viernes, 2 de diciembre de 2016
El prospecto de Grandes Ligas quien se convirtió en criminal.
Maurice Lerner.
Dan Barry. The New York Times. 24-10-2016.
El Buick de cuatro puertas avanzaba por las calles de Providence. El cielo de abril era azul claro, el aire agradable y suave. El clima perfecto para el beisbol. El hombre recostado en el asiento trasero una vez vivió días como ese.
Cuando el carro marrón se detuvo frente a Pannone’s Market en la Pocasset Avenue, su pasajero del asiento trasero saltó con una gracia poco común, una máscara sobre su rostro bien parecido, una pistola en sus manos grandes. Un cómplice armado lo seguía de cerca.
Los empleados del lugar se agacharon cuando el pistolero encontró su objetivo, un negociante quien había desafiado a Raymond L. S. Patriarca, el jefe de ojos carbón, del crimen organizado de Nueva Inglaterra. El negociante se percató a tres pies de distancia, su pistola sin usar reposaba a escasos centímetros de su mano estirada. Su paso lateral se cayó cerca de un anaquel de latas de tomate, su rostro se desencajó ante la inminencia del disparo.
Los niños del vecindario pronto presionaban sus narices contra la ventana frontal de la tienda, mientras los investigadores examinaban los dos cuerpos sobre el charco de sangre. El Buick ya era una memoria.
El matón y sus compinches se reunieron esa noche en un motel a pocas millas de distancia. Uno de ellos recordó después como el atlético pistolero, cuyo apodo era Pro, se ufanaba de sus estadísticas personales. Como fue el primero que atravesó la puerta, el que golpeó al librero, el que mató al guardaespaldas que trataba de escurrirse.
Se notaba. Los hábitos de los peloteros de antaño son difíciles de exterminar.
Si tienes talento, viajarás.
Los periódicos desde Burlington, N-C., hasta Walla Walla, Wash., contaban la misma historia: Maury (Pro) Lerner podía batear.
“Maury Lerner estrelló un triple contra el reloj de la pizarra y anotó con sencillo de Jacoby”. “Maury Lerner empujó dos carreras con un doble el domingo en la noche para llevar a Boise a una victoria 7-5 sobre Pocatello en un juego de la Pioneer League”. Maury Lerner sencilleó, bateó doble, triple y jonrón y ganó el juego.
Siempre pudo batear. Un prospecto espigado de Brookline, Mass., el estudiante de secundaria Lerner bateó .364 en su año final. El breve subtítulo debajo de su retrato en el anuario expresaba un propósito singular (“Baseball, 2, 3, 4”) y ese apodo singular: Pro. Eso fue supuestamente derivado desde haber sido llamado Little Professor al ser un niño precoz.
Lerner decía haber tenido una niñez feliz, al pasar parte de su juventud en una vivienda dúplex de Verndale Street, a unas dos millas de Fenway Park. Pero el hijo de Maury, Glen Lerner, disputa esa afirmación sobre la felicidad de la niñez. El padre de Maury, dice Glen, nunca le dijo a Maury que lo amaba, nunca fue a sus juegos de beisbol.
Tal vez esto explica las cosas, dice Glen.
Tal vez.
Lerner firmó con los Senadores de Washington a los 18 años y fue enviado a jugar a nivel de novatos en Erie, Pa. Bateó para un miserable .167 en 13 juegos y pasó los años siguientes en la milicia.
Pero regresó en 1957 para unirse a la franquicia de los Bravos de Milwaukee en Boise, Idaho, donde despachó 158 imparables en 127 juegos y bateó para un impresionante .328 (“El segunda base Maury Lerner bateó el imparable decisivo, un doble entre el jardín central y el derecho”). Entonces, arriba en Yakima, Wash., bateó .348 (“La línea de Lerner se estrelló contra la cerca del jardín derecho”). Luego en la organización de los Piratas de Pittsburgh, bateó ,372 con los Tobs de Wilson en North Carolina. (“Lerner mandó una pelota sobre la pared recortada del jardín central”).
