jueves, 3 de noviembre de 2016

El jonrón más olvidado de todos los tiempos.

Mito, raza y legado de Roberto Clemente. 15-06-2015. Martín Espada. The Massachusetts Review El 25 de Julio de 1956, Roberto Clemente, algo terriblemente maravilloso. En su segundo año con los Piratas de Pittsburgh, Clemente fue a batear con las bases llenas en el cierre del noveno inning, sin outs, y su equipo perdiendo 8-5 ante los Cachorros de Chicago en Forbes Field. Enfrentaba al pitcher Jim Brosnan. Como el Pittsburgh Post-Gazette reporta: Brosnan hizo un lanzamiento, alto y adentro. Clemente lo bateó hacia la cerca del jardín izquierdo. Jim King había retrasado para atrapar la pelota pero esta iba sobre su cabeza. La pelota rebotó en el lado inclinado de la cerca y rodó por la zona de seguridad hacia el jardín central. Aquí venían Hank Foiles, Bill Virdon y Dick Cole embalados hacia el plato y lo hacían fácilmente. Entonces venía Clemente rumbo a tercera base. Bobby Bragan tenía las manos estiradas hacia arriba para aguantar a su jardinero. Solly Drake había hecho el tiro de relevo. Pero al pasar por tercera, Clemente se impulsó y siguió hacia el plato. Lo hizo frente al relevo de Ernie Banks. Se deslizó, erró el plato, luego estiró la mano hacia atrás y tocó la goma con la novena carrera en una victoria 9-8 mientras la multitud de 12.431 aficionados deliraba de excitación. De acuerdo a Bruce Markusen en su biografía, Roberto Clemente: The Great One, lo que ocurrió ese día fue “un incidente” que “subrayó su naturalidad en las bases”. Clemente oyó y vio la seña de pararse de Bragan, pero siguió deliberadamente. “Le digo a Bobby: ‘Sal de mi camino, que voy a anotar’, le explicó Clemente a Associated Press. ‘Así tal cual. No teníamos nada que perder, teníamos la pizarra igualada sin mi carrera, y si anoto, el juego se termina y no tenemos que jugar más esta noche’”. Los Piratas no tuvieron que jugar más, Clemente se deslizó en el plato y evitó que lo tocaran. El inusual jonrón con las bases llenas dentro del parque contra Brosnan le dio a los Piratas un triunfo 9-8 sobre los Cachorros. Como Brosnan escribió en la edición del 24 de octubre de 1960 de la revista Life, la acción de Clemente “excitó a los fanáticos, sorprendió al manager, me atontó y disgustó a mi equipo”. Aunque Clemente había cometido un error fundamental, al tratar de anotar una carrera en una jugada potencialmente cerrada sin outs, Bragan manejó el error apropiadamente. Dada la entrega de Clemente en la jugada y su éxito, Bragan excusó el error. El manager anunció que no habría multa de 25 $, usualmente un castigo ejemplar para un jugador quién hubiese fallado una seña. La arrancada superintensa de Clemente ante los Cachorros tipificaba lo entusiasta de su corrido de bases al inicio de su carrera. “Inusual” no es la palabra para describir la jugada que terminó el juego Piratas-Cachorrros del 25 de julio de 1956. Markusen parece desconocer el hecho de que ese era el único jonrón dentro del parque con las bases llenas para ganar un juego, en la historia del beisbol Como aficionados al beisbol, celebramos los jonrones. Celebramos los jonrones que ganan los juegos. Celebramos los jonrones dentro del campo. Celebramos los jonrones con las bases llenas. Sin embargo, no celebramos el único jonrón dentro del parque con las bases para ganar un juego, de la historia del beisbol. Hoy, tal acontecimiento sería reportado hasta las nauseas en ESPN, MLB, y cada medio deportivo del país. Habría repeticiones, recreaciones, discusiones de paneles, comentarios, debates, e investigaciones de estadísticas. En minutos, sabríamos que este fue el único jonrón de su tipo en la historia. Hace cincuenta y siete años, sin embargo, este milagro del beisbol