viernes, 25 de septiembre de 2015
Yogi Berra, el catcher del Salón de la Fama de los Yanquis de personalidad única, fallece a los 90 años.
Bruce Weber. The New York Times. 23-09-2015.
Yogi Berra, uno de los grandes catchers y personajes del beisbol, quien como jugador fue piedra angular de 10 equipos campeones de los Yanquis y como manager llevó a los Yanquis y Mets a la Serie Mundial, pero quien puede ser conocido más ampliamente como una figura cultural, que inspiró un personaje de dibujos animados y generó un ilimitado suplemento de epigramas conocidos como yogismos, falleció este martes 22 de septiembre.
Los Yanquis y el Yogi Berra Museum and Learning Center en Little Falls, N.J., anunciaron su muerte. Antes de mudarse a un centro de salud asistencial en el cercano West Caldwell, en 2012, Berra había vivido por muchos años en la vecindad de Montclair.
En 1949, a principios de la carrera de Berra, su manager lo presentó de esta manera en una entrevista para The Sporting News: “Mr. Berra”, dijo Casey Stengel, “es un tipo muy extraño de habilibidades muy destacadas”.
Así era él, y así probó serlo. Universalmente conocido como Yogi, casi con seguridad el segundo apodo más reconocido en los deportes, aunque Yogi no era el babe, Berra no era exactamente un héroe sin igual, pero a menudo parecía uno: integrante del equipo de estrellas 15 años seguidos cuyas destrezas eran rutinariamente subestimadas; un hombre de buena complexión y rostro abierto cuya apariencia física era a menudo desprecidada; un prolífico ganador, sin mencionar su cualidades de líder exitoso, cuyo intelecto era blanco del humor sino del ridículo.
Que él triunfara en el diamante una y otra vez a pesar de sus evidentes desventajas era ciertamente una fuente de su popularidad. Así como también la delicia con que eran recibidos sus pronunciamientos no siempre documentables sin sentido y sagaces.
“Puedes observar mucho solo con mirar”, es reportado como que hubo dicho alguna vez, para describir su estrategia como manager.
“Si no lo puedes imitar”, le aconsejó a un joven pelotero quien trataba de simular el estilo de bateo de Frank Robinson, “no lo copies”.
“Cuando encuentres un tenedor en el camino, tomalo”, dijo él, señalando hacia su casa. Cualquier camino, resultó ser, que te llevaba ahí.
“Nadie va más allí”, dijo él de un restaurant popular, “Está muy lleno”.
Si Berra realmente vociferó muchas de las cosas atribuídas a él, o fue el primero en decirlas, o las fraseó precisamente de la manera como fueron reportadas, ha sido por largo tiempo un tema de especulación. Berra publicó un libro en 1998 llamado “The Yogi Book: ‘I Really Didn’t Say Everything I Said!” Pero los yogismos testificaban a un personaje, tonto y filosófico, en las nubs y con los pies sobre la tierra, que vino a definer al hombre.
La yogidad de Berra fue explotada en anuncios comerciales para miríadas de productos, entre ellos la comida para gatos Puss ‘n Boots y la cerveza Miller Lite, pero quizás el más famoso fue la bebida achocolatada, Yoo-Hoo. Cuando le preguntaron si Yoo-Hoo llevaba un guión, se dice que el respondió, “No señora, ni siquiera es carbonatada”.
Si no era exactamente un yogismo, era el tipo de respuesta que podría haber venido del homónimo plantígrado de Berra, el afable personaje animado Oso Yogi, quien debutó en 1958.
El personaje Yogi Berra puede haber opacado al pelotero del Salón de la Fama Yogi Berra, oscureciendo al destacado atleta que fue. Un notorio bateador de “bolas malas”, le hacía swing a muchos envíos que no eran strikes pero de cualquier forma los castigaba, era peligroso en la hora de la verdad y el Yanqui más duradero y consistentemente productivo en el período más exitoso del equipo.
Además, como cátcher jugaba la posición de más desgaste físico y demanda de concentración. (Como un respiro a los retos y tareas de agacharse detrás del plato, Berra, quién jugó antes que tomara efecto la regla del bateador designado en la Liga Americana en 1973, jugaba ocasionalmente en los jardines).
