miércoles, 16 de octubre de 2019
Puedo tener cáncer, pero el cáncer no me tiene a mí.
Carlos Carrasco. Cleveland Indians. Cleveland Clinic. The Players’ Tribune. 27 de septiembre de 2019.
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Diez segundos.
Eso es lo que transcurrió. Casi exacto.
Ese es el tiempo que estuve sentado en el hospital pensando que me iba a morir. Pensando en no estar más en este planeta. En…el fin de mi vida. Y no estar más ahí para mis hijos, para oírlos reir, o verlos sonreir, o vigilar su crecimiento. En dejar a mi esposa, a todos solos. Diez segundos. Unos momentos antes, mi esposa, Karelis, había interrumpido al doctor en la Cleveland Clinic, quien me había llamado a finales de junio para discutir los resultados de algunos exámenes sanguíneos recientes. Había empezado por discutir mi conteo de plaquetas, y entonces nos dijo que había descubierto lo que me había estado haciendo sentir extenuado y super cansado por semanas. Era la leucemia.
El doctor estuvo muy bien explicando todo, y dando la información detallada, pero mientras hablaba, mi esposa…ella pudo notar que yo no entendía.
Nunca antes había oído nada de la leucemia, y ella podía entender que eso no me decía nada. Que solo estaba sentado ahí ladeando la cabeza mientras el doctor hablaba.
“¡Espere!” dijo ella. “Deténgase por un segundo, por favor”.
Ella se volteó hacia mi, y me tomó del brazo. Entonces, mirandome fijo a los ojos, me dice…
“¡Carlos. Carlos!”
Solo la miraba mientras decía mi nombre.
“Tienes cáncer”.
“Eso es lo que te está diciendo. Es lo que te está explicando…”
“¡Tienes cáncer!”
Y justo ahí, cuando Karelis terminó esa última palabra, cáncer…fue cuando empezaron los 10 segundos.
Fueron como dos segundos pensando, Esto es todo para mí, voy morir. Luego tres segundos de profunda tristeza. Y después como cinco segundos pensando en mi familia, en no estar más juntos.
Esos fueron los peores 10 segundos que se pueda imaginar. Parecían durar una eternidad, como si en verdad fuesen días, días y días, donde lo único que podía pensar era en morir. Todo era muy oscuro y triste. No le desearía esos 10 segundos a nadie.
Pero entonces, en un pestañear, todo cambió por completo.
Para bien.
Mi esposa, deben entender esto…es la persona más positiva del planeta.
Así, que no había nada de tristeza para ella. Nada que lamentar.
Después que me dijo esas palabras, y me dejó procesarlas, lo próximo que salió de su boca fue…
“¡Vas a estar bien. Vas a vencer eso!”
Siguió diciendo eso una y otra vez mientras el doctor seguía hablando.
“Estás bien”.
“Eres bueno”.
“Eres duro. Puedes hacer esto. Puedes vencer esto”.
Oirla decir eso me motivó tanto que no me preocupé ni me asusté más por lo que pudiera pasarme. Y, a la vez, el doctor siguió diciendo que esto era algo que podíamos tratar y controlar con medicamentos. Me sentí cansado y quebrantado por un momento, pero confiaba en que yo podía volver a sentirme bien otra vez.
Así que a partir de ese momento, Karelis y yo decidimos que íbamos a ser positivos y no preocuparnos.
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Cuando salimos del hospital y subimos al carro, no discutimos el hecho de que estaba enfermo, o que tenía cáncer. Nunca mencionamos lo que ocurrió en esa oficina. No hablamos de lo que iba a ocurrir o de los retos que aguardaban.
Lo que hicimos fue…
Que salimos a cenar.
Tan pronto como salimos de Cleveland Clinic, fuimos directo a The Capital Grille.
Entonces, por dos horas completas, nos sentamos en una mesa y tuvimos una comida completamente normal donde disfrutamos nuestra compañía. El tópico del cáncer nunca se tocó.
Mi esposa pidió salmón.
¿Yo?
Pedí el filete de 24 onzas.
Ni siquiera era una pregunta. Esos 10 minutos de oscuridad y miedo ya estaban muy atrás en el retrovisor, para ese momento.
No hay manera de que el cáncer me vaya a privar de vivir mi vida.
O de disfrutar ese filete.
Que estaba delicioso.
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No fui a casa e investigué acerca de la leucemia en Google.
Nunca miré ningún dibujo de cómo se desarrolla el cáncer en la sangre ni lei historias tristes.
Nada de eso.
Me convencí de que iba a vencer a esta enfermedad, y entonces…Hice todo lo que estaba a mi alcance para enfocarme en esa meta.
“Puedo tener cáncer”, me dije. “Pero el cáncer no me tiene a mi”.
Cada día cuando me levantaba, Karelis me daba los buenos días y me preguntaba como me sentía, entonces decía, “Recuerda Carlos, esto es nada para ti. Eres una persona fuerte. Puedes hacer esto”.
Y lo decía con mucha convicción. Con mucha certeza.
Así que seguí su liderazgo. La única vez que pensaba en el cáncer era temprano en la mañana y pocas horas antes de la cena…cuando me tomaba las pastillas que me dio el doctor.
Eso es todo.
Durante todo el tiempo entre esos dos momentos, yo era el mismo Carlos que había sido. No pensaba en morir o estar enfermo. Solo vivía mi vida y me mantenía positivo.
Casi siempre, todo salía muy bien.
Pero nada, y especialmente el cáncer, nunca es así de fácil.
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Tenemos cinco hijos en el rango desde los 16 hasta los 2 años de edad, y mi esposa y yo decidimos decirles a los dos mayores. Pero no les dijimos a los de ocho, cuatro y dos años de edad.
Los dos menores son muy pequeños para entender lo que estaba ocurriendo, pero nuestra Camila, de 8 años de edad, estaba justo a mitad de camino. Al final del día decidimos no preocuparla o presionarla con la noticia.
Durante la primera semana, no hubo problemas.
Entonces MLB me invita a presentarme en el juego de las estrellas en Cleveland, en la ceremonia de Stand Up To Cancer, donde a cada cual en la multitud le dan una tarjeta para escribir el nombre de un ser querido y luego levantarla.
Mi hija está en la tribuna con mi esposa, y tiene una de esas tarjetas, pero no sabe para que son, y tampoco sabe de mi diagnóstico. Solo ve una tarjeta donde se puede escribir. Karelis le dice que puede escribir el nombre de cualquiera allí, y nuestra hija la llena con: Me levanto por MI PAPÁ.
Pero ella está escribiendo porque soy su papá y estamos en el estadio donde juego, y pienso que soy la persona en la cual ella piensa en ese momento…no porque ella sepa que su papá tiene cáncer.
Así que estoy a nivel del terreno para la ceremonia, y cuando voy al campo y me muestran en el jumbotron, mi hija…está viendo eso. Está viendo que los aficionados responden, y oye la ovación, y ve que en todas las tarjetas de mis compañeros ellos se levantan por COOKIE.
Así que allí es cuando ella se entera de que su papá tenía cáncer.
Ahí, en el estadio.
Mirándome en la pantalla grande.
Cuando regresé a mi asiento, tan pronto como me vio, mi hija corrió hacia mí.
Había lágrimas derramadas de sus ojos.
“¡Papá, tienes cáncer! ¿Vas a morir? ¿Papi, vas a morir?”
Y en ese momento, al oirla decir esas palabras…mi esposa, mi hijo mayor, yo, todos los que oyeron eso…todos quedamos impactados.
Sollozo en ese momento. Pero tomó el aliento suficiente para hablar.
“¡NO!” le dije. “Voy a estar bien. Los doctores me dijeron eso. Dijeron que iba a estar bien. Lo prometo”.
Sin embargo, no estaba convencida. Sin importar cuantas veces se lo dije.
Asi que Camila, Dios la bendiga, me encaraba cada día que compartimos después de eso.
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Le había dado la noticia a mis compañeros unos días antes, y eso fue increíblemente emocional, una experiencia muy conmovedora para mí.
Antes de hacer nada, hablé con Tito (Terry Francona, el manager de los Indios de Cleveland) primero y le pedí que pidiera una reunión para mí en el clubhouse.
Nadie sabía que estaba pasando.
Hubo algunos muchachos que me dijeron que pensaban que yo había reunido al equipo para decirles que me había lesionado el hombro, o que me había lesionado el codo y no jugaría más por el resto del año. Nunca esperaron que se tratara de cáncer.
Cuando se enteraron de la noticia, toda la habitación quedó en silencio.
Fue la ocasión en que vi más quieto nuestro clubhouse. Nadie decía nada. Parecía que nadie se movía o hiciera sonidos con sus zapatos o tosiera o cualquier cosa. Era un silencio total.
Dije unas palabras acerca de regresar más fuerte que nunca, y entonces nuestro masajista terminó con más detalles acerca de mi tratamiento.
Tan pronto como terminé de hablar, Francisco Lindor caminó hacia mí.
