martes, 13 de octubre de 2015

En un viaje a Fenway, solo el juego era insignificante.

Dan Barry. The New York Times. 02-10-2015. Boston.- Mi buen amigo por 30 años tiene esclerósis amiotrófica lateral. No puede hacer mucho por contrarrestar eso, más allá de esperar por la aparición de un descubrimiento médico, y realmente nada que yo pueda hacer. Así que vamos a un juego de pelota. Me encuentro con mi amigo, Bill Malinowski, en su casa en Rhode Island. Él manejará su camioneta Acura la hora hasta Fenway Park para ver un juego nocturno sin importancia. Yo manejaré de vuelta, porque tener esclerósis amiotrófica lateral es extenuante. Por estos días, el usualmente se duerme a las 9. El diagnóstico de esta primavera solo confirmó lo que él sospechaba. Un atleta superior, maratonista, nadador, ciclista, quien cronometraba cada milla en su persecución de la buena forma física, él conocía su cuerpo. Ahora el cuerpo que el trató cuidadosamente lo había traicionado con algún tipo de giro cósmico. Llorar. Maldecir el destino. Revisar las investigaciones. Seguir trabajando lo mejor que pueda por tanto tiempo como pueda. Mantener su cabeza lúcida tan bien como pueda por el mayor tiempo. Por lo menos hay beisbol esta noche. Bill camina hacia su caro como si los guijarros y las raíces de los árboles conspiraran para guiarlo. Se detiene, usa pantalones de lino rojos y un soporte negro sobre una debilitada pierna izquierda que una vez le ayudó a completar 15 maratones, tres triatlones y participaciones en carreras de caminos. Vamos. “Esclerósis amiotrófica lateral” usualmente precede “también conocida como la enfermedad e Lou Gehrig”. Eso lleva al menos ilustrado clínicamente a recordar el discurso de despedida simbólico de Gehrig en 1939, su cabeza ladeada, semisonreído consigo ante el chiste negro jugado al resistente Caballo de Hierro. Muerto al cabo de dos años, a los 37, los Yanquis lo habían llamado el hombre más afortunado del mundo. Bill siente aversión por los Yanquis. La palabra “aversión” no describe completamente la profundidad de su odio tribal. Fanático de los Medias Rojas hasta la médula, el liga contra los Yanquis con un vigor que lo ha sostenido a través de este verano de esfuerzos. Su esposa, Mary Murphy, dice que él a veces se levanta en la noche para revisar el resultado del juego de los Yanquis. Una derrota de los Yanquis le facilita el amanecer. Nos dirigimos hacia el norte por la Interstate 95, dos viejos amigos, ambos de 57 años. Con café caliente en los soportes de las tazas, Springsteen a bajo volumen en el radio por satélite, y sin una nube en el cielo del atardecer a principios de otoño, hablamos de todo y de nada, como los hemos hechos tantas veces antes. Solo que ahora hasta hablar de nada es trabajoso, esta enfermedad que lleva el nombre de un yanqui disminuye su voz, requiere de esfuerzo por cada palabra que él pronuncia. “Hablar es un reto”, dice él, y lo puedo oir. Por eso ahora nos enviamos más mensajes de texto que lo que hablamos por teléfono, nuestras conversaciones virtuales son un amasijo de reportes médicos y beisbol. 4 de mayo: “El doctor dice que tengo esclerósis amiotrófica lateral”. 20 de mayo: “¡Gran alegría! Los Skanks han perdido 8 de 11 y los Medias Rojas están teniendo buen pitcheo”. 2 de junio: “Me disgusta A-Fraud. El último idiota”. 18 de junio: Me disgustan los Yanquis, el equipo más odiado de los deportes profesionales”. 28 de junio: “Me pusieron un soporte en la pierna el jueves en Mass General. Eso ayuda a estabilizar mis pasos”. 27 de julio: “¡Ganamos la serie a Detroit!” 