jueves, 30 de junio de 2016
Oh hoja de anotación, mi hoja de anotación.
Scott Ferkovich. The Hard Ball Times. 23-06-2016.
Llenar una hoja de anotación puede parecer anacrónico estos días. (via Scott Ferkovich)
El domingo 5 de junio, fui al juego Tigres-Medias Blancas en Comerica Park. He hice algo que no había hecho en mucho, mucho tiempo.
Anoté el juego.
Todo ocurrió más o menos como una broma. De pronto al entrar por los portones, mi amigo y yo pasamos frente al puesto del vendedor de hojas de anotación, parecía cansado y desolado. Vender hojas de anotación estos días no es un negocio muy próspero.
Le di un codazo a mi amigo. “Hey”, le dije, “¿Has anotado alguna vez un juego de beisbol?”
Él me lanzó una mirada como si le hubiera preguntado si había ordeñado una vaca alguna vez. “No exactamente”, replicó él.
“Bien”, le dije, “hoy te enseñaré como se hace”.
¿Cuál asomo de nostalgia me incitó a sacar el dólar para la hoja de anotación y el lápiz? ¿Y que me hizo pensar que podía jugar al instructor de anotación por excelencia de mi amigo? No había llenado una hoja de anotación desde antes que la NBC sacara al aire The Fresh Princeof Bel-Air. Más que ofrecer algunos consejos, aquello sería un ciego guiando a otro ciego.
Seguro, lo había hecho suficientes veces en el pasado. Pero anotar un juego de beisbol nunca fue algo en lo que yo fuese bueno. Es una destreza que recompensa al pacienzudo y condena al flojo. Y yo a menudo tiendo a ser flojo en el estadio. Mi idea de una tarde de relajamiento no es marcar “4-6-3” o “F7” en una hoja de anotación.
Además, no todas las jugadas del beisbol son tan fáciles de plasmar en papel, aún para los anotadores más experimentados. Envueltas en sombras está el tipo de las más convulsas que involucran muchos peloteros, tantos ataques, empujes, y evasiones con tantos absurdos y celebraciones presentes, que tratar de codificar en una pequeña caja con un lápiz grueso, todo a la vez antes que llegue el próximo bateador, se convierte en un acto de la cuerda floja propio del Flying Wallendas. Sé de esto, porque he estado allí. El espacio se termina, y el intrépìdo anotador es forzado a recurrir a esos eternos símbolos, el asterisco y la nota a pie de página. La página parece un desorden incomprensible, donde todo parece perdido. Para entonces, soy como Sancho Panza interrumpido al contar su historia. No hay manera de seguir, y mi aventura e anotar llega a su fin.
Recordé pedirle al vendedor de hojas de anotación un lápiz adicional o dos, porque siempre uno de ellos se rompe, o rueda debajo de la silla para no ser vuelta a encontrar de nuevo. Tan lejos como se pierden los lápices, nunca son suficientes. Son como los implementos que te dan en el mini golf. Y nunca son tan afilados para anotar bien. Por supuesto, antes podías afilarlos siempre con tu navaja, pero no puedes llevar una navaja al estadio en estos días.
Puedes llevar a un infante gritón, pero no puedes llevar una navaja para afilar tu lápiz.
La pregunta es, por supuesto, ¿por qué se debe llenar una hoja de anotación en esta actualidad? ¿No es una actividad anticuada reservada a los quisquillosos? La tecnología actual la hace lucir pasada de moda ¿cierto? ¿Para que aprender algo arcaico solo para llevar los detalles de algo que está ahí en la pantalla de video que todos ven?
Todos conocemos los tipos de anotadores en el estadio. Son más raros que una palmera en Alaska, pero a veces puedes ver uno. Están los tipos viejos, con sus piernas de pollo y su colección de chapas en sus gorras. Ellos pueden recordar un relampagueante dobleplay comenzado por Ray Oyler en 1968.
Luego esta el anotador elitista. Es el que trae su propia libreta de anotación cada juego, junto con un lápiz mecánico más afilado que una navaja de bolsillo. Le doy crédito porque hace falta muchas agallas para llevar tu propia libreta de anotación a un juego. Así como el lápiz mecánico, es como llevar tu taco propio de billar a la sala de juegos. Más te vale saber lo que haces, o te avergonzarás. Nada de sorprenderse con el inevitable “DP 1-6-4-7-5-1-5-7”.
Pero él es un alma valiente, el anotador elitista. Él recibe muchas burlas inmerecidas, especialmente de los manganzones que pululan la supercara zona de las cervezas. “¡Hey, ese tipo trajo su propio libro de anotación! ¡Ja, ja, ja! ¡Que idiota! ¡Si, yo traeré el libro de recetas de hacer caramelos de menta!”
Los charlatanes pueden burlarse, pero llevar una hoja de anotación ha estado integrado a la experiencia de un estadio de beisbol desde mediados del siglo 19. No estamos seguros si Abraham Lincoln asistió alguna vez a un juego de beisbol, pero si lo hubiera hecho, habría llenado una hoja de anotación.