Stengel, el manager del Salón de la Fama cuya astucia y talento también eran a menudo subestimados, reconocía los atributos de Berra. Se refería a Berra, aún cuando era un jugador joven, como su manger asistente y lo comparaba favorablemente con receptores estrella de épocas pasadas como Mickey Cochrane, Gabby Hartnett y Bill Dickey. “Podías mirar hacia arriba” era la frase de Stengel, y de hecho el libro de record declara que Berra estaba entre los grandes cátchers de la historia del juego, algunos dicen que el más grande de todos.
El promedio de bateo vitalicio de Berra fue .285 no tan alto como el de su predecesor Yanqui, Dickey (.313), pero Berra bateó más jonrones (358) y empujó más carreras (1430). Elogiado por los pitchers debido a su manera astuta de llamar los juegos, Berra lideró la Liga Americana en asistencias cinco veces, y desde 1957 hasta 1959 participó en 148 juegos seguidos detrás del plato sin cometer error, una marca de Grandes Ligas para la época, aunque desde el principio el no fue un mago defensivo.
Dickey, explicó Berra, “me transmitió toda su experiencia”.
En defensiva, él ciertamente superó a Mike Piazza, el mejor cátcher bateador de épocas recientes, y tal vez de siempre. En ofensiva, Berra y Johnny Bench, cuyos equipos de los Rojos de Cincinnati en los años ’70 fueron conocidos como la Gran Maquinaria Roja, eran comparables, excepto que Bench se ponchaba tres veces más. Bera abanicó apenas 414 veces en más de 8300 apariciones durante 19 temporadas, una impresionante pequeña relación para un bateador de poder.
Otros, carlton Fisk, Gary carter e Iván rodríguez entre ellos, también merecen consideración en una discusión de grandes cátchers, pero ninguno fue calarmente superior a Berra en ofensiva o defensiva. Solo Roy Campanella, un rival contemporáneo quien jugaba para los Dodgers de Brooklyn y enfrentó a Berra seis veces en la Serie Mundial antes que su carrera terminara debido a un accidente automovilístico, igualó el total de Berra de tres premios de jugador más valioso. Y aunque Berra no ganó el premio en 1950, lo ganó su compañero Phil Rizzuto, tuvo una de actuaciones más grandes para un cátcher ese año, bateó .322, despachó 28 jonrones y empujó 124 carreras.
La carrera de Berra fue puntualizada por episodios memorables. En el tercer juego de la Serie Mundial de 1947 contra los Dodgers, él bateó el primer jonrón como emergente en la historia de la Serie, y en el cuarto juego estuvo detrás del plato para lo que casi fue el primer no-hitter y se convirtió en una derrota muy dura. Con dos outs en el noveno inning y dos hombres embasados por boletos, el abridor de los Yanquis, Bill Bevens, permitó un doble a Cookie Lavagetto que barrió las bases y ganó el juego.
En septiembre de 1951, una vez más a punto de lograr un no-hitter, esta vez de Allie Reynolds contra los Medias Rojas, Berra cometió uno de los errores legendarios del beisbol. Con dos outs en el noveno inning, Ted Williams bateó un alto elevado de foul entre el plato y el dugout de los Yanquis. Parecía el final del juego, sellando el segundo no-itter de Reynolds en la temporada y convirtiéndolo en el primer pitcher de la Liga Americana en lograr ese hecho. Pero mientras la pelota bajaba, fue movida por el viento, Berra se movió hacia atrás, y la esférica se cayó de su mascota mientras titubeaba.
Sorprendentemente, en el próximo pitcheo, Williams bateó un elevado casi idéntico, y esta vez Berra lo atrapó.
En el primer juego de la Serie Mundial de 1955 contra los Dodgers de Brooklyn, los Yanquis estaban adelante, 6-4, en la apertura del octavo episodio cuando Jackie Robinson los Dodgers se robó el plato. El árbitro principal Bill Summers lo sentenció quieto, y Berra se puso furioso, gesticuló hacia la cara de Summers y creó una de las imágenes duraderas de un zafarrancho en el terreno. Los Yanquis ganaron el juego aunque no la Serie, fue la única vez que Brooklyn venció a los Yanquis de Berra, pero Berra no olvidó ese momento. Más de cincuenta años después, él firmó un autógrafo de la jugada para el Presidente Obama y escribió: “Querido Sr. Presidente, ¡Él fue out!”
