jueves, 30 de junio de 2016
Oh hoja de anotación, mi hoja de anotación.
Scott Ferkovich. The Hard Ball Times. 23-06-2016.
Llenar una hoja de anotación puede parecer anacrónico estos días. (via Scott Ferkovich)
El domingo 5 de junio, fui al juego Tigres-Medias Blancas en Comerica Park. He hice algo que no había hecho en mucho, mucho tiempo.
Anoté el juego.
Todo ocurrió más o menos como una broma. De pronto al entrar por los portones, mi amigo y yo pasamos frente al puesto del vendedor de hojas de anotación, parecía cansado y desolado. Vender hojas de anotación estos días no es un negocio muy próspero.
Le di un codazo a mi amigo. “Hey”, le dije, “¿Has anotado alguna vez un juego de beisbol?”
Él me lanzó una mirada como si le hubiera preguntado si había ordeñado una vaca alguna vez. “No exactamente”, replicó él.
“Bien”, le dije, “hoy te enseñaré como se hace”.
¿Cuál asomo de nostalgia me incitó a sacar el dólar para la hoja de anotación y el lápiz? ¿Y que me hizo pensar que podía jugar al instructor de anotación por excelencia de mi amigo? No había llenado una hoja de anotación desde antes que la NBC sacara al aire The Fresh Princeof Bel-Air. Más que ofrecer algunos consejos, aquello sería un ciego guiando a otro ciego.
Seguro, lo había hecho suficientes veces en el pasado. Pero anotar un juego de beisbol nunca fue algo en lo que yo fuese bueno. Es una destreza que recompensa al pacienzudo y condena al flojo. Y yo a menudo tiendo a ser flojo en el estadio. Mi idea de una tarde de relajamiento no es marcar “4-6-3” o “F7” en una hoja de anotación.
Además, no todas las jugadas del beisbol son tan fáciles de plasmar en papel, aún para los anotadores más experimentados. Envueltas en sombras está el tipo de las más convulsas que involucran muchos peloteros, tantos ataques, empujes, y evasiones con tantos absurdos y celebraciones presentes, que tratar de codificar en una pequeña caja con un lápiz grueso, todo a la vez antes que llegue el próximo bateador, se convierte en un acto de la cuerda floja propio del Flying Wallendas. Sé de esto, porque he estado allí. El espacio se termina, y el intrépìdo anotador es forzado a recurrir a esos eternos símbolos, el asterisco y la nota a pie de página. La página parece un desorden incomprensible, donde todo parece perdido. Para entonces, soy como Sancho Panza interrumpido al contar su historia. No hay manera de seguir, y mi aventura e anotar llega a su fin.
Recordé pedirle al vendedor de hojas de anotación un lápiz adicional o dos, porque siempre uno de ellos se rompe, o rueda debajo de la silla para no ser vuelta a encontrar de nuevo. Tan lejos como se pierden los lápices, nunca son suficientes. Son como los implementos que te dan en el mini golf. Y nunca son tan afilados para anotar bien. Por supuesto, antes podías afilarlos siempre con tu navaja, pero no puedes llevar una navaja al estadio en estos días.
Puedes llevar a un infante gritón, pero no puedes llevar una navaja para afilar tu lápiz.
La pregunta es, por supuesto, ¿por qué se debe llenar una hoja de anotación en esta actualidad? ¿No es una actividad anticuada reservada a los quisquillosos? La tecnología actual la hace lucir pasada de moda ¿cierto? ¿Para que aprender algo arcaico solo para llevar los detalles de algo que está ahí en la pantalla de video que todos ven?
Todos conocemos los tipos de anotadores en el estadio. Son más raros que una palmera en Alaska, pero a veces puedes ver uno. Están los tipos viejos, con sus piernas de pollo y su colección de chapas en sus gorras. Ellos pueden recordar un relampagueante dobleplay comenzado por Ray Oyler en 1968.
Luego esta el anotador elitista. Es el que trae su propia libreta de anotación cada juego, junto con un lápiz mecánico más afilado que una navaja de bolsillo. Le doy crédito porque hace falta muchas agallas para llevar tu propia libreta de anotación a un juego. Así como el lápiz mecánico, es como llevar tu taco propio de billar a la sala de juegos. Más te vale saber lo que haces, o te avergonzarás. Nada de sorprenderse con el inevitable “DP 1-6-4-7-5-1-5-7”.
Pero él es un alma valiente, el anotador elitista. Él recibe muchas burlas inmerecidas, especialmente de los manganzones que pululan la supercara zona de las cervezas. “¡Hey, ese tipo trajo su propio libro de anotación! ¡Ja, ja, ja! ¡Que idiota! ¡Si, yo traeré el libro de recetas de hacer caramelos de menta!”
Los charlatanes pueden burlarse, pero llevar una hoja de anotación ha estado integrado a la experiencia de un estadio de beisbol desde mediados del siglo 19. No estamos seguros si Abraham Lincoln asistió alguna vez a un juego de beisbol, pero si lo hubiera hecho, habría llenado una hoja de anotación.
Fue Henry Chadwick, el tempranero historiador y estadístico del juego, quien presionó duro para que se instituyera un sistema de anotación universal a través de esta gran nación nuestra. Su visión utópica nunca se materializó por completo, aunque se estableció una marco de trabajo básico con símbolos que permitieron que cualquier hoja de anotación, a excepción de las más intrincadas, fuese entendida universalmente de un aficionado a otro. Pero dentro de ese marco, hay suficiente libertad para permitir variaciones estilísticas.
Anotar un juego puede ser tan fácil o complicado como quieras que sea. Fui a mi primer juego de beisbol en 1977, cuando tenía nueve años de edad. Mi papá me llevóa Tiger Stadium. Compramos un programa, y anoté el juego. Pero el mio fue un registro muy rudimentario: Una aparente “O” para cualquier tipo de out; “1B” para un sencillo, “2B” para un doble, un extragrande HR para un jonrón. Si un bateador se embasaba por error, eso era una simple “E”, la especificación era obviada.No me molestaba con quien anotaba, o cuando, o como. Pero lo que me faltaba en sofistificación, lo recuperaba en persistencia: Anoté el juego completo, una victoria de los Tigres por etapas.
Eso fue hace décadas, pero las hojas de anotación no han cambiado desde entonces. La que compré en Comerica Park tenía una apariencia muy minimalista. La portada tenía una fotografía de los Tigres de esta temporada alrededor de la vieja “D” inglesa con “2016 scorecard” en rojo al fondo. Estaba doblada, tamaño carta. Al abrirla, el lado izquierdo revelaba las filas de recuadros para ambos equipos. Como regla general, esos recuadros están diseñados para ser llenados con jeroglíficos indescifrables, garabatos frenéticos, asteriscos vagos, borrones erróneos, alineaciones alteradas, manchas de mostaza, y (si estuviéramos en un estadio de la Liga Nacional) contorsiones de sustituciones dobles. Pero por el momento la página estaba limpia, blanca, cargada de esperanza y expectativa.
En el lado derecho de la hoja, estaban los rosters de cada equipo. También mostraba una lección muy básica de cómo anotar. Aunque no eran inútiles, esas instrucciones eran muy breves. Eran el equivalente en beisbol de una lección de buceo de un dólar. Ellos agruparon los símbolos de de los peloteros y las jugadas, y desarrollaron una muestra de inning para el completo neófito. La muestra de jugada más difícil fue “FC 6-4”, con la explicación, “out del campocorto al segunda base en fielder’s choice”.
