miércoles, 15 de junio de 2016
Ellos estuvieron ahí: Herman Franks.
“Dicen que yo le robé las señas a Brooklyn ese día y nunca lo he admitido. Ni lo haré. Se ha hablado mucho de eso desde 1951… Cuando Bobby bateó esa pelota fue uno de los momentos más grandes de mi carrera en el beisbol”.
Un bateador zurdo quien lanzaba a la derecha, Herman Franks llegó al beisbol con los Stars de Hollywood de la Pacific Coast League en 1932, pero pronto fue adquirido por los Cardenales de San Luis y se unió a su gran sistema de granjas. Todo lo que necesitas saber de su carrera como jugador activo es que jugó principalmente como reserva y terminó con un promedio de bateo de .199 con tres jonrones en 188 juegos en partes de seis temporadas.
En 1949, Franks recibió su primera asignación técnica como asistente de Leo Durocher con los Gigantes de Nueva York. Fue miembro de dos equipos campeones de la Liga Nacional (1951, 1954) y de uno campeón de la Serie Mundial (1954) hasta 1955. De acuerdo al autor Joshua Prager en su libro de 2006 The Echoing Green, Franks jugó un papel clave en el famoso jonrón ganador del banderín en el playoff de la Liga Nacional de 1951, The Shot Heard Round The World. De acuerdo a Prager, Franks estaba en el clubhouse de los Gigantes en el centerfield de Polo Grounds, su sede, robando las señas del catcher rival a través de un telescopio y pasándoselas al cátcher de reserva Sal Yvars (quien estaba en el bullpen) y este a los coaches y bateadores de los Gigantes. Cuando le preguntaron donde estaba cuando Thomson bateó su jonrón, Franks dijo, en 1996, que estaba “haciendo algo para Durocher” en ese momento.
Cualquiera que pudo haber sido su papel ese día, Franks era conocido como devoto del estilo de Durocher, ganar de cualquier forma, incluyendo la intimidación mediante deslizamientos con los ganchos por delante y pitcheos en la espalda. El autor Roger Kahn citó al jardinero de los Dodgers Carl Furillo al afirmar que Franks asomaba su cabeza en el clubhouse de Brooklyn para amenazar a Furillo con que los pitchers de los Gigantes le lanzarían a la cabeza durante el juego de ese día. Furillo, cuyo odio por Durocher era tan intenso que se agarraría a puños con él en un dugout de los Gigantes lleno de peloteros rivales, dijo de los Gigantes en el libro Bums de Peter Golenbock, “Ellos eran peloteros sucios…Todos querían ser como Durocher, copiar a Durocher. Ese Herman Franks, él era otro más”.
Las cuatro temporadas de Franks como manager de los Gigantes de San Francisco en el lapso 1965-68 produjeron cuatro frustrantes segundos lugares. Luego fue coach y manager de los cachorros de Chicago por un período de 11 años. Aunque Franks compiló una pobre marca como pelotero, logró un balance ganador como manager, 605 victorias y 521 derrotas.
Como le fue contado a Ed Attanasio, This Great Game
Sobre su papel en el jonrón de Bobby Thomson: “Dicen que me robé las señas de Brooklyn ese día y nunca lo he admitido. Y nunca lo haré. Se ha hablado mucho de eso desde el ’51. La gente no se ha cansado de hablar de eso. Debo haber hablado de estor con el escritor Prager más de 50 veces. Él hasta viajó en avión hasta Salt Lake City para entrevistarme. Prager investigó mucho sobre esa historia, déjeme decirle. Leí cosas ahí, que no sabía. Sal Yvars ha hablado mucho, pero nadie más lo ha hecho. Alvin Dark no habló, yo no hablé; Whitey Lockman no diría nada al respecto. Pero hay muchos de ellos, aun vivos, quienes hablaron mucho. Cuando Bobby bateó esa pelota fue uno de los momentos más grandes de mi carrera en el beisbol”.
Sobre su relación con Carl Furillo: “Carl Furillo murió arruinado; enojado con el mundo. Fue vetado y estaba furioso con el mundo. No pudo conseguir otro trabajo en el beisbol y culpó a todo el mundo menos a él. Dijo una cantidad de barbaridades de mi. En aquellos días, todos gritábamos. Los Dodgers tenían unos pitchers rudos en aquel entonces, especialmente Don Newcombe, todos se lanzaban entre si y se lanzaban al piso todo el tiempo. Tratabas de protegerte. Ellos eran muy competitivos en aquellos días, Brooklyn y los Gigantes. Esos dos equipos se odiaban mutuamente. En ese tiempo había una regla en la liga, si hablabas con los peloteros del otro equipo en el terreno te multaban. No es como hoy cuando los peloteros conversan entre si, para nada. Ahora ellos salen a cenar después del juego, todos son amigos. Es muy diferente ahora”.
Sobre los esteroides y dirigir el juego hoy: “Me molesta mucho verlos hablando de esteroides. Barry Bonds es uno de los mejores bateadores que haya visto. Puede batear sentado. Y estableció todas esas marcas cuando no había leyes contra los esteroides, ¿cierto? Muchas de estas barbaridades no ocurrirían si yo todavía fuera manager. Tal vez no podría dirigir en el juego de hoy. No sé. Pienso que los peloteros dirigen a los managers hoy, los agentes les dicen a los managers cuando pueden usar sus pitchers, y todo ese tipo de porquerías. Eso no iría conmigo. Y el dinero, lo más que gané como manager fue 125.000 $ con los Cachorros, lo cual para ese momento me hizo uno de los managers mejor pagados. Ahora ellos ganan millones.
