lunes, 27 de junio de 2016

Jim Palmer, a los 70 años, aún habla de pitcheo.

Tyler Kepner. The New York Times. Extra Bases. 28 de mayo de 2016. Baltimore.- Es mediodía de miércoles, y Jim Palmer camina desde su casa hacia un lugar favorito en Little Italy, Da Mimmo, donde él ha estado cenando por décadas. El restaurant está vacío, lo cual significa que se puede oir a los cocineros preparando la ternera en la parte trasera. Habrá muchos clientes más tarde. La primera vez que Palmer fue allí, en 1984, también estaba vacío. Él se asomó y se fue lejos, pero la dueña lo impresionó. Cuando ella era más joven y formaba parte de un club de fanáticos de los Orioles, explicó ella, siempre había querido el autógrafo de él. Palmer entró al restaurant, le encantó, y cuando supo que el lugar tenía dificultades, habló con un columnista local. Ahora aquí sigue el restaurant, todos estos años después, destacando. Así también está Palmer, quien te impresiona, en su ciudad adoptiva, un poco como Rocky Balboa en “Creed” la última película de la serie “Rocky”. El personaje se maneja en Filadelfia, con la confianza de una leyenda del vecindario quien ha destacado en los años ’70, nunca ha tenido que probar más nada de nuevo, y nunca abandonó sus raíces. Así es Palmer en Baltimore, sin la soledad que rodeaba a Rocky. Palmer a los 70 años, es cualquier cosa menos solitario. Está casado, con un hijastro y dos hijas crecidas, y aun trabaja en juegos de gira y en casa en la cabina de transmisión de los Orioles. Está rodeado por el beisbol, y por aficionados quienes lo adoran. “Siempre le digo ahora a las personas, ‘Díganles quién era yo’”, dijo Palmer. “Los padres se acercan a mi en los actos de barajitas, o me ven en el estadio y van a buscarme, ‘Él fue uno de los mejores pitchers de todos los tiempos’. Nunca pensé en eso. Me refiero a que estaba orgulloso de lo que era capaz de hacer, pero todo lo que hacíamos era algo colectivo”. Los Orioles han jugado seis Series Mundiales, y Palmer es el único pelotero quien las ha jugado todas. Ganó un juego en cada una de sus series victoriosas, en 1966, 1970 y 1983, y fue inducido en el Salón de la Fama. Palmer tuvo ocho temporadas de 20 victorias en un período de nueve años y ganó tres premios Cy Young de la Liga Americana. Es un miembro orgulloso de la última generación de pitchers quienes trabajaron 300 innings en una temporada, lo hizo cuatro veces. “Cuando llegué al Salón de la Fama, dije que mi miedo más grande acerca del beisbol es que si pagas más por menos, eso es probablemente eso es lo que vas a conseguir”, dijo él. “Y estaba hablando de pitcheo”. Palmer habla mucho acerca de pitcheo, y de su vida como pitcher, en una nueva memoria escrita con Alan Maimon, “Nine Innings To Success” (Triumph). El libro usa ejemplos de la vida de Palmer para ilustrar puntos con más amplitud, y su autor entiende su buena fortuna al vivirlos todos. Palmer llegó a las mayores en 1965 en relevo de Robin Roberts, un futuro inquilino del Salón de la Fama quien también fue su compañero de cuarto y mentor. Terminó la próxima temporada lanzando un blanqueo en la Serie Mundial en Dodger Stadium, para vencer a uno de sus héroes, Sandy Koufax, en el último juego de la carrera de Koufax. “Salgo a batear y Koufax me lanza la primera recta alta, shoooo”, dijo Palmer, imitando el sonido. “Luego me lanza la curva y parece igual. ¡Igual! Y John Roseboro la atrapa contra el suelo. Y me digo, este es Sandy Koufax”. Palmer estaba describiendo lo que resultó ser el último ponche que Koufax consiguió. Él se retiró después de la Serie Mundial, su brazo se arruinó. Casi se ha olvidado que Palmer casi se retira también. Él pitcheó solo nueve juegos la próxima temporada y se lesionó el manguito rotador en las menores en 1968. “Oi que todo estalló”, dijo él. “Fue como Rice Krispies”. Ese pudo haber sido el fin. Los Orioles estaban tan desesperados que ordenaron que le sacaran los dientes a Palmer como remedio para el hombro. Palmer aprobó un examen para hacerse vendedor de seguros de vida. Estaba tan desahuciado que los Reales de Kansas City y los Pilotos de Seattle lo dejaron pasar en el draft de expansión. “Mark Trumbo me preguntó, ‘¿Cómo lidiaban ustedes con la cirugía Tommy John, los problemas de ligamentos y todo eso?’” dijo Palmer, refiriéndose al jardinero de los Orioles. “Le dije que ellos tenían dolor en el codo y nadie sabía por qué. Algunos mejoraban, otros no”. Palmer fue uno de los afortunados. Una noche de diciembre de 1968, en un juego de baloncesto de los Bullets de Baltimore, un amigo quien trabajaba en una droguería escuchó a Palmer describir sus problemas. El amigo, Marv Foxman, se fue en medio de la conversación, fue a su carro y le trajo a Palmer una bolsa de papel marrón llena con píldoras de Indocin, un calmante anti-inflamatorio sin esteroides. Palmer las tomó como Foxman le indicó, fue al beisbol invernal de Puerto Rico y reencontró su recta de 96 millas por hora. De esa manera, estaba de vuelta, un lanzador potente con notable durabilidad quien sería el mayor ganador del beisbol (186 victorias) en los años ’70. Los pitchers de entonces, dijo Palmer, no eran necesariamente mejores que los de hoy. La diferencia son los patrones. A él le gustaba lanzar cuando lo hacía, disfrutaba el reto de trabajar a lo largo de todo el juego, de la manera como Roberts lo había hecho antes que él. “Eso es lo que hacías, porque podías hacerlo”, dijo Palmer. “Aprendes mucho de ti. Eso requiere malicia, inteligencia, acondicionamiento, agallas”. Un pitcher, dijo él, sobresale hoy, no solo por su talento, sino, le parece a Palmer, por su empeño en llegar más lejos que la mayoría: Clayton Kershaw de los Dodgers, quien lanza en el mismo estadio donde Palmer venció a Koufax hace casi 50 años. El juego que él analiza ha cambiado respecto al que él jugaba, pero Palmer está ansioso de ver al maestro moderno en julio. “No lo conozco, pero lo voy a hacer este año”, dijo sonriendo. “Vamos a jugar en Dodger Stadium”. Traducción: Alfonso L. Tusa C.

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