Las instrucciones evitaban deliberadamente las situaciones que inducían más al pánico, tales como “out en línea al left field, bola pomponeada y caída, los corredores avanzan una base, la bola sobró al catcher, bola recuperada, corre y corre, 2-1-5-1-2-4-8-42-9-1-7, corredor puesto out doble asterisco jugada revisada y modificada manager anfitrión expulsado BW (tumulto) 5P2TL (cinco golpes, dos dientes volados) GPUP (Juego bajo protesta”. A excepción de los anotadores más experimentados todos se llevarían las manos a la cabeza y lanzarían la hoja de anotación al piso.
También encartadas en mi hoja de anotación de los Tigres, había secciones llamadas Promociones Venideras (aunque una de ellas había ocurrido ayer, y otra antier), y Este Dia en la Historia de los Tigres. “El 5 de junio de 1961, los Tigres de Detroit adquirieron al pitcher zurdo Hal Woodeshick desde los Senadores de Washington por el infielder Chuck Cottier”. Eso pagaba el dólar invertido. También había un anuncio con el encabezado. “¡Compra tus boletos!” Tenía números donde llamar, para los inclinados al teléfono, pero también sugería una visita a la taquilla de los Tigres. Que revelación.
Antes de irnos a nuestros asientos, mi amigo y yo compramos unos perros calientes y cervezas. Yo no estaba acostumbrado a llevar una cerveza, un perro caliente, y una hoja de anotación (sin mencionar dos lápices). No quería simplemente doblar la hoja de anotación y meterla en mi bolsillo trasero, así que mantuve la cerveza en mi mano derecha, el perro caliente en la izquierda, con los lápices y la hoja de anotación apretados entre algunos dedos. Esto causó algunos malabares a través de la multitud. Yo sabía que el locutor interno usualmente recitaba las alineaciones muy rápido, así que me copié de antemano: En la comodidad de mi asiento, las robé de mi teléfono celular y las escribí a mi antojo.
La primera jugada del encuentro fue muy fácil. Al enfrentar a Justin Verlander, Adam Eaton bateó un elevado al tercera base, Nick Castellanos. La multitud rugió en aprobación.
“Bien, ¿Cómo anotas eso?”, interrogué a mi amigo.
“Fácil. Flai al 9. F9”.
“Equivocado”, corregía. “F5. El tercera base es el cinco. El nueve es el jardinero derechol.
“Ah, si, sabía eso”.
El próximo, era un tipo Nuevo de nombre Jason Coats, en solo su segundo juego de ligas mayores, se ponchó tirándole. Escribí una gran “K” en el recuadro al lado de su nombre. Coats nunca olvidará su debut el día anterior. Resultó golpeado en la cabeza al chocar con Eaton mientras seguían un elevado y se cortó el labio inferior. Pudo haber sido peor, pero afortunadamente pudo salir del terreno asistido. ¿Cómo podría haber anotado esa jugada? ¿F7Bop8?”
Afortunadamente, el primer inning fue una mantequilla para anotarlo. José Abreu jonroneó (dibujé un rombo en el cuadrado, y lo llené), y Todd Frazier vio pasar el tercer strike.
Fue un juego dinámico. Aunque había estado fuera de práctica por años, los códigos secretos y los símbolos regresaron a mi, de la manera como nunca olvidas como manejar bicicleta. Luego de un inning o dos, me sentí como un profesional viejo. Miré hacia las tribunas furtivamente, solo para ver si alguien más estaba anotando. Conté uno, un tipo con un lápiz mecánico a unas filas de distancia. Los aficionados no quieren molestarse con la minuciosidad de anotar un juego. Hay muchas otras distracciones en curso. Y supongo que es como 30000 personas no pueden notar colectivamente cuando un bateador corre hacia primera base cuando es apenas la tercera bola en la cuenta. Eso ocurrió en un juego el año pasado. Joey Votto era el bateador, y nadie lo señaló.
Esta tarde, sin embargo, yo estaba a cargo del juego, armado de lápiz y hoja de anotación. De hecho, me convertí en parte del juego. Mientras los peloteros tenían que destacar en sus tareas en el terreno, mi trabajo era transcribir efectivamente esas tareas sobre un pedazo de papel para una posteridad futura desconocida. No se permitía errores, ni de su parte ni de la mía (principalmente porque yo no tenía borrador).
Me esmeré en el largo trayecto.
Anotar un juego es un arte fugaz. Es necesario para los tipos de la radio y la televisión, así como para los periodistas quienes necesitan referirse a sus hojas de anotación para idear una reseña. Pero para el aficionado casual, ¿Cuál es el punto? Ya no se necesita revisar nuestras hojas de anotación para ver quien es el próximo bateador, o que hizo el bateador en sus tres primeros turnos al bate, o quien ha empujado las carreras. Todo lo que se necesita es ojear la pantalla de video.
Tal vez una de las razones para eludir anotar un juego es que hay que tomarse un tiempo para aprender a hacerlo. Seguro, puedes hacerlo con conocimiento rudimentario, pero mientras más lo practicas, lo harás mejor, y se hace más fascinante. Ahí está, escribí la palabra “fascinante” en un artículo acerca de anotar juegos de beisbol.
Para los aficionados quienes solo van a unos pocos juegos al año, llenar una hoja de anotación no va a aparecer en su lista de cosas por hacer en el estadio. Los estadios modernos te motivan a levantarte y vagar por los amplios corredores, revisar las ofertas de comida, probar la rapidez de tu brazo en la cabina de pitcheo, gastar centenares de dólares en una camiseta auténtica en la tienda del equipo. No puedes hacer todas esas cosas y anotar el juego.
Pero para muchos observadores del juego, anotar pertenece a ir al estadio, junto al maní y las galletas saladas. Nunca he sido una de esas personas. Pero quien sabe, tal vez me mantendré y lo haré otra vez la próxima vez que vaya a un juego. Puedo aprender a apreciarlo más.
Detroit anotó cuatro carreras con cuatro imparables en el quinto inning, el batazo grande fue un doble de dos carreras de Justin Upton, el de la música Young Jeezy. Verlander lanzó siete episodios, solo permitió cinco imparables, dos carreras limpias, un boleto, y ocho ponches.
En el noveno inning, Francisco Rodríguez obligó a Avidail García a batear un manso rodado al campocorto José Iglesias, quien tomó la pelota e hizo un rápido envío a Miguel Cabrera en primera base para terminar el juego.
“6-1”, dijo mi amigo.
“6-3”, lo corregí. “El pitcher es el número 1, recuerdas?”
“Ah, si, es verdad”.
Tigres de Detroit 5, Medias Blancas de Chicago 2.
Los hombres de Brad Ausmus habían hecho un juego casi inmaculado, quizás el mejor de ellos en la temporada.
Mi hoja de anotación también estaba libre de errores. Sin rayas atravesadas, ni garabatos, ni errores.
Firmé mi nombre al final de la hoja de anotación, y nos levantamos para ir al salón de las cervezas.
Más tarde revisaría los momentos clave del juego en mi smart phone.
