jueves, 27 de octubre de 2016

Despues de 108 años de esfuerzos infructuosos, los fanáticos de los Cachorros no dan nada por sentado.

Billy Witz. The New York Times. 23-10-2016. Chicago.- El sol salió una vez más sobre Lake Michigan temprano el domingo, pero aun en un día crujiente y claro de octubre, el viento de la ciudad de los vientos cesó, la bandera de la “W” sobre la Tribune Tower a un lado del río estaba sin firmeza, como si también necesitara una fuerza. “Te levantas hoy y te preguntas si esto es un sueño”, dijo Mark Peloquin, uno de los muy sufridos y nuevamente animados fanáticos de los Cachorros quienes podrían tener que hacer una descarga psicológica después que los Cachorros avanzaran por primera vez a la Serie Mundial desde 1945 con un triunfo 5-0 sobre los Dodgers de Los Angeles en sábado en la noche. “Pienso que eso viene de haber crecido, esperando y esperando y esperando”, dijo Peloquin. “Y entonces finalmente se consigue lo buscado. Cuando has estado esperando por esto toda la vida, y ahora está aquí, piensas en la gente del pasado quienes no llegaron a verlo, nuestros padres y abuelos”. Peloquin hablaba el domingo en la tarde, lo cual, para muchos fanáticos de los Cachorros, se siente como el comienzo de una nueva época. Algunos fanáticos empezaron su día más temprano que otros. Cuando Wrigley Field finalmente empezó a vaciarse, casi una hora después del juego, la multitud se esparció en los bares del vecindario. Mientras la policía permanecía a lomos de caballo a lo largo de Clark Street, el placer duró hasta las primeras horas de la mañana, con al menos un bar cercano quedándose sin cerveza. Mientras Joan Schmitz caminaba hacia el oeste con su esposo, John, a lo largo de Addison Avenue, casi dos millas hacia su hogar, las cornetas de lo carros sonaban, las personas agitaban sus banderas “W” y las familias salían afuera tocando ollas y cacerolas. “Las personas estaban regresando hacia Wrigley, y decían, ‘Van en la dirección equivocada’”, dijo Schmitz, 64, terapista de psicología infantil. “Por supuesto, ellos tienen 20 años de edad”. Como los fanáticos reaccionaron a la victoria de la noche del sábado, y sus implicaciones, fue, en muchos casos, una división generacional. Para aquellos cuyo interés en los Cachorros se extiende a los pasados 20 años, esa no ha sido una existencia tan sufrida. Los Cachorros han alcanzado los playoffs seis veces desde 1998. Aquellos de mayor edad recuerdan una sequía de 39 años entre la última Serie Mundial y el playoff de 1984. Pero ambos han conocido el dolor de un corazón roto, sea la derrota del séptimo juego de la Serie Mundial de 1945 ante Detroit, o el colapso de 1984 ante San Diego y el de 2003 ante Florida. Jim Etter, 82, es lo suficientemente viejo para recordar al último equipo de los Cachorros que llegó a la Serie Mundial. Recitó la alineación regular: Peanuts Lowrey, Swish Nicholson, Stan Hack, Andy Pafko y así sucesivamente. Etter estaba sentado la noche del sábado con su hijo y nieto antes del sexto juego contra los Dodgers. Capellán en un hospital de Crown Point, Ind., a Etter le gustó la oportunidad de los Cachorros. “Kershaw no camina sobre el agua”, observó él, en referencia al as de los Dodgers Clayton Kershaw, el pitcher perdedor del sábado en la noche. Tal optimismo, sin embargo, es tan efímero en Wrigley Field como el primer pitcheo. Por eso es que los fanáticos, aún con una ventaja 5-0, abuchearon en el octavo inning cuando el manager Joe Maddon trotó hacia el montículo para sacar al pitcher abridor, Kyle Hendricks, quien permitió dos imparables, uno con el primer pitcheo y el otro con el número 88 y final. Apenas si hubo un alma quien no reconociera que el movimiento de Maddon llegó precisamente en el mismo punto, faltando cinco outs del sexto juego de la serie de campeonato de la Liga Nacional de 2003, en el cual Luis Castillo de los Marlins levantó un elevado hacia la línea del jardín izquierdo que el fanático de los Cachorros, Steve Bartman trató de atrapar. “Cuando él sacó a Hendricks, todos decía, ‘Oh, Dios mío, ¿qué estás haciendo?’” dijo Peloquin. “No juegues con el destino”. Así que cuando Carlos Ruiz levantó un elevado por la línea del jardín izquierdo en el noveno inning, que cayó cerca de donde Bartman se había sentado, y entonces sacó un boleto con un out, eso no pasó desapercibido. “Ese es el fanático asustado de los Cachorros”, dijo Schmitz. “Los estábamos blanqueando, estábamos arriba por cinco carreras. Eso debería ser una conclusión tranquilizante. Se puede ver otros juegos de playoff, y se ve que todos están listos para celebrar, pero yo no pienso que alguien pensara en eso. Me gusta que nadie diera nada por sentado”. Como el dueño de los Cachorros, Tom Ricketts, cuya familia adquirió el equipo hace siete años, parado sobre el terreno en medio de una celebración con los peloteros, coaches, empleados y familiares, él dijo que uno de los momentos que permanecería con él fue las lágrimas de alegría de su hija de diez años de edad cuando todo había terminado. Ricketts, cuyo padre fundó la casa de compra-venta de bienes TD Ameritrade, se enamoró de los Cachorros cuando se mudó a Chicago a finales de los años ’80 y se internó en las gradas. Como hace usualmente, Ricketts caminó a través de las gradas hablando con los fanáticos el sábado en la noche, y quizás se emocionó con el momento, prometió hacerse el tatuaje de una “W” si los Cachorros ganaban la Serie Mundial. “Hubo una época cuando este estadio era el parque de pelota más hermoso del beisbol; hubo una época cuando íbamos a la Serie Mundial cada dos años; hubo una época cuando los Cachorros era uno de los equipos dominantes, no en lo que se convirtieron muchas décadas después”, dijo Ricketts, refiriéndose al tiempo cuando los Cachorros llegaron a la Serie Mundial 10 veces en 40 años, y ganaron dos veces. “Pienso que queremos regresar a esa consistencia y restaurar la gloria”. Para algunos fanáticos, eso puede ser un poco desconcertante. Raymond Fuller, 38, y sus tres hermanos, hicieron la cola para comprarle a su madre, Kristine, una enfermera retirada, boletos para el sábado en la noche. Dos boletos cuestan 1.000 $. Cuando el juego terminó, ellos vieron la celebración en el terreno, sin decirse mucho entre ellos. Fuller notó lágrimas rodando en las mejillas de su madre. “Estoy asustado”, dijo él. “Toda mi vida, los Cachorros nunca han sido capaces de hacer esto. Si los cachorros terminan ganando la Serie Mundial, significa que ser fanático de los Cachorros va a cambiar, y, confieso, no estoy seguro de que eso sea algo valioso. El apodo ‘adorado perdedor’, lo odio, pero significa algo. Es esperanza y disgusto compartidos. Significa aceptar la derrota y tratar de dar lo mejor por no llegar de primero”. Él hizo una pausa. “Estoy un poco nervioso”, dijo Fuller. “Hay una parte de mí que no quiere que eso desaparezca”. Traducción: Alfonso L. Tusa C.

