jueves, 2 de junio de 2016

Cuando el deporte que amas no te corresponde.

Corinne Landrey. The Hard Ball Times. 14-04-2016. La primera rutina diaria propia que recuerdo adoptar fue tomar la página deportiva en el desayuno cada mañana y revisar los box score. Yo decodificaba las columnas tituladas “AB”, “H”, y “R”. Estudiaba las tablas de posiciones y veía a los equipos subir y bajar al ritmo de “Gs y Ps”. Me preguntaba porqué los pitchers con grandes números en la columna de efectividad solo aparecían en un box score cada quinto día. Yo tenía 5 años de edad. Mi amorío de la niñez con el beisbol no es particularmente único. Buscaba oportunidades para comprar barajitas de beisbol en la tienda de barajitas local. Pasé muchas horas jugando a lanzar la pelota cada verano con amigos y con mi papá. Tenía dificultades cada noche al quedarme dormida escuchando la voz de Harry Kalas en el radio que había al lado de mi cama. Yo era virtualmente idéntica a cualquier otro niño que amaba el beisbol con una excepción notable: yo era una niña. Mi realidad como niña quien amaba al beisbol es que a través de mi vida el beisbol ha reforzado constantemente su mensaje de que aunque siempre soy bienvenida como seguidora, el beisbol no es en realidad para mi. El rechazo sutil pero firme del beisbol hacia mi empezó cuando tuve la edad suficiente para jugar en una liga recreacional y, como muchas otras muchachas a lo largo del país, fui urgida a jugar softbol en vez de beisbol. Como niña, no se cuestiona la realidad que te toca vivir y si eso significaba que softbol era lo más cercano que podía llegar a jugar el deporte que yo amaba, así sería. Jugué desde la escuela primaria y a través de la secundaria sin un solo lamento. Me gustaba tener una prueba física de mi amor por el juego, aunque ese no era exactamente el juego. Pero con la perspectiva que proporciona el tiempo y la adultez, estoy impresionada por el absurdo de todo eso. Yo quería al beisbol pero el beisbol no me quería. El mensaje era tan claro como el cristal: El beisbol no es para ti, es para muchachos. Cuando yo estaba en mi último año de escuela secundaria, una estudiante de primer año hizo la prueba de softbol y calificó para el equipo de la escuela. Una de primer año logrando jugar en el equipo titular era tan notable como parece, pero ella no solo hizo el equipo, se convirtió en la campocorto regular. Era extraordinariamente talentosa y yo recuerdo estar celosa por el camino que ella había tomado para llegar hasta ahí. La temporada cuando ella se convirtió en nuestra campocorto regular fue su primera ocasión jugando softbol. ¿Cómo lo consiguió? Ella había rechazado la restricción arbitraria del beisbol para las muchachas por tanto tiempo como fue posible y encontró la manera de jugar beisbol todo el trayecto a través de la escuela media. Cuando llegó a la escuela secundaria, sin embargo, finalmente fue forzada a cambiar su guante de beisbol por uno de softbol porque el beisbol rechazaba seguir aceptándola. Esto no es percibido como algo de poca importancia o como una reacción exagerada a un comentario benigno. Este es un aislamiento real y prevalente desde el juego que las muchachas y, por extensión las mujeres, experimentan. Con este entorno, una retórica como la que usó el manager de los Azulejos, John Gibbons en la primera semana de la temporada solo sirve para profundizar la separación entre las aficionadas y el juego que aman. En respuesta a que su equipo fuera penalizado por un deslizamiento ilegal, Gibbons opinó “tal vez usaremos vestidos mañana. Tal vez eso es lo que todos están buscando”. Este no es solo un comentario, sino parte de un aparentemente patrón infinito de conducta en el beisbol en el cual la femineidad es presentada como inferior. A pesar de ser forzada a ser una extraña mirando el beisbol, mi amor por el juego nunca ha disminuido. Al crecer en una época dorada de las películas de beisbol, yo devoraba cada cinta de beisbol que podía. A League of Their Own permanece como una de mis películas favoritas de todos los tiempos hasta este día y otras favoritas de la niñez incluían a El Novato del Año, Little Big League, y especialmente, The Sandlot. Yo tenía The Sandlot en VHS y la vi suficientes veces como para aun tenerla memorizada. El romance de