La oficina principal de Pittsburgh estaba pendiente, en caso de que Bill Mazeroski o Dick Groat se lesionaran. Ese infielder del medio que emergía, ese muchacho Lerner, parecía respetuoso, competitivo, hasta erudito. Un real caballero, excepto cuando no lo era.
Al jugar en Nicaragua durante la temporada invernal 1959-60, Lerner bateaba cerca de .400 y tenía un buen momento. Tan bueno, que su manager, el grandeliga Earl Torgeson, anunció que lo suspendería por violar la hora límite de presentarse al hotel y otras transgresiones.
Pero entonces Torgeson y Lerner hicieron causa común contra algunos peloteros cubanos, luego que Lerner reclamó que le estaban lanzando mucho a la espalda. Torgeson se lio a puñetazos con un pelotero cubano y renunció. Lerner atacó a un pitcher y a un árbitro cubano pero siguió jugando. Y bateando.
Frank Kostro, un futuro grandeliga conocido por ser bateador emergente, compitió contra Lerner ese invierno. “Yo bateaba bien por encima de .300”, dice él. “Pero ni siquiera estaba cerca del líder, quien era Maury Lerner.
Lerner regresó a Estados Unidos con un título de bateo, la reputación de ser un buen compañero, y un cachorro de gato salvaje que escondió en una cesta, de acuerdo al libro “Memories of Winter Ball” de Lou Hernández.
También pareció arrastrar un miedo autodestructivo por el éxito. La historia de la familia dice que él saboteó la oportunidad de subir con los Piratas después que Mazeroski se lesionó, es verdad, al menos, que Mazeroski, un futuro inquilino del Salón de la Fama se lesionó dos veces, entonces peleó con su manager.
“Uno de sus lamentos más grandes”, dice Glen Lerner. “Cada vez que iba a ser promovido, hacía algo que lo desacreditaba. No sabía como explicarlo”.
Deslizándose hacia el crímen.
Maury Lerner, tuvo 24, 25, 26 años, llego a la mediana edad en las ligas menores. Un veterano que hacía 700 dólares por unos pocos meses del año. Un prospecto del pasado sin futuro.
Él aun se las arreglaba para sobresalir, aunque, leyendo libros, observando su dieta y ejercitándose con pesas. Eso fue en una época cuando casi nadie en el beisbol se concentraba en el acondicionamiento físico, de acuerdo a Gene Michael, el antiguo campocorto y gerente general de los Yanquis quien jugó tres juegos con Lerner en los Pirates de Savannah, en Georgia, en 1960.
Aunque los dos peloteros solo coincidieron brevemente hace más de medio siglo, uno en ascenso, el otro en descenso, Michael nunca olvidó a Lerner, buen guante y gran bateador de líneas quien solía batear la pelota contra el suelo para vencer el tiro a primera. Una noche en la cena, Lerner disertó sobre la estrategia y el entrenamiento del beisbol de una manera que el joven y poco experimentado Michael no había oído nunca antes.
“Él estaba muy adelantado respecto a nosotros”, dice Michael. “Muy adelantado”.
Pro Lerner miraba hacia adelante. Para el verano de 1961, el pelotero profesional también estaba buscando una vida en el crímen.
Para ese momento él jugaba con los Peaches de Macon, una colección de peloteros que pudieron haber sido y nunca fueron. Un veterano que se había ponchado en sus tres turnos al bate en las mayores. Otro había jugado 16 años en las menores, fue llamado para un juego arriba, y ni siquiera llegó a tomar un turno al bate.
“Un equipo bastardo”, dice Tony Bartirome, uno de sus peloteros. “Todos de capa caída”. Incluyendo a su buen bate infielder del medio.
Bartirome recuerda que Lerner era de tan buenas manera que “él era casi como un cura”. Y otra cosa. Ocasionalmente abandonaba el equipo para atender algunos asuntos personales.
Esos asuntos personales podrían haber incluido el arresto de Lerner ese verano por el atraco a mano armada de una mueblería en Boston. Despues fue sentenciado a tres años de prueba.
Lerner fue arrestado de nuevo pocos meses después, por cargo de conspirar por cometer robo portar arma de fuego sin permiso. De acuerdo a los registros de la policía de Brookline, los policías sorprendieron a Lerner y su ex compañero en medio de un robo a un conocido.
Interrogado por la policía, Lerner mintió repetidamente. Y mientras eventualmente pasó la prueba, el joven pelotero dejó una impresión desfavorable. “Sé que la policía de Brookline no le tenía buena intención”, dice Glen Lerner. “Un judío problemático nunca será bien visto por una fuerza policial irlandesa”.
Maury Lerner mantuvo un poco más sus sueños de beisbol. Pasó parte de la temporada de 1962 con los Capitals de Raleigh, de la organización de los Senadores, bateó .308 con ocho jonrones, el tope de su carrera profesional (“Un jonrón de dos carreras del primera base Maury Lerner en el octavo inning ganó el juego”).
Un compañero de equipo John Kennedy, futuro grandeliga, no ha olvidado los sonidos de obsesión que emanaban del hogar de Lerner en Raleigh, los latigazos de un bateador enfocado en golpear un neumático con un bate.
Tum, tum, tum.
“Solo le preocupaba batear, batear, batear”, dice Kennedy.
Una vez Lerner subió a un mendigo quien solía merodear por el estadio Deveraux Meadow, al bus del equipo. Escondió al hombre del manager, y le dio suficiente cerveza a lo largo del viaje por carretera. Un acto de bondad, dice Kennedy. “Hasta donde sé, él era un gran tipo”.
Un gran tipo quien también pasaba cheques sin fondo en Tennessee, robaba un televisor de un hotel cercano a Fenway Park y estafaba a algunos universitarios en juegos de pool.
Los scouts de beisbol solían escrutar cada movimiento de Lerner. Ahora los agentes de FBI eran quienes lo observaban.
Un Rastro de Violencia
Para ese momento, Lerner andaba con los reconocidos criminales de Nueva Inglaterra, John Kelley, también conocido como Red, y George Agisotelis, también conocido como Billy. Esos dos fueron sospechosos principales en el notorio y aun irresuelto robo del camión de correo en Plymouth, Mass., en 1962, en el cual hombres vestidos como oficiales de policía manejaron un camión del servicio postal y se escaparon con el entonces botín record de 1.5 millones de dólares en efectivo.
Pero él aún jugaba beisbol, manteniéndose con el equipo afiliado de los Senadores en Pennsylvania con el exquisito nombre de los White Roses de York. Bateó solo .250 en solo 28 juegos, las razones de su truncada temporada de 1963 no están claras, excepto por un documento interno del FBI de aquella época:
Joseph McKenney, Director de Publicidad, de la Liga Americana de beisbol, y Joseph Cronin, Presidente de la Liga Americana, luego de revisar los registros, determinaron que Maurice Lerner está actualmente en la lista de suspendidos del equipo de beisbol de York, Pennsylvania, sujeto a moverse a una clasificación superior de infracción.
Cronin declaró que estar en la lista de suspendidos indica o que Lerner no se reportó al equipo de York o fue suspendido mientras estaba ahí por alguna infracción de las regulaciones de entrenamiento del equipo.
No hubo anuncio formal, ni reporte noticioso. Pero Pro Lerner había renunciado al beisbol para concentrarse en una nueva carrera. El nombre que una vez apareció en las páginas de los scouts y los periódicos de los pueblos pequeños ahora frecuentaba en los reportes policiales de inteligencia.
Maurice Lerner, alias Pro, alias Reno. Recien casado con Arrene Siegel. Sospechoso de robos en el Boston Five Cent Savings Bank y el Suburban National Bank. Socio de los conocidos criminales Kelley y Agisotelis. Antiguo beisbolista profesional. Considerado armado y peligroso, con pistola o bate, así parece.
Parte de la creciente reputación de Lerner venía de cómo Pro una vez aplicó sus destrezas de bateo a su nueva profesión al tocar el timbre de una casa y partirle la cabeza al hombre quien contestó. La historia contada a menudo puede ser apócrifa, pero los rumores de la inclinación de Lerner por la violencia janía llegado a kla oficina principal de la familia criminal Patriarca, los Medias Rojas de Boston del mundo subterráneo. Y él fue reclutado.
Cuando algunos hombres tomaron la decisión de robar una operación de negocios ligada al mafioso, fue Lerner junto a Kelley, quien fue enviado a solucionar las cosas. Cuando ciertas personas desaparecieron o dejaron de respirar, Lerner a menudo parecía ser, parte de la conversación postmortem.
En enero de 1965, el cuerpo de un pandillero inconsecuente llamado Robert Rasmussen, fue encontrado en Wilmington, Mass., con una bala calibre .36 alojada en la perte trasera de su cabeza. Un informante, luego expresó que Rasmussen había tratado de extorsionar a Kelley, por lo que fue direccionado hacia el apartamento de Lerner con la promesa de un arreglo jugoso, solo para terminar muerto en un banco de nieve, usando poco más que una bufanda.
Entonces estaba Tommy Richards, otro miembro del grupo de Kelley, quien desapareció antes del juicio de 1967 por el robo del correo de Plymouth. El reconocido abogado F. Lee Bailey, quien representaba a Kelley, recuerda que cuando preguntó por el paradero de Richards, le dijeron, “Bien, Tommy no estará con nosotros”.
Richards tenía una excusa decente, estaba muerto. Otro socio de Kelley le dijo después a Bailey que estaba presente cuando Lerner le disparó en la cabeza a Richards, justo después que el hombro imploró por su vida, diciendo, “Nunca hice nada por hacerle daño a ustedes”.
No se trataba de lo que Richards había hecho, sino de lo que podía hacer. Kelley no creía que su amigo se mantendría callado en el estrado, así, que se tendría que ir. Kelley y otros agresores fueron declarados no culpables en el caso de Plymouth, y la desaparición de Richards permanece irresuelta.
Descifrando el mundo subterráneo.
“No vi nada, no oí nada”, dijo el dueño de una tienda pequeña cercana a Pannone’s Market. El sábado claro y frío del 20 de abril de 1968, un par de pistoleros enmascarados habían dejado dos cuerpos sin vida sobre el piso del mercado. El Buick en el cual escaparon, luego fue recuperado, con una carabina M1 recortada, dos pistolas recortadas y dos pistolas calibre .38, dentro.
“¿Quieres información?” le dijo alguien a un inquisitivo reportero del Providence Journal. “Llama al 411”.
Pasaron meses sin pistas sólidas, aunque se sabía de la participación de Patriarca, el jefe criminal de Nueva Inglaterra. Nada se hacía en Providencia sin el consentimiento de “el viejo”, quien se sentaba fuera de su pequeño negocio de venta de monedas en Federal Hill, preparando su tabaco mientras veía a los policías observándolo.
“Él era uno de los jefes criminales más poderosos del país”, dijo Thomas Verdi, jefe de policía de Providence y antíguo comandante de la unidad del crimen organizado en del departamento. “Era reverenciado y temido por todos”.
Pero en 1969, la operatividad de Patriarca sufrió un golpe crítico cuando uno de sus socios se convirtió en informante. Desafortunadamente para Pro Lerner, el canario fue su amigo y mentor, Red Kelley.
Un robo reciente en Brink de medio millón de dólares había sido muy sospechoso para ser considerado como un trabajo interno, eso llevó a los investigadores a interrogar a un empleado de Brink quien rápidamente nombró a sus cómplices. Entre ellos estaba Kelley, quien pronto indicó su deseo de intercambiar información a cambio de custodia protectora.
