viernes, 25 de septiembre de 2015

¿A donde te has ido Sandy Koufax?

En búsqueda de la leyenda del beisbol, mientras se aproxima el aniversario 50 de su icónica decisión de no lanzar el día de Yom Kippur. Una entrevista exclusiva para The Jewish Week. 12-03-2014 Steve Lipman “No me imagino a las personas hablando de mí 50 años después”. Sandy Koufax en una entrevista de Sports Illustrated en 1965. Glendale, Ariz. – Con pelotas en mano, Kyle Leibel, un aficionado de 14 años de East Meadow, L.I., y John Fuchs, un amigo de Phoenix, patrullaban los terrenos del campo de entrenamiento de los Dodgers de Los Angeles una mañana reciente, buscaban autógrafos. Los primeros días de la preparación de los Dodgers para la temporada de 2014, los adolescentes, entre docenas de otros aficionados, perseguían pitchers y cátchers, tradicionalmente los primeros peloteros en reportarse al entrenamiento primaveral. Entonces Steven Leibel, el padre de Kyle, los llevó a un grupo de aficionados que presionaban contra una defensa de cadenas, clamando por un autógrafo de un ciudadano de cabello blanco. Kyle y su amigo no sabían mucho del antíguo pelotero, Sandy Koufax, en el centro de atención de los aficionados, pero Steven Leibel rápidamente los ilustró: Koufax, ahora de 78 años, es un pitcher del Salón de la Fama retirado hace tiempo, propietario de una recta poderosa y una curva como caída de una mesa quién dominó a los bateadores de la Liga Nacional por un inigualado período de seis años a principios de los años ’60. Se retiró a los 30 años debido a una artritis en el brazo izquierdo, y consolidó su reputación ante la comunidad judía al declinar lanzar en el juego inaugural de la Serie Mundial de 1965 debido a que era el día de Yom Kippur. Koufax notó a los muchachos detrás de la defensa. “¿Se escaparon de la escuela?” bromeó con ellos. “No deberían escaparse de la escuela”. La pregunta era retórica. Kyle y John no contestaron. Ellos consiguieron su autógrafo. “Gracias Sr. Koufax”, gritaron. Entonces corrieron, en busca de otros jugadores jovenes.. Pero antes que lo hicieran, Steven Leibel se aseguró de que su pieran lo que tenían: “Ustedes consiguieron el autógrafo del siglo”. Bienevenido a la vida de Sandy Koufax, número 32, un héroe escurridizo quién, en la era de las fotos selfies y el twitter, ha construido una rara zona de privacidad para sí. Cuando él está al alcance del ojo público, su firma está en demanda. La próxima temporada, sin embargo, cuando se cumplan 50 años del juego más famoso que un pitcher de Grandes Ligas no lanzó, Koufax se encontrará en medio de una luz pública más brillante. El sujeto de incontables sermones, columnas de periódicos y discursos de bar mitzvah de los últimos 49 años, ese juego, esa decisión, ese momento que sirvió como piedra angular de una emergente confianza judía en este país, será recordado otra vez en la comunidad judía, y quizás más allá. Esta temporada, los Dodgers abren contra los Cascabeles de Arizona el 22 y 23 de marzo en Australia, será la última de Koufax antes que el judaísmo norteamericano reviva esa Serie Mundial, antes que comience la conmemoración de 2015, antes de la avalancha de ensayos históricos y solicitudes de sus pensamientos. Será difícil que conteste muchas preguntas o haga muchas apariciones personales. Koufax evita notoriamente hacer de sí una celebridad, una característica que ha contribuido a incrementar su mística. Raramente concede entrevistas. Pero por razones que no reveló, aceptó ser entrevistado por The Jewish Week aquella mañana en el entrenamiento primaveral, dos días antes que fue golpeado en la cabeza por un pelotazo en foul durante la práctica de bateo del equipo. (Él estaba aturdido, recibió tratamiento del masajista de los Dodgers, y estuvo bien el día siguiente). Fue una semana soleada e inusualmente cálida en este suburbio de Phoenix. Enfundado en una camisa de golf, pantalones cortos cargo y zapatos de correr, Koufax se sentó en una mesa pequeña playera fuera de las oficinas de los Dodgers, a la sombra de un paraguas, anteojos de sol en sus ojos. Todavía está en forma, su apretón de manos es fuerte; parece por lo menos 10 años más joven de lo que es. Koufax habló por alrededor de media hora, en respuestas cortas, como es su estilo, episodios de su carrera pero nada de su vida íntima. Fue educado, cortés; pero al estar sujeto a una entrevista estaba claramente afectado, parecía como debió lucir un bateador en el plato, al enfrentar la recta de Koufax. La autoreflexión pública no es su zona de confort. Luego de la introducción, la conversación se enfocó rápidamente hacia el Yom Kippur de 1965, el cual coincidió con la Serie Mundial entre los Dodgers y los Gemelos de Minnesota; este es el punto que más interesa a los aficionados judíos. Koufax casi no escribió nada de esto en su autobiografía de 1966, dedicó dos párrafos al histórico juego. “Yo había lanzado y perdido el segundo juego debido a la coincidencia del juego inaugural con el Yom Kippur”, escribió, en retrospectiva a su apertura del segundo juego. “Nunca hubo ninguna decisión que tomar… porque no había ninguna posibilidad de que yo lanzara. Yom Kippur es el día más sagrado de la religión judía. El equipo sabe que no trabajo ese día”. Un lector no se entera mediante la autobiografía como Koufax pasó ese día (reportado en su habitación del lujoso hotel St. Paul a pocas cuadras de los bancos del Mississippi), si rezó, si ayunó, si siguió el juego por TV o radio, si miró por la ventana hacia el centro de St. Paul o hacia los remeros del Minnesota Boat Club, el cual tiene su sede en una pequeña isla frente al hotel. “No van a saber de eso ahora”, le dijo Koufax a The Jewish Week. Lo que él hizo ese día de 1965 fue privado; nunca habla en público de eso. Tomarse el día en Yom Kippur no era una gran cosa, dijo él. “Era algo que siempre hice”. En 11 temporadas previas con los Dodgers, en Brooklyn y en Los Angeles, él se había tomado el día en Yom Kippur, lo cual había ocurrido durante la temporada regular, dijo él. Él había ajustado su calendario de pitcheo cada año de manera de recuperar la apertura perdida, mientras pasaba el día feriado con sus padres. El Yom Kippur de 1965 tuvo más notoriedad, dijo Koufax, solo por la confluencia con la Serie Mundial. ¿Por qué no lanzó ese juego? “Por respeto” ¿Tan simple como eso? “Tan simple como eso”, dijo Koufax. ¿Estaba tratando de hacer una declaración sobre el orgullo judío? “Absolutamente, no”. ¿Alguien, los dueños, la gerencia, compañeros de equipo, lo presionó para que iniciara la Serie, la asignación más prestigiosa para un pitcher? Él ladeó la cabeza. “No hubo presión”. ¿Fue un riesgo, pudo haber puesto en peligro su permanencia con el equipo? “No”. ¿Los otros Dodgers le preguntaron el día siguiente que había hecho en Yom Kippur? ¿Le preguntaron algo del día feriado? “Sin discusión”. Ellos estaban acostumbrados a su ausencia de ese día, entonces, de vuelta al trabajo. ¿Tenía él alguna idea de que ese día de descanso, un mes después de haber lanzado su cuarto y último juego sin hits ni carreras, esta vez un juego perfecto, le convertiría en un ícono? Él ladeó la cabeza. “No”. ¿Cuándo empezó a reconocer que para muchos aficionados judíos, el era más famoso por el juego que no lanzó que por los cientos que si pitcheó? El murmullo empezó, un poco, el año