martes, 31 de mayo de 2016

El beisbol que conocí

A medida que transcurre el tiempo lo único que persiste del juego que conocí, son sus bases estructurales: nueve episodios, tres outs, tres strikes, cuatro bolas, gana quien anote más carreras. En el juego que conocí, el pitcher bateaba y a pesar de que ocupaba generalmente el noveno turno de la alineación, en muchos casos era capaz de estrellar la pelota de la cerca o sacarla del parque, robar una base o correr todas las bases para apuntarse un jonrón dentro del parque. Con respeto de los grandes peloteros que terminaron en ese rol, ahora hay que cargar con ese monumento del trabajo a medio tiempo que es el bateador designado, por más que intente ejercitarse o meterse en el juego desde el dugout, siempre será otro integrante de la banca a medio tiempo. Cuando llegaba al estadio disfrutaba dos o tres naranjas al natural que vendían en la entrada, a menos que se lleven desde la casa, eso se terminó, ahora solo se encontrará alimentos procesados o preparados sobre la marcha. También me encontraba a dos o tres tipos con una bolsa de chapas o cartones, gritaban “Fulano paga”. Metían la mano en la bolsa y decían tercera base visitador o catcher home club. Subía la tribuna y casi nunca acertaba, la única vez que gané encontré al vendedor comprando una arepa fuera de la tribuna. Disculpa mi pana, ya iba a subir a llevarte tu premio. Los pitchers lanzaban nueve, diez, doce y hasta quince innings o más en un juego desde el beisbol amateur y si les tocaba correr las bases desde primera base hasta el plato, luego aparecían para el cierre del inning con su mejor disposición. Ahora les cuidan el brazo, con tal paranoia que cada vez mas los sacan del juego cuando todavía tienen mucho en la bola y ni siquiera llegan a los noventa pitcheos. Los pitchers salían a buscar elevados y roletazos por sus predios del montículo, se preparaban para eso. Ahora la mayoría se aparta para que venga el receptor o los jugadores del cuadro a realizar la jugada, cada vez están más encasillados en lanzar la pelota hacia el plato a una velocidad exagerada cuando lo importante es la ubicación y el ángulo del lanzamiento. En conteo de 0 bolas y dos strikes muy rara vez un pitcher venía por el medio, la práctica era bordear la zona o lanzar contra el piso, o alto y afuera. Ahora es impresionante como varios lanzadores dejan la pelota sobre el plato en 0 y 2. En la jugada de dobleplay, el segunda base o el campocorto pivoteaban en un salto para evitar la barrida del corredor. Ahora se salen de la base y pierden fracciones de segundo que pudieran ser claves en la consumación de la jugada. Los peloteros entraban y salían corriendo al terreno de juego, ahora solo algunos lo hacen. Los pitchers sabían lanzar con tal precisión adentro que era normal la cantidad de lanzamientos en esa zona y por tanto más difícil para los bateadores ejecutar su trabajo. Ahora si un lanzador asoma un envío cercano al bateador, el árbitro casi de inmediato le hace una advertencia de expulsión. El locutor interno se remitía a indicar el bateador de turno, los cambios de lanzadores y otros jugadores. Ahora parece más un animador de feria popular en el lugar menos apropiado, por cuanto rompe el encanto de seguir la estrategia del juego con los sonidos de fondo de estadio (los gritos de los vendedores, las discusiones de los fanáticos, el silencio de la conversación entre el pitcher y su receptor, la tensión de un blanqueo, la magia de un sin hits ni carreras). Muchos peloteros regresaban a jugar luego de algún golpe fuerte en una jugada, cuando todo parecía indicar que esos pelotero saldrían del juego porque se los habían llevado en camilla, regresaban como si nada aun cuando le hubiesen podido tomar puntos de sutura internos y externos en el dugout. Los peloteros pasaban un tiempo firmando autógrafos y conversando con los aficionados antes de los juegos. Ahora apenas si miran a las tribunas. Había mucha práctica de squeeze play, bateo y corrido, mover los corredores con elevados a los jardines o al extremo contrario del cuadro, se dragaba la pelota entre el pitcher y el segunda base. Ahora todo se reduce al batazo largo o el linietazo, o en su defecto el ponche. Cuando un corredor llegaba a