Kelley le dijo a los investigadores federales que Lerner, el pistolero principal, era brillante, corajudo y homicida: el hombre más peligroso que había conocido en sus 25 años en el bajo mundo.
Kelley siguió hablando. Acerca de cómo un teniente de Patriarca, Luigi Manocchio había reclutado a Lerner por su violencia controlada, y como Lerner había reclutado a Kelley por su meticulosidad en los planes de escape. Como seguían los movimientos diarios de sus víctimas, el negociante, Rudy Marfeo y su guardaespaldas, Anthony Melei. Como Manocchio después les estrechó las manos luego de haber hecho bien el trabajo y les transmitió el mensaje de que “George”, código de Patriarca, estaba complacido.
Los agentes del FBI arrestaron a Lerner una mañana en el apartamento que compartía con su esposa y dos hijos pequeños. Mientras Lerner se vestía, un agente notó e estuche marrón de una pistola. Cuando los oficiales legales regresaron horas después con una orden de cateo, descubrieron su contenido, una pistola pump-action y otra calibre .45.
Mientras la esposa de Lerner se deprimía y subíó arriba, ellos bajaron al sótano donde encontraron un espacio para disparar. La silueta de un blanco había sido dibujada en una pared a prueba de bales, y había esquirlas de plomo dispersas en el piso.
Parecía que dispararle a hombres imaginarios, había reemplazado a batear pelotas imaginarias. Tum, tum, tum.
El arresto de Lerner permitió que otros se relajaran. De acuerdo a los registros del FBI, otro informante federal, Richard Chicofsky, le dijo a sus manejadores que “ese bastardo de Lerner recibió lo que merecía”.
Cuando le preguntaron que quiso decir con eso, replicó que Lerner era un matón sádico que disfrutaba viendo a las personas desangrarse. Contó de la vez cuando Lerner le alardeó de cómo había matado a Billie Aggie (Agisotelis) con una .45 mientras él y Aggie tenían una conversación casual en un automóvil.
“Chicofsky declaró después que se sentía mucho mejor ahora que Lerner no estaba en la calle porque cuando estaba, siempre temía que Lerner decidiera lincharlo”.
Las audiencias y el juicio de los asesinatos Marfeo-Melei incluyeron los usuales teatros del crimen. Un acusado gritó a un fiscal (“Te agarraré, bastardo. Te veré llorar antes que esto termine”), golpeó una puerta de madera y se rompió la mano. Una testigo de la fiscalía desapareció por un día, luego reapareció con un cuento de haber sido llevada a un lugar secreto donde le pidieron que testificara contra todos excepto Patriarca y Lerner, mientras la testigo salía del estrado, un familiar del acusado la amenazó de muerte.
Era Lerner, un judío de Brookline, no un italiano de Providence, quien buscaba alivio con las visitas regulares a prisión de un rabí de Boston.
Despues de tres días de deliberaciones en marzo de 1970, un jurado de Providence sentenció a Lerner, Patriarca y otros tres por conspirar, mientras Lerner también fue sentenciado por asesinato. El hombre con un promedio de bateo vitalicio de .308 recibía dos cadenas perpetuas. Tenía 34 años de edad.
El antíguo beisbolista notificó que no quería más visitas del rabi.
John Kennedy y Gene Michael. Ed Brinkman y Bernie Allen. Rich Collins y Donn Clendenon. Tany Perez y Rusty Staub y Steve Blass y Rico Petrocelli y Tommie Agee y Cesar Tovar y Roy White y Mel Stottlemyer. Todos esos antíguos compañeros de equipo y rivales aun jugaban y hasta destacaban en Grandes Ligas.
¿Y donde estaba Maury Lerner, el prospecto absesionado con el bateo quien una vez se sentó al lado de ellos en los dugouts, los acompañó en aquellos largos viajes en autobús y compartió pequeñas charlas alrededor de segunda base? Ocupando una celda de primer piso en una infame esquina en el Rhode Island’s Adult Correctional Institution.