próximo, sería todo un suceso. “Han pasado 49 años desde entonces”, dijo Koufax. ¿Le sorprende el alboroto en curso? “Sí”. “Yo no fui el primero”, la primera estrella judía en abstenerse de jugar en Yom Kippur, dijo él, tratando de desviar el enfoque hacia él. “Hank Greenberg lo había hecho”. Greenberg es el primera base inquilino del Salón de la Fama de los Tigres de Detroit; su decisión de no jugar en Yom Kippur ocurrió en 1934, durante el final de la exitosa carrera de los Tigres por el campeonato de la Liga Americana. Koufax contestó varias preguntas, dejó de contestar otras, luego se levantó y caminó hacia el edificio de oficinas de los Dodgers ‘En el éter judío’ Él pasó unas pocas horas atendiendo sus deberes oficiales, trabajó con los pitchers de los Dodgers como instructor de medio tiempo, su título oficial es Asesor Especial del director de los Dodgers Mark Walter, mientras firmaba autógrafos a los aficionados que llevaron pelotas, o programas, o barajitas viejas para conseguir la rúbrica del zurdo más famoso en la historia judía-norteamericana. La mayoría de las personas que caminaba frente a las barricadas, empleados de los Dodgers y miembros de los medios de comunicación, llevaban tarjetas de identificación colgadas al pecho. Koufax no. “Él no necesita identificación”, dijo Steven Brener, el encargado de relaciones públicas de los Dodgers por mucho tiempo. Unos centenares de aficionados, de todas las edades, géneros y procedencias étnicas, se congregaron alrededor de un pequeño campo engramado en el sitio del entrenamiento primaveral, parece una modesta comunidad universitaria, con edificios bajos dispersos entre los campos verdes, esa mañana pocas horas antes que Koufax llegara. “Todos ellos están aquí por él”, dijo Brener. En una era de atletas sobreestimados y sobrecomercializados, Koufax es una reliquia. Casi cinco décadas después que él dejara de lanzar, su estrella sigue brillando, su reputación como superestrella y como ser humano sigue intacta. “Olviden al otro tipo”, dijo el manager legendario Casey Stengel una vez de Walter Johnson, un pitcher de principios del siglo XX quién aún permanece segundo en victorias de por vida en las Grandes Ligas. Stengel había bateado ante Johnson. “El muchacho judío es probablemente el mejor de todos”, dijo Stengel. Hoy, la barajita de beisbol de Koufax es una pieza obligada en la colección de Grandes Ligas judíos (jewismajorleaguers,com), una pelota firmada por él ocupa un espacio de honor en el Philadelphia’s National Museum of American Jewish History, su fotografía comparte un lugar con la gimnasta olímpica de 2012 Aly Reisman en la portada actualizada de “Jewish Sports Stars: Athletic Heroes past and present” (Kar-Ben Publishing). Él fue la escogencia simbólica final en la única temporada de la ahora difunta Israel Baseball League en 2011, tomado por los Modi’in Miracles. Todo debido a un juego en el cual dejo de jugar. La decisión de Koufax de respetar Yom Kippur en 1965 en principio no llamó la atención de los medios. The New York Times y New York Post reportaron normalmente que perdería la salida porque ese día era “el más sagrado del calendario judío”. The Daily News estaba en huelga esa semana. El predecesor de este periódico, el Jewish Week & American Examiner, no mencionó el juego. Pero mediante las conversaciones de los círculos judíos, cada quién sabía. Con el tiempo, ese juego ganó proporciones míticas. “Hay tres cosas que cualquier muchacho judío que se respete debe querer ser cuando crezca: doctor, abogado, o Sandy Koufax”, escribió el escritor independiente Alan Seigel en 2010. “Una generación de judíos jóvenes lo consideró ‘el judío más grande de Norteamérica”, le cuenta el historiador de Brandeis University, Jonathan Sarna a The Jewish Week. “En una época cuando muchos judíos pensaban que era mejor mantener su judaísmo a un lado, la acción de Koufax, les dio a algunos judíos el coraje para mostrar su judaísmo de otras formas, usando símbolos judíos, manifestando por los judíos soviéticos”. La apertura diferida de la Serie Mundial “estaba en el éter judío después de 1965”, dice Steven Schnur, un autor de Scarsdale e instructor universitario cuyo libro de 1997 sobre un niño de quinto grado quién esta supuesto a pitchear un importante juego para su equipo la primera noche del éxodo, es titulado “The Koufax Dilemma” (William Morrow). Koufax, dice Schnur, “era el símbolo universal de un judío quién tomo una decisión que nosotros como comunidad admiramos”. “Eso no tiene nada que ver con un estilo de vida ortodoxo”, o con un compromiso de práctica de halacha, dice Schnur, quien se identifica como un judío de reforma comprometido. Koufax, quién creció en la sección Bensonhurst de Brooklyn, fue (y sigue siendo, como es conocido) devotamente secular, con poca educación formal judía y (de acuerdo a todas las fuentes) sin bar mitzvah. Se casó dos veces y se divorció dos veces, no tiene hijos. “Un judío secular, no precticante”, es la descripción de Jane Leavy en “Sandy Koufax: A Lefty’s Legacy” (Harper Perennial, 2002). Un judío secular quién se convirtió en un símbolo para toda la comunidad judía, Koufax realizó un acto de respeto por la tradición judío que trascendió hasta los círculos ortodoxos. “Aquella noche de Kol Nidrei la conversación de nosotros que eramos unos muchachos que merodeábamos la antesala de shul, no trataba de Teshuva (arrepentimiento), sino de Koufax”, escribió el año pasado en la pagina web aish.com el Rabí Ron Yitzchok Eisenman, un líder espiritual haredi quién creció en Brooklyn y ahora vive en Passaic, N.J. Ese juego de Yom Kippur llegó solo dos décadas después del final de la segunda guerra mundial y el holocausto, dos años antes del triunfo israelí en la guerra de los seis días, lo cual le dio a los judíos estadounidenses un espaldarazo en su orgullo. “Cuando Sandy Koufax declaró que no lanzaría en Yom Kippur, muchos judíos de Estados Unidos se sintieron un poco más altos y tuvieron un mejor sentido de autoestima y orgullo judío. Eso fue tan verdadero en la comunidad ortodoxa como en la comunidad judía general”, dice el Rabí Berel Wein, un ortodoxo estudiado e historiador quién ahora vive en Jerusalen. “Su rechazo a lanzar en Yom Kippur influenció a esa generación de judíos estadounidenses para ser más asertivos públicamente y menos avergonzados de su judaísmo. La decisión de Koufax de hacer su demostración judía en un entorno tan público para la escena estadounidense como la Serie Mundial le confirió una nueva confianza a esa generación de judíos estadounidenses”. Una nueva expresión ingresó al léxico estadounidense, to “pull a Koufax”; i.e., hacer lo correcto cuando se enfrenta una incertidumbre moral. O, en un contexto específico judío, priorizar al judaísmo. Koufax “siempre puso al equipo antes que él, fue modesto ante la fama y Dios, y ante la Serie Mundial”, declaró Sports Illustrated en 1999 al nombrarlo número uno en la lista de la revista de “Los Atletas favoritos del siglo”. Para muchos estadounidenses, la decisión de Koufax de faltar a un juego de Serie Mundial trascendió la decisión similar de Greenberg. “Lo que hace el episodio de Koufax tan significativo”, dice Jeffrey Gurock, profesor de historia judía estadounidense en Yeshiva University, “es la reacción del mundo del beisbol, el mundo cristiano, a esa decisión”. El anuncio de Koufax de que no lanzaría en Yom Kippur “fue recibido con amplia comprensión y tolerancia y constituyó una reflexión de los nuevos niveles de aceptación que los judíos estaban empezando a sentir en los años ‘60”, dice Gurock. “Esto simbolizó la aceptación de la fé de nuestra minoría en un mundo donde el pluralismo aumentaba”. Koufax contribuyó a definir un nuevo tipo de judío y un nuevo tipo de atleta, escribe David Kaufman en “Jewhooing the Sixties: American Celebrity and Jewish Identity- Sandy Koufax, Lenny Bruce, Bob Dylan and Barbra Streissand” (Brandeis University Press, 2012). Kaufman, un profesor asociado de religión en Hofstra University, define Jewhooing: como “Jewish celebrity consciusness” (“Conciencia de la celebridad judía”). Su libro estudia cuatro prominentes, celebridades judías quienes representaron un cambio generacional en la imagen judía. “Koufax personificaba la calidad de la inteligencia judía, era un caballero y un universitario, un título más valorado en el beisbol que en otros deportes”, escribe Kaufman. “Koufax se había convertido en el último símbolo de éxito judío estadounidense, demostrando contundentemente que los judíos podían triunfar en un mundo no judío mientras mantenían lo mejor de sí como judíos: integración sin asimilación, estadounidismo sin antisemitismo”. “Para la mayoría de las personas, él es un super judío… un muchacho judío agradable”, en contraste a la persona distanciada y profana que es el cómico Lenny Bruce”, dice Kaufman en una entrevista por correo electrónico. “Todo es mucho más complicado de lo que admitimos usualmente”. “¿Era la simple noción de que aceptábamos que nuestra tradición fuese respetada por el pasatiempo nacional, o era también algún indicio de nuestra culpa y autocrítica por no construir una comunidad cultural judío estadounidense que hiciera tal autosacrificio autoevidente? “Pienso que la típica adoración masculina por Koufax… es un poco triste y hasta patética, porque funciona como compensación a los sentimientos de falta de coraje y virilidad muy característicos de los hombres judío estadounidenses”, le dijo Kaufman a The Jewish Week, Ejemplo De acuerdo a Sports Illustrated, Koufax le dijo una vez al Rabí Hillel Silverman, un líder espiritual veterano quién ha servido congregaciones en California y Connecticut, “Soy judío. Soy un ejemplo. Quiero que ellos (los judíos) entiendan que tienen que tener orgullo”. Los aficionados judíos a menudo le dicen, “Gracias por no pitchear”, dice Koufax. Él dice que habló de su decisión de 1965 con Shawn Green, un pelotero judío de Grandes Ligas desde 1993 hasta 2007 (jugó con los Dodgers y los Mets), quién enfrentó dos veces su propio dilema de Yom Kippur, “No le dije qué hacer”. Un número creciente de atletas judíos en las Grandes Ligas, la NFL y el futbol americano universitario enfrenta la misma decisión sobre jugar o rezar. Casi todos optan por jugar, alegando sus responsabilidades con sus compañeros. ¿Piensa Koufax que ellos tomaron la decisión equivocada? “No juzgo a nadie”, dice él. El día posterior a Yom Kippur en 1965, Koufax fue visitado en su hotel de St. Paul por el Rabí Moshe Feller, un líder Chabad-Lubavitch. El recepcionista “probablemente pensó que yo era el rabí de Koufax”, dijo el Rabí Feller de su acceso hasta la estrella. El rabí fue con una prenda de tefillin. Koufax aceptó el regalo. El rabí Feller no reportó si Koufax se puso el tefillin ese día. Tampoco Koufax. “Ël me dio el tefillin”, dice él. Luego de retirarse, Koufax, quien ha vivido en California y Maine, ahora reside en Vero Beach, Fla., se ha dedicado a la pesca, el golf y correr maratones. Él ha trabajado parcialmente, como coach de pitcheo de ligas menores, como comentarista de la NBC y como instructor de los Mets de Nueva York, cuyo dueño es Fred Wilpon, un compañero de la secundaria. Él no regresó a la University of Cincinnati, la cual abandonó cuando firmó con los Dodgers; no estudió arquitectura, su carrera universitaria. ¿Cómo pasa su tiempo ahora? “Me mantengo ocupado”. Usualmente, se mantiene fuera de la luz pública. Muchas personas que oyeron de esta historia, preguntaron, “Él todavía está vivo?” “Koufax no quería envejecer siendo Sandy Koufax”, ser famoso por ser famoso, escribió Jane Leavy en su biografía. “Esta no es una biografía autorizada”, dijo Leavy una vez de su libro, el cual es reconocido como el libro definitivo sobre Koufax. “Se puede decir que es más tolerado a duras penas. Koufax me dejó claro desde el comienzo que no tenía interés en participar en este proyecto, financiera o editorialmente”. Koufax tampoco se opuso activamente al libro, dijo ella en una ronda de preguntas cercana al final de la biografía. “Si iba a ser hecho, él quería que se hiciera bien. Por lo tanto, él me dio acceso a sus amigos, un renglón poco pequeño, y estuvo de acuerdo en verificar asuntos de historia personal”. “El rechazo de Koufax a hablar de sí se extendía hasta su familia”, escribe Edward Gruver en “Koufax” (Taylor Publishing Company, 2000). “Cuando su autobiografía fue publicada en 1966, su madre la leyó para ver si podía saber más de su famoso hijo. ‘Nunca me dices nada’, le dijo ella”. “Koufax podría ser”, opinó la página web the Bleacher Report en 2010, “el ermitaño más famoso que sobrevive en la vida ‘pública’ estadounidense…después de la muerte de J.D. Salinger a principios de esta semana”. Sus ocasionales apariciones públicas, lanzar el primer anvío en el juego inaugural de los Dodgers en 2008, asistir a una recepción en la Casa Blanca en honor al mes de la herencia judía estadounidense en 2010, son noticias de primera plana. “Aquí está una sorpresa de Sandy Koufax: Él pasará una noche bajo los reflectores”, publicó Los Angeles Times en 2010 cuando Koufax aceptó aparecer en una cena de recaudación de fondos por la salud del manager Joe Torre en Home Foundation, la cual combate el abuso doméstico. “No soy un solitario. No soy un ermitaño”, dice Koufax en su entrevista con The Jewish Week. “Voy al cine. Voy a restaurantes”. Los buscadores de autógrafos a menudo son recompensados. Tradición familiar. Robert Trujillo, 72 años, quién creciera en Nuevo México escuchando los juegos de los Dodgers por radio, dice que manejó desde su hogar actual en Southern California al sitio del campo de entrenamiento en Glendale para obtener un par de autógrafos de Koufax para sus nietos. Él logró su meta ese día. Steven Leibel, 51, quien vino desde Long Island, dice que su padre, un furibundo fanático de los Dodgers, le contó historias de Sandy Koufax cuando era niño. La que más oyó fue la del Yom Kippur de 1965. “Esa era su historia favorita. La contaba siempre”. La decisión de Koufax ese año “dijo que la religión judía es más importante que el beisbol”. Ahora es la historia principal de Leibel. “Mi esposa es de Israel. Ella no sabe nada de beisbol, pero le gusta escuchar esta historia”. Leibel dice que sus hijos son muy jóvenes par apreciar el impacto de Koufax. Ellos oirán más a medida que crezcan, como lo hizo Kyle el otro día aquí, cuando consiguió el autógrafo de Koufax. Las historias de Koufax, el cuento de la Serie Mundial de 1965, no terminarán con sus hijos, dice Leibel. Él espera que ellos mantengan la tradición familiar. “Espero que ellos continúen y le cuenten esa historia a sus hijos”. Traducción: Alfonso L. Tusa C.

