viernes, 18 de diciembre de 2015

Recordando a Pancho Pepe Croquer a 60 años de su desaparición

Extracto de mi libro inédito, “Aquellas Voces Deportivas” Otra de las informaciones de mis hermanos se refería a que Delio Amado León fungió como narrador comercial de Pancho Pepe al inicio de su prolongada carrera como locutor deportivo. También escucharon que muchísimo antes que le gustaran los carros de carrera, Pancho Pepe había intentado adentrarse en las interioridades de lo que significa ser un pitcher de béisbol. Había escuchado de las hazañas del Patón Carrasquel, de los recursos de Vidal López, y también tenía algunas referencias de Grover Cleveland Alexander y de un pitcher sordo de los Gigantes de Nueva York , Luther Taylor quién a pesar de tener una buena recta, gustaba de sacar de paso a los bateadores con un envío en tirabuzón. Esto quizás animó a Pancho Pepe a montarse sobre el montículo. Su recta era muy débil. Siempre iba a los juegos para ver como hacían los pitchers para lanzar las curvas y se acercaba lo más que podía cuando decían que alguien estaba lanzando el tirabuzón. Lo más que llegó a lanzar algo parecido la pelota se cayó frente al plato. Por eso sus compañeros lo llamaban “bola de trapo”. Pancho Pepe empezó a considerar otros medios de acercarse al béisbol. Varias veces cuando salía del montículo o se quedaba sin jugar se iba a la raya del jardín derecho, hasta lo que en los momentos más supremos del Estadio San Agustín llamaban “El rincón de los músicos”, desde allá empezó a ensayar los poemas que empezaba a recitar en La Voz Aragua. Pronto las estrofas incluyeron, bolas, strikes, dobleplays y jonrones. En la medida que profundizó su conocimiento del béisbol subía hasta el cuadro, detrás del plato. El árbitro lo miraba con cara de pocos amigos. Entonces le dedicaba una línea en su poesía mientras encontraba el mejor ángulo para su narración. Muchas veces también se iba a la raya del jardín izquierdo. Su alta intuición muchas veces le permitía adivinar la estrategia de los managers. En una ocasión se encaramó en unos árboles ubicados detrás del right field y notó que a ese nivel podía apreciar el juego mucho mejor. Sus próximos recitales ocurrieron desde las tribunas. Otra de las grandes virtudes de Pancho Pepe residía en la emotividad que imprimía a sus narraciones pugilísticas. Mis hermanos casi tartamudeaban cuando referían lo que les habían contado sus tíos y abuelos. “Pancho Pepe Croquer traía el ring side a las radios de galena. Se sentían los escupitajos, los impactos de los guantes sobre la carne amoratada, las indicaciones del árbitro, los gritos de los entrenadores en las esquinas, el roce de las botas sobre la lona, los rebotes de las espaldas sobre las cuerdas”. Muchos dicen que si en el béisbol practicaba a declamar poesía, en el boxeo cantaba las óperas más dramáticas. Una de las peleas más memorables que transmitiera Croquer ocurrió en el Madison Square Garden de Nueva York el 11 de febrero de 1949. Estaba en juego la diadema de los pesos pluma. El ambiente de pólvora y candela que relumbraba en el escenario sacudía y aislaba a cada radioescucha. Sandy Saddler versus Willie Pep se enfrentaban por segunda vez. Antes de la pelea Pancho Pepe fue al ring side junto a Buck Canel. Le dio como siete vueltas al cuadrilátero. En cada vuelta hacía más estaciones por lado. Se agachaba. Se echaba hacia atrás. Miraba de reojo. Se subía a las esquinas y estiraba el cuello en todas direcciones. Se acostaba en la lona y enfocaba el techo. Levantaba las cuerdas y se quedaba con el cuerpo a medio entrar. Se alejaba siete ocho filas y hacía un rodeo. Luego corría y llegaba al lugar del time keeper. Apretó un botón y sonó un campanazo que hizo gritar a Canel. “Vamonos chico que parece que te hubieras metido 10 asaltos en simultanea con Pep y con Saddler. De verdad que estás eléctrico chico. ¿Qué desayunaste hoy?” Pancho Pepe entró al ring y saltó en cada una de las esquinas. Luego corrió hacía el centro e hizo unas calistenias mientras lanzaba unas miradas de hielo. Cuando sonó el primer campanazo, Buck Canel abrió la boca varias veces con una “o” en los labios. De ninguna manera narraba la pelea. Sólo observaba como Pancho Pepe anticipaba cada uno de los movimientos de Saddler, todos los amagues de Pep. En medio del intercambio de golpes más intenso, Pancho Pepe sabía cual golpe había causado tal cortadura y cual era la posición de los pies del boxeador cuando conectó un golpe crucial. Hasta en los descansos describía lo que decía cada entrenador en su esquina. Canel se lo quedaba mirando, parecía preguntar “¿Cómo sabes lo que están diciendo? ¡Estamos a más de cincuenta metros de distancia!”