“No estás solo en esto”, dijo él. “Vamos a fajarnos con esto, y a pelear a través de esto, juntos”. Y entonces me miró y dijo…
“Te quiero mucho, hermano”.
Jason Kipnis fue otro compañero que se me acercó y me dijo que estaba allí conmigo. Que todo el equipo lo estaba.
Y después de eso, me enviaría mensajes de texto todo el tiempo, preguntando como me sentía, o como iba mi tratamiento, o si había algo que ellos pudiesen hacer por mí.
“Estamos aquí para ti”, diría él.
Y yo podía sentirlo. Podía sentir ese amor y apoyo de mis compañeros ese día, y cada día después.
Más allá de nuestro clubhouse, Josh Tomlin, mi compañero y amigo por mucho tiempo, se enteró de la noticia en Atlanta, donde juega ahora. Se comunicó de inmediato.
Cuando me llamó, después que le di los detalles, pude oir que su voz estaba cambiando un poco a medida que hablaba. Empezaba a hablar entrecortado y lloraba. Pero entonces se recuperó y dijo “Amigo. Estoy contigo. Te quiero mucho. No puedo esperar a que termine la temporada para pasar algún tiempo contigo y darte un gran abrazo”.
Después de eso, me enviaba mensajes de texto cada mañana, preguntando como iba todo y dándome apoyo y coraje.
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Además de todos los peloteros y personas del juego quienes se acercaron, recibí miles de mensajes de “mejórate pronto” de personas de todo el mundo, desde mi país Venezuela, República Dominicana, México, de todas partes. Cuando la noticia se hizo pública, recibí 2500 mensajes de texto en los primeros dos días. Y más de 300 llamadas.
Había mucho amor dirigido hacia mí. De personas que ni siquiera me conocían, pero que se tomaron el tiempo para desearme lo mejor. Recibí 500 tarjetas. Recibí cartas de niños de Cleveland quienes dibujaron figuras de Cookie Monster para mí. La leyenda WWE de Roman Reigns se comunicó mediante Twitter. Todo seguía y seguía. Y se mantenía vigente.
Se sentía constantemente una avalancha de amor y apoyo.
Seguí sintiéndome positivo, como si solo fuese un asunto de tiempo para recuperar la salud completamente.
Pero aún siendo tan positivo y confiado, definitivamente tenía mis días malos. Solo porque dejé de enfocarme en los pensamientos negativos después de esos primeros 10 segundos, no significa que no soy humano ¿saben a lo que me refiero? Les estaría mintiendo si dijera que no hubo momentos cuando el miedo y la duda y la frustración me rodearon.
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El más difícil de esos momentos llegó un mes después de mi diagnóstico.
Nunca lo olvidaré.
Decidí lanzar una sesión de bull pen para revisar como estaba mi brazo después de un poco de inactividad, y nuestro coach de pitcheo, Carl Willis, estaba ahí para supervisarlo todo. Desde el comienzo, podía decir que algo andaba mal.
Salí al montículo y…la pelota no salía. Trataba de lanzar como normalmente lo hacía, pero era como un 20 o 30% de lo que normalmente lanzaba.
No podía siquiera lanzarle la pelota al cátcher sin que esta rebotara del suelo.
Hice cinco lanzamientos como ese. Despues de ese quinto envío, me detuve por unos segundos porque estaba muy frustrado, y Carl se acercó.
“¿Qué ocurrió?” preguntó él.
Y había algo en esas palabras.
“¿Qué ocurrió?”
Por la razón que fuese, eso fue mucho para mí en ese momento, y antes que lo notara empecé a llorar en el montículo.
No podía detener las lágrimas.
Era como si me dijese: ¿Por qué me ocurrió esto? Esto no es justo ¿Por qué yo? ¿Porqué? ¿Porqué? ¿Porqué? ¿Por qué me ocurrió esto?
Carl me dio un gran abrazo y me dijo que todo iba a salir bien. Pero podía sentir que tal vez él no estaba seguro.
Minutos después de bajar de ese montículo, tal vez segundos, decidí que necesitaba tratar con una medicina diferente de las pastillas que el doctor me había prescrito.
Me tomé dos semanas y fui a casa para estar con mi familia.
Pasaba el tiempo con Karelis, y jugaba con los niños, me desconecté completamente del béisbol y el cáncer por dos semanas seguidas.
Y tengo que decir…que los medicamentos definitivamente me han ayudado los últimos meses, pero nada me hace sentir mejor que estar junto a las personas que más quiero,
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El día cuando regresé al equipo y subí al montículo el 1 de septiembre en Tampa, es uno que recordaré por el resto de mi vida.
Toda mi familia estaba en el juego, y todos estaban muy emocionados de verme otra vez en el terreno. Era increíble que ambos equipos salieran de los dugouts y mostraran su alegría por tenerme de vuelta.
Y ¿saben qué? Tengo que admitir algo aquí.
Usualmente no me pongo nervioso antes de los juegos, pero esa tarde, en ese momento…Estaba muy nervioso. Antes de meterme en el juego, noté que estaba sudando muchísimo. Y en ciertos momentos todo mi cuerpo empezaba a temblar por los nervios. No podia sentir la pelota cuando subí al montículo.
Pero salí allá afuera, y recuerdo mirar detrás del plato, y pude ver a mis hijos y mi esposa en las sillas. Entonces, mientras me disponía a efectuar el primer pitcheo, hubo un silencio mientras hacía el wind up, y de pronto oigo…
“¡Vamos papi!!!!!! ¡VAMOS!!!!!!!!
Todo el estadio estaba callado, excepto por una vocecita.
“¡Papi, vamooooooos!!!!!”
Era Camila. Mi hija de ocho años.
Entonces, antes del siguiente envío…
“¡Papi, vamos!!!!!!” ¡Anda, Papi, anda!!!!!”
En el lanzamiento siguiente…fue igual.
Ella lo hizo antes de cada lanzamiento que hice. Tan fuerte como podía.
Y ¿saben qué? Ese no fue mi mejor día en el montículo. No fue mi mejor salida. Pero en el futuro, no recodaré esa parte.
Lo que recordaré es a Camila gritando en apoyo del papá, quien, pocos meses antes, le prometió que no moriría.
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Cuando regresamos a Cleveland, y fui capaz de hacer una aparición en el montículo frente a nuestros aficionados…es imposible poner en palabras que maravilloso me hizo sentir la multitud.
Me sentí como si tuviera a toda la ciudad conmigo.
Ese rugido que oi de la multitud mientras me acercaba al montículo, ese amor que sentí en todo mi cuerpo mientras miraba alrededor y veía a cada quien de pie y sonriendo, esas memorias perdurarán toda la vida conmigo. Así que desde el fondo de mi corazón quiero agradecer a la gente de Cleveland por siempre haberme respaldado. Ha sido un honor jugar en esta ciudad durante los pasados 10 años. No pasa un día cuando no me sienta afortunado y aprecie que de alguna manera fui capaz de terminar jugando en esta maravillosa ciudad.
Y ¿saben qué? Definitivamente no pienso que fue un accidente que llegara aquí. Mientras más pienso en eso, especialmente ahora, después de todo lo que he vivido esta temporada, más creo que Cleveland y yo…estábamos destinados a estar juntos.
Esta ciudad no solo tiene algunos de los mejores aficionados del país, sino que también tiene uno de los mejores hospitales del país, con cuidados expertos. Pude haber estado jugando para cualquier equipo en el país cuando me ocurrió esto. Pero el hecho de tener la fortuna de ser un Indio de Cleveland significa que puedo tener el mejor tratamiento posible, de unos doctores y enfermeros de clase mundial, en una ciudad donde me siento completamente cómodo y en casa.
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Más allá de la insistencia de mi esposa de que iba a estar bien, una de las cosas que de verdad me ayudó a mantener la confianza fue saber lo buena que es Cleveland Clinic, y haber tenido la oportunidad de ver la diferencia que hacen en las vidas de muchas personas.
Ahora, después de vivir lo que tengo, y de regresar al terreno de juego, estoy aun más inspirado para conocer pacientes y ayudarlos a través de sus retos, como muchos de ustedes me ayudaron los meses pasados. Quiero vencer completamente a esta enfermedad y hacerle saber a todos como lo hice, así que las personas que están luchando contra el cáncer pueden mirarme, ver lo que hice, y decir, ¡Puedo hacerlo, también!
Quiero que las personas que batallan contra el cáncer sepan que no solo estoy aquí para representarme y a mis compañeros y a mi familia, sino, que estoy aquí para representarlos a ustedes, también.
¡Por los luchadores!
Y así como no creo que fue un accidente el que terminara jugando en Cleveland, tampoco puedo dejar de pensar que todo lo que me aconteció esta temporada, ocurrió por una razón. Esta enfermedad, y mi batalla con la leucemia, me ha permitido llegar a muchas personas, y darles esperanza a muchos niños a quienes he visitado en la Cleveland Clinic Children’s, Así que, tan raro como probablemente suene, de alguna manera estoy agradecido por mi leucemia porque me ha dado la oportunidad de convertirme en ejemplo y símbolo para aquellos quienes podrían necesitar algo de apoyo e inspiración.