“Uno de esos debió haber sido”, dice su hijo. “Una tragedia estadounidense, cuando piensas en eso”.
Un recluso modelo.
Al enfrentar la vida tras las barras, Lerner pudo fácilmente haberse asimilado a la cultura dura del ala, norte de la prisión, un area reservada para reclusos de nombres resonantes que era controlada por Gerard Ouimette, un pandillero vicioso e impredecible relacionado con la familia Patriarca. La reglas eran tan vagas, y Ouimette tan poderoso, que los reclusos no podían hacer otra cosa que irse.
“Recuerdo entrar en la prisión una vez para trabajar en un caso, y en una oficina estaban esos grandes contenedores de comida llenos de filetes de res y colas de langosta”, recuerda Vincent Vespia, un antíguo detective de la policía del estado. “Así que pregunté: “¿Para qué es todo esto?”
La respuesta: “Ouimette tiene una fiesta”.
Pero antes que unirse, Lerner se alejó, capitalizando la poco común deferencia que se había ganado al mantenerse callado acerca de Patriarca. Era después de todo un pro.
Un lector incansable, Lerner tenía el segundo coeficiente intelectual de la prisión, y estaba orgulloso de aprender a diario una palabra nueva para su vocabulario. Fanático e estar en forma, desde el principio abogó por los beneficios para la salud de los vegetales crudos. Y cada vez que llegaba un oficial de cumplimiento de la ley para provocarlo, él se mantenía callado.
“Un tipo disciplinado, el más frio y duro de allí”, dice Brian Andrews, un antíguo comandante de detectives de la policía del estado de Rhode Island. “Y Pro no hablaba. A veces te miraba y ni siquiera contestaba”.
Lerner “se plegaba estrictamente a las reglas de la institución”, dice un registro de la prisión. Cuando reventaba una pelea él se refugiaba en su celda, cumplía sus asignaciones de tareas, asumió múltiples períodos de inactividad sin incidentes y fue capaz de manejar un despido de un trabajo en un terreno cercano. Un recluso modelo.
En 1980, Lerner fue al rescate de un oficial del correccional quien estaba siendo ahorcado con una cuerda por otro recluso. Él contuvo al recluso y escoltó al oficial herido a la enfermería. Eso generó una nota de recomendación en el archivo de Lerner, alabándolo por una “acción heroíca” que no sería olvidada.
Gerald Tillinghast pasó mucho tiempo con Lerner en prisión. Ahora tiene 70 años y en libertad bajo fianza, Tillinghast fue una figura temida en el bajo mundo de Rhode Island, las razones de eso se aclararon durante una conversación de desayuno. Sobre la escena de un plata de huevos revueltos con salsa de tomate, Tillinghast recuerda la carnicería que tuvo una vez con un informante federal:
“Me le acerco por detrás, lo rodeo y le digo ¿Qué estás haciendo? Él dijo que eso no era de mi incumbencia. Bum. Lo tumbé de un puñetazo, lo tiré por las escaleras y ah, lo herí con un punzón de hielo un par de veces”.
Él dice que Lerner, a quien él respetaba, era un tipo de prisionero distinto a la mayoría.
“Deje a un lado el crimen organizado, o cualquier tipo de crímen”, dice Tillinghast. “Si quería conocerlo, nunca había que hablarle de eso. Nunca. ¿Cuando llegaba a conocerlo? Era muy carismático, si usted le caía bien. Muy rara vez lo veía reir”.
Todo el tiempo, Lerner siguió siendo un hombre de familia; esto es, de su familia. Cuando las apelaciones para revertir su sentencia parecieron llegar a un punto muerto, Lerner mudó a su esposa Arrene, y sus dos hijos pequeños, Glen y Jenni, a una casa pequeña cercana a la prisión.
“Nunca conocí a una mujer más leal en mi vida”, dice Tillinghast de Arrene. Y cuando Pro llegaba al salón de visitas, dice él, “los niños corrían hacia él”.