Yogi Berra, el catcher del Salón de la Fama de los Yanquis de personalidad única, fallece a los 90 años.

Bruce Weber. The New York Times. 23-09-2015. Yogi Berra, uno de los grandes catchers y personajes del beisbol, quien como jugador fue piedra angular de 10 equipos campeones de los Yanquis y como manager llevó a los Yanquis y Mets a la Serie Mundial, pero quien puede ser conocido más ampliamente como una figura cultural, que inspiró un personaje de dibujos animados y generó un ilimitado suplemento de epigramas conocidos como yogismos, falleció este martes 22 de septiembre. Los Yanquis y el Yogi Berra Museum and Learning Center en Little Falls, N.J., anunciaron su muerte. Antes de mudarse a un centro de salud asistencial en el cercano West Caldwell, en 2012, Berra había vivido por muchos años en la vecindad de Montclair. En 1949, a principios de la carrera de Berra, su manager lo presentó de esta manera en una entrevista para The Sporting News: “Mr. Berra”, dijo Casey Stengel, “es un tipo muy extraño de habilibidades muy destacadas”. Así era él, y así probó serlo. Universalmente conocido como Yogi, casi con seguridad el segundo apodo más reconocido en los deportes, aunque Yogi no era el babe, Berra no era exactamente un héroe sin igual, pero a menudo parecía uno: integrante del equipo de estrellas 15 años seguidos cuyas destrezas eran rutinariamente subestimadas; un hombre de buena complexión y rostro abierto cuya apariencia física era a menudo desprecidada; un prolífico ganador, sin mencionar su cualidades de líder exitoso, cuyo intelecto era blanco del humor sino del ridículo. Que él triunfara en el diamante una y otra vez a pesar de sus evidentes desventajas era ciertamente una fuente de su popularidad. Así como también la delicia con que eran recibidos sus pronunciamientos no siempre documentables sin sentido y sagaces. “Puedes observar mucho solo con mirar”, es reportado como que hubo dicho alguna vez, para describir su estrategia como manager. “Si no lo puedes imitar”, le aconsejó a un joven pelotero quien trataba de simular el estilo de bateo de Frank Robinson, “no lo copies”. “Cuando encuentres un tenedor en el camino, tomalo”, dijo él, señalando hacia su casa. Cualquier camino, resultó ser, que te llevaba ahí. “Nadie va más allí”, dijo él de un restaurant popular, “Está muy lleno”. Si Berra realmente vociferó muchas de las cosas atribuídas a él, o fue el primero en decirlas, o las fraseó precisamente de la manera como fueron reportadas, ha sido por largo tiempo un tema de especulación. Berra publicó un libro en 1998 llamado “The Yogi Book: ‘I Really Didn’t Say Everything I Said!” Pero los yogismos testificaban a un personaje, tonto y filosófico, en las nubs y con los pies sobre la tierra, que vino a definer al hombre. La yogidad de Berra fue explotada en anuncios comerciales para miríadas de productos, entre ellos la comida para gatos Puss ‘n Boots y la cerveza Miller Lite, pero quizás el más famoso fue la bebida achocolatada, Yoo-Hoo. Cuando le preguntaron si Yoo-Hoo llevaba un guión, se dice que el respondió, “No señora, ni siquiera es carbonatada”. Si no era exactamente un yogismo, era el tipo de respuesta que podría haber venido del homónimo plantígrado de Berra, el afable personaje animado Oso Yogi, quien debutó en 1958. El personaje Yogi Berra puede haber opacado al pelotero del Salón de la Fama Yogi Berra, oscureciendo al destacado atleta que fue. Un notorio bateador de “bolas malas”, le hacía swing a muchos envíos que no eran strikes pero de cualquier forma los castigaba, era peligroso en la hora de la verdad y el Yanqui más duradero y consistentemente productivo en el período más exitoso del equipo. Además, como cátcher jugaba la posición de más desgaste físico y demanda de concentración. (Como un respiro a los retos y tareas de agacharse detrás del plato, Berra, quién jugó antes que tomara efecto la regla del bateador designado en la Liga Americana en 1973, jugaba ocasionalmente en los jardines). Stengel, el manager del Salón de la Fama cuya astucia y talento también eran a menudo subestimados, reconocía los atributos de Berra. Se refería a Berra, aún cuando era un jugador joven, como su manger asistente y lo comparaba favorablemente con receptores estrella de épocas pasadas como Mickey Cochrane, Gabby Hartnett y Bill Dickey. “Podías mirar hacia arriba” era la frase de Stengel, y de hecho el libro de record declara que Berra estaba entre los grandes cátchers de la historia del juego, algunos dicen que el más grande de todos. El promedio de bateo vitalicio de Berra fue .285 no tan alto como el de su predecesor Yanqui, Dickey (.313), pero Berra bateó más jonrones (358) y empujó más carreras (1430). Elogiado por los pitchers debido a su manera astuta de llamar los juegos, Berra lideró la Liga Americana en asistencias cinco veces, y desde 1957 hasta 1959 participó en 148 juegos seguidos detrás del plato sin cometer error, una marca de Grandes Ligas para la época, aunque desde el principio el no fue un mago defensivo. Dickey, explicó Berra, “me transmitió toda su experiencia”. En defensiva, él ciertamente superó a Mike Piazza, el mejor cátcher bateador de épocas recientes, y tal vez de siempre. En ofensiva, Berra y Johnny Bench, cuyos equipos de los Rojos de Cincinnati en los años ’70 fueron conocidos como la Gran Maquinaria Roja, eran comparables, excepto que Bench se ponchaba tres veces más. Bera abanicó apenas 414 veces en más de 8300 apariciones durante 19 temporadas, una impresionante pequeña relación para un bateador de poder. Otros, carlton Fisk, Gary carter e Iván rodríguez entre ellos, también merecen consideración en una discusión de grandes cátchers, pero ninguno fue calarmente superior a Berra en ofensiva o defensiva. Solo Roy Campanella, un rival contemporáneo quien jugaba para los Dodgers de Brooklyn y enfrentó a Berra seis veces en la Serie Mundial antes que su carrera terminara debido a un accidente automovilístico, igualó el total de Berra de tres premios de jugador más valioso. Y aunque Berra no ganó el premio en 1950, lo ganó su compañero Phil Rizzuto, tuvo una de actuaciones más grandes para un cátcher ese año, bateó .322, despachó 28 jonrones y empujó 124 carreras. La carrera de Berra fue puntualizada por episodios memorables. En el tercer juego de la Serie Mundial de 1947 contra los Dodgers, él bateó el primer jonrón como emergente en la historia de la Serie, y en el cuarto juego estuvo detrás del plato para lo que casi fue el primer no-hitter y se convirtió en una derrota muy dura. Con dos outs en el noveno inning y dos hombres embasados por boletos, el abridor de los Yanquis, Bill Bevens, permitó un doble a Cookie Lavagetto que barrió las