ocurrió frente a una multitud promedio en Pittsburgh, incluido un manager/coach de tercera base descontento y un pitcher rival furioso. La seña de parada de Bobby Bragan era entendible. Despues de todo, Clemente habría representado la carrera de la victoria en tercera base sin outs en el cierre del noveno inning. Bragan era un hombre de la vieja escuela del beisbol, y era un movimiento de esa vieja escuela. Bragan fue uno en una aparentemente interminable fila de peloteros de grandes ligas mediocres quienes se convirtieron en managers mediocres de grandes ligas. Un bateador de .240 de promedio vitalicio quien bateó un gran total de 15 jonrones en ocho temporadas, Bragan era un manager novato con los Piratas en 1956, llevó al equipo a una marca de 66-88 y a terminar en séptimo lugar de la Liga Nacional. Quizás el manager simplemente no podía concebir un jonrón dentro del parque con las bases llenas para ganar el juego, dado que eso nunca había ocurrido. Quizás subestimó al pelotero que corría en su dirección, lo consideraba ordinario: Clemente solo bateó .255 en 1955, aunque subiría hasta .311 en 1956. Al final, sin embargo, Bragan estuvo equivocado y Clemente acertado. Clemente tenía un instinto beisbolero e inteligencia más allá de la visión de su manager. Considerando la tendencia de los Piratas de Bragan a perder mucho más a menudo de lo que ganaban, estos eran un manager y un equipo que necesitaban aprovechar las oportunidades, jugar orgullosa y agresivamente, actuar como si pudiesen ganar al creer en si mismos. Hacer el movimiento correcto de beisbol, la segura decisión conservadora, falló para Bobby Bragan muy a menudo esa temporada ¿Cuántas veces hemos visto a los equipos malos dejar varado en tercera base sin outs a un corredor, como si tal frustración y la derrota, fuera la voluntad de los dioses del beisbol? Carpe diem (Disfruta el presente): Aprovecha el día. Impacta el juego. Sigue corriendo. La reacción de Brosnan, quien estaba impactado y su equipo disgustado, es clave para entender porque el logro sorprendente de Clemente ha sido disminuido y hasta olvidado. Primero que todo, considere el hecho de que esta cita viene desde un artículo publicado en 1960, cuatro años después que Clemente se deslizó en el home y tocó el plato con su mano. Es posible que pararse de puntillas detrás de Brosnan y susurrarle “Roberto Clemente” en su oreja era suficiente para enfurecerlo por el resto de su vida. Brosnan respondió como si Clemente no solo hubiese violado el decoro del beisbol, sino que hubiera descendido a un estado de salvajismo, el equivalente a sacrificar un pollo vivo durante el himno nacional. El hecho de que Clemente rompiera las reglas al correr ignorando una seña en tercera base, sin embargo, no explica el rencor del pitcher. Tampoco el factor suerte. Como en todos los jonrones dentro del parque, la pelota desarrolló una trayectoria particular y decidió rodar alrededor del jardín central por un rato. Brosnan era el único responsable: aún si Clemente hubiese tomado en cuenta la señal de Bragan de pararse en tercera base, el pitcher había permitido un triple de tres carreras para empatar el juego. Fue sortario de que el término “salvado desperdiciado” aún no formaba parte del léxico beisbolero. Ni hay vergüenza suficiente para describir el vapor fluyendo en las orejas de Brosnan. Él estaba seguramente mortificado. Entró al juego, hizo un solo lanzamiento, y terminó siendo el perdedor. (De la misma forma, el pitcher de los Piratas, Nellie King entró al juego en la apertura del noveno inning, e hizo exactamente un pitcheo, y terminó siendo el ganador). No fue coincidencia que Brosnan estuviera escribiendo acerca de Clemente para la revista Life en octubre de 