la relación entre el beisbol y los niños que lo juegan fue mágica para mi. Y aún así, una de las partes más intensas de la película es un recordatorio de cómo el beisbol es un mundo en el cual no puedo pertenecer por completo. La escena es un tributo a la gran tradición beisbolera de decir groserías y ocurre cuando un arrogante grupo de niños de un equipo famoso llega al solar y reta a nuestros queridos protagonistas a un juego. Nuestro héroe en la escena es Hamilton “Ham” Porter quien encara a un obsesivo idiota en una guerra viciosa de insultos. En caso de que no lo recuerden, aquí está el diálogo: Ham: ¡Ten cuidado, imbécil! Jerk: ¡Cállate, idota!. H: ¡Tarado! J: ¡Come charco! H: ¡Huele nalgas! J: ¡Lame culo! H: ¡Huele peo! J: ¡Tú desayunas mierda de perro! H: ¡Tú mezclas tu cereal con los pellejos de los pies de tu mamá! J: ¡Tú te pones manzanas como senos en el baño… y te gusta! H: ¡Tú juegas como una NIÑA! Y justo con eso, se terminó la pelea. Ham ha lanzado el más vicioso de los insultos viciosos. El idiota grita incrédulo que alguien se atreva a comparar sus habilidades con las de una niña. Solo es una broma. Lo sé. The Sandlot fue ambientada en los años ’60 cuando una broma a costa de la femineidad estaba entre los tipos de juego más domésticos. Pero como las declaraciones de Gibbons nos recordaron recientemente, las referencias a la femineidad como un rechazo característico no ocurren solo en las bromas de películas de otras épocas, ellas permanecen como parte del beisbol vernáculo moderno ( y de la cultura vernácula estadounidense, en ese tema). Hace un año, el comentarista radial de los Filis y legendario inquilino del Salón e la Fama, Mike Schmidt se refirió a un tiro desviado como “afeminado”. Cuando Jessica Mendoza debutó como analista en la cabina de un juego televisado a nivel nacional por ESPN, los críticos se esmeraron en explicar porque ella no pertenecía allí. Los comentarios de Gibbons no fueron un tropiezo descuidado, fueron los últimos en una larga línea de lenguaje divisorio en el juego. Luego de recibir críticas por su comentario, Gibbons dijo “el mundo necesita bajar la intensidad un poco”. Esta es una respuesta común. Después de todo, estas son solo bromas o alusiones de bromas acerca de cómo… Bien, aquí está la cosa, ¿Cuál es exactamente la anécdota? ¿Cuál es la broma? ¿Qué la femineidad es débil e inferior? Nombre las personas más fuertes que conoce. La lista de cada quien variará pero muchas respuestas incluyen “mi esposa”, “mi mamá”, “mi abuela”. Todos conocemos o hemos conocido mujeres fuertes, así que no puede haber nada que niegue que las mujeres sean fuertes. Si esa no es la broma, entonces, tiene que ser que las mujeres son atletas inferiores ¿cierto? He visto muchos deportes en mi vida y disfrutado momentos heroicos desde jonrones decisivos hasta atrapadas fantasmales hasta canastas al filo del reloj, pero si me pidieran que nombrara la actuación más contundente o corajuda que he visto, no hay duda de cual momento vendría primero a mi mente. Durante los Juegos Olímpicos de verano de 1996, el equipo de gimnasia femenina de Estados Unidos estaba a un evento de asegurar una medalla de oro en la competencia de conjuntos. Luego de algunos errores de sus compañeras, Kerri Strug se paró frente al potro como la competidora final. Si ella tenía éxito, el equipo ganaría el oro, pero si fallaba, el equipo ruso se convertiría en campeón olímpico. Luego de lesionarse el tobillo en el primer intento, Strug cojeó hacia su posición para hacer su segundo intento. El resto es historia: Ejecutó una maniobra gimnástica de clase mundial en un pie en el momento más importante de una carrera que hasta la fecha permanece entre los logros atléticos más asombrosos que haya visto. Y eso fue realizado por una muchacha de 18 años de edad hace 20 años. En la actualidad, una de las principales contendientes por el título arbitrario del atleta más dominante del mundo es la tenista Serena Williams. Ella es totalmente eléctrica en la cancha y tiene 21 campeonatos individuales de grand slam, una superestrella si alguna vez hubo una. Cualquier discusión de los equipos deportivos estadounidenses más grandes estaría incompleta sin mencionar el conjunto femenino de baloncesto de la University of Connecticut. A