martes, 31 de mayo de 2016
Esquina de las Barajitas: Dick McAuliffe.
Bruce Markusen. 04 de septiembre de 2009.
Nunca he conocido o entrevistado a Dick McAuliffe, pero su rostro siempre me ha recordado alguien famoso del Hollywood de los años ’30 o ’40. Tal vez por eso sus compañeros de equipo lo llamaban “Muggsy”. Con esa apariencia oscura y esas cejas pobladas, ambas muy evidentes en su barajita final de Topps en 1974, parecía un pandillero de una película de Edward G. Robinson. O quizás podría tener un giro más ligero como uno de los Bowery Boys (“Slip” y “Sach”) de Leo Gorcey y Huntz Hall.
No era solo el rostro de McAuliffe lo que era distintivo entre los jugadores de ligas mayores. No podría haber existido un bateador entre los años ’60 y ’70 con un estilo de bateo más inusual que el de McAuliffe. Tenía una forma de pararse en el plato tan abierta que prácticamente quedaba de frente al pitcher, como una versión zurda de un pelotero más reciente, el antíguo tercera base de los Orioles y Azulejos, Tony Batista.
Mientras veía al pitcher, McAuliffe mantenía el bate ridículamente alto en el aire, tan alto que parecía una caricatura de un estilo de bateo de ligas mayores. Mantenía el bate tan arriba de su cabeza que dejaba a Carl Yastrzemski y Bobby Tolan, otros dos que mantenían alto el bate, en vergüenza total. Mientras el pitcher lanzaba la pelota, McAuliffe bajaba sus manos y levantaba su pierna derecha hacia el plato, al estilo del gran Mel Ott. El estilo de bateo de McAuliffe era tan peculiar que a menudo era imitado por los jóvenes aficionados de la época, a quienes también les gustaba el movimiento rítmico de aspas de molino con que Willie Stargell movía el bate, y el aleteo de pollo de Joe Morgan con su codo.
El estilo de bateo y los rasgos faciales de McAuliffe solapaban otra realidad significativa: Él era un jugador muy bueno. Lleno de intensidad y firmeza (tenía que tener firmeza con ese rostro), se convirtió en uno de los héroes anónimos de varios equipos muy buenos de los Tigres. Aunque usualmente estaba a la sombra de estrellas más populares como Norm Cash, Willie Horton y el inquilino del Salón de la Fama, Al Kaline, McAuliffe jugó un papel clave como abridor de la alineación y segunda base.
No era el abridor prototipo d los años ’60; muchos de los bateadores abridores de esa época tenían altos promedios de bateo y habilidad para robar bases. McAuliffe no sobresalía en ninguna de esas areas. Su juego se basaba más en la habilidad para negociar boletos y subir su porcentaje de embasado significativamente por encima de su mediocre promedio de bateo. Dos veces logró más de 100 boletos en una temporada y regularmente pasaba de 60 pasajes gratis en una campaña. Tambien bateaba con cierto poder para un infielder del medio del terreno, a menudo despachaba de 15 a 20 jonrones por año, una rareza para un segunda base de ese tiempo. Y jugaba la intermedia muy bien, combinaba buenas manos con el alcance de un campocorto y habilidad para hacer el dobleplay. Dada su abundancia de fortalezas en ambos aspectos del juego, McAuliffe era una joya sabermétrica en una época cuando tal cosa no era tan utilizada como lo es hoy.
La mayor parte de los años ’60, McAuliffe llenó un papel importante como baluarte de los Tigres. Siguió siendo un pelotero clave mientras el equipo mejoraba, hasta convertirse en eventuales campeones mundiales. Como abridor de los Tigres durante su temporada de campeonato en 1968, Muggsy probó ser productivo y confiable, al liderar la Liga Americana con 95 carreras anotadas mientras no bateó para dobleplay ni una vez.
McAuliffe se mantuvo con los Tigres por cinco temporadas más. Mientras envejecía a principios de los años ’70, eventualmente fue alternado con otro veterano segunda base, Tony Taylor. Aunque había declinado claramente a los 32 años de edad, Muggsy fue parte del memorable equipo de 1972 que Billy Martin guió al título de este de la Liga Americana antes de sufrir una dura derrota en el playoff ante los eventuales campeones mundiales Atléticos de Oakland.
En 1973, McAuliffe rebotó ofensivamente, bateó 12 jonrones y se embasó 36 porciento del tiempo compartiendo el tiempo de juego con Taylor. Al elevar su valor de cambio, los Tigres negociaron a McAuliffe a los Medias Rojas por Ben Oglivie, para ese momento un joven bateador quien tenía dificultades para conseguir un puesto de regular en los jardines repletos de Boston. Oglivie mostraría chispazos de poder en cuatro temporadas con Detroit, pero la partida de McAuliffe dejó la segunda base en las manos sobreexigidas de Gary Sutherland. McAuliffe no sería reemplazado adecuadamente hasta la llegada en 1977 de un novato llamado Lou Whitaker.
El cambio a Boston le permitió a McAuliffe jugar cerca de su pueblo de Farmington, Conn. Eso también le dio la oportunidad de estrellar la pelota regularmente contra el monstruo verde de Fenway Park. Desafortunadamente, las piernas de McAuliffe empezaron a fallarle, tanto en el campo como en el plato. Participó en 100 juegos en 1974, pero eventualmente perdió el puesto de titular con el joven y más atlético Doug Griffin. Después de la temporada, los Medias Rojas le dieron a McAuliffe su libertad incondicional.
Con su carrera aparentemente terminada, los Medias Rojas le dieron un respiro y lo llevaron de vuelta a Boston en agosto de 1975. McAuliffe con 35 años apareció en siete juegos, pero quedó fuera del roster de postemporada, perdiendo la oportunidad de jugar en aquella legendaria Serie Mundial contra Cincinnati. Aún así, los Medias Rojas no olvidaron al popular McAuliffe. Aunque él solo había jugado unos pocos juegos en agosto y septiembre, los patirrojos lo premiaron con un anillo de campeones de la Liga Americana, el mismo anillo que le entregaron a Yaz, Carlton Fisk, y Luis Tiant.
McAuliffe merecía ese anillo como un tipo de reconocimiento vitalicio. Nada menos que una autoridad como Bill James ha catalogado a McAuliffe como el vigésimosegundo mejor segunda base de todos los tiempos. Eso no es suficiente para llevarlo al Salón de la Fama, pero coloca a McAuliffe solo a un par de escalones por debajo de Cooperstown. Si fue su subestimada efectividad como pelotero, o su extraño estilo de bateo, o esa cara legendaria, Muggsy siempre será un pelotero memorable para este autor también.
Acerca de Bruce Markusen
Bruce Markusen es el gerente de Digital and Outreach Learning at the National Baseball Hall of Fame. Ha escrito siete libros de beisbol, incluyendo biografías de Roberto Clemente, Orlando Cepeda y Ted Williams, y A Baseball Dynasty: Charlie Finley’s Swingin’ A`s, el cual fue premiado con la Seymour Medal de SABR.
Traducción: Alfonso L. Tusa C.
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