sábado, 31 de enero de 2015

Bill Monbouquette escribe un gran final

El pitcher leyenda de los Medias Rojas fallece a los 78 años Martes, 27 de enero de 2015. Steve Buckley Phoenix.- Durante los próximos días estarás leyendo muchas historias interesantes e importantes del antíguo pitcher de los Medias Rojas Bill Monbouquette, quién falleció este domingo 25 de enero luego de una larga batalla con la leucemia. Leerás del papel que él jugó en la historia de las relaciones raciales en Boston. Por 1959, cuando Elijah “Pumpsie” Green emergió como el primer jugador afroamericano en la historia de los Medias Rojas de Boston y rápidamente fue ofendido por uno de sus propios coaches, fue Monbo quien agarró al coach y dijo que dejara de hacer eso. Leerás de cómo él lanzó un juego sin hits ni carreras para los Medias Rojas en 1962, y como, en 1963, fue un ganador de 20 juegos. Leerás de su carrera posterior como coach de pitcheo, y como, mientras trabajaba con los Azulejos de Toronto en las ligas menores hacia finales de los ’80, le enseñó a un muchacho alto y espigado de Texas como lanzar la sinker. El muchacho era Mike Timlin, quién lanzaría por 18 temporadas en las Grandes Ligas, incluyendo los equipos de los Medias Rojas ganadores de la Serie Mundial en 2004 y 2007. Pero con tus bendiciones, me gustaría cambiar el guión un poco. En vez de contarte historias de beisbol, me gustaría decirte una historia de amor. Y sigue leyendo porque es una buena. Comenzamos en 1955 o cerca de este. Bil Monbouquette era un super atleta en Medford High School, principalmente en beisbol pero también en hockey. Él era alto, bien parecido, iba a todos lados y le gustaba una muchacha llamada Josephine Ritchie, quien vivía dos casas más a bajo de la de él en Eliot Street. Ella ni siquiera pensó en la propuesta. Ella lo rechazó y lo dejó frio. Monbouquette se graduó en la secundaria, firmó con los Medias Rojas, y en tres años estaba lanzando en las Grandes Ligas. Jugó 11 años en las Grandes Ligas (estuvo con los Medias Rojas desde 1958 hasta 1965), y después desarrolló una larga y exitosa carrera como coach de pitcheo. En 1995, Bill Monbouquette, un hombre divorciado, soltero, asistió a su reunión número 40 de la secundaria. Se tropezó con su compañero de clase Charlie Pagliarulo, padre del antíguo grandeliga, el tercera base Mike Pagliarulo, y los dos hombres empezaron a revisar un viejo anuario de Medford High. Cuando llegaron a la página donde estaba la fotografía de Josephine Ritchie, Monbouquette la señaló y dijo, “Le pedí que saliéramos y ella dijo no”. “Bien, ella está aquí esta noche”, dijo Pagliarulo. “Y está soltera”. De seguro habrás imaginado hacia donde estamos apuntando con esta historia de amor. El viejo Monbo se acercó a Josephine y dijo, “Probablemente no recuerdes quién soy”, a lo cual ella replicó, “Oh, sé exactamente quién eres”. Fue el inicio de una relación de casi 20 años, incluyendo su casamiento en 2005. Si los llegabas a conocer, te dabas cuenta de que eran, amigos, y tan totalmente enamorados que pensarías que eran un par de colegiales. Lo cual conduce a la pregunta obvia: ¿Por qué Josephine no quiso aceptar aquella cita de Monbo cuando ellos eran realmente colegiales? “Porque él era el beisbolista superestrella y no pensaba que tendría tiempo para mí”, me dijo Josephine ayer, solo una hora antes de salir para hacer los arreglos del funeral de Monbo. “Recuerdo haberle dicho, ‘Todo es beisbol para ti. Eso es todo lo que te importa’”. ¿Reconsideró ella la propuesta? “No”, dijo ella, riendo un poco y entonces agregó esto: “Todo lo que me importaba era ir a los bailes. Me preocupaba que el tuviese algún juego de beisbol y no me llevara”. “Pero las cosas ocurren por una razón”, dijo ella. “No me lamento de cómo ocurrieron los acontecimientos. Él tuvo su vida, y yo la mía. Y luego nos juntamos y resultó que él fue lo mejor que me haya pasado, y yo lo mejor que le hubiese ocurrido a él”. “Él era el hombre más dulce y agradable”, dijo ella. “¿Sabes de la historia