Fue Henry Chadwick, el tempranero historiador y estadístico del juego, quien presionó duro para que se instituyera un sistema de anotación universal a través de esta gran nación nuestra. Su visión utópica nunca se materializó por completo, aunque se estableció una marco de trabajo básico con símbolos que permitieron que cualquier hoja de anotación, a excepción de las más intrincadas, fuese entendida universalmente de un aficionado a otro. Pero dentro de ese marco, hay suficiente libertad para permitir variaciones estilísticas.
Anotar un juego puede ser tan fácil o complicado como quieras que sea. Fui a mi primer juego de beisbol en 1977, cuando tenía nueve años de edad. Mi papá me llevóa Tiger Stadium. Compramos un programa, y anoté el juego. Pero el mio fue un registro muy rudimentario: Una aparente “O” para cualquier tipo de out; “1B” para un sencillo, “2B” para un doble, un extragrande HR para un jonrón. Si un bateador se embasaba por error, eso era una simple “E”, la especificación era obviada.No me molestaba con quien anotaba, o cuando, o como. Pero lo que me faltaba en sofistificación, lo recuperaba en persistencia: Anoté el juego completo, una victoria de los Tigres por etapas.
Eso fue hace décadas, pero las hojas de anotación no han cambiado desde entonces. La que compré en Comerica Park tenía una apariencia muy minimalista. La portada tenía una fotografía de los Tigres de esta temporada alrededor de la vieja “D” inglesa con “2016 scorecard” en rojo al fondo. Estaba doblada, tamaño carta. Al abrirla, el lado izquierdo revelaba las filas de recuadros para ambos equipos. Como regla general, esos recuadros están diseñados para ser llenados con jeroglíficos indescifrables, garabatos frenéticos, asteriscos vagos, borrones erróneos, alineaciones alteradas, manchas de mostaza, y (si estuviéramos en un estadio de la Liga Nacional) contorsiones de sustituciones dobles. Pero por el momento la página estaba limpia, blanca, cargada de esperanza y expectativa.
En el lado derecho de la hoja, estaban los rosters de cada equipo. También mostraba una lección muy básica de cómo anotar. Aunque no eran inútiles, esas instrucciones eran muy breves. Eran el equivalente en beisbol de una lección de buceo de un dólar. Ellos agruparon los símbolos de de los peloteros y las jugadas, y desarrollaron una muestra de inning para el completo neófito. La muestra de jugada más difícil fue “FC 6-4”, con la explicación, “out del campocorto al segunda base en fielder’s choice”.
Las instrucciones evitaban deliberadamente las situaciones que inducían más al pánico, tales como “out en línea al left field, bola pomponeada y caída, los corredores avanzan una base, la bola sobró al catcher, bola recuperada, corre y corre, 2-1-5-1-2-4-8-42-9-1-7, corredor puesto out doble asterisco jugada revisada y modificada manager anfitrión expulsado BW (tumulto) 5P2TL (cinco golpes, dos dientes volados) GPUP (Juego bajo protesta”. A excepción de los anotadores más experimentados todos se llevarían las manos a la cabeza y lanzarían la hoja de anotación al piso.
También encartadas en mi hoja de anotación de los Tigres, había secciones llamadas Promociones Venideras (aunque una de ellas había ocurrido ayer, y otra antier), y Este Dia en la Historia de los Tigres. “El 5 de junio de 1961, los Tigres de Detroit adquirieron al pitcher zurdo Hal Woodeshick desde los Senadores de Washington por el infielder Chuck Cottier”. Eso pagaba el dólar invertido. También había un anuncio con el encabezado. “¡Compra tus boletos!” Tenía números donde llamar, para los inclinados al teléfono, pero también sugería una visita a la taquilla de los Tigres. Que revelación.
Antes de irnos a nuestros asientos, mi amigo y yo compramos unos perros calientes y cervezas. Yo no estaba acostumbrado a llevar una cerveza, un perro caliente, y una hoja de anotación (sin mencionar dos lápices). No quería simplemente doblar la hoja de anotación y meterla en mi bolsillo trasero, así que mantuve la cerveza en mi mano derecha, el perro caliente en la izquierda, con los lápices y la hoja de anotación apretados entre algunos dedos. Esto causó algunos malabares a través de la multitud. Yo sabía que el locutor interno usualmente recitaba las alineaciones muy rápido, así que me copié de antemano: En la comodidad de mi asiento, las robé de mi teléfono celular y las escribí a mi antojo.
La primera jugada del encuentro fue muy fácil. Al enfrentar a Justin Verlander, Adam Eaton bateó un elevado al tercera base, Nick Castellanos. La multitud rugió en aprobación.
“Bien, ¿Cómo anotas eso?”, interrogué a mi amigo.
“Fácil. Flai al 9. F9”.
“Equivocado”, corregía. “F5. El tercera base es el cinco. El nueve es el jardinero derechol.
“Ah, si, sabía eso”.
