miércoles, 27 de febrero de 2019
Lo que Mariano Rivera Compartió con Roy Halladay, Además de Credenciales para el Salón de la Fama.
Tyler Kepner. The New York Times. 20 de enero de 2019.
Mariano no seráel único pelotero electo al Salón de la Fama del béisbol esta semana en su primer intento. Las papeletas públicas han mostrado un apoyo marcado por Roy Halladay, el antíguo as de los Azulejos de Toronto y los Filis de Filadelfia. Si Halladay estuviese aquí, seguramente reconocería que Rivera, el sublime cerrador de los Yanquis, ayudó a acercarlo a los límites de Cooperstown.
Halladay falleció el 7 de noviembre de 2017, a la edad de 40 años, cuando el avión que pilotaba se estrelló en aguas proco profundas cerca de Holiday, Fla. En una de sus entrevistas finales, recordó con entusiasmo un tutorial con Rivera en el juego de estrellas de 2008, y una observación que le dio su toque final de brillantez.
“Había observado mucho a Mariano, mi recta cortada era muy buena, pero no siempre era consistente”, dijo Halladay en marzo de 2017 en una mesa de día de campo debajo de palmeras en el complejo de entrenamientos primaverales de los Filis en Clearwater, Fla. “A veces era muy buena y en otras ocasiones no era tan efectiva. Mariano de verdad me ayudó”.
Yo había seguido a Halladay por más de dos años para tener esta conversación. Necesitaba su perspectiva para un libro sobre pitcheo que estaba escribiendo, “K: A History of Baseball in Ten Pitches”, (“K: Una Historia del Beisbol en Diez Lanzamientos”), que será publicado esta primavera por Doubleday, y sabía que sería una voz crítica.
Como escritor de The New York Times que cubrió la fuente de los Yanquis de Nueva York durante la mayor parte de su estadía con los Azulejos de Toronto, estuve maravillado con Halladay, la manera como estoicamente hacía que los bateadores élite realizaran swings tentativos y nunca parecía satisfecho a menos que hubiese trabajado los nueve innings. Recién había regresado a los Filis en 2017 como instructor, aconsejando a los peloteros de ligas menores sobre el lado mental del deporte. Halladay había reconstruido su confianza y manera de lanzar temprano en su carrera, y nunca dejó de reinventarse en el montículo.
Con su recta cortada, Halladay sospechaba que el problema era la posición de su pulgar. Rivera ya era una leyenda, en ruta a una marca vitalicia de 652 juegos salvados, y su nombre se convirtió en sinónimo de la recta cortada, un envío que se había encontrado por accidente pero que había perfeccionado como nadie. Él confirmó la sospecha de Halladay.
“Seguro”, dijo Halladay, “me dijo que una de las claves para él era asegurarse de meter el pulgar por debajo hasta colocarlo en el lado opuesto de la pelota”.
Cuando Halladay lanzaba su sinker, con los dedos índice y medio a lo largo de las costuras estrechas, colocaba su pulgar por debajo del índice por debajo de la pelota. Cuando lanzaba la recta cortada, la cual sostenía con sus dedos medio e índice a través de la parte ancha de las costuras, siempre ponía el pulgar en el mismo lugar.
Rivera le mostró a Halladay su técnica, doblando su pulgar en el nudillo y empujándolo debajo de la pelota, de manera que la uña tocara el dedo medio no el índice. Eso impedía que el pulgar bloqueara la rotación de la pelota mientras salía de su mano, permitiendo que los dedos índice y medio funcionaran sin estorbarse y enviaran la pelota adecuadamente, moviéndose hacia adentro ante bateadores zurdos y hacia afuera ante derechos.
Le entregué una pelota a Halladay, la tomó con el agarre de Rivera, manteniendo su brazo recto.
“Ahora si la ves desde atrás, tienes a la pelota ajustándose a este lado”, dijo él, y desde la perspectiva del pitcher, se podría ver al menos la mitad de la pelota sobresaliendo desde el lado izquierdo de la mano. El resto de la pelota estaba cubierto por los dedos de Halladay.
“Así que ahora la pelota está recargada. Casi tiene que ir por ese lado”, dijo él. “Cuando puse mi pulgar debajo del dedo índice, todavía estaba centrado. Pero tan pronto como lo moví hacia arriba, de repente, recargó la pelota hacia ese lado”.
¿Se sintió eso natural de inmediato?