cuando Pumpsie Green llegó a los Medias Rojas? Cuando supe de eso y de lo que hizo Bill, no me sorprendí ni un poquito. Bill se había mudado a West Medford, teníamos muchos vecinos negros. Y no era este niño negro o aquel niño negro, era Johnny o Harry, o lo que fuera. Y más adelante, para Bill, fue Pumpsie”. “Yo amaba mucho a Bill”, dijo ella. “Él salvó mi vida”. Ella lo dice en muchos sentidos: Cuando Josephine sufrió un aneurisma hace unos años, fue Monbo quien la llevó al hospital a tiempo. La semana pasada, fue Josephine quien llevó a Bill al Brigham and Woman’s Hospital. Él empezó a susurrar algo. Josephine se inclinó para acercarse. “Jo, te amo”, dijo él, y esas fueron sus últimas palabras. Un final hermoso por Monbo, pero no sorprendente. Traducción: Alfonso L. Tusa C.

miércoles, 28 de enero de 2015

Monbouquette impresionó.

Gordon Estes. ESPNBoston.com. 27-01-2015 Boston- La primera vez que escribí sobre Bill Monbouquette tenía 9 años. Era el primer dia de clases en el quinto grado de la señora Patch en Lunenburg, Massachusetts, y la tarea que ordenó fue la eterna favorita, Como pasé mi vacación de verano. Con el beneficio de la perspectiva, sería fácil suponer que ese día marcó el inicio de una vida que se desarrollaría en los palcos de prensa del beisbol. Pero en aquel momento, la asignación era una invitación irresistible para revivir el momento más grande en la existencia ordinaria de un niño de un pequeño pueblo. El día que mi padre se deslizó detrás del volante de su viejo Dodge, me mantuvo en el asiento trasero, honestamente no recuerdo si mi hermano mayor fue con nosotros, y manejó 45 millas para llevarme a Fenway Park por primera vez. Nunca me he olvidado de dos cosas de aquel día. Una fue subir la rampa de la tribuna y ver por primera vez aquel panorama de verde imposible. La segunda fue que Bill Monbouquette lanzó por los Medias Rojas y ganó. No estoy seguro si para ese momento yo sabía que cuando él tenía 24 años, Monbo había ponchado 17 Tigres de Detroit, para romper la marca de 50 años del equipo fijada por Smoky Joe Wood, y habría igualado la marca de más ponches en Grandes Ligas de Bob Feller si Jim Pagliaroni hubiera agarrado un foul tip, o que el año siguiente el lanzaría sin hits ni carreras contra los Medias Blancas. La devoción de la maestría en el catecismo de los Medias Rojas vendría tres años después, inspirado por un Sueño Imposible. Pero yo estaba al tanto de que Monbo era un pitcher muy bueno en medio de equipos muy malos de los Medias Rojas, y en una sola noche de mediados de verano, él se sumergió permanentemente en la memoria de un niño. Pasarían muchos años antes que yo tuviera la ocasión de hablar con Monbouquette como reportero del Boston Globe. Fue unos meses antes de su cumpleaños 70. Luego de una carrera posterior a la de jugador en la cual trabajó como scout, coach de pitcheo y manager en las organizaciones de los Azulejos, Mets, Yanquis y Tigres, Monbo había anunciado su retiro. Había estado para mí en el comienzo; ahora tenía la oportunidad de escribir el epílogo de su vida beisbolera. Felizmente, descubrí que no solo como jugador sino también como hombre, Monbouquette había tenído bien merecida aquella inversión inicial. Él era primero que todo, uno de los nuestros, nacido y criado en Medford, Massachusetts, y de 18 años cuando los Medias Rojas lo firmaron. Aquella primera tarde, en 1956, el trabajó en Fenway antes del juego, luego fue a la tribuna donde sus padres, Catherine y Frederick, estaban sentados escuchando las palabras altisonantes de un par de borrachos. Al llegar, el adolescente le pidió a los borrachos que bajaran el volumen. “Ellos me dijeron que me fuera de viaje a tu sabes donde”, recordó él. Gran error. “Miré a mi padre”, dijo Monbouquette, “y él sonrió”. Frederick Monbouquette fue un antíguo boxeador, y él y su hijo castigaron tan fuerte a los beodos que la policía apareció, y los Monbouquette fueron llevados a una celda debajo de la tribuna. “El policía grande irlandés de allá abajo