miércoles, 14 de octubre de 2015

Dean Chance, ganador del premio Cy Young y némesis de los Yanquis, fallece a los 74 años.

Bruce Weber. The New York Times. 12-10-2015. Dean Chance, un pitcher derecho con cinco equipos de Grandes Ligas cuyo año ganador del premio Cy Young, 1964, califica entre las actuaciones más grandes en una temporada en la historia del juego, falleció el domingo 11 de octubre en su hogar de New Pittsburgh, Ohio. La causa fue un ataque cardíaco, dijo su hijo, Brett. Un muchacho del campo de extremidades relajadas, y ocasionalmente de labios relajados, con una variedad de pitcheos y un inusual envío donde volvía la espalda hacia el bateador hasta poco antes de lanzar la pelota., Chance lanzó 11 temporadas en Grandes Ligas, gano 29 juegos dos veces y disfrutó de un éxito especial ante los Yanquis, un equipo al que venció 18 veces. “Cada vez que veo su nombre en una tarjeta de alineación”, le dijo una vez Mickey Mantle al periodista deportivo Maury Allen acerca de Chance, “Siento que voy a vomitar”. Chance llegó a las mayores en 1961, lanzó en cinco juegos para los Angelinos de Los Angeles hacia el final de la temporada inaugural de una franquicia luego conocida como los Angelinos de California y ahora como los Angelinos de Los Angeles de Anaheim. Él tuvo éxito promedio en sus primeras dos temporadas completas, pero en 1964 emergió como pitcher dominante. Aunque su temporada empezó lentamente, estuvo afectado por una ampolla en un dedo, tuvo marca de 15-4 después del 1 de julio y terminó con 20-9, incluyendo 11 blanqueos, cinco de ellos en juegos que los Angelinos ganaron 1-0. Los Yanquis, quienes fueron campeones de la Liga Americana ese año, perdieron solo 63 juegos, cuatro de ellos ante Chance, quien los blanqueó tres veces; en un quinto juego contra ellos, él lanzó 14 episodios en blanco antes que un relevista perdiera el juego en el décimoquinto. En 50 innings contra los Yanquis, permitió 14 imparables y una carrera, un jonrón de Mantle, para una efectividad de 0.18. Contra la liga completa en la temporada, su efectividad fue 1.65, aún la segunda mejor de la Liga Americana (detrás de la 1.60 de Luis Tiant en 1968) en más de 70 años. Chance también lideró la liga en juegos completos e innings lanzados. Para la época, el premio Cy Young era otorgado al mejor pitcher de ambas ligas mayores, desde 1967, la Liga Americana y la Nacional han entregado premios Cy Young separados, y a los 23 años, Chance fue el pitcher más joven en recibirlo. (En la era del premio dual, lo han ganado pitchers más jóvenes, incluyendo a Fernando Valenzuela de los Dodgers en1981 y Dwight Gooden de los Mets en 1985). Wilmer Dean Chance nació el 1 de junio de 1941, en Wooster, Ohio. Sus padres, Wilmer Chance y Florence Beck, eran granjeros. Un atleta colegial estelar, el joven Dean jugó en equipos de campeonatos estadales de beisbol y baloncesto para Northwestern High School en West Salem y ganó 51 de 52 decisiones como pitcher, incluyendo 18 no-hitters. Fue firmado originalmente por los Orioles de Baltimore, y escogido por los Senadores de Washinghton en el draft de expansión de la Liga Americana de 1960, entonces fue cambiado a los Angelinos. Los Angelinos cambiaron a Chance a Minnesota luego de una temporada por debajo de lo acostumbrado en 1966, y el ganó 36 juegos para los Mellizos en las siguientes dos temporadas, incluyendo 20 en 1967, cuando lanzó dos no-hitters en agosto (uno acortado por la lluvia a cinco innings), comenzó el Juego de Estrellas por la Liga Americana y ganó el premio del Regreso del Año, entregado por The Sporting News. Él terminó su carrera jugando brevemente con Cleveland, los Mets y los Tigres de Detroit. Por todo, ganó 128 juegos y perdió 115, con efectividad vitalicia de 2.92. Un matrimonio, con Judy Larson, terminó en divorcio. Además de su hijo, le sobrevive una hermana, Janet Connelly, y dos nietas. Además de su pitcheo, Chance fue un notable del beisbol por otras razones. Por una cosa, él pudo haber sido el peor bateador en jugar en las Grandes Ligas; en 1966 bateó de 76-2, un promedio de .026, y de por vida bateó .066, la cifra más baja para