sábado, 29 de junio de 2013
Cinco décadas de aquella épica Marichal versus Spahn
Cuando se habla de “especie en extinción” de inmediato se piensa en tigres, osos, cardenalitos, canguros, caimanes, koalas, corales, línces, ballenas, pinguinos, tortugas, orangutanes, elefantes, albatros. En otros ámbitos de la vida humana son notorias las ausencias de personas responsables, respetuosas, sentimentales, con sentido común, dispuestas a buscar soluciones y hasta de las polémicas. Los animales desaparecen por actitudes destructivas de los seres humanos. Ciertas características humanas se desvanecen por dejar de practicarlas. En el béisbol los pitchers cada vez lanzan menos y muchos bateadores quieren halar la pelota en todos los turnos.
Hubo una época cuando los lanzadores lanzaban 9 innings con toda normalidad y a veces lanzaban 10, 12 y hasta 16 innings, como aquella noche del 02 de julio de 1963 en el Candlestick Park de San Francisco. Un joven Juan Marichal subió al montículo de los Gigantes, en la trinchera de los Bravos de Milwaukee un zurdo de 42 años años lanzaba la serpentinas. Warren Spahn enfrentaría entre otros a Willie Mays, Willie McCovey y Orlando Cepeda. Marichal se las vería con Hank Aaron y Eddie Matthews, todos en rumbo al Salón de la Fama de Cooperstown. Todos entregando el alma en el terreno. Marichal y Spahn soltarían la pelota sin conteos, ni correderas desde el dugout al mínimo gesto, ni excusas de que sus compañeros no los respaldaban con el bate. Jim Kaplan, en su libro "El mejor juego pitcheado de todos los tiempos" ilustra el desafío mediante otros duelos como el juego perfecto de Addie Joss de Cleveland con pizarra de 1-0 ante los Medias Blancas de Chicago y Ed Walsh el 2 de octubre de 1908, el empate 1-1 en 26 innings, escenificado en 1920, entre Joe Oeschger de los Bravos de Boston y Leon Cadore de los Dodgers de Brooklyn, el juego perfecto de 12 innings de Harvey Haddix en 1959 que perdió en el episodio 13; y el perfecto de Sandy Koufax en 1965 en el cual el pitcher perdedor Bob Hendley de los Cachorros de Chicago permitió un solo imparable y dos corredores.
Los dos lanzadores tenían el estilo de levantar la pierna para hacer más efectivos sus lanzamientos y también fueron influenciados por un familiar y por el ejército. Spahn recibió las primeras lecciones de pitcheo de su padre Edward “Control, control, control”. “ ‘Si vas a lanzar una pelota de beisbol’ él solía decirme, ‘apunta hacia alguna diana, no lances por lanzar’””. Marichal se enamoró del juego cuando tenía que ir a buscar a su hermano mayor en un caballo, Gonzalo jugaba shortstop y Juan lo acribillaba a preguntas sobre el juego cuando regresaban a casa. Spahn combatió en la segunda guerra mundial en 1944, tenía heridas de bala en el estómago y el cuello. Marichal primero quería ser campocorto como Gonzalo, más cuando vio lanzar a Bombo Ramos el héroe nacional de República Dominicana decidió ser pitcher y así fue como encontró la oportunidad de jugar beisbol profesional. Como lanzador del equipo amateur de Manzanillo venció 2-1 al equipo de la Aviación de la Fuerza Aerea dominicana. Luego fue a un campeonato juvenil en México en un equipo donde destacaban Manny Mota y Matty Alou.
Candlestick Park fue el hogar de los Gigantes por mucho tiempo a pesar de la brisa fría que soplaba de la bahía. Debe su nombre a l parque natural Candlestick Point donde se encuentra ubicado. El parque a su vez debe su nombre a un pájaro marino casi extinguido llamado "candlestick", a las rocas y los árboles con forma de candelabro.
