres trataban de calmarlo diciéndole “Yah-shoo”, una frase rusa-croata que significa “tranquilo”. Cuando uno de los vecinos de Logan en Endicott oyó la palabra, empezó a llamar a Logan “Yatcha”. El apodo perduró el resto de su vida.
Luego de terminar su carrera con los Piratas, Logan regresó a Milwaukee para vivir sus días de retiro. Se hizo un miembro popular de la comunidad, reconocido por sus historias animadas y su peculiar manera de hablar. Logan podía soltar las groserías más grandes, pero lo hacía de una manera que sonaba divertido pero no molesto.
Logan desarrolló fuertes raíces en Milwaukee, ayudó a establecer la Milwaukee Braves Historical Association y trabajó ara los Cerveceros como scout. Antes de retirarse, frecuentemente asistía a los juegos en Miller Park. A menudo hablaba con los peloteros de los Cerveceros y el cuerpo técnico, los entretenía con sus historias y sus ocasionales groserías, las cuales solo acentuaban su sentido del humor.
En junio, los Cerveceros homenajearon a Logan al invitarlo a Miller Park para inducirlo oficialmente en su Walk of Fame. Fue un bonito tributo para un hombre quien nunca jugó para la franquicia de los Cerveceros. Pero eso nos dice cuanto significó Johnny Logan para la comunidad de Milwaukee.
***
Algo extraviado entre los fallecimientos de Georg Scott y Frank Castillo a finales de julio, estaba la desaparición de otro pelotero. Su nombre era Drungo Larue Hazewood, o Drungo Hazewood para abreviar. De solo 53 años de edad, él murió de cáncer ampulario, dos años después de haber sido diagnosticado. (Cáncer ampulario, el cual se desarrolla en el ducto común de la bilis, es el mismo cáncer que recientemente reclamó la vida de la actriz Karen Black).
Pienso que es justo decir que Drungo Hazewood tuvo uno de los nombres más inusuales en la historia del beisbol, pero él fue mucho más que eso. Como jugador de escuela secundaria en Sacramento, se convirtió en leyenda local, reconocido por su fuerza increíble y sus largos jonrones. Después, como jugador de ligas menores en el sistema de granjas de los Orioles, él alcanzó algunos números impresionantes, incluyendo un par de temporadas en las cuales estuvo cerca de convertirse en un jugador 30-30.
Los talentos de Hazewood dejaban a sus compañeros de equipo, incluyendo al campocorto Bob Bonner, impávidos. “El único otro pelotero que puedo recordar para describirlo físicamente era probablemente Bo Jackson”, dijo Bonner en una entrevista con el Baltimore Sun. “Tenía mucho talento natural, era increíble”.
Más que todos sus talentos, los cuales incluían un cañón en el brazo de lanzar, su fuerza bruta era suprema, recordaba algo de Mickey Mantle. Mientras jugaba con Charlotte en ligas menores, Hazewood fue expulsado de un juego. La discusión y la expulsión lo pusieron furioso. Luego de vestirse con sus ropas de calle, se acercó a una pared donde había dos bates. “Él tomó uno y lo quebró como un palillo”, dijo Cal Ripken Jr., quién jugaba con Drungo en Charlotte. Hazewood no rompió el bate sobre su muslo; simplemente uso sus manos y brazos. “Él lo dobló y partió como un palillo”.
Con tanta habilidad cruda, la pregunta es inevitable: ¿Por qué Hazewood no tuvo una carrera más sustancial como grande liga? Desafortunadamente, Hazewood se encontraba en la organización equivocada, una llena de talento en las mayores y en AAA.
Cuando Hazewood fue al entrenamiento primaveral de 1980, hizo un esfuerzo inmenso para integrar la plantilla de los campeones defensores de la Liga Americana. Estaba bateando .583 en la Liga de la Toronja cuando fue informado que había sido enviado de vuelta a AAA. El manager de los Orioles, Earl Weaver trató de suavizar la situación diciéndole a los periodistas, “Nunca antes había descartado a un tipo que estuviera bateando tan alto. Pero estaba haciendo lucir mal al resto del equipo con ese promedio”.
Hazewood pudo haberse molestado, especialmente cuando los Orioles lo enviaron bien abajo hasta el Charlotte AA, pero él se resistió a desilusionarse. Regresó a Charlotte, despachó 28 jonrones y robo 29 bases, y trabajó a pulso su camino a las ligas mayores, hasta ganarse una promoción a Baltimore hacia finales de la temporada. Tomó un puñado de turnos al bate, y falló en conseguir algún imparable, nunca más recibiría otra oportunidad.
Me gustaría saber si un tipo como Hazewood habría conseguido otra oportunidad en las Grandes Ligas si hubiese jugado hoy, cuando hay cuatro equipos adicionales para un total de 30 conjuntos de ligas mayores. Eso es algo como entre 100 y 160 puestos de trabajo adicionales, dependiendo de cuantos movimientos haga un equipo en una temporada. Basado únicamente en los números, me gustaría saber si Hazewood se habría beneficiado de eso.