Durante la Serie de 1956, de nuevo contra Brooklyn, Berra fue el centro de otra imagen indeleble, esta vez una de alegría, cuando saltó hacia los brazos de Don Larsen, quien había ponchado a Dale Mitchell para terminar el quinto juego del único juego perfecto (y único no-hitter) en la historia de la Serie Mundial.
Cuando los reporteros abordaron el casillero de Berra después del juego, él los saludó naturalmente. “Bueno”, dijo él “¿qué hay de nuevo?”
Más allá de sus momentos históricos y logros individuales, lo que más distinguía la carrea de Berra era cuan a menudo él ganaba. Desde 1946 hasta 1985, como jugador, coach y manager, Berra apareció en 21 Series Mundiales. Jugó en poderosos equipos de los Yanquis con compañeros como Rizzuto, Joe DiMaggio al comienzo y luego con Whitey Ford y Mickey Mantle, Berra destacó con los ganadores de la Serie Mundial en 1947, ’49, ’50, ’51, ’52, ’53, ’56 y ’58. Fue cátcher de reserva y jardinero a medio tiempo en los equipos campeones de 1961 y ’62. (Tambien jugó en la Serie Mundial cuando perdieron en 1955, ’57, ’60 y ’63).
Dicho todo esto, sus equipos de los Yanquis ganaron el banderían de la Liga Americana 14 de 17 años. Él aún conserva las marcas de la Serie de encuentrso jugados, apariciones al plato, imparables y dobles.
Ningún otro pelotero ha sido campeón tan a menudo.
Lawrence Peter Berra nació el 12 de mayo de 1925, en el enclave italiano de San Luis conocido como the Hill, el cual también fue el inicio de la carrera beisbolera de su amigo de adolescencia Joe Garagiola. Berra fue el cuarto de cinco hijos. Su padre, Pietro, un obrero de construcción y albañil, y su madre, Paulina, eran inmigrantes de Malvaglio, una villa del norte de Italia cercana a Milano. (De adulto, en una visita a su hogar ancestral, Berra fue a una presentación de “Tosca” en La Scala. “Fue muy buena”, dijo él. “Hasta la música fue agradable”),
De muchacho, Berra era conocido como Larry, o Lawdie, como su madre lo llamaba. Como es referido en “Yogi Berra: Eternal Yankee”, una biografía de 2009 por Allen Barra, un día a comienzos de su adolescencia, el joven Larry y algunos amigos fueron al cine y mientras veían una película sobre la India apareció un yogi hindú en pantalla sentado con las pierna cruzadas. Su postura recordó a uno de los amigos la manera como Berra se sentaba en el suelo para esperar su turno al bate. Desde ese día, él fue Yogi Berra.
Un atleta apasionado pero indiferente como estudiante, Berra salñió de la escuela luego del octavo grado. Jugó pelota en la American Legion y hacía trabajos a destajo. Como adolescentes, él y Garagiola practicaron con los Cardenales de San Luis y recibieron ofertas de contrato de parte del gerente general de los Cardenales, Branch Rickey. Pero Garagiola recibió un bono de 500 $ por la firma y Berra solo 250 $, por lo que Berra no quiso firmar. (Esto fue una muestra de las negociaciones que vendrían. Berra, cuyo salario como jugador alcanzó los 65000 $ en 1961, sustancial para esa época, demostraría ser un hábil negociador de contratos, casi siempre sacaba concesiones del difícil gerente general de los Yanquis, George Weiss).
Mientras tanto, los carmelitas de San Luis, que después se mudaron a baltimore y se convirtieron en Orioles, también querían firmar a Berra pero no querían pagar un bono para nada. Entonces, el día después de la Serie Mundial de 1942, en la cual los Cardenales vencieron a los Yanquis, un coach de los Yanquis llegó a casa de los padres de Berra y le ofreció un contrato de liga menor, junto a un bono de 500 $.
La vida de Berra en el beisbol profesional empezó en Virginia en 1943 con los Tars de Norfolk de la Piedmont League Clase B. En 111 juegos bateó .253 y lideró a los cátchers de la liga en errores, pero en dos juegos seguidos una vez tuvo 12 imparables y empujó 23 carreras. Fue un comienzo prometedor, pero la segunda guerra mundial puso su carrera en vilo. Berra se unió a la naval. Participó en la invasión de Normandía y, dos meses después, en Operation Dragoon, un asalto aliado en Marsella en el cual resultó herido de bala y recibió el corazón púrpura.