. Pancho Pepe sonreía y le guiñaba un ojo. Los que más sorprendía a Canel era todos los movimientos sorpresivos que ensayaban ambos púgiles. Pancho Pepe los narraba con naturalidad propia de quién ha presenciado la planificación del camerino. Pep terminó derrotando a Saddler en 15 asaltos donde la voz de Pancho Pepe rebotaba sobre todas las transmisiones apostadas en las adyacencias del ring side. El evento fue catalogado como la Pelea del Año por la revista The Ring. La dicción y las ocurrencias de Pancho Pepe hicieron que más de uno imaginara que ocupaba un asiento en ring side y podía apreciar cada detalle de los movimientos de los boxeadores. Cada vez que describía los avances de Saddler, los escuchas se pasaban las manos por las frentes, casi de inmediato regresaba como un trueno destacando las habilidades de Pep para pasar golpes y regresar a castigar con maestría. A medida que Pancho Pepe iba levantando la voz los aficionados se iban entonando alrededor del radio, sabían que los boxeadores estaban dando todo lo que tenían y los trazos de poesía y geografía se intercalaban en medio de la excitación y los empujones por permanecer cerca de las cornetas. Los gritos de los aficionados parecían el eco de Pancho Pepe a miles de kilómetros. Un ambiente de euforia reflejaba la intensidad de los gestos. Cada uno fijaba la mirada en un cuadrilátero que ubicaban a mitad de camino entre la calle y la acera. “Izquierda y derecha de Sadler. Pep pasa cada golpe. Su cintura semeja el fuelle de un acordeón. ¡Bárbaro gancho de derecha de Pep. Sadler sigue avanzando lo busca. No rehuye el combate. La hematoma de su pómulo izquierdo esta a punto de reventar y este gladiador avanza como si se acaba de afeitar. Tremendo jab a las costillas. Sadler lo busca con fruición, cual gato rabioso y calculador. Pep se cubre con los brazos. Se dobla hasta alejar de toda amenaza su plexo solar. Todo desde el majestuoso Madison Square Garden de Nueva York. Lo levantamos en medio de su sala, en la calle o cualquier lugar de reuniones, el ring side en sonidos y emociones”. Imágenes de sus días de “bola de trapo” llegaron a su mente cuando entró al terreno del viejo Comiskey Park de Chicago. Francisco José debió templarle varias veces el flux de casimir para sacarle la mirada de aquella arena tan anaranjada como el sol de los araguatos y aquella grama tan verde que sólo el Ávila la igualaba. “Papá, papá…mira ahí viene el Chico Carrasquel”. La voz del niño llegó hasta el rincón más remoto del jardín derecho. Pancho Pepe sacudió el rostro y tuvo que apretar el paso tras la carrera de Francisco José. El Chico levantó en brazos a Francisco José y fueron a jugar un rato en aquel espacio ubicado entre las almohadillas de segunda y tercera. Francisco José disparaba preguntas con más intensidad que los batazos de Mickey Mantle y Joe DiMaggio. Pancho Pepe intentaba tranquilizar al niño. El Chico le hizo señales para que lo dejara. La entrevista dio un giro que Pancho Pepe ni siquiera había imaginado. Con todas las curiosidades de Francisco José, el Chico empezó a contar como había empezado a jugar pelota en su barrio de Sarría. Francisco José lo miraba sin respirar, ni movía las pestañas. Todos esos cuentos de pelotas de trapo, terrenos llenos de piedras, hacían que Francisco José se viera jugando al fondo del abanico. Hubo un momento cuando agarró el guante y empezó a caminar hacia el infield. Pancho Pepe casi le arrebata el guante. El Chico se interpuso. Dijo que había que mantener los sueños de los niños, eso es lo que los hace crecer con la esperanza de alcanzar grandes metas. Se fue hasta el “hueco” y le mostró a Francisco José como debía mover los pies al momento de que saliera un batazo en su dirección. Había que ir hacia delante o atrás dependiendo del tipo de lanzamiento y de la fuerza del batazo. De tanto imaginar lo que había vivido Francisco José con Pancho Pepe en Comiskey Park aquel día. Debajo de la almohada, cuando la luna alcanzaba una intensidad parecida a la de las estrellas y un azul profundo brillaba por todos lados, escuché una canción que corcoveaba sobre los sombreros y las camisas blancas de las tribunas. Los Medias Blancas corrían hacia el dugout. Un olor a maní tostado y a grama recién cortada filtraba entre las gradas. El niño saltaba en los hombros de su padre y seguí el ritmo de la canción. “Take me out to the ballgame. Take me out with the crowd”. Pancho Pepe levantó la voz y abrazó a Francisco José. “Buy me some peanuts and cracker jacks. I don`t care if I ever get back…” ¿Papá que dice la canción? El hombre sonrió y señaló hacia el pitcher que calentaba en el montículo. Dice que el juego de béisbol es muy bonito y más si se va al estadio. “I root, root, root, root for the White Sox if they don’t win it’s a shame. For it’s one, two, three strikes you’re out at the old ball game”. Alfonso L. Tusa C.

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