tenía tiempo diciendo mi nombre”, recordó Monbouquette. “Le dije que necesitaba hacer una llamada telefónica, y llamé a Johnny Murphy, el director del sistema de granjas”. Los Medias Rojas notaron rápidamente que Monbouquette, no se echaba para atrás, ni aguantaba bobadas. En su debut en Grandes Ligas, tumbó a Billy Martin después que el segunda base de los Yanquis se había robado el plato en su turno anterior. Martin salió con elevadito, luego se encaminó al montículo. “Mi guante colgaba suelto, pero tenía mi puño apretado”, dijo Monbo, “Martin me dijo, ‘Me parece que me debías esa, novato’ y siguió caminando. Monbouquette no tenía miedo de enfrentar hasta su propio manager si pensaba que estaba fuera de lugar. Pumpsie Green, el primer afroamericano que jugó para los Medias Rojas, cuenta la historia del manager Del Baker emitiendo epítetos raciales en una diatriba contra un pelotero rival, Green piensa que hablaba de Minnie Miñoso, el gran jardinero cubano, bien cerca de Green. Monbouquette, quién había crecido en la que era considerada la sección negra de Medford, tomó el asunto en sus manos. “Del Baker era el manager, y estaba usando la palabra nigger”, dijo Monbouquette. “Le dije, ‘No quiero oírte decir eso, o te voy a tumbar de un puñetazo’. Se lo dije, y él sabía que lo llevaría a cabo”. Monbo ganó 20 juegos para los Medias Rojas en 1963, lo que hoy lo haría rico, mucho más allá de sus sueños. Entonces, Monbo estaba a solo dos años de ser removido de un trabajo entre temporadas como asistente en la oficina de boletos de los Medias Rojas. En 1965, él perdió 18 juegos (con una respetable efectividad de 3.70) y fue cambiado a los Tigres. En 1967, el año cuando los Medias Rojas ganaron el banderín, Monbo fue despedido por los Tigres, entonces terminó la temporada con un mediocre equipo de los Yanquis. Lanzaría un año más. “Siempre lamento”, dijo, que los Medias Rojas nunca encontraron un lugar para él en su organización. El aguijón de ese rechazo fue aliviado un poco cuando el directivo de los Medias Rojas, Tom Werner, llamó después que los Medias Rojas ganaron la Serie Mundial de 2004 y preguntó por la talla de anillo de Monbo; los Medias Rojas le dieron un anillo de la Serie. “Un gesto de mucha clase”, dijo. Monbo entrenaba regularmente en el gimnasio de Tufts University, fue a los juegos en el palco Fenway Legends, y por varios años entretuvo en los campamentos de fantasía de los Medias Rojas con historias como las que me contó sobre su juego sin hits ni carreras. “Lo que recuerdo de eso es que pienso que no había ganado un juego en un mes”, dijo él. “Salimos en el avión desde Boston, y estaba sentado haciendo un crucigrama. Vino una aeromoza y dijo, ‘¿Cómo se siente?’, le respondí tengo dificultades con este crucigrama’. Ella me preguntó que posición jugaba y le dije que también estaba teniendo dificultades con eso. Ella dijo, ‘Ya vas a ver que vas a lanzar un no hit no run esta noche’, y se fue”. El último bateador de los Medias Blancas esa noche fue Luis Aparicio, el shortstop del Salón de la Fama. Monbo le lanzó una slider afuera con dos strikes. Aparicio la siguió, y aguantó el swing. El árbitro principal, Bill McKinley, cantó bola. “Lo próximo que oí, fue que alguien gritó desde la tribuna, ‘Mandaron al McKinley equivocado’”, dijo Monbouquette, quién hubo de salirse del montículo para aguantar la risa. “Le lancé otra slider, y él falló. Fue una de las mayores emociones de mi vida”. La tarde de este lunes 26 de enero de 2015, los Medias Rojas anunciaron que Bill Monbouquette se había ido. Había fallecido el dia anterior a los 78 años de edad, debido a complicaciones con la leucemia. Por muchos años después de su diagnóstico original, Monbo, batalló esa enfermedad sin cuartel, y le daba ánimo a los otros envueltos en la misma batalla. El libro de records dice que él ganó dos juegos más de los que perdió en su carrera de Grandes Ligas (114-112), nada fuera de lo común. Traten de explicarle eso a un niño de 9 años. Traducción: Alfonso L. Tusa C.

