martes, 25 de octubre de 2016

En el clubhouse de los Cachorros no hay preocupaciones acerca de una maldición o una cabra.

Michael Powell. The New York Times. 12-10-2016. San Francisco—Está bien, sus Cachorros estuvieron abajo por tres carreras en la apertura del noveno inning. Sus oponentes, los Gigantes de San Francisco, eran unos rivales probados en la batalla y recientes campeones de la Serie Mundial. Si perdían, el equipo regresaría a Chicago en una condición principalmente enferma. ¿Que, los reporteros le preguntaron al manager de los Cachorros, Joe Maddon, luego del juego del martes (11 de octubre) por la noche, le dijo usted a sus jóvenes peloteros antes de salir a batear en ese inning de vida o muerte? Maddon, 62, se paró en el clubhouse usando un traje mojado de buzo y una gorra de beisbol en sentido opuesto. Impregnado en champaña, lucía extraño mientras ofreció una sonrisa críptica. “Solo les dije cosas típicas”, dijo él de su conversación de dugout. Entonces agregó, “Es no es citable, ni repetible”. Luego preguntó, “¿Es esta la versión de HBO? Con eso, él quiso decir que les había ofrecido una conversación gloriosa, cargada de expresiones motivadoras. Y su equipo respondió al despachar roletazos intensos y linietazos a granel para alcanzar una victoria 6-5 y asegurar un puesto en la serie de campeonato de la Liga Nacional. Los Cachorros ganaron 103 juegos en la temporada regular, la marca máxima en las ligas mayores. Pero en los días recientes, ellos de nuevo habían parecido en peligro de perder cuando se esperaba que ganaran. Si hubiesen caído el martes por la noche, hubieran tenido que regresar a Wrigley Field para jugar un encuentro decisivo frente a unos fanáticos locales arrasados de preocupación, duda y paranoia. Los Cachorros ganaron la Serie Mundial por última vez en 1908, cuando Theodore Roosevelt era presidente. Muchos de sus fanáticos están convencidos de que esa larga sequía de campeonatos se debe al hecho de que el equipo está hechizado. El hechizo involucra entre otras necrologías, a una cabra muerta. Es algo espectacularmente inaudito, excepto que en algunas temporadas se siente como una explicación casi lógica por tan extendido período de intentos fallidos. Antes del juego del martes, los reporteros le preguntaron por la maldición a Jon Lester, el veterano as del cuerpo de lanzadores de los Cachorros. Él sabe de episodios de maldición, al haber jugado para los Medias Rojas de Boston, quienes no habían ganado un título de Serie Mundial en 86 años y entonces ganaron tres en una década. Él estrujó su cara y sonrió en dirección hacia el clubhouse de los Cachorros. “A nadie allí adentro le importa una maldición o una cabra o lo que sea, ¿Entienden lo que digo?”, dijo él. “Siempre es mejor jugar con serenidad, salir y preocuparnos por nosotros y no por cualquier otra cosa, o, como dije, por cualquier animal”. Él sonó sano y racional. Cuando los Cachorros se pusieron a perder por tres carreras en el quinto inning, sin embargo, se podía ver demonios alados merodeando en el tope de la publicidad de Coors Light que está sobre la pizarra, conversando amenazantes. Y los misterios siguieron aflorando. Consideren a Connor Gillaspie, un pelotero de 29 años de hablar pausado que es el tercera base actual de los Gigantes, quien nunca ha terminado de asimilar su actuación mágica esta postemporada. Bateó de 4-4 el martes y empujó una de las carreras que los Gigantes anotaron en el quinto inning. Gillaspie es un bateador vitalicio de .256 quine bateó .400 esta postemporada. Sin duda él dijo en el clubhouse que bajo ningún respecto lo despertaran de ese sueño. De hecho, mucho salió bien para los Gigantes. Denard Span, el jardinero central de piernas rápidas, continuó conectando rectas a la altura de sus zapatos para dirigirlas hacia los jardines. Matt Moore, un pitcher zurdo de 27 años de edad quien regresó de una cirugía Tommy John hace un año, lanzó un juego magistral, al permitir dos imparables y ponchar 10 Cachorros en ocho episodios. Los Gigantes se sienten cómodos con las grandes sombras y el frío otoñal, este es su tiempo del año. Si Maddon es medio manager y medio adivino, un hombre