Los Indios de Cleveland de 1948: Una historia de integración.

Richard Sandomir. The New York Times. 23 de octubre de 2016. Satchel Paige, el pitcher más grande excluido de Major League Baseball, llegó al Municipal Stadium de Cleveland para una prueba con los Indios en julio de 1948. Una leyenda de las ligas negras que se creía estaba rondando los 40 años, Paige enfrentó un bateador, Lou Boudreau, quien era manager y campocorto de los Indios. Boudreau, quien sería el jugador más valioso de la Liga Americana esa temporada, estaba impresionado con los pitcheos de Paige. También el dueño de Cleveland, el audaz Bill Veeck, quien procedió a firmar a Paige, convirtiéndolo en el novato más viejo de la historia de las grandes ligas. Inmediatamente Veeck fue acusado de intentar una estrategia publicitaria. En parte, la crítica pudo haber sido precisa, a Veeck se le asociaba con todas las cosas que soñara para vender boletos. Pero había otros factores en juego en el caso de Paige. Despues de todo, él todavía podía pitchear. Más que eso, Veeck creía fuertemente que los afroamericanos merecían la oportunidad de jugar en las ligas mayores. Solo meses después que Jackie Robinson rompiera la barrera racial en 1947 al unirse a los Dodgers de Brooklyn, Veeck siguió de cerca al firmar al joven de 21 años de edad Larry Doby. Al hacer eso, Veeck convirtió a Doby en el segundo pelotero negro de las mayores y el primero de la Liga Americana. Para 1948, Doby era una parte formidable de la alineación de los Indios. Paige se mantuvo por su cuenta en el montículo después de llegar a bordo. Cuando los Indios ganaron la Serie Mundial de 1948, Doby, una estrella en ascenso, y Paige, aferrándose a un deporte que una vez había dominado, se convirtieron en los primeros peloteros negros en ser parte de un campeonato de ligas mayores. Fue un momento emblemático en la historia del beisbol y uno que es recordado cuando la versión actual de los Indios trata de ganar el primer título del equipo desde que Doby y Paige y el resto del equipo de 1948 triunfaron sobre los Bravos de Boston en seis juegos. Doby bateó .338 en esa serie y conectó el jonrón decisivo en el cuarto juego. Una fotografía postpartido mostraba a Doby y el pitcher ganador de Cleveland, Steve Gromek, en un abrazo de felicidad, ofreciendo una imagen agitada de la insurgente integración del beisbol. Al recordar ese momento en una entrevista de 1987 con Dave Anderson de The New York Times, Doby dijo: “Esa foto recorrió el país. Pienso que fue una de las primeras, si no la primera, de un tipo negro y una blanco abrazándose, felices porque habían ganado un juego de pelota”. En cuanto a Paige, al haber tenido marca de 6-1 en la segunda mitad de 1948 que incluyó tres juegos completos, también apareció en un box score de Serie Mundial, al conseguir los dos outs finales en el séptimo inning del quinto juego mientras 86.288 aficionados observaban en el Municipal Stadium de Cleveland. El primero de esos dos outs fue un elevado al jardín central atrapado por Doby. Robinson, eventualmente ganó una Serie Mundial, también, pero en 1955, cuando los Dodgers finalmente vencieron a los Yanquis después de perder cinco veces ante ellos en octubre en la década y media previa. Para entonces, Robinson estaba cerca del final de su carrera de ligas mayores. Como Paige, Robinson y Doby también habían jugado en las ligas negras. Pero a diferencia de Robinson, quien jugó una temporada de beisbol de ligas menores en Montreal antes de subir a los Dodgers, Doby no tuvo aprendizaje. Veeck lo firmó el 3 de julio de 1947, y el 5 de julio estaba bateando como emergente de los Indios en el Comiskey Park de Chicago. Doby jugó en partes de esa primera temporada, y no tan bien. Pero en 1948, con la ayuda de Tris Speaker, el jardinero del Salón de la Fama de los Indios, Doby fue convertido desde segunda base a jardinero central y empezó a ser un bateador peligroso. El beisbol podía ser un lugar peligroso para un pelotero negro en aquellos días. Había que resistir ofensas raciales y amenazas físicas, desde los antagonistas apostados en las gradas de los estadios sureños de ligas menores o desde los viles calienta bancos como Ben Chapman, el manager de los Filis de Filadelfia. Veeck escribió en su autobiografía, “Veeck as in Wreck”, que cuando firmó a Doby, “rtecibimos 20.000 cartas, la mayoría de ellas violentas y a veces de protesta obscena. Por un tiempo, las contesté todas”. Larry Doby Jr. dijo que su padre, quien falleció en 2003, no desfalleció ante aquellos quienes protestaron su presencia con los Indios. “Él dijo que nunca fue abucheado en Cleveland”, dijo el Doby más joven en una entrevista. Inicialmente, estaba escéptico de la afirmación de su padre, pero “cuando superé el impacto de oir eso, me di cuenta que era verdad. Era un lugar especial para él y mi familia, y cada vez que regresábamos, yo veía como lo saludaban cuando no estaba jugando”. Él agregó que su padre también hablaba de lo divertido que había sido jugar en las ligas negras, donde había sido una estrella emergente con los Eagles de Newark antes que Veeck lo descubriera. “Él tenía memorias agradables de esos tiempos”, dijo Larry Doby Jr., incluyendo la Serie Mundial de 1946, cuando los Eagles de Doby vencieron a los Monarchs de Kansas City de Paige. La edad de Paige siempre fue un misterio. Él era alto, inclinado y filosófico, un brazo de goma de Alabama a quien Veeck describió como un “Paul Bunyan flaco, nacido para ser el personaje más memorable de todos”. Paige había estado esperando por un llamado a las ligas mayores, así fuera para recuperar los ingresos que estaba perdiendo mientras los fanáticos negros se enfocaban más en el rápido éxito de Robinson en las mayores que en asistir a los juegos de las ligas negras o en las giras de Paige a través de varios lugares. “Aún a mis 42 años, la manera como estaba lanzando, yo sentía que era muy joven para que me recortaran el salario”, escribió él en su autobiografía, “Tal vez pitchearé por siempre”. Fue Abe Saperstein, el fundador de los Globetrotters de Harlem, quien inicialmente recomendó a Paige a Veeck, y Paige estaba muy feliz de demostrar lo que había hecho. Antes de salir de casa para esa prueba de julio de 1948 con los Indios, él celebró con su esposa, Lahoma, aliviado porque estaba recibiendo una oportunidad. “Despues de 22 años de pitchear, iba a tener una oportunidad en las ligas mayores”, escribió él. Una vez en el Municipal Stadium, él lanzó