bases y ganó el juego. En septiembre de 1951, una vez más a punto de lograr un no-hitter, esta vez de Allie Reynolds contra los Medias Rojas, Berra cometió uno de los errores legendarios del beisbol. Con dos outs en el noveno inning, Ted Williams bateó un alto elevado de foul entre el plato y el dugout de los Yanquis. Parecía el final del juego, sellando el segundo no-itter de Reynolds en la temporada y convirtiéndolo en el primer pitcher de la Liga Americana en lograr ese hecho. Pero mientras la pelota bajaba, fue movida por el viento, Berra se movió hacia atrás, y la esférica se cayó de su mascota mientras titubeaba. Sorprendentemente, en el próximo pitcheo, Williams bateó un elevado casi idéntico, y esta vez Berra lo atrapó. En el primer juego de la Serie Mundial de 1955 contra los Dodgers de Brooklyn, los Yanquis estaban adelante, 6-4, en la apertura del octavo episodio cuando Jackie Robinson los Dodgers se robó el plato. El árbitro principal Bill Summers lo sentenció quieto, y Berra se puso furioso, gesticuló hacia la cara de Summers y creó una de las imágenes duraderas de un zafarrancho en el terreno. Los Yanquis ganaron el juego aunque no la Serie, fue la única vez que Brooklyn venció a los Yanquis de Berra, pero Berra no olvidó ese momento. Más de cincuenta años después, él firmó un autógrafo de la jugada para el Presidente Obama y escribió: “Querido Sr. Presidente, ¡Él fue out!” Durante la Serie de 1956, de nuevo contra Brooklyn, Berra fue el centro de otra imagen indeleble, esta vez una de alegría, cuando saltó hacia los brazos de Don Larsen, quien había ponchado a Dale Mitchell para terminar el quinto juego del único juego perfecto (y único no-hitter) en la historia de la Serie Mundial. Cuando los reporteros abordaron el casillero de Berra después del juego, él los saludó naturalmente. “Bueno”, dijo él “¿qué hay de nuevo?” Más allá de sus momentos históricos y logros individuales, lo que más distinguía la carrea de Berra era cuan a menudo él ganaba. Desde 1946 hasta 1985, como jugador, coach y manager, Berra apareció en 21 Series Mundiales. Jugó en poderosos equipos de los Yanquis con compañeros como Rizzuto, Joe DiMaggio al comienzo y luego con Whitey Ford y Mickey Mantle, Berra destacó con los ganadores de la Serie Mundial en 1947, ’49, ’50, ’51, ’52, ’53, ’56 y ’58. Fue cátcher de reserva y jardinero a medio tiempo en los equipos campeones de 1961 y ’62. (Tambien jugó en la Serie Mundial cuando perdieron en 1955, ’57, ’60 y ’63). Dicho todo esto, sus equipos de los Yanquis ganaron el banderían de la Liga Americana 14 de 17 años. Él aún conserva las marcas de la Serie de encuentrso jugados, apariciones al plato, imparables y dobles. Ningún otro pelotero ha sido campeón tan a menudo. Lawrence Peter Berra nació el 12 de mayo de 1925, en el enclave italiano de San Luis conocido como the Hill, el cual también fue el inicio de la carrera beisbolera de su amigo de adolescencia Joe Garagiola. Berra fue el cuarto de cinco hijos. Su padre, Pietro, un obrero de construcción y albañil, y su madre, Paulina, eran inmigrantes de Malvaglio, una villa del norte de Italia cercana a Milano. (De adulto, en una visita a su hogar ancestral, Berra fue a una presentación de “Tosca” en La Scala. “Fue muy buena”, dijo él. “Hasta la música fue agradable”), De muchacho, Berra era conocido como Larry, o Lawdie, como su madre lo llamaba. Como es referido en “Yogi Berra: Eternal Yankee”, una biografía de 2009 por Allen Barra, un día a comienzos de su adolescencia, el joven Larry y algunos amigos fueron al cine y mientras veían una película sobre la India apareció un yogi hindú en pantalla sentado con las pierna cruzadas. Su postura recordó a uno de los amigos la manera como Berra se sentaba en el suelo para esperar su turno al bate. Desde ese día, él fue Yogi Berra. Un atleta apasionado pero indiferente como estudiante, Berra salñió de la escuela luego del octavo grado. Jugó pelota en la American Legion y hacía trabajos a destajo. Como adolescentes, él y Garagiola practicaron con los Cardenales de San Luis y recibieron ofertas de contrato de parte del gerente general de los Cardenales, Branch Rickey. Pero Garagiola recibió un bono de 500 $ por la firma y Berra solo 250 $, por lo que Berra no quiso firmar. (Esto fue una muestra de las negociaciones que vendrían. Berra, cuyo salario como jugador alcanzó los 65000 $ en 1961, sustancial para esa época, demostraría ser un hábil negociador de contratos, casi siempre sacaba concesiones del difícil gerente general de los Yanquis, George Weiss). Mientras tanto, los carmelitas de San Luis, que después se mudaron a baltimore y se convirtieron en Orioles, también querían firmar a Berra pero no querían pagar un bono para nada. Entonces, el día después de la Serie Mundial de 1942, en la cual los Cardenales vencieron a los Yanquis, un coach de los Yanquis llegó a casa de los padres de Berra y le ofreció un contrato de liga menor, junto a un bono de 500 $. La vida de Berra en el beisbol profesional empezó en Virginia en 1943 con los Tars de Norfolk de la Piedmont League Clase B. En 111 juegos bateó .253 y lideró a los cátchers de la liga en errores, pero en dos juegos seguidos una vez tuvo 12 imparables y empujó 23 carreras. Fue un comienzo prometedor, pero la segunda guerra mundial puso su carrera en vilo. Berra se unió a la naval. Participó en la invasión de Normandía y, dos meses después, en Operation Dragoon, un asalto aliado en Marsella en el cual resultó herido de bala y recibió el corazón púrpura. En 1946, luego de su baja militar, fue asignado a los Bears de Newark, para entonces el principal equipo de las granjas de los Yanquis. Jugó en los jardines y como cátcher y bateó .314 con 15 jonrones y 59 carreras empujadas en 77 juegos, aunque su defensiva necesitaba pulirse; en una ocasión él golpeó a un árbitro con un tiro desde atrás del plato hacia segunda base. Sin embargo, los Yanquis lo llamaron en septiembre. En su primer juego de Grandes Ligas bateó dos imparables, incluyendo un jonrón. Como Yanquis, Berra s convirtió en favorito de los aficionados, en parte por su juego superior, bateó .305 y empujó 98 carreras en 1948, su segunda temporada completa, y en parte debido a su humildad e inocencia. En 1947, al ser homenajeado en el Sportman’s Park de San Luis, un nervioso Berra le dijo ala multitud de su ciudad natal, “Quier agradecer a todos por hacer necesaria esta noche”. Berra también era apreciado por los periodistas deportivos, auqnue ellos a menudo lo mostraban como un idiota del beisbol, un primate, apenas aficionado a las tiras cómicas y películas quien hablaba un inglés deficiente. Así nació la caricatura de Yogi, del triunfador rústico. “Aún