cualquier jugador con al menos 300 apariciones en el plato; en 662 turnos oficiales al bate, él se ponchó 420 veces. Tambien conocido como un amigo de buenos momentos quien acompañaba a uno de los legendarios adoradores de la noche y las mujeres, en el beisbol, el pitcher Bo Belinsky. Luego de retirarse del beisbol, Chance trabajó en varias ocupaciones, incluyendo promotor de boxeo (dirigió al peso pesado Earnie Shavers y fue presidente de la International Boxing Association) y animador de carnaval. Él no era tímido. Los Angelinos indujeron a Chance al Salón de la Fama de la franquicia este año. En su discurso, el agradeció graciosamente al segunda base Bobby Knoop por hacer una jugada defensiva que salvó su victoria 20 en 1964. Ese era un grito lejano del joven Dean Chance, quien, antes de la temporada de 1965, sugirió a The Saturday Evening Post que titulara su artículo acerca de él “El Pitcher Mas Excitante Desde Bobby Feller”. “Dios mío”, dijo él al Post, “podrían corregir y llamar su historia ‘El Pitcher Más Excitante Desde Dizzy Dean’”. Y añadió: “Me vieron cincuenta mil en el Juego de las Estrellas el año pasado, y fui el condenado mejor pitcher ahí. Podrías llamar la historia ‘Desde la estrechez a la riqueza’. O ¿Qué tal esto? ‘¡El Año Más Grande de Siempre!’” Traducción: Alfonso L. Tusa C.

martes, 13 de octubre de 2015

El pitcher que el tiempo olvidó.

Michael Beschloss. The New York Times. 09-10-2015. En este mes en 1947 fue la primera vez que los afroamericanos jugaron en la Serie Mundial. Los dos hombres pertenecían a los Dodgers de Brooklyn. Probablemente usted conozca uno de sus nombres pero no el otro. Jackie Robinson avanzaría para ganar su lugar como alguien quien tuvo el coraje de romper la barrera, pero su compañero de equipo, Dan Bankhead, el primer pitcher negro de las Grandes Ligas en el beisbol moderno, casi ha sido olvidado. Bankhead nació en 1920 el pequeño Empire, Ala., su padre era una minero de carbón quien había jugado beisbol en la Cotton Belt League. El escritor de beisbol Rory Costello ha especulado que los Bankhead podrían tener vínculos sanguíneos con el una vez Speaker of the House (Parlante de la Casa), William B. Bankhead (1936-1940), cuya familia alguna vez había poseído esclavos en una región cercana del norte de Alabama. Dan y sus cuatro hermanos jugaron en la Ligas Negras; él empezó a los 19 años, jugando para American Giants de Chicago antes de mudarse a los Black Barons de Birmingham (Ala.). Al cambiar su posición de tercera base y shortstop por la de pitcher, el espigado Bankhead se convirtió en estrella de las Liga Negra Americana antes de la segunda guerra mundial, cuando se unió a la marina de Estados Unidos, para servir en tropas negras segregadas en Camp Lejeune, N.C. Luego de la guerra, en 1946, el ex-sargento Bankhead se unió a los Red Sox de Memphis y destacó en dos juegos de estrellas de las Ligas Negras, una actuación que repitió en otro juego de ese estilo en julio de 1947, en el Comiskey Park de Chicago. Bankhead fue promovido como “el Bob Feller de color” o “el próximo Satchel Paige”. Como han escrito Larry Moffi y Jonathan Kronstadt en “Crossing the Line: Black Major Leaguers, 1947-1959” (Bison, 2006), dos scouts de los Dodgers vieron a Bankhead destacar en Comiskey. El mes siguiente, su jefe, el presidente de los Dodgers, Branch Rickey, voló a Memphis para observar a Bankhead en acción y compró su contrato a los Medias Rojas, (para los cuales había sido el pelotero mejor pagado) por 15.000 $. Una vez que Banhead llegó a los Dodgers, cuando el equipo viajaba, él compartía habitación con Robinson en hoteles segregados. Con mucho en común y en juego, gritos racistas y amenazas de muerte, los dos pioneros rápidamente congeniaron. Bankhead bromeó una vez durante una discusión jovial, “¡No solo estás equivocado, Robinson, sino que estás totalmente equivocado!” Los Dodgers en ese momento estaban en una lucha cerrada por el banderín de la Liga Nacional, y Rickey necesitaba pitchers encarecidamente. Un biógrafo de Rickey, Lee Lowenfish, insiste en que fue esto, y no el deseo de adquirir otro jugador afroamericano, el