envíos suaves a Boudreau antes de pitchear rectas. “Yo no estaba haciendo nada excepto pitchear, como siempre había hecho”, escribió él. “El viejo Satch asumió el reto”, escribió Ed McAuley de The Sporting News, “Lanzó 50 pelotas, y Boudrerau conectó algunas para teóricos sencillos. Pero la mayoría de ellas el manager no las pudo conectar de manera sólida. Lo más impresionante de todo fue que solo cuatro de esos envíos estuvieron fuera de la zona de strike”. J.G. Taylor Spink, el editor de Sporting News, criticó la firma de Paige. Escribió que “Veeck había llegado muy lejos en su búsqueda de publicidad” y que sospechaba “que si Satchel fuese blanco, él no habría tenido una segunda consideración de Veeck”. Añadió: “Paige dijo que tenía 39 años de edad. Hay reportes de que él está cercano a los 50 años”. Paige, se sentía tan cómodo con la autopromoción como Bob Feller, su famoso compañero de los Indios y colega pitcher, sentía que era todo lo que Veeck necesitaba. “Tal vez Mr. Veeck quería algo de publicidad, pero él también quería un pitcher”, escribió él. “Solo había un pitcher quién podía cumplir ambas órdenes. Ese era Ol’ Satch”. Sobre el montículo de los Indios, Paige rápidamente probó que Spink, y otros, estaban equivocados. En su primer juego con Cleveland, vino en relevo por el abierto Bob Lemon y lanzó dos innings en blanco contra los carmelitas de San Luis. Casi tan importante como lo demás, su espectacularidad era evidente. “Por debajo del brazo, por el lado del brazo, por encima del brazo, con un windup diferente para cada lanzamiento, él les mostró como se hace la fiesta más grande que un pelotero haya tenido”, escribió The Cleveland Plain Dealer. La historia también describió, en el desconsiderado lenguaje racial de la época, como Paige “llegó resoplando desde el bullpen”. (Otro artículo del periódico, escrito más adelante en la temporada, se burlaba de la manera en que Doby describía un jonrón. “No me importa ‘decí’”, fue citado, “que estaba bien para mí, aunque él nuca lo planeó de esa manera. Fue una curva en cambio, que se quedo ata”). Paige pitcheó en 21 juegos en la temporada regular de 1948, incluyendo siete aperturas, y dos de sus juegos completos fueron blanqueos. Su efectividad fue 2.48. En cuanto al interés que generaba, su primera apertura en Cleveland, atrajo 72.434 aficionados. Para su segunda apertura, en Comiskey Park ante los Medias Blancas, 51.013 estaban presentes. El 20 de agosto, de regreso a casa, su apertura trajo 78.382 aficionados y llevó a Veeck a enviarle un telegrama a Spink que decía, “Paige lanzó sin permitir carreras, solo tres imparables. Definitivamente está en la línea para optar por el premio de novato del año de Sporting News. Saludos, Bill Veeck”. “No sé cual fue la motivación de Veeck”, para firmar a Paige, dijo Bob Kendrick, el presidente del Negro Leagues Baseball Museum. “No sé si él sabía que al viejo le quedaba algo de gasolina en el tanque. ¡Pero cuando Veeck puso a lanzar al viejo en ese montículo, estaba negociando!” Paige duró una temporada más con los Indios y entonces pasó varios años con los Carmelitas de San Luis. Doby terminó su carrera de ligas mayores en 1959, con los Medias Blancas. Ambos peloteros y Veeck, están en el Salón de la Fama, así como Robinson y Branch Rickey, el ejecutivo de los Dodgers quien reclutó a Robinson para hacer historia. Mientras el papel de Rickey en la integración del beisbol es bien conocido, las acciones de Veeck en ese respecto permanecen menos familiares. Aunque su placa del Salón de la fama cita su imaginativa espectacularidad como dueño, él fue el hombre que inventó las pizarras explosivas y una vez dejó batear a un enano en un juego de la temporada regular, antes de notar que él firmó a Doby y a Paige y abrió la Liga Americana a los peloteros negros. Mike Veeck dijo que su padre pensaba que no había sido dejado a un lado en la historia de cómo había terminado la segregación en el beisbol. “Pienso que ser segundo de Branch, nunca lo molestó”, dijo él. De hecho en su autobiografía, Bill Veeck reconoció que él había sido menos intenso de lo que Rickey fue en planear la fractura de la barrera racial del beisbol. “Me movía lenta y cuidadosamente, quizás con timidez”, escribió él. “Es usualmente subestimado, pero si Jackie Robinson era el hombre ideal para romper la línea racial, Brooklyn era el lugar ideal. Yo no estaban tan seguro de Cleveland”. Pero Cleveland resultó ser el lugar donde se hizo historia en 1948, y donde Veeck, Doby y Paige compartieron el logro. Traducción: Alfonso L. Tusa C.

miércoles, 26 de octubre de 2016

Análisis previo de la Serie Mundial: Para Cachorros e Indios, décadas de espera están próximas a terminar.

Tyler Kepner. The New York Times. 24-10-2106 Podría ser el tema de una película: los dos equipos con las sequías más largas de títulos en el beisbol enfrentados en la Serie Mundial. Sin duda, Joe Maddon ha visto “El Campo de los Sueños” desde que sus Cachorros aseguraron el banderín de la Liga Nacional. “Lloro con facilidad”, dijo Maddon, el manager de los Cachorros. “La conexión con el pasado es muy importante”. Para citar el guión, las memorias podrían ser muy gruesas en esta Serie Mundial, los fanáticos tendrán que alejarlas de sus rostros. Los Cachorros han pasado 108 años sin un campeonato. Los Indios de Cleveland 68. Ningun otro equipo en el beisbol, ha estado tan cerca de tantas temporadas infructuosas seguidas. “Los dioses del beisbol están muy felices en este momento”, dijo Mike Napoli de los Indios. “Yo quería que ganaran los Cachorros, porque sabía lo bueno que sería ser parte de esto. Pienso que esta va a ser una Serie Mundial especial. Hay dos sequías, y habrá un ganador”. Hasta el sábado, los Cachorros no habían ganado un banderín desde 1945, lo cual significa que nunca han jugado una Serie Mundial por televisión o de noche, o con peloteros afroamericanos en su roster. Los Indios han estado en la Serie Mundial solo tres veces desde su último título: en 1954, 1995 y 1997. Si los Indios necesitan inspiración, pudieran mirar hacia los Cavaliers, sus vecinos, quienes recibirán sus anillos de campeonato de NBA, en la puerta de al lado cerca de una hora antes del primer juego en Progressive Field este martes. Cleveland, una ciudad que no había ganado un título en cualquier deporte desde que los Browns ganaron su corona de NFL en 1964, podría pronto ser el hogar de dos campeones. Los Cachorros son los favoritos porque ganaron 103 juegos