Acerca de Scott Ferkovich
Scott Ferkovich es miembro de la Society for American Baseball Research. Sus artículos de historia del beisbol han aparecido en páginas web tales como Seamheads.com, TheNationalPastimeMuseum.com, y DetroitAthleticCo., y ha revisado libros para Spitball Magazine. Scott fue editor del libro del equipo de SABR, Detroit the Unconquerable: The 1935 World Champion Tigers. Trabaja con mucho ahínco en su próximo libro, Green Seats and Yellow Mustard: Fifty Great Games at the Corner of Michigan and Trumbull. Él vive cerca de Detroit.
Traducción: Alfonso L. Tusa C.
miércoles, 29 de junio de 2016
El Viejo Juego de Pelota, Recreado en Color.
Lisa Fields. 27 de mayo de 2007. The New York Times.
Él sigue a Derek Jeter, Alex Rodríguez y el resto del equipo por lo menos una vez a la semana, pero luego de unos innings Graig Kreindler a menudo se siente motivado a apagar el televisor y bajar a su estudio de pintura del sótano en Airmont, NY. Ahí, en el atril frente a él, encuentra una estirpe diferente de Yanqui: Mantle. DiMaggio. Gehrig. Ruth.
Los aficionados reconocen a estos inquilinos del Salón de la Fama en famosas fotografías que muestran momentos inolvidables de la historia del beisbol. Pero la mayoría de las personas hoy no tiene idea de cómo Babe Ruth cruzando el plato o Lou Gehrig dando su discurso de despedida aparecían en colores: las imágenes incrustadas en la memoria colectiva son en blanco y negro.
Mr. Kreindler está tratando de cambiar eso, una escena memorable de beisbol a la vez.
Usted podría pensar en él como el Ted Turner de los grandes momentos de la historia del deporte, excepto que Mr.Kreindler no depende de la colorización computarizada sino que realiza extenuantes investigaciones para asegurarse de que los matices que escoge son los precisos. Antes de llevar el pincel al lienzo, él frecuentemente pasa un mes descifrando los colores, desde los uniformes de los equipos hasta los anuncios de Philip Morris que cuelgan detrás de la multitud.
“Licencia artística, no es una opción para mi”, dijo Mr. Kreindler, 27, quien ha ganado el Norman Rockwell Museum Award and Illustration Academy Award de la Society of Illustrators. “Quiero que eso sea perfecto. Puede ser que a veces sea un esclavo de eso, pero también me hace feliz”.
Mr. Kreindler, cuyo nombre se debe al tercera base de los Yanquis, Graig Nettles, dice que su interés por el beisbol antiguo fue alimentado por la afición de su padre por cautivantes imágenes de Whitey Ford, Mickey Mantle y Willie Mays, y su colección de barajitas de beisbol, desde los años ’40.
“Yo era el único niño de mi clase de cuarto grado que sabía quien era Don Larsen, que sabía porqué Gil Hodges pertenecía al Salón de la Fama”, dijo Mr. Kreindler. “Esos peloteros eran tan importantes para mi como los Yanquis actuales”.
Mr. Kreindler aspiraba a una carrera de ilustración en ciencia ficción cuando se inscribió en la School of Visual Arts de Manhattan. Pero cuando, para una asignación en una clase de 2002, él necesitaba pintar una relación, pensó: ¿Por qué no un pitcher y un bateador? ¿Por qué no un joven Mickey Mantle?
Armado con varias fotografías que mostraban el estilo de bateo de Mantle, Mr. Kreindler se enfocó en recrear el Yankee Stadium de 1951 o algo así. Revisó artículos de periódico en microfilm, se sumergió en el libro “Baseball Uniforms of the 20th Century” e investigó los Advertising Archives en línea para tener idea de lo más buscado en aquel período. La investigación era tan intrigante que él abandonó por completo el género de ciencia ficción.
La pintura de Mickey Mantle de Mr. Kreindler fue aceptada en el concurso por la beca 2002 de la Society of Illustrators; el año siguiente él ganó una beca de 1000 $ por una pintura de Lou Gehrig en Yankee Stadium en 1939, la cabeza inclinada, parado frente a varios micrófonos en el home plate, próximo a dirigirse a la multitud congregada en su honor.
Mr. Kreindler se sintió confiado en la precisión de esa pintura, excepto por un detalle: había sido forzado a calcular cuales colores aparecían en la publicidad de las hojillas de afeitar Gem luego que su investigación no arrojó pistas. Pero pocos meses después visitó la exhibición del American Museum of Natural History’s “Baseball as America” y vio la película casera suministrada por el National Baseball Hall of Fame. De pronto estaba viendo el Yankee Stadium de 1939 a colores, incluyendo la publicidad de Gem.
“Esa era la pistola humeante que estaba buscando”, dijo él.
Él contactó al Salón de la Fama para solicitar una copia de la película, y de una breve película casera del discurso de Gehrig. Luego de verlas, Mr. Kreindler notó que también había pintado algunos uniformes con el color equivocado. Decidió que tenía que rehacer la pintura.
“Más que corregir una pintura”, dijo él. “Tenía que hacer una nueva, probablemente porque cuando era niño nunca borraba nada. Si no me gustaba lo que había anotado o dibujado, lo arrugaba y empezaba de nuevo”.
Su segunda versión del discurso de despedida de Gehrig fue más grande, 38 por 52 pulgadas, y desde entonces Mr. Kreindler ha trabajado exclusivamente con lienzos con lienzos extragrandes.
Él también ha pintado casi nada además de beisbol histórico, aunque hizo una excepción cuando un maestro de escuela primaria que conoció cuando trabajaba en su maestría de arte en educación le solicitó que pintara el momento cuando los Medias Rojas de Boston ganaban la Serie Mundial de 2004.
A mitad de ese proyecto Mr. Kreindler conociço a Bill Goff, dueño y presidente de GoodSportsArt.com, la cual vende ediciones limitadas de impresiones de temas beisboleros. Él le pidió a Mr. Kreindler, el ardiente fanático de los Yanquis, que pintara una segunda versión de la victoria de los Medias Rojas para ser vendida a través de su compañía.
“Me dije, ‘Eso dolerá, pero lo haré’”, recordó Mr. Kreindler con una sonrisa. “Era una escena deprimente de pintar para mi, pero era parte del entramado del deporte, y ciertamente tan válido como cualquier momento de los Yanquis”.
Cerca de la mitad de las 600 impresiones numeradas y firmadas de Mr. Kreindler, 140 $ cada una, se ha vendido.
Es raro que un artista de beisbol sea reconocido fuera del mundo del arte de los deportes, pero Dean Lombardo, dueño de la galería de Bellas Artes Objects & Images de Bronxville, NY., planea mostrar las pinturas de Mr. Kreindler y producir un catálogo de su trabajo más adelante este año.
“Esta sería el único arte relacionado con deporte con el que he negociado”, dijo Mr. Lombardo. “Él combina algo que no he visto en otras personas: Mezcla la nostalgia con sorprendentes destrezas de pintura contemporánea, y para mi eso es un paquete completo”.
Para crear y mostrar sus pinturas nostálgicas, impresionistas, Mr. Kreindler ha recurrido mucho a su hogar de la niñez en Airmont, en Rockland County, donde aun vive con sus padres. Las paredes despliegan su trabajo, y su estudio llena el sótano, con atriles desde el suelo hasta el techo, pliegos con bocetos de pinturas y anotaciones de pinturas terminadas. Su habitación está cargada de catálogos de subastas deportivas, libros referenciales de beisbol, videos de juegos clásicos.
