lunes, 8 de julio de 2019
A Ochenta Años de distancia, las Palabras de Lou Gehrig Reverberan.
Hay pocos registros del discurso conocido como el Gettysburgh Address del beisbol, pero está esa película.
_______________________________________________________________________________
Richard Sandomir. The New York Times. 3 de Julio de 2019.
_____________________________________________________________________________________
Lou Gehrig finalmente había llegado al clubhouse de los Yanquis esa tarde, sudado y extenuado, había pronunciado su discurso con una elocuencia tan simple que un día sería llamado el Gettysburg Address del beisbol.
Lou había llorado mientras hablaba, como lo hicieron muchos de los casi 62.000 asistentes a Yankee Stadium aquel 4 de julio de hace 80 años.
De vuelta en la comodidad del clubhouse rodeado de compañeros y reporteros, preguntó, “¿Estuvo necio mi discurso?” Esa fue la pregunta de un hombre humilde que tuvo una respuesta simple: no lo fue.
La mayor parte de ese discurso ya no existe en forma de grabación intacta; la pobre preservación de la película solo dejó cuatro líneas supervivientes.
La apertura, “En las pasadas dos semanas han estado leyendo acerca de un de un mal momento”, lleva a la declaración de “el hombre más afortunado”, la cual fue movida para el final de “The Pride of the Yankees”, la película de 1942 acerca de Gehrig, protagonizada por Gary Cooper, para darle un impacto dramático. En otro extracto del discursos, se refiere a sus compañeros de equipo de 1939 como “hombres bien parecidos” quienes están “uniformados en el estadio hoy”. Y su última frase también sobrevivió: “Y pude haber tenido un mal momento pero tuve mucho por vivir”.
Si pensamos que conocemos el discurso completo, es debido a la versión que Cooper pronunció en “Pride”, la cual fue obtenida de lo que la esposa de Gehrig, Eleanor, recordaba del 4 de julio de 1939, y de las grabaciones que no se habían dañado todavía o habían sido descartadas. Cooper se había convertido en Gehrig, no porque se pareciese a él o pudiera jugar pelota como él, sino porque sabía muy bien como interpretar a los hombres de dignidad.
Aunque no hubo anuncio público de que él hablaría, Gehrig planeó algunas ideas con Eleanor. Sin embargo cuando salió al campo no llevaba un papel. Si se le olvido en la casa o en el casillero sigue siendo un misterio. Si hubo un discurso escrito, es sorprendente que Eleanor no lo haya guardado en uno de los albumes que había llenado meticulosamente para registrar la carrera de él y sus preciosos años juntos.
Durante la ceremonia, Lou se paró con los brazos al frente, ajustándose la gorra. Su cabeza estaba gacha a menudo. Para el momento cuando le pidieron dirigirse a la multitud, hizo un gesto hacia el maestro de ceremonia, el periodista deportivo Sid Mercer, de que no diría una palabra. La emoción lo había afectado. “No le pediré que hable”, le dijo Mercer a la multitud. “No creo que debería hacerlo”.
Pero Gehrig accedió mientras los aficionados coreaban, “¡Queremos a Lou!”
De hecho, no hubo nada necio de parte del hombre de 36 años de edad de logros destacados, forzado a retirarse del beisbol por la entonces poco conocida enfermedad llamada esclerosis lateral amiotrófica, al decirle al mundo:
“Hoy, me considero el hombre más afortunado en la faz de La Tierra”.
La actuación de Gehrig ese día como orador fue tan destacada como cualquiera que haya tenido como pelotero, que ya es decir bastante: tuvo un promedio de bateo de .340, 493 jonrones, 1.995 carreras empujadas y un OPS vitalicio de 1.080, tercero en la historia de las grandes ligas detrás de Babe Ruth y Ted Williams. Participó en 2.130 juegos seguidos hasta el 30 de abril de 1939, cuando reconoció que su una vez poderoso cuerpo lo había traicionado con crueldad.
Se mantuvo, lo suficientemente vacilante para que el manager Joe McCarthy temiese que se pudiera caer, en el calor veraniego entre los juegos de una doble cartelera donde los Yanquis rivalizaban con los Senadores de Washington.
Gehrig lucía solitario, hasta desolado, una figura íngrima en el cuadro interior, rodeado por compañeros de equipo retirados de los Yanquis de 1927 e integrantes del equipo en ese momento quienes se las habían arreglado brillantemente sin él, con Babe Dahlgren ahora como primera base. Tuvieron marca de 51-17, en ruta a un registro de 106-45 y una barrida a los Rojos de Cincinnati en la Serie Mundial.
Ahora ese era el equipo de Joe DiMaggio.
Sin embargo, por casi una hora, el foco regresó a la estrella del Lou Gehrig Appreciation Day. Le ofrecieron obsequios. Hubo discursos de McCarthy, el alcalde de Nueva York, Fiorello LaGuardia; y el General James Farley.
Todo ese tiempo, Gehrig esperaba, como invitado de honor en un funeral en vida.
Luego de unas palabras de aliento susurradas por McCarthy, quien adoraba a Gehrig, Lou se presentó ante los micrófonos.
Cuando ese momento fue descrito por los guionistas Herman Mankiewicz y Jo Swerling casi tres años después en su guión para “The Pride of the Yankees”, ellos escribieron: “El rugido de la multitud es como la nota sostenida de un poderoso órgano. Lou esperaque eso pase pronto, pero eso no ocurre. Para él, esto es tanto una crucifixión como un triunfo, porque sabe que tendrá que morir dos veces y quizás lo peor para él es esa pequeña muerte conocida como adiós”.
Si las palabras de Mankiewicz y Swerling tocaron una cuerda hiperbólica, las de Gehrig no. Ellas estuvieron llenas de gratitud por las personas de su vida: Eleanor, sus padres, su suegra, sus managers con los Yanquis, su compañero de habitación Bill Dickey, los Gigantes de Nueva York y los cuidadores del terreno del estadio.
Ambas versiones del discurso, la real y la imaginaria, implican una pregunta: ¿Qué motivaría a un hombre quien ha recibido el diagnóstico de una terrible enfermedad para solo hablar de la buena fortuna y las personas a quien les debía agradecimiento?
Gehrig ofreció alguna perspectiva más adelante ese año después que había comenzado a trabajar como miembro de la New York City’s Parole Commission. Conn su condición deteriorándose rápidamente, Gehrig firmó su nombre en un artículo sindicado (escrito con apoyo) donde explicaba lo que él sentía era una vida de agradecimiento: por sus padres, por integrar el equipo de futbol americano de su escuela secundaria, por asisitir a la universidad, por firmar con los Yanquis, por Eleanor.
En palabras que recordaron el discurso, escribió: “Este verano tuve una mala noticia. Los médicos dijeron que no podía seguir jugando beisbol. Todo bien. Todavía soy el hombre más afortunado de La Tierra al hacer un balance. Todavía tuve una larga temporada de vida para jugar, y mi equipo, Estados Unidos, es absolutamente el mejor de la liga. Eso es lo que cuenta”.
Esa temporada de vida fue muy corta, Gehrig falleció el 2 de junio de 1941.
___________________________________________________________________________________________________________________________
Richard Sandomir es el autor de “The Pride of the Yankees: Lou Gehrig, Gary Cooper y la Elaboración de un Clásico”.
Richard Sandomir es un escritor de obituarios. Previamente escribió de deportes y negocios deportivos en los medios.
__________________________________________________________________
Traducción: Alfonso L. Tusa C. 06 de julio de 2019.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario