miércoles, 14 de mayo de 2014

Con K de Koufax.

Vin Scully. Tres veces en su carrera sensacional Sandy Koufax ha caminado hacia el montículo para lanzar un azaroso noveno inning en medio de un juego sin hits ni carreras. Pero esta noche, 9 de septiembre de 1965, ha hecho la caminata más difícil de su carrera. Estoy seguro, porque a través de ocho episodios ha lanzado un juego perfecto. Ha ponchado once, ha retirado 24 bateadores seguidos. Y el primer hombre que enfrentará es el receptor Chris Krug, un bateador derecho corpulento, lo ha dominado con elevado al centro, y rodado al campocorto. Dick Tracewski es el nuevo segunda base, Koufax está listo y lanza una curva en strike. 0 y uno la cuenta para Chris Krug. En el círculo de prevenidos, como emergente, está uno de los hombres que mencionamos como “probables”: Joe Amalfitano. Aquí viene el envío: recta, strike tirándole. Lleva dos. Casi se puede saborear la presión ahora. Koufax se quitó la gorra y pasó los dedos por su cabello negro, se colocó otra vez la gorra. Krug la debe sentir también, se salió del cajón de bateo, se quitó el casco, se lo volvió a poner, y regresa al plato. Tracewski se carga a su derecha para cubrir la mitad del campo. Kennedy juega profundo para cuidar la raya. Ahí viene el envío en cuenta de 0 y 2: recta afuera, bola uno. Krug empezó a hacerle swing pero se aguantó, y Torborg mantuvo la pelota alta en el aire tratando de convencer a Vargo, pero Eddy dijo, “No señor”. Una y dos la cuenta en Chris Krug. Son las 9:41 p.m. del 9 de septiembre. Ahí viene el envío, curva bateada de foul hacia el lado izquierdo del plato. La defensiva de los Dodgers en este momento de alta tensión: Sandy Koufax y Jeff Torborg, los muchachos que tratarán de parar cualquier cosa bateada hacia ellos: Wes Parker, Dick Tracewski, Maury Wills y John Kennedy, en los jardines están Lou Johnson, Willie Davis y Ron Fairly. Hay 29000 personas en el estadio y un millón de mariposas; pagaron 29139. Koufax ejecuta el windup, lanza una recta que es bateada de foul hacia atrás. En el dugout de los Dodgers Al Ferrara se levanta y camina cerca del pasillo y comienza a quejarse de ser un compañero y tener que estar sentado en el dugout y tener que mirar. Sandy detrás de la goma de lanzar, ahora hace contacto. Todos los muchachos del bull pen es estiran para tener un mejor ángulo a través de la cerca de alambre del jardín izquierdo. Una y dos, la cuenta para Chris Krug. Koufax junta los pies, hace el windup, viene el envío: bola a fuera, bola dos. (El público abuchea). Muchas personas en el estadio empiezan a ver los pitcheos con sus corazones. El envío estuvo afuera. Torborg trató de halarlo hacia el plato, pero Vargo, un árbitro experimentado, estaba atento. Dos y dos la cuenta para Chris Krug. Sandy lee las señas. Hace el windup viene el envío: recta ¡lo ponchó tirándole! Koufax ha ponchado doce. Está a dos outs de un juego perfecto. Aquí viene Joe Amalfitano de emergente por Don Kessinger. Amalfitano es del sur de California, de San Pedro. Fue un muchacho de bono original con los Gigantes. Joey ha estado presente, y como lo mencionamos antes, ha ayudado a vencer a los Dodgers dos veces. Prevenido al bate está Harvey Kuenn. Kennedy juega pegado a la almohadilla de tercera. La recta cae en strike: 0 y 1 con un out en el noveno inning, 1 a 0 ganan los Dodgers. Sandy hace el windup, lanza una curva y sale un foul, 0 y 2, y Amalfitano se va lejos, se sacude un poco y hace un swing. Y Koufax, con un a pelota nueva, lanza un vistazo a su cinturón y camina detrás del montículo. Me parece que el montículo de Dodger Stadium es justo ahora el lugar más solitario del mundo. Sandy busca la seña; Amalfitano en cuenta de 0 y 2. Recta, ¡strike tirándole, strike tres! Está a un out de la tierra prometida, y Harvey Kuenn viene a batear. Harvey Kuenn batea por Bob Hendley. El reloj de la pizarrra marca las 9:44, la fecha, 9 de septiembre de 1965. Y Koufax se dispone a trabajar al veterano Harvey Kuenn. Sandy hace el windup, viene el pitcheo: recta en strike. Por cierto ha ponchado cinco bateadores seguidos, y esto ha pasado desapercibido. Sandy está listo, el lanzamiento es alto y se le cayó la gorra. Se notó que forzó el lanzamiento. Fue sólo la segunda vez esta noche en que tuve la sospecha de que Koufax tiró en vez de lanzar, trataba de ponerle ese extra, esta vez trató con tanta fuerza que se le cayó la gorra. Tomó una zancada demasiado larga hacia el plato, y Torborg tuvo que levantarse para tomar el envío. La cuenta en una y uno para Harvey Kuenn. Ahí viene de nuevo, recta alta, bola dos. No se puede criticar al hombre por tratar de ponerle un poco más en este momento. Sandy se va unos pasos detrás del montículo, seca su frente, se pasa el índice izquierdo por la frente, se lo seca en el lado izquierdo del pantalón. Mientras tanto, Kuenn espera. Sandy busca las señas. Hace el windup en cuenta de 2 y 1: strike tirándole. Son las 9:46 p.m. Dos y dos la cuenta para Kuenn. Estamos a un strike de la gloria. Sandy hace el windup. Aquí viene el pitcheo: ¡strike tirándole, es un juego perfecto! (Largo paréntesis por la algarabía de la multitud) En la pizarra del jardín derecho son las 9:46 p.m. en la ciudad de los angeles, Los Angeles, California, y una multitud de 29139 sentada para ver al único pitcher en la historia del béisbol que ha lanzado cuatro juegos sin hits ni carreras. Lo ha hecho en cuatro años seguidos, y ahora coronó con broche de oro: su cuarto no-hitter es un juego perfecto. Y Sandy Koufax, cuyo nombre siempre hará recordar a los ponches, lo hizo con esplendor. Ponchó los últimos seis bateadores seguidos. Cuando el escriba su nombre con letras mayúsculas en el libro de records, la “K” significará más que el “O-U-F-A-X.” Traducción: Alfonso L. Tusa C.

