viernes, 14 de agosto de 2015

Esquina de las Barajitas: Lou Piniella.

11-12-2009. Bruce Markusen. Sigo oyendo rumores de que Lou Piniella estará dirigiendo a los Cachorros por última vez la próxima temporada. El anuncio de esta semana de que la antígua estrella de los Cachorros, Ryne Sandberg, dirigirá el equipo filial AAA de la organización en Iowa le ha dado más intensidad a esta especulación. Unos cuantos en la ciudad de los vientos creen que Sandberg, un popular inquilino del Salón de la Fama, está siendo cortejado para reemplazar a Piniella luego de la temporada de 2010, cuando termina su contrato de tres años. Dudo poco que Piniella dejará de tener otro trabajo como manager en otro lugar, lo cual encaja con una de los personajes más apasionados y pintorescos del juego. Con amor u odio, Piniella debe continuar trabajando en algún lugar del beisbol, para prolongar una carrera que empezó como jugador a principios de los años ’60. Piniella es mejor recordado como pelotero por sus días con los Reales y Nueva York, pero empezó sus andanzas en Grandes Ligas en otro lugar. ¿Quien recuerda a Piniella como miembro de los Orioles e Indios? Yo no, pero The Baseball Encyclopedia y Baseball Reference me ilustran sobre ese otro lado. Lou jugó breves pasantías en Baltimore y Cleveland y también pasó algún tiempo con la organización de los viejos Senadores de Washington antes de ser tomado por los Pilotos de Seattle en el draft de expansión de 1968. Piniella bateó bien con los Pilotos durante el entrenamiento primaveral de 1969, pero su temperamento y actitud preocuparon a la jerarquía de la franquicia de expansión. Justo antes del día inaugural, los Pilotos negociaron a Piniella hacia otro equipo de expansión, los Reales, quienes entregaron a los poco recordados Steve Whitaker (jardinero) y el pitcher derecho John Gelnar. Los Pilotos debieron conservar a Piniella; como jardinero izquierdo regular de los Reales, bateó .282 con 11 jonrones y 68 carreras empujadas, lo suficientemente bueno para ganar el Novato del Año de la Liga Americana en una temporada floja para los jugadores de primer año. (Lou hasta jugó cuatro encuentro en el jardín central, lo que debió haber sido una buena imagen a observar). La reputación de Piniella como “Sweet Lou” empezó a formarse cuando Jim Bouton reveló pasajes de sus días con los Pilotos en Ball Four. Como es común con muchos apodos, los orígenes de “Sweet Lou” derivaron de la teoría de los opuestos. Como el tipo de 200 kilos a quien llaman “Pequeño”, o al perpetuo hombre gruñón a quien llaman “Feliz”, ambos, amigos y detractores de Piniella se referían a él como “Sweet Lou” debido a sus modales ácidos, sarcástico sentido del humor y a sus explosiones temperamentales. Sobre el terreno, sus despliegues de rabia, incluyendo incidentes lanzando cascos y levantando polvareda con los pies, algunas veces alcanzaban proporciones cómicas. Siempre expresivo, él a veces mostraba rostros extraños en el plato, como se evidencia en esta barajita Topps de 1974. Sweet Lou en realidad no jugó la temporada de 1974 en Kansas City. Después de la campaña de 1973, el gerente general de los Yanquis, Gabe Paul envió al envejecido relevista Lindy McDaniel a los Reales por Lou Piniella, quién había caído a un promedio de bateo de .250 y a un porcentaje de embasado de .291 durante su temporada final en Kansas City. Paul pensaba que Piniella había tenido un mal año, nada más. Piniella encajaba precisamente en las necesidades de los Yanquis, dada su alineación cargada de zurdos, al proveerles un jardinero y bateador designado semiregular quien jugaría contra los pitchers zurdos y ocasionalmente contra los derechos. En tres de sus primeras cinco temporadas con el uniforme de rayas, Piniella bateó por lo menos .305 mientras llenaba las necesidades diarias en el jardín izquierdo, jardín derecho y batedaor