martes, 27 de enero de 2015

Ernie Banks (Mr. Cub): Una vida milagrosa.

Phil Rogers. 24-01-2015 Su historia es como un guión cinematográfico construido alrededor de un momento inesperado, una oportunidad que para él fue más fácil de ejecutar que de explicar. Tal vez fue por eso que Ernie Banks tuvo dificultades para creerlo aun cuando lo había vivido. "Mi vida es como un milagro", dijo Banks hace unos años. Un shortstop con poder al bate, adelantado a su tiempo, ganó el premio al jugador más valioso en las temporadas de 1958 y 1959, con lo cual remató su lugar indiscutible como el jugador más grande en la historia de los Cachorros de Chicago. Banks murió a los 83 años este viernes 23 de enero, nunca vio a su equipo ganar un campeonato. Pero es necio lamentarse por algo tan superficial. Su legado más grande es el que dejó junto a las Estrellas de la Liga Nacional que continuaron detrás de Jackie Robinson la integración del beisbol, será recordado por como siempre usó con orgullo, dignidad e incansable entusiasmo, el título de Mr. Cub. Nunca buscó tal aclamación. Banks, quién creció en Dallas, me dijo una vez que se divertía tanto mientras viajaba en autobús con los Monarcas de Kansas City que no se alegró cuando el dueño Tom Baird lo vendió a él y al pitcher Bill Dickey a los Cachorros por 20000 $ en septiembre de 1953. Si Banks hubiese controlado su futuro, el pudo haberse quedado con los Monarcas antes que romper la barrera racial en los Cachorros de Chicago. “En realidad no quería venir”, dijo Banks. “Me puedes creer eso?” Cuando Banks se puso uno de los uniformes blancos de los Cachorros, bateó el primer lanzamiento que vio en la práctica de bateo sobre la pared cubierta de hiedra. Fue como si la hubiese puesto con la mano, en las palabras del historiador Ken Burns, “la suerte de condimento de los Cachorros de Chicago, amados por todos, abrazados por todos.” Las cosas nunca fueron tan fáciles como Banks las hizo ver, desde ese primer batazo. “Me paré en la jaula de bateo”, dijo Banks. “Me lanzaron la pelota, bum, la saqué del parque…¿Eso es todo lo que hay?” Banks recordó haber pensado en esa canción de Peggy Lee en su primer día en Wrigley Field. “¿Eso es todo lo que hay, amigo? Sigamos bailando”, él cantaba mientras hablábamos. “Mirar hacia las gradas, cuan cercanas estaban, no había luces en Fenway, sin mucha gente en las tribunas. Era raro estar ahí, para mí. El manager Phil Cavaretta llegó, dijo, ‘Bienvenido al equipo’ y todo eso. Eso me impactó. Estaba completamente perdido. Así había sido mi vida”. Banks y los otros pioneros del beisbol pagaron, de muchas maneras, por las oportunidades que recibieron. “No tenemos ideas de cuan difícil fue”, dijo el comisionado Bud Selig. Como cualquiera en la historia del beisbol, Banks lidió con los golpes. Él tenía 22 años cuando llegó a Wrigley Field y jugó 19 temporadas ahí. Bateó .274, 512 jonrones, y jugó en 14 Juegos de Estrellas durante su carrera, siempre viviendo lejos de sus compañeros blancos debido a las reglas de alojamiento de Chicago. Banks había recogido algodón cuando muchacho, ayudaba a su familia empleándose como recolector para los granjeros de Dallas. El cree que por eso desarrolló las manos fuertes y rápidas que usó para crear su nicho en el beisbol. “Mi bateo siempre fue el mismo”, dijo Banks. “Yo recogía algodón. No se si sabes algo de esto. Yo recogía algodón cuando era muy joven. Mi papa solía llevarme a los algodonales, me