Un lugar prominente esta dedicado a la carta que Mr. Kreindler recibió del jardinero de los Gigantes de Nueva York Bobby Thomson en respuesta a una pregunta de investigación acerca de su jonrón de 1951 que le costó el banderín de la Liga Nacional a los Dodgers de Brooklyn, el “batazo que se oyó en todo el mundo”. (Este fue el único contacto que Mr. Kreindler ha tenido con cualquier pelotero que haya pintado),
Si él no aspira a ver su trabajo en museos de arte, Mt. Keindler sueña con ver alguna vez su arte colgando de las paredes de del Salón de la Fama Nacional de Beisbol en Cooperstown, NY. Como un jugador de ligas menores trabajando para llegar a las mayores, Mr. Kreindler está buscando su oportunidad al donar sus pinturas a museos de beisbol pequeños.
Él está completando un proyecto de cuatro pies cuadrados para el Museo Yogi Berra de Montclair, NJ, una pintura de Berra, el cátcher de los Yanquis, saltando en los brazos de Don Larsen luego del juego perfecto de este en la Serie Mundial de 1956. David Kaplan, el director del museo, dijo que la pintura tendría un lugar prominente cuando se complete la restauración de un año que se realiza en el museo.
La próxima pintura de Mr. Kreindler será del juego sin hits ni carreras que Bob Feller lanzó con los Indios de Cleveland el día inaugural de la temporada de 1940, la cual está creando para el museo de Van Meter, Iowa, dedicado a Feller.
El director del museo Feller, Scott Havick, habló de sus reacciones por el trabajo de Mr. Kreindler. “Estás ahí”, dijo él. “Te sientes ahí en ese momento”.
Y eso es exactamente lo que Mr. Kreindler quiere oir.
“Prefiero que las personas digan, ‘Recuerdo esos días en Yankee Stadium’, que ‘Tu pintura luce como una fotografía’”, dijo él. “Si alguien pensara en mi como si pensaran en un historiador visual de beisbol, como un artista en ese respecto, eso sería maravilloso”.
Traducción: Alfonso L. Tusa C.
martes, 28 de junio de 2016
Jim Hickman, bateador de poder de los Mets de expansión e integrante del equipo de estrellas con los Cachorros, fallece a los 79 años de edad.
Richard Goldstein. The New York Times. 26-06-2016.
Jim Hickman, quien aportaba fuerza bateadora a los Mets durante sus dificiles primeros años y luego se convirtió en Todos Estrellas con los Cachorros de Chicago, falleció este sábado 25 de junio en Jackson, Tenn.
Sun deceso fue confirmado por su hijo Mike, quien no especificó la causa.
Hickman, un bateador derecho, jugó en loas jardines, primera y tercera base en una carrera de 13 años en las Grandes Ligas. En sus años con los Mets, desde 1962 hasta 1966, primero en Polo Grounds y luego en Shea Stadium, él estableció varias marcas del equipo.
Fue el primero en batear tres jonrones en un juego, y el primero en batear la escalera, sencillo, doble, triple y jonrón en un juego. (Lo hizo en ese orden). También fue el último Met en batear un jonrón en Polo Grounds, al sacarle la pelota del parque a Chris Short de los Filis de Filadelfia el 18 de septiembre de 1963.
Hickman aprovechó la corta distancia de Polo Grounds por el jardín izquierdo y bateó 30 jonrones para los Mets de Casey Stengel en sus primeras dos temporadas, cuando perdieron un total de 231 juegos. Su estacazo más memorable llegó el 9 de agosto de 1963, dos días después que bateara la escalera contra los Cardenales de San Luis, cuando su grand slam (jonrón de bases llenas) en el noveno inning ante Lindy McDaniel de los Cachorros le dio a los Mets una victoria 7-3 que finalizó la seguidilla de 18 derrotas del pitcher Roger Craig.
Hickman fue cambiado a los Dodgers en noviembre de 1966. El fue el último Met que quedaba del draft de expansión que alimentó el roster inaugural del equipo.
Negociado a los Cachorros después de un año en Los Angeles, Hickman fue alternado por un tiempo, después destacó en el plato cuando el manager Leo Durocher lo hizo regular a finales de la temporada de 1969.
Bateó 21 jonrones para los Cachorros de 1969, quienes fueron superados por los subestimados Mets en su arrolladora carrera hacia el campeonato de la Serie Mundial. El próximo año largó 32 jonrones, empujó 115 carreras, bateó .315 y fue octavo en la votación del jugador más valioso de la Liga Nacional. También fue al Juego de Estrellas de ese año, por única vez en su carrera.
Hickman se convirtió en nota de pie de página de un momento notorio de la historia del Juego de Estrellas, cuando despachó un sencillo en el décimosegundo inning del juego de 1970 en Cincinnati, para empujar a Pete Rose con la carrera ganadora. Rose anotó cuando embistió al cátcher de la Liga Americana, Ray Fosse, en vez de deslizarse, y lesionó severamente el hombro de Fosse.
Dibujando un contraste entre Hickman y muchos de sus compañeros después que empujó la carrera ganadora en una victoria ante los Dodgers en junio de 1970, Durocher recalco: “El no te da 100 sino 150 porciento en el campo, y algunos de esos tipos deberían besarle los pies”.
Hickman a su vez elogió a Durocher. “Leo me salvó”, le dijo a chicagobaseballmuseum.org en una entrevista de 2014. “Yo solo era un jugador a medio tiempo. Él me dio una buena oportunidad de jugar. Despues tuve algo de éxito, sentí que él tenía un poco de confianza en mi, y eso me ayudó”.
James Lucius Hickman nació en Henning, Tenn., el 10 de mayo de 1937. Firmó con la organización de los Cardenales en 1956 y jugó en su sistema de ligas menores hasta que se unió a los Mets.
Al haber perdido tres meses de la temporada de 1966 con una lesión en la muñeca, Hickman fue cambiado a los Dodgers junto con Ron Hunt, el segunda base estrella de los Mets, por Tommy Davis, un doble campeón de bateo de la Liga Nacional.
Hickman jugó cinco temporadas con los Mets, una con los Dodgers, seis con los Cachorros y un año final con los Cardenales. Se retiró después de la temporada de 1974 con promedio de bateo vitalicio de .252 y 159 jonrones.
Además de su hijo Mike, le sobreviven otros tres hijos, Jim Jr., Bill y Joey, y muchos nietos y biznietos. Su esposa, Juanita, falleció en 2012.
Hickman, quién vivía en Henning, administró una granja después de su retiro del beisbol y luego se hizo instructor de bateo del sistema de ligas menores de los Rojos de Cincinnati.
“Les digo que yo tenía 32 años de edad cuando aprendí a batear”, fue citado por George Castle en el libro de 2005 “Where Have All Our Cubs Gone?” “Cuando un muchacho tiene dificultades, uso ese ejemplo”.
Traducción: Alfonso L. Tusa C.
Tommy Leach y su Legado.
The Hard Ball Times. Frank Jackson. 10 de mayo de 2016.
Cuando aparece el tema de las marcas que nunca serán batidas, Tommy Leach, cuya carrera de Grandes Ligas se extendió desde 1898 hasta 1915 más 1918, no es probablemente el primer nombre que venga a la mente. Pero él tiene un par que resisten la prueba del tiempo.