Las cosas de verdad lucen bien, ahora.
Estoy de vuelta a sentirme al 100%. Soy más optimista que nunca. Y gracias a esta increíble ciudad y a la gente de Cleveland que me ha mostrado tanto amor, y a los doctores y enfermeros quienes supervisaron mi recuperación, puedo decir que no voy a ninguna parte.
Voy a estar bien.
Así que ahora…es tiempo de buscar ganar un trofeo de campeonato mundial para traerlo conmigo a mis visitas en el hospital.
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Traducción: Alfonso L. Tusa C. 15 de octubre de 2019.
miércoles, 9 de octubre de 2019
‘Un gran compañero de equipo’: Andy Etchebarren, el antiguo catcher de los Orioles de Baltimore, integrante de los equipos campeones de 1966 y 1970, fallece a los 76 años de edad.
Baltimore Sun. 06 de octubre de 2019.
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El antiguo catcher de los Orioles, Andy Etchebarren, integrante clave de varios equipos que fueron y en dos ocasiones ganaron la Serie Mundial, falleció esta sábado 5 de octubre, de acuerdo a los reportes de Major League Baseball y el equipo York Revolution de la Atlantic League. Etchebarren jugó 15 temporadas en las grandes ligas, incluyendo las primeras 12 con los Orioles. Fue integrante de los equipos de los Orioles ganadores de la Serie Mundial en 1966 y 1970. Fue el catcher del out final en la victoria de los Orioles ante los Dodgers en 1966, se recuerda mucho como se juntó con el pitcher Dave McNally y el tercera base Brooks Robinson en una épica celebración después de barrer sorprendentemente a Los Angeles. “Fue un gran compañero y un buen amigo mío”, dijo Robinson, quien habló por última vez con Etchebarren hace alrededor de un mes. “Amaba el juego y amaba ser un Oriol”.
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Etchebarren llegó a las grandes ligas con los Orioles en 1962 y se convirtió en baluarte permanente del equipo en 1966, luego que el veterano receptor Dick Brown hubo de someterse a una cirugía por un tumor cerebral.
Etchebarren seria llamado al equipo de estrellas de la Liga Americana (un hecho que se repitió en 1967 aunque no jugó en ninguno de los dos juegos de estrellas), mientras Baltimore ganaba su primera Serie Mundial.
Una de las mayores contribuciones de Etchebarren esa temporada ocurrió fuera del terreno de juego. En una fiesta del equipo promovida en agosto por un booster en Towson, las cosas se pusieron rudas cuando los peloteros empezaron a empujarse hacia la piscina. Mientras su turno se acercaba, Frank Robinson optó por lanzarse. Nadie sabía que no podía nadar.
“Vi a Frank en lo más profundo de la piscina, agitando sus brazos”, dijo Etchebarren, quien se había sentado a un lado de la piscina, en un artículo en The Sun. “Pensé que estaba bromeando, pero me sumergí y fui a buscarlo”.
Cuando alcanzó a Robinson, el catcher dijo, “me apretó tan fuerte que tuve que soltarlo, salir a respirar y regresé abajo para sacarlo”.
Etchebarren sacó al bateador de poder, jadeando del agua.
Robinson se recuperó rápidamente; bateó dos jonrones en el próximo juego y ganó los premios de jugador más valioso de la Liga Americana y la Serie Mundial.
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Etchebarren fue parte de los equipos que regresaron a la Serie Mundial en 1969, 1970 y 1971 y jugó en la serie de campeonato de la Liga Americana en 1973 y 1974 antes de terminar su carrera con los Angelinos de California y los Cerveceros de Milwaukee, Se retiró en 1978.
“La vez cuando lo vi más feliz, pienso que fue cuando bateó aquel jonrón de tres carreras ante Vida Blue en Oakland, durante los playoffs”, recordó Robinson. Ese jonrón de séptimo inning empató el cuarto juego de la serie de campeonato de la Liga Americana, y los Orioles se fueron adelante y se quedaron con la victoria cuando el segunda base Bobby Grich despachó jonrón solitario en el octavo. Ese triunfo empató la serie a dos juegos por bando. Oakland ganaría el quinto y decisivo juego el día siguiente.
Nativo de California, Etchebarren era conocido por sus habilidades defensivas, compiló un promedio de bateo vitalicio de .235, con 49 jonrones y 309 carreras empujadas. Una de sus mejores temporadas fue la de 1966 cuando largó 11 vuelacercas con 50 carreras empujadas. Tuvo su mejor promedio de bateo durante la época dominante de los Orioles, en 1971, .270.
De los ocho peloteros regulares, a excepción de los pitchers, del equipo campeón de 1970, Etchebarren es el único que no ha sido elegido al Salón de la Fama de los Orioles; compartió responsabilidades en la receptoría con Elrod Hendricks, quien es miembro del selecto grupo.
“Teniamos muchos buenos peloteros en ese equipo, él no recibió el reconocimiento que merecía”, dijo Robinson. “Le recibió a grandes cuerpos de lanzadores”.
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John Wesley “Boog” Powell, un primera base que jugó con los Orioles desde 1961 hasta 1974, dijo que Etchebarren era un fajador que “entendía el juego tan bien como cualquiera” y dejaba todo en el terreno por su equipo.
Dijo que durante un juego, un foul tip golpeó la mano de Etchebarren, él trató de seguir jugando como si nada. “Me acerqué y le dije, ‘Andy ¿estás bien?’” Dijo Powell. “Había un hueso dislocado en el lado derecho de su mano”.
Dijo que, a pesar de que había un hueso sobresaliendo en la piel del catcher, Etchebarren le aseguró que todo estaba bien y procedió a colocar el hueso de vuelta en su lugar.
Powell dijo que tenía que llamar al cuerpo médico para que examinaran al catcher. “Como catcher era una roca”, dijo Powell.
Fuera del terreno de juego, Powell dijo que Etchebarren mostró sus raíces californianas, una vez rechazó comer ostras a pesar de jugar para un equipo de una de las regiones más ricas en ostras de Estados Unidos.
“Dijo ‘No voy a comer esa cosa’”, dijo Powell, y agregó que tuvo que insistir para que probara un molusco bivalvo de agua salada por primera vez.
“Se comió la ostra y, desde entonces, en cualquier parte donde comíamos, pedía ostras”, dijo Powell.
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Etchebarren permaneció en el beisbol como coach después de sus días como jugador activo. Fue manager de los Baysox de Bowie categoría AA, los IronBirds de Aberdeen categoría A de temporada corta, y los Red Wings de Rochester AAA, todos equipos filiales de los Orioles; fue coach de banca de los Orioles en 1996 y 1997. También dirigió al Revolution de York, categoría independiente, de la Atlantic League, los guió a campeonatos consecutivos en 2010 y 2011, antes de retirarse en 2012.
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Los reporteros del Baltimore Sun, Chris Kaltenbach y Phil Davis colaboraron en este artículo.
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Traducción: Alfonso L. Tusa C.
martes, 24 de septiembre de 2019
Charlie Silvera, El Cátcher Invisible de los Yanquis, fallece a los 94 años de edad.
Richard Goldstein. The New York Times. 10 de septiembre de 2019.
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Charlie Silvera fue cátcher en seis equipos campeones de Serie Mundial con los Yanquis, pero estuvo ausente en la mayoría de los juegos.
Fue un buen bateador, lo suficientemente capacitado detrás del plato, y tenía un buen brazo. Pero se pasó la mayor parte del tiempo agachado en el bullpen, calentando a los relevistas, sus oportunidades de jugar regularmente habían sido víctimas de un obstáculo insuperable: Yogi Berra.
Silvera, quien falleciera este sábado en su hogar de Millbrae, Calif., en el area de la bahía de San Francisco, fue el segundo pocas veces usado cátcher de los Yanquis durante su dinastía de la década de 1950, era mejor conocido por su buena fortuna para cobrar cheques de Serie Mundial.
“Estoy en el bullpen del Salón de la Fama”, le dijo al San Francisco Chronicle en 2008. “Con todos esos cheques de Serie Mundial, no tenía que trabajar en el invierno”.
El salario de Silvera en 1956 fue de alrededor de 17.000 $ (el equivalente a unos 163.000 $ de hoy), pero el agregaba casi 9.000 $ con la cuota del premio que le correspondía por ganar la Serie.
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“Yo recibìa casi todos los juegos de la temporada, incluyendo las doblecarteleras”, recordó Berra en su tratado filosófico de 2001, “When You Come to a Fork in the Road, Take It!”, escrito con Dave Kaplan. “Él podía romper una mascota nueva por mí o cualquier implemento del cátcher y no se quejaba”.