En 1946, luego de su baja militar, fue asignado a los Bears de Newark, para entonces el principal equipo de las granjas de los Yanquis. Jugó en los jardines y como cátcher y bateó .314 con 15 jonrones y 59 carreras empujadas en 77 juegos, aunque su defensiva necesitaba pulirse; en una ocasión él golpeó a un árbitro con un tiro desde atrás del plato hacia segunda base. Sin embargo, los Yanquis lo llamaron en septiembre. En su primer juego de Grandes Ligas bateó dos imparables, incluyendo un jonrón.
Como Yanquis, Berra s convirtió en favorito de los aficionados, en parte por su juego superior, bateó .305 y empujó 98 carreras en 1948, su segunda temporada completa, y en parte debido a su humildad e inocencia. En 1947, al ser homenajeado en el Sportman’s Park de San Luis, un nervioso Berra le dijo ala multitud de su ciudad natal, “Quier agradecer a todos por hacer necesaria esta noche”.
Berra también era apreciado por los periodistas deportivos, auqnue ellos a menudo lo mostraban como un idiota del beisbol, un primate, apenas aficionado a las tiras cómicas y películas quien hablaba un inglés deficiente. Así nació la caricatura de Yogi, del triunfador rústico.
“Aún hoy”, escribió la revista Life en Julio de 1949, “él solo siente pena por las personas que se exprimen los sesos con tales temas innecesarios y frívolos como, literatura y las ciencias, sin mencionar la gramática y la ortografía”.
La revista Collier declaró, “Con un cuerpo que solo un antropólogo podría apreciar, Berra podría pasar fácilmente como miembro del Neanderthal A.C”.
Berra se tomaba esos comentarios con calma. Si él era feo, el decía que eso no era importante en el plato. “Nunca vi a nadie batear con la cara”, dijo él. Pero cuando los periodistas le dijeron que era poco atractivo para casarse con su novia Carmen Short, él respondió, de acuerdo a Colliers, “Soy humano ¿no?”
Berra venció al ridículo. Se casó con Ms. Short en 1949, y el matrimonio duró hasta la muerte de ella en 2014. Le sobreviven tres hijos, Tim quien jugó futbol americano profesional para los Colts de Baltimore, Dale un antiguo infielder de los Yanquis, Piratas y Astros; y Lawrence Jr., así como 11 nietos y un biznieto.
Ciertamente, las opiniones sobre Berra cmabiaron con los años.
“Él ha seguido permitiéndole a la personas referirse a él como un payaso amigable porque eso le da rápida aceptación, a pesar de que ha probado ampliamente, dentro y fuera del terreno que él es inteligente, astuto y oportuno”, escribió Robert Lipsyte en The New York Times en octubre de 1963.
Para ese momento, Berra había terminado su carrera como jugador de los Yanquis y el equipo lo había nombrado manager, un papel en el cual continuaría tenindo éxito, aunque no con la misma regularidad que disfrutó como pelotero y no sin drama ni disgusto. De hecho las cosas empezaron mal. Los Yanquis, un equipo envejecido en 1964, jugó un beisbol deficiente la mayor parte del verano, y amediados de agosto perdieron cuatro juegos seguidos en Chicago ante los punteros Medias Blancas, lo cual ocasionó uno de los episodios más peculiares de la carrera de Berra.
En el bus del equipo camino al aeropuerto O’Hare, el infielder de reserva Phil Linz tocaba “Mary Had a Little Lamb” con la armónica. Berra, de mal humor por la seguidilla de reveses, le dijo que dejara de tocar, pero Linz no lo hizo. (En otra versión de la historia, Linz le pregunto a Mickey Mantle que había dicho Berra y Mantle respondió: “Él dijo que tocaras más duro”). De pronto la armónica salió volando, había sido o arrebatada de las manos de Linz por Berra o lanzada a Berra por Linz. (Los peloteros que estaban en el bus tenían recuerdos diferentes).