Primero, el tiene la marca de triples en una Serie Mundial. Leach, jugando con los Piratas tuvo cuatro en la primera Serie Mundial de 1903. Haciendo honor al apodo “Wee Tommy” (de estatura pequeña y un pesode 67 kilogramos cuando debutó en las Grandes Ligas a los 20 años en 1898), Leach era ligero de piernas. Haciendo comparaciones era tan alto como José Altuve, pero aún teniendo una complexión similar pesaba 7 kilogramos menos que Altuve.
La velocidad de Leach también figura en su segunda marca. Es el único pelotero en liderar su liga en jonrones sin sacar una pelota del parque. Lo hizo con seis jonrones dentro del parque en 1902. (También lideró la Liga Nacional en triples con 22, así que él estaba levantando un poco las pelotas y volando bajito mucho esa temporada). Eso suena como un clásico logro de “solo en la época de la pelota muerta”, pero no estén tan seguros. En 1979, Willie Wilson de los Reales bateó cinco jonrones dentro del parque de su gran total de seis.
Bien, después de seis jonrones dentro del parque (el total más bajo que lideró la liga en el siglo veinte), ¿Qué más podía hacer Tommy Leach para mejorar eso? Bien, la próxima temporada, todos sus siete jonrones fueron dentro del parque, pero ese no fue el tope de la liga (Jimmy Sheckard de Brooklyn terminó como líder con nueve). De los 63 jonrones vitalicios de Leach (compilados en 19 temporadas, 13 con los Piratas) 48 fueron dentro del parque. En otras palabras, se fue para la calle (en el sentido tradicional), en promedio, menos de una vez por temporada. Thomas William Leach casi podría ser el muchacho del afiche de la era de la pelota muerta.
Para los registros, Leach compiló 2143 imparables y bateó para .269 en su carrera. Terminó seis veces entre los primeros diez mejores bateadores de triples, jonrones y bases totales. Como era el caso de muchos veteranos de Grandes Ligas de su tiempo, Leach regresó a las ligas menores por siete temporadas más, y finalmente se retiró a los 44 años.
Leach se ubica cuarto en la lista de todos los tiempos de bateadores de jonrones dentro del parque y comanda a la Liga Nacional en esa categoría. El líder de todas las grandes Ligas fue Jesse Burkett, quien bateó 55 (de un total de 75 jonrones) entre 1890 y 1905 en las Ligas Nacional y Americana. Le sigue Sam Crawford, quien bateó 51 (de un total de 97) en ambas ligas entre 1899 y 1917, seguido de Ty Cobb ( el líder de todos los tiempos de la Liga Americana) con 46 (de 117) empatado con Honus Wagner (46 de 101),.
Para completar los mejores diez están Jake Beckley y Tris Speaker con 38, Roger Hornsby con 33, Edd Roush con 31, y Jake Daubert y Willie Keeler empatados con 30. De todos los nombres de esos primeros 10, solo Leach y Daubert no están en Cooperstown.
También es importante notar que existe alguna duda en cuanto a los números oficiales. Los de arriba son de la página web Baseball Almanac, The SABR Baseball List and Record Book, publicado en 2007, tiene pequeñas diferencias totales para algunos de esos peloteros. Es poco sorprendente que intentar determinar cuales jonrones salieron del parque y cuales no en juegos efectuados hace más de un siglo es un reto investigativo. Al decidirme por Baseball Almanac, asumo que sus estadísticas reflejan los totales más actualizados.
Tan inusuales como los seis jonrones dentro del parque de Leach puedan parecer, el total estaba lejos de ser considerado como una nueva marca. Seis peloteros han bateado ocho jonrones dentro del parque en una temporada, y cinco peloteros han bateado nueve. La marca pertenece s Sam Crawford, quien recorrió los 360 pies 12 veces con los Rojos en 1901. Ty Cobb mantiene la marca de la Liga Americana con nueve en 1909. Al considerar que Crawford y Cobb fueron compañeros de equipo desde 1905 hasta 1917, los asistentes a los juegos en Detroit tuvieron una oportunidad decente de presenciar algun jonrón dentro del parque en ese período. Una estadística relacionada es que Crawford (309) y Cobb (295) son los lideres en triples de todos los tiempos en las Grandes Ligas.
No es sorpresa que en esas 13 temporadas Cobb y Crawford jugaron en la esquina de Michigan y Trumbull donde había jardines espaciosos diseñados para ayudar sus totales de jonrones dentro del parque. Tanto Bennett Park (demolido después de la temporada de 1911) como Navin Field (cuyo entorno luego se convertiría en Tiger Stadium), fueron construidos con espaciosos jardines. Pudo haber sido terrenos como estos los que inspiraron el término del argot “suburbanitas” para los jardineros. El denso infield “urbano” ha permanecido igual a través de la historia del beisbol, a excepción de la adición gradual de árbitros, pero los suburbanitas tenían más terreno que patrullar en la era de la pelota muerta que el que tienen sus pares de hoy.
Llamar a un jonrón dentro del parque una pelota bateada a lo lejos o un elevado grande suena inapropiado, pero no necesariamente es así, gracias a esos espaciosos jardines. En el libro del Bil Jenkinson, Baseball’s Ultimate Power, él ha compilado una lista de los jonrones dentro del parquet más largos de la historia. Sus primeros 10 abarca desde dos estacazos de 455 pies (ambos batazos solitarios en Polo Grounds) uno de Gil Hodges ante Dick Ellsworth de los Cachorros el 16 de mayo de 1962, el otro de Bill Terry ante Walter “Huck” Betts de los Bravos el 20 de septiembre de 1932; hasta uno de 478 pies, un batazo de dos carreras conectado por Lou Gehrig, en el League Park de Cleveland (conocido entonces como Dunn Field), ante Garland Buckeye el 19 de mayo de 1927.
En los estadios de hoy, sería imposible batear pelotas a esa distancia y que se mantuvieran dentro del parque. Los pasillos extensos de los callejones y el jardín central de Polo Grounds eran legendarios (piense en la famosa atrapada de Willie Mays en 1954 ante el batazo de Vic Wertz), y el lado izquierdo del League Park (376 pies por el poste de foul del jardín izquierdo cuando Gehrig despachó su batazo) significaba que algunos bateadores, lentos de piernas, no podían relajarse luego de batear largo.
El libro de Jenkinson, por cierto, no está limitado a los jonrones. No solo incluye los dobles y triples más largos de la historia del beisbol, ¡también incluye los elevados que fueron out!
A través de los años, a medida que se ha reducido el terreno de los jardines, también han disminuido los jonrones dentro del parque. Consecuentemente, el número de peloteros que ha bateado dos jonrones de este tipo en un juego se ha hecho cada vez más raro. Eso ocurrió 17 veces en la Liga Americana y 34 veces en la Liga Nacional. Los totales de la Liga Nacional incluyen jonrones de finales del siglo 19, los cuales eran más numerosos en esos días debido a que algunos parques no tenían cerca.