motivo principal para buscar a Bankhead. Ni Rickey creía que tenía el tiempo que le había permitido suavizar la instalación de Robinson en los Dodgers a comienzos de ese año al colocarlo primero en el equipo de ligas menores Royals de Montreal. Como resultado, el debut de Bankhead en Grandes Ligas fue abrupto, solo unos pocos días después de su último juego en Memphis. “Bankhead tine un gran futuro como pitcher en las Grandes Ligas”, le dijo Rickey a The New York Times. “No sé que tan pronto”. Él explicó que Bankhead “puede estar un poco nervioso, me temo que lo estará”. Rickey le dijo a otro reportero: “Sé que este muchacho tiene el fondo físico para ayudar a este equipo. La única pregunta es si será capaz de resistir la tremenda presión bajo la cual trabajará. Su problema es más grande que el de Robinson, todos los ojos están sobre el pitcher”. En su primera aparición con los Dodgers, el 26 de agosto de 1947, contra los Piratas en el Ebbets Field de Brooklyn, Bankhead bateó un jonrón, pero el pitcheo por el cual Rickey lo había contratado no fue estelar. “En una palabra, estuvo horrendo”, escribió Joseph M. Sheehan en el Times el día siguiente, agregó que el nuevo Dodger estaba “obviamente nervioso”. “Estaba muy asustado”, recordó Bankhead después. “Cuando me paré en el montículo, estaba sudando mucho y me sentía tenso como un tambor”. Su primer envío, una recta, golpeó duro en el codo al bateador de los Piratas, Wally Westlake. Aunque los Dodgers llegaron a la Serie de 1947, Bankhead nunca encontró de verdad su ritmo. En aquella Serie de siete juegos, la cual ganaron los Yanquis, él salió como corredor emergente pero no lanzó. Luego que todo terminó, un periodista deportivo de Associated Press llamó a Bankhead un “chispazo fugaz” y recordó como algunos lo llamaron un “regalo para el beisbol”. La primavera siguiente, Rickey envió a Bankhead a las menores, donde estuvo por dos años antes de regresar en 1950 para una despedida de temporada y media con los Dodgers. Al abandonar las Grandes Ligas, y sufrir de una vieja lesión en el brazo, él cruzó la frontera para jugar 15 años en la liga mexicana. Casi quebrado, su vida privada se complicó con mujeres diversas, él estaba tratando de “enfrentar dificultades domésticas” y “tratar de volver sobre sus pasos”, como recordó un amigo, él se estableció en Houston, tratando de sostenerse él y su esposa entregando víveres, mientras a menudo fumaba un cigarrillo. En 1976, el día anterior a su cumpleaños 56, Bankhead falleció en el hospital Veterans Administration de cáncer de pulmón. Algunos de esos pocos quienes han escrito acerca de Bankhead han discutido que él carecía del tipo de destrezas técnicas que podrían haberle permitido tener el tipo de carrera que disfrutó Robinson. Pero una mejor explicación podría ser el temperamento. Rickey había insistido que él encontró en Robinson al primer afroamericano del beisbol de Grandes Ligas que tenía tanto resiliencia como habilidad sobre el diamante. Pero cuando Rickey reclutó a Bankhead, el temperamento no estaba en su mente. Como Rick Swaine sugiere en “The Black Stars Who Made Basebal,l Whole” (McFarland, 2005), “el problema principal” de Bankhead era que cuando era llamado a asumir el complicado y peligroso trabajo de cobertura nacional, “él simplemente carecía de la profundidad psicológica para sobreponerse a los numerosos obstáculos que encontraba”. La vieja estrella de las Ligas Negras, Buck O’Neal, quien había jugado con Bankhead, hizo la observación más crujiente de todas. Como Joe Posnanski registra en “The Soul of Baseball” (HarperCollins, 2007), O’Neal dijo una vez: “Esto es lo que siempre oi. Dan tenía mucho miedo de que fuese a golpear a un tipo blanco con un lanzamiento. Él pensaba que podría haber algún tipo de disturbio si él hacía eso”. O’Neal siguió: “Dan siempre fue de Alabama, ¿sabes lo que digo? Él oyó a toda esa gente poniéndole apodos, amenazándolo, y él estaba asustado. Él había visto hombres negros ser linchados”. Michael Beschloss, un historiador presidencial, es el autor de nueve libros y colaborador en NBC News y “PBS NewsHour” Traducción: Alfonso L. Tusa C.