martes, 13 de mayo de 2014

Mamá, una figura central en la muy unida famila de Mike Napoli

Ian Browne. MLB.com. 09-05-2014. Si se quiere un ejemplo ilustrado de cuanto significa la madre de Mike Napoli para él, solo hay que ver su brazo izquierdo. Allí se encontrará una imagen de la firma autógrafa de su mamá y una gran rosa sobre ella. El tatuaje es un claro tributo a Donna Rose Torres, la persona que él siente con facilidad como la más influyente en su vida. "Es una relación fuerte, desde que era un niño pequeño", dijo Napoli. "Mi mamá tenía dos trabajos para asegurarse de que yo tuviera todo, mi hermano y yo. Ella siempre estaba pendiente de que llegara a las prácticas a tiempo. De que tuviese los implementos adecuados. Hay una gran conexión entre mi mamá y yo" Y aunque Napoli tiene 32 años de edad, y un anillo de Serie Mundial, todavía aprecia la presencia de su mamá tanto como cuando lo llevaba a las prácticas de las pequeñas ligas. Cuando los Medias Rojas jueguen ante los Rangers en Texas, este día de las madres, Torres estará en las tribunas animando a su hijo. Los beisbolistas siempre juegan en el día de las madres, y Torres viaja hacia donde Napoli esté ese año. Mientras los Medias Rojas avanzaban en su recorrido por Tampa Bay, Detroit y San Luis en la gloriosa postemporada del año pasado, Donna y su esposo, Rick (el padrastro de Napoli), estaban siempre presentes. "Todavía somos muy íntimos", dijo Napoli. "Ella es una dama maravillosa. Es buena con todos, sin importar quien seas. Ella es sorprendente. La observaba cuando era pequeño y veía cuan duro trabajaba para asegurar que todo marchara bien para nosotros. Hay un lazo muy fuerte entre ella y yo que nunca desaparecerá". A Donna le gustó mucho el tributo del tatuaje, pero no pudo evitar echarle broma a su hijo. "Ahora le echo broma porque hay tantas otras cosas alrededor de eso, y le digo, 'Ahora eso es camuflaje", dijo Torres. "Fue como decirle '¿Que te pasa?'" Se puede tener una idea del tipo de calidez que Torres crea para su familia por las fotografías del tiempo compartido en Navidad, cuando la cara de alguien esta cubierta de harina debido a la rebeldía que ocurre durante la preparación de las galletas. "Cada año, cuando el viene a casa para las fiestas, hay cinco niños, y hacemos una horneada de galletas navideñas en casa, y eso es más que una competencia", dijo Torres. "Deberían verlo con la batidora a la altura de los codos. Nadie se le puede acercar. Antes de que las galletas estén listas, hay una batalla de harina en mi casa". "Ese es el tipo de familia que somos. Nos divertimos mucho. Todos los cinco son muy cercanos. Somos una familia muy unida. Hacemos muchas cosas tradicionales y divertidas. Mike es muy bueno. Se ha ocupado de todos. Es un sueño hecho realidad". El hecho de que Napoli todavía es soltero ha permitido que su madre se ocupe de él de la misma forma que lo hizo hace muchos años. Cuando el primera base compró recientemente una casa en Boston, su madre la arregló totalmente para él. "A ella le gusta mucho venir a Boston", dijo Napoli. "Ella arregló toda mi casa. La dejé diseñar todo. Ella adora todo eso.Hace lo que sea por sus niños. No solo por mí, también lo hace por mi hermano y hermana. Cada vez que necesitamos algo, ella se dobla hacia atrás y hace cualquier cosa. Aun cuando tiene algo importante por hacer, lo deja todo y hace cualquier cosa por nosotros. Es una gran mujer". El único momento cuando Napoli se molesta con su mamá es cuando ella quiere regresar a su hogar en Florida luego de visitar a su hijo en Boston. "Cada vez que nos vamos, es divertido, porque el dirá. 'No se quieren quedar otro par de días?' Siempre un par de días más", dijo Torres. "Me gusta eso. Nos quedamos en su casa. Me levanto y el se va, le hago su cama y mi esposo le cocina desayuno.Tenemos un lazo muy firme. Somos muy cercanos". Un residente de Florida de toda la vida, Mike Napoli no puede esperar para tener a su mamá y el resto de la familia y pasar juntos la Navidad de este año en Boston. "Nunca hemos tenido una Navidad blanca", dijo Napoli. Torres rie con su hijo sobre como la vida puede cambiar una vez que el se estabilice y se case. "Siempre me juego con él sobre que no estoy apurada en que se case. Es solo un juego. Claro que quiero una nuera y nietos algún día cuando él esté listo", dijo Torres. "Ahorita no está listo. Siempre bromeo con él, le digo, 'Estaré en ese puesto número 1 tanto tiempo como pueda'". Recientemente, Napoli compró un vistoso carro, y no pudo esperar para compartir la noticia con su mamá. "Me envió un mensaje con una fotografía de su nuevo carro. Y este es verdaderamente el mejor carro que ha tenido", dijo Torres. "Michael no es el tipo de jugador que sale y compra esta casa y esa casa, todos estos carros. Ha tenido el mismo vehículo desde que fue llamado a las mayores. Finalmente se premió con un buen carro, y me envió una foto del carro. Le dije, 'Sabes que Mike, te lo mereces por trabajar duro con dedicación, estoy muy feliz por tí'". Cuando Mike Napoli se dejó crecer la barba de todas las barbas la temporada pasada, una que creció más larga y se hizo más querida por los aficionados con cada victoria de los Medias Rojas en octubre, su madre tuvo la reacción que era de esperarse. Al principio, solía meterme con él", dijo Torres. "Y le decía, '¿Por qué estás cubriendo esa cara que yo hice?' Todos se metían con él por eso. Él dijo, 'Mientras más se metan conmigo, más me la dejaré crecer', entonces se hizo parte de él". "¿Honestamente me gusta? No, preferiría verlo afeitado. Pero se ha convertido en parte de él, me acostumbré a eso. Mi papá, el abuelo de Mike, siempre me dice, 'Dile que se afeite'. Le respondo, 'Papá no va a ocurrir. Olvídalo'". Pero Napoli nunca olvida el impacto de su madre en su vida. La gente dice, 'Fuiste bien criado'", dijo Napoli. "Voy directo al grano, 'Eso es por mi mamá'. Mi mamá fue la que me mostró el camino, me mostró como ser la persona que soy hoy. Ella es especial para mí". Traducción: Alfonso L. Tusa C.