Entre los bateadores que conectaron dos jonrones dentro del parque en un juego está nuestro amigo Tommy Leach, quien lo hizo el 21 de mayo de 1903. Dan Brouthers, Jesse Burkett y Ed Delahanty cumplieron ese hecho dos veces en la Liga Nacional y Roger Breshan una vez en cada liga. Reconocimiento especial para Tom McCreery de los Colonels de Louisville (de la American Association), quien bateara tres el 12 de julio de 1897. Se llevó ese record a su tumba en 1941. Aún sin un apocalipsis de zombies, es más probable que McCreery se levante de la tumba que su record sea igualado o batido.
Los últimos dos jonrones dentro del parque fueron bateados hace tres décadas cuando Greg Gagne de los Mellizos lo hizo el 4 de octubre de 1986, en el penúltimo juego de la temporada. Bateó ambos jonrones ante Floyd Bannister en el Metrodome. El primero fue un batazo solitario en el segundo inning, y el segundo un estacazo de tres carreras, dos innings después.
Hay que ir a un juego Gigantes-Dodgers en Polo Grounds el 16 de agosto de 1950 para los últimos dos jonrones dentro del parque en un juego de la Liga Nacional. En el cierre del primer inning, Hank Thompson descargó un batazo de tres carreras ante Carl Erskine. Siguió con un estacazo solitario ante Dan Bankhead en el séptimo inning.
Tan raro como son los juegos de dos jonrones dentro del parque, aún son mas raros los juegos con jonrones seguidos dentro del parque. Esto ha ocurrido solo dos veces, una en cada liga. La más reciente fue el 27 de agosto de 1977 cuando los Rangers realizaron el hecho en Yankee Stadium. De hecho, lo hicieron ante lanzamientos seguidos. En la apertura del séptimo inning, Lou Piniella se estrelló contra la pared del jardín derecho en un intento por atrapar un batazo de Toby Harrah. El lento de piernas Piniella (32 robos en 18 temporadas) no se pudo recuperar antes que Harrah circulara por todas la bases. Luego Bump Wills bateó una pelota al centro que burló el guante de Mickey Rivers y rodó lo suficientemente lejos para permitir que el veloz Wills completara el circuito. El pitcher Ken Clay oprobablemente fallo al apreciar la historia que estaba presenciando.
Más de tres décadas antes, los Cachorros batearon jonrones dentro del parque seguidos contra los Gigantes. La fecha fue 23 de junio de 1946, y la víctima fue Nate Andrews, quien permitió batazos solitarios a Marv Rickert y Eddie Waitkus para abrir el cuarto inning. Eso fue suficiente para sacar a Andrews del juego, pero en el cierre del inning los Gigantes anotaron nueve carreras para rescatarlo del gancho de la derrota.
Hoy, si usted atestigua solo un jonrón dentro del parque en su vida, es tan extraño como llegar a tener oportunidad de ver un unicornio. El jonrón de “la bola se va…se va…” es el protagonista de los avances publicitarios de ESPN y el derby de jonrones es sin discusión más entretenido que el propio Juego de Estrellas. Aún así, los aficionados contemporáneos podrían estarse perdiendo algo. Para la última palabra sobre el tema, dejemos hablar a Tommy Leach, como fue citado en The Glory of Their Times, el clásico de Lawrence Ritter:
Hoy ellos parecen pensar que el batazo más excitante del beisbol es el jonrón. Pero en mi libro el batazo más emocionante es el triple, o un jonrón dentro del parque. Se solía ver un buen número de ellos en el pasado, pero ahora son los batazos más raros del beisbol. En lo referente a emociones pienso que nada puede superar a ver ese tipo corriendo alrededor de las bases y deslizarse en tercera base o en el plato, con la pelota viniendo en línea directa desde los jardines al mismo tiempo. Ahora si hay algo de que escribir al volver a casa.
¿Trote de jonrón o galope de jonrón? Literalmente ¡un cambio de paso! Para ver más galope, sugiero nuevos estadios con cercas más lejanas…o sin cercas.
No tengo confianza en que mi sugerencia será implementada.
I have no confidence that my suggestions will be implemented.
Acerca de Frank Jackson
Frank Jackson escribe de beisbol, cine e historia, algunas veces de todo a la vez. Ha visitado 47 estadios de Grandes Ligas, muchos de los cuales todavía existen.
Traducción: Alfonso L. Tusa C.
Esquina de las Barajitas: El sucesor de Mazeroski
Bruce Markusen.
Los trabajadores del Salón de la Fama también son aficionados del beisbol y les gusta compartir sus historias. Aquí está la perspectiva de un aficionado desde Cooperstown.
¿Donde empezó todo esto, esta extraña y absorbente obsesión por las barajitas de beisbol? Supongo que cada coleccionista tiene una historia del origen. Para mí, esto empezó durante la primavera de 1972. Yo vivía en el límite de Yonkers y Bronxville, NY. (En el último pueblo vivía Ford Frick, inquilino del Salón de la Fama, pero nunca nos invitó a cenar). Tomaba cerca de 15 minutos caminar desde mi casa hasta la villa de Bronxville, un pequeño pueblo de alrededor de 6.000 residentes. Una soleada mañana sabatina, hice el trayecto, con el propósito expreso de visitar Gillard’s Stationary Store, la cual estaba ubicada en la calle principal de la villa.
Mientras se entraba a la villa, Gillard’s era la primera tienda con que tropezabas. Era una papelería a la antígua que vendía periódicos, tarjetas de ocasiones especiales, revistas voluminosas, y si, barajitas de beisbol. En este viaje a Gillerd’s, llevando mi propio dinero, yo estaba interesado en comprar barajitas. Fue en Gillard’s que compre mi primer paquete de barajitas. Recuerdo con claridad la primera barajita del paquete: Era la de Dave Cash 1972, Nº 125 de la colección. Como la barajita de Cash estaba arriba, y por tanto fue la primera barajita que vi, la identifiqué como la primera barajita de mi colección.
Había otras barajitas notables en ese paquete, como la barajita final de Topps de Jim “Mudcat” Grant (quien luego se convertiría en visitante frecuente de Cooperstown), pero la de Cash fue la que se mantuvo por encima del resto. En su superficie, la barajita es relativamente simple. Es una pose clásica de bateo, con Cash ubicado contra el fondo del cielo azul, en la esquina superior derecha aparecen las torres de alumbrado del entrenamiento primaveral. Cash empuña el bate con expresión de intento serio evidente en su rostro, para el fotógrafo de Topps. Cash luce tan serio que parece casi un poco molesto, lo cual imaginaba podía ser atribuido al difícil e importante asunto de tratar de batear una pelota. En el fondo de mi mente, me preguntaba si Cash era una especie de tipo poco complaciente, alguien con quien no se podía jugar, ni de parte de los pitchers rivales ni los fotógrafos de barajitas. Como jóvenes impresionables, es importante considerar lo que ocurre en nuestras mentes.
Desde el punto de vista del beisbol, la barajita de Cash del ’72 era una muy buena. Despues de todo, él era el segunda base regular de los campeones mundiales defensores Piratas de Pittsburgh, un equipo que me gustaba, pero también era el equipo que había sacudido a casi cada observador veterano del juego al vencer a los Orioles de Baltimore en una interesante Serie Mundial el otoño previo.