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Silvera era el último sobreviviente de los 12 peloteros que se mantuvieron con los equipos de los Yanquis que ganaron cinco Series Mundiales desde 1949 hasta 1953, entre ellos Berra, quien falleció en 2015 a los 90 años de edad. También acuñó una frase de perdedores cuando los Dodgers de Brooklyn triunfaron sobre los Yanquis en octubre de 1955. (Los Yanquis vencerán a Brooklyn el año que viene).
Silvera participó en un solo juego de Serie Mundial: Sustituyó a Berra, quien tenía una mano adolorida, en el segundo juego de la Serie de 1949 y se fue de 2-0 contra los Dodgers. Pero tuvo unos pocos momentos memorables aparte de ese papel fugaz.
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Los recuerdos en el hogar de Silvera incluían la pelota que bateó para su único jonrón en su carrera de grandes ligas, una línea sobre la cerca baja del jardín izquierdo en Yankee Stadium contra los Senadores de Washington el 4 de julio de 1951.
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Y a menudo recordaba haber calentado a Don Larsen antes de su juego perfecto en la Serie Mundial de 1956.
No sorprendió a nadie que Silvera no viera el lanzamiento que hizo Larsen para lograr el out 27, un ponche ante el bateador emergente de los Dodgers, Dale Mitchell. Estaba ocupado en el bullpen de los Yanquis en el jardín derecho, calentando a Whitey Ford en caso de necesidad de un relevista.
Silvera participó en solo 227 juegos durante nueve años con los Yanquis y una temporada final con los Cachorros de Chicago. Tuvo 482 turnos al bate, menos que los que Berra tuvo en cada una de sus temporadas durante los años de Silvera con los Yanquis, excepto cuando se lesionó en 1949.
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Pero Silvera no fue el cátcher Yanqui menos usado de su época. Ralph Houk, el futuro manager ganador de Serie Mundial del equipo y gerente general, fue el tercer cátcher desde 1947 hasta 1954, apareció en solo 91 juegos.
Charles Anthony Ryan Silvera nació en San Francisco, el 13 de octubre de 1924, en el hogar de Victor y May (Ryan) Silvera. Su padre, quien era dueño de una finca de peras, era de ascendencia portuguesa; su madre provenía de una familia irlandesa.
Fue firmado por los Yanquis en 1942 después de jugar caimaneras con Bobby Brown y Jerry Coleman, sus futuros compañeros en equipos campeones de Serie Mundial.
Silvera jugó beisbol en el equipo de las Army Air Forces durante la segunda guerra mundial, pasó tres años en las menores, luego debutó con los Yanquis en septiembre de 1948.
En 1949, participó en 58 juegos, su tope para una temporada, entonces Berra estaba lesionado con un pulgar roto; bateó para .315 ese año.
Silvera fue cambiado a los Cachorros despues de la temporada de 1956, jugó brevemente para ellos en 1957, luego se retiró. Tuvo un promedio de bateo vitalicio de .282.
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El deceso de Silvera fue anunciado por su esposa, Rose (Goytan) Silvera. También le sobreviven sus hijas, Charleen Silvera y Susan Dunn; un nieto; y un bisnieto. Su hijo, John, falleció en 2013.
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Despues de sus días de jugador activo, Silvera fue coach para Billy Martin, su antiguo compañero de equipo en los Yanquis, cuando Martin dirigió a los Mellizos de Minnesota, Tigres de Detroit y Rangers de Texas. Su carrera de coach terminó a mediados de 1975, cuando Martin fue dejado en libertad por los Rangers y se preparaba para su primera experiencia como manager de los Yanquis, Silvera también fue dejado en libertad. Luego fue buscador de talento para varios equipos, incluyendo a los Cachorros.
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Silvera recibió su cuota de ataques por ser una especie de espectador en octubre, cinco veces contra los Dodgers, y una Serie por cabeza ante los Filis de Filadelfia (1950) y Gigantes de Nueva York (1951). Pero como una vez le dijo a The Oakland Tribune, nunca se sintió ofendido.
“Los rivales me llamaban, ‘Jesse James, el bandido de la nómina’. Yo les decía, ‘Sigan diciendo eso, pero Yogi Berra me da propinas que valen más que lo que ustedes ganan’”.
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Traducción: Alfonso L. Tusa. 24 de septiembre de 2019.
lunes, 26 de agosto de 2019
Aquel primer juego sin hits ni carreras de Ken Holtzman.
Cachorros de Chicago 3 - Bravos de Atlanta 0. 19 de agosto de 1969.
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No-Hitters. Rich Westcott, Allen Lewis. McFarland. 2000. Pp 253-254.
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Ken Dale Holtzman fue reconocido no solo como uno de los lanzadores más talentosos de su generación, sino también como uno de los más inteligentes. Con una recta cortante y un grado en la University of Illinois, el espigado zurdo fue uno de los ases de la rotación durante los días gloriosos de los Atléticos de Oakland, antes había lanzado con distinción para los Cachorros de Chicago. Holtzman lanzó dos juegos sin hits ni carreras con los Cachorros, y ganó 77 juegos en cuatro años (1972-1975) con los Atléticos. Nació el 3 de noviembre de 1945, en San Luis, Missouri, irrumpió con el Treasure Valley de la Pioneer League en 1965, y esa misma temporada subió hasta los Cachorros. Holtzman también pitcheó con los Orioles de Baltimore y los Yanquis de Nueva York ante de volver para terminar su carrera con los Cachorros.
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Mientras calentaba para su juego programado para el martes 19 de agosto ante los Bravos de Atlanta, ocupantes del cuarto lugar de la división oeste de la Liga Nacional, Ken Holtzman se enfrentó con buenas y malas noticias. Las buenas eran que soplaba un viento de 20 millas por hora hacia adentro desde el jardín izquierdo de Wrigley Field, un cierto beneficio para el pitcher. Las malas eran que la curva y el cambio de Holtzman no estaban funcionando.
Holtzman tenía marca de 13-7 con los Cachorros, líderes de la división este de la Liga Nacional por 7 juegos y medio de ventaja. Su rival era Phil Niekro. Un estadio lleno con 37.514 aficionados estaba dispuesto a aupar a los Cachorros que se acercaban a lo que ellos esperaban fuese el primer título del equipo en 24 años.
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Mientras dependía completamente de su recta, Holtzman de 23 años, logró un determinante pero extraño juego sin hits ni carreras. Extraño porque el zurdo no ponchó ningún bateador y si caminó a tres.
Holtzman fue respaldado por varias jugadas defensivas destacadas, en particular dos del camarero Glenn Beckert, y el bateo de Ron Santo. En el primer inning una linea tremenda de Santo atravesó el viento y llegó hasta las gradas del jardín izquierdo para un jonrón de tres carreras, todas las que marcaron los Cachorros. El estacazo ocurrió a continuación de sencillos de Don Kessinger y Beckert.
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Para ese momento Beckert ya había ejecutado su primera joya defensiva al correr lejos a su izquierda para tomar el roletazo del abridor Felipe Alou, Felix Millán y Hank Aaron siguieron con elevados a la derecha.
Beckert salvó de nuevo a Holztman en el tercer inning, luego de que Gil Garrido negociara boleto con un out. Otro out después, Alou bateó otro roletazo, pero el segunda base lo tomo en el hueco, detrás de primera base y lanzó fuera de balance para retirar al corredor.
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Holtzman caminó a Bob Didier con dos outs en el quinto inning antes de dominar a Garrido con elevado a la derecha para terminar el episodio. Luego, en el sexto inning, Kessinger se desplazó a su derecha para atrapar un roletazo de Niekro y después efectuar un tiro tremendo a primera base para completar el out.
El viento jugó a favor de Holtzman en el sexto inning cuando detuvo un elevado profundo de Hank Aaron hacia la izquierda, lo cual permitió que Billy Williams atrapara la pelota contra la pared cubierta de hiedra. Holtzman caminó al próximo bateador, Rico Carty, pero retiró a Orlando Cepeda con elevado al centro y a Clete Boyer con elevado a la derecha.
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En el octavo inning, Didier la rodó por segunda, Garrido bateó un saltarín por el campocorto y el emergente Tommy Aaron salió de segunda a primera.
Eso llevó a Holtzman al noveno inning. Alou bateó un elevadito al jardín central corto que Kessinger tomó justo a tiempo de evitar un choque con Don Young. Millán la rodó por tercera base y Santó lo retiró en el mascotín de Ernie Banks. El bateador final fue Hank Aaron, quien bateó un foul en cuenta de tres y dos, luego soltó un rodado a la derecha del montículo, Beckert adelantó y realizó el out en primera base.
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Los fanáticos eufóricos saltaron al terreno y rodearon a Holtzman quien terminó esa temporada con marca de 17-13. Sin embargo, los Cachorros pistonearon en la recta final y los Mets los pasaron rumbo a una sorprendente victoria en la Serie Mundial.
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Traducción: Alfonso L. Tusa C. 24 de agosto de 2019.
jueves, 15 de agosto de 2019
Visión de Tunel.