en la temporada regular, nueve más que los Indios, y han lucido más imponentes últimamente. Los Indios solo batearon .168 en su victoria de serie de campeonato de la Liga Americana sobre Toronto, y su alineación carece del poder estelar que poseen los Cachorros, quienes tuvieron cinco peloteros elegidos al Juego de Estrellas. Entonces de nuevo, los Indios vencieron a los Azulejos en solo cinco juegos después de barrer a Boston en la serie divisional. Los Cachorros han perdido tres juegos de playoff. “hay una razón por la que estamos jugando aquí”, dijo el segunda base de Cleveland Jason Kipnis. “Hay una razón por la que solo hemos perdido un juego esta postemporada. Estamos jugando muy buen beisbol en este momento”. “Somos el batacazo debido que estamos a la par en términos de números o estatura o contratos. Pero cuando atravesamos esas líneas blancas y jugamos beisbol, me gusta la forma como nos fajamos con cualquiera”. En ocho juegos de postemporada, los Indios nunca han pasado de estar adelante en un juego a ponerse atrás. Sus dos mejores relevistas, Andrew Miller y Cody Allen, se han combinado para 19.1 innings en blanco. Los Cachorros se encontraron con un bullpen singular en la serie de campeonato de la Liga Nacional, ante Kenley Jansen de los Dodgers, quién los silenció por tres innings en el juego final. Para entonces, sin embargo, los Cachorros tenían una gran ventaja, haciendo irrelevante a Jansen. “Es lo mismo que Joe dijo antes del juego de esta noche: ‘Tienen que conseguir la ventaja’”, dijo el gerente general de los Cachorros, Jed Hoyer en el campo luego del juego del sábado. “Eso sirve el tono para el juego completo. Si quieres mantener al bullpen fuera del juego, o lo haces de la forma como lo hicimos esta noche, con Jansen entrando en desventaja 5-0, o consigues una ventaja tempranera”. Para conseguir una ventaja tempranera en el primer juego, los Cachorros necesitaran descifrar a Corey Kluber, quien tiene efectividad de 0.98 en tres aperturas de playoff. Chicago contará con Jon Lester, quien ha sido aun mejor en sus tres aperturas, con 0.86 de efectividad. A los Indios les gusta correr, y mientras Lester tiene problemas lanzando a las bases, él se mantiene ganando, con marca de 21-5 desde el día inaugural. Él compensa su problema de lanzamiento variando sus tiempos hacia el plato, bajando de la goma y dejando que sus compañeros manejen los toques. “Veo a Jon casi como un alfiletero”, dijo Chris Bosio, el coach de pitcheo de los Cachorros. “Ha estado atascado tantas veces y nunca dice, ‘Ay’”. Un cuerpo de lanzadores hecho en casa. No. Los cachorros generalmente priorizan a las bateadores amateur sobre los pitchers, creen que la actuación de los jugadores de posición es más fácil de predecir. De acuerdo a eso, quizás, ellos han construido un cuerpo de Serie Mundial casi totalmente con pitchers firmados por otros equipos. Ninguno de los 11 pitchers que los Cachorros usaron en la serie de campeonato de la Liga Nacional fueron drafteados o firmados internacionalmente por los Cachorros. El relevista Héctor Rondón fue firmado originalmente por los Indios en Venezuela a los 16 años, pero Cleveland lo dejó expuesto al draft de regla 5 de 2012 despues que tuvo una cirugía Tommy John y réplicas subsecuentes. Nueve innings sólidos en la pelota invernal persuadieron a los Cachorros a darle una oportunidad a Rondón, quien tiene efectividad de 2.97 en cuatro temporadas en Chicago. Peligrosos en las bases Mientras los Dodgers de Los Angeles se hicieron daño con un corrido de bases tonto en la serie de campeonato de la Liga Nacional, los Cachorros no pueden esperar el mismo tipo de ayuda de los Indios. “Hemos sido un equipo muy bueno corriendo las bases”, dijo el manager Terry Francona este verano. “Eso fue algo de lo que hablamos desde el primer día del entrenamiento primaveral, y he estado muy complacido. Tenemos que ser un equipo que se mueva con las pelotas contra el piso, que vaya desde primera hasta tercera base, y pienso que hemos hecho un buen trabajo en eso”. Los Indios también roban bases. Tuvieron 65 intentos de bases robadas más que los Cachorros aunque fueron hechos out tres veces menos. Ningún equipo con marca ganadora tuvo más bases robadas esta temporada que los Indios, con 134 en 165 intentos. Rajai Davis lideró la Liga Americana con 43 robos y fue puesto out solo seis veces. Moda Alta. Los peloteros jóvenes no siempre aprecian la moda de las generaciones pasadas, pero los Indios son la excepción. El campocorto Francisco Lindor y el novato jardinero central Tyler Naquin usan medias altas con tirantes que parecen sacadas de una barajita de beisbol de los años ’80. “A mi papá siempre le gustaron esas medias, siempre me dijo que las usara”, dijo Lindor a The New York Times este verano. “Es bueno. No es una apariencia deslumbrante. Es una apariencia de vieja escuela clásica”. Una apariencia única. En el tema uniformes, hay dos detalles sutiles acerca del uniforme de visitante de los Cachorros. Son el único equipo del beisbol con un logo en sus pantalones (una insignia pequeña de los Cachorros, justo debajo del cinturón en la cadera izquierda. Los Cachorros también son el único equipo de Grandes Ligas con un parche en la manga que muestra el logo de su liga. Cuando usan sus camisetas alternas azules, la manga derecha tiene un prominente parche con el logo del águila de la Liga Nacional Dos que se fueron Uno de los equipos menos exitosos del beisbol moderno, los Padres de San Diego, solo tienen que culparse a si mismos. Dos de los peloteros más importantes de esta Serie Mundial llegaron a sus equipos desde San Diego, Al necesitar un bate en una rara carrera por el banderín en 2010, los Padres enviaron a Corey Kluber, entonces en AA, a los Indios en un cambio de tres vías que trajo al jardinero Ryan Ludwick desde San Luis y envió al pitcher Jake Westbrook desde los Indios hasta los Cardenales. En enero de 2012, los Padres cambiaron al primera base Anthony Rizzo, quien había bateado .141 para ellos como novato, a los Cachorros en una negociación por el pitcher Andrew Cashner. Este fue el décimo año seguido de los Padres sin llegar al playoff. Bulls vs. Cavaliers Los equipos de NBA de las ciudades se han encontrado en playoff siete veces desde 1988, con los Bulls ganando las primeras cinco y los Cavaliers las últimas dos. Su enfrentamiento más famoso fue el juego decisivo de una serie de primera ronda a cinco juegos en 1989, en Ritchfield Coliseum, cuando