martes, 27 de enero de 2015

Ernie Banks (Mr. Cub): Una vida milagrosa.

Phil Rogers. 24-01-2015 Su historia es como un guión cinematográfico construido alrededor de un momento inesperado, una oportunidad que para él fue más fácil de ejecutar que de explicar. Tal vez fue por eso que Ernie Banks tuvo dificultades para creerlo aun cuando lo había vivido. "Mi vida es como un milagro", dijo Banks hace unos años. Un shortstop con poder al bate, adelantado a su tiempo, ganó el premio al jugador más valioso en las temporadas de 1958 y 1959, con lo cual remató su lugar indiscutible como el jugador más grande en la historia de los Cachorros de Chicago. Banks murió a los 83 años este viernes 23 de enero, nunca vio a su equipo ganar un campeonato. Pero es necio lamentarse por algo tan superficial. Su legado más grande es el que dejó junto a las Estrellas de la Liga Nacional que continuaron detrás de Jackie Robinson la integración del beisbol, será recordado por como siempre usó con orgullo, dignidad e incansable entusiasmo, el título de Mr. Cub. Nunca buscó tal aclamación. Banks, quién creció en Dallas, me dijo una vez que se divertía tanto mientras viajaba en autobús con los Monarcas de Kansas City que no se alegró cuando el dueño Tom Baird lo vendió a él y al pitcher Bill Dickey a los Cachorros por 20000 $ en septiembre de 1953. Si Banks hubiese controlado su futuro, el pudo haberse quedado con los Monarcas antes que romper la barrera racial en los Cachorros de Chicago. “En realidad no quería venir”, dijo Banks. “Me puedes creer eso?” Cuando Banks se puso uno de los uniformes blancos de los Cachorros, bateó el primer lanzamiento que vio en la práctica de bateo sobre la pared cubierta de hiedra. Fue como si la hubiese puesto con la mano, en las palabras del historiador Ken Burns, “la suerte de condimento de los Cachorros de Chicago, amados por todos, abrazados por todos.” Las cosas nunca fueron tan fáciles como Banks las hizo ver, desde ese primer batazo. “Me paré en la jaula de bateo”, dijo Banks. “Me lanzaron la pelota, bum, la saqué del parque…¿Eso es todo lo que hay?” Banks recordó haber pensado en esa canción de Peggy Lee en su primer día en Wrigley Field. “¿Eso es todo lo que hay, amigo? Sigamos bailando”, él cantaba mientras hablábamos. “Mirar hacia las gradas, cuan cercanas estaban, no había luces en Fenway, sin mucha gente en las tribunas. Era raro estar ahí, para mí. El manager Phil Cavaretta llegó, dijo, ‘Bienvenido al equipo’ y todo eso. Eso me impactó. Estaba completamente perdido. Así había sido mi vida”. Banks y los otros pioneros del beisbol pagaron, de muchas maneras, por las oportunidades que recibieron. “No tenemos ideas de cuan difícil fue”, dijo el comisionado Bud Selig. Como cualquiera en la historia del beisbol, Banks lidió con los golpes. Él tenía 22 años cuando llegó a Wrigley Field y jugó 19 temporadas ahí. Bateó .274, 512 jonrones, y jugó en 14 Juegos de Estrellas durante su carrera, siempre viviendo lejos de sus compañeros blancos debido a las reglas de alojamiento de Chicago. Banks había recogido algodón cuando muchacho, ayudaba a su familia empleándose como recolector para los granjeros de Dallas. El cree que por eso desarrolló las manos fuertes y rápidas que usó para crear su nicho en el beisbol. “Mi bateo siempre fue el mismo”, dijo Banks. “Yo recogía algodón. No se si sabes algo de esto. Yo recogía algodón cuando era muy joven. Mi papa solía llevarme a los algodonales, me decía que recogiera algodón. Eso me enseñó como usar mis manos. Me enseñó a agarrar. Cuando empecé a jugar beisbol tenía las manos rápidas naturales. Esa era mi ventaja adicional, mi pequeño diferencia sobre cualquier otro. Tenía manos rápidas. Podía esperar hasta el último minuto y batear la pelota. Nadie lo podía entender. Pero yo tenía esas manos rápidas, las cuales había desarrollado recogiendo algodón”. Cuando los Cachorros se hicieron competitivos hacia finales de los años ’60 dirigidos por Leo Durocher, Banks y su amigo inquilino del Salón de la Fama Billy Williams vivían en South Side. Chicago fue escenario de disturbios raciales en 1966, ’67 y ’68, y los promotores siempre trataban de llevar a Banks a las manifestaciones de una manera u otra. El evitaba involucrarse directamente, prefería mostrarse en el estadio con una buena actitud cada día. “Bien, les decía él, ‘No tengo tiempo para marchar pero contribuyo voluntariamente”, decía el amigo inquilino del Salón de la Fama, Monte Irvin, quién jugó junto a Banks en los Cachorros de 1956. “ ‘Trato de jugar buen beisbol para contribuir de esa manera. Para darle a los niños un ejemplo a seguir, y así los aficionados vengan al estadio complacidos’. Eso es lo que él pensaba. Pienso que esa es una muy buena actitud”. Banks fue un favorito de los aficionados de todos los colores debido a su personalidad y destreza. “Trataba de firmarle autógrafos a todos los niños”, dijo Banks. “Porque pensaba que un día podría tener que pedirle trabajo a uno de esos niños”. Banks rechazaba involucrarse en confrontaciones, aún con Durocher, quien tenía fama de naturaleza abrasiva. No había amor entre esos dos, debido a que, cuando Durocher asumió como manager de los Cachorros en 1966, sintió que Banks estaba acabado. Las lesiones en las rodillas habían forzado a Banks a mudarse desde el shortstop hasta la primera base en 1962, luego de un infructuoso ensayo en el jardín izquierdo. Durocher, quién estaba celosos de la popularidad de Banks, buscaba en Lee Thomas, John Boccabella, John Herrnstein, Clarence Jones y otros a posibles reemplazos, pero cada año Banks demostraba que pertenecía al medio de la alineación. Él bateó 23 jonrones y empujó 106 carreras a la edad de 38 años en 1969, cuando los Mets de Gil Hodges rebasaron a los Cachorros, y en el proceso rompieron los corazones de millones de personas en Chicago, incluyendo a Banks. Cada vez que Durocher sacaba a Banks de la alineación, el ícono de la franquicia se sentaba al lado del manager en el dugout. “Cuando alguien resentía de mí, yo no le gustaba, y ese era el caso con Leo, yo lo trataba con deferencia”, dijo Banks. “En la banca, siempre me sentaba a su lado, en el avión me sentaba a su lado, en el dugout me sentaba a su lado. Él siempre estaba mirando alrededor y me veía…Cuando prendes fuego en mis talones, eso me hace ser mejor”. Banks, por supuesto, era conocido por “Let’s play two” y otras frases llamativas que salían de su lengua. Él fue muy conversador toda su vida, Irvin recuerda a Pee Wee Reese diciendo que los Cachorros nunca ganaban porque Banks “ hablaba todo el tiempo”, pero raramente hablaba de las dificultades que enfrentó en la vida. Como Henry Aaron, como Willie Mays, como Robinson, él simplemente se sobre puso a ellas. Phil Rogers es colaborador de Sports on Earth y columnist de MLB.com. Previamente escribió para el Chicago Tribune y el Dallas Morning News. Traducción: Alfonso L. Tusa C.

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