martes, 25 de octubre de 2016

La hija de un fanático de los Mets atrapa la fiebre.

Michael Shapiro. The New York Times. 04-10-2016. Hablo de beisbol todos los días. En primavera y verano. En otoño e invierno, durante la temporada de cambios y chismes de agentes libre, y a comienzos de primavera, cuando cuento los días hasta que los pitchers y cátchers se reportan al sur para ponerse en forma para la temporada venidera. Entonces, como en el eterno ritual de la lectura de Los Cinco Libros de Moisés, empiezo todo de nuevo. Hay muchas cosas maravillosas acerca del beisbol, y una de esas delicias es la conversación entre personas desconocidas que nunca hablara de nuevo. Esto puede ocurrir en una cola en el bodegón o en la lavandería, “¿Viste esa jugada?”, y especialmente en el estadio, donde el extraño sentado a tu lado se convierte en tu compañero del alma hasta que termine el juego y ni siquiera piensas que sea necesario despedirse. El beisbol es un regalo de parlanchines, especialmente si usted, como yo, es un parlanchín con sus amigos. Tengo tres en particular. Mike, Alex y Paul. A través de los años, hemos ido ocasionalmente a los juegos en grupos de dos o tres. La conversación que hemos tenido por años, ahora está confinada al correo electrónico. Nunca estamos todos juntos, pero estamos unidos por los Mets. Nuestra dinámica, por supuesto, pueda aplicar a la de los fanáticos de cualquier equipo, quienes, como adolescentes en las garras del primer amor, están seguros de que nadie se ha sentido como ellos. Tenemos nuestras cualidades. Paul posee un conocimiento estadístico tan agudo que puede recitar sin esfuerzo los números vitalicios de Duffy Dyer contra zurdos con hombres en base y menos de dos outs. Alex es nuestro filósofo, dado a oscuros comentarios acerca de cual destino podría afectar a un Travis d’Arnaud en racha negativa. Mike, hay que bendecirlo, es el propio optimista, quien ante otro final de temporada lleno de lesiones siempre dice “tenemos otro juego mañana”. Mike canta en el coro de su iglesia, y lo queremos por eso. Yo soy el que se preocupa. En verdad, todos lo hacemos, pero mi preocupación es más del tipo de Upper-West-Side: “Dime que no tengo que asustarme”. Mi esposa no es fanática, tampoco mi hijo. Pero mi hija Eliza, quien tiene 26 años de edad, ha mostrado a través de los años un ocasional relumbrón de interés que me hizo pensar que ella podría llegar a convertirse. A mediados de la temporada pasada, con el equipo escalando posiciones, ella se proclamó fanática de los Mets. Mi hijo, dudoso de su alianza repentina, me advirtió que eso no duraría, que el fanatismo de ella era estrictamente una tormenta pasajera. Aún así vi potencial, una corazonada reforzada por el comportamiento estelar de ella durante los playoffs y la Serie Mundial. El punto más alto fue su asistencia al tercer juego de la serie de campeonato de la Liga Nacional contra los Dodgers de Los Angeles con una pancarta escrita a mano “For Ruben” y abucheando con la vehemencia de un fanático del futbol, a Chase Utley cuyo deslizamiento le había fracturado la pierna a Tejada. La verdadera prueba para cualquier fanático, por supuesto, no llega en los buenos tiempos sino en los malos. Esta temporada, luego de un abril prometedor, el equipo empezó a tener dificultades. Pero Eliza aún seguía allí, mostrando bien el equivalente del fanatismo al examen escrito: Sus mensajes de texto transmitían el dolor esencial. Yo: “No es la noche de Thor (Noah Syndergaard, pitcher de los Mets) Eliza: No quiero ver. Si no contamos con él, no contamos con nadie”. Así que a finales de junio, sentí que había llegado el momento de invitarla a unirse a mi grupo de seguidores de los Mets. Ella se unió cuando nosotros (si, nosotros, ella se adaptó a esto instantáneamente) estábamos en tercer lugar en el este de la Liga Nacional, a cinco juegos de distancia. Ella estaba agradecida por no tener que resistir la experiencia sola. Su novio, cuya pasíón está más dirigida hacia el balompié, la apoyó poco en ese momento. Eso cambió. “Ahora él entiende la urgencia de la situación”, escribió Eliza. Mientras tanto, los muchachos y yo estábamos listos apara ayudar, y ella lo sabía. Paul: Si podemos jugar para o por encima de .500 para el receso del juego de estrellas, estaré feliz. Eso requerirá jugar al menos para marca de 4-8 en los próximos 12 encuentros”. Mike: “Me gusta como está jugando Loney, por lo menos. Y d’Arnaud ha hecho varios outs con sus tiros a las bases”. Eliza: “Hola todos, esto de verdad me ayuda. Me he sentido desanimada los últimos dos días. Estoy tratando de no pensar en lo que rezamos para que haya menos mediocridad de parte de Matt Harvey o que Thor y Matz tengan menos dolor cada vez que lancen. Solo trato de mantener mis esperanzas para la segunda mitad de la temporada”. Para el 1 de agosto, la fecha límite para cambios normales, ella había encontrado su voz. Yo: “Está bien, ahí está la ironía de obtener a Dilson Herrera (Un movimiento inteligente ¿no?) considerando que él fue la razón para dejar ir a Murph (Daniel Murphy)”. Alex: “Me siento mucho mejor acerca de dejar ir a Nimmo”. Paul: “También, readquirimos a Jonathan Niese por Antonio Bastardo. No me gusta Niese, pero me gusta ese cambio, el cual se lleva a Bastardo del equipo”. Eliza: Estoy aliviada por no tener que ver con Bastardo otra vez”. Las semanas pasaron, y como el equipo mostrara chispazos de vida, Eliza se mostró más vigorosa y punzante. Alex: “¿Deberían los Mets hacerse cargo de la opción de 13 millones de dólares de Jay Bruce?” Eliza: ¡Bruce es inservible! Todavía, para finales de septiembre, la carrera estaba en su apogeo. Yo: “¿Un seguro jonrón de ces tomado sobre la pared? No me gusta eso…Gracias al cielo que perdieron los Cardenales”. Paul: “¡Mordedura de culebra, bebé!” Eliza: “Me siento de veras enferma”. Ella estaba lista la noche cuando los Mets botaron una ventaja de 2-1 sobre los Filis y perdían 6-4, cuando yo apagué el juego. Pero no mi teléfono, el cual se alumbró con el alerta de que José Reyes había empatado el marcador en el noveno con un jonrón. Entonces vimos el juego hasta que los Filis se fueron adelante en el undécimo inning, demasiado sufrimiento, así que nos perdimos el jonrón de tres carreras que ganó el juego en el cierre de ese inning. Temprano esa noche, yo le había enviado un correo electrónico a los muchachos reconociendo que había llegado el momento de aceptar la inevitabilidad de esperar hasta el año siguiente. La mañana siguiente, Paul estaba listo para levantarme el ánimo: “¡Bueno! Asdrubal Cabrera piensa diferente”. Mike lo secundó: “Si, hay que tener un poco de fé”. Toqué la puerta de Eliza, teléfono en mano, con el video listo para apretar “play”. Ella se levantó, sonrió, y replicó, “Ya lo he visto cientos de veces”. Traducción: Alfonso L. Tusa C.

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