primera base, se mantenía silencioso buscando los movimientos del pitcher, explorando las señas del catcher, intentando descubrir alguna escaramuza del primera base, en ningún momento se descuidaba hablando con el contrincante. Al terminar cada juego había una especie de tribunal que llamaban la “corte de los canguros”, allí se trataban todos los errores cometidos durante el juego y cada pelotero debía pagar una multa de acuerdo a la gravedad del error, cada vez que lo recaudado llegaba a cierta cantidad, entre los peloteros decidían si el dinero lo destinaban para apoyar a los niños pobres y enfermos o si organizaban una fiesta entre ellos si el equipo estaba jugando bien. Los juegos dominicales empezaban a las once de la mañana y eran toda una compañía en el trayecto desde la casa a la playa, el encuentro con la familia materna, los preparativos del almuerzo, cada entrada al mar se veía seguida por una salida cuando la brisa traía algún requiebre emocional de la voz del narrador en la transmisión radial. Cada quince días había un juego sabatino en el estadio Cesar Nieves de Catia La Mar, empezaba a la 1 p.m. y nos sorprendía buscando la emisora que transmitía el juego entre las sombras del limonero del pasillo posterior de la casa de mis padres, unos sábados se sintonizaba mejor justo al pie del limonero, otros al fondo del pasillo, debajo de los bloques de dibujo. Allí la fruición por saber del juego, nos hacía olvidar las picadas de las más coloradas hormigas, la inclemencia solar y hasta los picotazos de algún cucarachero que sentía invadido su territorio. Los managers estaban pendientes de los mínimos detalles beisboleros o personales de sus peloteros y tan pronto se violaba una norma del equipo había una reunión inmediata para subsanarla. En muchas ocasiones los equipos se las ingeniaban para hacer carreras sin imparables, el primer bateador negociaba boleto, robaba segunda base, pasaba a tercera con toque delante del plato hacia los predios de tercera base, y anotaba con elevado de sacrificio hacia el jardín derecho. Entonces el pitcher se encargaba de dominar a los contrarios por nueve episodios, casi nunca se escuchaba una queja de sus compañeros o los periodistas en referencia a que el pitcher no había recibido respaldo ofensivo, porque había conciencia de la calidad de los lanzadores. Si había corredores en base y conectaban un batazo profundo a los jardines, el pitcher corría para hacer la asistencia detrás de tercera base o del plato según fuese el caso y en muchas ocasiones realizaban outs sorprendentes. Muy rara vez se veía que un pitcher viniera por el medio del plato cuando un bateador tenía conteo de 0 bolas y dos strikes. Lo más cercano que venían del plato eran lanzamientos a las esquinas. Si un bateador hacía swing y le salía un ratoncito delante del plato igual corría como si fuese asunto de vida o muerte. Si por alguna razón el bateador no corría, el manager lo sancionaba y era posible que no estuviera en la alineación del juego siguiente. Un pitcher dominante no era el que ponchaba más rivales, era quién hacía más outs con menos lanzamientos. Cuando un lanzador perdía algo de velocidad en sus envíos, no era una tragedia, simplemente era la oportunidad de demostrar que era un pitcher de verdad, que podía sobrevivir colocando la pelota alrededor de la zona de strike. Los catchers corrían con cada roletazo al cuadro para hacer la asistencia detrás de primera base. Luego de una derrota dolorosa, los peloteros podían pasar casi una hora sentados en el dugout, con el guante en las manos, intentando descifrar donde había estado la razón del error cometido. El segundo bateador de la alineación, en muchas ocasiones, tocaba la pelota, negociaba base por bolas, bateaba hacia el lado derecho del terreno, con el propósito de adelantar al corredor, también era capaz de batear líneas cortas y hasta sacar la pelota del parque cuando era necesario. Muy pocas veces los managers hacían configuraciones defensivas específicas para determinado bateador, por lo general cada pelotero se ubicaba de acuerdo a lo que su experiencia e intuición le indicaban del momento y las características de cada bateador. Alfonso L. Tusa C.

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