principios de este mes, UConn vencía a sus oponentes en el torneo NCAA 554 por 305 en vía de asegurar su cuarto título nacional consecutivo y décimo desde 2000. Su actual seguidilla de 75 victorias se debe a un despliegue de dominio atlético que es inspirador. Podríamos pasar todo el día enumerando los asombrosos logros atléticos de las mujeres. Así que de eso no puede tratar la broma tampoco. Lo cual nos lleva a esta verdad inconveniente: la femineidad como anécdota deportiva simplemente no es divertida. ¿Por qué se sigue escribiendo la retórica sin base e insultante de “solo una broma” cuando es completamente claro que no hay ninguna broma siendo hecha? Ese es un lenguaje derivado de una cultura en la cual la masculinidad es injustificadamente mantenida por encima como un ideal atlético sobre la femineidad y eso debe parar. “Si estas bromas no son divertidas, ¿por qué no las ignoras?” He pasado mi vida entera subestimando el hecho de que el sexismo esta tejido en la tela del beisbol. Nadie me excluyó intencionalmente empujándome a jugar softbol en vez de beisbol o de hacer bromas a costa de mi género. Eso no fue personal. Pero es un hecho que existe en la cultura deportiva y ha impactado la relación entre el beisbol y sus seguidoras. Como mecanismo de auto-defensa, siempre he dejado de lado los comentarios sexistas y continuaré haciéndolo, pero antes de seguir adelante es crítico condenar estos comentarios cuando son hechos. Si el comentario de los “vestidos” de Gibbons fuera solo un incidente, no merecería segundos comentarios, pero ese no es el caso que enfrentamos. No hablamos de una opinión aislada o de un puñado de opiniones aisladas. Hablamos de una extensa cultura deportiva la cual permite el sexismo casual y refuerza una y otra vez que la presencia de sus seguidoras en el beisbol no sea tan válida como la de sus contrapartes masculinos. No hay fanaticada de beisbol “correcta” o “superior”. Mi historia no es más o menos válida que la de cualquier otro aficionado porque la mía sea la de un amor de toda la vida por el deporte. Hay aficionados de toda la vida, aficionados casuales, y recién llegados al deporte. Hay aficionados de diferentes géneros, razas, orientaciones sexuales y entornos socioeconómicos. Una hermosa consecuencia del hecho de que el beisbol es un deporte tan brillante que atrae una amplia variedad de personas en diferentes etapas de sus vidas. Toda fanaticada es válida y el mundo del beisbol es más que lo suficientemente grande para recibir y alentar todos los tipos de aficionados. Major League Baseball se asocia y promueve iniciativas de beisbol juvenil para ayudar a adoptar el amor por el juego en personas que descubren el juego a una joven edad. Los equipos reciben aficionados que vienen de diferentes comunidades a eventos tales como Irish Heritage Night o African-American Heritage Night o Pride Night. Hay programas de extensión y educación para ayudar a motivar a los adultos que apenas descubren el juego y hay programas diseñados para conectar a las aficionadas con el beisbol. Estos son ejemplos fantásticos de las maneras en las cuales el beisbol está tomando acciones para construir un ambiente inclusivo, pero eso no es suficiente. Mientras la institución del beisbol ha hecho grandes avances para llegar hasta los diferentes tipos de amantes del juego, las caras del beisbol, jugadores, managers, y comentaristas, aún no han mostrado disposición para comprometerse con medidas similares de inclusión. Los comentarios de John Gibbons son solo los más recientes en una línea constante y estable de retórica acéfala que ha permeado al beisbol en toda su existencia. Si la intención era disminuir el valor de las mujeres en el beisbol es irrelevante. Sus comentarios no ocurrieron en un lugar aislado, sino en el gran contexto de una cultura beisbolera que estable y consistentemente ha reforzado el hecho de que ese juego no es para mujeres. Necesitamos dejar de disimular la marginalización de un gran grupo de aficionados con la excusa de “es solo una broma” y enfocarnos en continuar construyendo una cultura que muestre decencia y prácticas inclusivas hacia todos sus aficionados. Acerca de Corinne Landrey: Escribe acerca de los Filis de Filadelfia en Crashburn Alley. Traducción: Alfonso L. Tusa C.