Glen, quién fue criado en la creencia de que su padre era víctima de un fraude, dice que pasó más tiempo con él que la mayoría de los niños tienen con sus padres libres. “Lo veía cinco veces a la semana, dos horas diarias, a través de una mesa en la sala de visitas”, dice él.
Aún así, eso no fue fácil para los hijos de Lerner. Glen dice que a menudo se liaba a golpes con otros niños quienes se burlaban de él porque su padre pagaba cadena perpetua por un doble homicidio. Además, su padre podía ser controlador, “Tienes que hacer esto, tienes que hacer lo otro”, en parte porque él había perdido control de su vida, y en parte porque quería alejar a sus hijos de esa vida.
Pero Glen dice con admiración que la normalidad doméstica de alguna manera se estableció en una situación profundamente anormal. “Mis padres hicieron un gran trabajo para sobreponerse a ese estigma”, dice él, y para aclararle a otros que “no somos lo que piensas”.
Su padre instaló una pared de concreto en el patio para que Glen pudiera practicar futbol, y aprendiera todo lo que pudiera de un juego que él nunca jugó y por tanto no podía aconsejar a su hijo. Cuando el tiempo libre le permitía alguna libertad, él iba a los juegos de futbol de su hijo en la escuela secundaria, y animaba a Glen.
“Nos dio todas alas oportunidades para triunfar”, dice Glen. “Todos me decían siempre, ‘Me gustaría tener un papá como el tuyo’”.
Glen agregó: “Nunca lo cambiaría por cualquiera como mi padre”.
Encontrando la libertad.
Maury Lerner vio pasar el tiempo: 1975, 1980, 1985. A través de ese período, él encontró distracción, y tal vez hasta sustento, en su antígua profesión como beisbolista. Cuando supo que un consultor de la prisión, Joseph Filipkowski, era el padre de un prometedor jugador de pequeñas ligas, se ofreció para trabajar en la mecánica del muchacho. En un campo de juego de la prisión, un recluso vestido de caqui, le lanzaba pelotas Wiffle a un niño de 12 años de edad.
El niño lo está haciendo bien, reportó el exbeisbolista encarcelado.
Lerner también se convirtió en el exigente entrenador de un competitivo equipo de softbol que se nutría de todos los que llegaban, oficiales correctivos, jugadores de futbol americano profesional, cualquiera dispuesto jugar ante un oponente quien siempre tendría la ventaja de la localía. Los jugadores más jóvenes lo escuchaban, dice Tillinghast, porque le temían.
“Él quería perfección”, dice Tillinghast, agregando, “Dios te salve por perder un juego, ¿sabes lo que quiero decir?”
En algunas maneras, Lerner todavía se consideraba parte de la familia del beisbol profesional. Una vez contactó a un antíguo manager de ligas menores suyo para decirle que tenía a un buen prospecto en el equipo de softbol de la prisión: Este muchacho lo podía hacer todo. El antíguo manager, para entonces ejecutivo de los Piratas, envió un scout para observar al recluso en un entrenamiento.
El jugador resultó excepcionalmente bueno, en softbol.
De acuerdo a Tillinghast, la interacción de Lerner con sus peloteros terminaba en el terreno de juego. Podía decir hola a un compañero en el terreno, pero rara vez tenía una conversación seria.
“Él solo quería aprovechar el tiempo”, dice Tillinghast, al limpiar sus dientes con un palillo. “Hacía su trabajo sin importar el volumen. Nunca se quejaba”.
Y luego de 18 años en prisión, Pro Lerner finalmente ganó.
Su antiguo mentor, Red Kelley, estaba reconociendo que había alterado su testimonio durante el juicio de asesinato en 1970. No lo malinterpreten. Las cosas ocurrieron como las había descrito, excepto por unos detalles, incluyendo esa parte acerca de cómo se había reunido con Patriarca para discutir los planes para el golpe Marfeo-Melei. Admitió que eso nunca ocurrió. Un agente corrupto del FBI, quien luego moriría en prisión mientras esperaba juicio por cargos de homicidio, lo había puesto en evidencia.