8 de septiembre: “Puedo ir contigo a un juego nocturno…Acabo de planificar una cita en Johns Hopkins…” Un reportero veterano en The Providence Journal, Bill ha sido una autoridad por mucho tiempo en la expansiva realidad de Rhode Island, con las fuentes de ambos lados de la ley y una experticia en pandillas, pistolas, crimen organizado y corrupción municipal. El año pasado, la New England Society of Newspaper Editors lo nombró “reportero maestro”. Pero la intensa curiosidad que dirigió su éxito profesional se ha desvanecido. Él tiene poco interés ahora en un estado una vez descrito como el tema principal de un reportero. De los pocos temas que le importan, el beisbol está en el tope. ¿Por qué? Pregunto mientras Bill maneja por debajo del límite de velocidad en el canal del medio de la interestatal, impasible ante el rostro enrojecido del camionero que lo pasa por la derecha, gritando epítetos. “Es donde crecí”, contesta él. Él se refiere, en parte, a que creció al sur de Connecticut, en una época cuando todos conocían a Walt Dropo, el reno de Moosup, quien una vez jugó para los venerados Medias Rojas, y al gran John Ellis, de New London, quien una vez jugó para los odiados Yanquis. Bill fue el recogebates en el equipo de Ellis en la American Legion; jugó baloncesto invernal con Bill Dawley, un futuro pitcher del juego de estrellas; ocasionalmente se topaba con Roger LaFrancois, cuya carrera de Grandes Ligas, un año como cátcher de reserva de los Medias Rojas, terminaría con .400 de promedio al bate (¡de 10-4!). La devoción de Bill por el beisbol se desarrolló en las calles, no en casa. Su madre estaba trabajando siempre en turno nocturno como enfermera de hospital. , y su padre siempre estaba reviviendo la segunda guerra mundial. Activo en la resistencia polaca, Miecyslaw Malinowski pasó más de cuatro años en prisiones nazi y campos de trabajos forzados, le volaron los dientes con un culatazo de rifle y en una ocasión le ordenaron cavar su propia tumba. Mientras batallaba con la tuberculosis cuando inmigró, fue enviado a un hospital en Norwich, donde luego consiguió trabajo como portero. No se permitían películas de guerra en la televisión, ni las risas de “Hogan’s Heroes”. El estruendo inesperado de una puerta lanzada repercutía como detonaciones de pistola en los oídos de su padre, se enfurecía, dejaba a su esposa y tres hijos para caminar en punta de pie alrededor de su modesta casa en Norwich. El inmigrante con cicatrices de guerra nunca hablaba del pasado y rara vez hablaba en el presente, pero dejó claro que consideraba frívolos la mayoría de los pasatiempos de los estadounidenses, incluyendo el beisbol. ¿Qué es eso de beisbol? Bill terminó destacando en otra disciplina frívola, baloncesto, y fue lo suficientemente bueno para jugar en Connecticut College. Pero los Medias Rojas seguían siendo su verdadera pasión: Tony Conigliaro y Rico Petrocelli y el gran George Scott; Fred Lynn y Dwight Evans y Jim Rice; y la constante, Yaz. Para el momento cuando conocí a Bill, en 1987, él casi se había recuperado de la Serie Mundial de 1986, en la cual los Medias Rojas perdieron con los Mets por razones que van mucho más allá que una pelota rodando entre los tobillos adoloridos de Bill Buckner. Ambos éramos reporteros en The Providence Journal, y nuestra amistad se desarrolló sobre intereses compartidos en tipos sabios, observaciones inteligentes y beisbol. A través de los años, compartimos muchas vacaciones familares, incluyendo unas pocas en los Adirondacks, donde Bill continuaba fortaleciendo su cuerpo de hombros voluminosos. Cada mañana hacía una carrera de 10 millas, y cada tarde nadaba una milla, a menudo yo lo acompañaba, remando con flojera, mientras él cortaba el agua del lago con precisión rítmica. El otoño pasado, las carreras se hicieron más duras, el fácil aliento un jadeo elaborado. Él cubría el juicio de asesinato de un antíguo jugador de los Patriots de New England, Aaron Hernandez, un asignación de rutina en la corte que al final del día lo había dejado agotado. “Llegué a un punto donde no podía correr, no podía nadar, no podía hacer ciclismo afuera”, dice él, con los ojos enfocados en el camino delante de él. Se convirtió en uno de alrededor de 6400 personas a quienes le será diagnosticada la esclerósis amiotrófica lateral, este año. Que la paz del Señor esté con Bill Malinowski hoy y todos los días. Que él continúe compitiendo bien, termine la carrera, y mantenga el… Él dice que no se puede poner a preguntarse los porqué y los como de todo esto. Dada la investigación sobre una posible conexión entre la esclerosis amiotrófica lateral y las concusiones, ¿Cómo no enfocarse en esa horrible colisión