En un viaje a Fenway, solo el juego era insignificante.

Dan Barry. The New York Times. 02-10-2015. Boston.- Mi buen amigo por 30 años tiene esclerósis amiotrófica lateral. No puede hacer mucho por contrarrestar eso, más allá de esperar por la aparición de un descubrimiento médico, y realmente nada que yo pueda hacer. Así que vamos a un juego de pelota. Me encuentro con mi amigo, Bill Malinowski, en su casa en Rhode Island. Él manejará su camioneta Acura la hora hasta Fenway Park para ver un juego nocturno sin importancia. Yo manejaré de vuelta, porque tener esclerósis amiotrófica lateral es extenuante. Por estos días, el usualmente se duerme a las 9. El diagnóstico de esta primavera solo confirmó lo que él sospechaba. Un atleta superior, maratonista, nadador, ciclista, quien cronometraba cada milla en su persecución de la buena forma física, él conocía su cuerpo. Ahora el cuerpo que el trató cuidadosamente lo había traicionado con algún tipo de giro cósmico. Llorar. Maldecir el destino. Revisar las investigaciones. Seguir trabajando lo mejor que pueda por tanto tiempo como pueda. Mantener su cabeza lúcida tan bien como pueda por el mayor tiempo. Por lo menos hay beisbol esta noche. Bill camina hacia su caro como si los guijarros y las raíces de los árboles conspiraran para guiarlo. Se detiene, usa pantalones de lino rojos y un soporte negro sobre una debilitada pierna izquierda que una vez le ayudó a completar 15 maratones, tres triatlones y participaciones en carreras de caminos. Vamos. “Esclerósis amiotrófica lateral” usualmente precede “también conocida como la enfermedad e Lou Gehrig”. Eso lleva al menos ilustrado clínicamente a recordar el discurso de despedida simbólico de Gehrig en 1939, su cabeza ladeada, semisonreído consigo ante el chiste negro jugado al resistente Caballo de Hierro. Muerto al cabo de dos años, a los 37, los Yanquis lo habían llamado el hombre más afortunado del mundo. Bill siente aversión por los Yanquis. La palabra “aversión” no describe completamente la profundidad de su odio tribal. Fanático de los Medias Rojas hasta la médula, el liga contra los Yanquis con un vigor que lo ha sostenido a través de este verano de esfuerzos. Su esposa, Mary Murphy, dice que él a veces se levanta en la noche para revisar el resultado del juego de los Yanquis. Una derrota de los Yanquis le facilita el amanecer. Nos dirigimos hacia el norte por la Interstate 95, dos viejos amigos, ambos de 57 años. Con café caliente en los soportes de las tazas, Springsteen a bajo volumen en el radio por satélite, y sin una nube en el cielo del atardecer a principios de otoño, hablamos de todo y de nada, como los hemos hechos tantas veces antes. Solo que ahora hasta hablar de nada es trabajoso, esta enfermedad que lleva el nombre de un yanqui disminuye su voz, requiere de esfuerzo por cada palabra que él pronuncia. “Hablar es un reto”, dice él, y lo puedo oir. Por eso ahora nos enviamos más mensajes de texto que lo que hablamos por teléfono, nuestras conversaciones virtuales son un amasijo de reportes médicos y beisbol. 4 de mayo: “El doctor dice que tengo esclerósis amiotrófica lateral”. 20 de mayo: “¡Gran alegría! Los Skanks han perdido 8 de 11 y los Medias Rojas están teniendo buen pitcheo”. 2 de junio: “Me disgusta A-Fraud. El último idiota”. 18 de junio: Me disgustan los Yanquis, el equipo más odiado de los deportes profesionales”. 28 de junio: “Me pusieron un soporte en la pierna el jueves en Mass General. Eso ayuda a estabilizar mis pasos”. 27 de julio: “¡Ganamos la serie a Detroit!” 