Sobre jugar desde el banco: “Durocher fue un gran provocador desde banco, eso es bien sabido. Pero em aquellos días podías gritar desde el banco. ‘Pégasela en la oreja’, cosas como esa. ‘¡Túmbalo!’ Hoy no se hace eso. Caramba, vi a Leo ir al plato y ser noqueado cuatro veces seguidas. Nunca se quejó. ¡Todos se gritaban entre si!”
Sobre los Gigantes de 1965: “El mejor equipo que dirigí. No tenía campocorto ni segunda base. No podíamos hacer el dobleplay. Si hubiera contado con eso, hubiese ganado el banderín esos cuatro años. Tratamos con varios campocortos y segundas bases, pero no pudimos encontrar quien sellara esos huecos, Teníamos cinco futuros inquilinos del Salón de la Fama en ese equipo Gaylord Perry, Orlando Cepeda, Juan Marichal, Willie Mays y Willie McCovey. Le enseñé a Gaylord Perry a lanzar la bola de saliva; eso fue lo que lo consagró. Ganamos 90 juegos tres veces en esas cuatro temporadas y terminamos segundos cada vez. Hoy ganas 90 juegos y estás en los playoffs”.
Traducción: Alfonso L. Tusa C.
lunes, 13 de junio de 2016
Desde un Infielder Central para un Espíritu Familiar.
Jeff Wallach. The New York Times. 28 de mayo de 2016.
Hubo una época no hace mucho tiempo, cuando los jóvenes aficionados al deporte escribían cartas reales a sus héroes y a veces recibían de vuelta una foto o hasta una nota o carta, no de un agente de relaciones públicas, sino del propio atleta. A veces la respuesta venía autografiada, sin factura incluida.
Por eso le escribí en 1971, mediante un amigo de la familia, al campocorto de los Mets, Bud Harrelson. Mis esfuerzos eran como esos buscadores de inteligencia extraterrestre, al enviar una señal en la oscuridad con la esperanza de que algo podría responder desde allá. Yo quería la dirección de la casa de Harrelson para invitarlo a mi bar mitzvah, el cual sería en dos años. También invitaría al Presidente Richard M. Nixon y a Don Adams, el actor que había protagonizado la comedia “Get Smart”.
Harrelson fue lo suficientemente caballero para responder mi carta. Respondió en una hoja de papel de cuaderno que había circulado entre compañeros de equipo y coaches para que la firmaran, y en 1971 esos individuos incluían a Tom Seaver, Nolan Ryan, Gil Hodges, Yogi Berra y otros quienes, con Harrelson, fueron parte de los Milagrosos Mets de 1969, el equipo que ganó la Serie Mundial y me enseñó que absolutamente todo era posible.
Harrelson, debería refrescarse, fue también el coach de tercera base del equipo de campeonato de los Mets en 1986 que será homenajeado esta semana en Citi Field. Él fue quien acompañó a Ray Knight hasta el plato luego que la pelota pasara entre las piernas de Bill Buckner en el sexto juego.
Pero ese fue un milagro diferente. De vuelta a 1971, él se disculpó por no poder dar la dirección de su casa pero me animó a escribirle a Shea Stadium. También me aconsejó mantenerme en la escuela, aunque en ese momento tenía 11 años y no estaba pensando en desertar para probar suerte en las mayores.
En nuestra era actual, cuando se muestra memorabilia deportiva autografiada en eBay por miles de dólares, estoy menos interesado en saber cuanto cuesta ahora esta carta que lo que me llevó a escoger a Harrelson como mi pelotero favorito.
Despues de todo, él solo pesaba 82 kilogramos y tenía un promedio de bateo vitalicio de .236. Era apodado alternativamente Twiggy, o Mighty Mouse o Minik Hawk. En un equipo de extrovertidos, él pasaba desapercibido, aunque siempre fue divertido, como cuando contó acerca de la notoria trifulca con Pete Rose en 1973, “Lo golpeé en el puño con mi ojo”.
Pero Harrelson también era un pequeño mago con guante de gran fildeador, un alquimista humilde en el shortstop quien podía escamotear un sencillo desde el contínuo del tiempo y el espacio y convertirlo en dobleplay. Terminó su carrera con un porcentaje de fildeo de .969, ganó un guante de oro en 1971 y participó en dos Juegos de Estrellas. También podía crecerse en algunas ocasiones, como cuando bateó uno de los pocos jonrones de su carrera sobe la cabeza de Rose en su primera visita a Cincinnati luego de la pelea.
Ahora veo que algo en Harrelson reflejaba la manera como yo me veía cuando era un muchacho: Que yo tenía un poder sutil pero inherente, un brillo por pulir que se revelaría cuando más se necesitara, como al tomar instintivamente un roletazo caliente sobre el terreno y convertirlo en arte con un pivot y un latigazo por debajo del brazo hacia primera base. Nunca sería Rusty Staub, lo sabía desde entonces, pero seguramente había otras maneras de destacar.
Cuando Harrelson se enfrentó a Rose aquel día de octubre de 1973, desafiando a uno de los peloteros más duros (quien también pesaba 20 kilogramos más que él), yo sentí como si me hubieran reconocido por mis habilidades ocultas, esas cualidades que algun día saldrían de mi como una aparente línea buena para un doble que luego ascendiera hasta sobrar la cerca. Fue como si Harrelson supiera esto de mi antes que lo hiciera, y por eso es que me había respondido la carta
Traducción: Alfonso L. Tusa C.
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