Spahn, 42, llegó al juego con marca de 11-3, había implantado recientemente la marca de todos los tiempos de 328 victorias para un pitcher zurdo y no había concedido un boleto en los últimos 18.1 innings. Marichal, 25, tenia marca de 12-3 con 2.38 de efectividad y había lanzado sin hits ni carreras ante Houston hacia 17 días. Se podía respirar el ambiente de duelo de pitcheo en cada pelota que estallaba en el plato. Marichal estaba entre los primeros del equipo regular de los Gigantes que se asomó a las escaleras del dugout, a un silbido del manager Alvin Dark arrancaron en tropel hacia el campo, el pitcher dominicano corrió hacia el montículo con toda la energía de un joven de 26 años. En el cierre de aquella primera entrada Spahn soltó la toalla que tenía en el hombro sobre el banco, agarró su guante y avanzó paso a paso hasta hincar los spikes sobre la goma de lanzar y soltar la pelota hacia la mascota del receptor Del Crandall.
Cada alma recostada en los asientos del Candlestick Park o adherida a la corneta de algún transistor trataba de controlar los latidos del corazón, sabían que tanto un pitcher como el otro era capaz de convertir la pelota en un mingo invisible. Nadie se atrevía apostar quién ganaría. El zurdo de más victorias, ante uno de los ases de la generación de relevo, capaz de retar a Sandy Koufax y confrontar a Bob Gibson, Don Drysdale o Jim Maloney.
Hubo algunos intentos de anotar carreras temprano en el juego. Del Crandall de los Bravos se embasó mediante un error de dos bases con dos outs en el segundo inning. ¿Un hombre en posición anotadora con dos outs era un peligro para Marichal? Difícilmente. Gaylord Perry, entonces un joven pitcher que veía el juego desde el dugout de los Gigantes, aprendía mucho observando a Marichal y hablando con él. Perry no estaba preocupado. “Solía hacer una pequeña apuesta en el dugout consistente en que a Juan no le podían anotar una carrera con hombre en tercera y dos outs”, dijo él. Seguro, Marichal dominó a Roy McMillan con elevado al jardín central.
En el cuarto inning, Marichal hizo out a Aaron con elevado a la izquierda y ponchó a Matthews. Entonces Norm Larker negoció boleto y Mack Jones sencilleó al centro. Con dos outs y dos en circulación Del Crandall metió una línea bajita al centro. Mays decidió tomar la pelota de un bote antes que zambullirse y reventó a Larker en el plato en “un movimiento asombroso” de acuerdo a Bob Stevens del San Francisco Chronicle.
Marichal estaba metiendo el brazo y el alma y cuando algo le fallaba sus compañeros lo respaldaban con sus guantes. Veamos como respondía Spahn.
Con dos outs en la parte de arriba del séptimo, Spahn, cuyos 35 jonrones de por vida están entre los primeros en la historia para un pitcher, casi bateó uno. Su estacazo rebotó en la pared del jardín derecho y se apuntó un doble., luego se quedó varado allí.
Spahn sobrevivió a un casi jonrón en el cierre del noveno inning cuando Willie McCovey largó una conexión inmensa que pareció pasar sobre el poste del jardín derecho en territorio bueno. Así lo creyeron los Gigantes. Tambien los aficionados y la mayoría de los presentes en el palco de prensa. Pero el árbitro de primera base Chris Pelekoudas dijo que la pelota pasó en foul. Nueve innings sin carreras.
Para ese momento, Spahn había permitido sólo cinco imparables sin boletos, un ponche. Marichal había recibido 6 imparables, 3 boletos y 4 ponches.
Nadie se movía en Candlestick Park, parecía que una bandada de candlesticks sobrevolaba el estadio y todos querían ver hacia donde se dirigían y cada cuanto tiempo lanzaban graznidos o cambiaban el sentido de su formación.