sobre el tabloncillo de baloncesto del Massachusetts Institute of Technology? Mientras jugaba para Connecticut College, Bill y un jugador de M.I.T chocaron de cabeza mientras perseguían un balón suelto y bam, quedaron desmayados por varios minutos. “Un golpe violento”, dice él, tan malo que su afectado oponente ni siquiera lanzó el tiro libre. Y Bill siguió en el juego. ¿Eso fue todo? ¿Una concusión hace casi 40 años? Todo lo que él sabe es que algunas personas en el Massachusetts General le dijeron que ellos ven esclerosis amiotrófica lateral entre antiguos jugadores de futbol. Mas que enjugadores de futbol americano. Seguimos paseando, Bill, yo y esto, como K.T Tunstall canta “Feel It All” en el radio. “Esto te hace preguntar”, dice él luego de un rato. “¿Cómo pasa esto?” Bill está perdiendo peso, siete kilos desde junio, porque ahora es más difícil tragar, y la esclerósis amiotrófica lateral tiende a afectar el gusto. Él también ha dejado de tomar el medicamento prescrito, Riluzole, porque la nausea constante no pareció valer los beneficios mínimos. Su sosten viene en su lugar de un proyecto de libro y película sobre el mundo subterráneo de Rhode Island en el que está trabajando, el cual ha atraído el interés de algunos nombres grandes. Y, por supuesto, todavía hay ejercicio: cada mañana en el Y.M.C.A. local, maneja una bicicleta estática y levanta pesas, luego anota el trabajo en si diario. Esta es su manera de resistir, milla a milla, libra por libra. “Tratando de de empujar a través de esto”, dice él. Llegamos al centro de Boston. Bill nota cuanto han caído los precios de la gasolina. Dice que el soporte de su piern la está molestando. Nota que la canción de la radio, “Shut Up an Dance”, es de Walk the Moon, una banda que tocó durante las festividades del juego de estrellas de este año. Beisbol. La tocineta de Fenway, el anuncio de Citgo, se levanta en la vista como una luna roja blanca y azul. Encontramos un estacionamiento al lado del estadio y pagamos unos exagerados 40$, considerando que mientras más cerca mejor. Aún así, Bill necesita balancearse contra los carros estacionados mientras camina. Grupos de personas, flacos y con sobrepeso, jóvenes y viejos pasan raudos a un lado de él hacia la línea final de Yawkey Way. Nuestros excelentes asientos están al lado del dugout de los Medias Rojas, cortesía de un amigo con una conexión indirecta con Pete Frates, un antiguo beisbolista de Boston College con esclerosis amiotrófica lateral quien empezó la caravana de caridad del año pasado, el reto del cubo de hielo. Johns Hopkins, donde Bill tiene una cita este mes, ha retribuido la caridad con la ayuda para escribir un estudio reciente que provee una comprensión más profunda de los conglomerados de proteína asociados con la esclerosis amiotrófica lateral. El juego de esta noche no significa nada. Ambos, los visitantes Rays de Tampa Bay, y los Medias Rojas están a más de doce juegos del primer lugar. Aún así, Bill sigue el juego, casi como va a ligar con todas sus ansias contra los Yanquis en los playoffs. Él desaparece por unos minutos, entonces regresa a las gradas de concreto, cuidadosamente, con un cono grande de helado de mantecado en sus manos. Muchas calorías y fácil de tragar. Será una noche larga. No regresaremos a casa de Bill hasta pasada la medianoche, y él estará extenuado. Entonces, a comienzos de la mañana, él se levantará antes que yo, manejará hacia el Y.M.C.A. y levantará más pesas para contrarrestar lo que parece inevitable. Por ahora, aunque, hay beisbol. Sin significado, beisbol de final de temporada, los innings se mezclan uno con el otro en un juego sin reloj. Los Medias Rojas están perdiendo, y la pizarra de la izquierda dice que los Yanquis están ganando. Así es toda la noche. Bill encuentra esperanza en los jóvenes peloteros de los Medias Rojas. Brock Holt, Mookie Betts, Blake Swihart. Y este muchacho, Jackie Bradley Jr., quién bateó un sencillo insignificante en el cierre del octavo inning. Al carajo con los Yanquis. El próximo año, dice él. El próximo año. Traducción: Alfonso L. Tusa C.

No hay comentarios:

Publicar un comentario