Para ese momento yo sabía muy poco acerca de Cash, pero aprendería mucho más mientras mi fanatismo progresó. Desde temprana edad, él idolatró a Jackie Robinson, quién jugaba con los Dodgers de Brooklyn durante la infancia de Cash. Cash creció en Utica, NY, un lugar poco apropiado para el beisbol debido a sus largos inviernos, sin embargó él destacó en futbol americano, baloncesto y beisbol en Proctor High School. El talento de Cash para el baloncesto llamó la atención de Syracuse University, la cual lo reclutó, pero sus notas de escuela secundaria estaban por debajo de los requerimientos de los Orangemen. Sin beca de baloncesto a la mano, Cash se dedicó al beisbol a tiempo completo. Esa decisión empezó a pagar dividendos en 1966, cuando los Piratas lo hicieron su escogencia de la quinta ronda en el draft de MLB.
Los Piratas cambiaron a Cash desde el campocorto a la segunda base y lo vieron avanzar con estabilidad a través de su sistema de ligas menores, para ganarse su primer llamado a Pittsburgh en septiembre de 1969. Bateó para un respetable .279 en 18 juegos, dada la esperanza de los Piratas de que habían encontrado al sucesor de su envejecido futuro inquilino del Salón de la Fama, Bill Mazeroski.
Para 1971, Cash había suplantado a Mazeroski. Para su crédito, Maz dio lo mejor par ayudar a Cash, lo aconsejó acerca de cómo jugar la posición y hacer el dobleplay. Al ser apoyado grandemente por el hombre cuyo trabajo estaba asumiendo, Cash empezó a destacar. Al batear entre los callejones, alcanzó un sólido .289 como el segunda base principal de los Piratas en 1971, mientras también colaboraba en tercera base y el campocorto. En el plato, coleccionó más boletos que ponches; en el campo, mostró alcance y condiciones físicas. Aunque estaba a la sombra de grandes compañeros como Roberto Clemente y Willie Stargell, Cash cumplió su papel par ayudar a los Piratas a ganar su primera Serie Mundial desde 1960.
Cash siguió con buenas actuaciones ofensivas y defensivas las próximas dos temporadas, pero su compromiso como reservista de la armada afectó claramente su desarrollo. Debido a sus deberes militares, los cuales tocaban usualmente en varios fines de semana de cada verano, Cash tuvo que perder períodos significativos de tiempo de juego. Una vez Cash perdió 15 días seguidos.
Los Piratas también tenían un grupo de jóvenes camareros, con Rennie Stennett ya en el equipo grande y un joven Willie Randolph en formación. Así que luego de la temporada de 1973, los Piratas hicieron canjeable a Cash, y lo enviaron a los Filis de Filadelfia por el pitcher zurdo Ken Brett.
Mientras Cash había jugado bien con Pittsburgh, él brilló en Filadelfia. Constante disciplinado, solo perdió dos juegos en las próximas tres temporadas, bateó dos veces sobre .300, y asistió tres veces seguidas al Juego de Estrellas. Con Cash y Larry Bowa solidificando el medio del infield, los Filis ganaron tres títulos seguidos del, este de la Liga Nacional. En términos de lo intangible, Cash aportó liderazgo y consejo a sus compañeros de equipo, al ayudar a calmar al inquieto Bowa y animar a un joven Mike Schmidt en tercera base.
El fin de la temporada de 1976 vio la llegada de la libre agencia al beisbol. Entre aquellos quienes se beneficiaron de esa primera clase de agentes libres estaba Cash. Los Expos de Montreal aparecieron con la mejor oferta, y firmaron a Cash en un contrato de cinco años por más de un millón de dólares. Cash siguió siendo productivo, pero no jugó tan bien con los Expos como la había hecho en Filadelfia, eventualmente perdió su trabajo con Rodney Scott quien lo superaba en la defensiva.
Despues de la temporada de 1979, los Expos cambiaron a Cash a los padres de San Diego, donde retomó su trabajo de segunda base pero solo bateó .227 en 130 juegos. La prim,avera siguiente, los Padres dejaron en libertad al envejecido Cash, para terminar su carrera antes del inicio de la temporada de 1980.
A los 32 años, la carrera de jugador activo de Cash había terminado. Por los próximos ocho años, trabajó fuera del beisbol, primero para una empresa inversionista y luego como vendedor de carros en Pittsburgh. En 1987, mientras pasaba el tiempo como instructor en un campamento de fantasía de los Filis en Clearwater, Fla., Cash notó cuanto extrañaba el juego. Contactó a los Filis, quienes le ofrecieron un trabajo como coach de infield de su filial Clase A de Batavia, NY. Dada su inteligencia y su reputación de liderazgo, un trabajo como entrenador tenía mucho sentido.
En tres años, Cash ganó una promoción, se convirtió en manager del equipo de la NY-Penn League. Cash entonces trabajó por varios años como coach de primera base en Scranton-Wilkes Barre, el equipo de AAA de Filadelfia. En 1996, Cash consiguió una promoción al cuerpo técnico de Grandes Ligas, pero después perdió su trabajo cuando Terry Francona fue nombrado manager. Cash entonces regresó a trabajar con la organización de los Orioles, en ligas mayores y ligas menores. Su último período como entrenador ocurrió en un equipo de liga menor independiente en la Golden Baseball League. Despues de la temporada de 2010, se retiró a su casa en Florida.
Poco sabía de eso para el momento cuando conseguí su barajita Topps de 1972, pero yo desarrollaría dos nexos comunes con Cash. Quince años después de mi viaje a Gillard’s, durante la primavera de 1987, comenzaría mi primer trabajo. Trabajaba como narrador deportivo para Radio WIBX en Utica, el mismo pueblo del estado, donde Cash había pasado sus años de formación en los ’50 y ’60. No había manera de que yo supiese que iba a terminar trabajando en esa pequeña ciudad de Nueva York central. Caramba, yo tenía solo siete años de edad y no había oído de Utica en 1972.
Mientras trabajaba en la estación radial, tuve la oportunidad de entrevistar via telefónica a Cash. Para mi satisfacción, él no era extremadamente serio o molesto, no de la manera como su barajita lo había mostrado. No, él era muy cordial, agradecido por la oportunidad de ser escuchado por los aficionados de su pueblo de Utica. No solo eso, estaba claro que él era inteligente y bien hablado. Durante nuestra conversación, Cash mencionó su interés en convertirse en manager de Grandes Ligas. Basado en sus destrezas de comunicación y su conocimiento del juego, parecía que Cash estaba en camino de lograrlo.
Yo seguí en la estación de radio hasta marzo de 1995, cuando empecé a trabajar en el Salón de la Fama del beisbol. Poco sabía que Cash también terminaría conectado a Cooperstown, aunque fuese de una manera limitada. Como destacado jugador amateur del beisbol American Legion, Cash hizo varios viajes para jugar juegos organizados en el histórico Doubleday Field de Cooperstown. Ese fue un estadio donde Cash regresaría como profesional, para jugar con los Piratas en el juego anual del Salón de la Fama en Doubleday Field. Cash jugó en Doubleday en el verano de 1973, el año de la elección póstuma de Clemente al Salón de la Fama y solo un año después que yo coleccionara mi primera barajita de beisbol.
Aunque él tuvo una buena carrera, Dave Cash nunca llegará al Salón de la Fama como jugador, y tristemente, no realizó el sueño de ser manager de Grandes Ligas. De todas formas, forjó una carrera duradera de la cual debería sentirse orgulloso, al jugar para los campeones mundiales Piratas de Pittsburgh en 1971, convertirse en parte integral de varios buenos equipos de los Filis a mediados de los años ’70, y lograr el éxito como manager y coach de ligas menores.