Craig Ehlo de los Cavaliers gritó algunas famosas últimas palabras antes de una jugada adentro con un punto de ventaja y tres segundos por jugar: “Mr. Jordan no puedo dejarlo anotar”. Michael Jordan tenía otra idea, al quedar libre para lanzar un tiro de cinco metros sobre Ehlo para ganar el juego y la serie y luego lanzar un puñetazo al aire en señal de triunfo. Jugadores en común Como estos equipos son franquicias antiguas del beisbol, no debería ser una sorpresa que más de 200 peloteros hayan jugado para ambos. Dennis Eckersley y Hoyt Wilhelm para ambos clubes pero usan gorras de otros equipos en sus placas de Cooperstown. El antíguo Cachorro, Andre Thornton, un querido toletero de los Indios desde 1977 hasta 1987, lanzó el primer envío antes de la serie de campeonato de la Liga Americana, y Kenny Lofton, quien patrulló el jardín central para ambos equipos en octubre, lanzará el primer pitcheo antes del primer juego este martes. Pero el pelotero de más impacto con participación dual en estos equipos es probablemente Rick Sutcliffe. Despues de integrar el equipo de estrellas con Cleveland en 1983, Sutcliffe inició en baja forma el próximo año y fue enviado a los Cachorros en una negociación de siete peloteros. Tuvo marca de 16-1 para ganar el premio Cy Young y llevar a los Cachorros a los playoffs, y ahora tiene un ladrillo en su honor en la plaza del Paseo de la Fama estilo Hollywood detrás de las gradas de Wrigley Field. La negociación también funcionó para los Indios, quienes recibieron a un joven Joe Carter como pieza central de su retorno. Cleveland cambió a Carter para San Diego por Carlos Baerga y Sandy Alomar Jr., quienes ayudaron a los Indios a convertirse en una potencia en los años ’90. Alomar, quién bateara .367 en la Serie Mundial de 1997 y pudo haber sido nombrado pelotero más valioso si Cleveland hubiese ganado, ahora es coach de primera base de los Indios. El tráfico de Chicago. Terry Francona, quien bateó .311 para los Indios en 1988 y -250 para los Cachorros en 1986, dijo que lo que más recordaba de Chicago era el tráfico. Francona vivía en el suburbio Northbrook. Ill., y los Cachorros solo jugaban juegos diurnos en ese momento. Tenía que estar en Wrigley Field para la práctica de bateo a las 10:10 am, explicó Francona, así que planificaba al respecto. “Yo tenía que salir como a las 7”, dijo Francona. “Yo usualmente salía como bateador emergente alrededor de un cuarto para las seis. Había sombras, entregaba el out, y entonces me fajaba con el tráfico de vuelta a casa. Ese fue mi verano en Chicago”. Un pitcher que no batea. Los Indios planean usar a Trevor Bauer, quién sangró sobre el montículo en su apertura de la serie de campeonato de la Liga Americana, en el segundo juego del miércoles, contra Jake Arrieta. Bauer se cortó el dedo meñique derecho mientras reparaba un control remoto, lo cual hizo que su apertura de la serie de campeonato de la Liga Americana fuera retrasada, y sus suturas se abrieron cuando trató de pitchear. Los Indios prefieren usar a Josh Tomlin en el tercer juego en Chicago, donde el pitcher tiene que batear. Tomlin batea de 12-6 en su carrera, y Bauer es nulo en el plato. “No podía batear en las pequeñas ligas”, le dijo a The Cleveland Plain Dealer. “No voy a batear el pitcheo de la Serie Mundial”. Una oportunidad de ser catcher. David Ross, de los Cachorros, 39, se retira después de la temporada. Él tiene la oportunidad de irse con estilo al estar detrás del plato para el out final de la Serie Mundial. Ross hizo eso para los Medias Rojas en 2013, al recibir el envío de dedos separados de Koji Uehara que ponchó a Matt Carpenter de San Luis para ganar el campeonato para Boston. Ross sería el primer cátcher en estar detrás del plato para el out final de la Serie Mundial para dos equipos desde Rick Dempsey, quien estuvo allí para los Orioles en 1983 y para los Dodgers en 1988. Un estilo inusual Antes de empezar su swing, Jason Kipnis de los Indios, mantiene su bate casi paralelo al suelo, una técnica que aprendió en las ligas menores para evitar tener el bate detrás de su cabeza. El estilo viejo hacía el swing de Kipnis más largo, y ahora tiene más tiempo para reaccionar ante los pitcheos, aún cuando ese sea un estilo inusual que recuerda al inquilino del Salón de la Fama, Rod Carew, quién está inmortalizado en bronce en las afueras de Target Field. “Me rio cada vez que estoy en Minnesota y camino cerca de esa estatua”, dijo Kipnis. “’Sé por lo que estás pasando, amigo’”. Traducción: Alfonso L. Tusa C.

martes, 25 de octubre de 2016

Con una pelota de beisbol, se busca conectar a todos los 312 inquilinos del Salón de la Fama.

Corey Kilgann. The New York Times. 03-10-2016. El rótulo de Madera de la Sección 39 se movió con el viento y la lluvia mientras Ralph Carhart pasó por ahí y siguió hacia un espacio engramado en el Calvary Cemetery de Queens donde, hace décadas, a los parroquianos pobres les hacían entierros de caridad en tumbas sin identificación. Los oficiales del cementerio quienes esperaban la vista de Carhart, habían colocado un rótulo temporal en la grama que mostraba el nombre Cristobal Torriente, una estrella beisbolera conocido como el Babe Ruth cubano, quién falleció en la pobreza en 1938 y fue inducido en el Salón de la Fama del beisbol en 2006. Mr. Carhart sacó de su bolsillo, una pelota de beisbol desteñida con las palabras “The Hall Ball” escritas en marcador negro. La colocó junto a la tumba y tomó una foto con su teléfono. Con eso Mr. Torriente se convirtió en el inquilino 287 del Salón de la Fama que Mr. Carhart ha prestado homenaje desde que empezó su proyecto Hall Ball hace seis años. Su misión es conectarse con todos los 312 miembros del Salón de la Fama del beisbol, vivos y muertos, al colocar la pelota en la mano de cada miembro viviente y visitar la tumba de cada miembro difunto, y tomar una fotografía conmemorativa. Él ya ha visitado las tumbas u otros lugares significativos de 227 inducidos, dijo él, y ha conocido a 60 miembros vivientes, incluyendo a Mike Piazza, el cátcher de los Mets, quien fue inducido en el Salón en julio. Mr. Carhart, 43, es un ávido fanático de los Mets y tiene boletos para el juego de comodines del miércoles en la noche contra los Gigantes de San Francisco para clasificar a la próxima ronda de los playoffs. De los 25 inquilinos del Salón de la Fama que faltan en su lista, él planea visitar las tumbas u otros lugares importantes de 12 peloteros muertos para mayo, y