hoy”, escribió la revista Life en Julio de 1949, “él solo siente pena por las personas que se exprimen los sesos con tales temas innecesarios y frívolos como, literatura y las ciencias, sin mencionar la gramática y la ortografía”. La revista Collier declaró, “Con un cuerpo que solo un antropólogo podría apreciar, Berra podría pasar fácilmente como miembro del Neanderthal A.C”. Berra se tomaba esos comentarios con calma. Si él era feo, el decía que eso no era importante en el plato. “Nunca vi a nadie batear con la cara”, dijo él. Pero cuando los periodistas le dijeron que era poco atractivo para casarse con su novia Carmen Short, él respondió, de acuerdo a Colliers, “Soy humano ¿no?” Berra venció al ridículo. Se casó con Ms. Short en 1949, y el matrimonio duró hasta la muerte de ella en 2014. Le sobreviven tres hijos, Tim quien jugó futbol americano profesional para los Colts de Baltimore, Dale un antiguo infielder de los Yanquis, Piratas y Astros; y Lawrence Jr., así como 11 nietos y un biznieto. Ciertamente, las opiniones sobre Berra cmabiaron con los años. “Él ha seguido permitiéndole a la personas referirse a él como un payaso amigable porque eso le da rápida aceptación, a pesar de que ha probado ampliamente, dentro y fuera del terreno que él es inteligente, astuto y oportuno”, escribió Robert Lipsyte en The New York Times en octubre de 1963. Para ese momento, Berra había terminado su carrera como jugador de los Yanquis y el equipo lo había nombrado manager, un papel en el cual continuaría tenindo éxito, aunque no con la misma regularidad que disfrutó como pelotero y no sin drama ni disgusto. De hecho las cosas empezaron mal. Los Yanquis, un equipo envejecido en 1964, jugó un beisbol deficiente la mayor parte del verano, y amediados de agosto perdieron cuatro juegos seguidos en Chicago ante los punteros Medias Blancas, lo cual ocasionó uno de los episodios más peculiares de la carrera de Berra. En el bus del equipo camino al aeropuerto O’Hare, el infielder de reserva Phil Linz tocaba “Mary Had a Little Lamb” con la armónica. Berra, de mal humor por la seguidilla de reveses, le dijo que dejara de tocar, pero Linz no lo hizo. (En otra versión de la historia, Linz le pregunto a Mickey Mantle que había dicho Berra y Mantle respondió: “Él dijo que tocaras más duro”). De pronto la armónica salió volando, había sido o arrebatada de las manos de Linz por Berra o lanzada a Berra por Linz. (Los peloteros que estaban en el bus tenían recuerdos diferentes). Reportes noticiosos del incidente lo presentaron como si Berra hubiera perdido el control del equipo, y aunque los Yanquis alcanzaron y pasaron a los Medias Blancas en septiembre, para ganar el banderín, Ralph Houk, el gerente general, despidió a Berra después de perder una Serie Mundial de siete juegos ante los Cardenales de San Luis. En un movimiento inesperado, Houk lo reemplazó con el manager de los Cardenales, Johnny Keane. Los Yanquis de Keane terminaron sextos en 1965. Berra mientras tanto, se mudó al otro lado de la ciudad, para tomar un trabajo como coach de los famosamente horrorosos Mets dirigidos por Stengel, quien finalizaba su carrera en Flushing. El equipo continuó sus traspiés míticos hasta 1969, cuando los milagrosos Mets, con Gil Hosges como manager y Berra como coach de primera base, ganaron la Serie Mundial. Luego que Hodges falleciera antes de empezar la temporada de 1972, Berra lo sustituyó. Ese verano, Berra fue inducido al Salón de la Fama. El equipo de los Mets que él heredó, sin embargo, falló, terminó tercero, y duarnte la mayor parte de la temporada de 1973 estuvo peor. A mediados de agosto, los Mets estaban bien por debajo de .500 y en el sexto lugar, cuando Berra gritó uno de sus más famosos yogismos. “Esto no se acaba hasta que se termina”, dijo él (o las palabras equivalentes de ese efecto), y, de alguna manera los Mets se motivaron y pasaron a los Cardenales para ganar la división este de la Liga Nacional. Luego vencieron a los Rojos en la serie de campeonato de la liga antes de perder ante los Atléticos de Oakland en la Serie Mundial. Berra fue premiado por el resurgimiento con un contrato de tres años, pero los Mets estuvieron mal en 1974, terminaron quintos, y el próximo año, el 6 de agosto, con el equipo en tercer lugar y en medio de una seguidilla de cinco derrotas, Berra fue despedido. Una vez más él cambio de liga y de ubicación en la ciudad, regresó al Bronx como coach de los Yanquis, y en 1984 el dueño, George M. Steinbrenner lo nombró manager para reemplazar al volátil Billy Martin. El equipo terminó tercero ese año, pero durante el entrenamiento primaveral de 1985, Steinbrenner le prometió que terminaría la temporada como manager de los Yanquis sin importar lo que ocurriera. Luego de solo 16 juegos, sin embargo, los yanquis tenía marca de 6-10, y el impaciente e imperioso Steinbrenner despidió a Berra de todos modos, trajo de vuelta a Martin. Quizás peor que romper su promesa, Steinbrenner envió a otra persona para informar las malas noticias. La finalización de la relación laboral, la cual tuvo un aguijón adicional debido a que Dale, el hijo de Berra había llegado recientemente al equipo, provocó uno de los resentimientos más legendarios del beisbol, y por más de 14 años Berra se negó a poner un pie en Yankee Stadium, un período durante el cual fue coach de los Astros de Houston por cuatro temporadas. Durante ese tiempo la iniciativa privada colaboró para establecer el Yogi Berra Museum and Learning Center en el campus de Montclair State University, New Jersey, la cual reconoció a berra con un doctorado honorífico en humanidades en 1996. Allí abrieron un estadio de ligas menores, Yogi Berra Stadium, en 1998. El museo, es un homenaje a Berra con exhibiciones de su carrera, programas dirigidos para niños relacionados con la historia del beisbol. En enero de 1999, Steinbrenner, quién falleciera en 2010, fue hasta allá para presentar disculpas. “Sé que cometí un error al no hablar contigo personalmente”, le dijo a Berra. “Es el peor error que cometí en el beisbol”. Berra escogió no rechazar la semidisculpa. Para recibirlo de vuelta a los Yanquis, el equipo organizó un Día de Yogi Berra el 18 de julio de 1999. Tambien invitaron a Don Larsen, quien lanzó el primer envío ceremonial, con Berra de cátcher. Increiblemente, en el juego de ese día, David Cone de los Yanquis, lanzó un juego perfecto. Fue como si Berra pudo o no haber dicho en otro contexto, “deja vu de nuevo otra vez”, un episodio especial para una maravillosa vida beisbolera. Traducción: Alfonso L. Tusa C.

martes, 22 de septiembre de 2015

Milo Hamilton, fallece a los 88 años; trajo al beisbol, incluyendo el jonrón de Aaron, a la vida.