1960. Dave Maraniss, en su biografía titulada Clemente: The Passion and Grace of Baseball Last Hero, nota que Brosnan fue comisionado por la revista para escribir un reporte de escauteo de avanzada de la Serie Mundial entre los Piratas y los Yanquis. Aquí está la cita previa de Brosnan en contexto: Clemente representa una variedad latinoamericana de alardear: “Look at número uno”, parece estar diciendo…Él una vez corrió sin tomar en cuenta a su manager quién era el coach de tercera base, para completar un jonrón con las bases llenas dentro del parque, bateado ante mi mejor slider. Eso emocionó a los fanáticos, estremeció al manager, me impactó, y disgustó a mi equipo. (Con énfasis añadido). El hipérbole de Brosnan dice más de él que de Clemente. Si Clemente “corrió sin tomar en cuenta a su manager” en tercera base, el Pittsburgh Post-Gazette seguramente habría alertado a sus lectores, quizás con el titular Clemente corre sin tomar en cuenta a al manager. La terquedad, como el exceso de alcohol, nubla la mente. Brosnan era un puritano de la época de Eisenhower: desde esa perspectiva, el único jonrón de bases llenas dentro del parque para ganar un juego era una forma de autoglorificación, una escena propia del torero lanzando las orejas del toro a la multitud. Ganar el juego para su equipo perdedor crónico era la manera latinoamericana de Clemente de llamarse la atención, un característico acto infantil de unas personas infantiles. Maraniss dice: “La carrera loca de Clemente alrededor de las bases, la anécdota que Brosnan empleó para plantear su visión, podría haber inspirado una interpretación diferente si hubiera sido Don Hoak o Dick Groat o, años después, Pete Rose. Se hubiera visto como el espíritu indomable de un gran competidor. El denominador común: Hoak, Groat y Rose eran blancos. Roberto Clemente era negro, puertorriqueño, e hispanoparlante en los años ’50. De acuerdo a Maraniss, Al Abrams del Pittsburgh Post-Gazette cubrió a Clemente en el entrenamiento primaveral de 1955, su temporada de novato, y escribió: “El sombrío puertorriqueño jugaba bien su posición y corría como conejo asustado. Parecía que cada vez que mirábamos hacia allá, ahí estaba Roberto, mostrando sus talones veloces y sus brilantes dientes blancos ante los gritos de los fanáticos de las gradas. “Hasta sus admiradores utilizaban un vocabulario de discriminación racial; por lo tanto, los detractores de Clemente, como Brosnan, se sentían perfectamente libres de realizar sus críticas en términos raciales. Sin embargo, la actitud de Jim Brosnan es particularmente irónica a la luz del hecho de que él cometería una violación más grande al decoro del beisbol solo tres años después de su encuentro con la supuesta conducta vergonzosa de Clemente. Brosnan se haría de un nombre como escritor con su diario de beisbol, The Long Season, al cual Maraniss llama, “un libro de trayectoria cinematográfica que aportó una mirada reveladora desde su temporada de 1959 con los Cardenales de San Luis y los Rojos de Cincinnati”. Él fue acusado, por tales guardianes de la imagen americana del beisbol como Joe Garagiola, de patear para abrir la puerta de espacio sagrado del clubhouse. Vivimos en medio de las minucias derramadas del beisbol. Debería ser del conocimiento común que Roberto Clemente, uno de los grandes ejecutores del juego, bateó el único jonrón de bases llenas dentro del parque para ganar un juego en la historia del beisbol. Esto levanta una pregunta que va más allá del beisbol. ¿Quién escribe la historia? Clemente tuvo el infortunio de hacer historia a expensas de Jim Brosnan, el pelotero-escritor del beisbol. Su recuento del evento para Life tenía peso por su reputación como escritor. Sin embargo, el intento de