designado. Se convirtió una una pieza complementaria vital para los equipos de campeonatos mundiales de 1977 y ’78, terminando con su milagrosa atrapada de una línea en el sol de Jerry Remy en el famoso juego de desempate de 1978. Además de su atrapada de un salto de la línea de Remy, recordaré dos aspectos del juego de Piniella sobre los otros. Primero, el tenía uno de los mejores swing hacia la banda contraria de cualquier bateador que haya visto. Mientras tomaba posición en la caja de bateo, mantenía las manos atrás, casi envueltas detrás del hombro derecho. Con su hombro izquierdo encimada hacia el plato y su espalda de frente al pitcher, Piniella empujaba la pelota hacia el jardín derecho con la misma clase de facilidad y precisión que la mayoría de los bateadores reserva para halar la pelota. Luego estaba su eficiencia en el campo. Aunque carecía de velocidad y solo tenía un brazo promedio, Piniella tenía manos de terciopelo. Si alcanzaba un elevado, lo atrapaba. Y cada vez que golpeaba el puño dentro de su guante, esa era su marca en la defensiva, estaba segura de hacer la jugada. El swing de líneas de Piniella y sus manos seguras representaban lo mejor de sus talentos. Pero tenía sus críticos, el difunto Clete Boyer estaba entre ellos, esos que sentían que él estaba muy sobrevaluado. Piniella no bateaba con mucho poder, raramente negociaba boletos, y corría las bases deficientemente, a veces con atrocidad. (En su libro, Ron Luciano escribió acerca de cómo Piniella una vez “corrió” para la escalera, y ¡fue puesto out en todas las cuatro bases en el mismo jugo!) La mayor parte del talento de Piniella estaba relacionado a su promedio de bateo. Si bateaba .300 o más, él podía ayudar, pero si bateaba menos, estaba malgastando turnos al bate que podía haber aprovechado Roy White (un pelotero muy superior a él en todos los terrenos) o Cliff Johnson (quién tenía mucho más poder). Mientras estuvo con los Yanquis, Piniella también aumentó su reputación como Sweet Lou. Lols narradores de los Yanquis, Bill White y Phil Rizzuto a menudo bromeaban con Piniella por sus arranques de furria en el campo y su creciente tendencia a lucir y sentirse irritado. Aún así, Piniella encajó bien en un turbulento clubhouse de los Yanquis, donde congeniaba con Thurman Munson, otro jugador conocido por arranques temperamentales que a menudo terminaban en gruñonería. Cuando conocí a Piniella ya no era jugador, habían pasado tres años después de su retiro. Para entonces, él era manager de los Yanquis, uno de muchos sucesores de Billy Martin. En 1987, los Yanquis de Piniella se enfrentaron a los Bravos en el juego del Salón de la Fama aquí en Cooperstown. Además de recordar el episodio de Claudell Washington y Rickey Henderson en el Hotel Sheraton de Utica (esa es una historia que debe esperar para otro día), mi mayor memoria de ese fin de semana tuvo que ver con Piniella. Al cubrir el evento para Radio WIBX en Utica, yo tenía la tarea de hacer las entrevistas en el terreno de juego antes del juego. Escogí a Piniella como una de mis principales entrevistas, me dirigí hacia donde estaba él a través de una armada de distintos medios de comunicación que atiborraban Doubleday Field; pronto hicimos contacto visual. Mientras me acercaba, la expresión extraviada de Piniella se convirtió enrabia, seguida inmediatamente por un movimiento displicente con la mano. Me está diciendo que me vaya, me digo. Caramba, él ni siquiera sabe quien soy. De pronto dejó de pensar eso, al notar que Piniella estaba gesticulando hacia alguien más, alguien a quién el conocía. Aliviado de que no me hubiese despreciado, yo estaba completamente intimidado y renuncié a mi búsqueda de Sweet Lou. Piniella no regresó a Cooperstown hasta 2008, cuando sus Cachorros estaban programados para enfrentar a los Padres en el juego final del Salón de la Fama. Los dos