Richard Sandomir. The New York Times. 17-09-2015. Milo Hamilton, quien narrara beisbol para siete equipos de Grandes Ligas por 60 años y fuese más conocido por transmitir el jonrón 715 de Henry Aaron, falleció el marte 15 de septiembre en Houston. Los Astros de Houston anunciaron su fallecimiento. Él fue narrador de sus juegos desde 1985 hasta 2012. Mr. Hamilton transmitía juegos por radio y televisión pero tenía una apreciación especial del beisbol por radio, adquirida mientras creció en Fairfield, Iowa. “Es claro y sencillo: El beisbol es un juego de la radio”, escribió en su autobiografía, “Making Airwaves: 60 Years at Milo’s Microphone” (2006). “Los aficionados usan su imaginación mientras escuchan la transmisión para recrear el juego”. Su carrera llena de peripecias lo llevó hasta Atlanta en 1966, la primera temporada de los Bravos luego de mudarse de Milwaukee. En 1974, el beisbol estaba inmerso en la persecución de Aaron tras la marca vitalicia de 714 jonrones de Babe Ruth; él había terminado la temporada anterior a un jonrón de la marca, entonces empezó la nueva campaña empatándola. El 8 de abril, los Bravos enfrentaban a los Dodgers de Los Angeles en el Atlanta-Fulton County Stadium. Mr. Hamilton había pedido que él, y no su socio, Ernie Johnson, narrara cada jonrón desde el 700 hasta el 715. En el cuarto inning, Aaron se paró en el plato ante Al Downing con un hombre en base. Hizo swing en cuenta de 1-0. “Ahí va un batazo entre left-center field”, dijo Mr. Hamilton con creciente excitación. “Esa pelota está fuera de aquí. ¡Se fue! ¡Es el 715! ¡Hay un Nuevo campeón jonronero de todos los tiempos, y es Henry Aaron! ¡Ahí están los fuegos artificiales! Henry Aaron pasa por tercera. Sus compañeros lo esperan en el plato. Escuchen la multitud”. Él dijo que a propósito no usó su frase habitual, “¡Holy Toledo!” “No era mi momento, era el de Hank”, escribió él. Leland Milo Hamilton nació en Fairfield el 2 de septiembre de 1927. Sirvió en la naval durante la segunda guerra mundial como narrador de Armed Forces Radio. Se graduó en la University of Iowa en 1949 y empezó a narrar deportes en los juegos de futbol americano y baloncesto de los Hawkeyes de Iowa. Consiguió su primer trabajo como narrador de beisbol con los Carmelitas de San Luis en 1953, su último año antes de mudarse a Baltimore. Se quedó una temporada para narrar los juegos de los Cardenales, pero luego empezó un camino nómada por las casetas de los Cachorros de Chicago, los Medias Blancas de Chicago, los Bravos, los Piratas de Pittsburgh y los cachorros otra vez (un período infeliz en el cual tuvo encontronazos con el colega Harry Caray) antes de llegar a Houston. Su estadía de 27 años con los Astros fue su más larga con un equipo. Su esposa, Arlene, y una hija, Patricia, fallecieron antes que él. Sus sobrevivientes incluyen un hijo, Mark. “Creciste en la depresión y hablaste de las grabaciones que creías durarían por siempre”, dijo Mr. Hamilton el día cuando recibió el premio Ford C. Frick del National Baseball Hall of Fame en 1992. “Entonces, saber que narrarías el jonrón de Aaron, y luego eso ocurre, y por los próximos 18 años escuchas sobre eso en alguna parte por lo menos dos o tres veces a la semana”. Traducción: Alfonso L. Tusa C.

lunes, 21 de septiembre de 2015

Hablando de pelota con Rick Wise

Bruce Markusen. The Hard Ball Times. 23-06-2011. Como Chris Jaffe lo ha detallado, el 23 de junio marca el cuadragésimo aniversario de uno de los días más destacados que haya experimentado un pitcher de Grandes Ligas. Este fin de semana tuve la oportunidad de hablar con Rick Wise, quién visitó Cooperstown para participar en el Clásico del Salón de la Fama. Además de su obra maestra de 1971, el lanzador derecho recordó otro logro importante de su carrera. Markusen: Hablemos de su actuación de 1971, el no hit no run y los dos jonrones… Wise: Bien, este domingo (día del padre) es el cuadragésimoséptimo aniversario de mi primer triunfo en Grandes Ligas, en el día del padre. Ciertamente no olvidaré eso. Markusen: Bien, empecemos con eso. Wise: Yo tuve que lanzar después de un juego perfecto. No olvidaré eso. Jim Bunning pitcheó un juego perfecto, teníamos un doblejuego, en Shea Stadium. Yo tenía 18 años de edad y conseguí una oportunidad para abrir ahí. Recuerdo que buscaba una pelota antes del juego. Dije, “Necesito una pelota; ¡Tengo que calentar! Esa era una memoria de mi primer triunfo en Grandes Ligas. (Wise lanzó seis innings contra los Mets, permitió solo tres imparables y ninguna carrera limpia. Johnny Klippstein salvó el juego para Wise con tres innings de relevo en blanco). Markusen: Tienes muy buena retentiva para detallar y recordar algo que ocurrió hace mucho tiempo. Wise: Bien, los atletas tienen esa habilidad, me imagino. Cuan se trata de algo tan memorable, tu primer triunfo de Grandes Ligas, y luego a casi siete años de ese día, yo lancé mi no hit no run con los dos jonrones. La pelota, el bate y el guante de ese juego fueron llevados al Salón de la Fama aquí en Cooperstown. Junio 23. Hace 40 años. Markusen: Hablemos más de ese juego contra los Rojos. ¿Cómo te sentías en términos de los lanzamientos con que contabas en el montículo? ¿Qué recuerdas en términos de la parte del pitcheo ese día? Wise: Bien, mientras calentaba sentí que más me valía colocar mis lanzamientos porque estaba saliendo de los efectos de la gripe. Me sentía my débil ese día. Pero era mi turno de abrir. Calentando la pelota parecía detenerse a medio camino rumbo al catcher. Así que me dije que tenía que colocar bien mis pitcheos. Sudé los remanentes de la gripe en el primer inning; hacia mucho calor en la grama artificial de Riverfront Stadium. Pero yo tenía un buen ritmo. Ellos estaban poniendo la pelota en juego rápido; fueron 94 envíos en una hora y 53 minutos, y el juego se había terminado. Por supuesto, yo bateé los dos jonrones. Uno en el quinto ante Ross Grimsley, y otro ante un relevista en el octavo inning. Era Clay Carroll, un relevista muy bueno para ese momento. Markusen: Desde un punto de vista de bateo, Rick, los dos jonrones en un día. Eso tuvo que ser algo sorpresivo. Wise: Bien, no realmente. Bateé seis jonrones ese año. Conecté dos jonrones en un juego dos veces ese año. Igualé una marca de la Liga Nacional. Y uno de esos jonrones fue con las bases llenas. Yo trabajaba en el bateo. Siempre fui un buen bateador, mientras crecía en las pequeñas ligas; Babe Ruth, pelota de la American Legion, la secundaria, siempre bateaba tercero o cuarto. Largué 15 jonrones en mis primeros nueve años en la Liga Nacional, y entonces me fui a la Liga Americana y nunca bateé otro. Aunque regresé luego de cuatro años con Boston y dos con Cleveland. Volví a la Liga Nacional (con los Padres) pero mi coordinación ojo/mano había desaparecido luego de seis años sin batear (debido al bateador designado). Fue un día muy especial. Markusen:Fue una alineación muy buena la que enfrentaste ese día. Wise: Excelente. Había tipos que batearían 50 jonrones que estaban bateando de segundo. George Foster (Foster bateó segundo ese día y jugó en el jardín central. Pete Rose era el abridor, mientras Lee May, Johnny Bench, Tony Perez, y Hal McRae bateaban desde el tercero hasta sexto turno). Mientras el juego avanzaba, y se acercaba al final, el marcador estaba 4-0. Yo lo coloqué 4-0 con un jonrón solitario en el octavo. Pero ellos eran capaces de batear muchos imparables seguidos y anotar muchas carreras rápidamente. Así que no me permitía bajar la guardia. Tenía un buen ritmo y estaba colocando bien mis envíos. Hubo un par de buenas jugadas detrás de mí, pero nada excepcional. Fue algo muy memorable por decir lo mínimo. Han ocurrido como 20 juegos perfectos, o algo así (Wise perdió el juego perfecto debido a un boleto), pero soy el único en lanzar un no-hitter y batear dos jonrones en el mismo juego, es algo muy especial. De seguro, nunca lo olvidaré. Traducción: Alfonso L. Tusa C. Nota del traductor: David Concepción negoció el boleto en el sexto inning que terminó la posibilidad del juego perfecto para Rick Wise.

Reloj con acceso vitalicio a Ebbets Field tiene orígenes misteriosos.