Noah Syndergaard. New York Mets. The Players’ Tribune. 29 de marzo de 2018.
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Mi mamá era esa mamá que siempre gritaba en mis juegos de pequeñas ligas. Una vez, cuando tenía ocho años de edad y estaba en un juego, esperaba mi turno al bate en el círculo de prevenidos, y mi mamá gritaba mi nombre. No estaba gritando desde la zona más lejana de la tribuna. Estaba como a un metro de distancia, estremeciendo la alambrada, gritando:
“¡Noooooooooooaaaaaah!”
Pero nunca la escuchaba. Estaba bloqueado. Siempre, desde que era niño, he tenido visión de túnel, especialmente en el deporte. No fue hasta que mi mamá estaba gritando prácticamente en mi oreja que noté que estaba allí, y entonces fue que le grité de vuelta.
Ahora, no estoy orgulloso de lo que dije, pero estaba disgustado.
“Mamá”, le dije.
“¡Cállate!”
Supe que había cometido un error tan pronto como lo hice porque…hombre, la manera como mi mamá me miró, su rostro cambió como si dijese ¿En verdad dijo eso?
Fue probablemente una arrancada de niño rebelde, una actitud inadecuada con mi mamá. Pero también pudo haber sido que quizás todavía estaba un poco molesto con ella por obligarme a jugar beisbol como primera prioridad. Eso fue su idea. Cuando tenía siete años de edad, me preguntó si quería jugar, le dije que no. El beisbol no me parecía divertido. Quería jugar futbol (soccer).
De todas maneras me inscribió para jugar beisbol.
Entonces ella y mi papá me llevaron a Walmart para comprar los implementos de beisbol. Estábamos parados en uno de los anaqueles viendo los protectores, y mis padres hablaban muy alto acerca de los diferentes tipos de protección. Todos los podían escuchar.
Yo estaba tan avergonzado que armé el berrinche más grande que puedan imaginar. Me refiero al grito más estridente de un niño de siete años de edad, zapateando y llorando. Fue ridículo.
Mis padres todo lo que hicieron fue reir.
Pensaron que eso era gracioso.
Pero ahora, después que le dije que se callara, mi mamá no reía. Estaba molesta. Me señaló y me habló con su voz más seria de mamá.
“¡Está castigado, señor!”
Allí mismo. Sin dudas. Sin preguntas.
Cuando fue mi turno de ir a batear, mi visión de túnel regresó. Mi mamá volvió a gritar, y olvidé el hecho de que estaba castigado.
Entonces fui a batear…
Y bateé un jonrón.
Mi mama se volvió loca.
Cuando regresé al dugout, estaba tan emocionada que me levantó el castigo.
No sé si me disculpé por lo que dije (¿Lo siento mama?) Pero definitivamente le he agradecido varias veces a través de los años. Porque si no me hubiera forzado a jugar beisbol, y si no hubiera sido esa clase de mamá fanática alocada que dejaba que un jonrón le hiciera olvidar que su hijo le había faltado el respeto, probablemente no estaría aquí escribiendo esto.
Fui afortunado en tener unos grandes padres.
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Todavía tengo esa misma visión de túnel que tenía cuando niño. Cuando estoy en el montículo en Citi Field frente a 42.000 aficionados de los Mets, y estoy arriba en la cuenta 0-2, no oigo nada.
Ni a los fanáticos. Ni al órgano. Ni a mi mamá.
Nada.
Estoy concentrado en mi cátcher y el bateador. Enfocado completamente en dominar a mi oponente. Quiero intimidarlo. Quiero ser temido.
Esa siempre ha sido mi mentalidad. Ser agresivo. Atacar a los bateadores. Lanzar adentro y reclamar mi territorio.
Eso no significa que intento golpear a los bateadores. Solo hablo de hacerles saber quien tiene el control. Y si le lanzó algo más adentro a alguien, y no le gusta, se puede reunir conmigo a veinte metros de distancia y podemos discutir sobre eso. Porque así es como pitcheo. Para mí, se trata de ganar primero la batalla mental.
Un buen ejemplo es el primer pitcheo del tercer juego de la Serie Mundial contra los Reales en 2015. Le lancé alto y pegado al primer bateador, después de ese envío, lo tuve sobre sus talones el resto del turno.
Tres envíos y una recta de 99 millas después, él caminaba de vuelta al dugout, probablemente preguntándose que había ocurrido.
Ahora que pienso en eso…parece mentira que eso haya pasado hace más de dos años. Recuerdo vívidamente la sensación de pitchear ese juego de Serie Mundial en casa…y ganarlo. Todavía recuerdo eso con claridad.
Pero también recuerdo la sensación de ver a los Reales celebrar en nuestro estadio. Me quedé ahí por un minuto, mirándolos, procesando lo que había ocurrido y dejando que todo decantara.
Entonces, cuando salí del estadio y fui a casa, pensé, Bien, me parece que lo intentaremos otra vez el año entrante.
Entonces viene el año siguiente, y tenemos una arrancada desastrosa. Entramos en carrera hacia el final de la temporada, pero perdemos el juego del comodín.
Luego llega 2017, y las lesiones nos juegan una mala pasada.
Sobre la marcha, me di cuenta que los equipos no van a la Serie Mundial todo el tiempo. Va a ser muy duro regresar.
Por eso me gusta mucho la primavera y el dia inaugural es uno de mis favoritos del año.
Porque las posibilidades son infinitas.
Todo empieza de nuevo.
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Para mí. Este día inaugural es particularmente emocionante, porque siento que todo lo que ha ocurrido en las últimas tres temporadas, ganar, perder, los ajustes, las lesiones, todo eso me ha preparado para lo que viene ahora.
La temporada de 2015 puede haber terminado con nosotros en la Serie Mundial, pero empezó conmigo preguntándome porqué estaba en las grandes ligas. Estaba muy impresionado por haber llegado hasta allí, especialmente después de llegar a Nueva York y ver que otros tipos pitcheaban adentro.
No me tomo mucho tiempo notar que mi mecánica era inservible.
Me dije, guao, está bien…Voy a tener que ajustar algunas cosas, o no voy a durar mucho aquí.
Lanzaba tan duro como deGrom, pero costaba más batear su recta, me preguntaba porqué. Luego de observarlo, noté que era porque esconde la pelota muy bien. Me estaba descubriendo muy temprano y los bateadores podían ver la pelota. Así que empecé a trabajar en esconder mejor la pelota y disimular mejor.
Entonces vi lo duro que lanzaba Harvey, igual que deGrom y yo, y noté que en las grandes ligas todos lanzan duro. Así que además de aprender a esconder mi recta, tenía que ubicarla mejor también.
Aún después de eso, entendí que en este nivel no te puedes mantener solo con la recta. Así que tuve que desarrollar mis otros pitcheos para mantener en vilo a los bateadores. Alteré el agarre de mi cambio para hacerlo parecer a mi recta de dos costuras, y pasó de ser solo otro pitcheo de mi repertorio a uno de mis mejores envíos. También cambié el agarre de mi sinker, trabajé con mi curva y agregué una slider.
Básicamente me convertí en pitcher en vez de un tirador.
Pero pienso que lo que aprendí fuera del terreno fue tan importante y tal vez más divertido, que aprender a ser un pitcher de grandes ligas.
Aprendí a ser neoyorquino.
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Cuando me subieron la primera vez, quería conseguir un lugar en la ciudad de inmediato porque quería sentirme un verdadero residente de la ciudad de Nueva York. Así que encontré un apartamento tipo estudio en la 21 y Park por Union Square, y tan pronto como entré supe que tenía que conseguir ese lugar.
Estaba completamente amoblado, y las paredes estaban decoradas con verdadero “New York City art”. Me refiero a que cuando se pasaba la puerta, había una pintura de Cambell’s Tomato Soup en la pared. ¿Conocen la fotografía de los obreros de construcción cenando en las alturas en una viga de acero? Esa también estaba enmarcada en la pared. El lugar tenía piso de parqué y un sofá super moderno de cuero en el que solo te podías sentar en ángulo de 90 grados. Lucía bien, pero era muy incómodo. Te reventaría la espalda.
Pero eso no me importó. El lugar tenía mucha personalidad, el lugar perfecto que un tipo de 22 años de Mansfield, Texas podía llamar hogar por un tiempo.
También había una ventana que miraba hacia el este, nunca conseguí algo lo suficientemente solido para impedir la entrada de la luz solar. En vez de eso, establecí una rutina, dejé que la luz solar me despertara temprano, entonces me duchaba y desayunaba. Luego bajaba y saludaba al vigilante, todavía paso por ahí y lo saludo de vez en cuando, caminaba por las aceras, escogía un lugar y exploraba.
Tal vez me detenía y compartía con los tipos de Rothman’s, la tienda de ropa, ellos siempre me atendían. Tal vez compraba algo. Tal vez no. Tal vez iba a un nuevo café o fuente de soda alrededor de Union Square, hay muchos. Tal vez tomaba el metro hacia las afueras o un metro para ir al centro. Tal vez iba al teatro o visitaba un museo.
