lunes, 4 de enero de 2016

“Este Viejo” (“This Old Man”) es la continuación de Roger Angell de una memoria anterior.

Michiko Kakutani. 07-12-2015. The New York Times. A los 95 años de edad, el escritor y editor neoyorquino Roger Angell ha visto muchos cambios en la ciudad de Nueva York. Los caballos se han desvanecido de las calles de la ciudad, a menos que usted cuente las carrozas de caballos que pasean a los turistas alrededor de Central Park. Los viejos intercambios de números telefónicos de Gotham (BUtterfield 8, Bryant 9) hace tiempo dieron paso a números de siete dígitos y, más recientemente a otros más largos de 11 dígitos. El viejo Yankee Stadium desapareció, y también su “Voz de Dios” (Voice of God”), Bob Sheppard; y un “original pastel dulce”, Don Zimmer cuya “cabeza de bala de cañón y cuerpo esférico y sonrisa de linterna” y “la sabiduría acumulada de decenas de miles de innings” hacía sentir a los aficionados conectados a la historia del beisbol. Mr. Angell es lo suficientemente viejo para haber visto a los Medias Rojas pasar de perennes perdedores a ganadores de tres campeonatos mundiales en 10 años; lo suficientemente viejo para haber visto a Babe Ruth y Lou Gehrig jugar; y joven lo suficiente para haber visto a mariano rivera y Derek Jeter retirarse. Ciertamente Mr. Angell es mejor conocido por sus escrituras mágicas sobre béisbol, libros ((“The Summer Game,” (“El Juego del verano”). “Five Seasons,” (Cinco Temporadas”). “Season Ticket” (“Boleto de Temporada”) que provocan la pasión del aficionado por el juego con la mirada sazonada del buscador de talento. Pero como su memoria de 2006, “Let Me Finish”, (Dëjame Terminar”), testifica, él puede escribir con similar fluidez y encanto acerca de cualquier cosa a que le preste atención. Lo cual en el caso de “This Old Man”, significa perfiles, cartas, ensayos, poemas de su fox terrier Andy, y reminiscencias de los miembros de la familia y colegas del New Yorker, quienes a menudo son los mismos, dados su nexos familiares (su madre, Katharine S. White, fue la editora de ficción de la revista por mucho tiempo; su padrastro, el renombrado ensayista y autor de libros infantiles E.B. White) y su estadía de seis décadas en la revista. Mr. Angell parece haber canalizado el consejo que White dispensara en su edición revisada de “The Elements of Style” (“Los Elementos del Estilo”), “sé claro” y “escribe de manera natural”: Su prosa es brillante y conversacional y casi infinitamente elástica. Él es adepto a convertir vistas de renos camino a Maine o encuentros con Garbo en Central Park en anécdotas que se leen como clásicos casuales en The New Yorker; y él es adepto en el arte del perfil, y darle sentido a los regalos de sus temas, sean literarios, artísticos o atléticos. El título de esta colección es una mediación activa pero elegíaca sobre la edad y la pérdida y el montón de memorias, y este volumen entero tiene un aire de adió en él. Como nota Mr. Angell el “amplio directorio” de familiares muertos, vecinos, compañeros de clase y oficina, asuntos colaterales que los “mayores” como él les gusta acumular. Aquí hay retratos de algunos de los héroes desaparecidos de Mr. Angell, incluyendo a Donald Barthelme (sus oraciones “era un cielo azul, claro y fresco, libre de todos los climas previos a escribir”; V.S. Pritchett (“sus personajes tienden hacia lo excéntrico, son todos codos y actitud, y revestidos de preocupaciones histéricas”); y William Steig (“ un artista de la luz solar”, en contraste con, Maurice Sendak, “un artista de la noche”). Tambien hay comentarios reflexivos sobre la relectura. Con “La Aventuras de Huckleberry Finn”, Mr. Angell dice que encuentra “menos brillo solar cada vez que la lee”, y con “Lolita”, se pregunta como los cambios de las épocas y los programas de conversaciones reveladoras de hoy podrían haber afectado la una vez impactante historia del libro. Mr. Angell lamenta la desaparición de la edición impresa de la Enciclopedia Británica, al recordar la delicia con que a sus doce años regresaba a su palabra favorita “Ship” (“Barco”) (la cual, recuerda, tenía una longitud de 63 páginas con 95 fotografías), en el Volumen XXIV (“Sainte-Clair Deville to Shuttle”) de la popular y aclamada por la crítica 11ma edición. Así por como el correo electrónico ha cambiado la correspondencia literaria, él nota que John Updike “fue el último escritor en The New Yorker en usar el correo”, aunque escribía sus cuentos y novelas y revisiones en un procesador de palabras, “él reservaba una máquina de escribir para sus cartas y postales privadas”. Como editor de ficción en The New Yorker, Mr. Angell podía ser brusco, al rechazar una historia de Ann Beattie, el escribió. “Nadie aquí podría reconocer a estas personas, ellas no parecen tener ninguna conexión con la vida real”. El también era exacto y atento, un ardiente creyente de la revisión y el arte de la perfección. Él recuerda hablar “voluminosamente por teléfono” con Updike, avanzando cuidadosamente sobre palabras y oraciones: El novelista “quería ver cada tipo, cada pequeño cambio, hasta el final de las páginas de prueba, lo cual él a menudo solventaba y los devolvía por correo nocturno alrededor de una hora antes de cerrar, con oraciones nuevas o pasajes, escritos a mano en los márgenes con lápiz, que eran más frescos y más ingeniosos y reveladores que lo que había estado ahí antes”. Muchas de las cualidades que Mr. Angell admira en los escritores con los que trabajó parecen haber recaido en él, o quizás, él ayudó a pulir esas cualidades en ellos. Como V.S. Pritchett, su propia “lectura sin fondo” parece nunca haber afectado “la agilidad de su mente” o el rebote y velocidad de su prosa, la cual, como la de Updike, posee un desafío a la gravedad “levante y ligereza e inteligencia”. Quizás más que todo, Mr. Angel, como Updike y White, es un “observador de primera vista”: un coleccionista de detalles recogidos a lo largo de casi 10 décadas, y dispensados aquí, con arte, en estos esbozos de una larga vida en la escritura. Traducción: Alfonso L. Tusa C.

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