martes, 31 de mayo de 2016

El beisbol que conocí

A medida que transcurre el tiempo lo único que persiste del juego que conocí, son sus bases estructurales: nueve episodios, tres outs, tres strikes, cuatro bolas, gana quien anote más carreras. En el juego que conocí, el pitcher bateaba y a pesar de que ocupaba generalmente el noveno turno de la alineación, en muchos casos era capaz de estrellar la pelota de la cerca o sacarla del parque, robar una base o correr todas las bases para apuntarse un jonrón dentro del parque. Con respeto de los grandes peloteros que terminaron en ese rol, ahora hay que cargar con ese monumento del trabajo a medio tiempo que es el bateador designado, por más que intente ejercitarse o meterse en el juego desde el dugout, siempre será otro integrante de la banca a medio tiempo. Cuando llegaba al estadio disfrutaba dos o tres naranjas al natural que vendían en la entrada, a menos que se lleven desde la casa, eso se terminó, ahora solo se encontrará alimentos procesados o preparados sobre la marcha. También me encontraba a dos o tres tipos con una bolsa de chapas o cartones, gritaban “Fulano paga”. Metían la mano en la bolsa y decían tercera base visitador o catcher home club. Subía la tribuna y casi nunca acertaba, la única vez que gané encontré al vendedor comprando una arepa fuera de la tribuna. Disculpa mi pana, ya iba a subir a llevarte tu premio. Los pitchers lanzaban nueve, diez, doce y hasta quince innings o más en un juego desde el beisbol amateur y si les tocaba correr las bases desde primera base hasta el plato, luego aparecían para el cierre del inning con su mejor disposición. Ahora les cuidan el brazo, con tal paranoia que cada vez mas los sacan del juego cuando todavía tienen mucho en la bola y ni siquiera llegan a los noventa pitcheos. Los pitchers salían a buscar elevados y roletazos por sus predios del montículo, se preparaban para eso. Ahora la mayoría se aparta para que venga el receptor o los jugadores del cuadro a realizar la jugada, cada vez están más encasillados en lanzar la pelota hacia el plato a una velocidad exagerada cuando lo importante es la ubicación y el ángulo del lanzamiento. En conteo de 0 bolas y dos strikes muy rara vez un pitcher venía por el medio, la práctica era bordear la zona o lanzar contra el piso, o alto y afuera. Ahora es impresionante como varios lanzadores dejan la pelota sobre el plato en 0 y 2. En la jugada de dobleplay, el segunda base o el campocorto pivoteaban en un salto para evitar la barrida del corredor. Ahora se salen de la base y pierden fracciones de segundo que pudieran ser claves en la consumación de la jugada. Los peloteros entraban y salían corriendo al terreno de juego, ahora solo algunos lo hacen. Los pitchers sabían lanzar con tal precisión adentro que era normal la cantidad de lanzamientos en esa zona y por tanto más difícil para los bateadores ejecutar su trabajo. Ahora si un lanzador asoma un envío cercano al bateador, el árbitro casi de inmediato le hace una advertencia de expulsión. El locutor interno se remitía a indicar el bateador de turno, los cambios de lanzadores y otros jugadores. Ahora parece más un animador de feria popular en el lugar menos apropiado, por cuanto rompe el encanto de seguir la estrategia del juego con los sonidos de fondo de estadio (los gritos de los vendedores, las discusiones de los fanáticos, el silencio de la conversación entre el pitcher y su receptor, la tensión de un blanqueo, la magia de un sin hits ni carreras). Muchos peloteros regresaban a jugar luego de algún golpe fuerte en una jugada, cuando todo parecía indicar que esos pelotero saldrían del juego porque se los habían llevado en camilla, regresaban como si nada aun cuando le hubiesen podido tomar puntos de sutura internos y externos en el dugout. Los peloteros pasaban un tiempo firmando autógrafos y conversando con los aficionados antes de los juegos. Ahora apenas si miran a las tribunas. Había mucha práctica de squeeze play, bateo y corrido, mover los corredores con elevados a los jardines o al extremo contrario del cuadro, se dragaba la pelota entre el pitcher y el segunda base. Ahora todo se reduce al batazo largo o el linietazo, o en su defecto el ponche. Cuando