Me daba igual.
Solo quería perderme en la ciudad.
Pienso que la experiencia de vivir en ese pequeño apartamento tipo estudio me ayudó para mi evolución en el montículo, especialmente en casa. Porque cuando salí al terreno y miré a los fanáticos, especialmente en la Serie Mundial, puedo decir que me sentí como uno de ellos.
Como si fuese un neoyorquino.
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Vivi en ese apartamento hasta alrededor de tres o cuatro semanas después de la Serie Mundial. Luego regresé a Texas para alistarme para la temporada de 2016, lo cual consistía en reanudar las cosas desde donde las había dejado en 2015. Me refiero a que una vez que ganas un juego de postemporada, especialmente en la Serie Mundial, no hay nada que se le compare. Así que emplearía todo mi tiempo y energía para regresar a esa instancia.
Todavía estoy tratando de regresar allí.
Después que me lesioné el año pasado y perdía casi toda la temporada, cambié mi rutina de trabajo. Mi problema es…me gusta ejercitarme. Soy un hombre. Me gusta levantar cosas pesadas. Y despues de ejercitarme, quiero sentir como que me ejercité.
Pero los ejercicios de los pitchers no están precisamente orientados a construir musculatura y lucir bien en la playa. Tienen que ver con mucho trabajo en la parte baja del cuerpo y estabilidad en los hombros y asuntos de mecánica. Así que antes de la última temporada, después de mis ejercicios de pitcheo, me fajaba en la barra de flexiones en casa hasta conseguir esa sensación de “haberme ejercitado”, y no estaba haciendo necesariamente lo recomendado.
Mi cuerpo me lo dejó saber.
Ahora he rediseñado todo mi programa. Me ejercito tan duro como siempre, pero hago el trabajo adecuado. Mantengo algo de volumen, pero sin sacrificar la funcionalidad o dejar que mi mecánica sufra. He aprendido que hay un balance, y estoy mejorando en mantenerlo.
Ahora, al acercarme al dia inaugural, me siento más fuerte y sano que en toda mi vida.
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La actitud alrededor del equipo definitivamente ha sido algo diferente esta primavera. Pienso que Mickey Callaway tiene mucho que ver con eso. Su presencia es la de un verdadero líder. Es el tipo de persona quien no te dice como halar la cuerda…se acerca y hala la cuerda contigo. Es un tipo llevadero.
Pero para mí, puedo decir que esta temporada iba a ser diferente después de mi primera interacción con nuestro nuevo coach de pitcheo, Dave Eiland.
Dave estaba en el dugout de los visitantes con los Reales en la Serie Mundial de 2015, y en uno de sus primeras grandes reuniones de esta temporada, cuando presentó nuestro cuerpo de pitcheo completo, habló del tercer juego.
El juego que yo lancé.
Habló del primer pitcheo.
Alto y pegado.
Dijo que tan pronto hice ese pitcheo, miró hacia uno de los masajistas en el dugout y dijo, “Eso es todo. Estamos listos”. Porque después de un pitcheo, el sabía que yo estaba ahí para respaldarme.
Reconoció eso porque así es como es él.
Y eso era todo lo que necesitaba saber.
Dave es intenso. Le gusta quemarse. Es el tipo de persona con quien te gustaría contar en los momentos duros.
Y cuando le dijo a todos en nuestro cuerpo de pitcheo que estaba buscando ese tipo de agresividad en nosotros ese año, de tipos que tuviesen las agallas de lanzar alto y pegado…en el primer lanzamiento…cuando se está abajo dos juegos a cero en la Serie Mundial, supe que nos íbamos a llevar muy bien.
Esa es una de las razones por las que estoy muy emocionado con el día inaugural y la temporada en general. Me refiero a que…me siento como nunca, deGrom se ve muy bien y Matz está lanzando bien.
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Y tengo que decir…que tengan en cuenta a Matt Harvey. Siento que recuperó su nivel de 2013, en términos de agresividad y actitud. Sabemos lo bueno que es su repertorio, pero han sido unos años muy duros para él, la operación Tommy John, el síndrome torácico y la fractura de escápula.
Quiero decir, que si Harvey está bien físicamente, no hay que decir de lo que es capaz.
Estoy emocionado por ver eso.
Y ahora, con Lugo como quinto abridor hasta que Vargas regrese y con Zack Wheeler también disponible, tenemos confianza en toda nuestra rotación, de arriba abajo.
Todo lo que necesitamos ahora es un apodo divertido…
Durante toda su existencia, los Mets han tenido una filosofía enfocada en traer campeonatos a Nueva York. Y en eso estamos enfocados esta temporada. Esa es la meta.
Estoy listo.
Estamos listos.
Mi mamá está lista.
Y sé que Nueva York también está lista.
Es como si tuviéramos visión de túnel. Estamos bloqueados. Y lo único que podemos ver es el trofeo de la Serie Mundial.
Y esta vez, queremos completar el trabajo.
Traducción: Alfonso L. Tusa C. 12 de agosto de 2019.
viernes, 12 de julio de 2019
Jim Bouton, Autor de la memoria de Beisbol ‘Ball Four’, fallece a los 80 años de edad.
Bruce Weber. The New York Times. 10 de Julio de 2019.
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Jim Bouton, un pitcher de logros modestos pero un celebrado iconoclasta quien dejó una marca duradera en el beisbol como autor de “Ball Four”, un diario del pelotero, descarnado, irreverente, punzante, y éxito de ventas, que estremeció la imagen completa del juego, falleció este miércoles 10 de julio en su hogar en los Berkshires en Massachusetts.
Falleció luego de una larga batalla con la demencia vascular, dijo su esposa, Paula Kurman. Bouton tuvo un infarto en 2012, y en 2017 reveló que tenía una enfermedad cerebral llamada angiopatía amiloide.
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Cuando “Ball Four” fue publicado en 1970, reportando el egoísmo, la fatuidad, infantilismo y espíritu de crueldad de hombres jóvenes a menudo engrandecidos por jugar un juego de niños muy bien, fue catalogado por muchos lectores, que lo aprobaban o no, como una escandalosa traición a la llamada intimidad del clubhouse.
Pero el libro, el cual trató del recuento de la temporada de Bouton en 1969, siete años después de su debut en grandes ligas con los Yanquis, tenía una gran narrativa, basada en su intento, a la edad de 30 años, para salvar lo que una vez fuese prometedora carrera mediante el desarrollo del pitcheo más peculiar y menos predecible del juego: la bola de nudillos.
El pitcheo, el cual cuando se lanza de manera óptima no tiene efecto giratorio, requiere fineza, fuerza en la punta de los dedos y mucha buena suerte; sin efecto giratorio, la pelota está sujeta a las corrientes de aire camino al plato, lo cual implica que se moverá erráticamente, eso hace difícil que el bateador (para no mencionar al cátcher y el árbitro) pueda seguirlo, y que el pitcher pueda controlarlo.
En el libro, el pitcheo se convierte en una metáfora para la visión de Bouton de si mismo como un tipo excéntrico en una sociedad beisbolera de conservadores llevaderos, que siguen con terquedad su propio camino aunque este dependa de las fuerzas externas.
En la temporada de 1969, Bouton jugó para el equipo de expansión de la Liga Americana, los Pilotos de Seattle (ahora Cerveceros de Milwaukee), quienes lo degradaron por un tiempo al equipo filial de ligas menores de Vancouver y eventualmente lo cambiaron a los Astros de Houston de la Liga Nacional. El libro, que fue publicado originalmente con el subtítulo “Mi Vida y Tiempos Dificiles Lanzando la Bola de Nudillos en las Ligas Mayores”, fue de muchas maneras, una crónica de las inseguridades de un atleta, que alguna vez fue estrella, acercándose al final de la ruta.
“No solo tenía algo de debilidad hoy en el codo, sino que Sal me dijo que lanzaré en el juego de exhibición del domingo”, escribió Bouton a comienzos del entrenamiento primaveral, en referencia al coach de pitcheo de Seattle, Sal Maglie. “La debilidad pasará, pero ¿Cómo voy a pitchear el domingo? No estoy listo. Todavía no he apuntado a los lugares donde debo colocar los lanzamientos. No he lanzado curvas. Mis dedos no están lo suficientemente fuertes para lanzar bien la bola de nudillos. He vuelto a tomar dos pelotas y apretarlas en la mano para tratar de fortalecer mis dedos y aumentar el agarre”.
Algunos críticos astutos reconocieron el ardor y la tensión punzante de la historia de Bouton; en The New Yorker, Roger Angell describió “Ball Four” como “una rara visión de una profesión pública altamente compleja vista desde adentro, junto con una aun más compensadora visión interna de una mente irónica y corajuda. Muy cercano de ser el libro más divertido del año”.
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Pero para la mayoría de los lectores, la prédica personal de Bouton fue superada por lo que reveló acerca de la vida en las ligas mayores.