Cuando Spahn permitió solo dos imparables (y sorprendió a uno de los corredores en primera) y Marichal sólo uno entre los innings 10 y 13, la gente sabía que ambos pitchers se mantenían en buenas condiciones. Cuando no lanzaba,Marichal se sentaba en el banco a masticar chicle Bazooka y estudiar a su rival. Luego corría al montículo, era lo mejor para mantener el brazo caliente. Por su parte, Spahn solía salir del campo para encontrarse con su compañero Lew Burdette y fumarse un Camel sin filtro detrás del dugout. Pero Burdette había sido cambiado a los Cardenales de San Luis, así que Spahn, probablemente se iba sólo a prender su cigarrillo, así obtenía fuerza de la nicotina como un personaje de Faulker en Absalom, Absalom. Luego se dirigía lentamente a lanzar.
Ni que pensar en conteo de lanzamientos, mucho menos en dolores en el brazo. Cada pitcher tenía tizones en las pupilas y su mirada traspasaba los movimientos del rival. Cuando el último out de cada inning aun descansaba en la garganta de los árbitros el otro pitcher se levantaba del asiento y apuraba el paso hacia el montículo, era un ardor en las manos y los brazos por salir a seguir dando lo mejor.
El manager de San Francisco Alvin Dark le preguntó varias veces a Marichal si quería que lo sacara del juego. “Alvin ¿ves a ese hombre que lanza para el otro equipo?”, le respondió Marichal. “Él tiene 42 años y yo 25, no puedes sacarme del juego mientras ese hombre siga lanzando”.
Spahn parecía acabado en el cierre del décimocuarto episodio antes de salir de un enredo de bases llenas. El décimoquinto lo retiró a paso de conga, y Marichal sacó sin problemas la parte de arriba del décimosexto. Spahnlanzó una screwball tras otra antes de dominar a Harvey Kuenn con un elevado para iniciar el cierre de ese inning. Tenía exactamente 200 pitcheos, y Spahn se mantenía fuerte. El próximo bateador era Willie Mays.
Eran las 12:30 a.m del 03 de julio. Aunque se había ido de 5-0, habiéndose embasado solo mediante un boleto intencional, Mays le prometió al agotado Marichal, quién había lanzado 227 pitcheos, que terminaría el juego que había sido rico en jugadas defensivas y errores, bases robadas y sorprendidos en las bases, de todo menos una carrera.
Ahora, un gran hombre enfrentaría a otro para terminar el juego. El viento se había degradado a una suave brisa. Entremetidas entre la intensidad del juego, las luces de ambos lados del estadio reflejaban varias sombras sobre cada participante, Candlestick por una vez proyectaba una calma de otro mundo.
El primer envío de Spahn para Mays fue otro screwball. De inmediato, Spahn supo que estaba en problemas. Antes que rotar fuera del alcance del bateador, la pelota se colgó ante Mays, tan jugosa y tentadora como una lustrosa manzana en un árbol. Mays descargó su swing característico. En una restrospectiva de Sports Illustrated cuarenta años después, el difunto Ron Fimrite, quién vio el juego como un reportero de noticias del Chronicle, lo calificó como el mejor juego que vio en su vida, describió el batazo de Mays así: “fue un arco alto a la izquierda, donde, luego de flotar en el cielo nocturno por lo que pareció una eternidad, aterrizó más allá de la cerca”.
Nunca el contraste victoria-derrota fue más intenso. Spahn descendía cabizbajo con el guante colgando de su mano derecha y la barbilla embutida en el pecho. Marichal saltaba y se abrazaba con Mays en el dugout. Silencio y algarabía, saltos y lágrimas, dolor y sonrisas.
Esa especie de pitchers incansables, que se crecen a medida que pasan los innings y de bateadores que esperan el mejor lanzamiento, nos hace pensar de inmediato en osos, tigres, koalas caimanes, canguros, mamuts, dientes de sable y muchos candlesticks.
Alfonso L. Tusa C,
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