“Eso tomó un poquito de tiempo”, dijo Halladay, “y a veces era tan defectuoso que cuando salía bien, marcaba mis dedos sobre la pelota con un bolígrafo. Tomaba un bolígrafo negro y la marcaba justo donde estaban colocado mi dedo, y la guardaba en mi casillero y la mantenía conmigo. La próxima primavera, estaba lanzando el envío y no funcionaba, no veía resultados. Así que regresé y tomé esa pelota y solo la agarré sin mirar las marcas. Y de seguro, mi pulgar estaba atrás hasta aquí, donde se sentía cómodo”.
“Así que lo puse de vuelta en la marca donde se sentía algo incómodo al principio, pero de seguro, regresó el pitcheo. Entonces te acostumbras, y te sientes bien. Pero era un pitcheo que había que monitorear donde estuvieras, como agarrabas la pelota, porque se podía desarrollar malos hábitos al hacer lanzamientos largos. Lanzar una pelota puede ser algo complicado”.
Halladay venció a los Yanquis tres veces en la segunda mitad de la temporada de 2008; cuando los compañeros de Rivera supieron de su generosidad con el rival, lo multaron en la corte de los canguros. Para Halladay, eso fue un trampolín.
En los tres años siguientes, uno con Toronto, dos con Filadelfia, Halladay fue el mejor pitcher del beisbol. Lanzó más entradas que nadie, promedió 19 victorias por temporada, y su efectividad de 2.53 fue la más baja entre los lanzadores con al menos 75 aperturas. Ganó su segundo premio Cy Young, lanzó un juego perfecto y entonces pitcheó solo el segundo juego sin hits ni carreras de postemporada en la historia de las grandes ligas.
Esos tres años le dieron a Halladay una década completa al tope de su juego, menos temporadas dominantes que algunos inquilinos del Salón de la Fama, pero suficientes para inclinar a los votantes. Si en vez de eso hubiera declinado después de 2008, habría sido el mismo tipo de candidato que Johan Santana.
Santana coleccionó solo 2.4 por ciento de los votos en la elección del año pasado, lo cual no fue suficiente para permanecer en las papeletas. Pero por siete temporadas con los Mellizos y los Mets, desde 2004 hasta 2010, Santana fue tan dominante como lo fue Halladay en sus primeras siete temporadas exitosas (2002 hasta 2008).
En los siete años de Santana, obtuvo 110 triunfos y una efectividad de 2.86, con un WHIP (boletos más hits por inning lanzado) de 1.063. En sus primeros siete años de estrellato, Halladay tuvo 113 triunfos y 3.19 de efectividad, con 1.132 de WHIP. Santana tuvo más ponches, Halladay menos boletos. Pero sus resultados fueron esencialmente los mismos.
Para Santana, sin embargo, eso fue todo lo que obtuvo. Además de un renacimiento de tres meses en 2012 (incluyendo el largamente esperado primer juego sin hits ni carreras de los Mets), Santana estaba acabado. En su punto más alto, lanzó como un inquilino del Salón de la Fama. Pero eso ese lapso fue muy corto.
El tope de Halladay duró el tiempo suficiente. No todo fue gracias a la recta cortada de Rivera, por supuesto. Pero en aquellas primeras tres temporadas después de la ayuda de Rivera, Halladay lanzó la recta cortada en más del 40 por ciento de sus envíos, mas a menudo que cualquier otro abridor en el beisbol. Su otro envío favorito, el sinker, se desplazó en la dirección opuesta. A veces, eso parecía injusto.
“¿Lo más difícil para mí? De Halladay, ese sinker y la recta cortada”, me dijo Derek Jeter la primavera pasada. “Trataba de calcular en que dirección iban, y siempre calculaba mal”.
Jeter bateó .234 de por vida contra Halladay, cuyo control era tan impecable que su radio de boletos en esos tres años (1.24 por cada nueve innings) fue el mejor del juego. Y si alguna vez perdía el control en la recta cortada, sabía donde encontrarlo: en la pelota donde había marcado el agarre de Rivera.
“La mantenía en mi casillero, y cuando viajábamos, la llevaba en mi bolso”, dijo Halladay. “Escondida en un zapato, a donde quiera que fuese, y si tenía dificultades, solo la sacaba. La llevé conmigo el resto de mi carrera”.
Quizás esa pelota permanece entre las posesiones de la carrera de Halladay. Ese sería un maravilloso artefacto a mostrar al rendir honores a los nuevos inquilinos de Cooperstown.
Traducción: Alfonso L. Tusa C. 23-02-2019.
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