espera contactar a los restantes 13 peloteros vivientes, más cualquier inducido de 2017, para el próximo verano. Mr. Carhart, gerente de producción en el departamento de drama, teatro y danza en Queens College, dijo que después de completar su misión espera que el Salón de la Fama acepte la pelota y sus fotos como parte de su colección permanente. Mr. Carhart, quien vive en Staten Island con su esposa Anna, y sus dos hijos, dijo que su meta era crear un vínculo entre las generaciones de las grandes estrellas del juego. Yo nunca entraré al Salón de la Fama por mi curva o excelencia bateadora, así que esta es mi única oportunidad, dijo él. Jon Shestakofsky, un vocero del Salón de la Fama, dijo que el proyecto de Mr. Carhart “ilustra el alcance ilimitado del fanatismo por el beisbol”. “El viaje de Hall Ball sirve como ejemplo brillante del poder y la motivación del beisbol, y el respeto y la reverencia asociados con los grandes del juego de todos los tiempos”, dijo Mr. Shestakofsky, aunque no se pronunciara acerca de si el Salón consideraría la solicitud de Mr. Carhart. “Él está tratando de hacer una conexión humana con los peloteros vivientes y una espiritual con aquellos que se fueron”, dijo John Thorn, el historiador oficial de Major League Baseball. Añadió que cuando se trata de la historia del beisbol del siglo 19, Mr. Carhart es “tan meticuloso como el que más, lo cual merece un gran elogio de mi parte”. Mr. Carhart dijo que el proyecto salió de su amor por el beisbol y la genealogía y nació durante un viaje de la familia a Cooperstown, N.Y., que es el hogar del Salón de la Fama, en 2010. Su esposa encontró una pelota de beisbol en una quebrada cercana a Doubleday Field, el cual es parte del complejo del salón, y eventualmente se convirtió en la Hall Ball (Pelota del Salón) Cerca de dos docenas de inducidos, dijo Mr. Carhart, están enterrados en o alrededor del area de la ciudad de Nueva York, mientras otros requirieron más viajes. Él ha invertido cerca de 25.000 dolares en gastos de viajes para el proyecto hasta el momento, dijo, incluyendo numerosos viajes por carretera a través del país, para visitar 182 pueblos y ciudades en 29 estados, así como Puerto Rico y Cuba. “Una cosa que aprendí es cuanto de beisbol está bordado en el lienzo de nuestro país, y todos esos rincones inusuales”, dijo él. “Me detenía en cualquier bar del medio de la nada, para buscar direcciones, y veía algun trofeo en el bar, de un equipo local de pequeñas ligas”. Para el puñado de miembros quienes no tienen una tumba pública accesible, Mr. Carhart trató de ubicar un lugar de conexión íntima con el inducido. Para el árbitro Al Barlick, fue el cobertizo de una mina de carbón en Illinois donde Mr. Barlick trabajó de joven. Para Phil Rizzuto, fue un terreno de beisbol conmemorativo en Hillside High School de Nueva Jersey. Para dos inducidos cuyas cenizas fueron esparcidas en Lake Michigan, el dueño de equipo Bill Veeck, y el catcher Mickey Cochrane, Mr. Carhart colocó la pelota en la costa y los conmemoró juntos con una foto. Para el toletero Ted Williams, quién falleció en 2002, Mr. Carhart visitó el laboratorio criogénico Alcor Life Extension Foundation en Scottsdale , Ariz., donde el cuerpo del pelotero está suspendido en nitrógeno líquido. Un guía turístico resumió la ubicación del cuerpo de Williams a varios contenedores de metal, los cuales Mr. Carhart fotografió con la Hall Ball. Del resto de los peloteros vivientes, incluyendo a Willie Mays, Hank Aaron, Sandy Koufax, Tom Seaver y Nolan Ryan, Mr. Carhart reconoció el reto de conseguir que ellos sean parte de su proyecto, especialmente debido a que no puede pagar los costos que la mayoría de los peloteros cobra hoy por un autógrafo. No está buscando un autógrafo, sino una adición para algo que planeó donar para muestra pública. Uno de los últimos viajes a tumbas, dijo él, también será un regalo para su familia por aceptar que las vacaciones familiares estuviesen relacionadas con visitas a las tumbas de las luminarias beisboleras. La recompensa de ellos sería un viaje a la tumba de Alexander Cartwright Jr., un neoyorquino quien a mediados del siglo 19 fue miembro influyente del Knickerbocker Base Ball Club. “Él está enterrado en Hawaii”, dijo Mr. Carhart. “Es una historia interesante”. Mr. Carhart dijo que ayudó a conseguir una lápida instalada en 2013, para Sol White, una estrella de las ligas negras quien falleció en 1955 y fue enterrado en una tumba sin nombre en el Frederick Douglass Memorial Park del vecindario de Oakwood en Staten Island, cerca de la casa de Mr. Carhart. De manera similar, Mr. Carhart espera obtener una lápida hecha para Mr. Torriente, de quien empezó a sospechar que estaba enterrado en Queens después de viajar a Cuba en 2014. Mr. Carhart visitó el cementerio Cristóbal Colón en La Habana, donde se ha creido por mucho tiempo que Mr. Torriente junto a otros grandes del beisbol cubano, estaba enterrado. La versión popular era que su cuerpo fue exhumado de Queens y transportado a Cuba durante el régimen del dictador Fulgencio Batista. En medio de una visita al lugar, dijo Mr. Carhart, fue llevado a parte por un prominente periodista deportivo cubano y le dijo: “Usted debería saber, mi amigo, que él no está enterrado aquí”. Los esfuerzos del lunes para verificar si Mr. Torriente estaba enterrado en el cementerio de La Habana fueron infructuosos. De vuelta en Nueva York, Mr. Carhart investigó al jardinero cubano y encontró que había pasado sus días finales muriendo de tuberculosis en Riverside Hospital, en North Brother Island en el East River. Mr. Carhart obtuvo el certificado de defunción de Mr. Torriente de los archivos de la ciudad. Allí se indica el lugar del entierro como Calvary Cemetery, al lado de las palabras cruzadas “City Cemetery”, el nombre oficial del camposanto mantenido por la ciudad en Hart Island en el Bronx. En Calvary recientemente, los oficiales del cementerio dijeron que sus registros indicaban que el cadáver de Mr. Torriente fue enterrado en Section 39 y nunca se sacaron de ahí. Esto convertiría a Mr. Torriente en el único inquilino del Salón de la Fama enterrado en un tumba sin identificación y olvidada, dijo Mr. Carhart, quien agregó que se ha adeudado por mucho tiempo una lápida para Mr. Torriente. “Eso sería un gran logro para justificación de este proyecto”, dijo él. Traducción: Alfonso L. Tusa C.

En el clubhouse de los Cachorros no hay preocupaciones acerca de una maldición o una cabra.