Túnel literario al béisbol

Empecé mi relación con el pasatiempo nacional en un momento cuando mi padre vivía la etapa más trágica en la historia del juego: el año cuando los Gigantes y los Dodgers cambiaron sus destinos. Esta diaspora del béisbol podía ser vista con buenos ojos si se tenía una gorra en San Francisco o Los Angeles, pero mi padre, que siguió el juego en Nueva York desde su nacimiento hasta su último aliento 80 años después, se sintió desencajado. Esto era traición. Él era aficionado de los Gigantes. A los siete años, yo naturalmente también lo era. A los ocho años, todavía era aficionado de los Gigantes, pero desde una distancia que crecía más cada día: fuera de la vista, fuera de la mente. En las noches, mi padre trataba con sus mejores esfuerzos de encontrar a sus exilados en el radio. Mientras él lidiaba con la estática de su pasado, yo me deslizaba hacia el presente, mi alianza cambió, hacia la sala, donde podía ver a los Yanquis casi todas las noches en nuestro nuevo televisor blanco y negro. La radio era de la generación de mi padre; la televisión era de la mía. No me importaba que él odiara a los Yanquis. Ellos estaban aquí. Ellos estaban ahora. Y eran míos. Mi padre, en el fondo de su corazón, entendía eso, y aunque nunca lo aceptara del todo, hizo lo mejor que pudo como padre para adaptarse al cambio. En agosto de 1958, llegó tan lejos como adentrarse en la propia panza de la bestia, Yankee Stadium, para llevarme a mi primer juego de Grandes Ligas. Tomados de la mano, subimos por las rampas hasta el nivel mezzanina. Cuando llegamos a nuestra sección, me dijo que esperara en la penumbra del túnel, y siguió unos pocos pasos hacia la luz solar antes de decirme que pasara adelante. Años después, le pregunté porque hizo eso. Me dijo que quería ver mi cara cuando viera por primera vez el campo. Él sabía que algo enorme ocurriría. Él sabía que yo estaría cruzando un umbral. Él sabía que hasta ese momento, mi imagen del juego era una imagen de niño, pequeña y gris, confinada a las dimensiones de nuestro televisor. Ahora, eso iba a crecer, literalmente. Las dimensiones eran colosales. Estaban brillando en colores. Él sabía que este ya no era su juego, era oficialmente mío, y ningún aparato de televisión en cualquier sala del universo podía contener lo que estaba experimentando. Yo quería eternizar ese sentimiento. Quería que durara. En las décadas posteriores, me he dado cuenta que ese sentimiento no tiene nada que ver con Yanquis, Gigantes o cualquier equipo en particular. Fue la exuberancia del corazón del juego en sí, lo que estaba sintiendo, y es una exuberancia que se renueva en mí cada vez que me paro en el túnel literario apropiado y encuentro una maravillosa pieza de escritura beisbolera en el otro extremo. Realidad o ficción, reportaje o ensayo, ligero o pesado, viejo o nuevo, eso no importa. Las mejores historias del juego todas ofrecen sus propios momentos especiales. Les dan color al juego. Lo hacen sentir grande. Jeff Silverman. Editor de béisbol. Traducción: Alfonso L. Tusa C.