Reportes noticiosos del incidente lo presentaron como si Berra hubiera perdido el control del equipo, y aunque los Yanquis alcanzaron y pasaron a los Medias Blancas en septiembre, para ganar el banderín, Ralph Houk, el gerente general, despidió a Berra después de perder una Serie Mundial de siete juegos ante los Cardenales de San Luis. En un movimiento inesperado, Houk lo reemplazó con el manager de los Cardenales, Johnny Keane.
Los Yanquis de Keane terminaron sextos en 1965.
Berra mientras tanto, se mudó al otro lado de la ciudad, para tomar un trabajo como coach de los famosamente horrorosos Mets dirigidos por Stengel, quien finalizaba su carrera en Flushing. El equipo continuó sus traspiés míticos hasta 1969, cuando los milagrosos Mets, con Gil Hosges como manager y Berra como coach de primera base, ganaron la Serie Mundial.
Luego que Hodges falleciera antes de empezar la temporada de 1972, Berra lo sustituyó. Ese verano, Berra fue inducido al Salón de la Fama.
El equipo de los Mets que él heredó, sin embargo, falló, terminó tercero, y duarnte la mayor parte de la temporada de 1973 estuvo peor. A mediados de agosto, los Mets estaban bien por debajo de .500 y en el sexto lugar, cuando Berra gritó uno de sus más famosos yogismos.
“Esto no se acaba hasta que se termina”, dijo él (o las palabras equivalentes de ese efecto), y, de alguna manera los Mets se motivaron y pasaron a los Cardenales para ganar la división este de la Liga Nacional.
Luego vencieron a los Rojos en la serie de campeonato de la liga antes de perder ante los Atléticos de Oakland en la Serie Mundial. Berra fue premiado por el resurgimiento con un contrato de tres años, pero los Mets estuvieron mal en 1974, terminaron quintos, y el próximo año, el 6 de agosto, con el equipo en tercer lugar y en medio de una seguidilla de cinco derrotas, Berra fue despedido.
Una vez más él cambio de liga y de ubicación en la ciudad, regresó al Bronx como coach de los Yanquis, y en 1984 el dueño, George M. Steinbrenner lo nombró manager para reemplazar al volátil Billy Martin. El equipo terminó tercero ese año, pero durante el entrenamiento primaveral de 1985, Steinbrenner le prometió que terminaría la temporada como manager de los Yanquis sin importar lo que ocurriera.
Luego de solo 16 juegos, sin embargo, los yanquis tenía marca de 6-10, y el impaciente e imperioso Steinbrenner despidió a Berra de todos modos, trajo de vuelta a Martin. Quizás peor que romper su promesa, Steinbrenner envió a otra persona para informar las malas noticias.
La finalización de la relación laboral, la cual tuvo un aguijón adicional debido a que Dale, el hijo de Berra había llegado recientemente al equipo, provocó uno de los resentimientos más legendarios del beisbol, y por más de 14 años Berra se negó a poner un pie en Yankee Stadium, un período durante el cual fue coach de los Astros de Houston por cuatro temporadas.
Durante ese tiempo la iniciativa privada colaboró para establecer el Yogi Berra Museum and Learning Center en el campus de Montclair State University, New Jersey, la cual reconoció a berra con un doctorado honorífico en humanidades en 1996. Allí abrieron un estadio de ligas menores, Yogi Berra Stadium, en 1998.
El museo, es un homenaje a Berra con exhibiciones de su carrera, programas dirigidos para niños relacionados con la historia del beisbol. En enero de 1999, Steinbrenner, quién falleciera en 2010, fue hasta allá para presentar disculpas.
“Sé que cometí un error al no hablar contigo personalmente”, le dijo a Berra. “Es el peor error que cometí en el beisbol”.
Berra escogió no rechazar la semidisculpa. Para recibirlo de vuelta a los Yanquis, el equipo organizó un Día de Yogi Berra el 18 de julio de 1999. Tambien invitaron a Don Larsen, quien lanzó el primer envío ceremonial, con Berra de cátcher.
Increiblemente, en el juego de ese día, David Cone de los Yanquis, lanzó un juego perfecto.
Fue como si Berra pudo o no haber dicho en otro contexto, “deja vu de nuevo otra vez”, un episodio especial para una maravillosa vida beisbolera.
Traducción: Alfonso L. Tusa C.
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