un corredor llegaba a primera base, se mantenía silencioso buscando los movimientos del pitcher, explorando las señas del catcher, intentando descubrir alguna escaramuza del primera base, en ningún momento se descuidaba hablando con el contrincante. Al terminar cada juego había una especie de tribunal que llamaban la “corte de los canguros”, allí se trataban todos los errores cometidos durante el juego y cada pelotero debía pagar una multa de acuerdo a la gravedad del error, cada vez que lo recaudado llegaba a cierta cantidad, entre los peloteros decidían si el dinero lo destinaban para apoyar a los niños pobres y enfermos o si organizaban una fiesta entre ellos si el equipo estaba jugando bien. Los juegos dominicales empezaban a las once de la mañana y eran toda una compañía en el trayecto desde la casa a la playa, el encuentro con la familia materna, los preparativos del almuerzo, cada entrada al mar se veía seguida por una salida cuando la brisa traía algún requiebre emocional de la voz del narrador en la transmisión radial. Cada quince días había un juego sabatino en el estadio Cesar Nieves de Catia La Mar, empezaba a la 1 p.m. y nos sorprendía buscando la emisora que transmitía el juego entre las sombras del limonero del pasillo posterior de la casa de mis padres, unos sábados se sintonizaba mejor justo al pie del limonero, otros al fondo del pasillo, debajo de los bloques de dibujo. Allí la fruición por saber del juego, nos hacía olvidar las picadas de las más coloradas hormigas, la inclemencia solar y hasta los picotazos de algún cucarachero que sentía invadido su territorio. Los managers estaban pendientes de los mínimos detalles beisboleros o personales de sus peloteros y tan pronto se violaba una norma del equipo había una reunión inmediata para subsanarla. En muchas ocasiones los equipos se las ingeniaban para hacer carreras sin imparables, el primer bateador negociaba boleto, robaba segunda base, pasaba a tercera con toque delante del plato hacia los predios de tercera base, y anotaba con elevado de sacrificio hacia el jardín derecho. Entonces el pitcher se encargaba de dominar a los contrarios por nueve episodios, casi nunca se escuchaba una queja de sus compañeros o los periodistas en referencia a que el pitcher no había recibido respaldo ofensivo, porque había conciencia de la calidad de los lanzadores. Si había corredores en base y conectaban un batazo profundo a los jardines, el pitcher corría para hacer la asistencia detrás de tercera base o del plato según fuese el caso y en muchas ocasiones realizaban outs sorprendentes. Muy rara vez se veía que un pitcher viniera por el medio del plato cuando un bateador tenía conteo de 0 bolas y dos strikes. Lo más cercano que venían del plato eran lanzamientos a las esquinas. Si un bateador hacía swing y le salía un ratoncito delante del plato igual corría como si fuese asunto de vida o muerte. Si por alguna razón el bateador no corría, el manager lo sancionaba y era posible que no estuviera en la alineación del juego siguiente. Un pitcher dominante no era el que ponchaba más rivales, era quién hacía más outs con menos lanzamientos. Cuando un lanzador perdía algo de velocidad en sus envíos, no era una tragedia, simplemente era la oportunidad de demostrar que era un pitcher de verdad, que podía sobrevivir colocando la pelota alrededor de la zona de strike. Los catchers corrían con cada roletazo al cuadro para hacer la asistencia detrás de primera base. Luego de una derrota dolorosa, los peloteros podían pasar casi una hora sentados en el dugout, con el guante en las manos, intentando descifrar donde había estado la razón del error cometido. El segundo bateador de la alineación, en muchas ocasiones, tocaba la pelota, negociaba base por bolas, bateaba hacia el lado derecho del terreno, con el propósito de adelantar al corredor, también era capaz de batear líneas cortas y hasta sacar la pelota del parque cuando era necesario. Muy pocas veces los managers hacían configuraciones defensivas específicas para determinado bateador, por lo general cada pelotero se ubicaba de acuerdo a lo que su experiencia e intuición le indicaban del momento y las características de cada bateador. Alfonso L. Tusa C.