que advierte de los peligros de “la confirmación del sesgo” cuando toma decisiones en el juego, el manager de los Gigantes, Bruce Bochy es el jefe mundial de mantenerse en bajo perfil, demasiado cordial para decirle a los reporteros que sus preguntas para probar su psicología son un gancho al hígado. “No caes hasta el último out”, dijo él de su equipo, el cual había perdido los dos primeros juegos de esta serie antes de mostrar su resiliencia de postemporada. “Sigues peleando, no tienes alternativa. Ese es tu trabajo”. Para el octavo inning, con los Gigantes arriba 5-2, AT&T Park estaba alegre, los fanáticos de San Francisco son apasionados, hasta exigentes, pero traicionan un poco la angustia suicida y los golpes de pecho de sus semejantes de la costa este. Una luna de tres cuartos brillaba en el cielo, los canoeros remaban en McCovey Cove detrás del jardín derecho, y los Troggs sonaban en los parlantes. Los fanáticos cantaban, saltaban y se tomaban fotos. ¿Qué tan mala era la vida? Pero la naturaleza sola no puede quitarle esta serie a los Cachorros. Ellos son un equipo en ascenso. Los Mets se reconstruyeron alrededor de pitchers jóvenes, y ahora muchos tienen las alas quebradas. Los Cachorros se reconstruyeron alrededor de jonroneros de swings libres y gimnastas del infield de calidad olímpica como el segunda base Javier Baez. Sus muchachos están sanos, y su entusiasmo es contagioso. Cuando el joven de 24 años Wilson Contreras, conectó un imparable clave al salir como emergente en la apertura del noveno inning, él corrió hacia primera base y más o menos perdió la cabeza, al golpearse el pecho, señalar hacia el cielo y hacia la multitud, hacia sus compañeros, hacia su novia. Es trabajo de Maddon tutorear y ajustar a su grupo como un Dr. Freud de buen humor. Hace un par de días, él mencionó que mientras lamentaba que sus hombres jóvenes se concentraran en batear pelotas hacia las gradas, no había ningún crimen en recortar el bate y dirigir la pelota para conseguir un sencillo. “Lo más importante que hay que hacerle entender a estos tipos es que recortar el bate no significa que eres menos viril”, dijo él. Despues del juego, mientras los compañeros de equipo rociaban la champaña como agua de los hidrantes de la calle, Ben Zobrist, con 35 años el miembro regular más viejo de la alineación de los Cachorros, reforzó el mensaje de Maddon. Dijo que el rally del noveno inning fue tal vez una epifanía. Los buenos equipos, dijo él, aprenden a “pasar el testigo” y no a apuntar al cielo con cada swing. “Vivimos del jonrón en la temporada regular, pero no puedes hacer eso en la postemporada”, dijo él. “El rally de hoy ni siquiera fue consciente, ese es el nivel de supervivencia por el que pasas como bateador”. Hay otro factor- El bullpen de los Gigantes se parecía a un cónclave de incendiarios. Bochy exploró toda la temporada, un director de cine haciendo pruebas para el papel de cerrador. Nunca encontró a su estrella. La apertura del novena se convirtió en un laboratorio disguncional, con boletos, imparables y errores. Llegó un momento cuando Bochy se sacó al chicle de la boca y lo lanzó furioso a un lado. Entonces caminaba hacia el montículo para hacer otro cambio de lanzadores. “Es un sentimiento raro”, reconoció Bochy después.. “Eso termina de manera abrupta”. El año pasado, Maddon se sentó en su dugout y miró como los Mets celebraban una barrida de cuatro juegos en postemporada ante su club- Él atravesó los túneles medievales de Wrigley después y se encontró con Terry Collins, su amigo y manager de los Mets, y le dio un abrazo. Pero esa derrota fue como una picada de alacrán. “Me mantuve diciéndole a mis muchachos, ‘Algo malo va a ocurrir durante este juego, también, y tenemos que quedarnos en el momento’”, dijo Maddon.”Cuando estás dejando afuera a alguien, ves esa mirada en sus ojos. No quiero ser esos tipos”. Los Cachorros sobrevivieron para jugar otra serie de playoff. Si pueden vencer la vieja maldición y mantener a esos demonios alados a raya no será contestado definitivamente hasta unas cuantas noches frías por venir. Traducción: Alfonso L. Tusa C.

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