Brosnan por escalar dentro de la mente de Clemente, “look at número uno”. Parece decir, demuestra su falta de habilidad para pensar al nivel de Clemente. Él no podía concebir el hecho de que un puertorriqueño incivilizado barriéndose en el plato, sin duda con maracas percusionando en su cabeza, fuese un pelotero quien pudiera romper los convencionalismos del beisbol al tener el coraje y la creatividad de hacer lo que nunca se había hecho. Nada menos que una autoridad como Henry James llamó a Leaves of Grass de Walt Whitman “una ofensa al arte”. Por supuesto, Henry James no era Jim Brosnan. Al hablar de revisiones malas, regresamos a Markusen, quien acepta los juicios de Bragan y Brosnan. Mientras rechaza las subidas de tono raciales del último, ofrece una débil defensa del pitcher en el terreno de las buenas intenciones, especulando que “Brosnan probablemente no quiso realmente ofender al realizar tal afirmación”, como si palabras como “impacto” y “disgusto” no significaran herir a un pelotero percibido como muy sensible. El propio vocabulario de Markusen, desde “la simplicidad natural en las bases” hasta “la arrancada superintensa”. Ambas frases condescendientes pintan un retrato de Clemente como niño-hombre. Los niños muestran “simplicidad” especialmente acerca de las realidades y particularidades de las reglas que nos gobiernan. Los niños tienen “arrancadas”, como si desconocieran que sus acciones tienen consecuencias. El infantilismo latino es un estereotipo particularmente común y pernicioso, desde el iletrado peón con sombrero en mano hasta el feroz depredador que merodea las calles en pandillas. En la aurora del siglo 20 y las aventuras imperialistas de Estados Unidos en Latinoamérica, las caricaturas políticas del día caracterizaban a Cuba y Puerto Rico cono huérfanos de piel oscura pegados a un perplejo Tío Sam, haciendo malabares con sus colonias. Como los niños no pueden gobernarse, otros deben hacerlo, aún si eso requiere conquista y ocupación. Mientras Markusen no reconoce el estereotipo de Brosnan, implícitamente lo confirma: Roberto Clemente hizo historia ese dia porque fue un hombre quien pensaba como niño y aún no había superado los infantilismos. Si el tenía éxito, por esa lógica, era por virtud de su habilidad atlética natural. “Mientras tanto, los Bobby Bragan del mundo, hombres blancos “pensantes” con herramientas físicas limitadas, dirigen un equipo tras otro hacia huecos adyacentes al camino). Gary Soto, en su poema “Black Hair”, escribe sobre jugar beisbol siendo niño, al decir: “Yo era brillante con mi cuerpo”. La escogencia de la palabra “brillante” es deliberada, dado que esta palabra es comúnmente asociada con la extraordinaria agilidad de la mente. Ese día de julio de 1956, Roberto Clemente fue brillante en cuerpo y mente. Ël no solo golpeó la pelota hasta 450 pies y luego voló por las bases. Ni solo venció la pelota, al desplazar sus brazos y piernas. Para lograr su hecho sin precedentes, Clemente tuvo que hacer un número de cálculos de fracciones de segundo que involucraba las dimensiones del estadio, la trayectoria de la pelota luego que esta se estrellara en la pared, la posición de los jardineros, la precisión de los tiros de relevo, su propia velocidad en las bases, y los gestos de su manager para que se detuviera, los cuales él ignoró porque sabía que sus cálculos instantáneos eran correctos. Hizo todo eso con la precisión de un asesino a sueldo. Aunque los tradicionalistas del universo del beisbol a menudo gruñen acerca de “jugar bien el juego”, lo cual incluye pararse en tercera base cuando es ordenado, la vieja guardia también demuestra un aprecio más grande por los intangibles que quienes reducirían cada momento en el diamante a un acrónimo