viernes, 9 de mayo de 2014

La doble tarea de Tom Seaver con los Medias Blancas de Chicago

Tyler Kepner. The New York Times. 04-05-2014. Chicago.- Era alrededor de la medianoche en el lado sur de la ciudad el pasado mes, y los Medias Blancas tenían dificultades. Estaban igualados con Boston en el décimocuarto episodio en el U.S. Cellular Field, con dos Medias Rojas embasados y un pitcher desvencijado en el montículo. Aquello sonaba razonable, porque el pitcher era un infielder llamado Leury García, quién nunca había lanzado antes, ni siquiera cuando era niño. "Lánzala más lento", le dijo Robin Ventura en el montículo, el manager de los Medias Blancas. García lo hizo y los Medias Rojas consiguieron el doble de irse adelante. Luego de la derrota, Ventura explicó que había usado sus siete revlevistas, incluyendo cuatro para hacer tres outs, y no quería traer a lanzar a un abridor. Hace treinta años, cuando existía el viejo Comiskey Park al otro lado de la calle, otro manager de los Medias Blancas tambien se quedó sin relevistas. Pero Tony LaRussa tenía una mejor opción, uno de los mejores lanzadores abridores de la historia, a quién le ordenaron dejar de hacer su crucigrama, ponerse el uniforme y ganar el juego más largo, para el momento, en la historia de las Grandes Ligas. El juego, entre los Medias Blancas y los Cerveceros de Milwaukee, empezó el 8 de mayo de 1984. Después de 17 innings, fue suspendido debido a una regla de límite de tiempo que existía para la época. Terminó al día siguiente, antes del juego programado. Harold Baines lo ganó para los Medias Blancas, 7-6, con un vuelacercas en el cierre de inning 25. El pitcher ganador fue Tom Seaver, un futuro inquilino del Salón de la Fama quién empezó el día con 274 victorias y lo terminó con 276. Así como lo leen: Seaver terminó el primer juego como relevista y entonces abrió el segundo encuentro, laboró 8.1 innings para ganar otra vez 5-4. "Fue una actuación tipo Walter Johnson", dijo Bil Schroeder, entonces receptor de Milwaukee y ahora narrador de los Ceveceros. Schroeder le bateó un sencillo a Seaver en el vigésimoquinto inning del primer juego pero desapareció con un dobleplay. Nunca llegó a tocar con la mascota el envió 753 y final del juego, una sinker alta de Chuck Porter en el cierre de ese episodio. Baines, ahora coach de los Medias Blancas, no recuerda el tipo de lanzamiento o el nombre del pitcher, ni siquiera a que altura de la temporada ocurrió el juego, una temporada negativa para ambos equipos. Él sólo sabe que mandó la pelota sobre la pared del jardín central. "Estaba felioz de que hubiera terminado", dijo Baines. "Pienso que cada pelotero se emociona al batear un jonron para hacer ganar a su equipo. Deseé haberlo bateado en el noveno en vez del vigésimoquinto". "Desgastados mentalmente". Aquellas noches en Comiskey Park son poco más que un pie de página en la historia del beisbol. Cuando el tema es la longitud de los juegos, las personas piensan en el juego de AAA entre Rochester y Pawtucket en 1981. En ese juego actuaron dos futuros inquilinos del Salón de la Fama, Wade Boggs y Cal Ripken, es el más largo en la historia del beisbol profesional. Duró 33 innings y 8 horas, 25 minutos. Pero en las mayores, solo un juego ha durado más de 25 innings: El efectuado entre los Robins de Brooklyn y los Bravos de Boston y terminó igualado 1-1 en 26 innings en 1920, ese juego duro 3 horas, 50 minutos. En 1974, los Cardenales de San Luis vencieron a los Mets 4-3 en Shea Stadium. El juego tardó 7 horas, 4 minutos. El juego entre los Medias Blancas y los Cerveceros duró 8 horas, 6 minutos. Ningún juego de Grandes Ligas ha durado más tiempo. "Fue el juego más desgastante mentalmente que haya dirigido en toda mi vida", dijo Rene Lachemann, 69, coach de los Rockies de Colorado que dirigió a los Cerveceros en aquel juego. "Despues estaba exhausto". Lacheman dirigió 988 juegos en las mayores, pero solo una temporada con Milwaukee. Previamente había dirigido una primitiva versión de los Marineros de Seattle y estaba entusiasmado de llegar a los Cerveceros, que habían ganado el banderín de la Liga Americana en 1982. "Me dije 'Es agradable ir a los entrenamientos primaverales con la idea de ganar entre 90 y 100 juegos en vez de como evitar perder de 90 a 100' " dijo. "Cuando llegó septiembre, había perdido 96 juegos". En realidad fueron 94, pero las derrotas del 9 de mayo pudieron haber contado como dobles. Ante LaRussa, Lachemann enfrentaba a su antiguo compañero de equipo y amigo. Jugaron juntos en 1968, en la organización de Oakland, Lacheman más adelante fue coach de LaRussa con los Atléticos y los Cardenales. "En la menores yo llegaba al estadio a las 2 p.m; Lach llegaba al mediodía", dijo LaRussa. "Este tipo amaba el juego más que cualquiera que haya visto". Los Cerveceros, entonces en el este de la Liga Americana, habían vencido a los Medias Blancas el 7 de mayo para nivelar su marca en 13-13. Pero para ese momento, en la era previa a los comodines, sus esperanzas de play offs se habían esfumado. Paul Molitor, su tercera base estrella, estaba fuera por el resto de la temporada con una lesión en el codo, y los Tigres de Detroit estaban en ruta a una arrancada de 35-5 y el campeonato. Los Medias Blancas habían ganado el oeste de la Liga Americana en 1983 en lo que fue su primer viaje a la postemporada en 24 años. Ellos llegaron a ese juego con marca de 12-15, y terminaron la temporada igualados en el quinto puesto con marca de 74-88. "Eramos el brindis de la ciudad", dijo LaRussa. "Y no hicimos un buen trabajo al arrancar con un equipo armado desde el principio". LaRussa tenía mejores expectativas. Los Medias Blancas habían mejorados sus íconos de los Mets de 1969 aquel invierno. Canjearona Jerry Koosman a Filadelfia por un relevista y seleccionaron a Seaver entre las opciones de compensación por agentes libres cuando otro relevista firmó con Toronto. Los Mets, en un error colosal, habían dejado a Seaver, entonces de 39 años, desprotegido. Seaver, quién había iniciado 34 juegos con los Mets en 1983, dejó efectividad de 3.55, tuvo un momento memorable en Nueva York como miembro de los Medias Blancas en 1985, ganó su juego 300 en un juego en Yankee Stadium. Su sobresaliente actuación del 9 de mayo de 1984, lo ayudó a llegar allí. La regla del límite de tiempo aplicada. El encuentro del 8 de mayo lucía de una sola calle. Los Cerveceros enviarían a Don Sutton al montículo, uno de seis futuros inquilinos del Salón de la Fama, incluído LaRussa, que participaron en el juego. Por los Medias Blancas abriría Bob Fallon, un novato que fue enviado a las menores después del juego y nunca más abrió un juego en Grandes Ligas. Tom Paciorek, un jardinero y primera base veterano, pensaba que tenía la noche libre. A principios del juego, ordenó una pizza al restaurante Connie y se la llevaron al compartimiento de los árbitros. Mientras masticaba la pizza con sus otros compañeros de banca, llegó el recogebates. Ron Kittle había salido del juego con punzadas en las piernas. "Él dice, 'Hey Wimpy, tienes que ir a batear por Kittle'", dijo Paciorek, usando su apodo. "Le dije, '¿Cuando le toca batear? Y dijo que era el próximo bateador. Fui corriendo por el compartimiento de los árbitros, a través de nuestro clubhouse, agarré un bate, con la camisa toda llena de salsa de pizza salí a batear contra Sutton, y me hizo out con tres lanzamientos. Dije, '¡Kittle tu podías haber hecho eso por tu