James Barron. The New York Times. 13-09-2015. El día de Acción de Gracias de 1990, un cliente se sentó en un restaurant del East Side de Manhattan y soltó un reloj de oro sobre la mesa. “Esto es tuyo”, le dijo el cliente al sorprendido dueño del restaurant, quien lanzó el reloj al aire. Las letras grabadas en la parte posterior decían que era un pase vitalicio para Ebbets Field, el hogar de arcos y yeso de los Dodgers de Brooklyn. El cliente era el teniente coronel Anthony F. Story. Él había sido el piloto personal del General Douglas MacArthur, el supremamente egoísta héroe de guerra del ejército despedido por el Presidente Harry S. Truman durante la guerra de Corea. El dueño del restaurante era Jimmy Neary, quien entendió inmediatamente que el reloj era una reliquia. Lo que él no entendió entonces fue que el reloj también era un misterio. ¿Cuándo fue hecho, y por qué? ¿Y cuando fue entregado al Coronel Story? Los pases vitalicios les han sido entregados a las celebridades por generaciones. Algunos son válido en cualquier estadio de Major League Baseball, algunos solo en estadios específicos. De cualquier forma, eran muy apreciados. En la película versión de “Sweet Smell of Success”, cuando el columnista de chismes y escándalos J.J. Hunsecker quería que alguien tuviera momentos rudos, acudía al agente de prensa quién hacía el trabajo sucio, Sidney Falco. Pero esta vez, Falco lo rechazó, dijo que no haría lo que Hunsecker quería. “Ni por un pase vitalicio para Polo Grounds”, dijo él. MacArthur recibió un pase vitalicio para Ebbets Field en un juego de los Dodgers en mayo de 1951, pocas semanas después de su derrumbe con Truman, un pase vitalicio para una ahora distante Nueva York, una Nueva York con dos equipos en la Liga Nacional y Red Barber narrando los juegos de los Dodgers por radio. Era una Nueva York en la cual Brooklyn era el mundo, para tomar el título de un libro escrito por un brooklynense. El autor, Elliot Willensky, fue por mucho tiempo el historiador de Brooklyn. Tambien fue vicedirector de la Landmarks Preservation Comission desde 1985 hasta su muerte en 1990. Y era una Nueva York en la cual, hace 60 años el mes próximo, los Dodgers vencieron a los Yanquis para ganar su primera Serie Mundial. Mr. Willensky dijo que con esa victoria los brooklyneneses “por fin llegaron a su destino prometido”. Cualquiera que sepa que Bedford Avenue y Sullivan Place es la dirección de Ebbets Field también sabe que el 24 de septiembre será el 58vo aniversario del último juego de los Dodgers allí. El colapso conocido como la mudanza hacia Los Angeles vino a continuación. O para citar a Mr. Willensky otra vez, “Para muchos aficionados leales, el destino de los ‘Dem Bums’ es el destino de Brooklyn”. A juzgar por los fotógrafos de los periódicos, el pase que recibió el general lucía como la mayoría de los pases vitalicios, los cuales son del tamaño de una tarjeta de crédito. Un reloj de bolsillo, definitivamente no era. Cuando José Bautista de los Azulejos de Toronto publicó una fotografía de su pase a todos los estadios de Grandes Ligas en Instagram en 2013, el sitio web BuzzFeed declaró que un pase vitalicio era el “último accesorio de una cartera”. El pase de MacArthur fue presentado por Walter O’Malley, el presidente de los Dodgers, y era de “oro sólido” y rectangular, de acuerdo a The Brooklyn Eagle. Ni The Eagle ni The New York Times mencionaron un pase vitalicio para el coronel Story, cuya salida del ejército había seguido a la del general. El coronel Story le dijo a Mr. Neary que solo se habían hecho dos relojes de pase vitalicio, y el otro se lo dieron a MacArthur. “Yo le respondí al coronel Story, ‘Y la razón por la que usted consiguió este fue que el Presidente Truman despidió a su jefe’”, recordó Mr. Neary, agregó que el coronel Story le había mostrado el reloj muchas veces antes de su muerte en 1991. “Pero nunca pensé que me lo iba a dar”, dijo Mr. Neary. Mr. Neary conocía al coronel Story desde los años ’50. El primer trabajo de Mr. Neary en Estados Unidos, luego que emigrara desde Irlanda, fue como portero en el New York Athletic Club, allí conoció al coronel Story. Luego que Mr. Neary abriera su restaurant, Neary’s, en 358 East 57th Street, cerca de First Avenue, en 1967, el coronel Story se hizo cliente regular. “Un informante diario” lo llamó Mr. Neary. En los años ’50, el coronel Story era una celebridad que aparecía en las historias de MacArthur. Cuando la pipa de fibra de maíz del coronel desapareció camino a una audiencia en el senado, fue el coronel Story quien la encontró en el carro del ejército que los había llevado desde el aeropuerto hasta el capitolio. Cuando el humo emergía de una ventana del Waldorf Astoria y el coronel Story lo reportó, el titular fue sobre él, aunque en el artículo escribieron su apellido como “Storey”. (Las cortinas de la habitación 1286 ardían en fuego. Las personas alojadas en esa habitación estaban afuera, nadie salió lesionado). Pero que hay del reloj. Si MacArthur recibió el otro reloj, ¿por qué nadie sabe de eso? El hijo del general, Arthur MacArthur IV, dijo que no sabía nada acerca de un reloj. El dijo “envié todo lo que era importante” al MacArthur Memorial en Norfolk, Va., luego de la muerte de MacArthur en 1964. James Zobel, el archivista del memorial, dijo que no había tal artículo en la colección. ¿Era solo una coincidencia que el reloj llevara el nombre Jaeger? Cuatro años después que MacArthur recibiera su pase vitalicio, el coronel Story fue nombrado presidente de la división americana de esa compañía suiza, la cual ha manufacturado relojes caros desde el siglo XIX. Él aparentemente duró hasta finales de 1956. Una vocera de Jaeger-Le Coultre, como es conocida a hora la compañía, dijo que la división americana había estado “teniendo un momento difícil” cuando él llegó. “El coronel Story no fue capaz de salvar la compañía”, dijo ella. Jaeger-Le Coultre no tuvo registro del reloj del coronel Story. Pero cuando Mr. Neary llevó el reloj a la boutique de Jaeger-Le Coultre en Madison Avenue, los ojos detrás del mostrador se estiraron. La relojera, Nathalie Valdez, sabía de la historia de MacArthur, porque ella nació en Filipinas. “¿Quién habría pensado que yo estaría sosteniendo un reloj que había sido de la mano derecha de aquel hombre, su confidente?” dijo ella. “El general MacArthur es parte de nuestra historia. Es parte de una historia en la que participaron mis abuelos. Ellos lo escondieron de los japoneses. Y cuando MacArthur se fue, dijo, ‘Regresaré’, y lo hizo”. Peter O’Malley, el hijo de Walter O’Malley, recordó al coronel Story pero no al reloj. Los MacArthur asistieron varias veces a Ebbets Field, algunas veces se sentaban en el palco de Walter O’Malley, y la madre de Peter O’Malley, Kay O’Malley, era amigable con la esposa de MacArthur, Jean. ¿Dijo Walter O’Malley algo como, “Quiero que ustedes tengan estos relojes”, después de la ceremonia de 1951? ¿O el reloj vino después, cuando el coronel Story administraba la operación de Jaeger en su país, el mismo año que los Dodgers ganaron la Serie Mundial? Aparentemente no hay manera de saberlo. Mr. Neary, quien cumple 85 años el lunes, nunca se habría puesto en camino en Brooklyn, enseñado el reloj en la puerta del estadio y encontrado un asiento en la tribuna. “Yo odiaba a los Dodgers”, dijo él. “Apoyaba a los Gigantes de Nueva York”. Traducción: Alfonso L. Tusa C.