estadístico. Mi padre y mi madre me hablaban de Jackie Robinson y Willie Mays no en términos de promedio de bateo o jonrones o triunfos por encima del remplazo (Wins Above Replacement), sino en términos de excitación. Robinson amagaba y amenazaba con despegarse desde primera base y los pitchers se ponían nerviosos con el estilo veloz importado de las ligas negras. Mays realizaba una atrapada de canasta y su gorra volaba. Cuando los Mets llevaron de vuelta a Nueva York el beisbol en la Liga Nacional en 1962, mis padres me llevaron a Polo Grounds, a la edad de cinco años para ver a los Mets jugar ante los Gigantes, no para aupar a los Mets, sino para presenciar el arte de Willie Mays jugando el jardín central. La acusación más común enfrentada hoy por el beisbol es esta: Es aburrido. Mientras podemos ser tentados a despreciar esos cargos como expresiones de filisteos sedientos de sangre, su atención se desplaza atraída por el futbol americano y los video juegos, permanece el hecho de que hay más boletos y ponches que nunca, lo cual, tiene serias implicaciones en el desarrollo del beisbol. En un artículo de Sports Illustrated llamado “Generation K”, Tom Verducci escribe: “En esta época de tecnología, mientras las personas buscan entretenimiento en cualquier lugar y rápidamente, los ponches, especialmente junto a sus mellizos los boletos, están succionando la acción de los juegos de beisbol. La temporada pasada, 27.8 % de las apariciones al plato terminaron sin la pelota en juego, un tope de todos los tiempos…En los últimos dos innings de un juego de beisbol casi uno de cada tres bateadores falla en poner la pelota en juego. “¿Por qué no tenemos más aficionados?” pregunta un ejecutivo de equipo. “Tal vez porque la parte más excitante del juego es cuando la pelota está en juego. Y no tenemos suficientes pelotas en juego. Es ridículo”. Un jonrón de bases llenas dentro del parque para ganar el juego es la última refutación del argumento de que el beisbol es aburrido. La descripción del Pittsburgh Post-Gazette sigue repitiendo: “la multitud de 12.431 aficionados se atontó de excitación”. El beisbol puede usar toda la excitación que pueda, por atontamiento u otra manera. Subestimamos la excitación del beisbol precisamente porque no podemos cuantificarla. No hay una categoría llamada “Mas Jugadas en una Temporada que Erizaron los Vellos de la Nuca”. Necesitamos el espíritu de Clemente hoy, el arte de su “arrancada superintensa”. Clemente, como Robinson, como Mays, entendía el beisbol como un gran drama, una forma de teatro de improvisación intensa, con episodios de acción furiosa impactando la tranquilidad. Por lo tanto, el legado de Clemente en el terreno trasciende el promedio vitalicio de .317, los 3000 imparables, los cuatros títulos de bateo, los doce guantes de oro y la inducción al Salón de la Fama. Recuerdo una atrapada saltando contra la pared del jardín derecho para salvar un juego sin hits ni carreras de Bob Moose contra los Mets en 1969. Recuerdo sus tiros de aire desde el jardín derecho, girando como un lanzador de disco en los Juegos Olímpicos- Recuerdo como demolió a los Orioles de Baltimore en la Serie Mundial de 1971, asestando el golpe de gracia con un jonrón en el séptimo juego. Lo que Roberto Clemente logró el 25 de julio de 1956 en Pittsburgh, dejó estupefactos a los mascadores de tabaco del beisbol precisamente porque eso trascendía al beisbol, penetrando el alma del teatro puro y del mito. Aún su desafío a la autoridad ese día, corriendo a pesar de las señas de Bobby Bragan, fortalece la calidad de la leyenda. Traducción: Alfonso L. Tusa C.

lunes, 31 de octubre de 2016

Desde un piso compartido de Dartmouth, una ascensión para Alexi Pappas y Kyle Hendricks.