equipos nunca llegaron a jugar, el juego fue cancelado luego de varias precipitaciones lluviosas. Desafortunadamente, Piniella aportó la otra desilusión del día. Durante el desfile antes del juego que hizo su recorrido por Main Street, Piniella hizo obvio que deseaba estar en cualquier lugar menos en Cooperstown, exteriorizando algunos comentarios negativos que había hecho temprano sobre tener que viajar al norte de Nueva York con sus Cachorros en medio de una carrera por el banderín. De acuerdo a mis espías, un número de fanáticos gritó “¡Lou, Lou!” esperando que Piniella saludaría o sonriera. En lugar de eso, continuó lejano, manteniendo un ceño fruncido que reflejaba su disgusto por tener que venir a Cooperstown. A pesar de mi disgusto con la actitud displicente de Piniella hacia el juego del Salón de la Fama, me gusta como manager. Excepto por Tampa Bay, él ha logrado consistentemente registros ganadores, aún para equipos con historia reciente de descalabros. En 2008, Piniella guió a los Cachorros a la postemporada por segunda otoño seguido (aunque el equipo salió temprano del playoff por segunda oportunidad seguida). Es sorprendente el impacto que él sigue teniendo en la ofensiva de sus equipos, sea en Nueva York en los ’80, Cincinnati y Seattle en los ’90, o ahora en la ciudad de los vientos. Cuando Piniella llegó a los Chicago, los Cachorros tenían una ofensiva que solo podía ser descrita como debajo del promedio. Ellos no negociaban boletos, no se embasaban, y no anotaban carreras. Para 2008, la filosofía de Piniella había empezado a funcionar. Dejando a un lado a Alfonso Soriano, casi todos los bateadores de Chicago trabajaron la cuenta con capacidad ese verano. Los jóvenes como Geovany Soto destacaron con Piniella, como lo hicieron los veteranos como Jim Edmonds. Hasta los peloteros utilitarios como Mark DeRosa, Mike Fontenot, Reed Johnson hicieron amplias contribuciones. No es sorpresa que los Cachorros anotaran 855 carreras, colocándose bien delante de los otros equipos de la Liga Nacional. En pocas palabras, las carreras anotadas se tradujeron en victorias para los Cachorros, tal como lo hizo Piniella tiempo atrás con los Yanquis, Rojos y Marineros. (Desafortunadamente, la influencia de Piniella pareció perderse en los Cachorros este verano pasado, mientras su ofensiva se estancaba en medio de las lesiones, actuaciones deficientes y falta de paciencia). Así que con Piniella, se toma lo malo, los arranques temperamentales y los cambios de humor, con lo bueno. Durante el entrenamiento primaveral, Piniella armó otro de sus legendarios escándalos, esta vez dirigido al ahora desgraciado Steve Phillips, quien trabajaba en ESPN para el momento. El antiguo gerente general de los Mets había mencionado que la presencia de un manager impaciente como Piniella le hacía la vida más difícil a Kosuke Fukudome, un pelotero japonés quien enfrentaba una dioficil transición hacia la cultura estadounidense. Pensé que era un buen razonamiento de Phillips, pero Piniella lo tomó como una afrenta personal. Siempre habrá arranques de Piniella, ya sea en forma de ceños fruncidos hacia los medios, visitas al montículo para regañar a un pitcher descontrolado, o esos incidentes de pataletas con los árbitros. Probablemente veremos más de lo de arriba de Piniella por lo menos un verano más. Pero con Sandberg asomándose y los nuevos dueños del equipo a cargo, Sweet Lou puede sentirse como “Lame Duck Lou” en 2010. Traducción: Alfonso L. Tusa C. About Bruce Markusen Bruce Markusen is the manager of Digital and Outreach Learning at the National Baseball Hall of Fame. He has authored seven baseball books, including biographies of Roberto Clemente, Orlando Cepeda and Ted Williams, and A Baseball Dynasty: Charlie Finley’s Swingin’ A’s, which was awarded SABR's Seymour Medal.

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