Esquina de las Barajitas: Dick McAuliffe.

Bruce Markusen. 04 de septiembre de 2009. Nunca he conocido o entrevistado a Dick McAuliffe, pero su rostro siempre me ha recordado alguien famoso del Hollywood de los años ’30 o ’40. Tal vez por eso sus compañeros de equipo lo llamaban “Muggsy”. Con esa apariencia oscura y esas cejas pobladas, ambas muy evidentes en su barajita final de Topps en 1974, parecía un pandillero de una película de Edward G. Robinson. O quizás podría tener un giro más ligero como uno de los Bowery Boys (“Slip” y “Sach”) de Leo Gorcey y Huntz Hall. No era solo el rostro de McAuliffe lo que era distintivo entre los jugadores de ligas mayores. No podría haber existido un bateador entre los años ’60 y ’70 con un estilo de bateo más inusual que el de McAuliffe. Tenía una forma de pararse en el plato tan abierta que prácticamente quedaba de frente al pitcher, como una versión zurda de un pelotero más reciente, el antíguo tercera base de los Orioles y Azulejos, Tony Batista. Mientras veía al pitcher, McAuliffe mantenía el bate ridículamente alto en el aire, tan alto que parecía una caricatura de un estilo de bateo de ligas mayores. Mantenía el bate tan arriba de su cabeza que dejaba a Carl Yastrzemski y Bobby Tolan, otros dos que mantenían alto el bate, en vergüenza total. Mientras el pitcher lanzaba la pelota, McAuliffe bajaba sus manos y levantaba su pierna derecha hacia el plato, al estilo del gran Mel Ott. El estilo de bateo de McAuliffe era tan peculiar que a menudo era imitado por los jóvenes aficionados de la época, a quienes también les gustaba el movimiento rítmico de aspas de molino con que Willie Stargell movía el bate, y el aleteo de pollo de Joe Morgan con su codo. El estilo de bateo y los rasgos faciales de McAuliffe solapaban otra realidad significativa: Él era un jugador muy bueno. Lleno de intensidad y firmeza (tenía que tener firmeza con ese rostro), se convirtió en uno de los héroes anónimos de varios equipos muy buenos de los Tigres. Aunque usualmente estaba a la sombra de estrellas más populares como Norm Cash, Willie Horton y el inquilino del Salón de la Fama, Al Kaline, McAuliffe jugó un papel clave como abridor de la alineación y segunda base. No era el abridor prototipo d los años ’60; muchos de los bateadores abridores de esa época tenían altos promedios de bateo y habilidad para robar bases. McAuliffe no sobresalía en ninguna de esas areas. Su juego se basaba más en la habilidad para negociar boletos y subir su porcentaje de embasado significativamente por encima de su mediocre promedio de bateo. Dos veces logró más de 100 boletos en una temporada y regularmente pasaba de 60 pasajes gratis en una campaña. Tambien bateaba con cierto poder para un infielder del medio del terreno, a menudo despachaba de 15 a 20 jonrones por año, una rareza para un segunda base de ese tiempo. Y jugaba la intermedia muy bien, combinaba buenas manos con el alcance de un campocorto y habilidad para hacer el dobleplay. Dada su abundancia de fortalezas en ambos aspectos del juego, McAuliffe era una joya sabermétrica en una época cuando tal cosa no era tan utilizada como lo es hoy. La mayor parte de los años ’60, McAuliffe llenó un papel importante como baluarte de los Tigres. Siguió siendo un pelotero clave mientras el equipo mejoraba, hasta convertirse