lunes, 13 de junio de 2016

Desde un Infielder Central para un Espíritu Familiar.

Jeff Wallach. The New York Times. 28 de mayo de 2016. Hubo una época no hace mucho tiempo, cuando los jóvenes aficionados al deporte escribían cartas reales a sus héroes y a veces recibían de vuelta una foto o hasta una nota o carta, no de un agente de relaciones públicas, sino del propio atleta. A veces la respuesta venía autografiada, sin factura incluida. Por eso le escribí en 1971, mediante un amigo de la familia, al campocorto de los Mets, Bud Harrelson. Mis esfuerzos eran como esos buscadores de inteligencia extraterrestre, al enviar una señal en la oscuridad con la esperanza de que algo podría responder desde allá. Yo quería la dirección de la casa de Harrelson para invitarlo a mi bar mitzvah, el cual sería en dos años. También invitaría al Presidente Richard M. Nixon y a Don Adams, el actor que había protagonizado la comedia “Get Smart”. Harrelson fue lo suficientemente caballero para responder mi carta. Respondió en una hoja de papel de cuaderno que había circulado entre compañeros de equipo y coaches para que la firmaran, y en 1971 esos individuos incluían a Tom Seaver, Nolan Ryan, Gil Hodges, Yogi Berra y otros quienes, con Harrelson, fueron parte de los Milagrosos Mets de 1969, el equipo que ganó la Serie Mundial y me enseñó que absolutamente todo era posible. Harrelson, debería refrescarse, fue también el coach de tercera base del equipo de campeonato de los Mets en 1986 que será homenajeado esta semana en Citi Field. Él fue quien acompañó a Ray Knight hasta el plato luego que la pelota pasara entre las piernas de Bill Buckner en el sexto juego. Pero ese fue un milagro diferente. De vuelta a 1971, él se disculpó por no poder dar la dirección de su casa pero me animó a escribirle a Shea Stadium. También me aconsejó mantenerme en la escuela, aunque en ese momento tenía 11 años y no estaba pensando en desertar para probar suerte en las mayores. En nuestra era actual, cuando se muestra memorabilia deportiva autografiada en eBay por miles de dólares, estoy menos interesado en saber cuanto cuesta ahora esta carta que lo que me llevó a escoger a Harrelson como mi pelotero favorito. Despues de todo, él solo pesaba 82 kilogramos y tenía un promedio de bateo vitalicio de .236. Era apodado alternativamente Twiggy, o Mighty Mouse o Minik Hawk. En un equipo de extrovertidos, él pasaba desapercibido, aunque siempre fue divertido, como cuando contó acerca de la notoria trifulca con Pete Rose en 1973, “Lo golpeé en el puño con mi ojo”. Pero Harrelson también era un pequeño mago con guante de gran fildeador, un alquimista humilde en el shortstop quien podía escamotear un sencillo desde el contínuo del tiempo y el espacio y convertirlo en dobleplay. Terminó su carrera con un porcentaje de fildeo de .969, ganó un guante de oro en 1971 y participó en dos Juegos de Estrellas. También podía crecerse en algunas ocasiones, como cuando bateó uno de los pocos jonrones de su carrera sobe la cabeza de Rose en su primera visita a Cincinnati luego de la pelea. Ahora veo que algo en Harrelson reflejaba la manera como yo me veía cuando era un muchacho: Que yo tenía un poder sutil pero inherente, un brillo por pulir que se revelaría cuando más se necesitara, como al tomar instintivamente un roletazo caliente sobre el terreno y convertirlo en arte con un pivot y un latigazo por debajo del brazo hacia primera base. Nunca sería Rusty Staub, lo sabía desde entonces, pero seguramente había otras maneras de destacar. Cuando Harrelson se enfrentó a Rose aquel día de octubre de 1973, desafiando a uno de los peloteros más duros (quien también pesaba 20 kilogramos más que él), yo sentí como si me hubieran reconocido por mis habilidades ocultas, esas cualidades que algun día saldrían de mi como una aparente línea buena para un doble que luego ascendiera hasta sobrar la cerca. Fue como si Harrelson supiera esto de mi antes que lo hiciera, y por eso es que me había respondido la carta Traducción: Alfonso L. Tusa C.

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