Según Bouton, los peloteros engañaban rutinariamente a sus esposas en las giras, diseñaban intrincados planes para mirar debajo de las faldas de las mujeres o espiarlas a través de las ventanas de los hoteles, hablaban de vulgaridades casuales, bebían en exceso y tomaban anfetaminas como si fueran caramelos M&M.
Mickey Mantle jugaba enratonado y era cruel con los niños que le pedían su autógrafo, escribió él. Carl Yastrzemski era un tipo ausente. Whitey Ford arañaba y enlodaba ilícitamente la pelota y su catcher, Elston Howard lo ayudaba a hacerlo. La mayoría de los coaches eran tontos quienes veían lo obvio como sabiduría cuando no se contradecían, y los gerentes generales eran desconsiderados y deshonestos al negociar los contratos con los peloteros.
Para ese momento, la clausula de reserva, una parte de cada contrato que ataba a los peloteros casi irrevocablemente a sus equipos, aún estaba en efecto; la libre agencia, la cual multiplicó el poder de ganancia de los peloteros en muchos órdenes de magnitud, todavía pertenecía al futuro. Bouton firmó un contrato con Seattle por 22.000 $, y su balance de las ganancias anuales oscilaba en sumas de tres y cuatro figuras, incómodas para ese momento, hoy parecen increíbles ante un salario mínimo en grandes ligas de 555.000 $ y un promedio de ganancias de más de 4 millones $ por año.
En suma, Bouton retrató el juego, sus peloteros, coaches, ejecutivos y la mayoría de los periodistas que lo cubrían, como un mundo de divertida, pueril conformidad. No por sorpresa, el establecimiento del beisbol atacó a Bouton, su editor colaborador, Leonard Shecter, y el libro.
El comisionado para ese momento, Bowie Kuhn llamó a Bouton y le dio una reprimenda; algunos peloteros le reclamaron por decirle a las esposas de los peloteros lo que estos hacían en las giras. (El propio Bouton no fue la excepción; su primera esposa Bobbie, escribió su propio libro después de su divorcio).
Algunos peloteros, incluyendo a Elston Howard, dijeron que Bouton era un mentiroso. Y muchos de una generación anterior de periodistas deportivos sintieron que Bouton habia causado un daño irreparable al juego más allá de su egocentrismo y desesperación.
“Siento pena por Jim Bouton”, escribió Dick Young en The Daily News. “Es un leproso social. Su colaborador en el libro, Leonard Shecter, es un leproso social. Personas como estas, amargan a la gente, se sientan en su momento de rechazo más profundo y escriben. Escriben, demonios, todo hiede, todos menos yo, y eso los hace sentir mucho mejor”.
En un libro posterior, “I’m Glad You Didn’t Take It Personally”, el cual trató ampliamente de la reacción a “Ball Four”, Bouton agradeció a Young y Kuhn por agitar la controversia que hizo del libro un éxito.
Y fue un éxito, aunque Bouton no fue el primer atleta en publicar un recuento desde el interior de la vida del deporte profesional: “Instant Replay”, una crónica personal de la temporada de la National Football League de 1967, escrita por el defensor Jerry Kramer de los Green Bay Packers, lo había precedido. Bouton ni siquiera fue el primer pelotero en llevar y publicar un diario; Jim Brosnan, quien lanzó para cuatro equipos de ligas mayores, publicó: “The Long Season”, en 1960.
“Ball Four” no solo fue un éxito de ventas instantáneo y duradero, también ganó amplio reconocimiento como texto importante de la literatura deportiva. En 2002, Sports Illustrated lo colocó como número tres en su lista de los 100 mejores libros deportivos de todos los tiempos. Quizás más notable fue que en 1995, cuando la biblioteca pública de Nueva York celebró su centenario, incluyó a “Ball Four” como el único libro deportivo entre 159 títulos en su exhibición “Books of the Century”.
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James Alan Bouton nació en Newark el 8 de marzo de 1939, en el hogar de George Bouton, ejecutivo de negocios quien vendía ollas de presión para ese momento, y Trudy Vischer, su apellido de soltera. La familia vivió en los suburbios Rochelle Park y Ridgewood de Nueva Jersey hasta que Jim era un adolescente y su padre aceptó un trabajo en Chicago.
Jim jugó pelota en la American Legion, aun entonces lanzaba la bola de nudillo de vez en cuando, y se graduó en la Bloom High School de Chicago Heights, Ill. Pasó un año en Western Michigan University antes de ser firmado por los Yanquis en diciembre de 1958. Llegó a las grandes ligas en 1962.
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Fue “Ball Four” lo que estableció la reputación pública de Bouton como rebelde de decoro beisbolero, pero desde el comienzo fue un tipo extraño en el juego. Su carrera tuvo un arco extraño. Disfrutó un breve estrellato con los Yanquis a principios de los años 1960 como pitcher derecho con una recta y una curva que lanzaba por encima del brazo, con un movimiento violento que frecuentemente le hacía perder la gorra, una idiosincrasia que se convirtió en marca de fábrica.
Aun como pelotero joven, tenía una pugnacidad y voluntad por hablar de su mentalidad liberal, más notablemente con los reporteros, a quienes otros Yanquis tenían el hábito de desdeñar, y de temas como la guerra de Vietnam, las protestas estudiantiles y los derechos civiles, lo que erizaba a sus compañeros de equipo y los ejecutivos de los Yanquis.
“Después de dos o tres años de jugar con tipos como Mantle y Maris”, recordó Bouton en “I’m Glad You Didn’t Take It Personally”, “Ya no estaba emocionado. Empecé a mirar a esos tipos como personas y no me gustó lo que vi. Eran buenos como héroes del beisbol. Como hombres no eran exitosos. A la vez me parece que empecé a tratar a las personas de la manera equivocada. En vez de ser el novato divertido, era el veterano sabio. Llegué al punto donde discutía para apoyar mi opinión y eso no caía muy bien”.
Aún así, las tres primera temporadas él lanzó para unos Yanquis ganadores de banderines, como equipo, con estrellas como Mantle, Maris y Ford, completó una seguidilla de cinco títulos de la Liga Americana en fila.
En 1963 tuvo marca de 21-7, lanzó un inning en blanco en el juego de las estrellas, y en la Serie Mundial perdió una decisión 1-0 ante Don Drysdale y los Dodgers de Los Angeles en el tercer juego de la barrida de los Dodgers. En 1964, su registro fue de 18-13 y ganó dos juegos ante los Cardenales de San Luis en la Serie Mundial (aunque los Yanquis perdieron esa serie también).
Aquellos fueron días de gloria. Los problemas en el brazo lo afectaron después de eso, tuvo marca de 4-15 en 1965 mientras los Yanquis resbalaban hasta el sexto lugar. Y para 1968 era negociable, los Yanquis lo vendieron a los Angels de Seattle, entonces un equipo de ligas menores que se graduaría (como Pilotos) en las grandes ligas el año siguiente.
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Además de su esposa, a Bouton, quien vivía en el oeste de Massachusetts, le sobreviven dos hijos, Michael y David (quien fue adoptado de Corea desde niño y fue llamado Kyomg Jo al inicio de “Ball Four”) dos hijastros; y seis nietos: Alexandria Bouton, Jack Bouton, Georgia Kurman, Annabel Kurman,, Skyler van der Hoeven y Aspen van der Hoeven. Una hija, Laurie, falleció en un accidente automovilístico en 1997.
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La notoriedad ganada por “Ball Four” impulsó a Bouton a muchos otros episodios del escenario público. Por un tiempo fue narrador deportivo de los canales televisivos de Nueva York. Fue delegado de Nueva jersey para George McGovern en la convención nacional demócrata de 1972. Apareció como asesino en el drama criminal de Robert Altman de 1973, “The Long Goodbye”, una adaptación de la novela de Raymond Chandler protagonizada por Elliot Gould como Philip Marlowe. Y apareció en una fugaz serie televisiva basada en “Ball Four”, solo duró cinco episodios en 1976.
Con Eliot Asinof, mejor conocido como el autor de “Eight Men Out”, un recuento del escándalo de los Medias Negras de 1919, Bouton escribió “Strike Zone” (1994), una novela de argumento pesado y melodramático acerca de un árbitro en medio de un dilema moral: Debe decidir si afectar el resultado de un juego para ayudar a un hombre que una vez salvó su vida y ahora está en problemas con los pandilleros.
Bouton también escribió un libro, “Foul Ball” (2005), acerca de su esfuerzo quijotesco por salvar un Viejo estadio en Pittsfield, Mass. Eso le inspiró para ayudar y promover a la Vintage Base Ball Federation, la cual organiza juegos que se efectúan de acuerdo a las reglas del siglo 19, mediante versiones de aficionados beisboleros obtenidas de estudiosos de la guerra civil.
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“Ball Four” fue publicado durante la temporada de 1970 mientras Bouton estaba con los Astros, pero tenía un año pobre, y después de ser bajado a las menores, se retiró.