decía que recogiera algodón. Eso me enseñó como usar mis manos. Me enseñó a agarrar. Cuando empecé a jugar beisbol tenía las manos rápidas naturales. Esa era mi ventaja adicional, mi pequeño diferencia sobre cualquier otro. Tenía manos rápidas. Podía esperar hasta el último minuto y batear la pelota. Nadie lo podía entender. Pero yo tenía esas manos rápidas, las cuales había desarrollado recogiendo algodón”. Cuando los Cachorros se hicieron competitivos hacia finales de los años ’60 dirigidos por Leo Durocher, Banks y su amigo inquilino del Salón de la Fama Billy Williams vivían en South Side. Chicago fue escenario de disturbios raciales en 1966, ’67 y ’68, y los promotores siempre trataban de llevar a Banks a las manifestaciones de una manera u otra. El evitaba involucrarse directamente, prefería mostrarse en el estadio con una buena actitud cada día. “Bien, les decía él, ‘No tengo tiempo para marchar pero contribuyo voluntariamente”, decía el amigo inquilino del Salón de la Fama, Monte Irvin, quién jugó junto a Banks en los Cachorros de 1956. “ ‘Trato de jugar buen beisbol para contribuir de esa manera. Para darle a los niños un ejemplo a seguir, y así los aficionados vengan al estadio complacidos’. Eso es lo que él pensaba. Pienso que esa es una muy buena actitud”. Banks fue un favorito de los aficionados de todos los colores debido a su personalidad y destreza. “Trataba de firmarle autógrafos a todos los niños”, dijo Banks. “Porque pensaba que un día podría tener que pedirle trabajo a uno de esos niños”. Banks rechazaba involucrarse en confrontaciones, aún con Durocher, quien tenía fama de naturaleza abrasiva. No había amor entre esos dos, debido a que, cuando Durocher asumió como manager de los Cachorros en 1966, sintió que Banks estaba acabado. Las lesiones en las rodillas habían forzado a Banks a mudarse desde el shortstop hasta la primera base en 1962, luego de un infructuoso ensayo en el jardín izquierdo. Durocher, quién estaba celosos de la popularidad de Banks, buscaba en Lee Thomas, John Boccabella, John Herrnstein, Clarence Jones y otros a posibles reemplazos, pero cada año Banks demostraba que pertenecía al medio de la alineación. Él bateó 23 jonrones y empujó 106 carreras a la edad de 38 años en 1969, cuando los Mets de Gil Hodges rebasaron a los Cachorros, y en el proceso rompieron los corazones de millones de personas en Chicago, incluyendo a Banks. Cada vez que Durocher sacaba a Banks de la alineación, el ícono de la franquicia se sentaba al lado del manager en el dugout. “Cuando alguien resentía de mí, yo no le gustaba, y ese era el caso con Leo, yo lo trataba con deferencia”, dijo Banks. “En la banca, siempre me sentaba a su lado, en el avión me sentaba a su lado, en el dugout me sentaba a su lado. Él siempre estaba mirando alrededor y me veía…Cuando prendes fuego en mis talones, eso me hace ser mejor”. Banks, por supuesto, era conocido por “Let’s play two” y otras frases llamativas que salían de su lengua. Él fue muy conversador toda su vida, Irvin recuerda a Pee Wee Reese diciendo que los Cachorros nunca ganaban porque Banks “ hablaba todo el tiempo”, pero raramente hablaba de las dificultades que enfrentó en la vida. Como Henry Aaron, como Willie Mays, como Robinson, él simplemente se sobre puso a ellas. Phil Rogers es colaborador de Sports on Earth y columnist de MLB.com. Previamente escribió para el Chicago Tribune y el Dallas Morning News. Traducción: Alfonso L. Tusa C.