8 de septiembre: “Puedo ir contigo a un juego nocturno…Acabo de planificar una cita en Johns Hopkins…” Un reportero veterano en The Providence Journal, Bill ha sido una autoridad por mucho tiempo en la expansiva realidad de Rhode Island, con las fuentes de ambos lados de la ley y una experticia en pandillas, pistolas, crimen organizado y corrupción municipal. El año pasado, la New England Society of Newspaper Editors lo nombró “reportero maestro”. Pero la intensa curiosidad que dirigió su éxito profesional se ha desvanecido. Él tiene poco interés ahora en un estado una vez descrito como el tema principal de un reportero. De los pocos temas que le importan, el beisbol está en el tope. ¿Por qué? Pregunto mientras Bill maneja por debajo del límite de velocidad en el canal del medio de la interestatal, impasible ante el rostro enrojecido del camionero que lo pasa por la derecha, gritando epítetos. “Es donde crecí”, contesta él. Él se refiere, en parte, a que creció al sur de Connecticut, en una época cuando todos conocían a Walt Dropo, el reno de Moosup, quien una vez jugó para los venerados Medias Rojas, y al gran John Ellis, de New London, quien una vez jugó para los odiados Yanquis. Bill fue el recogebates en el equipo de Ellis en la American Legion; jugó baloncesto invernal con Bill Dawley, un futuro pitcher del juego de estrellas; ocasionalmente se topaba con Roger LaFrancois, cuya carrera de Grandes Ligas, un año como cátcher de reserva de los Medias Rojas, terminaría con .400 de promedio al bate (¡de 10-4!). La devoción de Bill por el beisbol se desarrolló en las calles, no en casa. Su madre estaba trabajando siempre en turno nocturno como enfermera de hospital. , y su padre siempre estaba reviviendo la segunda guerra mundial. Activo en la resistencia polaca, Miecyslaw Malinowski pasó más de cuatro años en prisiones nazi y campos de trabajos forzados, le volaron los dientes con un culatazo de rifle y en una ocasión le ordenaron cavar su propia tumba. Mientras batallaba con la tuberculosis cuando inmigró, fue enviado a un hospital en Norwich, donde luego consiguió trabajo como portero. No se permitían películas de guerra en la televisión, ni las risas de “Hogan’s Heroes”. El estruendo inesperado de una puerta lanzada repercutía como detonaciones de pistola en los oídos de su padre, se enfurecía, dejaba a su esposa y tres hijos para caminar en punta de pie alrededor de su modesta casa en Norwich. El inmigrante con cicatrices de guerra nunca hablaba del pasado y rara vez hablaba en el presente, pero dejó claro que consideraba frívolos la mayoría de los pasatiempos de los estadounidenses, incluyendo el beisbol. ¿Qué es eso de beisbol? Bill terminó destacando en otra disciplina frívola, baloncesto, y fue lo suficientemente bueno para jugar en Connecticut College. Pero los Medias Rojas seguían siendo su verdadera pasión: Tony Conigliaro y Rico Petrocelli y el gran George Scott; Fred Lynn y Dwight Evans y Jim Rice; y la constante, Yaz. Para el momento cuando conocí a Bill, en 1987, él casi se había recuperado de la Serie Mundial de 1986, en la cual los Medias Rojas perdieron con los Mets por razones que van mucho más allá que una pelota rodando entre los tobillos adoloridos de Bill Buckner. Ambos éramos reporteros en The Providence Journal, y nuestra amistad se desarrolló sobre intereses compartidos en tipos sabios, observaciones inteligentes y beisbol. A través de los años, compartimos muchas vacaciones familares, incluyendo unas pocas en los Adirondacks, donde Bill continuaba fortaleciendo su cuerpo de hombros voluminosos. Cada mañana hacía una carrera de 10 millas, y cada tarde nadaba una milla, a menudo yo lo acompañaba, remando con flojera, mientras él cortaba el agua del lago con precisión rítmica. El otoño pasado, las carreras se hicieron más duras, el fácil aliento un jadeo elaborado. Él cubría el juicio de asesinato de un antíguo jugador de los Patriots de New England, Aaron Hernandez, un asignación de rutina en la corte que al final del día lo había dejado agotado. “Llegué a un punto donde no podía correr, no podía nadar, no podía hacer ciclismo afuera”, dice él, con los ojos enfocados en el camino delante de él. Se convirtió en uno de alrededor de 6400 personas a quienes le será diagnosticada la esclerósis amiotrófica lateral, este año. Que la paz del Señor esté con Bill Malinowski hoy y todos los días. Que él continúe compitiendo bien, termine la carrera, y mantenga el… Él dice que no se puede poner a preguntarse los porqué y los como de todo esto. Dada la investigación sobre una posible conexión entre la esclerosis amiotrófica lateral y las concusiones, ¿Cómo no enfocarse en