A un nivel personal, Cash siempre será un nombre importante. Para este coleccionista de barajitas de beisbol, Dave Cash siempre será la barajita Nº 1, la que empezó todo.
Acerca de Bruce Markusen
Bruce Markusen es el gerente de Digital and Outreach Learning at the National Baseball Hall of Fame. Ha escrito siete libros de beisbol, incluyendo biografías de Roberto Clemente, Orlando Cepeda y Ted Williams, y A Baseball Dynasty: Charlie Finley’s Swingin’ A`s, el cual fue premiado con la Seymour Medal de SABR.
Traducción: Alfonso L. Tusa C.
lunes, 27 de junio de 2016
Jim Palmer, a los 70 años, aún habla de pitcheo.
Tyler Kepner. The New York Times. Extra Bases. 28 de mayo de 2016.
Baltimore.- Es mediodía de miércoles, y Jim Palmer camina desde su casa hacia un lugar favorito en Little Italy, Da Mimmo, donde él ha estado cenando por décadas. El restaurant está vacío, lo cual significa que se puede oir a los cocineros preparando la ternera en la parte trasera. Habrá muchos clientes más tarde.
La primera vez que Palmer fue allí, en 1984, también estaba vacío. Él se asomó y se fue lejos, pero la dueña lo impresionó. Cuando ella era más joven y formaba parte de un club de fanáticos de los Orioles, explicó ella, siempre había querido el autógrafo de él. Palmer entró al restaurant, le encantó, y cuando supo que el lugar tenía dificultades, habló con un columnista local. Ahora aquí sigue el restaurant, todos estos años después, destacando.
Así también está Palmer, quien te impresiona, en su ciudad adoptiva, un poco como Rocky Balboa en “Creed” la última película de la serie “Rocky”. El personaje se maneja en Filadelfia, con la confianza de una leyenda del vecindario quien ha destacado en los años ’70, nunca ha tenido que probar más nada de nuevo, y nunca abandonó sus raíces. Así es Palmer en Baltimore, sin la soledad que rodeaba a Rocky.
Palmer a los 70 años, es cualquier cosa menos solitario. Está casado, con un hijastro y dos hijas crecidas, y aun trabaja en juegos de gira y en casa en la cabina de transmisión de los Orioles. Está rodeado por el beisbol, y por aficionados quienes lo adoran.
“Siempre le digo ahora a las personas, ‘Díganles quién era yo’”, dijo Palmer. “Los padres se acercan a mi en los actos de barajitas, o me ven en el estadio y van a buscarme, ‘Él fue uno de los mejores pitchers de todos los tiempos’. Nunca pensé en eso. Me refiero a que estaba orgulloso de lo que era capaz de hacer, pero todo lo que hacíamos era algo colectivo”.
Los Orioles han jugado seis Series Mundiales, y Palmer es el único pelotero quien las ha jugado todas. Ganó un juego en cada una de sus series victoriosas, en 1966, 1970 y 1983, y fue inducido en el Salón de la Fama.
Palmer tuvo ocho temporadas de 20 victorias en un período de nueve años y ganó tres premios Cy Young de la Liga Americana. Es un miembro orgulloso de la última generación de pitchers quienes trabajaron 300 innings en una temporada, lo hizo cuatro veces.
“Cuando llegué al Salón de la Fama, dije que mi miedo más grande acerca del beisbol es que si pagas más por menos, eso es probablemente eso es lo que vas a conseguir”, dijo él. “Y estaba hablando de pitcheo”.
Palmer habla mucho acerca de pitcheo, y de su vida como pitcher, en una nueva memoria escrita con Alan Maimon, “Nine Innings To Success” (Triumph). El libro usa ejemplos de la vida de Palmer para ilustrar puntos con más amplitud, y su autor entiende su buena fortuna al vivirlos todos.
Palmer llegó a las mayores en 1965 en relevo de Robin Roberts, un futuro inquilino del Salón de la Fama quien también fue su compañero de cuarto y mentor. Terminó la próxima temporada lanzando un blanqueo en la Serie Mundial en Dodger Stadium, para vencer a uno de sus héroes, Sandy Koufax, en el último juego de la carrera de Koufax.
“Salgo a batear y Koufax me lanza la primera recta alta, shoooo”, dijo Palmer, imitando el sonido. “Luego me lanza la curva y parece igual. ¡Igual! Y John Roseboro la atrapa contra el suelo. Y me digo, este es Sandy Koufax”.
Palmer estaba describiendo lo que resultó ser el último ponche que Koufax consiguió. Él se retiró después de la Serie Mundial, su brazo se arruinó. Casi se ha olvidado que Palmer casi se retira también. Él pitcheó solo nueve juegos la próxima temporada y se lesionó el manguito rotador en las menores en 1968.
“Oi que todo estalló”, dijo él. “Fue como Rice Krispies”.
Ese pudo haber sido el fin. Los Orioles estaban tan desesperados que ordenaron que le sacaran los dientes a Palmer como remedio para el hombro. Palmer aprobó un examen para hacerse vendedor de seguros de vida. Estaba tan desahuciado que los Reales de Kansas City y los Pilotos de Seattle lo dejaron pasar en el draft de expansión.
“Mark Trumbo me preguntó, ‘¿Cómo lidiaban ustedes con la cirugía Tommy John, los problemas de ligamentos y todo eso?’” dijo Palmer, refiriéndose al jardinero de los Orioles. “Le dije que ellos tenían dolor en el codo y nadie sabía por qué. Algunos mejoraban, otros no”.
Palmer fue uno de los afortunados. Una noche de diciembre de 1968, en un juego de baloncesto de los Bullets de Baltimore, un amigo quien trabajaba en una droguería escuchó a Palmer describir sus problemas. El amigo, Marv Foxman, se fue en medio de la conversación, fue a su carro y le trajo a Palmer una bolsa de papel marrón llena con píldoras de Indocin, un calmante anti-inflamatorio sin esteroides.
Palmer las tomó como Foxman le indicó, fue al beisbol invernal de Puerto Rico y reencontró su recta de 96 millas por hora. De esa manera, estaba de vuelta, un lanzador potente con notable durabilidad quien sería el mayor ganador del beisbol (186 victorias) en los años ’70.
Los pitchers de entonces, dijo Palmer, no eran necesariamente mejores que los de hoy. La diferencia son los patrones. A él le gustaba lanzar cuando lo hacía, disfrutaba el reto de trabajar a lo largo de todo el juego, de la manera como Roberts lo había hecho antes que él.
“Eso es lo que hacías, porque podías hacerlo”, dijo Palmer. “Aprendes mucho de ti. Eso requiere malicia, inteligencia, acondicionamiento, agallas”.
Un pitcher, dijo él, sobresale hoy, no solo por su talento, sino, le parece a Palmer, por su empeño en llegar más lejos que la mayoría: Clayton Kershaw de los Dodgers, quien lanza en el mismo estadio donde Palmer venció a Koufax hace casi 50 años. El juego que él analiza ha cambiado respecto al que él jugaba, pero Palmer está ansioso de ver al maestro moderno en julio.
“No lo conozco, pero lo voy a hacer este año”, dijo sonriendo. “Vamos a jugar en Dodger Stadium”.
Traducción: Alfonso L. Tusa C.
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