cuenta!'". Eso fue en el cuarto inning. Al final, Paciorek lograría la mayor cantidad de imparables en el juego, cinco, un record de Grandes Ligas para un jugador que no inició el juego. Cuando fue a batear para abrir el cierre del noveno, los Medias Blancas perdían 3-1, Milwaukee había anotado la carrera de irse adelante por un error en tiro de Carlton Fisk, y enfrentaría a Rollie Fingers. Paciorek llegó a segunda mediante error de dos bases del jardinero derecho de los Cerveceros Charlie Moore. Anotó con un doble luego de dos outs de Julio Cruz, entonces Fingers falló un envío en conteo de dos strikes ante Rudy Law. Jim Sundberg, el catcher de los Cerveceros, empuñó su mano, pensando que el juego se había terminado. Luego Law sencilleó para empatar el marcador 3-3. "Teníamos dos outs y una ventaja de dos carreras con un inquilino del Salón de la Fama en el montículo", dijo Lachemann aun desconsolado. "Y lo echamos a perder". Esas fueron las últimas carreras que entraron el 8 de mayo. Mientras los innings transcurrían, un limpiabotas llamado Anthony Mayfield, que trabajaba debajo de la tribuna, pulió 150 pares de zapatos. "Tuve un gran día", le dijo a The Chicago Tribune. La cuadrilla de árbitros, la cual pasó toda la noche sin ir al baño, de acuerdo a Jim Evans el árbitro del plato el 8 de mayo, notó que los jugadores se estaban tornando más excitados. "Los tipos miraban al catcher y sonreían y le pegaban en las rodilleras: '¿Estás despierto?'" Dijo Evans. "No se convirtio en una echadera de broma, pero si fue como un relajo, como, ¿que es lo que viene ahora? Los equipos pusieron corredores en posición anotadora seis veces en extrainnings el 8 de mayo, pero luego de 17 innings, a la 1:05 a.m.; Evans aplicó la regla del límite de tiempo en la Liga Americana, que decía que no se podía abrir entradas despues de la 1. El receso de la acción no ayudó a LaRussa, quien dijo que casi no había dormido ponderando sus opciones de pitcheo. Quería mantener a Juan Agosto, quien había lanzado cuatro innings. Pero Agosto no había lanzado tanto desde su debut en Grandes Ligas en 1981. "Nuestras opciones estaban limitadas, ¿podíamos continuar con él? Dijo LaRussa. Mientras los Cerveceros se plantaban con Porter, un abridor con cuatro días de descanso, Agosto se ofreció a seguir cuando se reanudó el juego y completó tres entradas en blanco adicionales. Ron Reed lo relevó para empezar el inning 21 y permitió un jonrón de tres carreras de Ben Oglivie. Otro error afectó a los Cerveceros en el cierre del episodio, esta vez del reemplazo de Molitor en tercera base, Randy Ready, quién tomó un roletazo para iniciar el inning y metió la pelota en los asientos detrás de primera base. Paciorek coronó el ataque con sencillo de dos carreras que igualó el juego 6-6. Richard Dotson, un pitcher que corrió por el primera base Marc Hill, anotó la carrera del empate. En el reajuste de la alineación que siguió, LaRussa perdió su bateador designado, Reed se convirtió en el primer pitcher de los Medias Blancas que bateaba desde 1976. Fue out en rodado al cuadro en el inning 22. Los Medias Blancas casi gana el juego en el próximo inning, cuando Paciorek bateó imparable a lo profundo del jardín central con un out y uno en base. Jim Leyland, coach de tercera base, trató de parar al corredor Dave Stegman. Los dos chocaron y Stegman fue out. "En toda mi carrera, y trabajé más de 30 incluyendo las ligas menores, nunca había visto una asistencia del coach", dijo Evans, el árbitro del plato. "Si un coach de tercera o primera base asiste físicamente a un corredor para regresar a la base, o adelantar a la próxima, eso es interferencia del coach". "Naturalmente, el próximo bateador, Vance Law, bateó otro imparable. Pero con Stegman out por interferencia, la carrera dejó de entrar. Durante el inning 24 que transcurrió sin carreras, LaRussa envió a su coach de pitcheo, Dave Duncan, al clubhouse. Estaba buscando a una leyenda. 'Yo no relevo' Ahora de 69 años, Seaver pasa buena parte de su tiempo trabajando en su viñedo de Calistgoga, Calif., el cual produce de 400 a 500 cajas de cabernet sauvignon cada año. El trabajo es rentable, dijo, y familiar. "Lo mismo que pitchear, hay que estar pendiente de los detalles", dijo Seaver por telefono el mes pasado. "No puedes forzarlo". Seaver no ve el beisbol, pero dijo que aun devoraba los box scores. Ha lidiado recientemente con la etapa 3 de la enfermedad Lyme, y sus memorias vienen y van. Este era un buen día, estaba feliz de recordar un hecho que ha clasificado entre los mejores de su carrera, para la diversión y el humor, dijo. "Estoy en el clubhouse, sentado en mi casillero tomando café y haciendo el crucigrama del Times", dijo. "He seguido el juego por radio por lo que entiendo lo que está pasando, pero estoy fuera de la acción. Olvidé quién era, pudo haber sido Duncan, que vino y dice, 'Ponte el uniforme, vas a lanzar' "Por Dios sagrado que fue así. Todo esto pasó por mi mente: 'Yo no relevo. No hago esto. Cuando voy a pitchear, estoy calmado, tranquilo y preparado mentalmente'.Estaba tan nervioso que apenas me podía vestir". Seaver no consideró rechazar la asignación, "todavía eras una abeja obrera", dijo, aunque no había relevado desde 1976, cuando enfrentó a dos bateadores el día anterior del des canso del Juego de Estrellas. Para Seaver, abrir era el mejor trabajo del mundo porque era muy predecible.Calentar en el bull pen el 9 de mayo, dijo, se sentía fuera de lugar. Pero no tenía alternativa, y lanzó la apertura del inning 25, le batearon un sencillo, un rodado para dobleplay de Robin Yount y un elevado. "Fui al dugout muy contento, trinaba como un pichón de ruiseñor: ¡Que buen relevista soy!'" Dijo Seaver." Luego oí el sonido del bate". Baines, quien eventualmente se convirtió en el lider jonronero de la franquicia por un momento, había terminado el juego con un jonrón luego de un out. Bateó 29 vuelacercas esa temporada, su tope personal, pero él no comenzó el juego regular del día. Seaver si lo hizo. Jugó a atrapar la pelota un rato frente al dugout, subió al montículo otra vez y llegó al noveno inning, salió luego que Yount jonroneara con un out. Los Medias Blancas ganaron 5-4, y Seaver llamó a su esposa Nancy, a su casa en Connecticut. "Hola, hola", dijo Seaver, recordando su conversación. "¿Como te fue?" preguntó ella. "Lancé bien; lancé bien", contestó Seaver. "¿Ganaste?" "Gané; gané". "¿Por qué estás repitiendo las palabras?, dijo ella exasperada. Su esposo envió la noticia: "¡Gané dos veces!" Fue un día extraño. Seaver terminó su carrera con 3640 ponches, un total que ahora es sexto en la lista de todos los tiempos, pero no tuvo ninguno ese día. Los dos triunfos son los únicos entre los 311 de su carrera donde no ponchó ningún bateador. Ganar dos veces en un día todavía ocurre de vez en cuando para relevistas. De acuerdo al Elias Sports Bureau, Brian Duensing de Minnesota, lo hizo el año pasado, y Luis Vizcaíno de los Yanquis lo hizo en 2007. Pero ganar como relevista y abridor fue diferente. El logro de Seaver fue circunstancial, para estar claros. Pero remarca la destreza y la comprensión de un maestro. "El pìtcher más inteligente que haya conocido", dijo LaRussa. "Fue un gran compañero, tuve buenas conversaciones con él. Me enseñó un poco. Él cuenta historias de mi como manager para hacer reir a todos. Yo cuento historias de él como pitcher para hacer a la gente apreciar su grandeza". Traducción: Alfonso L. Tusa C.