El próximo, era un tipo Nuevo de nombre Jason Coats, en solo su segundo juego de ligas mayores, se ponchó tirándole. Escribí una gran “K” en el recuadro al lado de su nombre. Coats nunca olvidará su debut el día anterior. Resultó golpeado en la cabeza al chocar con Eaton mientras seguían un elevado y se cortó el labio inferior. Pudo haber sido peor, pero afortunadamente pudo salir del terreno asistido. ¿Cómo podría haber anotado esa jugada? ¿F7Bop8?”
Afortunadamente, el primer inning fue una mantequilla para anotarlo. José Abreu jonroneó (dibujé un rombo en el cuadrado, y lo llené), y Todd Frazier vio pasar el tercer strike.
Fue un juego dinámico. Aunque había estado fuera de práctica por años, los códigos secretos y los símbolos regresaron a mi, de la manera como nunca olvidas como manejar bicicleta. Luego de un inning o dos, me sentí como un profesional viejo. Miré hacia las tribunas furtivamente, solo para ver si alguien más estaba anotando. Conté uno, un tipo con un lápiz mecánico a unas filas de distancia. Los aficionados no quieren molestarse con la minuciosidad de anotar un juego. Hay muchas otras distracciones en curso. Y supongo que es como 30000 personas no pueden notar colectivamente cuando un bateador corre hacia primera base cuando es apenas la tercera bola en la cuenta. Eso ocurrió en un juego el año pasado. Joey Votto era el bateador, y nadie lo señaló.
Esta tarde, sin embargo, yo estaba a cargo del juego, armado de lápiz y hoja de anotación. De hecho, me convertí en parte del juego. Mientras los peloteros tenían que destacar en sus tareas en el terreno, mi trabajo era transcribir efectivamente esas tareas sobre un pedazo de papel para una posteridad futura desconocida. No se permitía errores, ni de su parte ni de la mía (principalmente porque yo no tenía borrador).
Me esmeré en el largo trayecto.
Anotar un juego es un arte fugaz. Es necesario para los tipos de la radio y la televisión, así como para los periodistas quienes necesitan referirse a sus hojas de anotación para idear una reseña. Pero para el aficionado casual, ¿Cuál es el punto? Ya no se necesita revisar nuestras hojas de anotación para ver quien es el próximo bateador, o que hizo el bateador en sus tres primeros turnos al bate, o quien ha empujado las carreras. Todo lo que se necesita es ojear la pantalla de video.
Tal vez una de las razones para eludir anotar un juego es que hay que tomarse un tiempo para aprender a hacerlo. Seguro, puedes hacerlo con conocimiento rudimentario, pero mientras más lo practicas, lo harás mejor, y se hace más fascinante. Ahí está, escribí la palabra “fascinante” en un artículo acerca de anotar juegos de beisbol.
Para los aficionados quienes solo van a unos pocos juegos al año, llenar una hoja de anotación no va a aparecer en su lista de cosas por hacer en el estadio. Los estadios modernos te motivan a levantarte y vagar por los amplios corredores, revisar las ofertas de comida, probar la rapidez de tu brazo en la cabina de pitcheo, gastar centenares de dólares en una camiseta auténtica en la tienda del equipo. No puedes hacer todas esas cosas y anotar el juego.
Pero para muchos observadores del juego, anotar pertenece a ir al estadio, junto al maní y las galletas saladas. Nunca he sido una de esas personas. Pero quien sabe, tal vez me mantendré y lo haré otra vez la próxima vez que vaya a un juego. Puedo aprender a apreciarlo más.
Detroit anotó cuatro carreras con cuatro imparables en el quinto inning, el batazo grande fue un doble de dos carreras de Justin Upton, el de la música Young Jeezy. Verlander lanzó siete episodios, solo permitió cinco imparables, dos carreras limpias, un boleto, y ocho ponches.
En el noveno inning, Francisco Rodríguez obligó a Avidail García a batear un manso rodado al campocorto José Iglesias, quien tomó la pelota e hizo un rápido envío a Miguel Cabrera en primera base para terminar el juego.
“6-1”, dijo mi amigo.
“6-3”, lo corregí. “El pitcher es el número 1, recuerdas?”
“Ah, si, es verdad”.
Tigres de Detroit 5, Medias Blancas de Chicago 2.
Los hombres de Brad Ausmus habían hecho un juego casi inmaculado, quizás el mejor de ellos en la temporada.
Mi hoja de anotación también estaba libre de errores. Sin rayas atravesadas, ni garabatos, ni errores.
Firmé mi nombre al final de la hoja de anotación, y nos levantamos para ir al salón de las cervezas.
Más tarde revisaría los momentos clave del juego en mi smart phone.
Acerca de Scott Ferkovich
Scott Ferkovich es miembro de la Society for American Baseball Research. Sus artículos de historia del beisbol han aparecido en páginas web tales como Seamheads.com, TheNationalPastimeMuseum.com, y DetroitAthleticCo., y ha revisado libros para Spitball Magazine. Scott fue editor del libro del equipo de SABR, Detroit the Unconquerable: The 1935 World Champion Tigers. Trabaja con mucho ahínco en su próximo libro, Green Seats and Yellow Mustard: Fifty Great Games at the Corner of Michigan and Trumbull. Él vive cerca de Detroit.
Traducción: Alfonso L. Tusa C.
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