Alexi Pappas. The New York Times. 22-10-2016. En 2008, mi primer año en Dartmouth, yo vivía en el tercer piso de Fahey Hall con 15 compañeros de clase seleccionados al azar. Dos de nosotros nos convertiríamos en atletas profesionales: yo, una corredora olímpica, y Kyle Hendricks, quien fue el pitcher ganador del sábado en la noche mientras los Cachorros de Chicago vencían a los Dodgers de Los Angeles para avanzar a su primera Serie Mundial desde 1945. Lo llamábamos Baseball Kyle beisbol porque también teníamos un Hockey Kyle. Nuestro piso de estudiantes de primer año era más atlético que la mayoría. Teníamos una remera, dos nadadores, un jugador de hockey, dos corredores, un jugador de lacrosse, un jugador de beisbol, un jugador de balompié y unas pocas estrellas de deportes intramuros. Siempre admiré a Kyle. Entre a la universidad al comienzo de mi viaje atlético, pero Kyle rechazó la oportunidad de jugar con los Angelinos y en su lugar fue a Dartmouth. Kyle y yo nunca estábamos muy lejos uno del otro. Vivíamos a dos puerta de distancia, y la pista y el terreno de beisbol estaban uno al lado del otro. Hemos alcanzado el pináculo de nuestras carreras atléticas profesionales casi simultáneamente, con Kyle buscando una aparición en la Serie Mundial a solo dos meses de mis primeros Juegos Olímpicos. En la universidad era común que atletas de deportes diferentes entrenaran en el mismo espacio. Recuerdo los helados días invernales de New Hampshire, cuando no se nos permitía correr afuera y en vez de eso corríamos en círculos dentro de Leverone Field House. Mientras tano, Kyle y su equipo de beisbol tenían práctica de lanzamiento y bateo en el mismo espacio. Solo a veces teníamos que evitar pelotas desviadas. Yo veía los juegos de Kyle cuando podía, pero pienso que lo conocí mejor durante el tiempo compartido en Fahey Hall. Kyle era el atleta más humilde y cumplido de nuestro piso. No fue él sino nuestro compañero de piso Ghermayn quien reportaría el premio de Kyle como pitcher de la semana en la Ivy League, como un papá orgulloso. Pero su humildad no significaba que careciera de autoconfianza. Kyle no podía ser convencido de salir un fin de semana si él no quería ir. De esa manera él me mostró como enfrentar ese miedo a fallar que los estudiantes de primer año sienten de manera tan marcada, y que tener una meta era importante. Éramos un piso de puertas muy abiertas. Como Jamie la remera lo dijo, la sala era un andén, un campo de balompié, una sala de danzas, un estudio musical, una mesa de comer. Cuando tratabas de caminar en la sala, siempre había piernas atravesadas porque algunos de nosotros estábamos sentados tratando de estudiar, o pretendiendo tocar guitarra sin saber como. Había una muchacha quien horneaba galletas en nuestra cocina común cada día, estaban los muchachos, quienes siempre merodeaban en la sala (usualmente con pizza), el muchacho que estaba determinado a convertirse en bailarín. Mi compañera de cuarto manejaba un monociclo. Respetábamos y nos divertíamos con las cosas que tratábamos de hacer, aunque cualquier noche, nosotros atletas cansados corríamos el riesgo de ser despertados a las 2 am por un compañero de piso medio desnudo quien había tenido mucha diversión esa noche. Ahora una corredor profesional de distancias largas, a menudo paso tiempo sola, a veces solo con las hojas. Las hojas son maravillosas, y me gusta como cambian, pero las hojas no cambian como las personas, y especialmente no como los muchachos universitarios. Durante nuestro primer año, era intrigante ver como evolucionaba nuestro piso de Fahey. Algunas personas renunciaron a sus deportes y actividades y relaciones de larga distancia y metas principales. Nuestro equipo de hockey intramuros del piso ganó el campeonato, pero la mayoría de nosotros no practica deportes de competencia en la actualidad. Jamie la remera, quien coqueteara brevemente con el profesionalismo, recientemente colgó sus remos de competencia por vez final. Hockey Kyle ahora es el entrenador asistente y director de patrocinio de los Oilers de Okotoks, un equipo de hockey juvenil en Alberta. Ignoro la última vez que Thandar sacó su monociclo. Cada quien progresó a su manera. Eso es lo grande de la universidad. Recibimos el regalo de estar rodeado de personas valientes, curiosas y de ilimitada energía maleable. Balancear el deporte, la academia y la dinámica social en la universidad (especialmente durante el primer año) era retador y asustante en el buen sentido. Eso no fue siempre productivo hacia mis sueños olímpicos, pero ayudó de maneras menos tangibles. De eso es de lo que trata la universidad. Tratamos de crecer hacia las mejores versiones de nosotros. Para Kyle y yo, eso significó seguir nuestros sueños atléticos. Pero si no hubiese sido así, habría estado bien, también. Alexi Pappas, quien compitió en los 10.000 metros por Grecia en los Juegos Olímpicos de Rio de Janeiro, es una corredora profesional, ensayista, actriz y cineasta cuya última película es “Tracktown”. Recientemente ella creó “Speed Goggles” un cortometraje de cinco episodios para The New York Times. Traducción: Alfonso L. Tusa C.