Michael Powell. The New York Times. 12-10-2016. San Francisco—Está bien, sus Cachorros estuvieron abajo por tres carreras en la apertura del noveno inning. Sus oponentes, los Gigantes de San Francisco, eran unos rivales probados en la batalla y recientes campeones de la Serie Mundial. Si perdían, el equipo regresaría a Chicago en una condición principalmente enferma. ¿Que, los reporteros le preguntaron al manager de los Cachorros, Joe Maddon, luego del juego del martes (11 de octubre) por la noche, le dijo usted a sus jóvenes peloteros antes de salir a batear en ese inning de vida o muerte? Maddon, 62, se paró en el clubhouse usando un traje mojado de buzo y una gorra de beisbol en sentido opuesto. Impregnado en champaña, lucía extraño mientras ofreció una sonrisa críptica. “Solo les dije cosas típicas”, dijo él de su conversación de dugout. Entonces agregó, “Es no es citable, ni repetible”. Luego preguntó, “¿Es esta la versión de HBO? Con eso, él quiso decir que les había ofrecido una conversación gloriosa, cargada de expresiones motivadoras. Y su equipo respondió al despachar roletazos intensos y linietazos a granel para alcanzar una victoria 6-5 y asegurar un puesto en la serie de campeonato de la Liga Nacional. Los Cachorros ganaron 103 juegos en la temporada regular, la marca máxima en las ligas mayores. Pero en los días recientes, ellos de nuevo habían parecido en peligro de perder cuando se esperaba que ganaran. Si hubiesen caído el martes por la noche, hubieran tenido que regresar a Wrigley Field para jugar un encuentro decisivo frente a unos fanáticos locales arrasados de preocupación, duda y paranoia. Los Cachorros ganaron la Serie Mundial por última vez en 1908, cuando Theodore Roosevelt era presidente. Muchos de sus fanáticos están convencidos de que esa larga sequía de campeonatos se debe al hecho de que el equipo está hechizado. El hechizo involucra entre otras necrologías, a una cabra muerta. Es algo espectacularmente inaudito, excepto que en algunas temporadas se siente como una explicación casi lógica por tan extendido período de intentos fallidos. Antes del juego del martes, los reporteros le preguntaron por la maldición a Jon Lester, el veterano as del cuerpo de lanzadores de los Cachorros. Él sabe de episodios de maldición, al haber jugado para los Medias Rojas de Boston, quienes no habían ganado un título de Serie Mundial en 86 años y entonces ganaron tres en una década. Él estrujó su cara y sonrió en dirección hacia el clubhouse de los Cachorros. “A nadie allí adentro le importa una maldición o una cabra o lo que sea, ¿Entienden lo que digo?”, dijo él. “Siempre es mejor jugar con serenidad, salir y preocuparnos por nosotros y no por cualquier otra cosa, o, como dije, por cualquier animal”. Él sonó sano y racional. Cuando los Cachorros se pusieron a perder por tres carreras en el quinto inning, sin embargo, se podía ver demonios alados merodeando en el tope de la publicidad de Coors Light que está sobre la pizarra, conversando amenazantes. Y los misterios siguieron aflorando. Consideren a Connor Gillaspie, un pelotero de 29 años de hablar pausado que es el tercera base actual de los Gigantes, quien nunca ha terminado de asimilar su actuación mágica esta postemporada. Bateó de 4-4 el martes y empujó una de las carreras que los Gigantes anotaron en el quinto inning. Gillaspie es un bateador vitalicio de .256 quine bateó .400 esta postemporada. Sin duda él dijo en el clubhouse que bajo ningún respecto lo despertaran de ese sueño. De hecho, mucho salió bien para los Gigantes. Denard Span, el jardinero central de piernas rápidas, continuó conectando rectas a la altura de sus zapatos para dirigirlas hacia los jardines. Matt Moore, un pitcher zurdo de 27 años de edad quien regresó de una cirugía Tommy John hace un año, lanzó un juego magistral, al permitir dos imparables y ponchar 10 Cachorros en ocho episodios. Los Gigantes se sienten cómodos con las grandes sombras y el frío otoñal, este es su tiempo del año. Si Maddon es medio manager y medio adivino, un hombre que advierte de los peligros de “la confirmación del sesgo” cuando toma decisiones en el juego, el manager de los Gigantes, Bruce Bochy es el jefe mundial de mantenerse en bajo perfil, demasiado cordial para decirle a los reporteros que sus preguntas para probar su psicología son un gancho al hígado. “No caes hasta el último out”, dijo él de su equipo, el cual había perdido los dos primeros juegos de esta serie antes de mostrar su resiliencia de postemporada. “Sigues peleando, no tienes alternativa. Ese es tu trabajo”. Para el octavo inning, con los Gigantes arriba 5-2, AT&T Park estaba alegre, los fanáticos de San Francisco son apasionados, hasta exigentes, pero traicionan un poco la angustia suicida y los golpes de pecho de sus semejantes de la costa este. Una luna de tres cuartos brillaba en el cielo, los canoeros remaban en McCovey Cove detrás del jardín derecho, y los Troggs sonaban en los parlantes. Los fanáticos cantaban, saltaban y se tomaban fotos. ¿Qué tan mala era la vida? Pero la naturaleza sola no puede quitarle esta serie a los Cachorros. Ellos son un equipo en ascenso. Los Mets se reconstruyeron alrededor de pitchers jóvenes, y ahora muchos tienen las alas quebradas. Los Cachorros se reconstruyeron alrededor de jonroneros de swings libres y gimnastas del infield de calidad olímpica como el segunda base Javier Baez. Sus muchachos están sanos, y su entusiasmo es contagioso. Cuando el joven de 24 años Wilson Contreras, conectó un imparable clave al salir como emergente en la apertura del noveno inning, él corrió hacia primera base y más o menos perdió la cabeza, al golpearse el pecho, señalar hacia el cielo y hacia la multitud, hacia sus compañeros, hacia su novia. Es trabajo de Maddon tutorear y ajustar a su grupo como un Dr. Freud de buen humor. Hace un par de días, él mencionó que mientras lamentaba que sus hombres jóvenes se concentraran en batear pelotas hacia las gradas, no había ningún crimen en recortar el bate y dirigir la pelota para conseguir un sencillo. “Lo más importante que hay que hacerle entender a estos tipos es que recortar el bate no significa que eres menos viril”, dijo él. Despues del juego, mientras los compañeros de equipo rociaban la champaña como agua de los hidrantes de la calle, Ben Zobrist, con 35 años el miembro regular más viejo de la alineación de los Cachorros, reforzó el mensaje de Maddon. Dijo que el rally del noveno inning fue tal vez una epifanía. Los buenos equipos, dijo él, aprenden a “pasar el testigo” y no a apuntar al cielo con cada swing. “Vivimos del jonrón en la temporada regular, pero no puedes hacer eso en la postemporada”, dijo él. “El rally de hoy ni siquiera fue consciente, ese es el nivel de supervivencia por el que pasas como bateador”. Hay otro factor- El bullpen de los Gigantes se parecía a un cónclave de incendiarios. Bochy exploró toda la temporada, un director de cine haciendo pruebas para el papel de cerrador. Nunca encontró a su estrella. La apertura del novena se convirtió en un laboratorio disguncional, con boletos, imparables y errores. Llegó un momento cuando Bochy se sacó al chicle de la boca y lo lanzó furioso a un lado. Entonces caminaba hacia el montículo para hacer otro cambio de lanzadores. “Es un sentimiento raro”, reconoció Bochy después.. “Eso termina de manera abrupta”. El año pasado, Maddon se sentó en su dugout y miró como los Mets celebraban una barrida de cuatro juegos en postemporada ante su club- Él atravesó los túneles medievales de Wrigley después y se encontró con Terry Collins, su amigo y manager de los Mets, y le dio un abrazo. Pero esa derrota fue como una picada de alacrán. “Me mantuve diciéndole a mis muchachos, ‘Algo malo va a ocurrir durante este juego, también, y tenemos que quedarnos en el momento’”, dijo Maddon.”Cuando estás dejando afuera a alguien, ves esa mirada en sus ojos. No quiero ser esos tipos”. Los Cachorros sobrevivieron para jugar otra serie de playoff. Si pueden vencer la vieja maldición y mantener a esos demonios alados a raya no será contestado definitivamente hasta unas cuantas noches frías por venir. Traducción: Alfonso L. Tusa C.

La hija de un fanático de los Mets atrapa la fiebre.