lunes, 28 de abril de 2014

Dos por el banderín. Tributo a Luis Aparicio en sus 80 años

La maestria para hacer el dobleplay de (Nellie) Fox y (Luis) Aparicio podría llevar a los Medias Blancas a la Serie Mundial. Les Woodcock. Agosto 10, 1959. Sports Illustrated. Lo más sorprendente de la sorprendente competencia en Liga Americana de este año, es el hecho de que los Medias Blancas de Chicago, quienes no han terminado en el primer lugar desde 1919, van a ganar el banderín. Sí, este año. Hace un mes esta era una posibilidad remota, todos pensaban que los Medias Blancas se vendrían abajo cuando aparecieran los días calientes y húmedos del verano. Bien, el verano, caliente y húmedo, hace un rato que llegó, pero los Medias Blancas no se han derrumbado. En vez de eso, siguen atornillándose al primer lugar, Cleveland es el único contendiente que persiste. Los viejos demonios Yanquis se encuentran una docena de juegos detrás. Los Medias Blancas que persiguen el banderín, son un anacronismo en esta era de poder al bate. De los 20 equipos que han ganado banderines de Grandes Ligas en la última década, todos menos uno lideraron o estuvieron entre los lideres en jonrones. Los Medias Blancas son diferentes. Son los últimos en jonrones conectados, y sólo Baltimore y Washington han anotado menos carreras. Al adolecer de jonroneros, los Medias Blancas exprimen sus carreras, una a una, y después dependen de su pitcheo y defensa para desarmar a los rivales. Esta fórmula ha funcionado bien este año para Chicago, porque el pitcheo has estado muy bien y la defensa, particularmente alrededor de segunda base, ha sido excelente. Un ejemplo de este genio defensivo se dibuja a continuación. Los Medias Blancas vencían a los Yanquis 2-1 en el noveno inning. De pronto los Yanquis atacaron. Con un out, Yogi Berra sencilleó y llegó a tercera base mediante otro imparable de Norm Siebern. Se trataba de una típica, anticuada, rompecorazones remontada de los Yanquis. El manager Al López llamó al relevista Gerry Staley, el juego esperó en la cuerda floja mientras Staley trotaba desde el bull pen. Cuando se reanudó la acción, Staley hizo solo un envío. Héctor López bateó un chispeante roletazo hacia el segunda base de Chicago Nelson Fox, quién lanzó la pelota al shortstop Luis Aparicio, este la devolvió a primera base. Dobleplay. Se acabó el juego. Ganaron los Medias Blancas. “El dobleplay está funcionando para Chicago”, dice George Kell, narrador de los juegos de los Tigres de Detroit y antíguo tercera base estrella. “Tenemos un equipo que trata de ganar con pitcheo y defensa más algo de poder. Su combinación de dobleplays de Fox y Aparicio es el factor más importante de la fortaleza de Chicago. Ellos son los mejores en todo el béisbol. Chicago difícilmente podría ganar sin ellos”. El segunda base Jacob Nelson Fox es un hombre pequeño. También lo es el shortstop Luis Ernesto Aparicio. Fox masca tabaco cuando juega pelota. También Aparicio. Ambos son amables, beisbolistas inteligentes que ahorran su dinero y son buenos con sus familias. Pero no se confundan con esto, ni por las sonrisas y las poses amistosas de la portada de la revista de esta semana. De seguro nadie lo hace en la Liga Americana. Cuando Nellie Fox y Luis Aparicio se ponen sus uniformes de béisbol difícilmente se detienen para sonreír con sus oponentes. Fox es un jugador duro y agresivo. Se hizo un habilidoso grande liga solo después de años de trabajo duro. Se tragaría todo su tabaco si eso significara ganar el juego. Aparicio tenía todas las herramientas desde el principio. tres temporadas en Grandes Ligas le han dado la seguridad de la experiencia y mucho de la competitividad de Fox. “Nellie Fox no es realmente rápido, y no tiene un gran brazo”, dice el manager de los Medias Blancas Al López. “No tiene buenas manos. No, esperen un minuto. Nunca pomponea una pelota. Diría que tiene un buen guante. Él trabaja duro, y conoce los bateadores tan bien como cualquiera en la liga. Lo más grande de Fox es que anticipa hacia donde va la pelota”. Fox no es un estilizado segunda base del molde de Lajoie. Todo lo que hace es el resultado de largas horas de práctica, sin tgalento natural. Se ha convertido en un segunda base destacado. “No soy un bailarín de ballet”, dice Fox. “Pero sé que aún así conseguimos unos cuantos dobleplays”. Nellie tambien consigue sus porciones de out y asistencias. Ningún segunda base de la Liga Americana ha hecho tantos outs en las últimas siete temporadas. En tres de los últimos cuatro años, Fox también lideró en asistencias “Fox no huye de ningún corredor”, dice Kell. “Es más lastimado que nadie en la liga mientras hace el dobleplay en segunda base. Si Hank Bauer choca con Fox. Fox se levanta. Es duro”. “Siempre jugó al lado de buenos campocortos. Tuvo a Carrrasquel y ahora Aparicio. Ha jugado por largo tiempo con esos tipos. Si no hubiera jugado con hombres como ellos, pienso que no sería el segunda base que es. Y él es uno de los cuatro o cinco mejores que he visto”. Tan joven y tan rápido Luis Aparicio es muy joven y no ha jugado lo suficiente para ser catalogado como el mejor shortstop de todos los tiempos. Tiene todo el tiempo para eso. Pero justo ahora, no tiene competencia en el béisbol. “Aparicio es muy rápido”, dice Al López, y sus ojos brillan cuando lo dice. “Agarrrando la pelota, lanzándola, pivoteando. Él hace todos los movimientos y los hace rapidísimo. Y apenas empieza. ¿Por qué?, Luis todavía está creciendo. Todavía está aprendiendo como jugarle a los bateadores. Él sera mejor”. Aparicio tiene un fuerte y preciso brazo. Va hacia su derecha, profundo en el hueco del abanico, mejor que cualquiera en todo el juego. Inclinado y ligero, se mueve con la gracia fluida de un matador ejecutando sus pases más difíciles. “Llega a la velocidad máxima en dos pasos, por eso es tan bueno”, dice Casey Stengel. “Puede cubrir 25 yardas. Va hacia su izquierda justo después de haber ido a su derecha. ¿Qué si es bueno? ¿Creen que lo van a cambiar? Me gustaría contra con él. Ahora mismo”. En sus tres temporadas en las Grandes Ligas Aparicio ha promediado 462 asistencias por año, de lejos el más alto en las mayores. Ha comandado la liga dos veces en outs. “El shortstop es quién define la combinación de dobleplays”, dice Nellie Fox. “No importa cuan bueno sea el segunda base. Todo depende de cuan rápido maneje la pelota el shortstop, como se la pasa al segunda base”. “Eso es lo más importante de Luis. Ataca la pelota muy rápido. Tiene reflejos y manos muy rápidos. Se mueve muy rápido. Se deshace de la pelota muy rápido en el dobleplay”. Los beisbolistas, quienes usualmente miden sus cumplidos con cuidado, son extravagantes en su reconocimiento a Fox y Aparicio. “Ellos son los mejores”, dice Bobby Richardson, el segunda base de los Yanquis de Nueva York. “Ellos trabajan juntos con mucha eficiencia. Fox y Aparicio parecen conocerse a la perfección. Eso se logra sólo al jugar juntos por un buen período de tiempo”. Donde existe una buena combinación de dobleplays es casi seguro que el pitcheo tambien es fuerte. Chicago tiene el mejor cuerpo de lanzadores de la liga. “Una buena combinación de dobleplays hace a un cuerpo de lanzadores”, dice Billy Pierce, el as de los Medias Blancas. “De seguro es agradable ver a Fox y Aparicio detrás de mí cuando estoy en el montículo. Los pitchers bromean sobre tener una pelota atómica que vaya directo a sus infielders. Bien, con esos dos tipos, sólo tienes que hacer que el bateador conecte la pelota cerca de ellos. Se sabe que ellos la agarrarán. Y cuando tienes dos como ellos que también pueden batear, mucho mejor”. Aparicio como abridor, y Fox, como segundo bate, son la chispa principal de la limitada ofensiva de los Medias Blancas. “Ellos solo tienen vida cuando esos tipos pequeños se embasan”, dice Carey. Fox no batea jonrones, pero tampoco se poncha. Con su gran bate empuñado a mitad del mango, vigila el plato como un peso welter listo para atacar a su oponente sin piedad. Si un envío viene hacia fuera lo dirige hacia la izquierda. Si viene adentro lo empuja hacia la derecha. Cuando está sobre el plato la devuelve hacia el centro. Así logra muchos imparables. Las últimas dos temporadas lideró la liga en ese departamento. Tambien está al frente este año. Aparicio no batea tantos imparables como Fox. ¿Quién lo hace? Pero siempre se embasa. Este año ha a prendido a leer los lanzamientos y a negociar boletos. En las bases como en el infield, Aparicio es único. Es el corredor más excitante de la liga. Lidera las mayores en bases robadas. Lo ha hecho durante sus tres temporadas en la liga. “Denle un boleto”, dice Casey Stengel, “y se darán cuenta que es como si hubiese bateado un doble. Estará en segunda base con el próximo pitcheo”. Pero a pesar de todas sus destrezas para embasarse y anotar carreras, el recurso más valioso de Fox y Aparicio es el que aportan desde el terreno. “La vista más precisosa para un manager de béisbol”, dice Al López, “es el dobleplay. Significa dos outs en vez de uno. Tan simple como eso. Pocas veces se gana un banderín sin una buena combinación en el medio del campo”. Phil Rizzuto, el antiguo shortstop de los Yanquis, es más enfático. “No hay excepciones. Sin una buena combinación de dobleplays no se puede ganar un banderín”. Pocos equipos la tienen. La historia de las Series Mundiales está llena de esos artistas del dobleplay. Traducción: Alfonso L. Tusa C.

viernes, 25 de abril de 2014

Un maestro abnegado orquesta a los Cardenales desde el plato.