en eventuales campeones mundiales. Como abridor de los Tigres durante su temporada de campeonato en 1968, Muggsy probó ser productivo y confiable, al liderar la Liga Americana con 95 carreras anotadas mientras no bateó para dobleplay ni una vez. McAuliffe se mantuvo con los Tigres por cinco temporadas más. Mientras envejecía a principios de los años ’70, eventualmente fue alternado con otro veterano segunda base, Tony Taylor. Aunque había declinado claramente a los 32 años de edad, Muggsy fue parte del memorable equipo de 1972 que Billy Martin guió al título de este de la Liga Americana antes de sufrir una dura derrota en el playoff ante los eventuales campeones mundiales Atléticos de Oakland. En 1973, McAuliffe rebotó ofensivamente, bateó 12 jonrones y se embasó 36 porciento del tiempo compartiendo el tiempo de juego con Taylor. Al elevar su valor de cambio, los Tigres negociaron a McAuliffe a los Medias Rojas por Ben Oglivie, para ese momento un joven bateador quien tenía dificultades para conseguir un puesto de regular en los jardines repletos de Boston. Oglivie mostraría chispazos de poder en cuatro temporadas con Detroit, pero la partida de McAuliffe dejó la segunda base en las manos sobreexigidas de Gary Sutherland. McAuliffe no sería reemplazado adecuadamente hasta la llegada en 1977 de un novato llamado Lou Whitaker. El cambio a Boston le permitió a McAuliffe jugar cerca de su pueblo de Farmington, Conn. Eso también le dio la oportunidad de estrellar la pelota regularmente contra el monstruo verde de Fenway Park. Desafortunadamente, las piernas de McAuliffe empezaron a fallarle, tanto en el campo como en el plato. Participó en 100 juegos en 1974, pero eventualmente perdió el puesto de titular con el joven y más atlético Doug Griffin. Después de la temporada, los Medias Rojas le dieron a McAuliffe su libertad incondicional. Con su carrera aparentemente terminada, los Medias Rojas le dieron un respiro y lo llevaron de vuelta a Boston en agosto de 1975. McAuliffe con 35 años apareció en siete juegos, pero quedó fuera del roster de postemporada, perdiendo la oportunidad de jugar en aquella legendaria Serie Mundial contra Cincinnati. Aún así, los Medias Rojas no olvidaron al popular McAuliffe. Aunque él solo había jugado unos pocos juegos en agosto y septiembre, los patirrojos lo premiaron con un anillo de campeones de la Liga Americana, el mismo anillo que le entregaron a Yaz, Carlton Fisk, y Luis Tiant. McAuliffe merecía ese anillo como un tipo de reconocimiento vitalicio. Nada menos que una autoridad como Bill James ha catalogado a McAuliffe como el vigésimosegundo mejor segunda base de todos los tiempos. Eso no es suficiente para llevarlo al Salón de la Fama, pero coloca a McAuliffe solo a un par de escalones por debajo de Cooperstown. Si fue su subestimada efectividad como pelotero, o su extraño estilo de bateo, o esa cara legendaria, Muggsy siempre será un pelotero memorable para este autor también. Acerca de Bruce Markusen Bruce Markusen es el gerente de Digital and Outreach Learning at the National Baseball Hall of Fame. Ha escrito siete libros de beisbol, incluyendo biografías de Roberto Clemente, Orlando Cepeda y Ted Williams, y A Baseball Dynasty: Charlie Finley’s Swingin’ A`s, el cual fue premiado con la Seymour Medal de SABR. Traducción: Alfonso L. Tusa C.