Bill Murray consigue un triunfo de los Cachorros y el premio Mark Twain.

Noah Weiland. The New York Times. 24-10-2016. Washington, D.C..- Querer un premio, dijo una vez Bill Murray, es “como un virus. Es una enfermedad”. El domingo aquí en el Kennedy Center, Mr. Murray fue el recipiente del Mark Twain Prize, uno de los honores más significativos de la comedia. Pero su asistencia estaba en duda. Su equipo favorito de beisbol, los Cachorros de Chicago, necesitaban asegurar su pase a la Serie Mundial la noche anterior, de lo contrario él hubiese estado tentado a faltar a la ceremonia para asistir al juego final de la serie de campeonato de la Liga Nacional. “Estoy feliz de que ellos ganaran anoche para que yo pudiese estar aquí esta noche”, dijo Mr. Murray. “Si ellos no hubieran ganado anoche yo habría tenido que estar allá, porque, honestamente, no confío en el reporte que hacen los medios de los sucesos”. Ubicado en un palco por más de dos horas, Mr. Murray observó con una sonrisa como colaboradores frecuentes y prominentes admiradores le ofrecían tributo. El reía a menudo y reconocía a la audiencia entre actos, gritando “¡Mas!” Los testimonios eran medio en serio medio en broma. David Letterman recordó la vez cuando le dijo a Mr. Murray del venidero bautizo de su pequeño hijo. Una hora después, apareció un paquete de Mr. Murray: Era un faldellín irlandés hecho a mano. La actriz Emma Stone recordó una semana difícil mientras ella tuvo que trabajar en una película con Mr. Murray. Para animarla, Mr. Murray enviaba regalos todos los días, incluyendo el gorro estilo paraguas que la actriz usaba en escena durante su tributo. Otros oradores fueron también expresivos. “Tú y yo fuimos tan cercanos como lo pueden ser dos personas, considerando que uno de ellas eres tú”, dijo Steve Martin en un video tributo. “Bill Murray podía zumbarte al lado de Hoover Dam, y tú decía, ‘¡Hey, Bill Murray!’” dijo Jimmy Kimmel, quien ayudó a abrir el espectáculo. Cortos de “Saturday Night Live” de Mr. Murray y apariciones en películas que resaltaban su encanto excéntrico y sentido de la improvisación. Como dijo el escritor Roy Blunt Jr. durante el programa: “Un guión es una oportunidad de decir algo más”. Aún los cortos de Mr. Murray como él mismo revelaron que tan protean podía ser en la vida real. El actor Bill Hader marcó grandes risas con las fotos de Mr. Murray uniéndose a un juego recreacional de kickball y rompiendo un retrato de bodas. Al final, Mr. Murray fue al escenario a recibir el premio en lo que el describió como una corbata de lacito “Chicago Cub blue”. Habló de la admiración que sentía ese fin de semana en la capital, al ver el Washington Monument desde la Casa Blanca y cenar con Justice Sonia Sotomayor de la Corte Suprema. Y en un saludo emocional a su hermano mayor Brian Doyle-Murray, quien estaba a la mano, le agradeció por su confianza cuando el joven actor era un muchacho desconocido, “Little Murray”, en Second City, el teatro de Chicago donde los dos crecieron en Wilmette, Ill. “La única razón por la que estoy es aquí es por las agallas de mi hermano Brian”, dijo él. “Él ha estado esperando mucho tiempo para oir eso”. El premio anual Mark Twain fue entregado por primera vez a Richard Pryor en 1998 y busca honrar a los comediantes quienes mezclan el comentario social con el género tradicional de la comedia. La ceremonia será transmitida por PBS el viernes en la noche. Traducción: Alfonso L. Tusa.