Tyler Kepner. 20-04-2014. Ver el beisbol por televisión es muy distinto del baloncesto o el futbol americano. En esos deportes el ángulo de la cámara principal, muestra en su mayoría, sino el total, de los participantes. En beisbol primordialmente se ve solo a dos de los jugadores defensivos en cada lanzamiento. Que suerte, para los estudiosos del juego, que una de esas posiciones es el catcher. Cientos de veces, como cuando los Mets reciben esta semana a los Cardenales en Citi Field para una serie de cuatro juegos, Yadier Molina de los Cardenales enfrentará la cámara del center field desde su posición agachada detrás del plato, para ofrecer una vista del maestro en acción. "Parece un shortstop detrás del plato", dijo Brian McCann de los Yanquis, un receptor que ha jugado siete veces el Juego de Estrellas. "Lo hace parecer tan fácil y es tan duro. Cada vez que juego contra él lo observo al milímetro". Molina dicta un curso de receptoría avanzada, un seminario diario sobre las particularidades de la posición más exigente del juego. Pero solo él tiene las respuestas. "La cosas que hace en medio del juego, tienes que seguirlo con un ojo muy educado para darte cuenta que hace algo con significado", dijo Mike Matheny, el manager de los Cardenales y predecesor de Molina como su catcher regular. "Los rivales nunca se darán cuenta". Matheny hablaba en la oficina del manager visitante de Miller Park la semana pasada antes de un juego ante los Cerveceros. En el segundo inning esa noche, el abridor Shelby Miller, quien había caminado los últimos dos bateadores, se puso en cuenta de 3-0 ante Khris Davis. Molina pidió tiempo y caminó hacia el montículo. "Ando mal", le dijo Miller a Molina. "Voy a tratar de mejorar ahora mismo". Molina continuó sus pasos. Agarró la bolsa de la pezrrubia, la lanzó al suelo y regresó al plato. "No dijo una palabra", dijo Miller después. "Pienso que solo me estaba dando un respiro". Este es Molina en su mejor expresión, reconocer el peligro antes que ocurra. Miller lanzó otra bola en el siguiente envío, pero ponchó al próximo bateador con tres lanzamientos. Después Molina le dijo a Miller que se estaba cayendo hacia el lado izquierdo al lanzar. Miller realineó su cuerpo y avanzó hacia su primera victoria de la temporada, sin conceder otro boleto. "Respeto mucho lo que él hace", dijo Miller, quien dejó marca de 15-9 como novato la temporada pasada. "Sé que era un tirapiedras en las ligas menores. Tenemos muchos grandes catchers allá abajo, pero una vez que se llega al nivel de Grandes Ligas, es raro porque cuando sientes que deberías tener más presión, tienes menos". Molina es la razón, dijo Miller, debido a su impecable selección de pitcheos. Molina a menudo llega seis horas antes del juego para prepararse, pero es un maestro de la improvisación basado en las claves que lee de sus pitchers y los bateadores contrarios. "A menudo he oído a varios tipos decir de Yadi, 'Hombre, siento que él es psíquico'", dijo Jonathan Lucroy, el catcher de los Cerveceros. "Él sabe lo que estás pensando, y hace exactamente lo opuesto". Miller dijo que únicamente rechazó las señas de Molina no más de cinco veces en el año. Kevin Siegrist, un relevista de los Cardenales que tuvo 45 apariciones el año pasado, su temporada de novato, dijo que nunca rechazó una seña de Molina. El veterano Adam Wainright dijo que él y Molina se conocen tan bien que algunas veces se comunican las señas por una simple mirada o una encogida de hombros, sin necesidad de usar los dedos. Las razones que determinan la selección de pitcheo de Molina, usual y comprensiblemente, permanecen en el misterio. Molina, quien llama cada envío por su cuenta y a menudo posiciona la defensa, no ganaría nada al explicar sus cientos de decisiones en cada juego. El menor de tres hermanos, todos catchers de Grandes Ligas, Molina dijo que su atención al detalle vino de un sentido del deber. Mi familia me enseñó eso, sobre ser líder, estar ahí para tus compañeros y estar pendiente de todo durante el juego, despues del juego, antes del juego", Molina, 31, dijo en su casillero la semana pasada."Sólo ocúpate de tus compañeros, del juego, trata de ser bueno cada día. Esa es la forma en que hago mi parte del trabajo". Cuando él llegó a las mayores en 2004, dijo Molina, se ocupaba tanto de la defensa y en ayudar a los pitchers que no tuvo tiempo de concentrarse en su bateo. En 2006, el año cuando su jonrón en el séptimo juego de la serie de campeonato de la Liga Nacional devastó a los Mets, él sólo bateó .216 en la temporada regular. Constantemente cambiaba su manera de pararse en el plato y parecía desconfiar de si mismo como bateador. "Ahora él sabe que tipo de bateador es, es un tipo de bateador del jardín derecho, jardín derecho y central", dijo Carlos Beltrán de los Yanquis, quien jugó con Molina en San Luis las últimas dos temporadas. "Ahora no trata de batear jonrones, y por no tratar, ahora está bateando jonrones". Molina ha bateado sobre .300 en cada una de las últimas tres temporadas, con un tope de 22 jonrones en 2012, y su promedio este año era de .338 hasta el domingo. Molina puede ser tan engañoso en el plato como detrás de este. Pat Neshek, un relevista veterano que firmó con los Cardenales en febrero, dijo que había visto a Molina hacer pensar a los pitchers contrarios que no haría swing, y luego los sorprendía descargando un imparable. Molina, quién llegó a las mayores a los 21 años, dijo haber caído en engaños similares cuando era mas joven, y algunas veces lograba su cometido aún engañado. "Soy humano", dijo. "Va a haber momentos en que eso ocurra. Pero ahora soy más rápido. Juegas más juegos, ganas madurez y te haces más listo". Molina dijo que las partes físicas de su trabajo están tan engranadas que no necesita pensar en ellas. El viernes, cometió un raro error cuando no fue capaz de mantener un wild pitch frente a él y su tiro errático permitió que entrara una segunda carrera. Sus compañeros, sin embargo, dicen que él llega al complejo de los Cardenales a las 6 a.m. en los entrenamientos primaverales para practicar ejercicios de bloqueo de manera que los pitchers se sientan confiados de lanzar envíos quebrados con corredor en tercera base. Él controla el movimiento en las bases con una transferencia rápida mascota-mano y un brazo fuerte y preciso. Él consigue strikes cantados en los límites de la zona principalmente al mantener intacta la mascota. "Observe la manera como Yadi recibe los envíos, cuan relajadas mantiene las manos", dijo Wainright. "No hay nada de violencia. Si él captura una pelota que está debajo de la zona, nunca la empuja hacia abajo. Siempre la recibe con cuidado. Tratará de subirla a la zona imperceptiblemente, o mantendrá la ubicación. Tiene las manos tan relajadas que ejecuta sin máculas. "Ofrece un blanco tan amplio como sea posible, lo ubica en el medio de su cuerpo, y no se mueve. Hay muchos receptores que ofrecen un blanco y luego bajan la mascota un poco para después volver a subirla. Si se es un pitcher como yo que sigue la mascota, se estará tratando de darle a un blanco móvil en contraposición al que ofrece una mascota fija que es mucho más fácil de acertar". Wainright, quién saltó a los brazos de Molina para celebrar el out final de la Serie Mundial de 2006, sonrió y agregó, "Pequeñas cosas". La acumulación de esas pequeñas cosas, y la combinación de talento, esfuerzo y consciencia, han hecho de Molina alguien tan respetado como quizás cualquier jugador a quien se refiera con el tipo de reverencia que se pueda escuchar por Derek Jeter, o los retirados Roy Halladay y Mariano Rivera. Molina dijo estar orgulloso de esa reputación, aún si los aficionados no siempre lo aupan. Molina no ha jonroneado ante los Mets desde aquel estacazo de la serie de campeonato de la Liga Nacional, pero la espina de ese batazo reverbera en los abucheos que oye en Citi Field. Molina le resta atención a eso. Para ese momento está trabajando, un maestro para observar, amnésico de cualquier cosa, menos de su trabajo. "Eso me tiene sin cuidado", dijo. "En serio. Cada vez que estoy sobre el terreno soy otra persona". Traducción: Alfonso L. Tusa C.