Este asunto del perjurio finalmente persuadió a la Corte Suprema de Rhode Island de revertir la sentencia por homicidio de Lerner. Así que, pocos días antes de la Navidad de 1988, el viejo pelotero y sedicioso fue declarado incompetente a los cargos de asesinato y conspiración, recibió crédito por el tiempo en prisión, y salió hacia el ambiente frío de Providence.
Tenía 53 años.
Lerner y su esposa salieron rápidamente de Rhode Island para california y luego a Las Vegas, como para alejarse todo lo posible del pasado. Patriarca estaba muerto y ahora también lo estaba una parte de Lerner. Él no tenía deseo de reconectarse con sus antíguos cómplices, ni interés en ser compensado por mantener su boca cerrada. Sólo quería dejar atrás todo eso.
“Él se alejó de cualquier cosa que le recordara esa vida”, dice Glen, su hijo.
Para ese momento, sus hijos habían asistido a Duke University, y su hijo, el futbolista estrella, había jugado con el equipo campeón nacional de Duke en 1986 y había ido a la escuela de leyes de Tulane. Una foto de Glen en la graduación de la escuela de leyes muestra a sus sonrientes padres abrazados, su padre lleva un sweater a rayas, y mira hacia abajo.
Una imagen agridulce. Pocos años después, Arrene, la esposa leal quien hanía mantenido unida la familia, fallecía de cáncer a la edad de 56 años. Su esposo estaba devastado.
Lerner nunca se volvió a casar. Siguió viviendo en Las Vegas, donde ayudaba en el bufete personal de su hijo, y tenía algo de acción en un local de apuestas deportivas. A veces llevaba a su nieta pequeña a pasear por Sin City, tarareando canciones de Sinatra y Ella.
De vez en cuando, Glen Lerner trataba de llevar a su padre a una discusión acerca de su pasado; más específicamente, cómo liberarse del pasado. “¿Por qué no te puedes perdonar?” le preguntaba el hijo a un padre quien fue famoso por atacar a otros, y parecía que a el mismo. Aun ahora, no hablaba.
“Yo podia mirar su cara, y podía notar el lamento”, dice Glen, agregando: “Puede haber sido cosas que hizo que él no quiso hacer”.
El antíguo atleta quien una vez se desplazara graciosamente desde la caja de bateo, bate en mano, y desde un sedan, pistola en mano, no pudo burlar al tiempo. Hace pocos años, se le instaló la demencia. Se cayó y se fracturó la cadera. Cuando llegó la muerte en 2013, a los 77 años, dejó un hijo, una hija, nietos y muchas preguntas.
“Esto es una historia detectivesca”, dice Glen. “Sabes quien lo hizo pero ¿por qué?
Tal vez Lerner había gravitado hacia la figura del padre quien lo había encauzado por el camino equivocado, dice su hijo. Tal vez el buscaba a alguien a quien seguir.
“Él fue muy dulce al final”, dice Glen. “Perdió mucho de su agresividad”.
Pero Maury Lerner nunca perdió su sentido de pertenencia a la fraternidad del beisbol profesional. Entre sus miembros, él era conocido como un compañero de equipo leal quien podía batear muy bien. Un verdadero profesional.
En los años posteriores a la prisión, Lerner empezó a llamar a antíguos compañeros y contrincantes alrededor del país, personas que ahora están en sus 70 u 80, quienes lo conocían desde antes. Él disfrutó recordar los viejos días, los momentos que pasó en los pueros beisboleros: Erie y Boise, Macon y Raleigh, Yakima y Managua.
“Él me llamó”, recuerda el antíguo grandeliga Frank Kostro. “Y le dije, ‘Maury, ¿donde has estado?’”
Lerner se explicó lo mejor que pudo.
Traducción: Alfonso L. Tusa C.
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