Michael Shapiro. The New York Times. 04-10-2016. Hablo de beisbol todos los días. En primavera y verano. En otoño e invierno, durante la temporada de cambios y chismes de agentes libre, y a comienzos de primavera, cuando cuento los días hasta que los pitchers y cátchers se reportan al sur para ponerse en forma para la temporada venidera. Entonces, como en el eterno ritual de la lectura de Los Cinco Libros de Moisés, empiezo todo de nuevo. Hay muchas cosas maravillosas acerca del beisbol, y una de esas delicias es la conversación entre personas desconocidas que nunca hablara de nuevo. Esto puede ocurrir en una cola en el bodegón o en la lavandería, “¿Viste esa jugada?”, y especialmente en el estadio, donde el extraño sentado a tu lado se convierte en tu compañero del alma hasta que termine el juego y ni siquiera piensas que sea necesario despedirse. El beisbol es un regalo de parlanchines, especialmente si usted, como yo, es un parlanchín con sus amigos. Tengo tres en particular. Mike, Alex y Paul. A través de los años, hemos ido ocasionalmente a los juegos en grupos de dos o tres. La conversación que hemos tenido por años, ahora está confinada al correo electrónico. Nunca estamos todos juntos, pero estamos unidos por los Mets. Nuestra dinámica, por supuesto, pueda aplicar a la de los fanáticos de cualquier equipo, quienes, como adolescentes en las garras del primer amor, están seguros de que nadie se ha sentido como ellos. Tenemos nuestras cualidades. Paul posee un conocimiento estadístico tan agudo que puede recitar sin esfuerzo los números vitalicios de Duffy Dyer contra zurdos con hombres en base y menos de dos outs. Alex es nuestro filósofo, dado a oscuros comentarios acerca de cual destino podría afectar a un Travis d’Arnaud en racha negativa. Mike, hay que bendecirlo, es el propio optimista, quien ante otro final de temporada lleno de lesiones siempre dice “tenemos otro juego mañana”. Mike canta en el coro de su iglesia, y lo queremos por eso. Yo soy el que se preocupa. En verdad, todos lo hacemos, pero mi preocupación es más del tipo de Upper-West-Side: “Dime que no tengo que asustarme”. Mi esposa no es fanática, tampoco mi hijo. Pero mi hija Eliza, quien tiene 26 años de edad, ha mostrado a través de los años un ocasional relumbrón de interés que me hizo pensar que ella podría llegar a convertirse. A mediados de la temporada pasada, con el equipo escalando posiciones, ella se proclamó fanática de los Mets. Mi hijo, dudoso de su alianza repentina, me advirtió que eso no duraría, que el fanatismo de ella era estrictamente una tormenta pasajera. Aún así vi potencial, una corazonada reforzada por el comportamiento estelar de ella durante los playoffs y la Serie Mundial. El punto más alto fue su asistencia al tercer juego de la serie de campeonato de la Liga Nacional contra los Dodgers de Los Angeles con una pancarta escrita a mano “For Ruben” y abucheando con la vehemencia de un fanático del futbol, a Chase Utley cuyo deslizamiento le había fracturado la pierna a Tejada. La verdadera prueba para cualquier fanático, por supuesto, no llega en los buenos tiempos sino en los malos. Esta temporada, luego de un abril prometedor, el equipo empezó a tener dificultades. Pero Eliza aún seguía allí, mostrando bien el equivalente del fanatismo al examen escrito: Sus mensajes de texto transmitían el dolor esencial. Yo: “No es la noche de Thor (Noah Syndergaard, pitcher de los Mets) Eliza: No quiero ver. Si no contamos con él, no contamos con nadie”. Así que a finales de junio, sentí que había llegado el momento de invitarla a unirse a mi grupo de seguidores de los Mets. Ella se unió cuando nosotros (si, nosotros, ella se adaptó a esto instantáneamente) estábamos en tercer lugar en el este de la Liga Nacional, a cinco juegos de distancia. Ella estaba agradecida por no tener que resistir la experiencia sola. Su novio, cuya pasíón está más dirigida hacia el balompié, la apoyó poco en ese momento. Eso cambió. “Ahora él entiende la urgencia de la situación”, escribió Eliza. Mientras tanto, los muchachos y yo estábamos listos apara ayudar, y ella lo sabía. Paul: Si podemos jugar para o por encima de .500 para el receso del juego de estrellas, estaré feliz. Eso requerirá jugar al menos para marca de 4-8 en los próximos 12 encuentros”. Mike: “Me gusta como está jugando Loney, por lo menos. Y d’Arnaud ha hecho varios outs con sus tiros a las bases”. Eliza: “Hola todos, esto de verdad me ayuda. Me he sentido desanimada los últimos dos días. Estoy tratando de no pensar en lo que rezamos para que haya menos mediocridad de parte de Matt Harvey o que Thor y Matz tengan menos dolor cada vez que lancen. Solo trato de mantener mis esperanzas para la segunda mitad de la temporada”. Para el 1 de agosto, la fecha límite para cambios normales, ella había encontrado su voz. Yo: “Está bien, ahí está la ironía de obtener a Dilson Herrera (Un movimiento inteligente ¿no?) considerando que él fue la razón para dejar ir a Murph (Daniel Murphy)”. Alex: “Me siento mucho mejor acerca de dejar ir a Nimmo”. Paul: “También, readquirimos a Jonathan Niese por Antonio Bastardo. No me gusta Niese, pero me gusta ese cambio, el cual se lleva a Bastardo del equipo”. Eliza: Estoy aliviada por no tener que ver con Bastardo otra vez”. Las semanas pasaron, y como el equipo mostrara chispazos de vida, Eliza se mostró más vigorosa y punzante. Alex: “¿Deberían los Mets hacerse cargo de la opción de 13 millones de dólares de Jay Bruce?” Eliza: ¡Bruce es inservible! Todavía, para finales de septiembre, la carrera estaba en su apogeo. Yo: “¿Un seguro jonrón de ces tomado sobre la pared? No me gusta eso…Gracias al cielo que perdieron los Cardenales”. Paul: “¡Mordedura de culebra, bebé!” Eliza: “Me siento de veras enferma”. Ella estaba lista la noche cuando los Mets botaron una ventaja de 2-1 sobre los Filis y perdían 6-4, cuando yo apagué el juego. Pero no mi teléfono, el cual se alumbró con el alerta de que José Reyes había empatado el marcador en el noveno con un jonrón. Entonces vimos el juego hasta que los Filis se fueron adelante en el undécimo inning, demasiado sufrimiento, así que nos perdimos el jonrón de tres carreras que ganó el juego en el cierre de ese inning. Temprano esa noche, yo le había enviado un correo electrónico a los muchachos reconociendo que había llegado el momento de aceptar la inevitabilidad de esperar hasta el año siguiente. La mañana siguiente, Paul estaba listo para levantarme el ánimo: “¡Bueno! Asdrubal Cabrera piensa diferente”. Mike lo secundó: “Si, hay que tener un poco de fé”. Toqué la puerta de Eliza, teléfono en mano, con el video listo para apretar “play”. Ella se levantó, sonrió, y replicó, “Ya lo he visto cientos de veces”. Traducción: Alfonso L. Tusa C.