miércoles, 23 de abril de 2014

Jon Lester y Chris Sale lanzan sin hits ni carreras hasta el sexto inning en juego donde los Medias Rojas vencen a los Medias Blancas.

Jay Jaffe. 18-04-2014. CNNSI.com La noche posterior a un maraton de cinco horas y catorce episodios que se decidió con un jugador de posición en el montículo, a los bates de los Medias Rojas y los Medias Blancas les tomó un tiempo despertar. Jon Lester de los patirrojos y Chris Sale de los patiblancos llegaron al sexto inning sin permitir imparables, la segunda vez esta temporada en que dos lanzadores lanzan al menos cinco innings en el mismo juego. Una vez que ambos lanzadores salieron del juego, habiéndole dado a sus extenuados bullpens un descanso combinado de 15 innings, 19 ponches y sólo dos carreras permitidas, los Medias Rojas marcaron dos rayitas en el noveno para ganar 3-1. Este ha sido el último intento de dos lanzadores de al menos igualar la gesta de Fred Toney y Jim "Hippo" Vaughn de hace casi un siglo. El 2 de mayo de 1917, Toney de los Rojos y Vaughn de los Cachorros, cada cual mantuvo a los bateadores sin conectar imparables por nueve innings. Cincinnati anotó en la apertura del décimo al batearle dos imparables a Vaughn, Toney terminó su trabajo sin permitir imparables en 10 innings. El 2 de abril de esta temporada Matt garza de los Cerveceros y Aaron Harang de los Bravos mantuvieron el juego sin imparables hasta el séptimo en un victoria 1-0 de Atlanta. Aunque concedió un boleto con dos outs a David Ross en el segundo inning y golpeó a Xander Bogaerts con un lanzamiento en el cuarto, Sale trabajó 5.2 innings y recetó nueve ponches antes de permitir un imparable. Desafortunadamente para el zurdo de 25 años, fue uno muy costoso. Al enfrentar de nuevo a Bogaerts, su recta de 92 millas se quedó sobre el plato y el campocorto de 21 años la devolvió hacia el jardín izquierdo para su primer jonrón de la temporada, y el segunda de su carrera en Grandes Ligas. Sale se mantuvo por otro episodio y un tercio, hizo 25 lanzamientos y concedió dos boletos en el séptimo. Terminó la noche con 127 envíos, uno menos que el registro más alto de la temporada de Cliff Lee el miércoles en la noche. Lanzó tres veces al menos 21 pitcheos en un inning, y nunca terminó uno sin lanzar menos de 12. De acuerdo a BrooksBaseball.net, consiguió 18 envíos a los que le hicieron swing sin conectar, incluyendo ocho por cabeza con su recta de cuatro costuras y el cambio. Ponchó 10, su tope en esta temporada. En la acera de enfrente, Lester retiró los primeros 16 bateadores que enfrentó, seis ponches. Hizo 21 lanzamientos en el cuarto inning, el único episodio de los primeros cinco donde necesitó más de 13 pitcheos. Finalmente recibió su primer imparable mediante un roletazo de Tyler Fowler que Bogaerts alcanzó con el guante pero no lo pudo controlar. Los imparables siguieron llegando. Leury García, quién perdió la noche del miércoles al ser traído como pitcher de emergencia en la apertura del décimo cuarto inning, bateó un doble por reglas, y Adam Eaton siguió con un infield-hit que remolcó el empate. Lester salió del lío al ponchar a Marcus Semien y obligando a Dayan Viciedo a elevar, pero casi permitió otra carrera en el séptimo. Adam Dunn abrió con sencillo, luego de dos outs, dobló por tercera rumbo al plato con el doble de Alejandro De Aza a la esquina del right field. Daniel Nava lanzó la pelota a Dustin Pedroia y esté se la pasó a David Ross a tiempo para tocar a Dunn y mantener el marcador 1-1. En el octavo, Lester hubo de sortear otro imparable de Fowlers, un sacrificio, y un infield hit de Semien, el séptimo imparable que permitía en sus tres últimos innings, pero se recuperó para ponchar a Viciedo, su séptimo ponche de la noche con su lanzamiento 105. Los Medias Rojas rompieron el empate en la apertura del noveno. Con Ronald Belisario en el montículo y un out, Mike Napoli bateó un infield-hit y Mike Carp (emergiendo popr Jonny Gomes) siguió con otro sencillo. Ross descargó doblete a la derecha que remolcó a Napoli. Entonces el manager de los Medias Blancas, Robin Ventura, ordenó el boleto intencional para Nava. Scott Downs vino a relevar, y Jonathan Herrera (de emergente por Ryan Roberts) ejecutó un toque perfecto por la línea de primera base ante el cual los Medias Blancas quedaron como estatuas. Chicago se escapó de daños mayores cuando Jackie Bradley Jr. soltó un linietazo que tomó Alexei Ramírez y luego dobló a Ross en tercera. En su regreso de una lesión de rigidez en el hombro que lo inhabilitó por una semana, Koji Uehara retiró los primeros dos bateadores que enfrentó, ponchó a Dunn, obligó a Paul Konerko a levantar elevadito de foul, antes de permitir el imparable de Alexei Ramírez. Aseguró el triunfo al obligar al emergente José Abreu a rodarla por tercera. Boston obtenía sus primeros dos triunfos seguidos desde el 2 y el 3 de abril contra los Orioles. Traducción: Alfonso L. Tusa C.