esa horrible colisión sobre el tabloncillo de baloncesto del Massachusetts Institute of Technology? Mientras jugaba para Connecticut College, Bill y un jugador de M.I.T chocaron de cabeza mientras perseguían un balón suelto y bam, quedaron desmayados por varios minutos. “Un golpe violento”, dice él, tan malo que su afectado oponente ni siquiera lanzó el tiro libre. Y Bill siguió en el juego. ¿Eso fue todo? ¿Una concusión hace casi 40 años? Todo lo que él sabe es que algunas personas en el Massachusetts General le dijeron que ellos ven esclerosis amiotrófica lateral entre antiguos jugadores de futbol. Mas que enjugadores de futbol americano. Seguimos paseando, Bill, yo y esto, como K.T Tunstall canta “Feel It All” en el radio. “Esto te hace preguntar”, dice él luego de un rato. “¿Cómo pasa esto?” Bill está perdiendo peso, siete kilos desde junio, porque ahora es más difícil tragar, y la esclerósis amiotrófica lateral tiende a afectar el gusto. Él también ha dejado de tomar el medicamento prescrito, Riluzole, porque la nausea constante no pareció valer los beneficios mínimos. Su sosten viene en su lugar de un proyecto de libro y película sobre el mundo subterráneo de Rhode Island en el que está trabajando, el cual ha atraído el interés de algunos nombres grandes. Y, por supuesto, todavía hay ejercicio: cada mañana en el Y.M.C.A. local, maneja una bicicleta estática y levanta pesas, luego anota el trabajo en si diario. Esta es su manera de resistir, milla a milla, libra por libra. “Tratando de de empujar a través de esto”, dice él. Llegamos al centro de Boston. Bill nota cuanto han caído los precios de la gasolina. Dice que el soporte de su piern la está molestando. Nota que la canción de la radio, “Shut Up an Dance”, es de Walk the Moon, una banda que tocó durante las festividades del juego de estrellas de este año. Beisbol. La tocineta de Fenway, el anuncio de Citgo, se levanta en la vista como una luna roja blanca y azul. Encontramos un estacionamiento al lado del estadio y pagamos unos exagerados 40$, considerando que mientras más cerca mejor. Aún así, Bill necesita balancearse contra los carros estacionados mientras camina. Grupos de personas, flacos y con sobrepeso, jóvenes y viejos pasan raudos a un lado de él hacia la línea final de Yawkey Way. Nuestros excelentes asientos están al lado del dugout de los Medias Rojas, cortesía de un amigo con una conexión indirecta con Pete Frates, un antiguo beisbolista de Boston College con esclerosis amiotrófica lateral quien empezó la caravana de caridad del año pasado, el reto del cubo de hielo. Johns Hopkins, donde Bill tiene una cita este mes, ha retribuido la caridad con la ayuda para escribir un estudio reciente que provee una comprensión más profunda de los conglomerados de proteína asociados con la esclerosis amiotrófica lateral. El juego de esta noche no significa nada. Ambos, los visitantes Rays de Tampa Bay, y los Medias Rojas están a más de doce juegos del primer lugar. Aún así, Bill sigue el juego, casi como va a ligar con todas sus ansias contra los Yanquis en los playoffs. Él desaparece por unos minutos, entonces regresa a las gradas de concreto, cuidadosamente, con un cono grande de helado de mantecado en sus manos. Muchas calorías y fácil de tragar. Será una noche larga. No regresaremos a casa de Bill hasta pasada la medianoche, y él estará extenuado. Entonces, a comienzos de la mañana, él se levantará antes que yo, manejará hacia el Y.M.C.A. y levantará más pesas para contrarrestar lo que parece inevitable. Por ahora, aunque, hay beisbol. Sin significado, beisbol de final de temporada, los innings se mezclan uno con el otro en un juego sin reloj. Los Medias Rojas están perdiendo, y la pizarra de la izquierda dice que los Yanquis están ganando. Así es toda la noche. Bill encuentra esperanza en los jóvenes peloteros de los Medias Rojas. Brock Holt, Mookie Betts, Blake Swihart. Y este muchacho, Jackie Bradley Jr., quién bateó un sencillo insignificante en el cierre del octavo inning. Al carajo con los Yanquis. El próximo año, dice él. El próximo año. Traducción: Alfonso L. Tusa C.