Pero Bouton no bromeaba en “Ball Four” cuando decía que se sentía miserable al ser incapaz de satisfacer sus ansias de competencia. Así que jugó pelota semi profesional por varios años, e intentó un poco probable regreso, perseveró con estadías en equipo de ligas menores en Durango, México; Knoxville, Tenn.; Savannah, Ga.; y Portland, Ore., donde se convirtió en el primer inversionista en Big League Chew, goma de mascar que buscaba emular al tabaco masticado, inventada por un compañero de bull pen, Rob Nelson.
Finalmente en septiembre de 1978, Ted Turner, para entonces dueño del entonces descolorido equipo Bravos de Atlanta, llevó a Bouton a su roster de grandes ligas, donde a la edad de 39 años, ocho años después de su primer retiro, inició cinco juegos y ganó uno (perdió tres), en trabajo de seis innings sin permitir carreras limpias ante los Gigantes de San Francisco.
Terminó su carrera (finalmente) con marca de 62-63 y una respetable efectividad acumulada de 3.57. Para entonces también había probado la validez de las líneas finales de “Ball Four”, quizás la oración más conocida y resonante del libro, una explicación de por qué entendía la frustración y lunaticidad acerca de lo que había escrito, un encapsulamiento del impacto del deporte en el atleta.
“Pasas buena parte de tu vida apretando una pelota de beisbol, y al final resulta ser que es la pelota la que te aprieta”.
Jacey Fortin contribuyó como reportera.
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Traducción: Alfonso L. Tusa C. 12 de Julio de 2019.
lunes, 8 de julio de 2019
A Ochenta Años de distancia, las Palabras de Lou Gehrig Reverberan.
Hay pocos registros del discurso conocido como el Gettysburgh Address del beisbol, pero está esa película.
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Richard Sandomir. The New York Times. 3 de Julio de 2019.
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Lou Gehrig finalmente había llegado al clubhouse de los Yanquis esa tarde, sudado y extenuado, había pronunciado su discurso con una elocuencia tan simple que un día sería llamado el Gettysburg Address del beisbol.
Lou había llorado mientras hablaba, como lo hicieron muchos de los casi 62.000 asistentes a Yankee Stadium aquel 4 de julio de hace 80 años.
De vuelta en la comodidad del clubhouse rodeado de compañeros y reporteros, preguntó, “¿Estuvo necio mi discurso?” Esa fue la pregunta de un hombre humilde que tuvo una respuesta simple: no lo fue.
La mayor parte de ese discurso ya no existe en forma de grabación intacta; la pobre preservación de la película solo dejó cuatro líneas supervivientes.
La apertura, “En las pasadas dos semanas han estado leyendo acerca de un de un mal momento”, lleva a la declaración de “el hombre más afortunado”, la cual fue movida para el final de “The Pride of the Yankees”, la película de 1942 acerca de Gehrig, protagonizada por Gary Cooper, para darle un impacto dramático. En otro extracto del discursos, se refiere a sus compañeros de equipo de 1939 como “hombres bien parecidos” quienes están “uniformados en el estadio hoy”. Y su última frase también sobrevivió: “Y pude haber tenido un mal momento pero tuve mucho por vivir”.
Si pensamos que conocemos el discurso completo, es debido a la versión que Cooper pronunció en “Pride”, la cual fue obtenida de lo que la esposa de Gehrig, Eleanor, recordaba del 4 de julio de 1939, y de las grabaciones que no se habían dañado todavía o habían sido descartadas. Cooper se había convertido en Gehrig, no porque se pareciese a él o pudiera jugar pelota como él, sino porque sabía muy bien como interpretar a los hombres de dignidad.
Aunque no hubo anuncio público de que él hablaría, Gehrig planeó algunas ideas con Eleanor. Sin embargo cuando salió al campo no llevaba un papel. Si se le olvido en la casa o en el casillero sigue siendo un misterio. Si hubo un discurso escrito, es sorprendente que Eleanor no lo haya guardado en uno de los albumes que había llenado meticulosamente para registrar la carrera de él y sus preciosos años juntos.
Durante la ceremonia, Lou se paró con los brazos al frente, ajustándose la gorra. Su cabeza estaba gacha a menudo. Para el momento cuando le pidieron dirigirse a la multitud, hizo un gesto hacia el maestro de ceremonia, el periodista deportivo Sid Mercer, de que no diría una palabra. La emoción lo había afectado. “No le pediré que hable”, le dijo Mercer a la multitud. “No creo que debería hacerlo”.
Pero Gehrig accedió mientras los aficionados coreaban, “¡Queremos a Lou!”
De hecho, no hubo nada necio de parte del hombre de 36 años de edad de logros destacados, forzado a retirarse del beisbol por la entonces poco conocida enfermedad llamada esclerosis lateral amiotrófica, al decirle al mundo:
“Hoy, me considero el hombre más afortunado en la faz de La Tierra”.
La actuación de Gehrig ese día como orador fue tan destacada como cualquiera que haya tenido como pelotero, que ya es decir bastante: tuvo un promedio de bateo de .340, 493 jonrones, 1.995 carreras empujadas y un OPS vitalicio de 1.080, tercero en la historia de las grandes ligas detrás de Babe Ruth y Ted Williams. Participó en 2.130 juegos seguidos hasta el 30 de abril de 1939, cuando reconoció que su una vez poderoso cuerpo lo había traicionado con crueldad.
Se mantuvo, lo suficientemente vacilante para que el manager Joe McCarthy temiese que se pudiera caer, en el calor veraniego entre los juegos de una doble cartelera donde los Yanquis rivalizaban con los Senadores de Washington.
Gehrig lucía solitario, hasta desolado, una figura íngrima en el cuadro interior, rodeado por compañeros de equipo retirados de los Yanquis de 1927 e integrantes del equipo en ese momento quienes se las habían arreglado brillantemente sin él, con Babe Dahlgren ahora como primera base. Tuvieron marca de 51-17, en ruta a un registro de 106-45 y una barrida a los Rojos de Cincinnati en la Serie Mundial.
Ahora ese era el equipo de Joe DiMaggio.
Sin embargo, por casi una hora, el foco regresó a la estrella del Lou Gehrig Appreciation Day. Le ofrecieron obsequios. Hubo discursos de McCarthy, el alcalde de Nueva York, Fiorello LaGuardia; y el General James Farley.
Todo ese tiempo, Gehrig esperaba, como invitado de honor en un funeral en vida.
Luego de unas palabras de aliento susurradas por McCarthy, quien adoraba a Gehrig, Lou se presentó ante los micrófonos.
Cuando ese momento fue descrito por los guionistas Herman Mankiewicz y Jo Swerling casi tres años después en su guión para “The Pride of the Yankees”, ellos escribieron: “El rugido de la multitud es como la nota sostenida de un poderoso órgano. Lou esperaque eso pase pronto, pero eso no ocurre. Para él, esto es tanto una crucifixión como un triunfo, porque sabe que tendrá que morir dos veces y quizás lo peor para él es esa pequeña muerte conocida como adiós”.
Si las palabras de Mankiewicz y Swerling tocaron una cuerda hiperbólica, las de Gehrig no. Ellas estuvieron llenas de gratitud por las personas de su vida: Eleanor, sus padres, su suegra, sus managers con los Yanquis, su compañero de habitación Bill Dickey, los Gigantes de Nueva York y los cuidadores del terreno del estadio.
Ambas versiones del discurso, la real y la imaginaria, implican una pregunta: ¿Qué motivaría a un hombre quien ha recibido el diagnóstico de una terrible enfermedad para solo hablar de la buena fortuna y las personas a quien les debía agradecimiento?
Gehrig ofreció alguna perspectiva más adelante ese año después que había comenzado a trabajar como miembro de la New York City’s Parole Commission. Conn su condición deteriorándose rápidamente, Gehrig firmó su nombre en un artículo sindicado (escrito con apoyo) donde explicaba lo que él sentía era una vida de agradecimiento: por sus padres, por integrar el equipo de futbol americano de su escuela secundaria, por asisitir a la universidad, por firmar con los Yanquis, por Eleanor.
En palabras que recordaron el discurso, escribió: “Este verano tuve una mala noticia. Los médicos dijeron que no podía seguir jugando beisbol. Todo bien. Todavía soy el hombre más afortunado de La Tierra al hacer un balance. Todavía tuve una larga temporada de vida para jugar, y mi equipo, Estados Unidos, es absolutamente el mejor de la liga. Eso es lo que cuenta”.
Esa temporada de vida fue muy corta, Gehrig falleció el 2 de junio de 1941.
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Richard Sandomir es el autor de “The Pride of the Yankees: Lou Gehrig, Gary Cooper y la Elaboración de un Clásico”.
Richard Sandomir es un escritor de obituarios. Previamente escribió de deportes y negocios deportivos en los medios.
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Traducción: Alfonso L. Tusa C. 06 de julio de 2019.
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