Pero aún si Hazewood no hubiese jugado mucho en el beisbol de hoy, al menos hubiera hecho algo con lo que sueña la mayoría de nosotros: y eso es jugar en un encuentro de Grandes Ligas. Como bono, él jugó con inquilinos del Salón de la Fama como Eddie Murray y Jim Palmer y jugó para un manager leyenda como Weaver. Tambien hizo algunas cosas buenas fuera del beisbol, como ayudar a levantar su amplia familia de siete hijos.
Parafraseando a Bill Murray en Caddyshack: “Así que Drungo Larue Hazewood tuvo todo eso para él… lo cual es agradable”.
De hecho, jugar en las Grandes Ligas y ser un buen padre debe ser agradable. Lo hiciste bien, Drungo.
Traducción: Alfonso L. Tusa C.
lunes, 28 de septiembre de 2015
Los Campos Verdes de la Mente.
A, Bartlett Giamatti. The Greatest Baseball Stories Ever Told. Edited By Jeff Silverman. The Lyons Press.2001. page 319.
Para un hombre quién pasó buena parte de su vida profesional estudiando el Renacimiento, A. Bartlett Giamatti (1938-1989) fue, naturalmente, un hombre del Renacimiento. Fue un universitario, un profesor, el presidente de Yale, el presidente de la Liga Nacional, y hasta su muerte unos pocos días después de excomulgar a Pete Rose del juego, el comisionado del beisbol. También fue uno de los aficionados más cultos y articulados del juego, un aficionado cuyo corazón se rompía un poco cada año cuando la temporada de los Medias Rojas terminaba, como ocurría anualmente desde 1918, prematuramente.
El maravilloso ensayo de Giamatti, “Los Campos verdes de la Mente” fue publicado originalmente en 1977 en la Yale Alumni Magazine, dos años después que Carlton Fisk bateara el jonrón más grande de la historia de los Medias Rojas, y uno antes que el shortstop de los Yanquis, Bucky Dent bateara el peor vuelacercas, para dañar otro octubre para Giammati y los sufridos habitantes de Nueva Inglaterra.
Esto te rompe el corazón. Está diseñado para romperte el corazón. El juego comienza en la primavera, cuando todo lo demás empieza de nuevo, y florece en el verano, llenando las tardes y noches, y entonces tan pronto como llega el frío de la lluvia, se detiene y te deja enfrentar al otoño en soledad. Cuentas con eso, te basas en eso para amortiguar el paso del tiempo, para mantener la memoria del sol brillante y los cielos altos, viva, y entonces cuando los días son todo crepúsculo, cuando lo necesitas más, el juego se detiene. Hoy, 2 de octubre, un domingo de lluvia y ramas rotas y hojas derramadas alfombrando las calles estrechas, esto se detuvo, y el verano se esfumó.
De alguna manera, el verano pareció irse más rápido esta vez. Tal vez no fue este verano, sino todos los veranos que, en este mi cuadragésimo verano, pasaron muy rápido. Llega un momento cuando cada verano tendrá algo de otoño en él. Cualquiera que sea la razón, me parecía que estaba invirtiendo más y más en beisbol, haciendo que el juego hiciera el trabajo que mantuviera al tiempo gordo, lento y flojo. Estaba contando con los patrones profundos del juego, tres strikes, tres outs, tres veces tres innings, y su impulso más profundo, para ir afuera y atrás, para salir y regresar a casa, para fijar el orden del día y organizar la luz diurna. Escribí unas cosas este último verano, este verano que no duró, nada grande pero algunas cosas, y aún ese trabajo fue solo camuflaje. La actividad real fue hecha con el radio, no la toda-imagen, toda-falsa televisión, y fue la acción del juego en el único lugar donde durará, el cerrado campo verde de la mente. Ahí, en ese cálido, brillante lugar, al cual el viejo poeta llamara mutabilidad, no se desarrolla tan rápido.
Pero aquí afuera, el domingo 2 de octubre, donde llueve todo el día, la dama mutabilidad nunca pierde. Ella estaba entre la multitud de Fenway ayer, un día gris lleno de ruido y contradicción, cuando los Medias Rojas vinieron a batear en el cierre del noveno inning perdiendo 8-5 ante los Orioles de Baltimore, mientras los Yanquis demorados por la lluvia ante los Tigres de Detroit, solo necesitaban ganar uno o que Boston perdiera uno para ganarlo todo, se sentaban a ver el juego de Boston con una cerveza. Boston había ganado dos, los Yanquis habían perdido dos, y de pronto parecía como si la temporada completa podría llegar hasta el último día, o más allá, excepto que aquí Boston perdía 8-5, mientras Nueva York se sentaba en su habitación familiar y ponía los pies en alto. Lynn, con ambos tobillos adoloridos como los tenía en julio, batea un sencillo por la línea del jardín derecho. La multitud se agita. Está de pie. Hobson, el tercera base, el antíguo Oso Bryant quarterback, fuerte, tranquilo, con más de 100 carreras empujadas, va por tres lanzamientos quebrados y es out. La diosa sonríe y anima a su agente, un diligente lanzador llamado Nelson Briles.
Ahora viene un bateador emergente, Bernie Carbo, una vez Novato del Año, errático, rápido, bien parecido, siempre tan relajado, en su alma, avanza en la grama alta, un brazo bajo su cabeza, mirando las nubes y riendo, ahora mira hacia abajo y descarga un estacazo, describe una línea ascendente, sobre la cerca del jardín central, un batazo inmenso sobre el espacio de Fenway, un momento impactante, tanto la elegancia de la física como el arco que la pelota describe.
Nueva Inglaterra está de pie en algarabía. El verano no terminará. Con el ruido ellos recuerdan la noche avanzada y fría de 1975, el sexto juego de la Serie Mundial, quizás el juego de beisbol más grande de los últimos cincuenta años, cuando Carbo, suelto y despreocupado, había despachado otro vuelacercas para igualar el desafío que Fisk ganaría. Ahora el juego está 8-7, un out, y la escuela nunca empezará, la lluvia nunca vendrá, el sol calcinará tu nuca por siempre. Ahora Bailey, traido de la Liga Nacional recientemente, brazos grandes, contextura pesada, experimentado, nuevo en la liga y el equipo, batea dos fouls y, entonces revisando, tentativo, un hombre grande fuera de balance, batea una línea de frente al primera base. De pronto se hace más oscuro y tarde, y el narrador que transmite el juego de costa a costa, un neoyorquino quien trabaja
para una estación televisiva de Nueva York, suena aliviado. Su pequeño mundo, bien iluminado, peinado, medido en fracciones de segundo, no tenía capacidad para absorber esta realidad contraria.
Cox agita un bate, estira su largos brazos, dobla su espalda, el novato de Pawtucket que rompió dos semanas atrás una marca de seis imparables seguidos, el muchacho seleccionado antes que Fred Lynn, grande, estable, llevadero. La cuenta es de dos y dos. Briles parece temperamental, nada bueno, y Cox hace swing, la pelota rueda hacia el montículo y luego, en una danza enigmática, elude a Briles rumbo a la derecha, sobre el final de la grama interior, pasa sobre la arcilla del abanico, moviéndose como una pequeña y bien enfocada criatura marina en búsqueda de las profundidades verdes, mientras evita la roca de segunda base, viaja estable y directa hacia la oscuridad exterior, el silencioso receso del jardín central.
Los pasillos de las tribunas están colmados, el lugar está de pie, los papeles de envolver, los programas del juego, los vasos de refresco y las cáscaras de maní, las doctrinas de una tarde; las ansiedades, las cosas que tienen que ser hechas mañana, los lamentos de ayer, la acumulación de un verano, todo se olvida, mientras la esperanza, el ancla muerde y se resiste donde un momento antes parecía que seriamos barridos por la marea. Rice viene a batear. Rice de quién Aaron ha dicho era el único a quién él veía con la habilidad para romper sus marcas. Rice el mejor bateador oportuno del equipo, con el mejor porcentaje de slugging de la liga. Rice tan rápido y fuerte que una vez probando su swing reventó el bate en dos. Rice el martillo de Dios enviado para aporrear a los Yanquis, el sonido era inmenso, los padres palmeaban a los hijos en la espalda, los carros avanzaban en el camino, , las casas se congelaban, Nueva Inglaterra se explayaba en su bendición, y soltaba sus agradecimientos por todo lo bueno, por Rice y por un verano estirándose hacia la mitad de octubre. Briles lanzó, Rice hizo swing, y se acabó. Un lanzamiento, un elevado al centro, y todo terminó. El verano moría en Nueva Inglaterra y como la lluvia deslizándose en un techo, la multitud salía de Fenway rápidamente, con solo un murmullo estable entre el remanente del ruido. La mutabilidad había dejado atrás la temporada y archivado la esperanza en la memoria otra vez. Y otra vez, ella usaba al beisbol nuestra mejor invención para quedarse en el cambio, para traer el cambio. Por eso es que esto rompe mi corazón, ese juego, no porque Nueva York podía ganar porque Boston perdió; en eso, hay una justicia ruda, y un recordatorio para los Yanquis de cuan delgadas y frágiles son las circunstancias que exaltan a un grupo de seres humanos sobre otro. Rompe mi corazón porque se supone que lo haría, porque se supone que esto debería inspirar en mí la ilusión de que había algo pendiente, algún patrón y algún impulso que se unieran para hacer posible una realidad que resista la corrosión; y porque, luego de haber albergado otra vez la más ansiada ilusión, el juego se había detenido, y traicionado precisamente lo que prometía.
Por supuesto, hay quienes aprenden luego de las primeras veces. Ellos crecen fuera de los deportes. Y hay otros quienes nacieron con la sabiduría de entender que nada dura. Esos son los verdaderamente duros entre nosotros, los que pueden vivir sin ilusión, o sin la esperanza de la ilusión. Yo no soy tan crecido o actualizado. Soy una criatura más simple, atada a patrones y ciclos más primitivos. Necesito pensar que algo dura por siempre, y eso podría ser el estado de ser que es un juego, podría muy bien ser eso, en un campo verde, en el sol.
Traducción: Alfonso L. Tusa C.
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