jueves, 27 de octubre de 2016

Despues de 108 años de esfuerzos infructuosos, los fanáticos de los Cachorros no dan nada por sentado.

Billy Witz. The New York Times. 23-10-2016. Chicago.- El sol salió una vez más sobre Lake Michigan temprano el domingo, pero aun en un día crujiente y claro de octubre, el viento de la ciudad de los vientos cesó, la bandera de la “W” sobre la Tribune Tower a un lado del río estaba sin firmeza, como si también necesitara una fuerza. “Te levantas hoy y te preguntas si esto es un sueño”, dijo Mark Peloquin, uno de los muy sufridos y nuevamente animados fanáticos de los Cachorros quienes podrían tener que hacer una descarga psicológica después que los Cachorros avanzaran por primera vez a la Serie Mundial desde 1945 con un triunfo 5-0 sobre los Dodgers de Los Angeles en sábado en la noche. “Pienso que eso viene de haber crecido, esperando y esperando y esperando”, dijo Peloquin. “Y entonces finalmente se consigue lo buscado. Cuando has estado esperando por esto toda la vida, y ahora está aquí, piensas en la gente del pasado quienes no llegaron a verlo, nuestros padres y abuelos”. Peloquin hablaba el domingo en la tarde, lo cual, para muchos fanáticos de los Cachorros, se siente como el comienzo de una nueva época. Algunos fanáticos empezaron su día más temprano que otros. Cuando Wrigley Field finalmente empezó a vaciarse, casi una hora después del juego, la multitud se esparció en los bares del vecindario. Mientras la policía permanecía a lomos de caballo a lo largo de Clark Street, el placer duró hasta las primeras horas de la mañana, con al menos un bar cercano quedándose sin cerveza. Mientras Joan Schmitz caminaba hacia el oeste con su esposo, John, a lo largo de Addison Avenue, casi dos millas hacia su hogar, las cornetas de lo carros sonaban, las personas agitaban sus banderas “W” y las familias salían afuera tocando ollas y cacerolas. “Las personas estaban regresando hacia Wrigley, y decían, ‘Van en la dirección equivocada’”, dijo Schmitz, 64, terapista de psicología infantil. “Por supuesto, ellos tienen 20 años de edad”. Como los fanáticos reaccionaron a la victoria de la noche del sábado, y sus implicaciones, fue, en muchos casos, una división generacional. Para aquellos cuyo interés en los Cachorros se extiende a los pasados 20 años, esa no ha sido una existencia tan sufrida. Los Cachorros han alcanzado los playoffs seis veces desde 1998. Aquellos de mayor edad recuerdan una sequía de 39 años entre la última Serie Mundial y el playoff de 1984. Pero ambos han conocido el dolor de un corazón roto, sea la derrota del séptimo juego de la Serie Mundial de 1945 ante Detroit, o el colapso de 1984 ante San Diego y el de 2003 ante Florida. Jim Etter, 82, es lo suficientemente viejo para recordar al último equipo de los Cachorros que llegó a la Serie Mundial. Recitó la alineación regular: Peanuts Lowrey, Swish Nicholson, Stan Hack, Andy Pafko y así sucesivamente. Etter estaba sentado la noche del sábado con su hijo y nieto antes del sexto juego contra los Dodgers. Capellán en un hospital de Crown Point, Ind., a Etter le gustó la oportunidad de los Cachorros. “Kershaw no camina sobre el agua”, observó él, en referencia al as de los Dodgers Clayton Kershaw, el pitcher perdedor del sábado en la noche. Tal optimismo, sin embargo, es tan efímero en Wrigley Field como el primer pitcheo. Por eso es que los fanáticos, aún con una ventaja 5-0, abuchearon en el octavo inning cuando el manager Joe Maddon trotó hacia el montículo para sacar al pitcher abridor, Kyle Hendricks, quien permitió dos imparables, uno con el primer pitcheo y el otro con el número 88 y final. Apenas si hubo un alma quien no reconociera que el movimiento de Maddon llegó precisamente en el mismo punto, faltando cinco outs del sexto juego de la serie de campeonato de la Liga Nacional de 2003, en el cual Luis Castillo de los Marlins levantó un elevado hacia la línea del jardín izquierdo que el fanático de los Cachorros, Steve Bartman trató de atrapar. “Cuando él sacó a Hendricks, todos decía, ‘Oh, Dios mío, ¿qué estás haciendo?’” dijo Peloquin. “No juegues con el destino”. Así que cuando Carlos Ruiz levantó un elevado por la línea del jardín izquierdo en el noveno inning, que cayó cerca de donde Bartman se había sentado, y entonces sacó un boleto con un out, eso no pasó desapercibido. “Ese es el fanático asustado de los Cachorros”, dijo Schmitz. “Los estábamos blanqueando, estábamos arriba por cinco carreras. Eso debería ser una conclusión tranquilizante. Se puede ver otros juegos de playoff, y se ve que todos están listos para celebrar, pero yo no pienso que alguien pensara en eso. Me gusta que nadie diera nada por sentado”. Como el dueño de los Cachorros, Tom Ricketts, cuya familia adquirió el equipo hace siete años, parado sobre el terreno en medio de una celebración con los peloteros, coaches, empleados y familiares, él dijo que uno de los momentos que permanecería con él fue las lágrimas de alegría de su hija de diez años de edad cuando todo había terminado. Ricketts, cuyo padre fundó la casa de compra-venta de bienes TD Ameritrade, se enamoró de los Cachorros cuando se mudó a Chicago a finales de los años ’80 y se internó en las gradas. Como hace usualmente, Ricketts caminó a través de las gradas hablando con los fanáticos el sábado en la noche, y quizás se emocionó con el momento, prometió hacerse el tatuaje de una “W” si los Cachorros ganaban la Serie Mundial. “Hubo una época cuando este estadio era el parque de pelota más hermoso del beisbol; hubo una época cuando íbamos a la Serie Mundial cada dos años; hubo una época cuando los Cachorros era uno de los equipos dominantes, no en lo que se convirtieron muchas décadas después”, dijo Ricketts, refiriéndose al tiempo cuando los Cachorros llegaron a la Serie Mundial 10 veces en 40 años, y ganaron dos veces. “Pienso que queremos regresar a esa consistencia y restaurar la gloria”. Para algunos fanáticos, eso puede ser un poco desconcertante. Raymond Fuller, 38, y sus tres hermanos, hicieron la cola para comprarle a su madre, Kristine, una enfermera retirada, boletos para el sábado en la noche. Dos boletos cuestan 1.000 $. Cuando el juego terminó, ellos vieron la celebración en el terreno, sin decirse mucho entre ellos. Fuller notó lágrimas rodando en las mejillas de su madre. “Estoy asustado”, dijo él. “Toda mi vida, los Cachorros nunca han sido capaces de hacer esto. Si los cachorros terminan ganando la Serie Mundial, significa que ser fanático de los Cachorros va a cambiar, y, confieso, no estoy seguro de que eso sea algo valioso. El apodo ‘adorado perdedor’, lo odio, pero significa algo. Es esperanza y disgusto compartidos. Significa aceptar la derrota y tratar de dar lo mejor por no llegar de primero”. Él hizo una pausa. “Estoy un poco nervioso”, dijo Fuller. “Hay una parte de mí que no quiere que eso desaparezca”. Traducción: Alfonso L. Tusa C.

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