martes, 19 de noviembre de 2013
John F. Kennedy y el béisbol cincuenta años después
Varias veces te despertabas asustado, el carro negro descapotado avanzaba por una avenida llena de gente y un viento gélido que te hacía guarecer bajo la cobija. Imágenes borrosas en el blanco y negro del Zenith. Tu pdre conversaba de porque el ser humano siempre tenía una mano escondida en la espalda, ¿por qué no se podían poner todas las cartas sobre la mesa? Ese presidente nunca debió desaparecer aquel día. Tenía muchos proyectos en marcha, muchos retos encarados, mucha disposición a buscar la justicia. 22 de noviembre. Dealey Plaza. Dallas. Texas. Un laberinto de voces se metía en tus noches y varias veces salías corriendo sonámbulo hacia el patio de la casa. Al despertar sentías el frío de la tierra del patio en los pies y un dolor intenso en las sienes, habías impactado la frente contra el tallo de una mata de cambur.
Entre las visiones más contundentes que recuerdas de aquel magnicidio, aparece un dia de principios de abril de 1967. Dia inaugural en Yankee Stadium. Los Medias Rojas visitan a los Yanquis. Resulta inevitable imaginar a John F.Kennedy lanzando la primera pelota del juego como lo hiciera en juegos inaugurales de 1961, 1962 y 1963.
El carro descapotado seguía avanzando en Dealey Plaza: La voz de un niño perforaba el silencio. ¿Cuando vamos a jugar béisbol? Corría tras los pasos del hombre quién en 13 minutos tuvo la disposición de tomar el auricular para desmontar la violencia y el odio junto a su homólogo soviético Nikita Krushev. La voz pausada, la humildad suelta en la mano izquierda y la continuidad de objetivos y búsquedas de victorias conjuntas. Habían apagado el fuego nuclear. Los falsos héroes se templaban las barbas y apelaban a nuevas excusas. La mirada profunda en medio de la sonrisa desnudaba la deuda de no haber asistido a Fenway Park. Ahora apretaba los ojos al ver al niño cabizbajo. Los Yanquis habían vencido a los Medias Rojas en Boston y levitaba entre aquel murmullo de Dallas y los brazos extendidos del niño.
Siempre que había alguna información sobre el episodio de Bahía de Cochinos escuchaba la versión de la "izquierda humanista" y la victoria ante el gigante yanqui. Mucho tiempo después entendiste mejor una de las pocas expresiones que le escuchaste a tu padre sobre el tema. "Nunca creas a pie juntillas lo que diga una versión de la historia. Investiga. Registra hasta el último rincón". Muchos reconocen que la decisión de Kennedy de sólo respaldar con alguna logística el intento de invasión de algunos exilados de la revolución cubana, fue apropiada aun cuando había razones para participar activamente por cuanto la "revolución" había escamoteado bienes de particulares norteamericanos bajo la figura de "expropiaciones" que recuperaban esos bienes para el pueblo cubano.
Hace unos meses conseguiste un libro que proyectó la marcha de aquel carro descapotado, nítida, lenta, serena. Leíste la contraportada y escuchaste muchos gritos en la distancia. El miedo y el desespero empujaban en los pasos del niño que veía la pelota resbalar entre los resquicios de las luchas por los derechos civiles de los negros y la prosecución de las investigaciones en pos de hacer que los grupos poderosos, entre ellos los de Texas, cancelaran los impuestos que debían al estado. La pelota rebotaba en el aire, se estrellaba contra la barda del jardín central, el niño la perseguía y llegaba hasta la zona de seguridad. Gritaba y miraba hacia la segunda base como aquel atardecer de abril de 1967 cuando Jackeline Kennedy asistió junto a su hijo John Kennedy Jr. a ver el juego inaugural en Yankee Stadium, los Medias Rojas de Boston con Billy Rohr en el montículo enfrentaban a un Whitey Ford en su temporada final.
Mucho tiempo llevaste aquel libro contigo a todas partes, indagaba con fruición entre la polvareda levantada aquel 22 de noviembre. El último testigo de William Reymond y Billie Sol Estes. Hojeando esas páginas desmadejaste el horror descargado aquel mediodía en Dealey Plaza. Todo iba más allá del francotirador y de quién lo había contratado. Los tentáculos del poder más inmenso movían un escenario que se movía desde mucho antes. Ahora entendías el semblante de tu padre con signos de larga historia de contar. Historia de traición y mafia desde lo más profundo de una institución. El espíritu de John F. Kennedy siempre rondará en todos los proyectos por concluir y logrados y en la esencia de un país marcado por el béisbol, quizás por esa razón de seguro estaba muy cerca de su hijo cuando Billy Rohr estuvo a punto de lanzar un no-hitter en Yankee Stadium aquella noche de abril de 1967.
Alfonso L. Tusa.
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